El Palacio Aráoz X
Capítulo X / Epílogo – Hombres muy calientes.
Repentinamente, y sin haberlo querido, me había
transformado de la noche a la mañana en alguien muy respetado en toda la casa. Al principio no entendía por qué, pero al fin y al cabo había contribuido
al cambio que mejoró inesperadamente la calidad de trabajo de todo el personal. Todos se
acercaban a saludarme, pero yo sabía que el verdadero héroe era Reinaldo, por
el que empecé a sentir un afecto lleno de gratitud. Finalmente Gutiérrez había
sido puesto de patitas en la calle y Reinaldo era el nuevo mayordomo. Todos
respiraban una calma esperada por años y una nueva alegría invadió a los que
trabajaban en el Palacio Aráoz.
Había llegado la mañana del sábado y al día siguiente
tendríamos franco. Me dirigía a mis tareas cuando Reinaldo, ya con su elegante
atuendo de mayordomo, me llamó desde la escalera principal al entrar a la
biblioteca.
-Buen día, Fermín.
-Buen día, Reinaldo... ¿o debo decirte
Señor Heller?
-Nada de eso, campesinito, todo eso cambió
aquí, llamame como siempre.– me contestó sonriendo.
De pronto recordé las veces que me había
dicho aquellos ofensivos "campesinitos", y ¡qué diferencia ahora! El
tono se había vuelto tan cariñoso que no pude menos que sonreírme y desear que
siempre me llamara así.
-Quería darte la noticia – continuó – el Doctor acaba de decirme que vas a ser su valet personal. Te ascendieron,
Fermín.
-¿En serio? – grité lleno de alegría.
-Sí. Empezás el lunes. Te felicito.
-¡Gracias! – dije sin poder dejar de
reír nerviosamente.
-¿Fermín?
-¿Qué?
-Bueno... yo quería decirte algo más...
-Sí, decime.
-Nunca quise lastimarte. Cuando fui tu
instructor... ¿te acordás?, me refiero a ese día en las escaleras de arriba...,
fui tan duro con vos... y cuando...
-Lo recuerdo perfectamente. Si fuiste
rudo, no te preocupes. Porque lo que hiciste por mí después, compensó todo lo
que me molestaron tus malos tratos del principio...
-Sí, pero quería disculparme... aquel día,
lo que pasó entre nosotros...
-Me enseñaste a pulir el león de bronce,
Reinaldo. Sí, sí.... admito que fue de una manera muy especial, ¿pero te puedo
decir algo?
-Claro.
-Te confieso que lo disfruté mucho.
Muchísimo.
Reinaldo me sonrió con una infinita
ternura en sus ojos celestes y me abrazó conmovido. Luego me dijo, mirándome
profundamente y mucho más serio:
-Si lo disfrutaste, prometo hacerlo mejor
un día de estos, en un lugar más privado, y sin que nos moleste tanta ropa – me
dijo en voz baja y acariciante, y al ver mi sonrisa continuó – aunque...,
yo sé que a vos te gusta Paco. No te asombres de que lo sepa. Vi muchas veces
como se te van los ojos detrás de él. Está bien, muy bien. Pero, Fermín, no
sé... te diría que no te ilusiones mucho, a Paco no le interesa la onda con
los tipos.
Lo miré ensombreciendo mi cara, suspiré y
le agradecí su sinceridad. Me daba una noticia desoladora, pero me gustaba que
me lo dijera. Lo sentí más cerca y más amigo.
-¿Qué hacés hoy? ¿Salís?
-No. Hipólito tampoco, estamos a fin de
mes y no tenemos un mango, creo que Marcelo y su papá iban a venir a jugar a
las cartas a nuestro cuarto. ¿Querés venir? También estará Paco, que prometió traer
las cervezas.
-¡Hecho! ¡Ahí estaré! Nos vemos.
Después de la cena, ya en la habitación
con Hipólito, recibimos a Paco, que entró muy sonriente trayendo varias
cervezas y algún vino tomado "prestado" de la alacena de la cocina. Habíamos
dispuesto varios vasos y acondicionado una alfombra en desuso para jugar en el
piso. Paco acomodó las bebidas y se puso a fumar un cigarro despreocupadamente.
Entonces desabrochándose la camisa y quitándose los zapatos exclamó:
-Supongo que nos pondremos bien cómodos
¿no? – dijo mientras se quitaba la camisa y me dejaba mudo por enésima vez con
su torso desnudo e inquietante.
