Por los caminos del té



Meses atrás entré, por esas cosas del zapping internéutico, a la página "Nosotros y los Baños", que vendría a ser una guía práctica y por cierto muy completa de los sitios cruising y de las teteras (tearooms) en varios puntos de la Argentina. Inmediatamente rememoré mis épocas de peregrinaje por los tantos y tan diversos baños públicos de mi ciudad cuando era un cultor casi adicto de aquellas teteras, un capítulo lejano que parece haber ocurrido hace décadas (bueno, en realidad ¡sí sucedió hace décadas!). La página está muy bien hecha y posee todo tipo de información acerca de lugares de levante (de ligue), códigos, horarios, recomendaciones útiles y advertencias para tener en cuenta, además de relatos y experiencias personales, etc., en fin, un lugar que en otras épocas habría sido para mí la panacea de mis consultas permanentes. Con una sonrisa, transité la página recordando, no sin cierta nostalgia, aquellos días de excitación y expectativas al momento de recorrer esos sórdidos antros de placer.
Cuando descubrí los baños públicos yo era un jovencito con las hormonas en permanente estado de ebullición. Mi primer contacto con otro hombre ocurrió, precisamente, en el baño público subterráneo del cine Gran Rex. La larga fila de mingitorios estaba desierta (esos baños son inmensos), y yo, inocentemente, había bajado a mear. Un tipo entró y se puso a unos metros de donde yo estaba. Pues bien, ¿quién me iba a decir que aquel hombre, de unos cuarenta años, con barba, bien parecido, que se había situado unos metros a mi izquierda, de pronto vendría hacía mí y estiraría su mano para tocarme la verga sin aviso alguno? Se me cortó la respiración, incrédulo de lo que estaba pasando. Mi ardor adolescente se desató de inmediato provocándome una oleada de excitación hasta el momento desconocida. Era la primera vez que alguien me la agarraba. Yo quedé extasiado, sin atinar a nada, y justo en el momento en que estaba a punto de derramarme (fueron muy pocos sacudones, sólo eso fue necesario), el tipo se arregló y salió raudamente. A duras penas pude ir rápidamente tras él, tal era mi estado de sorpresa, pero cuando salí al gran hall del cine, no había nadie, tampoco en la calle. Había desaparecido. Recorrí unos metros sobre la avenida Corrientes, pero nada. Quedé dando vueltas, desconcertado, y estaba tan caliente que me habría cogido un semáforo.
Pero algo había aprendido esa noche. En los baños había acción.




Sí, era tan jovencito como poco espabilado, pero no tanto como para empezar a inspeccionar todos los mingitorios de la región y darme cuenta de que allí se escondía todo un mundo listo para ser descubierto, con sus códigos, sus horarios, sus miserias, y también sus maravillas. Y entonces se desvelaron para mí verdaderos templos consagrados a la tan adictiva y peligrosa faena de las teteras. Digo peligrosa porque aquellos eran tiempos muy difíciles, años de dictadura militar, de controles y operativos policiales por doquier. Los homosexuales éramos perseguidos (algo que prevaleció bastantes años después del advenimiento de la democracia, hay que decirlo) y era muy frecuente caer presa de aquellos policías cazaputos. La "División moralidad", de la que una vez fui víctima y a la que debo mi única detención policial, era un chupadero de travestis, putas, putos y todo lo que fuera en contra de las "buenas costumbres urbanas". Allí pasé uno de los peores y más angustiantes días de mi juventud.
En ese clima, podría decirse que salir airoso de la contienda era casi un milagro, pero por otro lado, pienso que la situación de peligro agregaba una cierta adrenalina no poco interesante a los juegos sexuales tan buscados. Igualmente, más allá de que fueran épocas turbias, las teteras siempre tuvieron ese ingrediente aventurero gracias al peligro a ser descubierto.
Sin embargo, poco a poco me fui transformando en un experto y hábil tetero. Con una fina intuición, yo podía detectar al segundo de qué iba cada señor que entraba al baño. Había que saber captar el riesgo o la vía liberada, detectar la ocasión o descartar astutamente el intento.
La avenida Corrientes -en casi toda su extensión, y atravesando cinco barrios- era un verdadero catálogo de teteras en los ochentas. Antes de que Mc Donalds y Burger King llegaran a la Argentina, existía una cadena de fast-food similar y muy novedosa en Buenos Aires: los célebres Pumper-nic. Los baños de los Pumper eran conocidos por su constante actividad non sancta. Allí, depediendo un poco de los horarios, se podía hacer de todo o casi todo. El público era muy heterogéneo pero abundaban los hombres de portafolios, es decir, oficinistas, empleados públicos, bancarios, etc. Entrar a un baño de Pumper-nic era garantía de acción. Muchos de ellos tenían una antecámara donde estaban los lavabos y, separado por unas puertitas vaivén estaba el salón de la gloria.

