El cuentito de fin de mes
Lo que sucedió con papá
Él apareció a través de la ventana
que da a la piscina. Yo estaba en el escritorio y trabajaba en mi nuevo
artículo, pero mis ojos no pudieron apartarse ni un minuto de ese hombre. Había
llegado a casa sudado y cansado. Totalmente ensimismado, no se daba cuenta de que
lo estaba mirando. Llevaba un vaso de whisky en la mano, que saboreaba cada
tanto. Se quedó frente a la piscina un momento, iluminado por el sol del
atardecer y vino hasta la galería, quedando a pocos metros de mi oculta curiosidad.
Entonces, lentamente, y como disfrutando de cada movimiento, dejó el vaso sobre
la mesita mientras pisaba entre sí los talones de sus zapatos para quitárselos
sin la ayuda de las manos. Quedó descalzo enseguida y comenzó por los botones
de su camisa, desabrochándolos uno a uno. La prenda fue abriéndose como por
presión, tal vez porque era un poco justa para tan abultado pecho. Emergieron
así unos pelos tupidos, sedosos y algo entrecanos. El proceso se interrumpió un
momento para beber otro trago de whisky. Yo llevé las manos a mi cara,
restregué mis ojos como para aclarar la visión y luego las dejé sobre mi boca,
acariciando inconscientemente mi barba. Él siguió desabrochando la camisa que
al abrirse fue liberando dos pectorales grandes y carnosos. Sobresalían de su tórax
en sendas curvas pronunciadas. Apenas un poco más de volumen los habría
asemejado a pechos femeninos. Había mucho pelo allí, arremolinándose alrededor
de unos grandes y oscuros pezones. Las tetillas eran generosas y sus aureolas de
considerable diámetro, aunque a duras penas podían divisarse a través de sus
vellos. Había momentos en los que el sol atravesaba esa vellosidad, haciéndola
brillar y tornándola mágica. Se quitó por completo la camisa y la tiró sobre
uno de los sillones de madera. Había visto su torso desnudo algunas veces. Pero
¡qué magnifico me parecía ahora! Tal vez antes no había apreciado su armonía, o
no había reparado en esa musculatura perfecta, deliciosamente desdibujada por
algunos kilos adquiridos los últimos años, o no me había fijado en esa espalda
firme, ancha, corpulenta..., tal vez antes no había tenido necesidad de buscar
allí algo que me interesara. Sin embargo, en ese momento era presa de su
persona, y por alguna razón, todo en ella me parecía inevitablemente atractivo.
Por un momento intenté desistir de
esa atrapante visión, con culpa, (Dios sabe que lo había intentado otras veces)
pero cuando advertí que él seguiría quitándose la ropa hasta quedar desnudo, me
fue imposible obedecer a mi propia resistencia.
Seguí mirando, mientras experimentaba
una reconocible vibración en la parte más baja de mi vientre.
Antes de proseguir con la hebilla de
su cinturón, se desperezó lentamente. Sus brazos subieron apuntando hacia el
techo mostrándome el dibujo impecable de sus sombreadas axilas, otras dos matas
de pelos mojados y oscuros. Mirando sin ver hacia ninguna parte, se acarició
perezosamente el pecho, hundiendo sus dedos en ese bosque peludo, palpando
suavemente su musculatura, tanteando quizás, el rastro de alguna gordura no
deseada, intentando vigilar que su cuerpo no hubiera cambiado mucho, que
siguiera esbelto, erguido, firme. Desabrochó entonces su cinturón y soltó uno a
uno los botones de la bragueta. El pantalón fino y liviano, cayó al piso. Me
asombró que no llevara ropa interior. Pero más me asombró ver a ese hombre
enorme totalmente desnudo. El camino de pelos que descendía por todo su pecho,
se ensanchaba y espesaba en su abdomen algo prominente, y conducía mi vista
hasta un intrincado nido que cubría todo su pubis. ¡Qué maravilla ver ese
matorral sobresaliendo largamente de la blanca piel! Y más, porque los pelos se
extendían hacia los costados, y bajaban tapizando las ingles para mezclarse más
abajo con los duros pelos de sus muslos. ¡Qué visión! Y allí, asomando
descaradamente, colgaba esa verga que no podía dejar de observar ¡Un cautivante
espectáculo!
Tomó otro trago, y quedó
casi de perfil frente a mí. Su miembro reposaba sobre dos mullidos testículos, casi
tan velludos como su pubis, y se proyectaba un poco hacia adelante, como si
fuera a despertar de su letargo. Cubierto por un generoso prepucio, todo su
glande se adivinaba por la forma insinuada. Una vena levemente abultada surcaba el
pene en toda su longitud. La verga era receptora de cada mínimo movimiento que
él hacía con su cuerpo, sacudiéndose con lentos balanceos, larga, pesada,
inquietante. Me maravillaba que ese estupendo cuerpo llevara sobre la tierra
cincuenta y cuatro años. Escultural, corpulento, y armonioso por donde se lo
mirase, había provocado (y aún lo hacía) la envidia y la atracción de hombres y
mujeres. Había despertado pasiones y fanatismos. Y bien lo sabía yo. Ese
cuerpo, fotografiado y filmado cientos de veces, admirado y comentado hasta el
hartazgo, ahora estaba frente a mí, expuesto en toda su natural belleza.
Él siguió de pié, inmerso en sus
pensamientos. Subí mi mirada para verle el rostro. Su cabeza aún conservaba
toda la cabellera. La había cuidado obsesivamente mediante masajes y
tratamientos carísimos. Llevaba el pelo corto, su estilista lo cuidaba con celo,
y su color grisáceo le daba el justo toque irresistible. Al verlo de perfil,
comprobé que su nariz era noble y muy proporcionada con el resto de la cara,
encuadrada en una mandíbula fuerte y dos surcos profundos a los lados de la
boca. Sus increíbles ojos verdes, sus pestañas y cejas tupidas, su frente
amplia y cruzada con expresivas arrugas, su tez bronceada y magnífica, rasgos
todos que nunca pasaban desapercibidos para nadie.
Giró hacia la piscina y se encaminó
hacia ella. Me regaló la hermosa imagen de su trasero amplio, generoso y apoyado
en dos macizos muslos. La vellosidad allí se acentuaba entre las nalgas dejando
asomar algún que otro mechón más poblado. Acompañé con mis ojos ese andar lento
hasta el borde del agua. Dejó su vaso allí y, de un salto, desapareció bajo la
superficie.
Volví en mí y comprobé que estaba
molesto conmigo mismo por haber espiado toda la escena, escondido, como un
delincuente. Pero aún más cuando comprobé que bajo mi pantalón se había
endurecido toda mi hombría. Me abrí la bragueta y mi miembro salió disparado
agradeciendo la liberación. Estaba durísimo, enorme, y lo anidé con la mano
descorriendo el prepucio. Al hacerlo, el líquido preseminal que había estado
aprisionado entre los pliegues de la piel, se derramó por todo el tronco y se
perdió entre los largos pelos de mi pubis. Tomé un pañuelo de papel y empecé a
limpiarme, un poco escandalizado por lo que me había pasado ¿Cómo me había
permitido entregarme a esa excitación? Miré de nuevo por la ventana y vi que él
estaba saliendo del agua. Mi pija lanzó un nuevo chorro de líquido, y se
estremeció entre mis dedos. No atinaba a masturbarme. Pero las manos se me iban
solas, como obrando por voluntad propia. ¿Qué estaba haciendo? ¿Estaba loco?
Reprimí mis deseos, intentando mirar para otro lado. No pude, él caminaba
desnudo hacia la casa. Su desnudez era casi prepotente, insinuante, atrapante,
contundente. Lo oí entrar y subir las escaleras para dirigirse a su habitación.
Cerré los ojos, y me repetí una y otra vez que no debía abandonarme a tales
instintos. Y no porque me había excitado al ver un hombre desnudo. Al fin y al
cabo, eso me había sucedido otras veces. La lucha interna que se estaba
librando en mí, tenía su razón de ser. Después de todo, ese hombre, irresistible,
bellísimo, contundentemente viril: era mi padre.
Mi propio padre.
Y en ese momento, pensé que se
trataba del hombre más deseado de la tierra. ¿Cómo había llegado a esas
instancias? Sabía que en ocasiones, esa obsesión sexual por la figura paterna aparecía
en el despertar sexual de los varones, pero yo tenía ya treinta años, era un
hombre adulto, estaba felizmente casado, seguro en mi sexualidad, y
completamente formado en las cosas más básicas de la vida. Entonces, todo eso escapaba
a mi comprensión. Pero ¿es posible racionalizar lo que las emociones, con su
enorme poder, pueden llegar a decidir, soberanas, absolutas, sobre cada acción
del deseo?
Mi mano seguía sobre mi sexo, erguido
y anhelante. Comencé a moverla instintivamente..., la imagen de mi padre
desnudo aún estaba allí, mi mente no tenía que hacer mucho esfuerzo por
reconstruirla, como si él se encontrara todavía frente al ventanal. Mis dedos,
entonces, obraron por voluntad propia, recorriendo la lubricada extensión de mi
verga erguida. No me resistí, ya no, y en intensas vibraciones, alcancé
enseguida un gozo estremecedor. Las manos se me llenaron de esperma,
desbordándolas y no pudiendo evitar un repetido goteo hasta la alfombra del
piso. Me quedé un momento absorto. Jadeante. Pleno.
Volví en mí luego de unos segundos.