-Claro que sí, Paco, eso sí, no me vayan a
dejar el cuarto con olor a bolas, cabrones – contestó Hipólito mientras se
descalzaba.
-Pues a no ser que nos pongas perfumitos,
no te veo bien, amigo – dijo Paco quitándose los pantalones y quedando solo
vestido con unos blancos bóxers – ¿no tenés calor, Fermín?
-Sí, claro – contesté un poco embarazado
ante su mirada tan embriagante para mí. Y me quedé como él, en slip. Hipólito
ya se había quitado la ropa, quedando escasamente cubierto con un pequeño
calzoncillo.
-¿Se puede? ¿No interrumpo nada? – dijo
Reinaldo asomando la rubia cabeza por la puerta.
-¡Adelante, mayordomo! – gritó Hipólito
levantando una cerveza que estaba a punto de destapar.
-Veo que se han puesto cómodos, manga de putos.
-Estamos entre hombres, che – le dije a
Reinaldo con un guiño.
-Ah, perdón, no sabía. Aunque... el olor a
bolas los delata – sonrió Reinaldo.
-¿Ya? – dijo Hipólito con cara de
preocupación.
-Y eso que faltan Marcelo y Vicente... –
dijo Paco rascándose las bolas por sobre el bóxer.
-¡Aquí estamos, aquí estamos! – dijo
Marcelo entrando sin golpear.
-¡Ah!, hijo, ¿dónde me trajiste?, esto
está lleno de hombres desnudos... –bromeó Vicente, él estaba siempre alegre.
Reinaldo empezó a bajarse los pantalones, vociferando contra el calor que
agobiaba aún a esas horas de la noche. Pronto quedó en ropa interior, que era
demasiado breve para cubrirlo. Cada tanto se le salía parte de algún testículo
y asomaban descaradamente los comienzos de sus rubios vellos púbicos. Alcancé a
ver a Marcelo que lo miraba como deslumbrado. Su padre, Vicente, era el mayor
del grupo. ¡Qué hombre!, casi rondaba los sesenta años, que habían esculpido en
él un cuerpo grande, bien formado y atractivo. Fue el único que no se
desvistió, porque ya llevaba un par de pantaloncitos muy cortos y una camiseta
blanca sin mangas. Todo dejaba ver un cuerpo firme y abundante a la vez. Todo
el vello de su cuerpo era de color blanco. Eran pelos larguísimos y muy lacios.
Las matas poblaban sus pectorales y axilas desbordando los límites de la
camiseta. Ojos grises, cejas pobladas, cabello despeinado y algo largo cayendo
sobre su frente, un mentón fuerte y hoyuelos alargados a los costados de su
boca enmarcada en un grueso bigote plateado, completaban esa apariencia tan viril.
Se apoyó en mí con una de sus grandes manos para sentarse en la alfombra, a mi
lado. Yo ya estaba sentado, y cuando él a horcajadas dio una zancada por encima
mío, abrió las piernas justo frente a mi vista. Pude notar que no llevaba ropa
interior porque vi sus pelotas velludas y enormes asomar por la abertura de los
pantaloncitos.
Todos nos sentamos en círculo y Paco, con
su cigarro en la boca, empezó a organizar el juego. Marcelo todavía estaba de
pie, y desabrochando su camisa nos exhibió su torso desnudo. Tiró el resto de
su ropa en el montículo que todos habíamos dejado sobre la cama y conservó solo
el holgado slip azul. Se parecía a su papá en los rasgos, tenía sus mismos ojos
grises. Su pelo era negro y lacio, aunque no era tan velludo como su padre. Tampoco
su contextura física era tan generosa. De miembros fuertes, ostentaba un bulto
prometedor, rodeado de vellosidad en la entrepierna, abdomen y ombligo. Sería
una cosa de familia, pues al sentarse también me regaló la visión de sus bolas
asomando entre la tela de su slip.
Me sentí muy cómodo en ese grupo de
amigos. Todo el clima era cordial, abundaban las bromas, las risas, la bebida y
los cigarrillos. Pero también flotaba en el ambiente un clima inquietante y
sensual.
-Propongo un brindis por el nuevo
mayordomo – dijo Vicente, elevando su vaso de cerveza.
-Y también por Fermín, nuevo valet del
Doctor – agregó Hipólito guiñándome un ojo.
-¿Vaya, hay motivos de sobra para celebrar
hoy, verdad? – dijo Vicente, con una luz cautivante desde sus hermosos ojos
grises.
