El cuentito de fin de mes
-Por
aquí, por favor
La
sinuosa figura de una mujer de largos cabellos y sonriente expresión, aunque
artificial, nos precede a mi esposa y a mí y nos introduce en el interior del
restaurante. Es un lugar tranquilo, refinado y con clase.
-¿Le
agrada esta mesa, señor?
-¿No
tendría otra un poco más iluminada?
-Sí,
por supuesto, aquella, pero está cerca de la cocina.
-No
hay problema.
Me
dirijo a mi esposa ¿te parece bien esta, amor?, ella asiente y nos sentamos
finalmente en la mesa elegida.
-Enseguida
serán atendidos – dice la mujer, sin dejar de sonreír lejanamente.
Mi
mujer está espléndida, vestido nuevo y un par de sencillos y elegantes
pendientes. Yo luzco sobrio, con mi camisa de seda algo abierta y envuelto en
un sutil perfume de Dior. Al sentarnos nos miramos y nos sonreímos. Aún sin
pronunciar palabra, pero dando comienzo a la celebración: una cena romántica en
honor a nuestros diecinueve años de casados. Las velas dan un valor especial al
momento, y todo reluce agradablemente.
-Mi
cliente tenía razón. El lugar está muy bien. ¿Te gusta, amor?
-Sí,
mucho. ¿Él viene habitualmente?
-Creo
que sí. Me dijo que se come muy bien – contesto tomándola de la mano, a tiempo
que el camarero se nos acerca con las cartas en la mano. Nos presenta las
sugerencias del chef con estudiada amabilidad.
Mi
mujer me devuelve la caricia en la mano mientras lee la carta, comentando uno u
otro platillo. Yo sigo observando la sencilla pero elegante decoración del
lugar. Justo detrás de mi esposa, hay una barra sobre un mostrador de caoba y
una pared tapizada de vinos.
Detrás
del mostrador: un hombre. Enseguida toda su persona me llama la atención. Es de
mediana estatura, cabellos castaños, tupida y muy cuidada barba, bigote
completando el conjunto, y algo corpulento. Es el encargado de controlar las
cuentas de cada mesa. Presumo que es el dueño del restaurante. Está detrás de
un ordenador y además escribe sobre un anotador.
Mientras
repaso la carta de vinos, levanto nuevamente mi mirada hacia él. Constantemente
echa unas ojeadas sobre todo el movimiento de la cocina, controlando cada
pedido. Viste una camisa en un tono claro y corbata color ocre.
-Querido,
que sea el malbec de siempre.
-Claro,
amor – respondo, disimulando mi leve sobresalto e indicando el pedido al
camarero.
De
reojo, vuelvo a mirar hacia el mostrador, siendo consciente ahora de la
atracción que ese hombre ejerce sobre mí. Es un perfecto oso, con rasgos
increíblemente bellos. Un ejemplar que regenera en mí el gusto casi atávico que
tengo por ellos. Dos ligeras entradas en su amplia frente, nariz recta, ojos
cafés de grandes pestañas, cejas pobladas, labios rosados y una sonrisa de
dientes resplandecientes.
-¿Los
señores desean ordenar la entrada? – espeta el camarero de perenne sonrisa.
Mi
mujer consulta acerca de la ensalada paysanne,
mientras yo calculo a grandes rasgos la edad del oso.
-¿Y
qué desea ordenar como plato principal, señora?.
¿Treinta
y ocho años? Tal vez cuarenta. No más.
-Amor...
Dos
buenos pectorales se evidencian bajo la fina tela de la camisa. Y coronándolos,
los deliciosos bultitos de los pezones. Como dos pequeñas estacas. Casi
taladran la prenda. ¡Ah, qué maravilla!
-¡Amor...!
-Sí,
.... perdón, querida.
-¿Qué
vas a ordenar?
-El
carpaccio y... luego... la lasagna, por favor.
-Muy
bien, señor. Enseguida estoy con ustedes – contesta el camarero.
A
partir de ese momento, la cena es para mí un constante ir y venir entre la
atención que puedo prestar a duras penas a la charla de mi mujer, y a cada
movimiento del oso del mostrador. Mi cliente no había mencionado al oso,
obviamente. Converso con mi mujer, sonrío, me muestro adorable, seductor, pero
a la vez intento dosificar mis ojeadas sobre distintas direcciones, a fin de
que ella no pueda darse jamás por enterada de que mi creciente interés está
puesto en un solo punto y que la única mirada que me interesa es la que dirijo
hacia ese macho impresionante.
El
oso es muy atractivo. Pienso eso mientras lo miro una y otra vez. ¿Qué me pasa?
Concentración. Es mi aniversario de bodas. Caramba. He cumplido 19 años de
matrimonio con la mujer de mi vida. No puedo – me repito – dejarme llevar por
esa imagen irresistible.
Pero
¡ay!, por más que me lo impongo, no puedo dejar de mirar a ese macho.