Pumper-nic
(San Carlos de Bariloche)

Recuerdo el de Callao, al fondo del larguísimo salón, el de Uruguay, y, sobretodo, el mítico Pumper de la calle Suipacha, ¡podías estar horas ahí!. En todos estos lugares casi no había empleados trabajando en el salón comedor, por lo que el tránsito de gente no era muy tenido en cuenta. Antes tampoco era habitual el personal de seguridad así que había muy poca vigilancia.

El Pumper de Suipacha
(tendrían que poner una placa conmemorativa allí..!)

También estaban los Pumper de la Av. Callao y Santa Fe (inolvidable su baño del segundo piso), el de Santa Fe casi Uriburu, los de los barrios de Belgrano, Palermo, ¡tantos!. Uno en especial me viene a la memoria, el de Corrientes casi esquina Maipú, porque un día, estando en alerta en la fila de mingitorios (sólo 3), veo que de pronto todo el mundo se retira rápidamente. Eso pasaba cuando entraba algún policía, por ejemplo. Entonces me doy cuenta de que había entrado un empleado del Pumper, con su reconocible uniforme de trabajo. Ante una posibilidad de riesgo, mi regla era siempre permanecer con aire tranquilo para luego hacer una calma salida bien disimulada y no quedar demasiado en evidencia, así que me quedé un instante, justo al lado del empleado que casualmente se había puesto a mear al lado mío. No pasó mucho tiempo cuando me di cuenta de que el tipo me estaba mostrando una vergota ya dura como un palo. Me miró y me hizo una seña de que lo siguiera. Obedecí, el empleado miró para todos lados, cerciorándose de que sus propios compañeros no lo vieran, y abrió una puertita. Era un cuartito donde guardaban todos los utensilios de limpieza. Entramos y cerró con llave. La cojida fue breve pero memorable. Alguna vez volví a ese Pumper a encontrarme con el empleado, pero después de unas semanas, caí en la cuenta de que ya no trabajaba allí. Si lo habían despedido, pensé, el motivo fue muy obvio.













En la esquina de Uruguay y Corrientes había un local de la otra cadena de hamburguesas que competía con Pumper-nic: "Cheeburger", enfrente de otra tetera muy concurrida, la del bar El Foro. Ah...! eso ya era un descontrol. El baño quedaba arriba, subiendo unas escaleras muy "evidentes". Los mingitorios estaban después de un ante baño en un segundo recinto detrás de unas puertas siempre cerradas, ideal para darse cuenta cuando entraba alguien y tener tiempo de recomponer la situación para no ser sorprendido in fraganti. Ahí se formaban verdaderas orgías. Los tipos se ponían completamente en pelotas y salían de los reservados dispuestos a todo tipo de fiesta. 



