Cuentito de fin de mes




Efímero


Hoy me encontré con Jorge.
Es increíble que en todos estos años nos hayamos visto tan poco.
Jorge fue mi primer gran amor.
Él nunca se enteró. Y si se enteró, yo jamás me enteré de que se hubiera enterado, claro está.
Está igual. ¿Un poco más pelado? No. Fui yo el que perdió el pelo. Él mantuvo sus grandes entradas, su peladilla atrás, tal cual como antes… siempre fue así, si hasta todos lo cargábamos porque iba camino a ser el pelado del grupo muy pronto… no, está igual…y … ¿tal vez está algo canoso?, ¡tampoco! Increíble. Me parece mentira que desde aquel tiempo, el de sus 22 y de mis 18, aún lo vea casi idéntico a cuando perdí la cabeza por él, hace más de veinte años, en aquella clase, cuando ambos éramos estudiantes en la facultad.
Jorge.
Jorgito, como todo el mundo te llamaba entonces y ahora.
Cuánto te amé.
Exactamente por el lapso de dos años.
Dos años. Carajo. Mucho después, en mis otros enamoramientos, repetí esa misma “extensión” en la duración de mis pasiones, creyendo -por alguna estúpida razón pseudo psicoanalítica de bar trasnochado- que mis ciclos amatorios no se extendían más que por dos años. ¡Ay, esas estúpidas creencias! Al cabo de esos dos años ¡pluf!, el amor desaparecía como por un designio maligno… lo veía venir… sí, iba despareciendo poco a poco… y yo me decía: “Claro, ya sé de qué se trata: es el fin de mi ciclo amatorio, dos años, clavado”. Ciclo amatorio, ¡qué pelotudez!, pienso ahora.
Lo cierto es que después de aquella primera vez, me enamoré… ¿a ver?: una, dos, tres, cuatro, cinco… sí, cinco veces. Hubo cinco hombres en mi vida y de todos ellos me enamoré irracionalmente. Dos de ellos fueron amores no correspondidos. Y el que tuve por Jorge, además de no correspondido: imposible.
Y fue la primera vez que me enamoré, recién salidito de la secundaria e ingresado a la universidad. Enamorado sin remedio, sin haberlo buscado, sin haberlo presentido o sospechado, sin poder evitarlo. No entendía nada. Sólo estaba loco de amor. No caminaba, flotaba ¿Qué era eso? No, no lo sabía. Cuando pasa algo así por vez primera en la vida de alguien… es todo insondable, es un misterio. Y en mi caso fue el goce supremo unido a la tortura de saber que ese sentimiento nunca saldría a la luz ni se haría tangible, y la actitud casi masoquista de lamentarse por ello sin querer abandonar esa elegía trágica por nada del mundo. Dulce tormento. Por aquellos días, esas dos palabras -favoritas- eran para mí bien conocidas. El comienzo fue inesperado. Recuerdo que de un día para otro… me sorprendí a mí mismo mirando inevitablemente a Jorge en aquella aburrida clase de la facultad, primer año. Entonces me dí cuenta que desde ese momento no iba a poder dejar de pensar en él ni un solo día de mi vida. Pensé que eso sería para siempre, tal era el metejón que tenía, pero, como dije antes, fueron dos años.
Jorge era mi amigo. Eso decía él, eso pensaba yo, y ambos (o yo, solamente), supimos después que todo eso no era así en realidad. Creímos ser amigos. Años después comprobé que la amistad es algo mucho más espinoso. Es más, pensé en eso detenidamente hace unos años en una de las pocas veces que recordaba a Jorge, y lo corroboré después del encuentro de hoy.
Mi atracción por él era la de un adolescente admirando a alguien mucho mayor -en el sentido madurativo- y sintiéndose protegido como quien busca cierta imagen paterna. Me quiso mucho. Fue adorable. ¿Cómo no amarlo? Yo era el más joven de los estudiantes, muy perspicaz, pero aislado, tímido, algo nerd, un bicho raro por donde se me hubiera mirado… y Jorge estaba siempre ahí, por alguna razón me había “adoptado”, me alentaba en mi carrera, lo fascinaba mi audaz y atolondrado talento juvenil, y yo, gracias a él, empecé a formar parte de un grupo de amigos muy populares, los más inteligentes y notorios de la promoción.
¿Cómo no amar a Jorge?
Todo el mundo lo quería. Pero yo me jactaba internamente de amarlo por encima de todos sus afectos. Sí, estaba seguro que nadie lo iba a amar como yo.
Amé su rostro, su cuerpo, sus manos, su risa, su manera de hablar, caminar, pensar, su rostro serio, sus distintas expresiones que eran siempre objeto de mi fascinado estudio, su rostro eternamente simpático y sonriente, amé los vellitos de su pecho deseado que de ninguna manera me eran indiferentes… y también amé llorarlo todo aquel año en el que había ido a estudiar a México… ¡cómo lo lloré!… cómo me hostigó su ausencia… y en esos días, amé también a su familia, que comparada a la mía, me parecía salida de un tratado básico de “familia perfecta”, madre, padre y hermana que veían en mí al mejor amigo de su hijo, y entonces, agradecido por ese lugar otorgado bien por afecto o por cumplido al menos, yo los visitaba por cualquier estúpida razón.
Al correr los años, fuera ya de ese amor digno de un Werther, aquellos momentos en que me acercaba a su casa sólo por sentir el aura que él había generado allí, los fui reconociendo como hechos vergonzantes.
Pero… ¿por qué será que todo lo que fue, todo lo que uno sintió, esas miradas eternas, esos temblores internos cuando su mano me rozaba accidentalmente, ese latir acelerado cuando él llegaba, las esperas, las búsquedas de estar con él, los instantes forzados para que eso sucediera… todas esas conmociones… por qué cuando el amor se disuelve, se pierden para siempre, como si se perdiera definitivamente un olor conocido que jamás se volverá a sentir?
Yo sentí todo eso. Y como fue la primera vez que eso llegaba en mi vida, lo sentí de una manera tan increíble, que algo -sólo algo, tampoco estoy pidiendo mucho- tendría que haber quedado en alguna parte de uno, aunque más no sea como un vaho, un sutil rastro en la piel, en el corazón, en el alma.
Pero no. Hoy, cuando él se me acercó corriendo hacia mí, sonriente, con su mismo tono de voz, con esa mirada franca y dulce, lleno de ese cariño que siempre me tuvo… y cuando nos abrazamos… y nos hicimos bromas, y nos preguntamos por nuestras vidas…. fue notable: nada, absolutamente nada de esas antiguas sensaciones, tan primarias, tan asociadas a esas primeras matrices de experiencias profundas dentro de mi mundo interno, de mi sexualidad, de mi vida. Nada, nada había quedado.
Vi ante mí a una persona completamente extraña. Lejana de mí. Éramos dos hombres sin unión ni conexión alguna. Ningún vínculo, ninguna sujeción, atadura o reciprocidad había ya entre nosotros. Un saludo sincero. Y qué poca cosa me pareció eso.