-¡Ya lo creo! – dijo Paco – por estos
ascensos, porque el hijo de puta de Gutiérrez está bien lejos y porque entre
otras cosas, quería contarles algo muy especial.
-¿Qué? - coreamos todos a viva voz. Paco rió, y tomando aire solemnemente, dijo:
-¡Me caso dentro de tres meses!
-¿Qué? - coreamos todos a viva voz. Paco rió, y tomando aire solemnemente, dijo:
-¡Me caso dentro de tres meses!
Miré a Paco con la boca abierta. Su
noticia fue como recibir una bofetada. En realidad todos nos asombramos, pero
los demás reaccionaron con gritos y bromas. Por un momento los ojos profundos de Paco me
miraron tan intensamente desde su cara tan seria, zarandeado por las palmadas
de felicitación de sus compañeros, que tuve que bajar la mirada avergonzado.
-¡Te lo tenías bien calladito, Paco! –
dijo sonriendo Reinaldo prendiendo un cigarrillo.
-¿Cómo es eso? – preguntó Hipólito – ¡no
sabía que estabas de novio! Nunca me contaste nada, boludo... ¡no la habrás
dejado preñada...!
-No, tarado. Salimos desde hace poco, a
ella no la conocen, todo fue muy rápido, y bueno, creo que nos casamos en junio
– contó Paco.
-Felicidades, Paco. A tu salud – brindó
Vicente, sonriendo de una manera encantadora.
Todos levantamos los vasos y gritamos y
gastamos bromas a su salud. Y a la de todos, porque el clima que vivíamos era
de total algarabía entre amigos. Yo no podía estar tan alegre como todos. Seguía
cada comentario y cada risotada un poco perplejo y sin poder dejar de mirar a
Paco. Creo que él advertía esta mirada como algo ajeno a todo ese barullo, y me
la devolvía con su fijeza y profundidad de siempre.
Paco |
Como si nada, el juego comenzó.
Apostábamos por minucias, pues la cosa pasaba más por divertirse, riendo y
bebiendo que por ganar algún peso. Sobre todo bebiendo, porque la cerveza y el
vino en otros casos, hizo que todos nos pusiéramos muy alegres y subidos de
tono. Las bromas eran acompañadas de manotazos, palmadas en los hombros,
toqueteos de esos tan típicos en las reuniones entre hombres. Pero a veces, las
manos iban un poco más allá de los límites tradicionales. Vicente, que era uno
de los más zafados y siempre estaba riendo, largó el comentario a Hipólito como
hecho al pasar:
-Y contanos ¿Cómo vas con Cecilia? Supongo
que no te estarás por casar vos también...
-¡Ah!, Cecilia.... esa mujer me va a matar
un día...
-Sí, te vas a morir de asfixia entre sus
tetas – bromeó Marcelo.
-Vos no tenés idea de lo que le provoca
Cecilia ¡a todo el personal! – continuó Vicente.
-En este momento, debés ser el tipo más
envidiado de la casa – dijo Marcelo.
-Ah, si yo tuviera tu edad... – dijo Vicente
tomando otro trago de vino.
-Vamos, Vicente – dijo Paco – por lo que
se dice de vos, debés haber tenido todo un harén a tus pies.
Hipólito rió, en complicidad con Reinaldo,
que mirando a Vicente le preguntó:
-¿Es cierto entonces lo que todo el mundo
dice?
-Sí, es cierto – dijo muy resueltamente
Marcelo – y lo del harén..., mi viejito tiene varias minitas que morirían por
estar con él – concluyó con cierto orgullo de hijo.
-Vamos, hijo, no es para tanto...
-¿Ah no? ... ¿y la María? ¿y lo de la
Claudia?
-¡Bueno, bueno!, estamos en presencia de
un Don Juan – afirmó Paco con el cigarro en la boca. La reunión se había
relajado completamente. Habíamos dejado las cartas ya, y estábamos todos
tirados en el piso, fumando y bebiendo. El espectáculo no podía ser más
excitante. Todos los hombres estábamos en prendas menores, salvo Vicente que,
de todos modos, tenía unos pantaloncitos muy interesantes. Los bultos, apenas
cubiertos por telas y aberturas dudosas, dejaban escapar vellosidades, algún
que otro testículo o descubría alguna entrepierna insinuante. También seguían
abundando los manoseos que cada uno usaba para acomodar sus propios paquetes.