Sólo atiné a limpiarme torpemente con los pañuelos de papel que tenía sobre el
escritorio. Pero me detuve sobresaltado por el sonido estridente del timbre que
llamaba desde la puerta de calle. Intenté poner en orden mi alteración y en un
santiamén metí como pude mi verga, aún pegajosa y húmeda, dentro del apretado
pantalón. Saqué mi camisa afuera para ocultar el bulto y alguna mancha delatora,
me repasé el cabello, bebí un trago de agua, y fui a atender la puerta.
-¡Tío Octavio (*), qué sorpresa! –
exclamé con una sonrisa.
-Hola, Edu ¿Cómo estás? – me gritó en
un abrazo. El hermano menor de mi padre me devolvió una sonrisa amplia y
blanca.
Yo adoraba a mi tío, las
circunstancias de la vida me habían llevado a quererlo mucho, indefectiblemente.
Es que, por sobre todas las cosas, mi tío Octavio se había transformado, hacía
años, en la presencia paternal que siempre me había faltado.
Pasamos a la sala, donde le ofrecí un
trago. Sus ojos verdes, como los de papá, escrutaban cada detalle de la casa.
Me preguntó como estaba, y luego se puso más serio.
-Y tu padre ¿Cómo sigue?
-Igual, tío. Disculpame, pero no sé
si fue buena idea la de pedirme que viniera a pasar estas semanas con él. Sigue
bebiendo, sigue en su depresión. A veces sale de ella como si obrara por efecto
de una milagrosa medicación, y yo me ilusiono porque me digo que todo va a
andar mejor, pero después, se hunde en su interior, y, no sé. No sé si mi
presencia lo ayuda.
-Seguro que sí, chiquito. Dale un
poco de tiempo..., tenés que entender que desde que él llegó de México, nada le
ha sido fácil. Sé que venirte a Buenos Aires desde Mendoza fue difícil para
vos, dejando a tu mujer allá, pero el hecho de que estés aquí le hará muy bien,
ya lo verás, y estoy seguro que un acercamiento entre ustedes va a serle muy
beneficioso. Y no sólo para él. Sería tan bueno para ambos que pudieran rehacer
su relación…
-Tío, todo comenzó antes de venir a
Buenos Aires. Y vos lo sabés. Esto viene de mucho antes. Papá nunca se interesó
por mí. Me reencontré con él gracias a vos, porque me lo pediste. Pero nunca
supe quién era, y él nunca supo de mí, salvo por nuestras dos cartas anuales
desde entonces, una que le enviaba para su cumpleaños, y la otra que recibía para
el mío. Nada más, una mera obligación de cortesía. Él hizo su gran carrera como
actor. Una deslumbrante carrera, por cierto, pero lejos de este país. Lejos de
mí. Todo lo importante en su vida, lo hizo lejos de mí. Tuvo tres matrimonios,
éxitos, televisión, teatro, fama, dinero...
-Sí, una y otra vez repitió esos
logros. Pero nunca tuvo ningún otro hijo. Y personalmente, Edu, no creo que
todo lo que mencionaste sea más importante que haber tenido un hijo como vos.
Por un momento me quedé sin palabras.
Mi tío me miró a los ojos, y ambos asentimos con la cabeza. Luego sonreí
irónicamente.
-Tal vez sea así, pero no creo que él
se haya dado cuenta.
-No sabés lo que estás diciendo, Edu.
-Ojalá, tío.
-Decime, ¿tuvo esa entrevista con su
agente? – preguntó preocupado.
-Sí. Acaba de llegar. No hablé con él
todavía. Pero por la cara que traía no creo que haya conseguido nada. Pero tío,
él todavía cree que es aquel joven galán que enamoraba a todas sus fans. Los
papeles que le ofrecen están muy lejos de eso.
-No sé, él sigue siendo muy apuesto.
-Sí, lo es –dije bajando la vista,
como si mis pensamientos pudieran salir a la luz – pero el medio es cruel y la
televisión de hoy en día tiene otros parámetros. Ya sabés, le ofrecen roles de
padres, abuelos, o papeles secundarios que él no está dispuesto a aceptar. No
olvides que papá es, además, un tipo muy orgulloso.
-Vaya si lo sabré. ¿Está arriba? – me
preguntó tomándome de la mano
-Sí – dije un tanto emocionado, al
sentir ese contacto suyo.
-Vení, vamos a verlo – me dijo, y
cuando nos levantamos del sillón, me agarró por los hombros. Yo no pude
resistirme y me abandoné a su abrazo. Me apretó bien fuerte y yo lo rodeé con
mis brazos. Sentí todo su calor y afecto. Era muy parecido a papá físicamente,
salvo las diferencias de su calva y canosa barba. El mismo físico corpulento.
Los mismos ojos..., pero en ellos, definitivamente, yo encontraba otra mirada. Entonces
posó sus labios sobre los míos, como cuando yo era chico, y me besó con todo
cariño. Sentí su bigote sobre mi barba y el calor de su boca contra la mía.
Respondí a su beso, que a la vez atrapaba toda mi sensualidad.
– Gracias por venir, Edu – me dijo,
tomándome de la barbilla - … vas a ver como yo tengo razón. Que vos hayas
venido es algo muy bueno.
Cuando entramos a la habitación de
papá, él se encontraba semidesnudo con una toalla a la cintura, recostado en la
cama, y bebiendo su whisky enésimo.
-¿Se puede? – preguntó sonriente mi
tío.
-Te traje una visita, papá.
-¡Pásale, hermanito! – contestó
divertido -¿pero llamas a este pesado "visita"?
-Pues pesado o no, me tendrás que
aguantar – dijo Octavio.
-Mira nada más estos tipos – dijo
papá señalando hacia la televisión, con el vaso en la mano – es que hoy en día
¿nadie les enseña cómo deben actuar? Ni modo. Una manga de pelotudos, che.
Papá combinaba el acento adquirido en
esos años vividos en México con un lunfardo porteño bastante raro ¡y cómico!
Muchas veces eso provocaba la sonrisa cómplice con mi tío.
-¿Cómo te fue con el agente? – le
pregunté.
-¡Pinche cabrón! Fíjate que me ofrece
un rol secundario en una obra de teatro, donde tengo que hacer de padre del
protagonista. Unas pocas escenas sin importancia alguna. Se quedó mudo cuando
yo le pedí el papel principal. Me dijo que ahora yo tenía que hacerme conocer,
que soy muy famoso en México, pero que aquí no, que esto, que lo otro.....
¡carajo!, no sé como no lo mandé a la mierda. Para ese idiota, yo tendría que
empezar todo desde abajo.
Mi tío y yo nos miramos. Papá seguía
enfrascado en la tele, señalando los errores del actor de turno, de la iluminación,
del manejo de cámaras, de todo. La diminuta toalla apenas le cubría su
prominente sexo. Los ojos se me iban solos hacia el tentador bulto. Mi tío se
acercó y le dijo cariñosamente:
-Vamos, Gastón. Dejá ya el whisky y
apagá el televisor..., Edu, andá a preparar el baño para tu padre.
-Ya, hermanito... ya. Es que... estoy
tan cansado... de todo. Nomás bebo para no pensar tanto...
-Estás muy tenso – dijo mi tío
ayudándolo a incorporarse. Mi padre estaba algo ebrio ya, pero se dejaba hacer
– a ver, sentate, que te voy a dar un masaje ¿te gusta esto?
-Como en las viejas épocas.
-Sí, como en las viejas épocas – le
dijo, mientras me miraba y con su expresión me hacía señas de que no me
preocupara. Mi tío se sentó detrás de su hermano y lo sostuvo un poco para que
no se cayera. Le pasó un brazo por delante, para sujetarlo desde su tórax,
mientras que con la otra mano le masajeaba la espalda por detrás. El brazo
velludo de mi tío, atravesando el pecho, se hundía en los abundantes pelos de
papá en una hermosa y masculina mixtura. Por un momento pensé en lo que daría
yo por poner unir mis manos allí mismo.
Fui al baño para disponerlo todo.
Llené el gran jacuzzi circular y preparé las sales. Al volver a la habitación,
me detuve en la puerta, absorto por lo que veía. Mi padre se había abandonado
totalmente a las manos de mi tío, quien lentamente le acariciaba los hombros y
la espalda, pasaba las manos por los flancos hasta llegar a sus amplios
pectorales; y todo lo hacía con una delicadeza muy especial. Papá se arqueaba a
cada contacto y por momentos llevaba su cabeza hacia atrás, de modo tal que
esta reposaba en un hombro del tío Octavio. Pero lo que más me llamó la
atención, fue que debajo de la toalla de papá, el bulto había aumentado de
tamaño considerablemente. El nudo de la toalla estaba por soltarse y, a cada
movimiento de mi tío, la insinuada erección de papá cobraba vida con pequeñas
sacudidas. El tío Octavio tenía su boca muy cerca del cuello de papá y le decía
cosas muy tenues al oído. Era evidente que así lograba una más suave relajación
y que ambos estaban muy a gusto. De pronto él tomó con sus manos los pezones de
mi padre y los masajeó suavemente en forma circular, los amasaba, pellizcaba, y
los volvía acariciar en continuas variantes. Mi papá tomó los brazos de mi tío
y empezó a acariciarle los vellos, como retribuyendo el placer recibido.
-Ah, Octavito, siempre hiciste unos
masajes réquete padres – dijo, pero al verme, tuvo un pequeño sobresalto y
pegando una leve palmada de alerta a su hermano me dijo – Edu, ¿ya está listo
ese baño?
-Sí, papá.
-¿Sabes una cosa? El otro día me
ofrecieron un papel donde tengo que hacer un desnudo. ¿Qué te parece? ¿Tu padre
todavía está en condiciones? ¿O piensas que haré el ridículo y que todo el
mundo pensará que soy un viejo patético?