Franco 

Comentarios

  1. que cosa mientras leia se me puso dura pense que terminarian en una cogida que el o la tenia chiquita o no se le paraba o era el gran garchaso y despues un adios inteligente de los dos se me bajo nomas que desilusion

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  2. Salu la barra!
    Que hermoso relato tìo Franco, es inevitable que uno haga comparaciones con experiencias vividas...y reflexione sobre el tema que planteas, y tambièn es inevitable que uno sienta ganas de hacerte preguntas, como por ej el porquè de ese pàrrafo donde decìs que que no era un amigo , que la amistad es un tema mucho mas "espinoso".. en que sentido es mas espinosa la amistad?.Me parece que ese tipo de relaciones uno trata(inconcientemente) de "vestirlas" con el ropaje de la amistad, pero cuando no se concreta lo que el corazòn anhela( y a veces tardamos mucho tiempo en leernos nuestros propios corazones)ahì uno percibe que deseaba ser amado, pero el otro no tenìa ese interès en nosotros y ahi viene una gran pregunta..hasta que punto podemos ser amigos, en el mas profundo sentido de la palabra amistad, esa amistad que te lleva a anteponer los intereses del otro sobre los tuyos, cuando uno de los dos sigue deseando al otro en secreto...creo que es imposible una amistad genuina cuando solo uno desea al otro y el otro es indiferente...eso es compañerismo, respeto social, pero amistad es meterte en el corazon del otro , conocer sus secretos y cuidarlos y valorarlos mas que los propios.
    Este relato es( para mì) la crònica de una epifanìa, vale decir , es el momento en el que se nos cae el velo y decimos, no quedo nada porque no hubo nada, no se concretò nunca lo que anhelè y ahora no lo anhelo màs...el deseo se evaporò como una gota de lluvia arrasada por el sol.
    Que hermoso es leer que un hombre pueda expresar sus sentimientos y preguntas con tanta claridad.
    Un fuerte abrazo tio F.Yotro grande para toda la barra.
    Pd Ortolanii hagame un cafecito con canela y chocolate..de esos especiales para saborear y seguir pensando.

