El cuentito de fin de mes
-- Manos --
Mi cuñado es kinesiólogo.
Hacía un tiempo ya que le había pedido una
sesión de masajes porque estaba sintiendo mucha tensión en la espalda, pero
inexplicablemente, él dilataba el encuentro, posponiendo la cita una y otra
vez. Incluso, me llegó a decir que no tenía tiempo y me derivó con un colega
suyo, cosa que no acepté, naturalmente, pues sabía, a través de varias personas
y entre ellas, obviamente, mi propia hermana, que Ramiro poseía una técnica
asombrosa para las contracturas acumuladas por del trabajo, el cansancio, el estrés
cotidiano, y todas estas dolencias tan comunes a los cuarenta. Es curioso,
siempre bromeábamos entre nosotros con que yo era un cuñado pesado y el colmo
de lo terco, pues bien, me dije, echemos mano de mi fama de hombre porfiado. En
vez de llamar a su asistente, marqué su número personal.
-Hola, Ramiro, habla tu cuñado. El pesado.
-¿Cómo estás?
-Ramiro, no entiendo por qué no me das
bola.
-¿Cómo decís?
-Sí, hace meses que vengo persiguiéndote
para que me des un turno. Tengo mucha tensión en mi cuello y necesito que me
hagas un buen masaje.
-Disculpame, es que...
-No aceptaré negativas esta vez. Siempre
me dijiste que ante cualquier problema que tuviera, no dudara en llamarte.
¿Entonces?
-Creeme que fue imposible atenderte de tan
ocupado que estoy, además pensé que...
-Pensaste que lo mío no era urgente. Sí,
claro, tenés razón, no lo es, pero no quería consultar con otro especialista
sabiendo que tus masajes son formidables.
Ramiro hizo un silencio, y yo pude casi
adivinar su sonrisa.
-Está bien, cuñado, pero va a tener que
ser para la semana que viene, pues...
-¿Qué? ¿No tenés un turno antes?
-Lo siento, yo...
-Es que la semana que viene tengo que
viajar, y no quisiera esperar, me quedaría más tranquilo si pudiéramos vernos
antes de mi partida.
-Comprendo. Bueno, a ver... mirá, lo que
se me ocurre es que te vengas después de hora, mañana, cuando termino con mi
último paciente, a eso de las ocho. ¿es muy tarde?
-No, es perfecto, allí estaré. ¿Pero no es
una molestia para vos?
-Claro que sí, pero es mejor eso que
seguir soportando tus hostigamientos.
-Bueno, ya sabés que soy el pesado de la
familia.
-Eso sí, después intercedé con tu hermana
a favor mío, porque no admite que llegue tarde para la cena - rió Ramiro.
-No te preocupes, de eso me encargo yo.
-Mentira, no te creo.
-Seré pesado pero no mentiroso, no me
ofendas.
-Okey, okey, te espero entonces.
Al día siguiente, me levanté con mi sesión
de masajes dando vueltas en la cabeza. Estaba un poco nervioso. Yo no tenía
mucho trato con mi cuñado, salvo las amables e intrascendentes conversaciones
de rigor que se daban en las reuniones familiares. Y estuve todo el día
pensando en cómo iba a ser esa experiencia.
De tanto pensar en eso, me di cuenta de pronto
que nunca le había prestado atención a Ramiro. Seguramente porque no se había
dado la oportunidad de conocernos mejor. También era evidente que ninguno de
los dos había propiciado esa posibilidad. Después de cinco años de conocerlo,
ahora me daba cuenta que ese llamado telefónico me había hecho pensar en él,
más de lo que hubiera pensado. Por un momento imaginé sus manos sobre mi cuerpo
desnudo y un escalofrío recorrió mi cuerpo y llegó a estremecer mis genitales.
Por aquel tiempo Ramiro tendría unos
treinta y seis años. Nunca había notado nada especial en su aspecto físico. Era
alto, bien proporcionado, de abundante pelo oscuro y cuidada barba. Siempre
estaba impecable, vestía admirablemente y cuidaba mucho de su imagen. Usaba
anteojos permanentemente. Yo siempre lo fastidiaba cuando, bromeando, le decía que con esa pinta parecía
un arqueólogo, pero lo cierto es que las gafas le daban un aspecto interesante
y resaltaban perfectamente su personalidad tímida e introspectiva.
Aquel día había sido bastante agotador,
por lo que cuando finalmente salí de la oficina, ya no pensaba en otra cosa que
en mi sesión de masajes con Ramiro. Me abrió la puerta su asistente y me invitó
amablemente a pasar. Esperé unos diez minutos, quince, veinte. La asistente debió
haberme visto un poco impaciente porque desde su escritorio bajó sus gafas
deslizándolas por su nariz a tiempo que me alcanzaba con su vista.
-El doctor lo atenderá en un momento,
señor.
Le agradecí con una inclinación de cabeza.
Por fin se abrió la puerta del consultorio. Salió un joven rubio de unos veinte
años. Me fijé especialmente en él, porque era muy atractivo. Tenía un cuerpo
envidiable de definidos músculos y vellos rubios que se aventuraban más allá de
sus ropas un poco desordenadas. Me divirtió su aspecto, desprolijo y descarado,
como si se hubiera tenido que vestir muy de prisa. Seguí observándolo mientras
arreglaba con la secretaria su próxima visita. Después, cuando el rubio
paciente cerró la puerta tras de sí, la secretaria tomó sus cosas y por el
intercomunicador habló con Ramiro.
-Doctor, yo ya me voy. Aquí lo espera su
cuñado.
-Sí, que pase, por favor. Hasta mañana,
Celia.
-Hasta mañana, doctor - dijo, poniéndose
un saco, volviéndose a mí mientras salía - ya puede pasar, señor.
Entré al consultorio y vi a Ramiro detrás
del escritorio escribiendo unas notas.
-Hola, Ramiro.
-¿Cómo estás? Pasá, pasá, ya estoy con
vos.
Cuando terminó de escribir, dejó
prolijamente sus cosas acomodadas en el escritorio y fue a lavarse las manos.
