Lunes caliente

Una pulsión interna, recóndita, leve pero profunda. Eso es lo primero que sentimos. Y luego, la sensación abarca todo nuestro pubis, cosquilleando desde el interior y avanzando irrefrenable. Desde ahí irradia una indescriptible energía que se instalará desde nuestros mullidos cojones, recorriendo el interior de nuestro sexo, hasta la punta misma, aún adormecida.

La pulsión ahora es más fuerte, mutando en una palpitacón constante y cada vez más fuerte. Entonces sabemos que viene. Nuestra verga, irguiéndose en cada latido, pedirá liberación y querrá salir al aire libre para desplegar todo su porte, descarado e insolente. Un líquido tenue y profuso cubrirá lo que tenga a su alcance, protegiendo y lubricando todo, como un obligado acompañaniento del fascinante proceso. Finalmente todo se endurece. Todo vibra en un incontenible deseo que no tiene alivio. Dura, orgullosa, rígida y desafiante, se alza nuestra erección máxima.