El Palacio Aráoz III


Capítulo III – Mi compañero de cuarto

... Allí estaban esos dos pezones tan tentadores...

El horario del almuerzo reunía a casi todo el personal de servicio de la casa. Yo me senté al lado de Hipólito, que estaba de lo más almibarado con su deseada Cecilia. Me dio gracia, estaban como dos tortolitos y cada tanto Hipólito me miraba y me hacía un guiño de complicidad.
Pronto llegaron Marcelo y su padre Vicente, Ramón, cuatro mucamas más, y entablamos una cordial charla. Llegó también Paco, que seguía perturbándome con su mirada. ¡Cómo me atraía ese hombre! Como era su costumbre, se había aseado para almorzar y llevaba una camisa de mangas cortas muy suelta y abierta, mostrando una vez más su electrizante y velludo pecho.
Desde un extremo de la mesa se sintió una voz:
-¡Eh!, ¡El chico nuevo! ¿Cómo te llamás?
Miré hacia donde provenía la voz. De un grupo de cinco hombres, uno estaba alzando su vaso como invitando un brindis. Le respondí a viva voz:
-Me llamo Fermín, Fermín Gómez.
-¡Bienvenido, Fermín! ¡Propongo un brindis por el nuevo integrante de esta familia de trabajadores!
Todos levantaron sus vasos, y brindaron entre risas y comentarios sobre mi persona. Bueno. Tan mal no estaba la cosa. Reinaldo estaba ausente, con lo cual se había ahorrado el esfuerzo de ser amable, pensé. Volví a mirar al hombre que había propuesto el brindis. Llevaba camisa blanca con una corbata azul marino, era muy varonil, rasurado con pulcritud, y tendría unos cuarenta años.
-¿Quién es? – pregunté por lo bajo a Hipólito que cuchicheaba y reía junto a Cecilia.
-Es Leandro, uno de los dos choferes del Doctor.
Lo miré y le devolví la persistente sonrisa que me enviaba.
-Aquellos cinco trabajan en los garages. No duermen en la casa. Todos viven con sus familias. Nicolás, el pelirrojo, es mecánico. El gallego Manolito es el otro chofer, y los dos más jóvenes son los ayudantes: Basilio, el de la cara de niño, y Rolo, el de barba. Y todavía no conocés a Germán, el camarero personal del Doctor. Ahora mismo le está sirviendo el almuerzo.
Paco, sentado cerca de nosotros, iba siguiendo la conversación con su mirada. Sus manos, muy varoniles, grandes y toscas, se movían con una delicadeza no correspondiente a su apariencia. Entonces se dirigió a mí preguntándome de dónde era. Así que yo hablé de mi breve historia en el campo y algo de mi vida para todos los que quisieron interesarse. Paco siguió muy atento mis palabras y respondía con expresivos gestos. Debo admitir que todo lo que iba diciendo, iba dirigido a él más que a ningún otro, pues sentía que poco a poco la personalidad de Paco me envolvía cada vez más.
Después del almuerzo teníamos un descanso de dos horas y el turno vespertino se iniciaba a las 16. Con Hipólito nos retiramos a nuestro cuarto, Paco nos acompañó hasta llegar a su habitación, contigua a la nuestra y cuando él me dijo hasta luego, fijando seriamente su vista en la mía, no pude decir nada y sólo me animé a responder con una inclinación de cabeza, metiéndome rápidamente al cuarto como un estúpido. Cuando estuve solo con Hipólito, nos dejamos caer en nuestras respectivas camas.
-¿Cómo te fue ayer con Cecilia? – le pregunté después de un largo silencio.
-Uy, esa mina me pone a mil. ¿Viste las tetas que tiene?
-Sí, se pueden ver desde lejos – reímos – ¿Pero, pasó algo anoche?
-Si querés saberlo, cuando regresamos estuvimos como una hora en la entrada, pero ¡Nada!, al final, se hizo la interesante, o no sé qué, y yo me quedé como un horno. Es medio histérica.... pero... la verdad es que me tiene loco.
-O sea que ¿nada?
-Nada.
-En el campo tenemos un dicho: "Esa paisana calienta la pava pero no se toma el mate".
Riendo, Hipólito se puso más cómodo y se quitó la camisa y los pantalones. Yo hice lo mismo y cerré las cortinas para evitar el resplandor de la tarde.
-Te confieso que Cecilia me tiene un poco enamorado.
-Ya lo sé. Y me alegro.
-Sí, es puro corazón. Pero... me tiene tan caliente. Anoche estuvimos a los besos, abrazos... le metí una mano por el escote... después por debajo de la pollera... no sabés como estaba yo: ¡totalmente al palo! Ella me apartaba las manos en cada uno de mis avances. Que no, me decía, que hoy no me siento del todo bien, ya sabés, cosas de mujeres... Pero, Fermín, yo ya estaba tan duro, que la pija se me salía por encima del pantalón.
