“Sus muslos bien formados y de una
redondez florida y brillante, que disminuía un poco hasta llegar a la hermosa
armazón, en cuya parte inferior no podría fijar los ojos sin ciertos vestigios
de terror y algunas tiernas emociones
por aquella terrible máquina que no hacía mucho había penetrado con tal furia
dentro de mí para invadir, desgarrar y casi destruir aquellas tiernas partes
mías, que todavía no se reponían de los efectos de su iracundo ataque. ¡Pero
había que verla ahora! Con la cresta caída, apoyando su roja cabeza a medio
cubrir sobre uno de los muslos; tranquila, dócil y en apariencia incapaz de las
travesuras y crueldades que había cometido. Luego, aquel hermoso nacimiento de
hilillos ensortijados, cortos y suaves, que rodeaban su base; su blancura, los
arbolillos de sus venas, la flexible suavidad de su tronco al yacer lánguidamente
acortado, contraído hasta su mínimo grosor, sostenido entre los muslos por su
apéndice globular, esa prodigiosa bolsa de tesoros, surtidor de mieles de la
naturaleza, que se contorneaba describiendo las únicas arrugas capaces de
agradar. Todo ello completaba la perfección de esa perspectiva cuyo conjunto
formaba el más apasionante cuadro vivo de la creación, tan infinitamente
superior a esos rudimentarios productos que confeccionan los pintores,
escultores y demás artistas, que se venden a precios tan elevados. Su visión en
la vida real sólo pueden saborearla plenamente aquellos seres privilegiados a
quienes la naturaleza dotó con el fuego de la imaginación, orientado
fervorosamente por un juicio veraz hacia la fuente principal. Eran los originales
de la belleza, la composición inigualable de la naturaleza, tan por encima de
toda imitación de las artes y del poder de la riqueza para pagar su valor”
Fragmento de "Fanny Hill", de John Cleland (*)
(*) Nacido en Londres en 1710, John
Cleland fue diplomático, y su carrera le condujo, entre otros lugares, a
Esmirna y Bombay. Autor de varias novelas y obras de teatro, se dedicó también
a la filología inglesa y, con diferentes pseudónimos, al periodismo.
Descubrí a Cleland hace mucho tiempo,
cuando mi curiosidad calenturienta de jovencito pajero hizo que me aventurara
entre los libros escondidos de mis padres, una biblioteca de textos eróticos y pornográficos entre los que se encontraban varios libros del Marqués de Sade, entre otros. Fanny
Hill, una obra de referencia del erotismo del Siglo de las Luces, desde su
publicación en 1749, influyó en este género hasta bien entrado el siglo XIX y cuando la leí por primera vez, inspiró mi pobre
vocación por la escritura erótica, pues en ese sentido, John Cleland me llevó
de la mano (valga la redundancia) hacia esas artes descriptivas que tanto admiré
y agradecieron mis adolescentes hormonas.
Aunque durante mucho tiempo se
sostuvo que Cleland escribió Fanny Hill en la cárcel, donde estuvo recluido por
deudas, al parecer en la prisión sólo pulió un texto ya escrito en 1730.
Olvidado por todos, murió en 1789 en Westminster, mientras su Fanny se vendía,
clandestinamente, a raudales.
Contemplar al hombre amado en su
sueño, como he dicho otras veces, es un placer muy difícil de describir. Elegí
este texto porque creo que Cleland, metido en la piel de la jovencita incauta que
cae en la prostitución llevada por sus deseos de probar fortuna en Londres y
que queda aquí embelesada con la imagen durmiente de su amado Charles, nos
pinta esa dicha de una manera muy bella.
¡Hola, mi querido Franco! Qué maravilloso post es este que estamos viendo... y más maravilloso aún ver el origen de ese talento tan tuyo con el que muchos te conocimos y empezamos a apreciar tu valía.
ResponderEliminarMe emocionó mucho el contenido de esta galería y tus palabras, Gaucho de Oro, porque encontré mucho punto de identificación con ellas... ya alguna vez he comentado aquí en el Café todo el morbo que despierta en mí ver a un hombre entregado al descanso del sueño o del reposo, con la guardia relajada y sin el menor cuidado de poses o apariencias. Es una imagen que, como bien dices, no hay palabras justas para describirla... La inspiración precisa de John Cleland supo hacer que Fanny Hill expresara con palabras lo que su interior sentía tan solo con ver la figura de ese varón. Yo, en mi historia personal, le doy un mérito indiscutible a mis inicios en este mundo lleno de placeres que es el del contacto con otros hombres. Todo empezó así, precisamente, viendo a un hombre dormir; con el espectacular regalo de poder disfrutar de las líneas de su cuerpo sin miedo a ser descubierto y juzgado por él. Mis ojos le acariciaron, mi hombría se elevó ante su presencia, mi imaginación le hizo mil y un caricias... hasta el momento que no pude resistir más y dejé que mis dedos actuaran en nombre de todos ellos. ¡Es nostálgico recordar cómo empezó uno esta ruta que todavía no acaba!
Y ashora, tantos años después, cada vez que tengo la fortuna de estar de nuevo cerca de un hombre en reposo me enfrento a esa dualidad de dejarlo seguir entregado al sueño o turbar de pronto su escape con todas las cosas que mi deseo quiere materializar sobre su cuerpo... a veces gana uno, a veces otro... ¡Y en todos los casos es un deleite hacer lo que la circunstancia del momento nos lleve a lograr!
Fascinante, nostálgico, erótico... así es este post. ¡Sencillamente MEMORABLE! ¡Muchísimas gracias por traerlo aquí con nosotros, Gaucho de Oro!
Muy buena la película de la foto 49 recomendable
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