Marcelo en especial tenía una forma de tocarse muy provocativa. Reinaldo, al
que el bulto agrandado se le notaba con toda evidencia, no dejaba de mirarlo y
acariciarse el pecho, deteniéndose en los pezones, bajando por el abdomen y
volviendo a su cigarrillo. Sin duda era una gran catador de la belleza
masculina, pensé.
Yo seguía la escena recostado sobre unas
almohadas. Entonces, saliendo un poco de mi modorra producida por el humo y el
alcohol, me incorporé un poco, y pregunté inocentemente:
-Pero entonces, ¿Qué es lo que se dice de
Vicente? – dije imaginando la respuesta, pero jugando un poco con la situación.
Todo el mundo se desternilló de risa. Después de risas y gestos más bien
obscenos Paco me miró fijamente e intentando contener las carcajadas, y me
dijo:
-Yo te lo explico, Fermín. Parece ser que
Vicente lleva entre las piernas un carajo de tamaño descomunal...
-Un aparato que hasta el más macho se
relamería al verlo. Eso es lo que siempre dicen. – continuó Hipólito.
-Un pedazo de verga como de caballo –
aportó Reinaldo.
-Como la de un burro – agregó Paco, que se
atragantó con la cerveza por la risa.
-Se dice, se dice... ¿es que nadie lo vio
en las duchas? – pregunté inocentemente.
-Ah, no, Fermín – contestó Vicente – es
que yo soy un tipo muy pudoroso.
Todos rieron a carcajadas.
-La verdad es que todo lo que dicen.... es....
¡cierto...! - dijo Marcelo.
-Ah... no lo puedo creer. ¿En serio? –
dije, exagerando mi incredulidad.
-Papá, al final, vas a tener que
mostrarles....
-Alto, alto, un momento... esto ya no me
está gustando nada – dijo a carcajadas Vicente, que se puso de pie en el medio
de todos, con un vaso de vino en la mano y tambaleándose por el alcohol – esto
viene de gaste, y ustedes han decidido pasarla bien a costa mía, ¿no? ¡Se
pueden ir todos a la puta madre que los parió, cabrones!
-Vamos, Vicentito, no vengas ahora a
hacerte el ofendido. Además... ¿qué te molesta?, vos sabés cómo es la gente, los
rumores son sólo rumores, es tu oportunidad de que desmentirlos. – rió
Hipólito.
-¡O reafirmarlos! - Agregó Reinaldo.
-¡Se van todos al carajo! – dijo Vicente, apuntando
con el índice de la mano con la que sostenía su tambaleante vaso, dibujando un
arco con él, en medio de un estrepitoso eructo– ustedes no saben lo que es que
todo el mundo te joda toda la vida con el tamaño de tu pene...
-Bueno, algunos lo sufren, pero
exactamente al revés, ¿no? – dijo Reinaldo.
A esta altura, todos estábamos mirando el
bulto que escondía Vicente en su pantaloncito. Era considerable, claro, pero la
visión no daba un certero cuadro de lo que se pudiera imaginar.
-Les voy a contar a todos algo muy íntimo
- dijo Vicente, mirando cómplice a su hijo - ¿Saben cuál era mi sobrenombre en
la secundaria?
-Ay, papá ¡Otra vez con eso!
Vicente se puso serio, pero con esa cara
de circunstancia muy cómica y típica de los tipos con unas cuantas copas de
más. Todos seguíamos la escena muy divertidos, haciendo bromas, y comentarios
que acompañaban la escena principal.
-No, hijo, es que estos cabrones no tienen
idea de lo que es llevar esta carga durante toda tu existencia...
-¡Ah!, nos hemos puesto metafísicos – rió
Paco.
-Yo lo entiendo – dijo Reinaldo – lo de la
carga. ¡Le debe pesar una tonelada! Todos rieron por el piso.
-No, no, esto es muy serio, manga de
pelotudos... nunca sabrán el karma que uno vive con esto...
-Vamos, papá, que no es tan terrible... –
rió Marcelo.
-No me digas que vos también... – preguntó
Reinaldo asombrado, y a la vez con una mirada hacia Marcelo más que
significativa.
-Él ha salido a su padre, Reinaldo...
-Pero, habíamos quedado en lo de tu sobrenombre,
Vicente – retomó Paco que se reía de ver tan solo la escena: Vicente dando
cátedra desde el centro del círculo, aunque apenas se podía sostener en pie.
