El Palacio Aráoz IX
Capítulo IX – Odio y deseo
Al día siguiente, cuando me encontraba
trabajando a media mañana, el Sr. Gutiérrez me citó en su despacho. Temblando
por lo que podría pasarme, atravesé el pasillo con una palidez de muerto. Entonces
me crucé con Reinaldo que al verme en ese estado cambió su eterna expresión de
pocos amigos y, para mi asombro, se mostró amable conmigo. Me tomó suavemente
del brazo y me preguntó:
-Gómez ¿qué te pasa? ¿te sentís bien? ¿por
qué esa cara?
Yo estaba a punto de llorar y miré en
silencio a ese hombre de ojos celestes intentando encontrar algún gesto
amigable en su mirada. Lo cierto es que Reinaldo había cambiado mucho conmigo.
Me miró inclinándose para indagar mi expresión, entonces no aguanté más y me desplomé
en sus brazos.
-Eh, Gómez, ¿qué pasó?... tranquilo,
tranquilo... ¿querés contarme?
-Me llamó Gutiérrez a su despacho. No me
gusta nada esa citación, seguro que es algo muy malo, Reinaldo.
-¡Ese hijo de puta!, ya me tiene harto.
Nos tiene hartos a todos. ¿Por qué te llamó ahora?
-No lo sé, pero nada bueno ha de ser.
Estoy seguro.
-Pensá… ¿Hubo alguna cosa que hiciste y de
la que él pueda sacar provecho?
-Sí, Reinaldo, me mandé una cagada, pero…,
por favor, no me preguntes.
-Está bien. Si es así, tal vez querrá
extorsionarte de algún modo. A mí ya me lo hizo, y a muchos. Pero esto se tiene
que acabar, ya mismo voy a hablar con el Doctor. Vos andá, confiá en mí que
seguramente algo vamos a poder hacer.
Ya se estaba yendo cuando se dio cuenta.
-¡Eh!, Gómez, ¿por qué estás en
zapatillas? Gutiérrez te va a matar.
-Yo..., las zapatillas... es que...
-¿Qué pasó con tus zapatos? No me digas que los perdiste.
-Sí. – dije, intentando serenarme.
Él sacudió la cabeza y me apoyó una mano
sobre en el hombro. El repentino interés por mí y la calidez inesperada de
Reinaldo me conmovía. Él volvió a abrazarme y me asombró con un beso
en la mejilla. Me miró fijamente y me dijo:
-Está bien, andá a ver qué quiere el
cabrón, no te aflijas, yo voy a ver al Doctor Aráoz. Perdoname si te traté mal.
Yo soy así, ¿sabés?, tengo un carácter de
mierda, pero no me tenés que hacer caso – me dijo pasando la mano sobre
mi cabeza – Vos sos un buen muchacho.
-Gracias, Reinaldo – le dije. Y me separé
de él rumbo al despacho de Gutiérrez.
Golpeé la puerta y me respondió un
"adelante" que me heló la sangre. Cuando entré el mayordomo estaba frente
a la ventana con las manos sujetas tras de sí. Enhiesto y ostentando su dureza,
gozando cada instante de ese abuso de autoridad.
-Buen día, señor.
-Acérquese, Gómez, y cierre la puerta.
-¿Puedo preguntar por qué me citó a su
despacho, señor?
-No sea insolente. Aquí las preguntas las
hago yo. Tome asiento.
Me senté mirando el centro del pulcro
escritorio. Gutiérrez se volvió hacia mí y me habló paseándose por un reducido
sector de la habitación. Sus ojos grandes me observaban a través de las gafas doradas.