¡Hacer el ridículo! ¿Viejo patético?,
vaya, estuve a punto de decirle que todo el mundo iba a ir al teatro solo para
verlo desnudo, que su cuerpo era espectacular, que era el hombre más atractivo
que conocía, y que yo mismo iba a estar en primera fila. Pero me contuve,
porque tenía pánico de que mi verdadero pensamiento quedara al descubierto.
-Vos ya hiciste desnudos en tu
carrera, Gastón, ¿no es cierto? – dijo mi tío, ayudándolo a salir de la cama.
-Sí, pero tenía varios años menos,
Octavio. Además... éste desnudo es frontal – dijo, mirándome como esperando aún
mi respuesta. Yo bajé la mirada, y no atinaba a contestar, pero como el tío me
hacía señas para que le respondiera, empecé a balbucear:
-Papá, creo que vos estás en
condiciones de hacer eso y mucho más– dije, intentando sonreír. Era todo lo que
me salía decir, y en el fondo, lamentaba eso.
-Mi hijo no me conoce lo suficiente –
le dijo al tío Octavio – ¡si ni siquiera me vio encuereado...! ¿Cómo puede
darme una buena opinión?
-Gastón, vamos, estás borracho,
vamos, a bañarte...
-¡En serio!, a ver, Edu, ¿no es
cierto que nunca me viste en pelotas?
-Sí, es cierto – mentí.
-Entonces, a ver... ¿Qué opinas? ¿Tu
padre todavía puede hacer un desnudo frontal? – dijo seriamente, a tiempo que desanudaba
la toalla y la tiraba al piso. Mi tío hizo un gesto de desaprobación meneando
la cabeza y mi padre se paseó desnudo frente a los dos, tambaleándose un poco,
pero con una maravillosa media erección. Su pija se balanceaba, enorme,
pugnando por crecer más. Había quedado bamboleándose en el aire y parecía
mirarme con su pequeño agujerito, apenas cubierto por el prepucio tirante.
-Gastón. ¡Ya basta! Vamos, ¡al baño!
Edu, prepará un café bien fuerte – dijo mi tío, y llevó a su hermano hacia el
baño en contra de sus protestas.
La escena era patética, pero así y
todo, algo me había impactado de ella. Había visto el miembro de mi padre
rígido, casi erecto, y eso sí que era nuevo para mí. Trastornado, con una
mezcla de excitación y tristeza, bajé a la cocina con esa confrontación de
emociones. Me puse a preparar el café en medio de cientos de pensamientos. Pasó
un tiempo bastante largo. Afuera la noche siguió al atardecer, y estaba en mis
más íntimas meditaciones cuando oí bajar a tío Octavio.
-Lo dejé en la cama, creo que está
dormido, me dijo que no iba a cenar. Si todavía está caliente el café, necesito
uno, y doble.
Sonreí débilmente, serví dos tazas y
nos pusimos a tomar el café sentados en la barra del desayunador. Después de
unos minutos en silencio, mi tío me pasó la mano por el brazo, advirtiendo mi
turbación, y me acarició como si yo aún fuera un niño.
-¿Qué sentís, Edu?
-Tristeza. Y una mezcla de cosas.
-Creo que tenés una necesidad enorme
de tener un papá. Y allí lo tenés, pero todavía no sabés como acercarte a él –
me dijo esto, y lo miré con los ojos húmedos. Entonces se acercó y me sostuvo
fuertemente entre sus brazos.
-Vamos, chiquito, vamos. Todo va a
estar bien. A veces los hombres nos ponemos un poco estúpidos con la edad, no
es nada más que eso.
Podía entender eso, sí, era una
persona adulta, pero en ese momento me sentí como un niño. Un niño que, además,
estaba muy bien bajo la protección de esos peludos brazos. La voz de tío
Octavio me reconfortaba pero también me hacía saltar las lágrimas. Sentí el
calor de su cuerpo emanando de su camisa abierta. Él seguía abrazándome y había
puesto una mano sobre mi cabeza, acariciando mi nuca. Mi mejilla rozaba
levemente los vellos entrecanos saliendo de su pecho. Tío Octavio era un ser
increíble, lleno de ternura y acostumbrado a regalar afecto. Tan diferente a
papá. O al menos, eso pensaba yo. Siguió acariciando
la cabeza y me habló muy cerca del oído.
-Sé que es difícil,
querido. Supongo que él es un extraño para vos.
-No, tío. Entre un hijo y
un padre hay una conexión tácita. No diría que es un extraño para mí. Pero
tenés razón en que todo es difícil. Ya van tres semanas que estoy en esta su casa, y sigo
sintiéndome muy lejos de él. Si tan solo me abrazara como vos. Quiero tocarlo,
sentir su abrazo, que me bese, que me acaricie..., por todas esas veces que no
lo hizo y por todas las veces que lo necesité – al decir esto,
inconscientemente, yo recorría la espalda de mi tío con mis manos,
acariciándolo, y mi cara buscaba el hueco entre su cuello y el hombro,
sintiendo su rico perfume y acariciando con mi barba su piel áspera. Mi tío me
devolvía las caricias tiernamente. Las sillas en que estábamos sentados eran
altas por lo que no nos costó descender de ellas y quedarnos de pié, siempre
fuertemente abrazados. Entonces ocurrió algo entre nosotros que nunca había
pasado. Nuestros pechos, su panza contra la mía, las piernas que estaban casi
entrelazadas, y sobre todo la presión que ambos hacíamos inconscientemente al
acercar nuestros sexos, nos embargó en un soplo de íntima unión. Cuando finalmente
me di cuenta de eso, mi miembro estaba tan tieso como el de él. Me asusté, sin
poder dominar las sensaciones que se estaban disparando en mí, pero por otro
lado, a decir verdad, en ningún momento pensé en soltarme de ese abrazo. Me
sentía muy bien, espléndidamente reconfortado, y toda la firmeza del cuerpo de
mi tío me hacía vibrar inconteniblemente. Yo temblaba, y al percibir eso, sus
brazos, inmensamente contenedores me sujetaban para darme la calma sanadora, y,
sin quererlo, el remedio producía todo lo contrario a la calma. Sentía su verga
sobre la mía y la presión era casi frenética. Entonces mi tío me dio un primer
beso en el cuello, siendo un poco más alto que él, su boca cayó lógicamente en
ese sitio, por lo que lo recibí con toda naturalidad. Fue un beso corto, leve,
con los labios rozando apenas la piel abandonada a su boca. Me estremecí al
sentir el suave contacto de su bigote y lo apreté más contra mí. Él respondió
con caricias en toda mi espalda y cintura y me susurró al oído:
-Edu, chiquito, siempre te quise
mucho. Sos mi único sobrino, y sabés que siempre voy a estar aquí para lo que
necesites.
-Sí, tío. Vos fuiste como un padre
para mí. Siempre lo sentí así. Lo sabés.
-Pero este no es un abrazo de padre.
Para eso está mi hermano, que también se muere por abrazarte aunque vos no lo
creas. Es así, solo que, claro, tal vez eso le llevará un tiempo, tal vez no,
tal vez en cualquier momento te de una grata sorpresa. Pasé gran parte de mi
vida junto a él, y lo conozco mucho.
-Entonces, si este no es un abrazo de
padre... ¿por qué me siento tan bien en este abrazo?
-Porque este un abrazo de hombre.
Simplemente es eso. ¿No sentís que somos dos hombres necesitándose?
-Sí. Pero tengo miedo.
-Es lógico, los sentimientos más
profundos provocan algo de miedo. Yo también lo tuve alguna vez. Está todo
bien. Te quiero mucho, y me querés: nada de malo puede haber en eso.
Cuando sentí esas palabras
lo miré fijamente a los ojos. Su boca estaba entreabierta muy cerca de la mía,
bajo ese bigote espeso y canoso, tentadora, mostrándome una fila perfecta de
dientes blancos y brillantes. Me tomó de la mejilla y sentí que se acercaba a
mí. Su aliento cálido e irresistible me embriagó, y sin querer fui abriendo la boca al
aproximarme más a él. Mi pija dio una sacudida, aprisionada y dura bajo el
pantalón. Enseguida sentí la respuesta de mi tío, que prensaba mi bulto con el
suyo. Fue cuando nuestros labios se unieron y nos besamos larga y tiernamente.
A ese beso siguió otro, y otro, y cada vez nos besábamos con más pasión. Abrí
tanto la boca, que la entrada de su lengua fue algo deseable y natural.
Entonces me animé a acariciársela con la mía. Su mano llegó hasta mi sexo, y
adivinándolo bajo la tela, me frotó fuertemente la pija con movimientos que me hicieron
alucinar de placer. Yo también palpé su agrandada verga. Estaba rígida como un palo.
Sobé toda la zona y recorrí toda la extensión de su tronco, huevos y entre sus
piernas. Volvió a abrazarme y sin dejar de besarme me estrechó contra sí hasta
casi hacerme doler. Sus dedos, sin atolondramiento alguno, bajaron el cierre de
mi bragueta, y cuando terminó, sentí el alivio de mi pantalón abierto, lo dejó
así, con el gran bulto presionando la tela de mi calzoncillo. Entonces él hizo
lo mismo con su pantalón y yo bajé la vista, ávido por ver lo que él quería
mostrarme. Apartó sus ropas y buscó debajo de su bóxer. Una verga venosa y
grande salió enseguida, íntegramente mojada en su propio líquido transparente. En
respuesta, yo bajé mi ropa interior y dejé emerger mi poderosa erección.