Lo hizo cuidadosa y parsimoniosamente, frotando y repasando el jabón una y otra
vez entre palmas y dedos. Sus manos eran grandes y blancas. Las secó
minuciosamente, sin prestarme atención.
-¿Mucho trabajo hoy? - dije después de un
rato de silencio.
-Sí.
Otro silencio. Cuando empecé a incomodarme
intenté hablar de algo.
-Ese muchacho que salió recién, ¿también
necesitaba masajes?
-Sí, claro- dijo sin mirarme, mientras se
secaba las manos.
-¿Tan joven?
-Sí, son los peores.
-¿Cómo es eso?
-Están todo el día con las computadoras,
los jóvenes tienen muy mala postura, siempre sufren de dolores en las manos, brazos,
en los hombros...
-No pensé que un muchacho con ese físico
envidiable, necesitara este tipo de sesiones.
Sonriendo vino hacia mí.
-¿Por qué te llamó tanto la atención?
Me sentí un poco descubierto y respondí
con evasivas. Me di cuenta entonces, que era la primera vez que estaba a solas
con mi cuñado. Su mirada parecía indagarme cuando intenté justificar tontamente
que el rubio me había llamado mucho la atención. Enseguida él percibió mi
incomodidad, y hasta sentí que se regodeaba con eso. Pero siguió con las
preguntas de rutina que me hicieron sentir cierto alivio, y respondí acerca de
mi alimentación, hábitos corporales, si hacía o no gimnasia, si seguía sin
fumar, en fin. Después de que había anotado todos esos datos y otros en su
cuaderno, se levantó del escritorio y me sonrió.
-Bueno, vamos a verte un poco.
Sin saber por qué, temblé con sus
palabras, pero enseguida me levanté y lo miré expectante.
-Por aquí. - me dijo, indicándome la
camilla - Dejá el saco en el perchero, desajustá la corbata y sentate en la
camilla.
Obedecí, un poco nervioso. Qué tontería,
pensé, insistí tanto para venir aquí y ahora me pongo nervioso. Se puso detrás
de mí y empezó a auscultarme. Al sentir sus manos en mis hombros, empecé a
relajarme instantáneamente sintiendo un placer sedativo y calmo. Él me
preguntaba por la familia, mis cosas, el trabajo. Lo hacía como parte de su rutina
profesional, no porque le interesaran mis respuestas. Al menos eso me parecía
percibir. Bajo esas presiones tan sutiles y a la vez tan firmes, yo apenas
podía balbucear algunas contestaciones al tradicional interrogatorio. Sus manos
empezaron a hacer más presión y por momentos permanecía en silencio, como
pensando la estrategia a seguir ante lo que iba descubriendo al tacto. Yo dejé
de hablar y entrecerré los ojos. Sus manos descendieron por el camino de mi
columna vertebral, inspeccionando cada tramo. Cuando llegó a la zona lumbar, mi
placer fue casi completo. Cuando ya me sentía en el quinto cielo, él terminó la
revisación.
-No tenés nada grave. Simplemente algunas
contracturas sin mucha importancia.
-Ahá.
-Podés ir tranquilo.
-¿Y...?
-¿Y qué?
-¿Y esto es todo?
-Sí.
-Ah, no..., pensé que al menos me darías
un masaje. Mis contracturas podrán ser leves, pero a mi espalda la sigo
sintiendo tensa. Y el cuello, no te digo. ¿Me vas a dejar así?
Mientras hablaba, Ramiro esquivaba mi
mirada, echando alguna ojeada al reloj de la pared. Pero finalmente levantó su
vista hacia mí y se puso un poco más
serio. Por un momento permaneció así, como si tuviera que decidir qué hacer.
Luego sonrió y me dio unas palmaditas en el muslo.
-Olvidaba que sos mi cuñado pesado.
-Eso, por lo menos, tendría que meritar un
tratamiento algo más especial ¿no?
-Es verdad. De mis tres cuñados, sos el
más especial.
-No sé si ponerme contento por eso.
-Vos sabrás.
-Demasiadas evasivas, doctor Ramiro. ¿En
qué queda mi masaje?
-Está bien. Voy a darte un masaje.
-¿Completo?
Ramiro, extrañado, abrió los ojos,
conteniendo la risa.
-Ya veremos con qué me encuentro. Quitate
todo, quedate sólo en ropa interior y recostate en la camilla.
Empecé a desabrocharme los botones de la
camisa y miré a Ramiro más atentamente, aprovechando que él no lo notaba, pues
estaba acomodando algunas cosas en su escritorio. No podía decir que era un
hombre bello, pero de ninguna manera tampoco era feo. Mientras me desnudaba
-tal vez por eso mismo- comenzaba a descubrir en él un atractivo que me llenó
de interés. Su impecable delantal blanco le llegaba al comienzo de sus muslos.
No llevaba nada puesto debajo de él. El escote en V, sobre la piel, dejaba ver
el comienzo de su pecho blanco y joven, apenas engalanado con un vello muy fino.
Dos firmes pezones se le marcaban en la tela del delantal. Eran dos deliciosas
puntas que invitaban al tacto casi inevitablemente. ¡Cielos! ¿Cómo es que nunca
me había fijado antes en ese hombre? y lo más curioso ¿por qué justo en ese
momento empezaba a despertar toda mi atención? Miré sus dedos ágiles apilando
unos papeles y manipulando distintos objetos. Pronto estarían tocándome. Me
intranquilicé. Me sentí perturbado por una súbita excitación. Entonces
comprendí que él ejercía en mí un atractivo cada vez mayor. Sentí un poco de
miedo. Se trataba del marido de mi hermana. De mi hermano político. Me asombré de
mí mismo e intenté reprimir el deseo que, inexorablemente, ya me había invadido
todo.
Al sentarme en la camilla, observé que
Ramiro venía hacia mí.
-¿Listo?
-Listo.
-Muy bien, ahora recostate boca abajo,
brazos a los costados, respirá con tranquilidad, e intentá relajarte lo más
posible.