En Buenos Aires, ciudad de bares y cafés, existían un sin número de teteras en distintos bares muy frecuentados. El Suárez, La Ópera, La Paz, El Foro, el bar de Corrientes y Pueyrredón en el mítico edificio de los setenta balcones (ahora un local deportivo, de donde me llevó detenido la policía al ponerme un señuelo que se me ofreció con su hermosa erección); y en la esquina de Corrientes y Libertad, ya inexistente, la confitería donde pasé momentos deliciosos. Allí, todo el tiempo entraba y salía gente del baño, por lo que era una de las teteras más famosas de la zona. Muy a menudo iba un trajeado cuarentón bellísimo, muy velludo, y que un día se presentó como Hernán. Muy seductor, un día me invitó a su casa, pero yo, temeroso por alguna razón, no acepté. Y siempre que me veía me preguntaba "¿por qué no querés venir conmigo?".
Especialmente memorable fue la última época del gobierno de Alfonsín, cuando, a raíz de una crisis energética en la que se dispusieron una serie de cortes de electricidad programados (y no tanto) para ahorrar energía, así que había apagones intermitentes todo el tiempo. Entonces, estando en una tetera, era frecuente quedar en completa oscuridad en el interior del baño. Pero nadie evacuaba el lugar. Todo lo contrario, los teteristas nos quedábamos allí y el apagón producía el efecto más erótico que uno se pudiera imaginar. Entonces estar a oscuras en esa situación era algo increíblemente excitante. Es de destacar que todo esto ocurrió mucho antes de que existiesen cuartos oscuros en Buenos Aires, pues todavía no había lugares abiertamente gay (salvo alguna sala de cine porno dirigida tímidamente al público gay). En esa época frecuenté mucho el baño del primer piso que había en el bar de Agüero y Santa Fe, verdadero e involuntario precursor del dark-room porteño.






Las pizzerías, muy populares y permanentemente llenas de gente, eran también grandes centros teteriles. La Banchero de Talcahuano, célebre pizzería creadora de la fugazza con queso, era de las más activas, con su baño mal iluminado y casi en penumbras. También estaba Serafín, y muchas otras antes y después de la 9 de Julio. En la zona de Pacífico (estación Palermo del ferrocarril San Martín) estaba la antigua Kentucky, y sobre Pueyrredón a una cuadra del subte estación Sta. Fe, había otra pizzería (antes de que Kentucky pusiera una sucursal) que a toda hora tenía un increíble movimiento en su pequeño baño del entrepiso, por nombrar algunos ejemplos de tantos.


Cuando volvía a casa, mi paso obligado por Chacarita para tomar el colectivo 90 o el tren del ferrocarril Urquiza, siempre me demoraba en un sistemático tour de teteras. A la cabeza: la pizzería Imperio. Cómo no la voy a recordar si allí tuve mi primer y real levante. A la vuelta, por Lacroze, existía una confitería contigua (hoy es un local de zapatillas deportivas) donde nunca había demasiada gente, sorprendentemente el baño tenía más concurrencia que sus mesas. El lugar era mucho más calmo que el Imperio, por lo que uno podía meterse allí después de alguna seña pertinente como diciendo "vamos a un lugar más tranquilo". Por Corrientes, en la otra esquina, estaba la tetera de la Santa María, otra pizzería, que tenía los baños en el primer piso, subiendo una escalerita al fondo. Y entre la Santa María y el Imperio, existía otra pizzería más que también cada tanto ofrecía servicio teteril, a pesar de los camareros que te miraban bastante mal cuando te dirigías a los baños del fondo. 

El Imperio, de Corrientes y Lacroze.

La zona de Chacarita, (Corrientes y Lacroze) por su gran afluencia de gente, era un gran centro de ligues. Los baños de la estación terminal del Urquiza funcionaban a toda hora, aunque, en lo personal, los baños de las estaciones de trenes (Retiro o Constitución, por ejemplo), me parecían ya demasiado sórdidos, sucios y olorosos como para disfrutar de algo, aunque, de todos modos, eran bienvenidos para algún avistaje efímero ya que siempre había hombres instalados eternamente sacudiéndose sus badajos.
Y si todo esto no era suficiente ¿a qué no saben?, cruzando la avenida había otros baños disponibles, ¡los del Cementerio! (sí, también tuve alguna experiencia allí)









Todos estos sitios tenían un movimiento constante y se acrecentaba más en las horas pico, cuando la gente salía de sus trabajos. Entonces empecé a preferir lugares que, aunque uno tuviera que esperar más tiempo, fueran mucho más tranquilos. Y para eso, las teteras ideales eran las de las galerías comerciales. Generalmente no estaban a la vista del público, por lo que había que entrar y buscar tras algún recoveco, escalera o entrepiso. ¡Pero el que busca encuentra!. Había galerías así sobre la calle Florida, sobre Corrientes, sobre Lavalle, y, por supuesto, sobre la avenida Santa Fe.
En Corrientes y Florida, había encontrado un baño solitario -sin vigilancia alguna- subiendo las escaleras internas de la galería que tenía entrada por las dos arterias. Segundo piso. Si bien había baños en todos los pisos, sólo había que quedarse en el del segundo, a veces esperando un rato largo, sí, pero era el que funcionaba. Asombrosamente, llegaban esporádicos e interesantes teteristas allí. Es que Buenos Aires ofrecía también ese tipo de teteras, ocultas, insospechadas, como si fueran sólo para entendidos, en el mismo circuito, además, que las teteras más populares.