Yo lo escuchaba, y me imaginaba toda la escena, ciertamente acalorado y no por el clima. De nuevo me estaba excitando. La paja de la ducha, apenas me había calmado momentáneamente. Hipólito estaba a medio metro de mí, semidesnudo, su cuerpo moreno era una maravilla. Con un brazo debajo de la cabeza, me ofrecía la vista de su axila poblada de una mata arremolinada de pelos negros.
-Vos me entendés. Seguro que tuviste una novia – me dijo, sin dejar de mirar al techo.
-No, nunca tuve.
-¿No? Qué raro. Feo no sos, tenés tu buena pinta. Y con ese cuerpo, lleno de músculos que seguramente hiciste en los trabajos del campo. Sos alto, buen lomo, las minas se mueren por un tipo como vos.
-¿Te parece?
-No me jodas, que más de una tendrás enamorada por ahí. Yo tuve varias. Y no soy tan pintón como vos. Pero a la que más quise es a Cecilia. De todas. Es la que me quita el sueño. Y.... ¡joder!, anoche... estaba a punto de cogérmela.... ahí mismo, si hasta me metió la mano por la bragueta, y me la sobaba por encima del calzoncillo.
-¿Sí? Contame...
-Me abrió el pantalón, metió toda la mano, y me agarró la pija con fuerza. Yo sentí que me desmayaba. Le abrí un botón de la blusa y le bajé el corpiño. ¡Ah! Qué maravilla, una de sus tetazas quedó al aire...tendrías que ver esos pezones gordos, enormes...
"Como los tuyos", me decía para mis adentros, y mientras lo escuchaba, podía observar como Hipólito se llevaba una mano a su paquete y se lo frotaba con la vista perdida en su recuerdo con Cecilia. Me puso loco ver como algunos de sus pelos púbicos salían por arriba de su elástico.
-Yo no daba abasto para chupar esa enormidad de teta. Ella me frotó de arriba a abajo, primero muy despacio... y acelerando después. ¡Qué arte!, se ve que esa mina está muerta conmigo... y...
-Y además, le gusta la pija...
-¡Fermín! Te hacía más serio…
-No seas boludo, Hipólito – dije riendo y mirando disimulado su enorme bulto.
-Pero sí.... exactamente, es evidente que le encanta la pija. Si vieras como me la frotaba.
Y yo podía imaginar muy bien todo, porque él mismo se estaba frotando la verga de una manera atrapante. Estaba rememorando el episodio con Cecilia, y seguramente, su mano se movía instintivamente de la misma manera que lo había hecho ella anoche.
-¡Uy!, disculpame, sin querer me estoy pajeando... es que quedé tan caliente...
-¿Y qué problema hay?
-¿No te jode?
-De ninguna manera. Además, si quedaste caliente, lo más lógico es que te desahogues, así vas a estar más aliviado.
-Tenés razón – dijo Hipólito volviendo a tocarse el bulto – ¿Sabés?, vos me caés muy bien, Fermín. Es una suerte que estés aquí, tenía miedo de que el nuevo empleado que me pusieran en la habitación fuera un tarado. Uno nunca sabe. Pero por fortuna fuiste vos, y ahora veo que nos vamos a llevar muy bien.
-¿Estás muy caliente?
-¡Si!, mirá como estoy...
-¿Y qué esperás?, pajeate...
-¿Delante tuyo?
-Estamos entre hombres, y según creo, entre amigos, ¿no?
-Sí, pero...
-Si te da tanta vergüenza, me puedo pajear yo también, no hay problema...
-Como si fuéramos adolescentes... – me contestó con una risa nerviosa.
-Como si fuéramos…
-Hermanos, ¿no?
-Sí ¿quién no lo hizo alguna vez, amigos o hermanos? – y al decir esto, me bajé los calzoncillos y los tiré al piso, quedando desnudo ante Hipólito... - ¿No te animás ahora?
-¡Al carajo...! Claro que sí, ¡si no aguanto más...! – y entonces él también se quitó los calzoncillos. Y cuando tímidamente lo miré, pude apreciar un instrumento descomunal en su máxima erección. Mi pija estaba aún levantándose, pero cuando vi ese espectáculo, no tardó en cobrar vida, y latiendo acompasadamente, se endureció rápidamente.
Hipólito agarró fuertemente su miembro y empezó a masturbarse muy concentrado en su tarea. No me miraba, por lo que yo cada tanto podía darme el lujo de fijarme en él, cosa que me ponía en un estado de descontrol total. Pero ponía en mí todos los esfuerzos para quedarme en mi cama y no saltar sobre ese hombre tan encantadoramente atractivo.
Ahí estábamos los dos, bombeando a la par nuestras pijas para mi total asombro. Empecé a mirarlo mucho más, pues no me era fácil apartarle la mirada. Fue entonces cuando él también me miró fijándose directamente en mi pija. Inmediatamente apartó la vista, algo avergonzado, sin dejar de pajearse. Volvió a mirarme, esta vez a la cara, y me sonrió como pidiendo disculpas.
-No te preocupes, Hipólito. Podés mirar si querés.
-No, está bien. No vayas a pensar mal. Es que me preguntaba si tendrías buena pija, como me dijiste que no habías tenido novia...
Me detuve y tomé mi verga por la base, mostrándole especialmente la totalidad de mi tamaño.
-¿Qué pensás? ¿Te parece bien?