Mi
mujer no se ha dado cuenta. ¿Por cuánto tiempo?. Me pregunto eso no sólo ahora,
sino que me lo he preguntado durante años. Nada. Parece no advertir aquello que
me perturba. Siempre fue muy intuitiva, inteligente, sensible, y si ahora no
disimulo lo suficiente, corro el riesgo de ser descubierto. Bueno, en diecinueve
años se pueden ocultar cosas inimaginables dentro de la vida marital. Y bien lo
sé yo.
Vuelvo
a mirar, aprovechando que mi esposa retoca su maquillaje tras un pequeño
espejo. Me siento totalmente atraído por el oso. ¿Qué es lo que tiene, que me
fascina de esa manera? Repaso sus cualidades. Sera la manera en que se mueve,
discretamente, pero a la vez sin mucho cuidado. Habla en voz baja con uno u
otro camarero, da indicaciones, escribe, tipea en el teclado, hace cuentas en
el anotador. Está muy concentrado en su continua ocupación. Me encanta observarlo,
estudiarlo. Sí, estudiarlo, aunque sea en interrumpidas y rápidos avistajes.
Son tan rápidos que aprendo incluso a sacar de esas atisbos el mayor provecho y
la más intensa atención para archivar en mi mente sus gestos y su apariencia.
-El
otro día llamó Martha... – continúa mi mujer, derivando la conversación hacia
otros lados.
-Ajá...
– contesto yo, aparentando estar muy interesado en la charla que venía.
-Sí,
y ella me comentó que... – la voz sigue llegando a un cierto registro de mis
oídos, mientras que mi mente se aleja de sus frases, a punto tal que solo
distingo su bella boca moverse pero casi sin escuchar demasiado, por lo menos,
no el significado. Mis ojos siguen posándose intermitentemente sobre el ya
irresistible oso. ¡Qué bello es!. Sus pechos redondos me ganan. Imagino una y
otra vez los duros pezones. Solo tengo la pista de sus marcas enhiestas.
Entonces,
así, en medio de la historia de Martha, en medio de los tragos acompasados del
malbec que enjuga mi garganta, por primera vez mis ojos chocan con los del oso.
¡Me
está mirando!
Él me
mira, seriamente, sin perturbación alguna, deteniéndose un instante en mis
ojos. ¿Un instante? ¡No, es como un siglo! Mi copa tiembla y vuelvo, nervioso,
la mirada a mi mujer que sigue hablando totalmente ajena a la situación. Le
sonrío. Hago un comentario amable. Vuelvo a mirar al oso. Su mirada sigue clavada
en mí. Disimulo. Me inquieto un poco, intuyendo que el oso percibe mi
inquietud. Miro hacia otras mesas. Alguien que pasa. Otra sonrisa a mi
esposa... Y regreso siempre al oso. Ahí están sus ojos, su barba, sus
pectorales abultados... su...
-Su
ensalada, señora. Su carpaccio de salmón, señor. Que lo disfruten. – interrumpe
el camarero. Le sonrío tenuemente, pero en realidad lo quiero matar por haberse
interpuesto entre el oso y yo.
-Como
te decía, querido..., Martha no soportaría viajar sola, vos sabés como es ella...,
es por eso que... – continúa mi mujer mientras yo corto mi salmón con el dorso
del cuchillo, dividiendo mi mente en dos partes: 30% para Martha y sus viajes,
y 70% para el oso. No es fácil hacer eso, claro está, pero tampoco imposible. Obviamente,
es mucho más interesante el porcentaje correspondiente al oso.
-No
deja de hacerse un mundo de problemas por los precios de los pasajes..., pero
¿qué más da? le dije, la vida hay que vivirla... parece que eso la hizo
pensar...
En
mis pensamientos intento imaginarlo en otras situaciones. Las marcas de sus
duros pezones a través de su camisa siguen guiando mi intuición que crea en mi
mente un pecho sin igual. Sus velludas manos me anuncian que su torso es muy
peludo. Eso es obvio. Es el oso perfecto. Hasta creo ver algunos pelillos
asomar por su camisa cerrada, ahí, justo por encima del nudo de su corbata.
Ahora me intriga saber en qué cantidad se esparce ese vello por semejante
tórax. ¿Hasta dónde llegaría mi imaginación?
-...
Francia en primer término, aunque también ella quiere conocer Grecia... claro,
le dije, estando tan cerca... ¿cómo no vas a ir a Atenas? Entonces...
Entonces,
la mujer que nos había conducido a la mesa, se acerca hasta el mostrador del
oso y le sonríe de otra manera. Aquella sonrisa automática ahora se convertía
en auténtica al dirigirse al oso. Agudizo al extremo mi oído – no es fácil
hacerlo por encima de los proyectos de viaje de Martha que me expone mi mujer –
y logro percibir algunas palabras entre ellos. El oso le devuelve la sonrisa y
la come con los ojos. Logro descifrar un "Querido, quedan sólo dos mesas
libres. ¿Te ayudo en algo?". Ella se acerca a él y le arregla amorosamente
el nudo de la corbata. "No, mi cielo", responde el oso.
- Qué
lindo osito.
-¿Qué...?
- miro a mi esposa súbitamente sorprendido.