Juntamos nuestros calientes sexos y los frotamos entre sí, mientras nos devorábamos
las bocas otra vez más. Nuestras lanzas espadearon una con otra, chocando y
resbalando en mantenida contienda. Su verga, que tenía una dureza increíble,
restregó la mía y humedeció mi matorral púbico. Mis manos desbrocharon algunos
botones de su abierta camisa. Metí mis exploradores dedos que se adentraron en
una jungla de piel y pelos. Al llegar a los pezones mi tío lanzó un largo gemido.
Eran carnosos y grandes. Seguramente así se debería sentir tocar los pezones de
papá, pues eran muy parecidos. Los amasé y los acaricié largamente, sin dejar
de besarlo, recibiendo en mi boca cada exhalación de la suya. Él no dejaba de
tocarme la pija. De inmediato su mano quedó toda pegajosa con mi líquido que
ayudaba a que se deslizara y patinara sin problemas. Lo abracé, sintiendo que
iba a acabar en cualquier momento. Agarré con las dos manos su dura verga y
recorrí toda la zona sin dejar de pasar por cada centímetro de su piel,
incluyendo sus pesadas y velludas pelotas.
-Te quiero, tío, te quiero mucho –
dije entrecortadamente.
-Yo también, chiquito – me respondió
poniendo los ojos en blanco.
Nuestras manos siguieron trabajando
uno y otro palo, hasta que fuimos llegando al umbral de nuestro goce mayor. Estábamos
a punto de estallar, pero entonces, mi tío abrió los ojos y en un momento abandonó
mi miembro dulcemente para abrazarme.
-Sí, te quiero mucho, Edu – me
susurró dentro de la boca. Luego, se calmó un poco, y tomándome de los hombros,
me miró profundamente - ojalá hubieses sido el hijo varón que nunca tuve. Sabés
que te quiero como si lo fueses.
Yo lo abracé de nuevo, fuertemente
agitado, en una unión como nunca había tenido antes con él. Nos quedamos así,
extáticos, erectos y plenos. Luego, me besó paternalmente en la mejilla, me
sonrió con una dulzura infinita, y me dijo:
-Arriba está tu papá. Andá con él. Yo
tengo que volver a casa.
Y con un cuidado esmerado, me empezó
a acomodar la ropa. Tomó amorosamente mi falo enardecido y vibrante, y con no
poco trabajo lo enfundó nuevamente en mi ropa interior, y después me subió el
pantalón, abrochando cuidadosamente la bragueta.
-No sigamos, Edu. Será mejor.
-Está bien, tío, lo que vos digas.
-Tu papá te necesita ahora.
No dije nada. Lo miré profundamente.
En su expresión sin palabras, entendí todo lo que quería decirme. Le di otro
abrazo muy fuerte, y lo besé en los labios, muy emocionado.
Cuando mi tío se fue, yo quedé
inmóvil y sin saber qué hacer. No podía asombrarme por lo que había pasado. Me
había parecido muy lógico, muy natural, había sido un efusivo choque que no
había tenido origen más que de nuestro mutuo afecto. Tío Octavio había dejado
mi cuerpo y mi alma en un estado de excitación arrobador. Sí, había sido más
que un abrazo, pero ahora no podía detenerme a pensar en lo que había sucedido.
Dejé eso para después. Miré hacia las escaleras. Estaba temblando. Pero tomé
coraje y me dirigí al cuarto de mi padre.
Dormía. Aún estaba encendida la lámpara
que iluminaba levemente su cara y parte de su hermoso pecho semi descubierto.
Mi tío lo había tapado con una fina sábana blanca, y todo el contorno de su
cuerpo se dibujaba en la tela. Entré y pensé preguntarle si necesitaba algo. Me
senté en la cama, mudo, y entonces mi padre se volvió hacia mí con los ojos
semi cerrados. Le acaricié tenuemente el dorso de la mano. Al hacerlo él abrió
un poco más los ojos y me miró. Sonrió y me dijo:
-Edu, eres tú...
-Sí, papá. ¿Necesitás algo? ¿Te preparo
algo de comer?
-No, por favor, quédate aquí conmigo.
No lo podía creer, pero estaba
escuchando otro tono en su voz. Mucho más calmo, más dulce, y me gustaba.
-Sí, estoy aquí, papá.
-Ahora que estás aquí, sí, estoy
bien. Pero ven más cerca. Recuéstate junto a mí.
Me recosté a su lado, un poco más
incorporado que él, apoyándome sobre el respaldar de la cama.
-¿Estás bien, papá?
-Sí. No te preocupes, estoy bien.
Estuve platicando con tu tío.
-Eso pensé.
-¿Sabes Edu?, creo que te di un mal
espectáculo. Perdóname.
-No, papá, quedate tranquilo, no
te...
-No, no; no hablo solo por lo de hoy,
sino por estas semanas. He estado como siempre, mirando mi propio ombligo.
Quiero pedirte perdón. No fui un buen padre en todos estos años, ¿verdad?, es
más, creo que ni siquiera tuviste un padre en mí...
-Todos hacemos lo que podemos, papá.
Yo hubiera querido...
-Ya sé, ya sé. Yo nunca estuve para
estar junto a ti. ¿Crees que es demasiado tarde?
-No sé, papá, decímelo vos.
-Ven aquí..., quisiera darte un
abrazo. No sé si es tarde o no. Pero, hijo, espero que no lo sea para el bien
de los dos – me dijo esto, y algo se movió en mí.
Nos abrazamos y por primera vez, ese
torso desnudo casi quemaba en mi propio pecho. Sentí una mezcla extraña de
sensualidad y una necesidad real de protección paterna. Una mixtura increíble
de sensaciones confrontaba violentamente en todo mi ser. Mi mente no podía con
todo eso. No pude pensar más, sólo me limité a sentir.
-¿No quieres venir a la cama? Quédate
a dormir conmigo esta noche, por favor..., como cuando eras pequeñito,
pequeñito, y venías a nuestra cama porque te daba miedo la oscuridad. ¿Quieres?
-Claro – respondí asombrado después
de quedarme absorto por unos segundos – Pero papá, ¿qué has estado hablando con
tío Octavio?
-Qué curioso eres, hijo mío. Nada. Ha
sido una plática corta, pero muy bella. Hablamos de ti. Pero no hizo falta de
que él me dijera nada. Yo conozco a mi muchacho, le dije. El resto fue un
hermoso silencio. Tú sabes que con Octavio nos entendemos casi sin decir
palabra. Somos muy unidos. Siempre lo hemos sido, desde la infancia.
-Entiendo – respondí mientras mi
padre abría la cama para que me metiera adentro – pero, papá, no pensarás que
me meteré entre las sábanas limpias vestido como estoy, ¿no?
-¿Y
qué esperas para desvestirte, hijo?, ven – y diciendo esto, se sentó en la cama
y empezó a desabrocharme la camisa. Yo bajé mi vista. La sábana llegaba a
cubrir justo hasta la zona donde sus vellos se poblaban más. Sentí el principio
de una erección pero recé para que no siguiera avanzando. Mi peludo pecho quedó desnudo, mientras yo me
desabrochaba el pantalón.
-Mira nada más. ¿Cuándo te salieron
todos esos pelos, hijo?
-Hace mucho, papá. No te olvides que ya
estoy un tanto grandecito – dije a punto de reírme.
-Vaya, todos los machos de esta
familia somos bien peludos. Supongo que la culpa la tuvo tu difunto abuelo, que
era como un oso.
-No tengo tantos pelos como vos.
-Cuando yo tenía tu edad, era como
tú. Ya verás en unos años, los pelos no dejan de salir, y por todos lados. – me
dijo, mientras me miraba sonriendo – Pero, desnúdate de una vez, y métete en la
cama. ¿Has cenado ya?
-No tengo hambre – dije, mientras que con cierto pudor me
disponía a quitarme el bóxer.
-Yo tampoco – me dijo, y volvió a
recostarse sin dejar de mirarme, orgulloso de descubrir todo un hombre en su
hijo.
-Mi hijo, un hombre. Mi Edu. Y yo no
estuve para ver cómo ibas creciendo. ¡Nada más mírate...!
Entonces me quité el bóxer. Mi pija
estaba un poco más grande de lo que yo creía y saltó un poco cuando la liberé
por encima del elástico. Me puse colorado y noté como mi padre se interesaba
mucho en mi morcillón pene. Pero no le di tiempo a observar mucho más porque en
un santiamén me metí bajo las sábanas, totalmente avergonzado. Él no dijo nada
y sonrió complacido.
Por un momento, quedamos los dos
acostados boca arriba mirando el techo. Mi padre había llevado las manos bajo
su nuca, reposando la cabeza sobre ellas. Un perfume delicioso se esparció
entonces. Miré una vez más sus velludas axilas y su aroma emborrachó mi nariz.
Los pelos, largos y negros, se le ensortijaban allí, con un precioso diseño en
remolino. No podía creer que estaba al lado de ese hombre. Sentía una atracción
irresistible. Mi pija latía y se agrandaba contra mi voluntad. Instintivamente
había subido las rodillas para evitar que el bulto se marcase en la sábana.
-Edu, ¿no me guardas rencor por haber
desaparecido de tu vida durante tantos años?
-¿Pero por qué lo hiciste, papá?
-Por miedo. No me sentí capaz de
educarte. Como siempre, confié en Octavio. Él hizo de padre para ti. Él me iba
escribiendo sobre ti, de tus logros, de tu vida. Pero ahora veo que he perdido
muchos años, y para siempre. No estuve a tu lado. Cuando recibí esa oferta de
trabajo en México, me apresuré a empacar, sin pensar. Sin pensar en nada. Vi en
esa carta la excusa perfecta para justificar mi huída. Fue un error.
-¿Te arrepentiste, entonces?
-¿Que si me arrepentí? Hijo, creo que
siempre voy a tener remordimientos contigo.