Con el tiempo descubrí que en varias Facultades de la Universidad de Bs. As., también había acción. Estaban los baños del ¿sexto? piso de la Facultad de Medicina, los de la Facultad de Ciencias Económicas, los de la Facultad de Derecho, y los de la de Ingeniería, en San Temo, donde el público no sólo era universitario, sino de todo tipo. Cuando visitaba Medicina o Ciencias Económicas, nunca podía pasar de largo sin entrar en el bar de Junín y Córdoba, donde había un reservado estratégicamente situado con una excelente vista sobre los meaderos. Un agujerito socavado con exacto cálculo permitía captar todo lo que pasaba allí. 


En nuestro máximo coliseo, el gran Teatro Colón, del que fui siempre habitué sobre todo en mi época de estudiante cuando era entonces un constante concurrente del "gallinero" -es decir, el Paraíso, las localidades de pie más altas y más populares-, existió una larga era de teteras maravillosas en los baños de ese último piso, como así también de la Tertulia, que es el piso en cuyas localidades de pie sólo se admite tradicionalmente al público masculino (las mujeres van a Cazuela, disposición vigente desde tiempos coloniales en los teatros importantes de Buenos Aires). Los baños de caballeros del Colón, tal vez no tan concurridos en los entreactos, paradójicamente solían llenarse mientras los actos de las grandes óperas subían a escena en la gran sala (en los mingitorios, claro, otro tipo de actos se representaba).
En el Paraíso, cuando las funciones meritaban una gran concurrencia de público, también sucedían las cosas más inverosímiles cuando allí ya no cabía un alfiler, pues antes de que restringiera mucho más la venta de entradas de pie y de que pusieran iluminación en todo el sector, los pasillos del "gallinero" (colmado de público tanto masculino como fememino, ya que allí la restricción de género nunca se tuvo en cuenta) eran de una oscuridad absoluta. El resto de lo que pasaba allí se puede imaginar.




Cines, Centros comerciales (aún no había shoppings en Buenos Aires), estaciones de ómnibus, (la de Retiro, la de Once), pasajes subterráneos como los que cruzaban la avenida 9 de Julio por debajo del Obelisco, los baños del Zoológico, y del Jardín Botánico, algunas de las estaciones de subte, algunos baños soterrados milagrosamente habilitados en las plazas, todos esos baños, fueron en esa época una constante fuente de placeres cómplices y clandestinos de mi juventud.


Hace años que no frecuento teteras. A veces me toca alguna de pura casualidad, cuando algún tipito me mira con ganas de jugar un rato. Pero sonrío, y, secretamente feliz de saberme deseado, me retiro discretamente, ya sin el menor interés de "tomar el té".
Teteras de aquel Buenos Aires finisecular. No sé qué fue de ellas, no seguí su evolución (¿o involución?) desde aquellos años en que el sólo vaho del orín, o el desinfectante con aroma a lavanda, y el calor mal ventilado del recinto me producían un incontenible derrame de líquido pre seminal.
La mayoría de los sitios que nombré han desaparecido. Muchos otros nuevos sugieron, según puede verse en este mapa (hacer click aquí.) Al ver el plano de teteras de este link, el movimiento parece ser inmenso. No lo sé. Pero sí sé que, aunque la actividad siga, nunca remplazará la de aquellos años. Toda ella tenía, como dije antes, sus grandes miserias..., pero también sus inmensas maravillas.


Comentarios

  1. Enterarme de todo esto me trajo a la memoria, si no me falla, el título de una novela , creo, de Milan Kundera : La vida está en otra parte.
    De estas actividades conocía por lo que me contaron de lo que pasaba en los baños turcos. Bien propicios para ello, hombres desnudos y camarines; más no se necesitaba.
    Fabrice

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