- Le
dije que el osito era lindísimo..., el que Martha le compró a su ahijadito -
prosigue mi mujer -. No era de esos ositos de peluche medio bobos, era un
primor, todo peludito. Pero enseguida, el tipo de la agencia de viajes nos
interrumpió y nos dijo que...
Entonces
la mujer abandona un poco más sus manos alrededor de su cuello y le dice algo
que no puedo entender. El oso la toma por la cintura y la acerca hacia sí. Por
un momento me dejo llevar por esa imagen, saboreando la manera con que la toca.
Imagino – y casi siento – esas velludas y grandes manos sobre mí, con los
mismos movimientos, con la misma presión, con la misma infinita ternura que no
dejo de observar; sintiendo como algo empieza a vibrar en mi interior. También
imagino al oso teniendo sexo con esa mujer, penetrándola, haciéndola gozar.
Pero vuelvo a la realidad. Sus bocas se acercan, y a punto de besarse, la mujer
le dice algo entre risas. Ella está casi de espaldas. Se besan en la boca. No
es un beso largo, pero lo que me deja atónito es que en medio del beso, el oso
gira un poco a su mujer como buscando un determinado ángulo. Y se da ese
momento. Único. Irrepetible. El oso abre sus ojos y ¡fija su mirada en mí
mientras está besando a su mujer!.
-Yo
no lo podía creer. ¿Te das cuenta? una promoción de un 30% menos sobre el valor
del segundo pasaje...
Si su
vista hubiera sido un rayo, me habría partido en dos. Ese rayo tan contundente
penetra a través de mis ojos y siento como desciende hasta mi pubis, haciéndolo
temblar como si fuera a experimentar un orgasmo. La involuntaria contracción de
mi miembro, termina por ensimismarme aún más.
-...Entonces,
¿qué te parece, amor?
-¿Qué
me parece... qué?
-Que
yo viaje con Martha....
-Ah...,
eh..., yo...
No me
explico cómo mi mujer había llegado a ese punto de la conversación, pero
asiento con mi cabeza, abriendo los ojos y levantando las cejas, como evaluando
el proyecto.
-No
tendría que acompañarla en todo el trayecto, pienso yo. ¡Semejante viaje!. Al
fin y al cabo, yo quiero estar en Buenos Aires en junio. Pero pienso que podría
encontrarme con ella en Atenas a partir de los primeros días de julio.
-Eh...
sí, sí... sí, creo que está perfecto... y... si vos tenés ganas....
-Sabés
que adoro Atenas, cielo... desde aquel viaje que hicimos, siempre quise
volver... es lo que me decía Martha, que uno no se puede quedar con las ganas
de volver a ciertos lugares... porque fijate que....
Mi
mujer sigue hablando y la inercia de sus palabras cada vez es mayor. El tema
sigue y nos traen el plato principal. Ella está tan entusiasmada que no
advierte que yo sigo con mis miradas furtivas en dirección al oso. La mujer
ahora está con él en el mostrador. Cada tanto hablan e intercambian tareas
diversas. Él va a buscar algún vino, o desaparece en la cocina, para volver a
su ordenador.
Me
mira.
Hace
que me excite. Siento como mi verga late intensamente entre mis piernas, formando
un bulto escondido bajo el mantel de la mesa.
Me
mira ahora insistentemente.
Entiendo
entonces que él ha percibido mi obsesivo interés sobre su persona. Es evidente
que se dio cuenta. Enseguida hay entre nosotros una tácita complicidad. Sus
ojos se clavan en mí. Yo le contesto las miradas, y entre los dos, mantenemos
un diálogo silencioso, sin gestos, sin seña alguna, es sólo
el encuentro de nuestros ojos, son escasos movimientos pupilares, raudos,
tocantes, que apenas coinciden por segundos, pero hablando un idioma que sólo dos hombres pueden entender perfectamente. Para esa
tarea despliega toda su habilidad, como yo. Tiene al lado a su mujer, como yo. Luce
una alianza de oro en su anular izquierdo, como yo.
-Entonces
yo le dije – insiste mi esposa – si tu marido va a estar trabajando en Estados
Unidos, aprovechá, Martha..., ¿qué vas a hacer sola?...
Parece
ser que él tiene una actitud imperturbable con cada mirada. En cambio yo, cada
vez que nuestros ojos se juntan, tiemblo de cabeza a pies. Siento que me
entiende, que no lo asusto, que no me rechaza.
-No
sé..., creo que las cosas entre ellos dos no andan muy bien que digamos...
No.
Mi mujer no está al tanto de mi "comunicación" con el oso. Me asombro
de poder simular una apariencia exterior totalmente distinta a la conmoción que
llevo por dentro. Llevo mi mano disimuladamente a mi entrepierna. El oso lo
advierte, o mejor dicho, sólo ve que mi mano desciende bajo la mesa. Me toco
por encima de mi sexo. Late y se agranda. Sé que no tendré una erección, pero
mi miembro está listo para actuar si fuera necesario. El oso me mira y sé que
también lo comprende. Miro como él también lleva su mano que, oculta por el
mostrador, seguramente va a posarse sobre su entrepierna. Me mira otra vez, me
devora, diría yo, apenas parpadeando. Él cierra los ojos por un momento. Vuelve
a mirarme. Su mujer se acerca por detrás y lo rodea cariñosamente con sus
brazos. Le da un pequeño beso en el cuello, y él responde con una sonrisa dulce
y tenue. Tuvo que interrumpir su mirada hacia mí, pero ni bien la mujer retorna
a sus tareas, él me vuelve a mirar. Y así toda la cena. Es enloquecedor.