-Yo pensé que ni siquiera te
acordabas de mí, que te resultaba indiferente. Nunca me dijiste nada de eso.
-Tienes razón. Fui un cobarde. Pero siempre
te tuve en mi mente y en mi corazón.
-¿De veras?
-Siempre.
-¿Y ahora también?
-Más que nunca. Solo espero que no
sea demasiado tarde para nosotros, Edu. Quisiera volver a ser tu papá...
Lo miré. Él seguía mirando el techo,
pero sus ojos estaban húmedos. Puse una mano en su pecho. Sentí un estremecimiento
al tocar esa suavidad acariciante. Esos pelos debajo de mi palma, me producían
algo inexplicable. Lo cierto era que mi pija ya estaba completamente dura. Él
me miró, me sonrió, y me dijo:
-¡Ven aquí! – y me atrajo hacia su
pecho pasando un brazo por debajo de mi cuello. Mi cara fue a dar contra su
mullido pectoral, y nuestros cuerpos desnudos se juntaron por primera vez bajo
la fina sábana. Enseguida cuidé de situar mi muslo junto a su pierna antes que
mi duro pene, pues no habría sabido qué decirle si él sentía mi erección.
Estaba embriagado por su olor corporal. Por su calor. Me relajé completamente
al contacto con esa suave piel.
-Edu, Edu..., todos estos años estuve
castigándome por haberte abandonado. Y hace semanas, cuando nos reencontramos,
al verte tan hombre, tan adulto... pues, no sabía cómo hablarte. Todo lo que
tenía que decirte, me quedaba adentro. Porque para hacerlo tenía que
reencontrar al Edu pequeñito que había dejado hacía años cuando salí del país.
Era como si no te reconociera, ¿entiendes?
-Soy yo, papá.
-¿Eres tú?
-Sí, aquí estoy – le dije, mientras
me abrazaba más fuerte contra él.
-¿Eres aquel pequeñito de nariz sucia
con el que jugaba a la lucha en la cama? ¿El que se me trepaba a la espalda y
me hacía una "llave mortal" asfixiándome con sus manitas?
-¿Te acordás? – le pregunté entre la
risas y la emoción profunda.
-Claro que sí. Eras mi campeón. ¡Cómo
disfrutaba esos momentos cuando te llevaba a la cama!
-Luego venía el cuento.
-Y después...
-El beso de las buenas noches.
-Cuántos besos que tendría que
haberte dado, hijo – y al decirlo, sonriendo todavía por la emoción del
recuerdo, me dio un largo beso en la frente. Al sentir sus labios húmedos sobre
mí, y sus manos atrayéndome aún más a él, mi temblor se hizo incontenible, notando
como de mi verga dura como un palo emanaban gotas de líquido preseminal.
-Papá, todo va a estar bien. Podemos
empezar todo otra vez.
-No, no empezará todo de nuevo. Lo
que he perdido, nunca se recuperará. Debo ser realista. Por eso, a partir de
ahora, quiero ser un verdadero padre para ti. No el que "no he sido".
Sino el que soy ahora.
-Sí, papá. – dije, y me abandoné a
sus brazos.
-¿Pero comprendes lo que intento
decirte?
-Sí, papá, lo comprendo, y para mí
está perfecto.
-Gracias..., gracias, hijo - me dijo
emocionado.
Apoyó una vez más sus labios en mi
frente, y sus manos me acariciaban tiernamente. Mi cara sentía los latidos en
su pecho, recibiendo la suavidad de sus vellos, el calor de su piel y el aroma
a agua de colonia de todo su cuerpo. Era todo tan placentero, que hubiera
estado así por semanas enteras. Cuando niño, habíamos tenido una relación
hermosa ¿Podíamos intentarlo ahora? ¿Estaba recuperando a mi padre, finalmente?
Él me estrechó tanto contra sí que mi
sexo quedó de pronto apoyado contra su muslo. Nos quedamos quietos. Él había
sentido mi húmeda erección, claramente sobre sí. Pero ninguno de los dos dijo
nada. Él solo atinó a acariciarme la cabeza y darme un beso en la mejilla.
Entonces. Apagó la luz, y así, abrazados, nos fuimos durmiendo.
Así pasó la noche. Con una latente
felicidad avanzando en la oscuridad.
La luz del sol se filtró por la
ventana y algunos rayos fueron a dar sobre la cabeza de mi padre. Al despertar,
pude ver como él había quedado recostado sobre mi pecho. Dormía como un ángel.
Su boca estaba a pocos centímetros de mi rosado pezón, podía sentir en él su
aliento, era delicioso, y una de sus manos descansaba pesadamente en mi bajo
vientre, allí donde comenzaban mis pelos más íntimos. Miré un poco por debajo
de la sábana, embelesándome con la vista de su cuerpazo casi encaramado sobre
el mío y su mano tan cerca de mi sexo dormido. Esto me excitó otra vez, y en
pocos segundos, mi verga estaba bien levantada. Me dio mucha vergüenza y un
raro temor cuando mi miembro llegó a posarse sobre el dorso de su mano. Pero a
la vez, esa imagen llevó mis fantasías a lugares extraordinarios. Besé a mi
padre en la frente, dulcemente, y empecé a deslizarme fuera de la cama,
cuidadosamente, para no despertarlo.
Desnudo y erecto como estaba me metí
en la ducha. Después, ya más calmo, me cubrí con una bata de toalla y
silenciosamente salí del cuarto. Bajé a la cocina a preparar el desayuno y
dispuse todo en una bandeja: café, tostadas, manteca, dulce de leche, ese que
siempre prefería, y subí al cuarto nuevamente.
-Buen día papá, te traje
el desayuno – dije, mientras abría un poco las cortinas.
Papá entreabrió los ojos,
estirando los brazos.
-Buenos días, Edu… ¡Pero qué
maravilla! ¡Cuánto hacía que no me traían el desayuno en la cama!
-Aquí está tu café.
-Con leche, hijo...
-Ya lo sé... ¿Así está bien? ¿Con qué
querés las tostadas?
-¡Con dulce de leche, por supuesto!
¿O acaso no “sabés” que sigo siendo argentino, "che"?
-Claro, claro... ¡el loco del dulce
de leche! – dije, mientras reíamos– hay ciertas costumbres que no se te
borraron. Tomá. ¡Y no te las tires encima...!
Era una delicia verlo tan contento. Los
dos estábamos muy felices de compartir así ese desayuno. Más cerca, más
cómplices..., las risas, las bromas, y todos los comentarios de nuestra
conversación. Tan ensimismados estábamos, que pasó lo de siempre: a mi padre se
le había caído la tostada untada con dulce.
-¡Pos mira nada más!... ¡qué
mierda...! ¿será posible que siempre me pase lo mismo?
-Es así, papá, las tostadas siempre
se caen del lado del dulce.
-¡Y fíjate tantito dónde ha caído!
Yo me moría de risa. Pues la tostada
había ido rodando por todo su pecho, embadurnando de dulce el camino de pelos
de su abdomen, hasta instalarse bien pegada debajo de su ombligo.
-Esperá, esperá – dije entre
carcajadas – voy a traer algo con qué limpiarte, no te muevas, que vas a hacer
un desastre.
Volví con una toalla húmeda y como si
mi papá fuera un niño, empecé a limpiarle el pecho. Él había apartado la
bandeja y la había apoyado en la mesa de luz. La sábana lo cubría hasta la
cintura. Yo fui limpiando con dificultad su pecho, pero el pegote en medio de
los pelos era tal, que tuve que ir a enjuagar la toalla.
El agua mojaba el pecho de papá,
alisando sus hirsutos pelos, él reía y hacía bromas burlándose de sí mismo y
haciendo chistes sobre su senilidad prematura. Yo le daba letra, muy divertido,
mientras me concentraba en la tarea de pasar esa toalla por cada parte de su
pecho. Limpié sus pectorales. Sus redondas y grandes tetillas no estaban
sucias, pero me dediqué a frotarlas también, con la excusa de que las tostadas
habían hecho un gran estrago. Seguí con su torso, intentando retirar todo el
dulce. Bajé por su abdomen, lentamente, y al bajar un poco más, nuestras risas
fueron disminuyendo y casi por reflejo nos pusimos más serios. Froté casi con
temor su ombligo y seguí para bajar más aún. Entonces retiré un poco la sábana
y su pubis quedó a la vista. Pasé por allí la toalla, mientras que poco a poco
mis movimientos se iban haciendo muy lentos y mucho más tenues. Sus pelos se
iban humedeciendo con la toalla, y yo me maravillaba de peinarlos para un lado
y para el otro. Todo era muy sensual. Él entonces, apartó un poco más la sábana
y dejó al descubierto el miembro que reposaba pesadamente sobre sus grandes
pelotas. Abrió exageradamente las piernas, como para facilitar mi tarea.
Respiré hondo y proseguí limpiando. Mi padre estaba muy serio y callado, sin
dejar de observar todo lo que yo hacía. Yo estaba totalmente dedicado a mi trabajo,
como si de ello dependiera mi vida. No dejaba de fijarme en su sexo. ¡Qué
hermoso que se veía, recostado y durmiendo pesadamente sobre las velludas
pelotas...! Cuando noté que se estaba moviendo, llevé la toalla más abajo y le
froté en las entrepiernas. Ahora su pija estaba más gorda, supe que era el
comienzo de una erección. Esto me enloqueció y bajo mi bata, yo sentí palpitar mi
propio miembro.
Entonces su voz resonó en mí, casi
como un esperado alivio:
-Creo que ya está todo limpio, Edu –
me dijo en un susurro.
Yo dejé de limpiarlo e hice un
silencio. Después, volviendo a mirarlo, no sin cierta sorna, le contesté:
-Mirá que sos torpe, viejo. No vas a
aprender nunca a comer tostadas con dulce de leche.
