El colectivo

Ya no hago esas cosas. Aunque debo decir que no sé como reaccionaría hoy si nuevamente fuera presa de la tentación, llegado el caso.
Lo cierto es que aquella tarde porteña en plena hora pico, cuando todo el mundo retorna a sus casas, había tomado el autobús atestado de gente en la avenida Córdoba a metros de las galerías Pacífico. Por esas casualidades que nunca me tocan, la suerte quiso que el asiento más cercano se desocupara al rato. Adrede no miré a mi alrededor, no fuera cosa de que hubiese alguna señora embarazada o tal vez una ancianita con las cuales no hubiese podido. Estaba tan cansado y agobiado que me lancé sobre el asiento y sentí un cierto alivio al abrir la ventanilla y dejar que el aire chocara en mi rostro sudado. Sí, aire contaminado, pero aire al fin. Percibí que los pobres pasajeros, entreverados en un revoltijo de manos, carteras, bolsos y paraguas, me acribillaban con miradas envidiosas. Pero yo me acomodé y sólo pensaba en llegar pronto a casa, al final de una jornada de trabajo agotadora.
El colectivo iba repleto. Demasiado. Y seguía subiendo gente. Agradecí al cielo no haber tenido que viajar de pié haciendo malabares para aferrarme a algún pasamanos, entre las arrancadas o frenadas que el malhumorado chofer operaba a su antojo.
Mi mente, escapándose por la ventanilla, se puso en “stand by” y así pasaron más rápidos los minutos. Por suerte no faltaba mucho trayecto. Entonces, entre los insistentes empujones que a veces sentía en mi hombro, hubo uno que percibí más nítidamente. Cosa curiosa, porque lo había sentido justo cuando el colectivo estaba detenido. Levanté mi mirada y junto a mí pude ver a un hombre de mediana estatura con un traje marrón algo deslucido. Llevaba la corbata floja, raída, y el primer botón de la camisa desabrochado. Alcancé a ver algunos vellos asomando por entre el cuello entreabierto. Colgando de su antebrazo y descendiendo hasta su mano aferrada al pasamano del asiento, un impermeable gris casi arrastraba en el piso. El hombre, de unos cuarenta años, miraba por la ventanilla sin expresión alguna.
Era un individuo cansado. Un oficinista o vaya uno a saber qué, con su hastío a cuestas, oscuro, despeinado y vencido por la rutina. Me hizo pensar unas cuantas cosas, y quise indagar valientemente dentro de mí a pesar de mi interno temor de encontrar en mí algún reflejo de su persona. A pesar de su aspecto, en un primer momento desagradable, el hombre poseía un atractivo anómalo e inexplicable. Sus ojos aún brillaban con un destello tenaz, como si fuese allí donde un resquicio de la juventud se obstinara a aferrársele.
La gente intentaba circular hacia el fondo del colectivo, pero él se quedó estacionado en ese sitio, a mi lado. Y sus empujones invasores me empezaron a llamar la atención. No sólo se apretujaba contra mi hombro, sino también chocaba con mi muslo cada vez que el colectivo se zarandeaba al doblar alguna esquina o al tomar velocidad. Cuando el autobús se detuvo en Congreso, incrementé mi estado de alerta. Entonces lo sentí nítidamente: su pierna avanzó sobre mi muslo con una provocación clara.
Esta vez no lo miré. Seguí prestando atención a sus reiterados contactos, mientras mi vista, vacía, se perdía más allá de la ventanilla. Cuando finalmente nos movimos otra vez, estiré mi brazo y me tomé de los pasamanos del respaldo frente a mí. Mi movedizo pasajero aprovechó entonces, y se me apegó inmediatamente.
Sentí su roce firme, claro y ya no tuve dudas de lo que pasaba.
Entonces mi brazo recibió la presión inequívoca de su pelvis. Una, dos… tres, y tantas veces como velocidades maniobrara el conductor.
Una rápida y vigorosa erección me enfervorizó y agitó mi respiración. Vibré como un adolescente al comprender el significado indudable de las arremetidas de aquel ignoto pasajero que pugnaba por frotarse una y otra vez contra mi flanco.
Mi brazo, receptivo y erizado, notó también la erección del hombre. Su falo endurecido me rozaba el antebrazo, el codo, el hombro, desde la prisión de su pantalón. No atinaba a moverme, aunque sutilmente respondía siempre a sus disimulados embates. Restregándonos constantemente, íbamos subiendo nuestra mutua excitación rodeados de un mundo de gente.