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  3. Daniel,
    Este debe ser de los pocos relatos míos que de ficción no tiene ni un ápice, porque más que un cuentito es una reflexión sobre algo que no inventó mi fantasía, sino sobre una experiencia personal. (jajajajaja, lamento la desilusión de algunos que hayan leído todo esperando un tremendo polvazo final!)
    Hoy pienso en Jorge y no lo recuerdo tanto a él como persona, sino que viene a mi mente ese cúmulo de sensaciones fuertes que entroncadas con eso tan inexplicable que es crecer, yo iba atravesando en esos días.
    En tu propia y sincera reflexión está además la respuesta a tu pregunta. Una amistad -verdadera- entre él y yo, habría sido algo muy delicado, sinuoso, espinoso... algo por lo que yo creía que estaba pasando, pero en realidad, no legué a ejercer. Habría sido muy difícil para mí, y creo que en ese momento, mi madurez no tenía tantas armas.
    Tu frase final es enteramente cierta: "es el momento en el que se nos cae el velo y decimos, no quedo nada porque no hubo nada, no se concretò nunca lo que anhelè y ahora no lo anhelo màs...el deseo se evaporò como una gota de lluvia arrasada por el sol."
    Hubo cosas muy sinceras entre nosotros, pero más que nada, más que todo, primó mi deseo de que la realidad, esa realidad, fuera otra. Ese tipo de deseos es muy egocéntrico y -vaya paradoja- no permite ninguna posibilidad de acercamiento entre dos personas. Y lo deseé con todas mis fuerzas. Dejándome sin siquiera un poco de resto para abrazar una amistad en el pleno sentido de la palabra. Pero, insisto, habría sido muy difícil llevarla a cabo.
    Todo esto no debe interpretarse como algo triste, o como un lamento sobre aquello que hubiera sido y no fue. Porque al fin y al cabo, visto a la distancia... es algo tan común y universal hablar sobre este tema, (¿quién no pasó por algo parecido?), que es como parte de la vida.

    ¿Quedó canela?

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  4. Querido Franco,

    Tu relato, como una historia sacada de tu diario personal, ha traído a mi memoria ese sentimiento que albergamos tan profundo y de manera tan limpia en el corazón del niño que alguna vez fuimos y que de repente se asoma de manera juguetona en nuestra vida adulta. Ese sentimiento de expresar y dar lo que somos con un total desprendimiento, tan espontáneo y sin malicia, sólo por el hecho de decir lo bien que se siente el uno con el otro. Ese sentimiento que expresa tu ser más profundo y auténtico que después de manera inexplicable, es relegado profundamente por el ego. Por eso, los niños son tan queridos pues como decía Nietzsche, son inocentes aún en su malicia.

    Este pedazo de historia tuya me ha motivado a escribir una historia de mi niñez.


    Camino al castillo. I

    Había dormido como un lirón, o como se supone que duermen los lirones: a pierna suelta. Me estiré y retorcí sobre la hamaca y de un salto me incorporé. Me calcé mis chanclas y coloqué la sábana dentro de la hamaca, para que la abuela no se enojara. Un discreto toc, toc sonaba con el repercutir de la aldaba con la puerta de madera y se oía escandaloso en la quietud de esa mañana cálida. Me puse una camisita y salí corriendo a la puerta, para evitar que siguieran tocando y despertaran a los abuelos. Mis hermanos no me preocupaban, pues eran de sueño pesado.

    - Ya voy, susurré apenas. Alcé la tranca, ese largo y pesado madero que funciona a manera de cerrojo en las casas del pueblo y abrí la puerta.

    En el dintel de la puerta se encontraba mi amigo Carlos, con el que compartía mis horas de ocio, jugando por horas y horas con los juguetes que le traían desde México. Era de mi misma edad, teníamos cinco años los dos, y estábamos a punto de correr una gran aventura: nos iríamos a pie a uno de los reductos militares del siglo XVIII que tenía la Ciudad y que llamábamos “El Castillo”. Era un camino, muy largo para un par de chiquillos como nosotros.