Y al decir esto, mi padre cambió su
rostro circunspecto por uno pícaro y asombrosamente risueño, fingiendo un enojo
que más que intimidante, era cómico.
-¿Qué has dicho?– me dijo con un tono
burlón en su voz, y el brillo juguetón en sus ojos.
-¡Torpe! ¡Que sos un viejo torpe! –
dije con risitas nerviosas.
-¿Qué has dicho? – me repetía
mientras se incorporaba imitando la actitud amenazadora de temible luchador.
-Lo que escuchaste, no sabés ni
sostener una tostada – le dije, sin poder parar de reír, y atajándome con las
manos al ver que él se abalanzaba sobre mí.
Entonces mi padre se me tiró encima
cuan largo y grandote era, y comenzamos a jugar como antaño.
-¡Ahora verás, mocoso imberbe! ¡Yo te
voy a arreglar!– gritó, volviendo a repetir voces para mí lejanas, olvidadas
años atrás, pero que regresaban reconocibles y entrañables. Me tomó de la
cintura a tiempo que yo me lanzaba en cuatro patas sobre la cama. Le grité
algunas obscenidades, haciendo alusión a su edad, bromeando, y resistiéndome a
sus amenazas. Me preparé para la ridícula contienda, y me di cuenta de que en ese
momento había vuelto el tiempo atrás y éramos otra vez padre e hijo jugando a los
luchadores en la cama. Me sostuvo entre sus brazos a tiempo que me hacía
cosquillas. Yo me zafaba pero él, más grande que yo, siempre me volteaba sobre
la cama, que a ese punto ya era un verdadero caos de sábanas y cobijas. Nos
dejábamos ir, abandonados a nuestro juego infantil, entre risas y gritos. Volví
a quedar bajo su cuerpo y comenzó a hacerme cosquillas otra vez. Caí de
espaldas y en vano intenté defenderme, descompuesto ya de risa. Al verlo sobre
mí, desnudo, mi risa fue calmándose. Papá se reafirmó a horcajadas encima mío,
y mi sexo, bajo la bata, había quedado exactamente bajo el suyo. De un tirón me
la abrió para aplicarme sus dedos sobre la piel y torturarme a cosquillas.
Nuevamente me retorcí entre risotadas, mientras sentía que de a poco estaba
quedando tan desnudo como él. Sus manos se me metían por los flancos, hurgaban
mis axilas…, y también empezaron a bajar. Mi padre me había quitado por
completo la bata y me invadía con sus manos de una manera enloquecedora. Pronto
dejé de tener cosquillas para desear que sus manos me tocaran más y más. Las
llevó hasta mis caderas y me tocó el culo intentando abrirlo con sus forcejeos.
Yo seguía riendo, una risa algo fingida que tal vez él había descubierto. Abrí
las piernas y lo rodeé con ellas hasta entrelazarlas detrás de su espalda.
Cuando lo hice, mi pija quedó adosada a su peludo abdomen. La froté bien contra
sus pelos mientras lo amenazaba siguiendo el juego:
-¡Te tengo, esta es mi toma secreta!
-Sí, la recuerdo. ¿Me tienes, dices?
Lo que tienes es una cara de bodoque... – me dijo, mientras volvía a hacerme
cosquillas. Llevé mis manos a sus axilas, buscando defenderme. Pero en realidad
lo hacía para probar hundir mi tacto en esos dos matorrales peludos. Papá no
tenía cosquillas. Me volvió a provocar.
-¿Crees que con eso me intimidarás?
¡Pobre niñito...!
-Ya no soy un niñito – dije un poco
cabreado – y te lo voy a demostrar...
-¿Cómo? ¿Sonándote los mocos?
Entonces, fingí enfurecerme de verdad
y me zafé de su peso para treparme sobre él y montarlo como un caballo. Tantas
veces había hecho eso de niño, y ahora, ya hombre…, lo volvía a hacer, maravillado
de que todo aflorara desde un interior muy mío y cercano.
-Ahora probarás el rigor de mi llave
mortal – le dije, mientras él quedaba en cuatro patas, forcejeando, y yo me afirmaba
sobre su espalda. Él respiró fuertemente al sentir mis setena y cinco kilos
sobre sí, pasé mi brazo alrededor de su cuello y fingí ahorcarlo, con todo el
peso de mi cuerpo.
-¡Ay, qué miedo!
-¿Te rindes, anciano?
-Oich, parece que hay mosquitos...
-Repito: ¿Te rindes?
-No mames, cabrón...
-Entonces verás, cuate mexicano,
sabrás lo que un gaucho de las pampas es capaz de hacer – dije... y empecé
verdaderamente a cabalgarlo, haciendo fuerza sobre él. Mi padre se reía a
carcajadas, pero de pronto cayó en la cuenta de que el chiquillo que tenía
encima, era todo un hombrote peludo. Mi pija, empezó a dar muestras de dureza
con tantas frotaciones, y quedó instalada entre su culo y su cintura. Papá
hacía fuerza para sostenerse incólume, bufando y vociferando como un verdadero
luchador en el ring..., entonces..., bajé mi mano hacia su culo y lo tomé por
detrás entre las piernas. Al hacerlo, froté sus pelotas bien pesadas y con la
otra mano lo tomaba por el cuello, intentando tumbarlo de espaldas. Mi brazo
quedó restregándose entre sus nalgas. Podía sentir su velludo ano abrirse ante
las frotaciones de mi largo brazo. Él se resistía, sin dar tregua a sus
forcejeos que ya dejaban de ser un juego. También él había dejado de ser el
papá consentidor y se resistía de verdad, por lo que me costaba mucho tumbarlo
en la cama. Mi mano, bien metida en la entrepierna, con mi brazo incrustado en
toda la raja de su enorme culo, rozaba su verga, y sentía como ésta se golpeaba
violentamente contra mí en cada movimiento. Mi pija, que ahora se apoyaba en su
muslo, estaba durísima, pero ya no me daba vergüenza alguna ese contacto, sobre
todo porque yo sabía que la suya también estaba poniéndose cada vez más rígida.
Miré por debajo de su soberbio tórax agitado y pude ver la grandiosidad de esa verga
colgando y bamboleando entre los muslos bien abiertos. Esto me excitó
sobremanera y no pude quitar mi vista de ese carajo. ¡Cada vez se ponía más
duro! Su tronco golpeaba a veces contra su abdomen, y podía ver claramente como
babeaba un abundante líquido transparente.
Fue cuando, harto de tanto forcejear,
él me tomó entre sus fuertes brazos y con un aullido feroz me levantó en vilo
girándome hasta ponerme de espaldas, para abalanzarse nuevamente a horcajadas
sobre mí. Al hacerlo, la cama sonó en varios crujidos. Nuestras caras quedaron
frente a frente y a pocos centímetros, con los ojos encendidos y chispeantes.
-¿Te rindes?
Nuestros cuerpos desnudos se frotaban
entre sí.
-¡No!
Nuestras vergas alcanzaban ya su
mayor erección.
-¿Te rindes?
Nuestros pechos se tocaban
intensamente sintiendo la agitación de nuestras respiraciones.
-¡No, no!
El vello de mi padre se confundía con
el mío.
-¡Por última vez! ¿Te rindes?
Nuestras bocas casi se tocaban, y
nuestros alientos se mezclaban acaloradamente.
-¡No, maldito seas, no, no y no!
Nuestras piernas se entrelazaban
trabándose y chocándose rítmicamente.
-Entonces...
Los sexos, juntos y aprisionados
entre sí, libraban una batalla de ondulantes movimientos.
-¿Entonces, qué?
Cada latido de nuestros miembros eran
sistemáticamente captados y respondidos entre sí. Aún seguíamos riendo.
-Entonces...
Se hizo un largo silencio, en el que
solo podíamos escuchar la aceleración de nuestros pechos. Ya sólo sonreíamos.
-¿Entonces qué, papá?
-Entonces, si no te rindes…
Su voz se extinguió en un susurro
lento, atrapada en la agitación de una ternura devastadora, suspiró
profundamente y no pudo completar la frase. Y nos miramos, ahora serios, y
acercando más nuestras bocas.
¡Dios mío, cómo había cambiado su
mirada!
Estábamos muy agitados, y aliento
sobre aliento, nuestras respiraciones se confundían entre sí.
Mi padre sobre mí.
Desnudo él, desnudo yo.
Fue un momento único. Sublime. Porque
en ese momento nos dimos cuenta de que habíamos vuelto al presente, que él ya
no era el papá jovencito que jugaba con su pequeño. Que los dos éramos padre e
hijo adultos. Que éramos dos hombres y que el juego se transformaba en otro,
tal vez más peligroso, pero mucho más real. Nuestros ojos dijeron todo. Porque dejamos
de hablar para comernos con la mirada. Entonces él llevó una mano a mi mejilla
y la acarició dulcemente. Yo acaricié su cabello, lo acomodé un poco, y bajé
pasando la mano por su cuello.
Un minuto más y todo se habría
diluido.
Un minuto más y ambos nos habríamos
apartado y, avergonzados, hubiéramos dado comienzo a las disculpas.
Un minuto más y la magia se habría esfumado.
Ambos lo supimos.
Y antes de que ese minuto pasara y
que la agitación de nuestros pechos desapareciera mi padre acercó su boca a la
mía.
-Está bien, papá, me rindo - le dije,
entregado.