Mi
esposa sigue contándome su entusiasmo con ese viaje, y me pregunta si me voy a
sentir muy solo cuando ella se vaya. El camarero regresa con la carta de
postres. El oso está de espaldas, buscando algo en un armario del fondo. Puedo
verlo de cuerpo entero. Sus abultadas nalgas hacen que el pantalón oscuro tenga
una caída maravillosa. Una ancha espalda completa el armonioso conjunto.
El
camarero vuelve, solícito, por enésima vez. Mi esposa ya ha elegido el postre.
-Por
favor tráigame el crumble de manzanas con crema helada de limón.
-Muy
bien, señora. ¿Para usted, señor?
-Eh...
no sé... no había pensado en nada todavía.... ¿qué me sugiere? – pregunto al
camarero, pero siguiendo a mi oso en todos sus movimientos.
El
camarero me da una lista detallada de las delicias que elabora la casa, y se
queda finalmente esperando mi decisión. Pero como yo no he escuchado palabra de
lo que me ha dicho, opto por lo más sencillo:
-Hum...,
nada, gracias. – entregándole la carta, a tiempo que el camarero arquea las
cejas con los ojos entrecerrados, intentando disimular su indignación.
-Qué
raro que no comas postre.
-Es
que últimamente me siento algo pesado después de las comidas.
-¿En
serio? ¿Te sentís mal?
-Nada
de importancia.
-Brindemos,
amor.
-Sí,
mi vida. Por estos maravillosos diecinueve años juntos.
-Te
amo.
-Y
yo.
Bebemos,
y al hacerlo encuentro mi mirada con la de mi mujer, sabiendo que sobre mí está
la del oso.
-¿Cuánto
tiempo pensás estar de viaje, cariño? – pregunto a mi mujer.
-No
menos de tres semanas...pero no sé... ¿A vos qué te parece?
-Disfrutá
los días que quieras.
-Gracias,
amor, sos un ángel.
El
oso me sigue mirando. Persistentemente. Mi mano, como movida por voluntad
propia, se separa de la mano de mi mujer y va hasta mi pecho. El oso no pierde
detalle de eso, lo compruebo lanzándole breves ojeadas. Mi mano desabrocha un
botón de mi camisa y tropieza con alguno de mis pelos del pecho. Entro por mi
camisa abierta, como acariciándome levemente, mientras finjo no perder palabra
de lo que sigue diciéndome mi esposa. Es un gesto natural, claro, todo hombre
lo hace, pero en ese momento se transforma en una poderosa arma de seducción.
-Su
crumble, señora. Que lo disfrute – dice el camarero, siempre impertérrito - ¿no
cambió de idea, señor? ¿desea algo?
-Querido,
el mozo te está hablando.
-¿Eh?
-Que
si deseás algo.
¿Que
si deseo algo? no paré de desear desde que me senté en esta mesa, pienso.
-Ah...,
no, no, gracias.
El
mozo se va y mi esposa hunde la cucharita en la tibieza de las manzanas. Busco
mi pezón. Está ahí, listo y duro, esperando ser tocado. Miro fugazmente al oso.
Se está mordiendo el labio inferior, mientras agrega el precio del postre a
nuestra cuenta. Mis dedos juguetean alrededor de mi tetilla. Separo un poco los
suaves vellos que la rodean. Lo vuelvo a atrapar, lo hundo, lo pellizco. Me
vuelvo loco solo de pensar que el hombre que me está mirando podría tomarlo
entre sus dientes y meterlo en la boca. Sé que él sigue observándome. Y yo,
movido por un impulso incontrolable, me excito enormemente al estar usando solo
un movimiento tenue de la mano sobre mi pezón.
Tomo
otro trago de vino, como si quisiera apaciguar la sed que siento entre mis
labios. Pero no lo consigo porque se trata de otra sed. Llevo la copa a mi boca con
indecible sensualidad y lentitud.
-Amor,
agradecele mucho a ese cliente tuyo por haberte recomendado este lugar. Esto está
delicioso, y la comida estuvo muy bien. Tenemos que venir más seguido.
-Sí,
justamente estaba pensando en eso – contesto escrutando los bellos pectorales
osunos que están a escasos metros de distancia. ¡Qué hombre!, tan atractivo,
tan masculino. "Tenemos que venir más seguido" ¡Claro que sí! Siempre
que él esté allí, podría volver todos los días. Todo en él es firmeza,
corpulencia, virilidad. La base de su abdomen prominente pero esbelto, sostiene
su pecho que, con los hombros, forma proporciones apolíneas. Es inquietante
recorrer todo su cuerpo. Mis ojos se detienen, siguen, bajan, suben. Ese
recorrido, intenso, implacable, lo acaricia... es como si mis ojos cobraran el
valor de manos que lo tocan por completo.