    El trayecto fue mágico para mí, y constituye aún ahora uno de los recuerdos más felices de mi infancia y de mi vida. Sentía que flotaba, me sentía dichoso caminando con Carlos, me sentía afortunado de tenerlo a mi lado. En el camino nos deteníamos de repente por el malecón a tirar piedras al mar y reíamos divertidos y fascinados viendo como se formaban las ondas y como desaparecían. Los pescadores ya descargaban en el muelle la pesca del día y se escuchaba el murmullo de las gente ordenando mero, el pargo o el huauchinango. Las gaviotas se arremolinaban buscando sustraer con sus largos picos las vísceras de los peces que eran arrojadas al mar.

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  6. Camino a El Castillo. II

    Todo era descubrimiento, caminábamos y reíamos, de repente corríamos para a ver quien llegaba más rápido a un punto determinado y seguíamos riendo. El sol empezaba a abrasar nuestras pieles, y no había brisa. De repente Carlos me echó su mano al hombro y así caminamos por un trecho. El contacto me estremeció y me hizo más feliz aún. Éramos dos enanos abrazados con nuestros tirahules (llamados en otros lugares resortera u hondas) en las bolsas traseras para dispararles a todo lo que moviera.

    Llegamos después de un larguísimo trayecto al pie de la colina donde empezaba ese camino sinuoso y ascendente hacia El Castillo. No hacía falta platicar, la emoción por llegar nos mantenía concentrados en subir.

    Por fin estábamos al frente de las enormes puertas de madera, teníamos seguramente una cara de asombro que no podíamos con ella pero nos sentíamos felices pues lo habíamos logrado. Habíamos subido por nuestra propia cuenta y sin ningún adulto hasta El Castillo, situado en las afueras, en ese entonces de la Ciudad.

    Recorrimos los alrededores de El Castillo y jugábamos a avistar los barcos que se acercaban a la costa. El mar era inmenso y estaba calmo y el sol lo iluminaba hasta al horizonte donde pronto sería tragado una vez más.

    El regreso fue diferente, pues nos mantuvimos más callados, como disfrutando a solas de lo que habíamos logrado, y ya queríamos llegar a casa y saborear la comida que para esa hora seguramente estaba ya preparada y lista para servirse.

    Poco antes de llegar al barrio, nos remojamos en una fuente nuestros cansados pies de niño, para quitarnos el polvo del camino. Ese fue otro momento mágico, el agua corría tibia y brincábamos sobre ella para salpicar al otro, ¡como reíamos!Aún hoy lo recuerdo como si fuera ayer y el recuerdo me hace sentir una profunda paz.

    Los años pasaron y empezamos a crecer, nuestras vidas se separaron pues mi familia se fue de la Ciudad y sólo regresábamos en el verano o en navidad a la casa de la abuela. Cuando ese tiempo llegaba, era una gran expectación ver a Carlos. Llegó la adolescencia y mientras yo me encerraba en el estudio, Carlos se movía hacia las artes, empezó a cantar y no lo hacía nada mal y me gustaba escucharlo. Nuestra amistad seguía como antes, pero habíamos dejado de compartir el día a día que hace que una relación se consolide, se fortalezca y crezca en los sentimientos.

    Ya no compartimos la excitación de nuestros primeros pelos en la verga y como ésta había crecido enormemente…de cómo se paraba y se ponía dura, del inmenso placer que hacía que mis ojos se pusieran en blanco como si fuera un santo en plena iluminación, cuando mi cuerpo descargaba sus delicias sobre la almohada. De cómo vi a mi padre desnudo por primera vez, de mis travesuras infantiles con otros niños, del descubrimiento de los cuerpos de otros hombres, del placer de los libros y las historias del drama humano..de tantas y tantas cosas. Ya no trepábamos más a los árboles de naranja y grosella. Ya no volvimos a ir juntos a El Castillo…

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  7. Camino a El Castillo. III y última

    Las lunas llenas siguieron pasando una tras otra inexorablemente y así, nos hicimos hombres. Nos encontramos de nuevo a inicios de los ochenta en la Ciudad de México descubriendo con sorpresa que estábamos matriculados en la misma Universidad, el estudiando arquitectura y yo medicina.

    Nuestras vidas seguían con esos cruces de camino, que eran efímeros pues nuestros círculos de amistades e intereses eran diferentes pero que de algún modo la vida se empecinaba en darnos una y otra oportunidad de encontrarnos.

    Yo lo seguía viendo con la misma emoción de ese día que emprendimos el viaje como niños peregrinos a El Castillo, pero nunca le había comentado de cómo ese recuerdo se mantenía. No veía la realidad, ya éramos personas diferentes, habíamos dejado de ser crisálidas y nos habíamos convertidos en dos hombre jóvenes llenos de vida y vigor, pero con intereses distintos y sólo en mi caso con el recuerdo idílico de la infancia compartida y de los ocasionales encuentros.