-Pues como todos saben, mi nombre completo
es Vicente Gardiazón. Pero todo el mundo...me decía.... ¡Vicente Garañón!
Las carcajadas se multiplicaron hasta
quedar todos esparcidos por el suelo. Marcelo, seguía insistiendo:
-Vamos papá, no es para ponerse así,
vamos, por qué no les mostrás a todos, ¿quién sabe? A lo mejor te quedas más
tranquilo con vos mismo, digamos… como si fuera un descargo, o algo así.
-¡Una experiencia terapéutica! – agregó
Reinaldo
-¡Un desahogo vivencial! – bromeó
Hipólito.
-¡Catarsis! - gritó Paco.
-¡Catarsis! - gritó Paco.
-¡Al carajo todos! – vociferó Vicente, que
ya también estaba en tren de joda total – ¡si quieren ver una pija, maricones,
van a tener que quedarse con las ganas... manga de putos!
-Es que lo que tenés ahí no es una pija –
interrumpió Reinaldo – ¡todos dicen que se trata de un fenómeno de la
naturaleza!
-Así es, así es... efectivamente... – dijo
Vicente, imitando el tono de un catedrático – pero desgraciadamente, mi verga
no es cosa de exhibición pública. A fin de cuentas, uno tiene su orgullo.
-Vamos, papá... no seas así...
-Vamos, Vicente... que no vayamos a pensar
que todo no es más que un rumor...- continuó Hipólito, que ya evidenciaba una
avidez inocultable por ver ese tremendo aparato...
Los únicos que nos quedamos algo callados,
fuimos Paco y yo. Él se mostraba un poco incómodo, porque veía que la reunión
se encaminaba para un lado que a él mucho no le gustaba. Yo, aún golpeado por
la noticia del casamiento, estaba más bien ensimismado en mis pensamientos.
Por fin, en medio del clima de tiras y
aflojes, de risas, bromas y cargadas generales, Reinaldo, que estaba justo
detrás de Vicente, se animó diciendo:
-Basta todos, es hora de que se descorra
el telón – y con un solo movimiento que a Vicente lo tomó de sorpresa, agarró su
pantaloncito por el elástico y se lo bajó hasta los tobillos. Vicente descargó
una puteada hacia todos al quedar en pelotas, sin parar de reírse y entregado
ya a la chacota de todos los reunidos. Marcelo con su gesto nos dijo a todos "¿qué
les dije?".
Todos los ojos se posaron en la verga de
Vicente. El aparato en completo reposo ¡era descomunal! Se podía leer en la
mente de todos los estupefactos espectadores solo una cosa: "¿cómo sería
ese miembro en su máxima erección?". Todos nos quedamos atónitos al ver
ese fenómeno. Emergiendo de largos pelos entrecanos, la verga caía libremente
en toda su extensión sostenida sólo por dos grandes y peludas bolas. Lo
que más impresionaba era su grosor. Su glande estaba totalmente cubierto por el
carnoso prepucio. Una vena muy desarrollada lo surcaba en forma vertical y se
bamboleaba pesadamente de una manera casi hipnótica. Todos nos quedamos sin
decir palabra y ya sin reírnos tanto, atrapados por la visión de ese vergajo.
Ninguna de mis experiencias pasadas en la casa, me había mostrado un pene tan
enorme, por lo tanto deduje que Vicente debía ser el más dotado de todo el
personal de la casa.
-¡Mierda!, ¡esto sí que es una señora
verga! – exclamó Reinaldo, con la respiración alterada.
-¿Cuánto mide? – preguntó Hipólito.
-Unos veinticinco centímetros – respondió
Marcelo, como embelesado en la visión de su padre en bolas.
-¿Y cuando se le para? – dijo Reinaldo más
serio.
-Un poco más, pero no mucho – afirmó Marcelo,
quien, por lo visto, conocía mucho acerca de las intimidades de su papá.
-¿Así que… "rumores"? – dijo
divertido Vicente, finalmente orgulloso de exponer así sus atributos.
-Joder, que nada de lo que se dice hace honor
a la realidad. Esto supera todos los rumores. – dijo Hipólito que devoraba con
los ojos el pene de Vicente.
-Vamos, hijo, mostrales la tuya, ya van a
ver que la cosa viene de familia – dijo animado Vicente.
-Dejate de joder, viejito... – respondió
Marcelo sorbiendo su cerveza.