¿Relajarme? no sabía cómo iba a hacer eso,
ansioso como estaba de sentir esas calientes manos sobre mí. Pero obedecí como
si fuera su esclavo.
Cuando apoyó sus manos no pude dejar de soltar
un "ah" de placer. Ramiro respondió a esto con mayor fimeza. Sus manos
comenzaron por recorrer todas mis vértebras. Una por una, comenzando con las
cervicales. Enseguida sentí el abandono total de mis fuerzas y una plenitud muy
especial al sentirme entregado a sus cuidados. En algunos sectores sentía dolor.
Ramiro llevaba al límite esos umbrales, pero después, al aflojar su dedos, el
efecto era tan placentero que me abandoné totalmente confiado.
-Ramiro, qué bien que lo hacés..., siento
como si me estuvieras abriendo todo.
-¿Sí? Todavía no cantes victoria. Esperá a
ver lo que sigue.
-Eso me suena un poco a amenaza.
-Algo de eso hay - dijo sonriendo.
-Sólo te pido que tengas piedad de mí, del
pesado de tu cuñado, que en realidad, nunca quiso ser pesado, es que...
-Silencio, silencio. Ahora estás en mis
manos.
Y esas palabras causaron sobre mí un
efecto tremendo, y desde ese momento sentí que cada cosa que hacía, cada toque,
cada presión de sus dedos, repercutían invariablemente en mi zona púbica. "Ahora
estás en mis manos" ¡Oh, Dios!, espero que no se me vaya a parar..., pensé
asustado.
Ramiro abría y deshacía mis nudos con la
destreza milagrosa de un mago. Por momentos hacía una presión dura e
insoportable, y al segundo, como por lógico contraste, pasaba por la zona suave,
casi tiernamente, pero sin dejar de ser firme y preciso. Luego de las cervicales
se dedicó a masajear detenidamente mis hombros, el sector de los omóplatos, para
proseguir por todo el centro de mi espalda.
Estaba a un costado de la camilla. A veces
rozaba mi brazo izquierdo con sus muslos. Yo luchaba por quedarme quieto teniendo
cuidado de no tocar mucho sus piernas. Pero era encantador sentir a aquel
hombre tocarme así, y rozar cada tanto esas piernas que iban y venían.
Por fin, llegó a la zona lumbar. Mi
respiración se entrecortó cuando sentí sus manos en mi cintura. Estaban tan
calientes...
Iban recorriendo desde el centro hacia los
flancos, hasta casi doblar y meterse por debajo, como buscando mi ombligo. Pensé
que iba a morir de estremecimiento, y más cuando escuché su voz.
-Voy a bajarte un poco el bóxer.
-¿El bóxer?
-¿Te molesta que lo haga?
-No, no, claro que no.
-Sólo serán unos centímetros más abajo.
-Está bien.
-¿Siempre lo llevás tan ajustado?
-No sé, no me di cuenta de que está
ajustado.
-Deberías usar algo más holgado. Yo
siempre uso un número más grande.
Imaginé a Ramiro en calzoncillos y sentí
un oleaje movilizador dentro de mí. Él tomó el elástico de mi bóxer y lo
deslizó, pero, claro, no fueron unos pocos centímetros, sino varios, porque él,
sin ningún problema, bajó la prenda hasta por lo menos la mitad de mi culo.
Sentí como quedaba ante su vista gran parte de mi raya. Respiré muy hondo y
contuve la respiración para no gemir. Mis pelos se erizaron y sentí que se me
ponía la carne de gallina en todo mi cuerpo. Seguramente, él había notado eso.
También sentí vergüenza por exponerme tanto a él, pero intenté no pensar más y
tan solo relajarme, como me había dicho él, cosa que yo seguía repitiéndome en
mi cabeza.
Ramiro continuó su exploración táctil por
toda la franja de mi cintura. Pero sus manos acariciaban ahora el comienzo de
mi cola. Sentía sus dedos mezclarse con mis vellos negros. Instintivamente abrí
las piernas para mostrarle la zona más íntima y vulnerable de todo macho. No
podía creer que mi propio cuñado estuviera sobre mi culo, tocándolo y
sobándolo. Sus manos eran sublimes. Poco a poco sentía que mi cuerpo se
derretía como manteca, a la vez que algo en mi entrepierna pugnaba por
endurecerse gracias a que en sus movimientos, los dedos se metían
circunstancialmente por debajo de la fina tela del bóxer. No sé cuanto habrá
durado eso, pero fue una eternidad.
Sus espléndidas manos me frotaban, ya
violenta o suavemente, en círculos, en líneas rectas, curvas, diagonales o punteando mi piel, llegando con
vértigo cerca de mi ano sobre la tela de mi bóxer, y otorgándome una paleta
variadísima de nuevas sensaciones.
Fue cuando los movimientos se hicieron más lentos, más
suaves, insoportablemente tenues y delicadamente torturantes. Mi mente escaló a
nuevas sospechas. No. ¿Sería posible? entonces sentí de
pronto que sus manos tomaban la tela de mi ropa interior y con un leve tirón
los deslizaba todavía más abajo. Sus manos se apresuraron a tocar mis nalgas a
medio cubrir. Las separó delicadamente. Sentí un delicioso frescor sobre mi
ojete que quedaba expuesto ante él. Insistí en preguntarme ¿sería posible?
Mi propia respuesta fue permanecer atento
y a la expectativa de lo que siguieran haciendo las manos de Ramiro. Fue
masajeando tenuemente toda la zona hasta que tuve mi culo completamente
relajado.