Dudamos un mínimo segundo, con la
veladura de una breve sonrisa en el rostro, pero después avanzamos enseguida y
nos besamos apasionadamente. Lo abracé fuertemente y empezamos a frotar
nuestros sexos duros entre sí. Finalmente, su lengua me horadó la boca. Yo la
recibí con un frenesí extraño. Era el beso de mi padre, y qué bien se sentía
eso. Con sus manos buscó mis nalgas y las fue acariciando en movimientos lentos
y suaves. Sentía esas manos repasar mis suaves vellos y me era imposible no
acompañarlas con leves movimientos. Besé su cuello ancho y fuerte, mis labios
siguieron bajando, buscando explorarlo todo, llegué hasta esas aureolas rojas y
grandes, y las rodeé con mi lengua, sus pezones se fueron endureciendo mientras
los lamía, los succionaba, los mordisqueaba y los volvía a lamer, pasaba de uno
a otro, alternando pausadamente el tratamiento, con las manos, tomaba cada uno
de sus pectorales, formando con la presión una verdadera mama abultada y turgente,
entonces el pezón sobresalía hacía mí, invitándome para que lo chupara de
nuevo.
Papá se retorcía de placer. Seguía
sobre mí, moviéndose, frotándose y acariciándome todo el cuerpo con la suavidad
de seda de sus pelos. Entonces, vencido por lo que estaba sintiendo, cayó de
costado sobre sus espaldas. Su gran verga quedó proyectada hacia el techo,
levantada y dura, con el glande totalmente descubierto. Mi mano fue a
atraparla. Él lanzó un gemido cuando sintió mis dedos sobre sus velludas bolas.
-¿Alguna vez has tocado así a un
hombre, Edu?
-No, papá.
-Vaya...
-Decime si lo estoy haciendo bien.
-Mi chiquito, cualquier cosa que
hagas estarás haciéndola bien.
Entonces me incliné hacia su pelvis
acercando mi boca a esa poderosa viga de acero. Mi boca se me hizo de agua. Me
relamí, dispuesto a tragarme toda la verga de mi padre.
-¿Que vas a hacer, hijo?
-Quiero comerte ¿puedo?
-¿Lo quieres realmente?
-Sí, papá, lo quiero de verdad.
-¿Estás seguro?
-Papá, nunca deseé así a nadie.
-Entonces, adelante,
hijo. Eres un hombre y sabes lo que haces – y diciendo esto, dirigió su pija
hasta mi boca, y tomándome dulcemente por el cuello, me invitó a saborearla,
abriéndose bien de piernas.
Primero chupé todo su glande. Estaba
muy hinchado y mojado. Era una fruta roja y deliciosa. El gusto de su jugo
cristalino era dulcísimo y me excitaba mucho. Seguí abriendo la boca y me metí
la verga hasta la mitad. Vaya si era grande. A duras penas podía con ella. Pero
¡qué sensación indecible!, pronto, y sin saber cómo, aprendí como llegar con mis
labios hasta la peluda base. Cuando mi padre sintió mi nariz hundirse en su
velludo pubis, lanzó un gemido incontenible. Estuve así un rato, sintiendo su
dureza en mi boca, lamiendo y limpiando toda la zona. Su tronco, sus huevos,
sus ingles, oliendo su aroma a macho, dejando que penetrara mi boca virgen de
falo.
-Bueno, mi hijo, ahora su papá va a
darle el mismo placer, venga aquí – me dijo tiernamente. Mi corazón se aceleró
y sentí que iba morir en cualquier momento. ¡Mi padre me iba a mamar la verga!,
ese hombre de ensueño iba a hacer lo que ningún hombre había hecho conmigo. Se
puso boca abajo, quedando perfectamente entre mis piernas, me las abrió con sus
manazas y entonces se quedó mirando mi erección que apuntaba directamente a su
cara, oscilante y ávida.
-¡Qué hermosura, Edu! Me acuerdo el adorable pilín que tenías de
niño…, mira nada más el chipote que ostentas ahora, y esos pelos negros, largos, duros, esas bolas colgando...
qué precioso se ve… ¡y qué orgulloso está tu padre de ti! Pero ven, acércate
más, así, así, quiero darte mucho placer, hijo, sólo como un padre puede darle
a su hijo.
Y sin decir más, se fue metiendo mi
pija muy lentamente en la boca. Respiré hondo, reteniendo el aire, el placer
era demasiado y estuve a punto de desmayar. Sus labios ardían, me iban saboreando
muy sutilmente, y poco a poco vi mi mástil desaparecer como por arte de magia
en la boca de papá. Lo mantuvo así, adentro, y con su lengua empezó a
acariciármelo. La sensación era increíble. Nunca había sentido eso. Después,
también muy lentamente, empezó a subir y a bajar, bombeándome con movimientos
cada vez más intensos.
-¡Papá, voy a acabar si seguís así!
Él no contestó y siguió muy
concentrado en su trabajo. Al poco tiempo, no pude contenerme más y me derramé
por completo en su boca sintiendo un delirio de placer. Me sentí totalmente
entregado a él. No fui dueño de mis actos en ningún momento, el placer fue
tanto que mis lágrimas afloraron. Él lamió y tragó todo mi semen y estuvo largo
rato limpiando lo que había caído fuera de su boca.
Entonces cambió de posición, y
prácticamente se sentó sobre mi rostro. Ahora tenía todo su culo frente a mi
cara y lo había abierto desmesuradamente por sus manos. ¡Qué pelambrera! La
vista de su ano abierto y rojizo me excitó enseguida. Era un hoyo con
innumerables pliegues. En el centro, un gran hueco, dilatado, oscuro,
invitador. Me acerqué a su abismo y empecé a lamerlo todo. Lo penetraba con la
lengua, entraba, salía, lamía, chupaba, todo era como degustar el mejor de los
manjares. Mis manos subieron hasta su torso y se apoderaron de los duros
pezones. Papá arqueó la espalda en señal de enorme placer, incrustándome su
ojete en la cara más aún. Sentí su mano sobre mi pija, que ya estaba
endureciéndose y cobrando nueva vida. Pronto estuvo dura, y él se la metió
nuevamente en la boca. Entonces giré atrapando al mismo tiempo su sexo con mi
boca. Y al levantarme los muslos hacia el techo, ambos exploramos oralmente
nuestras zonas anales.
Luego de un rato de placeres mutuos,
volvió a cambiar de posición y giró sobre sí mismo sentándose sobre mis muslos.
Quedamos frente a frente. Tomé su verga y comencé a bombearla. Con una mano
alternaba las caricias sobre uno u otro pezón. Hundía de vez en cuando la mano
y la enredaba en la mata de pelos del centro de su pecho. ¡Cómo me excitaba
eso! Mientras, mi mano en su pija se aceleraba. Me encantaba darle placer, más
bien me volvía loco. Poco a poco lo fui llevando al éxtasis. Cerró los ojos levantó
al máximo sus cejas como si la expresión fuera la de un dolor intenso. Intuí que
estaba llegando al placer supremo. Su pija latió en mis dedos y descargó sus
cuatro chorros de espeso semen. Semejantes trallazos dieron contra mi barba,
pecho y abdomen. Y sin parar de moverse, papá se acomodó mucho mejor sobre mi
pija, abriendo sus nalgas con ambas manos. Quedé con la punta bien apoyada en
el agujero sintiendo a la vez el inmenso calor de su hueco acomodándose sobre
mi húmedo glande. Él se estiró hacia el cajón de la mesa de luz y sacó de allí
un pote de crema lubricante. Rápidamente la untó por todo su culo y sobre mi
acalorada verga, que agradeció la frescura. Mientras él repasaba amorosamente
cada rincón de mi miembro, no pude evitar retorcerme de placer aunque estuviera
casi aprisionado por su peso. Nuevamente se acomodó y mi pija sólo siguió su
trayecto, lenta pero firme, hacia su abierto y anhelante orificio. Fue sublime.
Papá me miró profundamente a los ojos y me dijo enternecido:
-Mi Edu. Ahora estamos unidos para
siempre.
-Papá, esto es increíble.
-¿Estás bien? ¿te gusta?
-Sí... estoy en el cielo...
-Te siento adentro mío, hijo...
sigue, sigue...
-Sí, papá. Yo también te siento.
-Te quiero mucho, Edu...
-Y yo, papá...
A medida que me iba moviendo dentro
de él, su pija, que quedaba justo enfrente de mi cara, se fue agrandando
nuevamente. Había perdido un poco de dureza, pero ahora la estaba recobrando
con cada envión de mi pelvis. Su cabeza se levantó orgullosamente, cada vez más
dura, y quedó, esplendorosamente grande y gruesa, a pocos centímetros de mi
boca abierta. Con los enviones de mis envestidas, la pija chocaba fuertemente
en mi pecho. Toda la pesadez de su miembro, resonaba en mi tórax con estridentes
y acompasados golpes. Papá empezó a masturbarse y nuestros rítmicos movimientos
eran una exquisita sincronía de impulsos. Yo lo sostenía de los glúteos y abriéndoselos,
ayudaba así a que mi pija se metiera hasta el fondo, uniendo entre sí las
vellosidades de cada uno. Mientras veía su verga agitarse entre sus manos, mi
boca se acercaba más y más, bien abierta, lista para recibir una nueva dosis de
su más íntimo líquido. Finalmente, y envueltos en sendos jadeos cada vez más
gritados, dejé mi simiente dentro del culo de mi padre, experimentando un gozo
voluptuoso, fuerte, y mucho más intenso que el anterior. Enseguida papá se
arqueó hacia delante y me tomó de la nuca para acercarme a su verga que estaba
próxima a eyacular. Entonces salieron calientes y nuevos chorros de su tronco
enloquecido y mi boca abierta y sedienta los recibió en su interior. Tragué
todo con avidez, cuidando de no desperdiciar gota alguna. Papá se inclinó para
besarme en la boca y sentir el gusto de su propio semen directamente de mis
labios. Nos abrazamos largamente y fuimos recuperando el aliento.