-¡A la mierda! ¡Es una verga muy respetable! – dijo, mientras los dos acelerábamos nuestros bombeos.
-Bueno, la tuya es aún más respetable, amigo. Pocas veces vi una tan grande. Debés romper todas las vaginas que cogés.
-Y a vos no te iría nada mal tampoco – decía, fijando ahora persistentemente su mirada en mi miembro que se agitaba en mis manos – si quisieras, podrías tener una larga fila de minas a tus pies, Fermín.
Seguimos pajeándonos en silencio, mientras nuestros ojos se posaban definitivamente ya sobre nuestras vergas cada vez más duras. Y fue entonces que comencé a intuir que la paja que se estaba haciendo Hipólito ya no se alimentaba del recuerdo de la noche con Cecilia. Podía sentir claramente que el motivo de su excitación había cambiado. ¿O era imaginación mía?
Se me ocurrió constatar eso, y audazmente decidí incorporarme y sentarme en el borde de la cama, para poder observarlo mejor. Mi mano seguía su trabajo implacablemente. A Hipólito le agradó mi cambio de postura, a juzgar por su creciente interés sobre mí. No eran ideas mías entonces.
-Es bueno desahogarse con una buena paja entre amigos, ¿no es cierto? – le dije con un tono muy especial.
-Sí. Genial
Su agitado pecho se me ofrecía a la vista y allí estaban esos dos pezones tan tentadores. No podía dejar de pensar en metérmelos en la boca. Hipólito cerraba los ojos cada tanto, mordiéndose los labios, o sacando levemente la lengua afuera. Pero volvía a mirarme sin perderse detalle alguno de mis gestos, de mi cuerpo o de la manera en que yo trabajaba sobre mi falo erguido. Por fin, mi voz salió diciendo algo que ni yo mismo pude creer:
-Es mejor cuando otro te masturba.
-¿Qué decís?
-¿No querés que te ayude? Va a ser más placentero si dejás que yo te pajee.
-Pero...
Sin esperar a que él terminara de contestarme, y aprovechando su instante de duda, extendí mi mano tímidamente, lentamente, hasta encontrar su propia mano que se afirmaba fuertemente a su pija. Él, temblando por un temor desconocido, se detuvo, retiró su mano, cediéndome el privilegio de tomar toda su verga cuán grande era. Y yo, sin dejar de sostener la mía, me aferré a ese mástil mojado con el mayor placer del mundo.
-Fermín... yo.... mirá, creo que te confundís. A mí la onda con los tipos, para nada...
-Shhh.... no digas nada. Esto no tiene que ver con eso. Es sólo una paja. Sé cómo hacerlo. Entre hombres es lo más común del mundo. Es algo que pasa mucho en el campo ¿entendés?
-¿En serio? Bueno, pero... me parece que no está bien...
-Nadie tiene porqué enterarse. Tampoco vos tenés que retribuirme nada si no querés. ¡Pero no me digas que no te gusta esto! – le decía mientras ponía todo mi empeño en masturbar esa maravillosa pija.
-¿Gustarme? ¡Es sensacional, lo hacés muy bien!
-Entonces disfrutá y no digas nada. Podés cerrar los ojos e imaginarte que esta es la mano de Cecilia.
Entonces él me miró seriamente y con toda la dulzura del mundo me contestó:
-No. No hace falta. Vos lo hacés mejor que Cecilia...
Fue así que mi mano dio rienda suelta a su tarea y sentí toda la vibración exquisita de ese aparato singular. Mis dedos bajaban hasta la frondosa mata de pelos y volvían a subir enmarcando el glande con el prepucio. Hipólito se echó hacia atrás y empezó a gemir suavemente. Desde ahí me miraba sin perder detalle de mi propia paja. Sus manos habían quedado inertes a los costados de su cuerpo, y la izquierda había caído involuntariamente sobre mi muslo. Entonces sentí que su mano empezaba a deslizarse lentamente hacia mí y poco a poco iba avanzando hacia mi entrepierna. Yo estaba loco de excitación. Por un momento dejé mi pija, y sin dejar de masturbarlo dirigí mi mano libre a uno de sus pezones. Hipólito gimió y me miró asombrado. Callado, le indiqué con la mirada que no temiera, y empecé a acariciarle las tetas. Eso lo volvió loco, y su mano que seguía avanzando por mi muslo, llegó pronto a tocar mis huevos. Los tomó cuidadosamente, como tanteando y probando el nuevo contacto, y de ahí pasó directamente a mi pija. Sorprendido, me desbordó la excitación cuando Hipólito retomó la paja que yo había dejado. Fue cuando él también se sentó en el borde de la cama y quedamos los dos sentados frente a frente. Con una mano seguía bombeándome y con la otra me agarró de las bolas, amasándolas enérgicamente. Yo hice lo mismo, y así estuvimos largo tiempo sintiendo como el ritmo se nos aceleraba naturalmente, ebrios de placer, de excitación y sin dejar de movernos en grandes contracciones.