Después de cumplir su cometido, respiró
fuerte y tomó firmemente cada uno de mis muslos, sobándolos violentamente. El inesperado
contraste en la intensidad del tratamiento hizo que los pelos de mis brazos y
mis piernas se me pusieran de punta, produciendo en todo mi cuerpo un
estremecimiento eléctrico indescriptible. Trabajó sobre mis piernas largo rato,
lo hizo de una manera mucho más intensa que en mi espalda y mi culo. Mi cuerpo
se sacudía como una hoja ante los enérgicos movimientos. Tomó cada uno de mis
talones y los tonificó de manera sorprendente. Se dedicó entonces a cada
pierna. Cuando masajeaba la parte interna, yo me sentía morir. Tal vez había
notado mi estado ante ese contacto, porque se detuvo precisamente ahí, en la
parte interna de los muslos. Poco a poco fue subiendo. No podía creer la
sensación de bienestar que sus dedos provocaban en mí. Este hombre debía ser un
excelente amante, pensé, ahora comprendía la razón del cambio que mi hermana
había hecho después de casarse con él, y cuando no se cansaba de decir lo bien que
le había sentado el matrimonio. Mientras pensaba esto, sus manos seguían
ascendiendo por el interior de los muslos. Me preguntaba hasta dónde iban a
llegar.
Sus dedos examinaban cada musculatura
hundiéndose entre las vellosidades de mis piernas y exploraban cada centímetro
de piel que encontraban a su paso. ¡Estaban tan cerca de mis bolas!
Inconscientemente - o, tal vez, no tanto -
roté mi pelvis hacia arriba, como invitando a que sus dedos visitaran zonas más
íntimas. Esperaba deseoso sentir su contacto allí. Y así fue. Porque sus dedos
llegaron justo a la deliciosa unión de la entrepierna y el comienzo del muslo, provocándome
fuertes palpitaciones.
Las manos masajearon mis isquiones,
tocando de vez en cuando alguna de mis bolas con el dorso de sus manos. La
sensación era fascinante. Abrí más las piernas, a punto de dejar los pies
colgando fuera de la camilla. La tela del bóxer estaba bien floja, beneficiando
la entrada de los dedos por debajo de ella. Por momentos sentía sus dedos tocar
mi piel. Tocaban mis bolas, se enredaban con mis pelos, hacían pequeños
círculos y volvían a salir.
Pero, de pronto, sus movimientos se
detuvieron.
Abrí los ojos, extrañado, y esperé un
momento, pero Ramiro no se movía.
Entonces, apenas murmurada, escuché su
voz.
-Se nos ha pasado el tiempo volando. Mirá
la hora que es.
Su voz estaba como quebrada. Tenía la
mirada en el piso.
-Ramiro, por favor, seguí.
-Otro día.
-¿Por qué?
-Yo...
-Está bien. Perdoname, me estás haciendo
el favor de atenderme después de hora y yo...
-No es eso, no te preocupes por la sesión.
Me di cuenta de lo turbado que estaba
porque apenas podía hablar. Entonces también decidí callar.
-Disculpame, voy a llamar a casa.
Salió cerrando la puerta tras de sí.
Escuché que hablaba por teléfono, pero no entendí lo que estaba diciendo. Al
rato regresó y se acercó a mí.
-Sigamos.
Me volví hacia él y nuestras miradas se
quedaron suspendidas en silencio.
-¿Estás seguro? - pregunté.
-Sí.
Y lentamente continuó con el celestial
tratamiento. Pero ahora, después de esa mirada, comprendíamos tácitamente que
estábamos pasando un límite extraño y delicado, aunque supremo y exquisito.
Cuando volví a sentir sus manos sobre mi
cuerpo, me estremecí de nuevo. Sentí que mi pija despertaba, pero ya no hacía
esfuerzos por impedirlo. Sus movimientos se hicieron cada vez más lentos y sus
dedos, ávidos y acariciantes, recorrían toda la extensión de mi cuerpo. Eran
toques maravillosos, apenas insinuados por sus calientes yemas, que me sumían
en un embelesamiento de ensueño total.
Al detenerse por un instante y no sentir
ya sus manos, pensé entonces que otra vez quería desistir seguir adelante. Pero
de inmediato esa pausa angustiante se vio compensada por una recompensa
inusitada. Tomó mi bóxer y me lo quitó. Quedé tan sorprendido como excitado. Sentía
esa mezcla rara a causa de la incertidumbre de no saber si todo eso era parte
todavía de un tratamiento formal de masoterapia, o si habíamos arribado a un
terreno más jugado. Confieso que en ese momento aún no lo sabía. Pero la
intuición seguía guiándome, y mi verga le respondía.
Ahora estaba desnudo. Me excitaba mucho
eso, pero también me avergoncé un poco al sentir que mi erección latía ahí
abajo. Ramiro, siempre en silencio, sostuvo mi brazo izquierdo en sus manos. Lo
masajeaba como desmenuzándolo entre los dedos. El éxtasis que me provocaban sus
movimientos era formidable. También hizo lo mismo con mi otro brazo hasta que
al fin los dejó completamente relajados y reposando a los costados de mi
cuerpo. Con leves toques, nuevamente sus yemas fueron palpando mi espalda, mis
hombros, mi cintura, y seguía bajando. Posándose en mis nalgas, todavía hizo
allí maravillosas delicias. Suavemente me tomó los glúteos y los amasó. En cada
movimiento circular mi ano quedaba al aire, gracias a los desplazamientos que
conseguía de cada uno de mis gajos. Sus pulgares, próximos a mi agujero, se
iban acercando entre sí y aproximando más al caliente centro.
Yo intentaba quedarme quieto, pero eso me
costaba mucho. Mi verga ya estaba durísima y sentía como los pequeños chorritos
de líquido preseminal brotaban mojando la tela que cubría la camilla. Por fin,
sus pulgares llegaron al borde de mi ano. Pero estuvieron largo tiempo allí,
sin animarse a entrar. Bordearon toda la periferia, acariciados por mis gruesos
pelos. Era como una pequeña muerte, casi al borde de la expiración. ¿Cómo se
podía brindar tanto placer a alguien? Ese hombre tenía una técnica asombrosa,
llegaba hasta puntos de éxtasis inigualables, pero tenía la habilidad de
detener todo en el momento límite, justo cuando el clímax llegaba a su máxima
cúspide. Y eso era precisamente lo que lo hacía enloquecedor e inexorablemente
deseable. Cuando creí que iba a desmayarme y a punto de ser violado por esos dos
duros pulgares, Ramiro se detuvo dándome una leve palmadita y haciendo sonar
suavemente su voz.