Estábamos agotados.
Papá llevó mi cabeza para apoyarla en
su mullido pecho y yo me acomodé muy a gusto entre sus pelos, con mi boca
tocando uno de sus magníficos y enrojecidos pezones. El me acarició tan
tiernamente que, poco a poco me fui durmiendo, envuelto en un sopor plácido y
de infinita ternura.
Dormimos como querubines, muy juntos
y abrazados, hasta bien entrada la tarde. Era un sueño reparador, pero no
solamente por la energía desplegada en el intenso choque sexual, sino también
por tanto desencuentro acumulado por años. Al fin llegaba la paz entre
nosotros. Y si no hubiera sido por el teléfono, no nos habríamos despertado.
Atendí, tomando torpemente el tubo con mi mano izquierda, pues con la derecha
estaba rodeando aún los hombros de papá. Reconocí la voz de mi tío Octavio.
-¡Tío!, ¿cómo estás?
-Yo estoy bien, bobo. Pero…
-No te preocupes, tío, está todo bien
por aquí. Demasiado bien…
-¿De veras? Entonces…
-¿Entonces, qué?
-¿Entonces ya son amigos?
Mi padre lanzó un suave gruñido,
despertando e intentando abrir con dificultad un solo ojo. Me miró, tratando de
entender qué ocurría.
-Es el tío – le dije, besándolo en la
boca muy despacio. Él me tomó por el cuello, atrayéndome a él y me devolvió el
beso, pero de una forma muy pasional.
-Papá, ¡es el tío en el teléfono! –
pude decir sonriendo y queriendo contener las caricias de mi padre,
inútilmente, pues ya ambos teníamos nuestras trancas completamente duras.
-¿Octavio?
-Sí - le dije, e inmediatamente volví
a ponerme el tubo en la oreja - tío, esperá un momento.
-Sí, sí, sobrino - contestó riendo -
ya veo que están muy bien.
-¿Qué me preguntabas?
-Nada. Te preguntaba si ya son
amigos.
-Papá - dije apoyando el tubo en mi
pecho- tío Octavio quiere saber si ya somos amigos.
Papá tomó el teléfono y sonriéndome
con un guiño contestó a su hermano:
-Mi hijo y yo ya somos amigos
"íntimos", Octavio... – dijo, a tiempo que me hacía una dulce caricia
sobre los labios - es más, mucho mejor que amigos íntimos, simplemente somos
padre e hijo, no sé si me explico, lo cual es mucho más importante..., y si no
tienes otra ridiculez que preguntar, déjate de huevadas y vente a cenar esta
noche, cabrón. Hay que celebrar que desde hoy todo será para mejor...
Papá me besó con un beso tan sonoro
que cuando me puse nuevamente al teléfono escuché la risa complacida del tío.
-Ah, Edu, ¡qué bien sonó eso!
Hice un silencio, sintiendo que me
sonrojaba un poco.
-¿Te pusiste colorado? - me preguntó
el tío.
-Creo que sí. ¿Cómo sabés?
-Bueno, los tíos sabemos de estas
cosas, tonto. Decime, ¿llevo algo para esta noche?
-Si vos querés, pero no hace falta.
-¿Y es formal la cosa?
-El tío pregunta si es formal – le
pregunté a papá. Él puso los ojos en blanco y tomó el teléfono:
-¿Estás completamente loco,
hermanito? ¿Formal? ¡Vente en pelotas!, que la noche estará ideal para hacer la
fiesta en la piscina. Y ahora déjate de molestar que quiero estar con mi hijo.
-Ya lo escuchaste, tío - dije
retomando la conversación, sin poder aguantar la risa.
-Sí, me quedo tranquilo, ya recobró
su locura habitual. Hasta la noche, Edu.
-Te esperamos, tío...
-¡Ah!, y bien por vos, lindo. Ahora
va estar todo bien.
Al colgar el teléfono, papá me rodeó
con sus brazos y me besó suavemente en el cuello. Había escuchado las últimas
palabras de tío Octavio:
-Sí, ahora va a estar todo muy
bien..., gracias a ti, hijo.
Fin.
(*) Nota
del A.: Si el lector desea
saber algo más sobre Octavio, lo encontrará como protagonista en el relato "Octavio, mi querido suegro"
Franco
Mayo 2006
Delicioso. Me hizo ebullir todos mis jugos. Jeje
ResponderEliminarQueridísimo Framco,
Quisiera acordarme como llegué a tí en todorelatos, pero mi memoria no lo registra con precisión. Muy seguramente fue a través del buscador de incesto de todorelatos, si posiblemente así fue y la palbra con la que llegué fueron esas relaciones padre hijo. Estas historias, por lo que alguna vez conté ya en estas páginas, nutrieron mi imaginario vivido desde mi niñez. Sí fui muy precoz, excesivamente precoz y tus relatos tuvieron la gran virtud de encender esas llamas que aún hoy me consumen en delicioso éxtasis que en un principio no conoció culpa y hoy en mi madurez se ha liimpiado de ella.
Recuerdo que antes de todo relatos fui asiduo visitante de nifty erotic stories. Ufff cuantas historias no salpicaron mis manos en esos finales del siglo pasado.
Ahora que me encuentro con esta historia ya leída, siempre sentí curiosidad de la relación del tío octavio con su yerno. Una de las historias más candente para mi, sobre todo porque involucra hombres casados. ¿Hay acaso algo más potente que secucir a un macho heterosexual y que encima sea tu padre? Mmmm es sin duda de las delicias más tentes que se pueden experimentar.
Siempre deseé leer el relato en el que el tío Octavio se une a la fiesta e incluso en el que el yerno se suma, pero sin duda esa historia carecería de ese primer misterio que significa un primer acercamiento, tema que tratas con frecuencia en tus cuentos. Sin duda el after day, que se vuelve cotidiano, ya no tiene esa intriga del suspenso erótico que tan magistralmente manejas.
Bueno querido amigo, sé que algún día nos reconoceremos en esas mutuas confidencias con las picardías de nuestras miradas. Eso bastará para decir todo.
Abrazos de Don Pepe
Mi querido Pepe,
ResponderEliminarQué lindo escucharte de nuevo en el café. Da la sensación de que todos los asistentes hemos formado una rueda de sillas para escucharte hablar, y que Ortolani, dejando a algunos parroquianos sin atender, se acerca a la mesa para escuchar disimuladamente.
Así es, Pepito. Muchas veces ideé el desenlace de este cuento, incluyendo a Diego, el yerno de Octavio, pero es tal cual vos decís. Ya hemos asistido a sus debuts. Obviamente, Octavio ya era un experimentado gourmet de hombres, seguramente al igual que Gastón, de quien se intuye que en su carrera mexicana degustó tanto mujeres como hombres. Pero tenemos a los jóvenes que por primera vez se dejan llevar por sus deseos más íntimos, más ocultos... y es ahí donde mi morbo motivó toda la secuencia. Una vez que hemos presenciado su primera aventura, ya parece que careciera de sentido el volver sobre ellos. Es así, sentimos lo mismo, amigo.
Estas historias, dicho sea de paso, tienen mucho que ver con una etapa de mi vida, donde mi búsqueda de sexo iba orientada especialmente hacia el encuentro con hombres casados, bien masculinos, con una seguridad de lo viril sobre sus rasgos y acciones, pero también con toda la inseguridad de querer pasar la línea permitida, y abrirse apasionadamente a la fuerte relación entre varones. Ver eso en un hombre, me desarmaba. Más de una vez, ese límite, ese débil hilo, esa curiosidad tímida, la vi traspasar con temores a través de mis diversas seducciones, y cuando eso pasaba, la excitación que me provocaba la situación era indecible. Mi mente se llenaba de fantasías alrededor de esa persona, y otras cosas también se me llenaban...., afortunadamente descargables en un momento determinado!
Esas primeras veces, esas experiencias nuevas, siempre alimentaron mi imaginario sobre los relatos, y como sabés, muchas veces me gustó escribir sobre eso. Ese fino vértice sobre el cual se balancea ese no saber si el otro es o no es, si quiere o no quiere, si las miradas quieren decir lo que uno quiere entender, si la línea finalmente será o no cruzada, si la complicidad es compartida..., me parece un tema altamente fascinante. Nunca supe si mis pobres líneas pudieron alguna vez expresar exactamente todo eso tal cual lo sentía en mí.
Pero al menos muchas veces sentí esa misma frecuencia con varios de mis lectores. Y que eso haya ocurrido me daba siempre una satisfacción enorme.
Sonrío tiernamente al recordar nuestra coincidencia en la página de todorelatos, a la que, por otra parte, nunca volví, ni como escritor ni como lector. Me parece tan lejana esa época en la que me ponía a mil esperar cada relato y visitar el sitio una y otra vez a la semana esperando las nuevas publicaciones de mis autores preferidos (Altair a la cabeza). Pero todo tiene un ciclo, y por más que me lo impusiera, creo que esa actividad que un día me cachondeaba tanto quedó en otro lugar de mí mismo.
Gracias por tus palabras, Pepe. Un beso
POR FIN!!!Qué emoción!!! Huelga decir que me encantaron todos los nuevos ajustes, te lo agradezco muchísimo, mi queridísimo y siempre admirado FRANCO. Era el relato que esperé desde que terminó el remake de El Palacio Araóz y he quedado super encantado. Un abrazote inmenso, gracias por llevar mi mente al máximo placer, y a mi cuerpo y a Alex Jr. a tener unos orgasmos espectaculares. Besotessss =)
ResponderEliminarALEX SALVIN