Me agarró las bolas, amasándolas enérgicamente...
Cuando percibí que él estaría por darme su semen, me incliné y rápidamente me metí uno de sus pezones en la boca. ¡Por fin!, qué manjar era tenerlo entre mis labios, jugar con él, mordisquearlo un poco, pasarle la lengua por toda la aureola, sentir cómo iba endureciéndose... Hipólito cerró los ojos, y se dejó llevar sin ánimos de controlarse en ningún momento. Mi boca en sus tetillas habían dado el toque final, y entre largos gemidos, su magnífica verga me ofrendó unos cuatro o cinco chorros de esperma, saltando en un arco perfecto que fue a dar a mis muslos y a mi pija, mezclándose con su mano que no había dejado de bombear en ningún momento. Su descarga me excitó tanto que no pude controlarme más. Sentí el orgasmo en todo mi cuerpo y a mi turno cubrí su mano con una buena cantidad de semen caliente.
Casi naturalmente, y cuando dejamos de movernos, nos inclinamos uno sobre el otro dejando caer nuestras cabezas en el hombro del otro. Y así permanecimos unos minutos, reposando, hasta que nuestras respiraciones fueron volviendo al ritmo normal.
-Vos también me caés muy bien, Hipólito – dije finalmente en un hilo de voz.
Él llevó una mano a mi cabeza, me acarició la mejilla, luego el cuello, con un contacto tan tierno que nunca olvidaré. Volvió a decirme con infinita dulzura:
-Es una suerte que estés aquí.