    Terminamos la Universidad. Mis abuelos ya se encontraban en ese profundo descanso meciéndose en la hamaca del paraíso terrenal. Mis padres estaban, sin saberlo yo o siendo consciente de ello, en su última etapa de vida.

    Por cuestiones de esos cruces de camino, descubrí con sorpresa por cotilleo familiar que Carlos mantenía una relación con otro hombre. Cosas del destino, ahora compartíamos también una misma preferencia, muy discreta en mi caso pero para él imposible de pasar desapercibida viviendo en un pueblo pequeño.

    Conoció años después a mi compañero, y como si fuera lo más natural del mundo, nuestra amistad siguió sin interrogantes. Era la vida de cada quien y la respetábamos. Nuestra amistad seguía. Era curioso, pero a pesar de ser muy guapo y sabrosamente peludo, nunca despertó en mí atracción sexual alguna, y creo que en su caso fue lo mismo aunque nunca se lo he preguntado.

    Hace ya algunos años, reflexioné sobre mi idílica mirada hacia ese Carlos, a quien me sentí tan profundamente ligado, tan sutilmente enamorado como sólo se puede estar de un amigo. Con ese sentimiento tan intenso de amistad, que me hizo percibir lo bello que son las relaciones cuando llegan a ese punto de complicidad y en el que uno acepta al otro tal y como es.

    Sigo manteniendo contacto con Carlos, y los dos nos queremos mucho, pero finalmente he dejado atrás a ese otro Carlos, el niño, que no me permitía ver a esa otra persona, a Carlos, el hombre.

    Es un buen amigo, pero ya no hay ese sentimiento de amor. Somos amigos y nos divertimos de la cosas chuscas que nos pasan, pero aún no me atrevo a invitarlo a este Café, a este lugar tan íntimo en el que he expresado tantas cosas en el completo anonimato.

    No sé quizás algún día, recorra la cortina y lo deje asomarse un poco. Por lo pronto le daré un enorme abrazo cuando en estos días obtenga su doctorado, y en ese abrazo le devolveré a su corazón el recuerdo de ese niño que tanto amé.

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  8. Don Pepe,
    Fui leyendo tu relato, como tantas otras veces, ensimismado, manos en la pera, echado sobre la pantalla de mi pc, y yo también me fui por ese caminito con ustedes, a El Castillo... y me sentí muy bien, porque disfruté cada palabra de tu historia, una historia muy tuya y muy íntima.
    Gracias por traerla al café... y a propósito de eso, me quedó flotando una frase tuya, ya reflexionando sobre tu relación con Carlos: "Somos amigos y nos divertimos de la cosas chuscas que nos pasan, pero aún no me atrevo a invitarlo a este Café, a este lugar tan íntimo en el que he expresado tantas cosas en el completo anonimato"
    Es simplemente maravilloso -no terminaré de asombrarme de estas cosas- que sientas este lugar tan especial, incluso hasta el punto de que también alguien muy especial se ganará tu recomendación para venir a esta tertulia tan nuestra. Me honra saber eso, y junto a mis felicitaciones por haber escrito tan bien este hermoso episodio -y reflexión- de tu vida, va, por supuesto mi gratitud.

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  9. Salu la barra!!He vuelto porque he leido el relato de Don Pepe y me ha parecido maravilloso...por favor que poder el delas palabras!! En este blog y en casi todos las imagenes ganan por goleada con su poder inmediato, pero las palabras...son como los silencios en la musica..fudamentales!!!.
    Los recuerdos de infancia son realmente memorables!!!
    Gracias Don Pepe!!!
    Pd en determinado momento redorde a mi amado Jose Vasconcelos, el inolvidable autor de Mi Planta de naranja lima y tantas otras obras!! asociaciones , sin duda provocadas por la sensiblidad , por los recuerdos y por el poder evocador de la palabra.

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  10. Uich!
    Mi planta de naranja lima...! Ternura pura... Cómo lloré con ese libro!

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  11. Querido Franco,

    Gracias por ese aliento tuyo, por esos susurros de palabras que acarician la piel de una manera tan especial.