-Date la vuelta, por favor.
¿Qué? ¿Darme vuelta? ¿y ahora? Me quedé inmóvil,
sin saber qué hacer. Mi pija, latente bajo mi propio peso, estaba grande y
dura.
-¿Me escuchaste?, ¡Date la vuelta!
-Te escuché, es que no puedo.
-Vamos. Vení, que te ayudo.
Y suavemente me tomó por los costados de
mi espalda, ayudándome a girar, interpretando que mi imposibilidad se debía no
a mi vergüenza sino a mi extrema relajación. Me di vuelta y me dejé recostar
boca arriba. Toda la erección de mi verga quedó ante su vista. Rojo como un
tomate, fijé la vista en el techo. Los dos guardamos silencio, un silencio que
parecía cortarse con el aire, y por el rabillo del ojo, me di cuenta de que él
se quedaba absorto ante mi sexo rígido. Pero al posar otra vez sus manos en mí,
respiré profundo y recobré la calma. Me entregué nuevamente a él y ya no me dio
vergüenza mostrarle mi excitación escandalosa.
Sus manos recorrieron mi pecho, entre sus dedos se
deslizaban mis pelos largos y negros. Giró sobre mis pectorales, avanzó sobre
mi abdomen y siguió bajando, pero, no tocó jamás mi verga erecta que se sacudía
en intensos latidos. Rozó toda la zona pubiana y se
perdió entre mis vellos espesos, masajeando el pubis de una manera exquisita.
Abrió levemente mis piernas para adentrarse en el interior de mis entrepiernas
acariciando toda la zona con una habilidad magistral para no chocar con el palo
central que obstaculizaba sus movimientos. Largo rato se dedicó a trabajar en
todo el sector. Mi sexo apuntaba desafiantemente hacia el techo derramando
continuamente líquido transparente.
Entonces pasó una palma por detrás de mis
hombros y me sostuvo firmemente por detrás de la espalda invitándome a que me
incorporara. Me hizo sentar en la camilla, me giró hacia él con un cuidado extremo,
y sosteniéndome como un niño que podría caer, mis piernas colgaron al costado
de su cuerpo.
Permanecimos frente a frente.
Su cabeza, a unos centímetros más arriba
que la mía, estaba muy próxima a mí. Ramiro tomó mi cuello con sus cálidas
manos y empezó a masajearlo con una firmeza avasallante. El dolor de las
primeras presiones daba paso inmediatamente a una distensión maravillosa, y yo
dejaba caer casi por completo el peso de mi cabeza entre sus palmas. Sabiamente
iba a los puntos que necesitaban atención, por lo cual poco a poco mis
tensiones fueron desapareciendo.
Podía sentir su aliento. Me embriagó y
llenó mi nariz como una droga exótica. Lógicamente que eso, unido a las
acariciantes presiones de sus dedos y el calor que emanaba toda su persona tan
cercana a la mía, contribuía a sostener mi erección de una manera indecorosa.
Entre las piernas abiertas, mi pija permanecía dura como una estaca, chorreando
gotas de cristalino fluido y latiendo a medio descapullar. Cada tanto se me
contraía involuntariamente, entonces se ponía más tensa, crecía, se enderezaba
aún más, el glande se hinchaba y lanzaba otro goteo de líquido. Pronto mi
vellosidad púbica y mis bolas estuvieron mojadas y pegajosas.
Ramiro abandonó mi cuello para seguir
sobre los hombros. No era ajeno a todo lo que mi cuerpo estaba manifestando.
Cada tanto yo advertía que él bajaba la vista hacia mi miembro que estaba cada
vez más tenso y brilloso. Emergía de mi mata de pelos con las bolas bien
compactas, impacientes ya por descargar todo su contenido.
Lo miré, yo tenía la cara justo delante su
pecho, y cuando él descendió sus manos hacia mi espalda, yo no tuve más remedio
que aproximarme más hacia él. Sentía como si él me estuviera dando un abrazo.
Sus manos me rodeaban, masajeando mi columna entre los omóplatos y haciendo que
mi nariz prácticamente se apoyara sobre su plexo solar. Sentí su aroma. Era un
perfume muy tenue, riquísimo, muy varonil, que enseguida me pareció como proveniente
del paraíso. ¿Cuánto tiempo estuvimos así? No lo puedo saber con exactitud. Yo
no atinaba a hacer nada. Intuía que si en ese momento decidía avanzar movido
por mi incontenible deseo, seguramente rompería la magia que se había creado
entre nosotros. Inseguro y embelesado, no pude vencer mi cobardía y elegí la opción
de que todo siguiera su curso natural.
Ramiro me dejó por un instante (que creí
horas), rodeó la camilla y se situó detrás de mí. Siguió trabajando con mis
brazos, llevándolos hacia atrás y hurgando con sus dedos por debajo de mis
omóplatos abiertos por esa elongación. Bajé instintivamente la cabeza, pero él
me la sostuvo y la colocó nuevamente en su eje. Por primera vez me tocaba la
cabeza. Me sentí entonces como un niño asistido por un ángel guardián. Cerré
los ojos y me entregué a esas delicias. Cambió de brazo haciendo lo mismo, haciéndome
sentir otra vez el calor de su aliento por la proximidad de su cara con la mía.
Después volvió a los hombros, siguió hacia mi cadera, masajeó mi cintura,
siempre situado a mis espaldas. De puro placer, abandoné la cabeza hacia atrás,
encontrándome con uno de sus hombros, que contuvieron mi peso.
Ansié tocarlo. Lo deseaba con todas mis
fuerzas. Sí, había decidido contenerme, pero esa tarea no me era nada fácil. Excitado
al límite, mi pija estaba tan levantada que tocaba mi ombligo en repetidos
toquecitos, según los vaivenes de mi cuerpo masajeado. El precum ya había
humedecido la sábana fina de la camilla. Mi glande se inflaba como un globo
cada vez que yo cerraba el esfínter, poniéndolo rojo y tirante, ayudando a descorrer
del todo el prepucio protector, y volviendo a lanzar uno y otro chorro del tibio
líquido que ahora emergía como una pequeña eyaculación.