Por
un momento cierro los ojos. Y viajo inconscientemente hacia los brazos del oso.
Estamos desnudos. Mi pene da otra sacudida. No estoy aquí, no veo ni escucho
nada. ¿Cuántos minutos pasan? No lo puedo saber. Sólo vuelvo en mí cuando la
voz de mi mujer me repite:
-Amor,
amor... ¿te sentís bien?
Abro
los ojos. La imagen se desvanece.
-¿Eh?...
ah, perdoname, querida... yo... no, no me siento bien. No es nada, solo un leve
mareo. Será el calor del ambiente, el vino... no sé..., tal vez me cayó mal la
comida.
-¿No
querés ir a mojarte la cara con agua fría?
-Sí,
claro. Necesito ir al baño. Ya vengo.
Algo
agitado, cierro la puerta del baño tras de mí, en medio de imágenes
sensualísimas. Me mojo un poco la cara. El espejo me devuelve mi rostro
enrojecido. Siento ganas de orinar. Sólo hay un cubículo con un inodoro y me
dirijo allí, abriendo mi bragueta. El compartimiento es muy pequeño y dejo la
puerta abierta. Busco mi miembro y compruebo que está todo mojado. Mojado y
algo tieso. Un generoso chorro invade el silencio del baño al caer sobre el
agua del inodoro. Me relajo y acaricio levemente mi verga. Termino de orinar.
Sacudo mi miembro. Vuelvo a sacudirlo. Y, no puedo dejar de pensar en el oso.
Inmediatamente siento que mi pija ya no puede parar de endurecerse.
¡Un
ruido! ¡Alguien entra!.
-Señor,
disculpe...
Me
vuelvo, extrañado de que alguien me hable, a tiempo que comienzo a decir algo
así como ¿no ve que está ocupado...?, pero me quedo de una pieza al ver al oso
de pié detrás de mí.
-Perdón.
Pero el depósito del baño no funciona muy bien... – me dice con su voz gruesa,
retumbante en todo el baño.
-¿Qué?
– digo aún inmóvil por la proximidad del oso, entre absorto y excitado.
-Le
pido disculpas, señor, pero es que el depósito se descompuso hoy y no funciona.
– me repite con leve y encantadora sonrisa.
-Ah...
– respondo, con mi verga dura entre las manos, oculta a su visión.
-Le
sugiero que cuando lo accione, lo haga tomando el botón de manera firme y
presionándolo hacia abajo, muy lentamente... pero sólo hasta la mitad. Con
cuidado, porque puede lanzar algún chorro indeseado..., por eso quería
prevenirlo.
-¿Chorro
indeseado?
-Sí,
señor... sólo tiene que...
-¡No,
no, no....! ¡Son demasiadas indicaciones para mí!. Si usted sabe cómo hacerlo,
por favor, le ruego que me ayude.
-Claro,
cómo no, señor. Permítame.
El
oso se mete al cubículo y yo me hago a un costado para dejarlo entrar. La
situación es increíble, totalmente excitante, y mi verga no para de latir en mi
mano. Por supuesto, no hago nada para meterla nuevamente dentro del pantalón.
El oso me mira a los ojos. ¡Otra vez esa mirada infartante, pero ahora a tan
pocos centímetros! Mi pija da un sacudón imperceptible pero intenso al tacto.
-Sólo
hay que... – dice, mientras maniobra con dificultad el botón del depósito.
-Parece
muy difícil... – susurro, mientras pienso: ¿Realmente funciona tan mal?
-Sí,
señor... es que...
-Está
rebelde...
-Y
muy duro...
-Así
parece – digo, sintiendo mi propia dureza entre los dedos.
-Sí.
Le pido mil disculpas.
-No
tiene por qué. Supongo que me salvó de empaparme por completo.
-Así
es.
-Entonces
no tiene porqué disculparse. En cambio, yo soy el agradecido.
-Bueno,
viéndolo de esa manera – me dice, sonriendo, a tiempo que su vista baja involuntariamente
hasta mi sexo. ¡Ups! ¡te vi, te vi, osito! ¡me miraste la verga!, me digo,
divertido.
-¿Está
muy duro?
-Sí.
Durísimo – contesta el oso con una mirada inconfundiblemente seductora.
Él
sigue intentando accionar el depósito. Y yo, aunque parezca ridículo, sigo con
mi verga en posición de orinar, cuidando que quede estratégicamente a la vista.
-¿Mucho
trabajo en el restaurante?
-¡Uf!,
sí, señor. Ha sido un día muy duro– dice, mientras mira de reojo mi erección.
-Caramba.
Parece que todo hoy está duro... – digo mirando mi verga. Ambos reímos.
-Ha
venido mucha gente hoy, así que sí, tuvimos mucho trabajo.
-Es
lógico que esté lleno de gente... es un restaurante muy bueno... – digo
acariciando mi verga y descorriendo su prepucio una y otra vez.