    Al reflexionar sobre el poder de las palabras sobre las cuales habla Daniel, me he puesto a pensar en ti, en cómo te conocí a través de tus historias y en cómo me enamoré de ellas. Por supuesto que no sé quién eres, y poco importa en realidad pues tus palabras te dibujan con ese encanto que tiene el dibujo al carbón en el que el negro de la tiza destaca trazo a trazo lo oculto de lo blanco. Aquello que estaba allí en ese pedazo de inmaculado papel –ahora en esa página blanca de una pantalla- y que buscaba la habilidad del artista para salir de la prisión que lo mantenía oculto, para salir del limbo que lo hacía inasible, para darle vida y forma a aquello que manteníamos escondido.

    Con el tiempo, al igual que me pasó con Carlos he dejado atrás a ese hombre de los relatos y he conocido a ese otro hombre, mucho más rico y esplendoroso. He conocido al hombre picapiedra que con su trabajo metódico y cotidiano arma de manera bella e inteligente, ese rompecabezas que es el ser humano.

    Al hombre que siempre tiene una palabra para todos, críticamente apabullante en algunos casos, seductoramente halagadora en otros. Al hombre que ha logrado amalgamar ese conglomerado peculiar que somos los tertulianos.

    Sé que es paradójico decir que al primer amigo que tuve y con el que tengo más de cuatro décadas de amistad y que por azares del destino también comparto una misma preferencia, no me muestre por completo y le oculte mi otro lado de la luna en cuanto a los detalles. Ese otro lado que ya miles de desconocidos y otros no tanto ya conocen. Es un placer compartir esas dos partes, con el que es hoy mi gran amigo y compañero de toda una vida.

    La verdad es que me siento encantado en poder tener ese rincón secreto al igual que mantengo ese otro lugar recóndito que es mi intimidad cotidiana. Pocos conocen esas dos partes, y estoy seguro que eso le sucede a muchos.

    ¿A poco no es delicioso poder decir con total libertad lo que nos encanta del varón, sin cortapisas ni censura de ninguna clase? ¿No es profundamente asombroso descubrir similitudes con otros varones de otros rincones del orbe? ¿No resulta sorprendente enterarse de tantas formas de amar y de gozar que uno desconocía? ¿A poco no resulta maravilloso descubrir en uno mismo formas de expresar, sentir y actuar que desconocíamos?
    Todo lo que aquí se ha dicho y se dice, no ha hecho más ensanchar enormemente mis límites de tolerancia con otros lo cual ha conducido a un profundo respeto y a dejar de juzgar.

    Finalmente me pregunto, ¿que pasará cuando toda esa intimidad no tenga ninguna barrera para expresarse? ¿Llegará el día que eso suceda?

    ¿Quien lo sabe? Pero lo pronto sólo digo, gracias por este espacio Don Franco, gracias por su presencia tertulianos.

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  12. Don Daniel

    Eres un hombre increíble. Nunca dejas de sorprenderme de manera grata, y otras no tan gratas. (¡Que no me olvido de la violación de los 400 negros en ese famoso guión turkiwoodiano! Cabrón!!!…jajaja). Si soy rencoroso.

    Hablando en serio, una de las cosas que me gustan en esta tertulia es la forma tan amena en que se puede abordar y abundar sobre un tema, la forma tan placentera en que se buscan y se escarban las posibilidades que tiene un argumento. La forma tan gozosamente animal de disfrutar de un hombre, las formas tan bellas de amarlo. Y tú querido Daniel, tienes un singular estilo para decirlo y del cual es difícil sustraerse.

    Conmovedora la historia de Zezé…gracias por asociarla con el relato. Yo no tuve una planta de naranja lima que me hablara, pero extrañamente me sentí protegido durante toda mi infancia a pesar de las vicisitudes que tuve que afrontar. Trato de encontrar la razón de ello, y sólo me queda como respuesta el que siempre de manera innata me escuché. Después perdí el contacto conmigo mismo y el ego me dominó… y sufrí. Reencontré el camino cuando me volví a escuchar y a creer en mí.

    Abrazo con aroma de flor de naranjo Don Daniel.

    Ps. Qué difícil es desprenderse de las imágenes, lo digo pues me resulta difícil asociarte con este nombre que tiene un sabor un tanto cuanto lampiño.

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  13. Don Franco

    También tengo una pregunta derivada de la lectura de ese relato tan íntimo de tu primer amor. Bueno en realidad tengo tantas, que parecería un interrogatorio de la Gestapo.

    ¿Qué fue lo que mató ese amor tan perdido que tuviste por Jorge? ¿Cómo te explicas el que no haya quedado nada en ti de ese sentimiento? ¿Crees que hasta la fecha Jorge nunca supo de ese amor tuyo o no quiso darse por enterado?

    Abrazo

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