-Esta mañana me tomé el trabajo de
inspeccionar las habitaciones a fin de corroborar que todo estuviera en orden
en los armarios de los sirvientes. Ya sabe, es importante que los uniformes
estén impecables y todos aquellos objetos personales que un empleado dispone
para el servicio tienen que estar siempre en su sitio. No es violación de
intimidad, usted sabe bien que la ropa de los empleados es propiedad de la
casa. Pues bien ¿a qué no sabe qué descubrí? – preguntó levantando levemente la
voz. Al no tener respuesta de mi parte, prosiguió - No, seguramente no lo sabe.
¿O sí, Gómez? No se preocupe, yo se lo voy a decir. Antes, le pido por favor
que me explique por qué está usando esas zapatillas inadecuadas con la
vestimenta que se debe llevar por estricto reglamento del Dr. Aráoz.
Titubeé, y no supe qué responder.
-Bien. Yo responderé por usted, si me
permite – y abriendo un armario sacó mis zapatos – He aquí lo que descubrí en
mi inspección: todos los sirvientes tenían sus zapatos en sus habitaciones o en
uso, ¡salvo usted, Gómez! Ahora dígame: ¿son éstos sus zapatos?
Yo asentí, sin mirar.
-Ay, ay, ay, Gómez, ¿se da cuenta de que esto
es inadmisible?. Una falta grave en las reglas de la casa. No soy yo el que
impuso esas reglas, sino, como le acabo de decir, del mismísimo Doctor Aráoz. Al Doctor le gusta que todo
empleado tenga una impecable presencia. Está demás decir que para él, esto es una
falta grave. Así las cosas, Gómez, su falta pone en juego mi propio puesto.
-¿Se lo va a decir?
-Por supuesto.
-Por favor, señor, no.
-Ay, no, no se me ponga a llorar ahora. Ahórreme esa desagradable escena.
-Por favor, por lo que más quiera...
-Usted sabe que podría decírselo ya mismo. A menos... - dijo, volviéndose hacia mí - ... a menos que entre usted y yo hagamos un trato – me dijo acercándose a mí.
-Por favor, señor, no.
-Ay, no, no se me ponga a llorar ahora. Ahórreme esa desagradable escena.
-Por favor, por lo que más quiera...
-Usted sabe que podría decírselo ya mismo. A menos... - dijo, volviéndose hacia mí - ... a menos que entre usted y yo hagamos un trato – me dijo acercándose a mí.
-¿Qué trato, señor?
-Mire, Gómez, no soy una persona a la que
le guste delatar las faltas del personal, pero piense que yo tengo que llevar a cabo perfectamente mi
trabajo, que, entre otras cosas, consiste en controlar a los empleados que, en
fin, generalmente se trata de gente sin educación como usted y como tantos
aquí. Es muy simple. Si usted quiere que esto quede entre usted y yo y gozar de
cierta tranquilidad en su trabajo le propongo hacer un arreglo ya mismo.
-¿Un arreglo? ¿Cuál?
-El treinta por ciento de su sueldo a
favor mío. Así dejamos atrás este feo incidente y, cada mes, usted no tendrá que preocuparse por cometer tantos
errores con las estrictas reglas de su empleador. Yo protejo sus fallas, y
usted me lo agradece, ¿comprende? Es fácil, mírelo de este modo: es como si estuviera pagando un
seguro.
Apreté los puños con un furor contenido.
Mi inexperiencia y mi temor, hicieron que asintiera en conformidad con el
arreglo.
-Así me gusta. Fíjese que estoy siendo
generoso, porque, Gómez, usted no puede andar por ahí, perdiendo los zapatos, y…
sobre todo… metiendo las narices donde no le corresponde. ¿Se da cuenta?
Gutiérrez me hablaba con todo su odio, con
ese tono paternalista terriblemente irónico. Realmente le había molestado lo de
la noche anterior en los baños. Lo miré con desprecio, comprendiendo que
ciertamente él ya habría estado extorsionando a otros de mis compañeros. Ahora
entendía por qué perseguía tanto a aquellos compañeros que cumplían con sus
obligaciones, y a la vez, inexplicablemente, hacía la vista gorda con otros
cuando cometían graves faltas.