-Gracias,
señor. Todo muy bien, lástima los baños ¿no? – dice sonriendo. Lanzo una suave
carcajada.
-En
serio. La comida estuvo deliciosa.
-¿Es
la primera vez que viene con su esposa?
Bandido.
Sabe que es mi esposa, y disfruta nombrándomela ahora, pienso.
-Sí.
-Espero
que no sea la última – dice, a tiempo que escuchamos el ruido del agua caer en
la taza.
-¡Bravo!.
Al fin pudo con el depósito. Qué habilidoso es usted – digo en voz más alta,
mostrándole mi glande mojado.
-Sí,
es cuestión de maña, no de fuerza.
-Apuesto
que si es por fuerza, usted no tendría problemas – digo mirando sus fuertes
brazos.
-Pero
no es el caso, claro.
-¿Hace
mucho que trabaja aquí?
-Tres
meses.
-Con
su esposa..., ¿verdad?
El
oso me mira cómplice. Baja un momento la mirada para ver como yo acaricio mis
huevos y vuelve a mis ojos:
-Sí.
Miro
cada expresión de su cara. Su boca es inquietante y estamos tan cerca que puedo
sentir su fresco aliento en cada frase. Quiero continuar la conversación porque
me parece que es la única manera de seguir el juego. Ese juego por demás
sensual, que no estoy dispuesto a interrumpir. Sus furtivas miradas caen
también sobre mi pecho, insinuado a través de mi camisa abierta. Desciendo mi
vista hasta su entrepierna. Un bulto apretado y voluminoso estira a más no
poder la tela de su pantalón. Por un momento pienso en llevar mi mano hasta ese
impresionante paquete, pero me contengo.
-Pero,
perdón – digo abriendo los ojos de repente – usted quería usar el baño ¿no es
así?
-Sí,
pero no se preocupe. Usted estaba primero.
-Por
mí no hay problema. Ya que estamos compartiendo el baño... adelante – exclamo,
haciéndole señas de que no se inhibiera por mi presencia. Qué juego tan
extraño, y tan excitante, me digo.
El
oso lleva su mano hacia su abultado paquete y empieza a sobarlo lentamente,
mientras no pierde detalle de mi pene duro entre mis dedos.
-Hace
algo de calor aquí – digo con un suspiro.
-Sí,
es que estamos justo arriba de la cocina.
-Entiendo
– digo, y me quito la chaqueta. Al hacerlo, mi miembro queda libre y como un
palo en el aire. Duro, recto y apuntando hacia el techo. Algunos rizos se
escapan fuera de mi bragueta entreabierta. Coloco mi chaqueta en el perchero
del compartimiento y también aprovecho para desprender dos botones más de mi
camisa. El oso traga en seco y se desajusta su corbata color ocre.
-Sí,
es verdad. Siempre sube mucho la temperatura aquí.
-Tal
vez si mantuvieran abierta la ventana... – digo abriéndome por completo la
camisa.
Su
bulto crece y es inmenso. La blanca prenda interior apenas puede contener lo
que oculta aún. Aparta a un lado su camisa. Su vientre queda descubierto y
puedo seguir el camino de su vellosidad hasta la zona del pubis. Sus manos
bajan el elástico del calzoncillo y entonces su erección maravillosa salta en
el aire, satisfecha de sentirse libre al fin.
-Será
mejor que cerremos esta puerta. Discúlpeme – me dice cortésmente.
-Cómo
no.
Quedamos
los dos metidos en ese pequeño cubículo. El oso empieza a acariciar de arriba a
abajo su endurecido miembro. Es más ancho que largo, sí, pero tiene una forma
perfecta. Todo su pubis está increíblemente lleno de pelos ensortijados. Ahora
está bajándose más el pantalón junto con su calzoncillo, y libera también sus
pesados testículos, finamente tapizados de no menos cantidad de pelos. Son algo
rosados y le cuelgan pesadamente. Una luz nos atraviesa ayudando a que nuestras
miradas no pierdan detalle de cada verga. Tomo mi cinturón y comienzo a
aflojarlo. Me bajo el bóxer junto con mi pantalón y éste cae hasta mis
tobillos.
-Tal
vez si pusiéramos un extractor, no haría tanto calor – me dice siempre atento a
mi lenta masturbación.
-Tal
vez – digo, quitándome la camisa y poniéndola junto a mi chaqueta.
El
oso se quita la corbata y me la da para que la ponga en el perchero.
-¿Podría
ponerla ahí, por favor?
-Por
supuesto. Vaya, qué pequeño es este sitio, ¿no?
-Sí.
Disculpe, señor.
-¿No
me quiere dar su camisa? Creo que está sudando un poco.
-Sí,
tiene razón – me dice, y lleva sus manos a los botones. Su pija está enhiesta y
bamboleándose. Su glande está completamente descubierto y por debajo sus bolas
son la perfecta base para ese gran mástil. La impresionante verga, que sale de
esa pelambrera intrincada, es verdaderamente gruesa, y se va afinando un poco en
la punta. Se arquea deliciosamente hacia arriba, y está tan alta que faltan
pocos centímetros para tocar su bajo vientre.