-Pero, Marcelo, no nos vas a dejar con la
intriga ahora – dijo Reinaldo con el deseo en sus ojos – si el rumor se
extiende también hacia vos, podríamos llamarlo "la leyenda continúa".
Todos rieron. Sólo Paco se limitaba a
pitar su cigarro muy reconcentrado y con aire contenidamente calmo. Miré su
rostro y supe que algo lo turbaba. Estaba recostado sobre su flanco derecho con
las piernas extendidas y apoyándose en un brazo replegado. El bóxer blanco, con
una insinuante bragueta por la que se perdía mi mirada en vano, estaba algo
semiabierto por lo que descubría parte de sus vellos más ocultos. Él lo
percibió y se acomodó la prenda, solo que al hacerlo quedó involuntariamente
ante mi vista, por un segundo, una buena parte de su peludo pubis.
-A ver, Marcelito,
parate y mostranos si es verdad eso de que "de tal palo..." – dijo
riendo Hipólito.
Entonces Marcelo no se hizo rogar, se puso
de pié y cuando se iba a quitar el slip azul, Vicente lo tomó desprevenido y se
lo bajó hasta el piso.
El enorme trozo de Marcelo, quedó balanceándose
a la luz, rodeado de una estela rara de humo de cigarrillo. Era casi tan grande
como la del padre. Una pija increíble. Los dos machos, padre e hijo, se
sonreían ante todos, muy orgullosos, mostrando sus miembros como si estuvieran
compitiendo entre ellos mismos. A diferencia del de Vicente, el falo de Marcelo
ya había comenzado a ponerse un poco duro. Estaba hinchado y se separaba de las
bolas avanzando hacia delante.
-¡Ese es mi muchachito! – dijo Vicente
abrazándolo con mucha ternura. Al hacerlo, los dos aparatos se chocaron en una
colisión muy erótica, juntándose y frotándose entre sí. Miré entonces las caras
de Hipólito y Reinaldo, y estaban atónitos. Los dos tenían los ojos como
platos, y no podían cerrar sus bocas. Todo en ellos era de una expresión que
oscilaba entre el asombro y lo morboso. Después descendí un poco la vista, y
sus bultos ya no estaban muy normales. Paco observaba la escena pero ya sin
festejarla, pues aparentemente todo eso no era de su agrado. Vicente, siempre
sonriendo y sin soltar de los hombros a su hijo, se dirigió a nosotros
entonces:
-Les diré que este hijo que tengo, siempre
ha tenido entre sus piernas un pedazo formidable, sí, desde su más tierna edad.
Miren qué belleza – dijo, y estirando su mano hasta la pija de Marcelo, se la
agarró, sacudiéndola en el aire, para mostrar a todos el tamaño envidiable de
ese carajo. Hipólito y Reinaldo no daban crédito a lo que veían.
-Esto es una pija, señores, y aprendan,
para cuando hagan hijos, que tienen que hacerlos así. Marcelo se va a cansar de
coger minas...
-Papá, que ya soy un hombre, no tenés que
tratarme como a un chico...
-No decís esto cuando jugamos solos en la
ducha, Marcelito – le contestó Vicente.
Sí. La cosa estaba yendo para un lado
extraño.
-Vení – le dijo Vicente – dale un beso a
tu padre – y rodeándolo con sus brazos, le estampó un beso en la mejilla a
Marcelo, que se bamboleaba medio borracho. Tal vez por esa causa, no paraba de
reír, y todos, salvo Paco, tomaban la cosa con total naturalidad. Lo cierto es
que Vicente sostenía aún la pija de su hijo entre las manos, y cuando la dejó
libre todos vimos que había crecido, y ya se quedaba bien enhiesta entre sus
pelotas – Mmm... te quiero mucho, hijo...
-Yo también papá - contestó Marcelo, y los
dos hombres se abrazaron de nuevo, juntando sus pijas. Reinaldo estaba atento a
esos dos miembros que se estaban inflamando con las caricias mutuas. Casi al
mismo tiempo que Hipólito, se llevó una mano lentamente hacia su bulto, en el
que ya se notaba perfectamente el tronco de su pija erecta. No dejaban de beber
unos y otros, y yo, al lado de Paco, miraba la escena, pero también estaba muy
alerta.
Por fin, Hipólito se levantó y se colocó entre
padre e hijo.