-Me parece muy bien que nos hayamos puesto
de acuerdo, Gómez. Podemos celebrar el trato, ¿qué le parece?
-¿Celebrar?
Entonces vino hacia mí como una furia, y
me agarró de la solapa del uniforme, levantándome en vilo.
-Escuchame, pendejo de mierda: ¡Ya me
estás cansando! Si no te eché hasta ahora, es porque me volviste loco desde que
entraste por esa puerta la primera vez. – me dijo apretando los dientes – hacía
tiempo que no entraba a trabajar un chico como vos. Con esa cara, ese cuerpo,
ese culito, y esa verga. Y no te asombres, sabés perfectamente que le gustaste
mucho también al Doctor. Él ya no se fija en mí. Lo aburrí. ¡El muy cabrón!
¡Ahora parece que el hijo de puta prefiere cogerse a los más pendejos, claro,
salvo cuando vienen sus amiguitos veteranos!
Gutiérrez me había agarrado la cabeza por
detrás y a tiempo que me decía estas cosas, su cara se acercaba cada vez más a
la mía. Sentía su odio, su desprecio mezclado, de manera extraña, con el más
intenso deseo hacia mí. Me devoraba con la mirada, y su aliento invadía mi
rostro despertándome emociones encontradas.
-Sr. Gutiérrez, por favor... – supliqué
-No, Gómez. No me vengas ahora con ruegos
inútiles y ridículos. Nos conocemos bien, y vos sabés que vos y yo, somos muy
parecidos. O al menos, nos gustan las mismas cosas – me dijo casi en mis
propios labios, porque los había acercado tanto, que sentía resonar sus
palabras casi dentro de mi boca.
Aprisionando mi cabeza entre sus manos
velludas, finalmente me invadió con un beso frontal sin poder contener su
pasión al devorarme y lamerme ávidamente. Su boca me cubría de tal manera, que
yo no podía respirar. Mientras me restregaba su duro bigote por toda la cara,
me decía:
-¡Hijo de puta! ¡sos una mierda! ¡no tenés
una idea de lo que me calentaste todos estos días, cabrón! ¡Al fin te puedo
besar, al fin te puedo comer entero!
Sentí asco. De él, de tener a esa
detestable persona sobre mí, lamiéndome y mojándome con su saliva mientras yo no
podía hacer nada. Pero también sentí asco de mí mismo. Porque al mismo tiempo
que detestaba a Gutiérrez, un deseo muy interno hizo que toda la piel se me
erizara, que empezara a palpitar aceleradamente y sintiera que mi pija se
levantara y se pusiera dura.
Yo permanecí inerte, por la bronca que
sentía, pero también abrumado por los acontecimientos. Quería escapar, pero,
inexplicablemente quería que ese hijo de puta me siguiera humillando. ¿Podía
encontrar placer en eso? ¿Tan loco estaba para encontrar en ese cabrón algo
excitante después de lo que estaba haciendo conmigo? Miré a Gutiérrez y advertí
que el odio y el deseo irradiaban en sus finas facciones una masculinidad
primitiva e irresistible.
Me empezó a arrancar la ropa y pronto
estuve completamente desnudo para regocijo de sus ojos, que recorrían todo
rincón de mi cuerpo.
-¡Qué bien que estás, hijo de mil putas,
así te quiero, así, en pelotas, todo para mí! ¡Mostrame tu verga! ¡Ah! ¡Mirá
como estás disfrutando! ¡Mirá como se te puso, cabrón! ¡Ya estás completamente
al palo!
Yo me abandonaba a él, confuso y excitado a más no poder |
Yo me abandonaba a él, confuso y excitado
a más no poder. Me manoseaba el pecho, saboreaba mis pezones, recorría con
sus manos mi espalda, mi culo, metía sus dedos en mi ojete, me besaba en la
boca, y todo el tiempo no dejaba de decirme todo tipo de groserías, excitando
mis sentidos y todo mi ser.