-¿Y
cuál es la especialidad de la casa? – digo, siguiendo la conversación como si
nada.
-Cualquier
plato a base de carnes. Toda la carne que tenemos es de primera calidad. – me
contesta. Entonces abre su camisa, dejando que se deslice por sus hombros hasta
sus muñecas. Sigo sus movimientos. Contengo la respiración al ver el
espectáculo de su pecho. Está cubierto de pelos suaves desde la garganta,
largos y de un color castaño claro. Los pezones que podía adivinar antes bajo
su camisa, son asombrosos al desnudo. Parecen dos penes pequeños. Están duros,
son portentosos, carnosos y rodeados de un círculo rojizo que sobresale del
pectoral. Los vellos se le ponen más tupidos hacia el centro del pecho, y allí
tienen un largor de seis centímetros. Un oso así, corta la respiración a
cualquiera. Al tenerlo tan cerca corroboro que decía la verdad con lo de las
carnes de primera calidad.
-¿Es
lo que la gente más pide? – le pregunto, tomando la camisa y retomando la
charla.
-La
gente pide de todo, y los gustos son siempre muy personales, claro, pero... –
me dice, mirándome a los ojos, y después descendiendo por todo mi cuerpo.
-¿Pero?
– digo, acercándome un poco más a él.
-Pero
bueno, ya que hablamos de gustos...
-Sí,
me interesa mucho saber sus gustos, por supuesto – le digo, separando un poco
mis muslos y sin dejar de acariciar mi verga, viendo como él hace lo mismo.
-¿Por
qué le interesa tanto?
-Nadie
mejor que usted puede comentarme lo mejor de este lugar.
Mientras
hablamos, nos vamos quitando por completo lo que nos queda de ropa, quedando
totalmente desnudos.
-Bueno,
a veces pienso que lo que disfruto de este trabajo, no es tanto por la buena
comida que servimos.
-Qué
interesante – contesto, llevando una de mis manos hacia mis pezones.
-No
sé si soy claro - el oso se apoya en la pared y alza descaradamente su pubis y
su enorme erección hacia mí.
-Si
me lo explica mejor...
-Bueno,
a ver, yo disfruto mucho cuando un cliente está conforme con el servicio – el
oso se abre de piernas y apoya un pie en el borde del inodoro.
-Ya
veo – le digo observando cómo sus espléndidos huevos quedan pendulando entre
sus muslos bien separados.
-Y me
siento muy bien cuando el cliente se va satisfecho.
-Entiendo.
-Después
de haber bebido buenos vinos... – su voz se hace más lenta y acariciante.
-Sí...
– replico mientras me pierdo en sus ojos.
-Saboreado
una buena comida... – me dice, acariciándome con su baritonal timbre de voz.
-Sí...
-Y
haberse deleitado con nuestros postres... – exclama, tomando desde la base su
pesada verga con ambas manos y apuntándola a mi cara.
-Creo
entender. Es decir que la especialidad de la casa.
-Es
hacer que el cliente se sienta en la gloria, siempre.
-Pues
debo decirle...
-¿Sí?
-Que
aún no me siento satisfecho del todo.
-¿No
le gustó entonces la comida?
-Sí.
La comida estuvo muy bien.
-¿La
atención?
-Impecable
-¿Entonces?
-Lo
que pasa es que aún no probé el postre.
Nos
miramos profundamente. Hacemos un largo silencio y nos acercamos levemente,
dejando nuestras manos a los costados. Las dos pijas, erectas en su máxima
grandeza, relucen bajo el haz de luz a pocos centímetros una de la otra. Llevo
las manos a su peludo pecho y masajeo suavemente los pezones. El oso se arquea
hacia atrás y suspira al fin. Apenas puedo contener sus pezones en mis manos.
Mis dedos se hunden entre esos pelos larguísimos y siguen descendiendo por el
camino que marcan claramente hacia la pelvis. Atrapo con mis manos el
"postre" y lo tomo desde los huevos, apuntando su cabeza hacia
arriba. Me inclino. Abro mi boca... y hago desaparecer esa tremenda tranca
dentro de ella. El oso lanza un gemido de placer y me pida que siga. Y yo sigo.
Pruebo cada uno de sus huevos, me los meto alternadamente en la boca, uno,
otro, nuevamente los dos. Su glande no deja de segregar líquido cristalino. Es
dulce, almizclado, verdaderamente exquisito. Es la "salsa" perfecta
para ese manjar magnífico.
Entonces
subo con mis labios por su pecho, acariciado suavemente por tanta vellosidad, y
llego hasta los dos círculos rojos. Con la mano los aprieto hacia mis labios,
mientras mi lengua los rodea por completo.
El
oso me sostiene con sus manazas. Las pasa por mi espalda y yo siento el calor
de sus palmas fundirse con el incipiente sudor de mi cuerpo. Sigo subiendo con
mi boca, buscando la suya. Me toma la cabeza y me ayuda a encontrar el camino.
Nos besamos apasionadamente. Librando una contienda de lenguas entrelazadas e
insaciables.