Mi asombro y embeleso fue mayor cuando
Ramiro volvió a ponerse frente a mí. ¡Había desabotonado su delantal hasta la
cintura!
-¿No te molesta, verdad?
La visión de su pecho semidesnudo me elevó
a estratos nirvanescos y, obviamente, no pude responder su pregunta. ¿Si me
molestaba? ¡Me sentía en la gloria! Estando así, frente a frente, Ramiro bajó
hasta tomar contacto con mis muslos, abiertos de par en par a ambos lados de su
cuerpo. Con sus dos manos trabajó sobre mi muslo derecho. Al hacerlo, mi verga
dio un nuevo sacudón, derramando más gotas. ¡Era demasiado!
Levemente inclinado sobre mi derecha,
ahora podía ver lo que su delantal abierto me permitía. Un pezón le asomó entre
la abertura. Su pecho no era demasiado velludo, pero una intensa mata de pelos
rodeaba la tetilla en inquietante custodia. Qué maravilla, pensé. Ver ese pezón
hermoso y rozagante entre los movimientos de la tela del delantal, fue algo
inusitado que acaparó toda mi atención. Era redondo, grande, y la punta se
destacaba erecta en un tono más claro que la oscura aureola. Los pelos que lo
enmarcaban me fascinaban y no podía dejar de mirar sus tetillas.
Cuando hubo terminado con los muslos.
Quedó un instante sin moverse, como observando el efecto que había provocado
con sus masajes. Mi verga estaba empapada. Entonces hizo algo increíble: Estiró
una mano hacia una repisa de donde desenrolló un poco de papel absorbente.
Delicadamente, con un cuidado de cirujano, lo fue apoyando sobre mi pubis, mis
ingles y mis bolas. Me estaba limpiando.
Lo miré a los ojos y esperé.
Ardía en deseos de tocarlo, de hacer el
amor con él.
Pero esperé.
No sé cómo hice, pero esperé.
Entonces Ramiro abandonó mi mirada y bajó
la vista hasta mi pija que palpitaba mirando hacia él, como rogando que también
la secara con el papel que aún tenía en sus dedos. Yo sabía que si él posaba un
solo dedo allí, mi semen saldría a chorros. Lo sentía en toda la extensión de
mi miembro y desde la misma base de los cojones, estaba casi a punto de
eyacular y derramar sobre él mi contenida leche. Pero él aún tenía las manos
sobre mis muslos. Sentirlas quietas allí fue una sensación suprema que agradecí
internamente. Los dos estábamos presos de esa mutua comunicación sin palabras.
Yo lo miraba a los ojos, y él estudiaba ávidamente mi verga. Exageré la
inclinación de mi cara, buscando otra vez sus ojos. Sabía que si me miraba otra
vez, podríamos continuar. Sí, finalmente clavó sus ojos en los míos. Así los
dos supimos que nada ya podía volver atrás. En total silencio, su cabeza
asintió. Tenía su permiso. Podíamos continuar.
Y como ya no podía esperar más para ver lo
que ocultaba su ropa, tomándome un tiempo infinito, como si temiera espantar a
un pequeño pájaro, llevé mis manos hacia los dos últimos botones del delantal
que aún permanecían abrochados. Siguió mis movimientos con su mirada sin dejar de
apoyar sus manos sobre mis peludos muslos. Con la lentitud de un rito divino,
desabroché un botón... luego el otro, y el delantal, como un telón teatral, se
abrió hacia los costados.
Retiré mis manos.
Lo observé unos minutos.
Ahora sus dos tetillas velludas estaban
ahí, completamente expuestas. Quedé maravillado ante esa visión. Ramiro no se
movía. Nada decía. Pero tampoco impedía ninguno de mis movimientos, dejándome
hacer. Entonces continué, y con toda la calma del mundo, tomé el delantal y lo
deslicé por sobre sus hombros, dejándolo caer al suelo. Quedé extasiado ante su
torso desnudo.
También tenía una tenue vellosidad en su
ombligo. Era una hermosa pelusilla que bajaba ensanchándose hacia las partes
aún vedadas a mi vista. Sus axilas, haciendo juego con las pequeñas matas de
los pezones, eran un reservorio oscuro de pelos negros. El espectáculo era tan
espléndido, que no pude más que seguir descubriendo esos tesoros. Justifiqué
internamente ese deseo al considerar una injusticia el hecho de que yo
estuviera tan desnudo como cuando vine al mundo ante él, que
desconsideradamente, aún no me estaba mostrando lo más deseado de su anatomía.
Tomé la hebilla del cinturón y la aflojé.
Desabroché sus pantalones y fui abriendo
su bragueta botón por botón. Como la prenda era amplia, enseguida cayó al
suelo.
Él miró otra vez el reloj y me detuvo por
las manos.
-Esto no está bien.
Bajé la vista y miré su gran bulto, que
emergía, incontenible, de su slip blanco. Tenía la verga erecta y estaba ladeada
hacia un costado. Podía ver su gran tronco, nada quedaba insinuado, todo era
perfectamente reconocible bajo el slip.
-No. Esto no está bien - repitió.
El voluminoso tamaño de sus testículos completaba
la redondez del bulto que separaba la tela de la piel de la entrepierna. Por
encima del elástico, los pelos eran muy espesos, siguiendo fielmente la línea
del ombligo y perdiéndose bajo la tela.
-No está b...
-Ramiro - interrumpí con la voz más suave
que encontré - no pienso hacer nada que vos no quieras.
Quedamos por un rato contemplándonos. Sabía
que aunque su mente se resistiera, todo su cuerpo, y en especial su sexo, pedía
a gritos aquello que su temor censuraba.
Tomé cuidadosamente el slip por debajo.