De pronto sentí vergüenza y supe que los calores habían enrojecido mi cara. Después de todo estábamos en un transporte público y a la vista de todos. Pero esta misma situación me enardeció más aún. ¿Porqué será que el gozo oculto, mezclado con el riesgo y el peligro de ser descubierto es algo terriblemente irresistible?
Llevé mi mano hacia mi abultada entrepierna y me acomodé un poco la rigidez del miembro que de buena gana hubiera deseado quedar libre. Seguramente, el hombre había visto mi gesto, pues enseguida me respondió con un envión de su cuerpo y acercó su abultada bragueta hacia mi mano aferrada en los pasamanos.
Hice un mínimo movimiento con mis pupilas y sin mover la cabeza, miré de soslayo hacia la voluminosa entrepierna, a escasos centímetros de mi rostro. El hombre ostentaba un bulto impresionante, y habiéndose percatado de ello intentaba ocultarlo con su impermeable que acomodaba en todo momento.
El colectivo comenzó a vaciarse y fue quedando menos gente en el pasillo. Pero mi acompañante casual no se movió de su sitio, ni tampoco dejó de presionarse contra mí. Faltaban dos paradas para que me bajase, pero yo también me quedé atornillado a mi asiento. Ni pensé en bajar. Pasaron las calles, y permanecí en mi sitio intentando prolongar ese juego tan erótico como osado.
Ambos estábamos excitados casi hasta el descontrol. La excitación a veces es directamente proporcional al riesgo, y éste era mayor, ya que sin tanta gente apretándose a nuestro alrededor, ahora era mucho más difícil disimular lo que estábamos haciendo. Pero sin embargo, no podíamos dejar de hacerlo y el hombre arrimó más aún su sexo hacia mi mano. Cuando sentí la proximidad, no lo dudé. Pensando que quedaría oculto con su impermeable, solté el pasamano y deslicé la mano rápidamente buscando el bulto que rozaban mis dedos. Entonces manoteé su bragueta y aprisioné su pene erecto. Lo capturé ávidamente y lo apreté firmemente, sintiendo como se tensionaba y acrecentaba su volumen. El hombre suspiró entrecortadamente intentando contener un aullido de placer. Enseguida sentí la humedad caliente.
Lo solté y me quedé quieto.
Volví en mí. Me había pasado unas 15 calles.
Me levanté, como si nada. El hombre se hizo a un costado para dejarme pasar y se sentó en el sitio que había dejado libre. No nos volvimos para vernos. Jamás nos volveríamos a ver, claro.
Cuando fui hacia la parte trasera del autobús para descender ya casi no había gente viajando de pié. Las personas que estaban en la hilera de asientos traseros me clavaron la vista. Sí, seguramente habían visto todo el show, por lo menos el tramo final.
Una señora robusta con el pelo teñido burdamente de rojo me miraba con una cínica sonrisa. Todos desde sus asientos me lanzaron miradas plagadas de anatemas. Hasta podía escuchar lo que gruñían sus pensamientos: ¡qué degenerado! ¡inmundo… hacer esas cosas en un transporte público! ¡enfermo! ¡puto de mierda!. No habrían sonado tan fuerte si las hubieran dicho a gritos.
Pero sobre todo: ella, la horrible señora teñida de rojo, con ese peinado saturado de spray de peluquería de barrio, me juzgaba inexorablemente desde su envenenada mirada. No estaba escandalizada. Más bien se hubiera dicho que había seguido toda la escena deleitándose en cierta morbosidad, con esa insistencia pacata cubierta de moralina tan propia de la gente que no tiene nada que hacer y se dedica a esas cosas quién sabe por qué razón. En ese momento me di cuenta, que un par de roces entre unos tipos en medio de un colectivo lleno de gente, no podían haber sido demasiado evidentes… ¡salvo…! para aquellos que se detuvieran especialmente a mirar.
Mantuve mi vista en ella y nuestros ojos entablaron un silencioso pero sostenido duelo. Entonces irónicamente le devolví la sonrisa, me acomodé los genitales y respiré con gozo demostrándole lo bien que la había pasado. Ahora sí. La señora sacudió la colorada cabeza, visiblemente ofendida.
Al bajar sentí que había disfrutado mucho más el haber causado esa ofensa tácita, que del episodio con el hombre del traje marrón.
Franco.