-Parece que ustedes dos se quieren mucho,
¿verdad? Te envidio, Marcelo, siempre quise tener un papá así de cariñoso -
Había apoyado sus manos en los hombros de los dos hombres y al quedar frente a
todos, inmediatamente expuso su paquete enorme y la dureza de su pene debajo
del pequeño calzoncillo. Reinaldo se acercó mirando todo sentado en el piso. Su
cara estaba muy cerca de los sexos de esos tres hombres.
... inmediatamente expuso su paquete enorme y la dureza de su pene debajo del pequeño calzoncillo. |
-Mi viejo siempre me inculcó la
importancia del afecto, ¿no es cierto, papá? Tal vez por eso salí tan cariñoso.
-Claro – dijo Vicente – por más que este
muchachote ya es un hombre, seguimos demostrándonos el afecto que nos tenemos
con besos y caricias.
-Pero no se darán besos en la boca... –
dijo Hipólito con una sonrisa muy libidinosa
-Pues, desde que era un niño, Marcelo
siempre besó a su papá en la boca, claro que sí... ¿qué tiene de malo eso? – le
contestó Vicente – ¿Le mostramos, Marcelo?
-Claro, papá – y los dos hombres se
abrazaron desnudos ante los ojos de todos, y unieron sus labios en un beso.
Duró solo unos segundos y quedaron mirándose muy serios. Reinaldo miraba sus
dos vergas sobándose entre sí, y advirtió como la de Vicente estaba cada vez
más rígida.
-Otra vez, que no vi bien – murmuró
Hipólito, ya más serio. Entonces Marcelo miró profundamente a su papá y ambos
volvieron a besarse, esta vez más prolongadamente. Hipólito, que había pasado
sus manos de los hombros a las cabezas de los dos hombres, volvió a decirles:
-Qué hermoso, háganlo otra vez… – y
entonces Vicente se acercó suavemente a Marcelo, abrió la boca y por debajo de
sus bigotes asomó un poco la lengua. Esta vez el beso duró lo suficiente como
para que todos pudiéramos advertir como sus lenguas se penetraran mutuamente y
sus manos recorrieran las espaldas hasta llegar más abajo de la cintura.
-¿Así está bien, Hipólito? – preguntó
Vicente.
-Perfecto. Los veo disfrutar tanto, que me
gustaría probar que se siente – dijo Hipólito. Entonces Marcelo le tomó la cara
muy tiernamente y la guió hacia la de su padre. Vicente abrió los labios y
estampó su boca en la de Hipólito que sintió el espeso bigote sobre su cara y
la lengua entrar en él. Sus bocas libraron una dulce batalla, prolongando el
beso interminablemente.
-Ya que estamos entre hombres, no hace
falta esto – dijo Reinaldo, y tomando el calzoncillo de Hipólito, lo deslizó
hacia abajo. La verga erecta de Hipólito describió un veloz arco ascendente
hasta quedar levantada y rebotando en el aire, muy cerca de su propio ombligo.
-Tampoco esto – dijo Marcelo, quitando la
camiseta de su padre por encima de su cabeza. Los amplios pectorales de
Vicente, arrancaron suspiros a todos.
Padre e hijo seguían abrazados, aunque
Vicente había estirado un brazo para atraer contra su pecho a Hipólito, que
seguía unido a su boca. En ese movimiento, su aparato enorme quedó bien rígido
formando un ángulo de noventa grados con su incipiente panza y chocando
intermitentemente con las pijas de su hijo y de Hipólito. Los tres hombres
desnudos se abrazaron sintiendo su piel erizarse al contacto. Las manos se
recorrían lentamente, explorando sus sinuosidades y accidentes. Reinaldo, que
todavía estaba sentado, también se levantó para unirse a ellos. El nuevo
mayordomo tenía una tienda de campaña en su entrepierna. Su ropa íntima se
había abierto lo suficiente como para dejar todo visible: su erección
palpitante, las bolas colgando debajo, sus entrepiernas velludas y el comienzo
de sus poderosas nalgas. Al sentir que su escasa ropa lo molestaba, se
desprendió de ella rápidamente, arrojándola sobre el montículo de la cama.
Yo miraba la escena junto a Paco,
esperando de él tan solo una señal para abalanzarme sobre su boca. Pero no existió tal señal. Él permanecía reconcentrado ante la escena, bebiendo sus tragos. Yo
también bebía, y él cada tanto cruzaba una mirada conmigo. En esa mirada creía
ver tantas cosas, pero, pudoroso y sin poder descifrar su mensaje, yo no hice más
que bajar los ojos. Miré su bulto. Era la inquietante continuación de su cuerpo
semidesnudo. Sus piernas extendidas, cruzadas a la altura de los tobillos, su pecho sereno
y peludo, las proporciones perfectas de sus brazos, fuertes, anchos..., era un conjunto que provocaba en mí una fascinación absoluta.