Antes de empezar a deslizarlo para descubrir aquello a la luz, lo miré nuevamente
a los ojos. Nuestras pupilas se encontraron, paralizadas. Inconscientemente mi
mirada imploraba permiso para seguir, y me bastó entonces un lento pestañeo de
Ramiro para constatar que tenía la vía libre. Entonces empecé a bajar el slip,
agradecido. Me deleité bajo esta lentitud, viendo paso a paso como se revelaba
ante mi vista la zona más anhelada de mi extraordinario kinesiólogo.
Primero descubrí una selva de pelos negros
y largos.
Enseguida asomó parte del tronco ladeado.
¡Dios mío, era enorme!
Me detuve un momento para disfrutar bien
esa visión. Su verga medio tapada, la cabeza aún oculta bajo el slip, esos
pelos negros y ensortijados enmarcando todo aquello... hizo eclosión en mi
pecho agitado. Entonces tomé coraje y seguí, temblando, con la boca llena de
saliva, y entreabierta porque ya no podía contener la respiración acelerada.
Bajé un poco más, ¡y apareció su pija
saltando hacia arriba en toda su dureza!
Era esplendorosa. Un hilo de líquido
preseminal salía de su pequeño orificio. El slip cayó al suelo, al mismo tiempo
que mis ojos no daban abasto para devorar ese cuerpazo.
Ya había sentido sus manos por todo mi
cuerpo, excepto un solo lugar. Mi verga. Calculé que él también quería probar
su tacto allí, porque vi como lentamente alzaba su mano y decididamente iba a
su encuentro. Me inquieté. Estaba tan caliente que temí no poder controlar mi
orgasmo. Intenté detenerlo pero su mano llegó primero.
Sí. Apenas sentí que la punta de su dedo
mayor rozó mis bolas, mi verga, involuntariamente, dio un espasmo junto con
todo mi cuerpo y sentí el orgasmo más delicioso de mi vida. Mi leche saltó en
tres, cuatro chorros violentos, saliendo a borbotones en medio de mis gemidos
incontenibles. La presión fue tan fuerte que todo mi semen fue a dar de lleno
contra su pija erecta, bañando su glande, su vello púbico y sus testículos.
Entonces, todavía conmocionado por mi
orgasmo, bajé de la camilla y me arrodillé ante él. Mi boca quedó a la altura
de su pija. Ramiro me contemplaba, absorto. Tomando mi cabeza intentó impedir
lo que ya sabía que iba ocurrir inexorablemente. Pero yo seguí. Miré su pija erecta
al máximo. Estaba empapada con mi propio líquido espeso y caliente. Acerqué mi
boca a ella y, abriéndola desmesuradamente, me la metí en la boca. Entonces
comprobé que Ramiro había llegado al mismo punto que yo. Bastó que retuviera un
segundo su verga en mi boca, casi sin moverme, para sentir que su leche me ahogaba
la garganta. Era tanta la cantidad que se derramó fuera de mi boca y cayó sobre
los pelos de mi pecho.
Yo tragué todo lo que pude, lamiendo y
limpiando el inmenso glande, su tronco, sus bolas y lo que se había chorreado
por entre las piernas.
Me puse de pié y quedamos mirándonos
frente a frente, agitados y aún temblorosos.
Le sonreí tímidamente bajo un dulce gesto
de complicidad. Él me devolvió la sonrisa e hizo un gesto que me conmovió. Lo
interpreté como si me estuviera confiando que, después de todo, tampoco él había
podido contenerse.
Era verdad, había hecho lo imposible,
incluso evitando mis constantes pedidos para concretar una cita en su
consultorio. Otro gesto mío le dio a entender que lo comprendía perfectamente.
No pude resistir tanta ternura entre nosotros, tanto entendimiento, y me
emocioné profundamente. Nos pusimos serios y, luego un cierto juego de impulsos
dubitativos, nuestras bocas se acercaron y nos besamos.
Entendí que hasta ahí íbamos a llegar. No
más. Pocas veces había experimentado un acto erótico tan intenso. Se lo dije, y
él, sonriendo, tuvo que reconocer que había sentido lo mismo.
Nos vestimos, sintiendo que poco a poco
recobrábamos nuestro pudor. Cuando me fui a despedir, surgió nuevamente esa
especial y deliciosa mirada de complicidad. Nadie sabría jamás lo que habíamos
compartido en ese consultorio.
Ya en el umbral de la puerta, me detuve un
instante, y me volví hacia él.
-Ramiro, me preguntaba si nos podremos ver
otra vez, vos y yo, cuando vuelva de mi viaje.
-No lo creo.
Asentí con la cabeza apretando los labios
entre sí en leve mueca de sonrisa. No insistí. Respeté su negativa. Él se quedó
aún en el umbral de la puerta mientras yo llamaba al ascensor.
-¿Vas el sábado al cumpleaños de tu papá?
- me preguntó.
-Sí ¿y ustedes?
-También. Nos vemos allá.
-Sí. Saludos a Marcela.
-Se los daré.
-Cuidate. Hasta el sábado.
-Hasta el sábado.
Subí a mi auto y me quedé unos minutos cavilando
antes de encender el motor. Sí, es mejor que todo haya quedado aquí, pensé,
tenés razón Ramiro. Pero por otro lado, todo lo ocurrido entre nosotros hacía
unos minutos, había sido muy fuerte. Sabía que no me iba a ser fácil quitarme
de la cabeza a mi cuñado. Ramiro, Ramiro, me dije, ¿debo abandonar toda
esperanza contigo?
Y como si mi pregunta interna hubiera
tenido la fuerza inmensa de atraer inmediatamente una respuesta, el sonido de
mi celular sonó estridente, sobresaltándome súbitamente. Sorprendido, no pude
más que lanzar un suspiro conmocionado al leer el mensaje de texto de Ramiro: ¿Cuándo regresás de tu viaje?.
Franco.
Julio 1999 (Rev. Marzo 2016)
Oh My Cock!!!!!