-Así te quería, Gómez. Todo para mí solo.
Caliente, aunque me odies. Sos el empleado más hermoso que hay en la casa,
besame, partime la boca con tu lengua. ¿Querés que me ponga en pelotas para
vos, hijo de puta? ¿querés cogerme? ¿querés darme toda tu leche?, sí, sí,
sí.... dámela.... quiero tragármela toda.
Gutiérrez, totalmente fuera de sí, se
quitó la ropa rápidamente. Yo lo miraba extasiado. Aún tenía de él la imagen
atildada, compuesta y severa que intimidaba a todos, y también la amable,
servil y eficiente que mostraba frente a sus superiores y visitantes de la
casa. El perfecto e intachable mayordomo, al que nunca nadie reprocharía nada.
Ahora estaba ante mí, despeinado, sudoroso, como una fiera presa de su pasión,
y a horcajadas sobre mi cuerpo desnudo. Sí, Gutiérrez había quedado
completamente en bolas y por primera vez vi su cuerpo en toda su desnudez. Solo
conocía de él su enorme pija y la zona de su ojete. Pero el resto de su cuerpo,
era de un vigor extraño y masculino. Un vello abundante y blanquecino cubría
gran parte de su cuerpo. Y solo en las axilas, los pezones y el pubis, los
largos e hirsutos pelos permanecían todavía negros. Pectorales fuertes,
grandes, abultados, separados por una hendidura en el centro que los hacía más
atractivos y prominentes. Su abdomen era generoso. Un matorral de pelos
ensortijados lo adornaba y guiaba la vista hacia abajo, en un camino que se
ensanchaba hacia la pelvis. Allí, el matorral se hacía bosque y entre sus pelos
oscuros emergía la verga hinchada y llena de venas que yo ya conocía muy bien.
Gutiérrez, fuera de sí, se quitó la ropa rápidamente. |
Sin poder evitarlo, engullí su miembro
chupándolo con muchas ganas. La mente me reprochaba aún mi propio comportamiento,
mientras que todo mi deseo me pedía a gritos devorar ese pedazo de hombre. Sentía
asco y deseo por partes iguales. Ambos caímos en la pequeña alfombra del piso y
él giró su cuerpo buscando mi pija, a la vez que yo tenía la suya en la boca.
Así estuvimos un rato, hasta que él se puso en cuatro patas y me ordenó:
-¡Cogeme!
Metí mi pija en su culo. Era la segunda
vez que lo hacía. No tuve problemas, ya que mi verga dura se deslizó en su ano
sudado sin encontrar obstáculo alguno. Lo penetré salvajemente, y lejos eso de
molestarlo, hacía que lo volviera loco de placer. Mis empujones hacia su culo eran terriblemente violentos, quería hacerle daño, pero lo único que conseguía era darle cada vez mayor placer.
-Sí, así, así... ¡Cogeme, cogeme, cogeme!
... me hizo tragar el resto de su esperma, volcándolo directamente en mi boca. |
Entonces tomé su durísima pija, mientras
no dejaba de entrar y salir en él, y lo masturbé violentamente. No tardé mucho
en sentir que iba a correrse. Eso me puso a mil, y casi al mismo tiempo que él
descargaba sus latigazos de caliente leche, yo ya estaba a punto de derramarme.
Los chorros de su líquido fueron a para a la alfombra, entonces él se incorporó y me hizo tragar el resto de su esperma, volcándolo directamente en mi boca. Luego cambió de posición
rápidamente y me situó de tal manera que mi verga quedó metida en su boca. Allí
me descargué por completo, inundándolo con mi caliente leche. Casi
inmediatamente me atrajo hacia él y me besó largamente, pasando parte de mi propio
semen de su boca a la mía, haciéndome sentir el sabor de mi esperma aún
caliente.