        Continuará...

Comentarios

  1. Anónimo6/4/15, 2:54

    Qué bueno se pone esto cada vez! Pero esta ansiedad me devora y quiero más!!! jaja
    Abrazo grande
    Juanjo

    ResponderEliminar
  2. Jajajaa, Juanjo,
    insaciable!!! es un capítulo por semana. (demasiado culebrón todo junto provocaría estragos)
    Pero me alegro que te guste!
    Abrazo

    ResponderEliminar
  3. Dios, Dios... Es impresionante cómo una historia que ya se conoce vuelva a hacer temblar hormonas y neuronas como aquella primera vez... ¡Eres un master de las letras eróticas, Gaucho de Oro! ¿Qué te puedo decir que no te haya dicho ya? Es un placer indescriptible viajar a las escenas de este relato, sentir que uno las puede ver, oír... y hasta oler. ¡Carajo! ¡Cómo me hubiera gustado un trabajito en un lugar así, con hombres tan apasionadamente ardientes! Por el momento van tres; Hipólito, Reinaldo y Paco... ¿Cuántos más nos faltan? ¡Aquí los esperamos con una deliciosa ansiedad!

    ResponderEliminar
  4. Manu,
    no te tengo que contar mucho, pues ya sabés el final, jajaja...
    Pero bueno, vamos por el capítulo 3 y todavía a Fermín le falta conocer a varios compañeritos.

    Besos

    ResponderEliminar
  5. Anónimo7/4/15, 3:10

    Qué fino volver a leer uno de mis cuentos favoritos... soy Alex Salvin, viejo fanático de tus historias desde la época de todorelatos... Este y el de "Lo que sucedió con Papá" son por lejos los mejores... Abrazos desde Venezuela =)

    ResponderEliminar
  6. ¿Cuál final, Gaucho de Oro? Yo no sé nada, nadita de nada... Jejeje. Tal como te comenté, estoy leyendo esta serie con el mismo placer de la primera vez, si no es que más... Con esta serie entiendo perfecto a Enrique Iglesias: leer tus relatos, visualisar sus escenarios y disfrutar sus personajes, quehaceres y queveres... es una Experiencia Deliciosa (no precisamente "Religiosa", aunque también podría serlo porque yo aún no entiendo por qué la Lujuria es pecado... ¡aquí está visto que es una de las cosas más bellas del mundo!). Abrazos calurosos, mi querido Franco.

    ResponderEliminar
  7. Alex,
    Es un placer saludarte nuevamente, después de tanto tiempo. Gracias por tu mensaje privado, que me sorprendió al ver lo presente que tenías este relato, el nombre de sus personajes, sus distintos episodios, incluso notar las variantes y correcciones que introduje para su reedición. Increíble!!! Me causa mucha satisfacción saber que cuento con lectores como vos.
    Un gran saludo!

    Manu,
    Ay, lindo... todo lo que da placer y engorda, inevitablemente termina siendo pecado. Pero bueno, eso no implica que debamos desterrar el pecado de nuestras vidas. Y no, no se puede separar tan fácilmente algo que es inherente al ser humano. Encima, con estos pecados que hacen TAN BIEN!!!! por suerte, uno puede arrepentirse de todo antes de morirse, y, chán!, acceso asegurado y tranquilo al paraíso, no? Lo sé, lo sé, soy un hereje, me voy a ir derechito al infierno. Bueno, con tal de que ahí uno pueda seguir practicando la lujuria, sea.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

LO MÁS VISTO EN ESTE MES:

Miscelánea gráfica #111

Cada cuatro años

Sentir el latido