Café Vellohomo

Café Vellohomo es aún para mí un asombro constante. Desde hace tiempo, el “Café”, tal como espontáneamente un día empezó a llamarse, surgió como punto de encuentro en la sección de comentarios de Vellohomo, es decir, en aquel primer blog de Vellohomo, hoy desaparecido. Ese encuentro diario entre hombres que compartieron semejantes o disímiles gustos, opiniones, alegrías y hasta algunos episodios subidos de tono, permaneció intacto desde que sus tertulianos -al igual que los que se reúnen alrededor de una mesa cotidiana de café- estrecharon este raro y perfecto vínculo que los hizo amigos y cómplices a la vez.

Entrañables protagonistas que dan de su sinceridad lo mejor, hacen de este sitio algo vivo, humano y menos virtual. El resultado es algo extraordinario, que generalmente no sucede en otras páginas similares. Como dijera un día Manuel SV:

“Este es un centro de reunión plagado de virilidad; bañado de testosterona y abrigado por frondosas pilosidades… aquí los fieles parroquianos encuentran otros seres de intereses similares, y juntos forman de una forma sofisticada el mejor foro para disfrutar de una forma cálida e íntima, sin importar edades ni distancias, los más ardientes deseos de cada uno de ellos; al inicio con la vista y al final con el alma y el corazón.”

Pero el Café no es un club privado, ni una cofradía cerrada. Café Vellohomo está abierto las 24 horas y todo visitante del blog puede ocupar ese sitio que le está reservado en la mesa para expresar lo que quiera. Siempre será escuchado con respeto. Dejar un comentario es atravesar las puertas del Café. Regresar para conocer la impresión dejada es no dejar de volver.

Uno de sus más entusiastas tertulianos, y a quien debo también la inestimable ayuda y estímulo para volver a reabrir el sitio físico de este café, Hairy4ever, escribió:

Unos Hombres. Un Café.

A diario, los pasos de la vida me transitan por cafés, casi siempre, anodinos; donde los hombres hablan de deporte, política… y mujeres. Claro. Varones criados para ser hombres, como el que más. Como yo.

Veo. Oigo. Pero, por alguna razón, nunca escucho. No me incumben. No me llegan. Como el café. Bebo, mas no saboreo. Algo -temperatura, acidez, textura, no sé- no me convence. No lo disfruto.

Un día, los pasos de la vida me llevan a una callecita. Una esquina. Un café. Nuevo. Ignoto. Tras los cristales, su dueño. Algo en él resulta familiar, mas no recuerdo... Curioso, entro. Suena la campanilla. Es grato, ya no hay campanillas en los cafés. Saludo. Me responden. Es grato, ya nadie saluda en los cafés.

Me acodo en la barra. El dueño, solícito, atiende mi comanda. Me sigue resultando familiar, pero no... Miro el local: limpio, ordenado. El sol, mórbido, tamiza sus ocres, beiges y marrones. Butacas y sofás de piel. Veladores de mármol. Sillas tonet. Cuadros. Fotos. Música. Libros. Todo escogido, nada al azar. Confortable. Acogedor. Masculino. Sin estridencias.

Y Hombres. Sólo Hombres. Sentados y en pie. Maduros y jóvenes; altos y bajos; delgados y recios; solteros y casados; abuelos, padres, hijos. Amigos. Charlan. Platican, pero distinto: de Sentimientos. Pareceres. Artes. Vida. Y de Hombres. Como ellos, muy Hombres, como quién más. Orgullosos de serlo. Como yo. Con hache mayúscula. Les oigo y, por vez primera, también les escucho.

Miro de nuevo al dueño. Mi memoria retorna. Ahora le ubico. Tiempo atrás, regentó una librería. Relatos era su nombre. Pocos, pero bellos textos. Ya recuerdo. ¿Quizás cerró? Lástima.

Trajina, prepara pedidos. Va. Viene. Perfeccionista. Ordenado. Gentil… Semblante satisfecho. Se gusta, sí. Mucho. Como su local. Mucho. Le deleita ser patrón. Deja fluir, pero marca el compás, lleva las riendas. Dirige. Me place.

Mi café, sorpresa, en su exacto punto. ¡Vaya!, ¿Cómo acertó mi gusto?. Saboreo. Calmo, mis sentidos paladean a esos Hombres. Uno a uno. Rudos, densos e intensos; refinados, suaves y tersos; largos y compactos; hirsutos y lampiños. Sereno, miro y admiro sus complexiones, colores, rasgos, texturas. Gestos y verbos. Masculinos. Espléndidos. Bellos. Viriles. Cultos. Todos Hombres. Únicos. Unos charlan y bromean. Otros, silentes, escuchan, plácidos. Todos se gustan. Mucho. Saben hablar. Discutir. Reír. Escuchar. Respetuosos. Me place su tertulia. Es grato, ya no hay tertulias en los cafés.

Caigo en cuenta: están desnudos. De cuerpo, mente y alma. Desinhibidos. Naturales. Y, cuando charlan, se abrazan, besan, aprecian, miman y aman entre sí. Unos a otros. Sin pudor, complejo, prejuicio o tabú. Sin dejar de ser Hombres. Muy Hombres. Es grato. Ya nadie se ama en los cafés.

Poco a poco, despojo mis ropajes, mente y alma. Una a una. Libre. Cómodo. El dueño sonríe. Todos sonríen. Y yo. Ofrecen silla. Acudo. Abrazos, besos, mimos. Afecto. Es, ya, mi tertulia. Son, ya, mis Hombres. Es grato. Ya no hay Hombres en los cafés… salvo en uno…




Comentarios

  1. Hola Franco Espero te encuentres bien. Hace tiempo que no me comunico contigo. Te mando un beso grande.

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  2. la historia esta muy buena y esta escrita con mucha clase sin quitarle el erotismo clasico de la cultura gay

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  3. El café un lugar insustituible para la tertulia, lugar de encuentro grato con tu pareja, amigos etc
    Saludos Franco
    Alejandro

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  4. Gracias, un espacio de encuentro, patagónico

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  5. Qué escrito hermoso.

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  6. Como hago para abrir las publicaciones anteriores. Si alguien sabe por favor pido que me digan.
    Me encanta este blog.

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  7. Estimado Franco.
    Muchas veces he caminado por la calle Santa Fé, en Buenos Aires, y he tenido más de un encuentro inolvidable. Pero cuando camino por allí, miro siempre los cafės qué hay en sus esquinas. Tienen algo que vá más allá de sus aromas.
    Invitan al encuentro.
    Cuando conocí este café, virtual por cierto, me animé a entrar y a compartir la mesa. Sin tapujos, sin ropas, sin misterios, como nunca imaginé que existiría algo así.
    Y es por eso que cada vez que puedo me tomo un cafecito con ustedes, y charlo de esas cosas que no se pueden hablar en otro lado.
    Qué buena esta tu idea.
    Te felicito y te aliento para que no te canses de seguirlo.
    Es sanable, tranquilo, honesto y también estético.
    No se si leerás estas palabras, pero me siento bien en escribirlas.
    Un abrazo
    El entrerriano.

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