Por un momento, su cara denotó una dulce
expresión y una profunda mirada. O al menos eso me pareció. Pero fue solo un
momento, porque me tomó duramente la cabeza, y me dijo en un tono lleno de
desprecio:
-¿Viste que siempre obtengo lo que quiero?
Espero que vayas entendiendo, putito de mierda. ¡Y ahora, vamos a hablar de
nuestro arreglo, guacho hijo de puta...!
Entonces pasó algo increíble. La puerta
del despacho se abrió y para sorpresa y terror de Gutiérrez ¡el mismísimo Doctor
Aráoz apareció en el umbral! Iba acompañado de Reinaldo, que avanzó hacia mí
para librarme de las manos de Gutiérrez. Reinaldo me cubrió con su propio saco
y me abrazó como si fuera un hijo suyo, poniéndome sus manos sobre mi cabeza y repitiéndome que todo iba a estar bien. Gutiérrez se puso de pié intentando
cubrir su aún erecto pene con las manos y mirando aterrorizado la figura casi
hierática del Doctor.
-¡Se acabó, Gutiérrez! ¡Ya no vas a hacer
ningún otro "arreglo"! ¿me oíste? Escuché suficiente detrás de la
puerta, y también escuché suficiente de boca de mis empleados. Estás despedido.
Después, hablando de manera más calma, nos
miró a Reinaldo y a mí:
-Hace tiempo que el nuevo mayordomo
tendría que haber sido Reinaldo. Y así será. Agarrá tus cosas, Gutiérrez, y mandate a
mudar de esta casa.
Reinaldo me sacó de la habitación. Al
pasar al lado del Doctor, lo miré, avergonzado. Él me acarició suavemente la mejilla, serio, y con su mirada me dejó en claro que no tenía que avergonzarme de
nada. Alcancé a ver a Gutiérrez, que con la furia en su cara roja, tragaba hiel
y apretaba los dientes, mudo, solo, abandonado y desnudo.
Continuará...
Franco: como andás? Hace unos días que no paso por el Café, y hoy poniendome al día vi que estuvistes "pachucho", confío en que los mimos recibidos durante el Fin de Semana te habrán mejorado... al menos te habrán mantenido calentito...jeh!!!
ResponderEliminarCuídese, amigo, que lo queremos y valoramos mucho !!!!... y si necesita enfermeros, avise nomás, que todos ningún parroquiano le hará ascos a colocarle el "papagayo" ....
Salú la barra!
ResponderEliminarEspero hayan pasado un hermoso fin de semana!
Sebas: tanto tiempo! que bueno saber de vos!Como andas?
Franco:exclente capítulo , asi que Gutierrez era un corrupto!! Uno menos...grande Reynaldo , protegiendo al poshito!!!
Espero que estés mejor de salud, y como dice Sebas que te hayan dado muchos " CUIDADOS ...INTENSIVOS? O MIMITIVOS" , o sea lleno de mimos jajaja.
ABRAZO PARA TODOS.
Seba,
ResponderEliminarestoy mejor hoy. Me pasé en cama todo el sábado, dormí como un zángano y al día siguiente ya estaba por lo menos levantado. Por suerte, porque hoy: a trabajar. Y sí.... alguien en este país tiene que trabajar. Y aunque ya no necesite tantos mimitos, acepto de todos modos la propuesta del papagayo (si los mexicanitos no entienden, les explicamos después)
Turquito,
Sí. Ya no se puede confiar ni en los mayordomos. Aunque éstos estén super buenorros como Gutiérrez. Pero bueno, tenía que haber un villano, no?
Como le dije a Seba, estoy mejor. Llamé al enfermerito Blake Harper para que me untara el vik vaporub en el pechito, pero estaba ocupado. A Stephen Ritts, mejor no, me dije, porque es tan letal que me habría mandado al otro mundo. Al final, el único disponible fue Ray Dragon, que vino con papagayo y todo. Y aquí estoy, feliz.
Besos