ResponderEliminarPero qué calentura más grande... agua fría por favooooooorrrr. Franquito, pero si es exactamente el sentimiento que me provoca mi inigualable Don Víctor, el señor que me ha hecho llegar al cielo con sus masajes. Claro, nunca ha cruzado con sus dedos esa frontera sutil que solo sabemos que existía una vez que se traspasa, pero las últimas veces ha empujado esa frontera cada vez más hacia mis zonas más sensibles. Y yo cada vez me relajo más y dejo que mis piernas se abran... Qué relato más hot. He revivido paso a paso el temor, la timidez y el pudor que sentí las primeras veces que iba al baño turco a atenderme con Don Víctor. Hace tiempo que no voy, y este cuentito me recordó que ya es hora de hacerle una visita. De solo pensarlo siento... en fin, de todo.
No he tenido el minuto de paz que necesito para comentar la miscelánea gráfica de junio, Franco, pero lo haré, aunque sea a destiempo. Como siempre tengo mucho que decir al respecto. Estuvo genial.
Un gran abrazo a todos, especialmente a Pepito.
Querido Deep,
ResponderEliminarArdo en deseos de conocer las manos (y lo demás también) de ese Don Víctor...!
Gracias por tu mensaje, me resulta sorprendente que mi relato haya hecho ese efecto en vos. Verás, para ser sincero..., en mi vida pasé por la experiencia de que un profesional me hiciera un masaje. Nunca tomé un masaje, salvo el de manos muy cercanas a mis afectos. En mi cuentito, simplemente dejé volar mi imaginación, y construí la escena siguiendo fielmente mi fantasía. La situación es ideal, y como todo relato, la misión es que sea real.
Un abrazo, y te auguro un feliz retorno a las manos de Don Víctor. Que sea pronto (y, obviamente, los tertulianos estaremos esperando los detalles en el café, jejejeje....)
Ja... Franco.. si nunca te atendio un kinesiologo, lo imaginaste perfectamente!!!!! yo estuve con la espalda "jodida" hace dos meses y tome 10 sesiomnes... con un flaco de ojos castaños que hacia exactamente lo que describis, claro que hasta la mitad del cuento... me hubiera quedado horas.. el pibe se sacaba la chaquetilla para mostrarme como debía mover las paletas, (homoplatos)..... pero me porte como un educado señor mayor, y alumno aplicado,.. je...y como Deep, estoy pensando en tomar otras sesiones...
ResponderEliminarAl final, todo el mundo se dio el lujo de masajearse con algún señor, y yo soy el único pelotudo que sigue virgen de masajista?????
ResponderEliminarYo también quiero uno, ojos castaños o de cualquier color... eso sí, que sea velludito, si no, nada.
He tambien realizado una temporada asi tan intensa y muy muy fuerte. Hace tiempo que nos conocemos, pero nunca habiamos llegado a una sesion sexual tan intensa y bien hecha.
ResponderEliminarGracias por tu cuento tan simpatico y herotico.
Mi querido Gaucho de Oro; no recordaba este relato tan tremendamente erótico... ¿Dónde tengo la cabeza definitivamente? Tus respuestas al Huaso Colorín y al Flamante Rosarino en relación a tu falta de experiencia en el ramo me hicieron recorder un pasaje de "La piel del tambor" de Arturo Pérez-Reverte; donde compara cierto sentimiento del prptagonista con "la sensación de presencia que tienen las personas con miembros amputados"... ¿Cómo carambas puede saber TAN BIEN lo que es eso siendo que él no ha pasado por esa circunstancia? Definitivamente eres un creador... y tu fantasia no está nada lejos de la realidad; ya bien te lo confirmaron Deep y Seba.
ResponderEliminarYo en lo personal te puedo decir que la primera vez que fui con mi masajista me hizo sentir sensaciones muy parecidas pero con un cierto tono de "censura", pues antes de comenzar nada me dejó muy en claro "qué sí" y "qué no", por ello sabía de cierta manera que ahí no pasaría nada más; pero conforme me fui haciendo su cliente frecuente... ¡ha ido subiendo mucho más el tono! Conmigo es muy professional; atiende primero mis necesidades físicas, y ya después de que eso está cubierto nos pasamos al goce y al deleite... aún no puedo lograr con él algo que espero que algún día suceda; sentir su boca en la única parte de mi cuerpo que no la ha sentido... ¡ya les dare todos los detalles cuando eso pase!
Y por lo pronto, mi querido Franco... ¡hay que organizarte una visita a un spa, sauna o similar! Necesitas confirmer que tu imaginación y la realidad son tremendamente parecidas... ¡Muy tremendamente!
Manu,
ResponderEliminarSí, sí, sí... organícenme, organícenme...! quiero que me arreglen una cita. Necesito vuestra recomendación. Me llevan, me dejan preparadito, y me ponen en manos expertas. Confío en ustedes, y en vos, por supuesto, gran sabedor de spas y saunas con trayectoria certificada y aprobada con marca de calidad.
En mis tiempos de sauna, jamás tomaba masajes. Me parecían muy prostitutos y poco masajistas los especímenes que ofrecían sus servicios. Me encantaría caer en el gabinete de un verdadero masajista, sin insinuación de sexo alguno, nada, y... cuando empieza la sesión, todo deviene en algo inesperado (o largamente esperado)... mmmmmm.... morbo total...!
Besos
Es la primera vez que comento. Leo este blog desde que era verde, pasando por el segundo que tenía un fondo con granos de café (que duró poco) y ahora este.
ResponderEliminarLos relatos, siempre tan bien escritos, son de lo que más me gusta. Realmente cuesta mucho encontrar relatos de calidad en la web. Hay cada basura...
Ojalá subieras más seguido :)
Dduraznito,
ResponderEliminargracias por dejar tu comentario (después de tantos años!). Espero que te sigan gustando los relatos que aparecerán. Y ojalá te animes a comentar más seguido!
Un placer saludarte. Saludos!
(me encanta tu nick, duraznito...)
Sinceramente no sé por qué no comenté antes. No hay razón. Me voy al relato nuevo que ahí veo que ya está publicado :D
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