Comentarios

  1. Muy buen relato Franco, corría cierto riesgo de previsibilidad (y falta de credibilidad) hacia la mitad, pero la vuelta de tuerca del final y la incorporación del personaje de la mujer son un acierto que hace que esta historia supere ampliamente tanto texto erótico que se queda en lo descriptivo.
    Muy oportunos los retazos de imágenes como toda ilustración.

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  2. Sin palabras, sólo suspiros... recuerdos en silencio de experiencias similares, cálidos y añorados talentos que surgen de repente, deseos cumplidos después de mucho insistir... mucho me temo, querido Franco, que yo podría caer en el pecado de la obviedad; así que no diré nada respecto a este post, supongo que ya conoces qué comentarios puedo tener ante esta nueva muestra de esa brillantez con la que te conocí... imaginalo, no estás equivocado...

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  3. HOLA AMIGOSS COMO ANDAN? ME VIEN A TOMAR U CAFECITO DESPUES DE CENAR Y COMO NUESTRO CAFE ATIENDE LAS 24 HORAS ESTA ABIERTO, QUE BUENOOS LOS NUEVOS MOZOS FRANCO, QUE BUEN CASTING TE HABRÁS MANDADO! ME ESTA " ATENDIENDO" EL COLORADO ORTOLANI, QUE BUEN IDEM QUE TIENEE!! Y LO MUEVE CUAL JULIO BOCA, ESO SI, BIEN MACHITO CERO PLUMAJE, COMO DEBE SER EN ESTE CAFE .EXCELENTE RELATO FRANCOTE, ME ENCANTÓ, ES NUEVO O YA LO HAVIAS COMPARTIDO ANTES?
    ORTOLANII..VENI COLORADO SENTAE UN RATO CON PAPI QUE NO Y CLIENTELA , LEEME UN CUENTITO DE FRANCO Y HACEME MASAJITO DE PIECES..AHH ESTO SI QUE ES UN CAFE CINCO PORONGAS!JAJJA( LAS ESTRELLAS ESTAN ARIVA Y ESTE CAFE ES BIEN TERRENAL, ASI QUE PROPONGO CALIFICAR CON PORONGAS) JAJAJA
    BESOTES!

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  4. Muype,
    gracias! Aunque no se pueda creer, en realidad esto me pasó. Hace tiempo, pero pasó. Y de todos mis relatos, creo que debe ser el único que es verídico (con vieja pelirroja y todo)

    Manu,
    Aunque no lo diga en ningún lugar, creo que este post lo sentí siempre para vos. Ni bien lo publiqué me dije "Seguro que a Manu le va a gustar". Los muchachos del café no se pondrán celosos, claro que no.
    Gracias, ángel azteca. Eres un dulce.

    Turquín,
    Así que te estás haciendo atender por el colorado Ortolani??? no sólo tiene colorado el pelo, te aviso. Obviamente que convoqué a un cásting de mozos: lo mejor para mis tertulianos!
    El relato de hoy ya lo había publicado, hará un año, o algo más, en mi blog "Veneno de los Sentidos". Como ya no está, y tampoco el blog de relatos, se me ocurrió agiornar algunos para quienes como tu marido mexicano, gusten del homoerotismo escrito, ya que muchos de estos relatos se esfumaron en lo más ignoto de la blogosfera.
    Ustedes me dirán si la exhumación (o eventual creación de otros nuevos) valga la pena.

    Besos

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  5. No me importa repetirme, Franco; mi entusiasmo por tu prodigioso talento para las letras sensuales quizas sólo sea una gota de agua... pero lo es enmedio de un océano inmenso de almas sensibles que vibran desde lo más profundo cada vez que ven una línea de tu inspiración. ¿Vale la pena? ¡Por supuesto!

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  6. Hola Franco!

    Con todo respeto, tu pregunta, está de mas. Tus relatos no se leen, se viven.

    Acabo de leer "El colectivo" y mas que leerlo, lo he vivenciado. La sensación es haber estado allí, haber visto como el señor aquel fregaba sus protuberancias con tu brazo, tu reacción y la de la vieja pelirroja.

    Tu texto de hoy no cae en los "vicios" de muchos textos eróticos, que uno sabe de antemano cómo se va a desarrollar y cómo va terminar. En ellos todos los relatos son similares. Solo hay escenas distintas, lugares distintos. "El colectivo" tiene ese plus que te atrapa hasta la última línea.

    Entonces Franco, sí vale la pena postear estos textos. Porque son diferentes de aquellos que se repiten y aburren.

    Besos.

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  7. Como Mehemet, he vivido, más que no leído, este espléndido relato. Un relato erótico digno de cualquier buena antología. Ya sabes que no soy ningún adulador, y menos en lo referente a la literatura (sí, sí: la literatura homoerótica también es literatura), por lo que mis palabras son fruto de la máxima sinceridad.

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  8. Maravilloso. Magnífico relato... Te juro que creí que era una historia erótica, pero va mucho más allá. Gracias, de veras...

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  9. QUe buena historia... yo soy un novatillo en esos asuntos aunque estoy empezando a descubrir. Tu historia se me ha hecho muy vívida y quizás por ello me ha gustado tanto.

    Saludos

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  10. Franco:
    "Relatos de hombre a hombre" está todavía en la red. Ayer leí "El guardabosque", con ese paralelismo magistral con "El amante de Lady..."
    Este libro fué el primer libro en que leí la soberbia descripción de una soberbia verga erecta, a contraluz y con el sol iluminando la roja mata de pendejos!!! Creo que de allí me quedó una especial afinidad por los hombres pelirrojos!!!
    No soy original al decir que nunca leí relatos como los tuyos. La mayoría de los otros producen una erección, pero luego se confunden con tantos otros cuasi similares. Los tuyos comienzan produciendo sensaciones indescriptibles en la raíz de mis testículos, que se expanden, como las ondas que se producen cuando tirás una piedra al agua, por todo el cuerpo...
    Yo creo que es díficil diferenciar erotismo de pornografía, pero no se me ocurría nunca pensar que "el guardabosque" es pornográfico.
    Lamentablemente de ese blog han desaparecido las ilustraciones, por lo que, si las repites en este, serán muy bienvenidas.
    Seba

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  11. Ardiente relato, estoy a punto de miel...

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