Se da
vuelta y me ofrece la entrega total de su culo. Se lo abro violentamente y
empiezo a lamerlo. Es delicioso. Sus pelos no entorpecen para nada la
degustación. Todo lo contrario, son el aliciente perfecto para que mi verga se
mantenga levantada y palpitante entre mis muslos arrodillados en el piso. Mojo
bien todo su ano. Cada pliegue, cada centímetro de esa suave piel. Huele a
sudor. Huele a macho. Huele a hombre que necesita otro hombre.
Cuando
veo que todo está suficientemente lubricado, él extiende una mano buscando algo
en el bolsillo de su pantalón. Me entrega un preservativo que yo me coloco
enseguida. Inmediatamente, casi con una ansiedad desbordante, me levanto y
apoyo la punta de mi pija en ese agujero totalmente abierto. Cuidadosamente
hago presión, pero el oso me pone una de sus grandes manos sobre mi nalga
derecha y me empuja hacia sí con un envión contundente.
-¡Ah...!
Sí, sí..., deseé esto desde la primera mirada... – suspira el oso.
Mi
verga entra hasta el fondo de su culo, deslizándose sin dificultad. Lo tomo
desde su bajo vientre, atrayéndolo hacia mi hambriento sexo. Empezamos un
movimiento enloquecedor, cada vez más acelerado, cada vez más intenso. Busco
con mi mano el miembro del oso. Está tan duro como al principio. No ha bajado
ni un milímetro. Eso me excita tanto que el bombeo en su trasero ya es
frenético. A la vez, lo masturbo con firmeza, arrancándole gemidos y suspiros
entrecortados.
Nos
movemos tanto que todo el cubículo tiembla con nuestros enviones. La intensidad
crece, nuestras respiraciones aumentan más y más..., y estamos a punto de
derramarnos. El oso gira su cabeza y se encuentra con mi cara. Yo hundo mis
manos en su espesa barba, y encuentro mi boca con la suya, atrapando todos sus
gemidos y entrecortadas bocanadas de aire.
Finalmente,
siento que exploto, y todo lo que había estado contenido en mí, se vierte en el
interior del oso. Casi al mismo momento, siento en mi mano todo el calor del
líquido que fluye de su verga. Me inunda con su semen gimiendo su placer dentro
de mi boca. Yo gozo como nunca. El orgasmo es tan intenso que me estremezco
involuntariamente ante cada chorro de esperma entregado en su culo.
Nos
quedamos un instante abrazados, todavía con mi verga dura dentro suyo.
Nos
separamos y nos volvemos a besar frente a frente. El gusto de su boca es
extraordinario. Volvemos rápidamente a la realidad, nos limpiamos y nos
vestimos.
Cuando
vuelvo a la mesa, mi esposa me dice algo alarmada:
-¡Por
fin!, ya iba a pedir que te fueran a buscar, amor. ¿Te sentís mejor?
-Sí.
Me siento magníficamente, querida.
-Me
alegro mucho, amor. Sí, se te ve muy bien. Te han vuelto los colores a la cara.
Veo
al oso bajar las escaleras y pasar frente a nosotros. Lo observo, ya sin
ocultar mi mirada, levanto un brazo y le pido la cuenta. Al poco tiempo el oso
nos trae personalmente la adición con dos copas espumantes. Me mira con la más
adorable expresión.
-El champán
es gentileza de la casa. ¿Todo estuvo bien?
-Todo
estuvo excelente. Felicite al chef de mi parte, por favor – digo sonriendo.
-Gracias.
Así lo haré. Lo más importante para mí es que el cliente siempre se vaya
satisfecho. Espero que haya sido así y que vuelvan muy pronto.
-No
tenga duda de que volveremos.
El
oso y yo nos miramos fijamente por unos instantes. Luego, advirtiendo ambos que
la mirada no podía sostenerse más sin ser sospechada, nos saluda amablemente y
se dirige hacia su puesto en el mostrador. Mi mujer me toma de la mano, y al
salir veo como el oso abraza a su esposa, que insiste en acomodarle la corbata
color ocre.
FRANCO
Mayo 2006
Para un tipo grande como yo es lo que me estaría haciendo falta. Será cuestión de tomar coraje. Espléndido el "cuentito". Muy sexitanteeee.
ResponderEliminarLa dirección del restaurante?
ResponderEliminarBueno, VH no es un sitio comercial y no hace publicidad en absoluto. Pero no te preocupes, Seba, estoy seguro de que te vas a dar cuenta cuál es cuando lo encuentres.
ResponderEliminarExcelente como siempre.
ResponderEliminarPor favor decime que continúa!
Dduraznito,
ResponderEliminarlo siento, pero termina aquí. La continuación la dejo librada a la imaginación de cada lector....
Saludos!
Totalmente sublime este relato me puso la pija como piedra cada detalle te hace imaginar que eres el protagonista, no pude evitar venirme junto con ellos, jaja, muchas felicidades por esta excelente pagina dedicada a la maravilla de ser velludo, odio la moda de trasquilarse el cuerpo no hay nada mas excitante que hombre con pelos por todos lados
ResponderEliminarGracias, William, por tu comentario!!
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