En el centro de la habitación, iluminados
por el haz de luz que descendía justo sobre ellos, los cuatro hombres se unían
en un solo beso. Bocas despertadas, vergas palpitantes y enhiestas, las manos
ávidas que lo tocaban todo, las caderas ansiosas y ondulantes, cuatro hombres
encendidos que se buscaban entre sí con acelerada pasión. El alcohol, por
supuesto, los había liberado. Reinaldo se agachó y tomó las vergas de Marcelo y
Vicente. Ya no aguantaba más. Quería probar esos portentos en su boca. Las engulló
con mucho trabajo, alternándolas entre sus labios. Mientras chupaba, loco de
placer, le dijo a Hipólito:
-Vení, Hipólito, probá esto. Pocas veces
vas a tener vergas así en tu boca.
Reinaldo abría la boca y engullía los
enormes mástiles. Relamiéndose miraba a Hipólito que aún no atinaba a
obedecerle, mientras dejaba hilos de su saliva entre su boca y las vergas
erectas. Hipólito se agachó y se puso frente a los dos miembros junto a
Reinaldo, que lo tomó dulcemente acariciándole el culo. Hipólito, con un temor
tembloroso ante la visión de esos carajos, dudó un instante:
-Es la primera vez que voy a tragarme una
pija – dijo sonriendo nerviosamente.
-No te vas a arrepentir, lindo. Abrí tu
boquita – Dijo Vicente, mientras miraba como Marcelo le pellizcaba y frotaba
las tetillas. Hipólito cerró los ojos, y abriendo tímidamente la boca aceptó la
oferta de Vicente, metiéndose toda la pija en la boca. Al rato estaba tan
apasionado y chupaba con tanto gusto, que era como si hubiera hecho eso toda su
vida.
-Marcelo, hijo... tenés que sentir esta
boca... – dijo Vicente, y se apartó para tomar la pija de su hijo y dirigirla
hasta los labios de Hipólito. Reinaldo también acercó su boca y entre ambos
fueron acariciando, lamiendo y succionando juntos, por turnos, arriba, abajo...
cada uno de esos palos fenomenales. Vicente y Marcelo se miraron, se sonrieron
dulcemente y volvieron a unirse en un beso.
-Siempre habías querido una fiestita,
viejo – le dijo Marcelo - ¿te gusta?
-Claro – contestó el padre – siempre te
dije que quería gozarte junto a un grupo de machos. Claro que me gusta mucho, y
más me gustaría ahora que...
-Lo que quieras, papá...
-Cogeme, Marcelo. Metele la pija al culo
de papá. Como cuando estamos solos.
Vicente, ayudado por Hipólito y Reinaldo,
se apoyó entonces sobre el borde de la cama, dejando bien abierto su culo ante
ellos, que se prendaron de sus nalgas y siguieron haciendo un intenso trabajo
bucal lubricando el dilatado ojete con salivas mezcladas. Cuando Vicente pidió
a gritos que lo penetraran, Marcelo se puso entre sus glúteos y entró en su
padre de un solo movimiento. Era increíble ver la facilidad con que ese vergajo
desaparecía en el rojo ano de Vicente. Empezó así un meta y saca primero lento,
pero luego cada vez más intenso y desaforado. Las pesadas bolas de Marcelo
golpeaban las de Vicente, provocando un "chas-chas" sorprendente.
Marcelo miró a Reinaldo que se relamía acariciándole el hermoso culo.
-Mayordomo – gritó Marcelo cabalgando
sobre su padre – necesito tu verga en mi culo ¡cogeme! – y ante esa orden,
Reinaldo se le puso a horcajadas y fue cumpliendo el deseo muy cuidadosamente,
ante la mirada atenta de Hipólito que se pajeaba ebrio de deseo. Debajo de
ellos, Vicente bufaba, resoplaba y gemía de placer, bombeando su propio miembro
y abriéndose cada vez más de piernas. Ahora Reinaldo estaba cogiéndose a
Marcelo, y sus propios enviones contribuían a que la verga del hijo, ese
inmenso pistón, entrara aún más en el hueco peludo del padre. El flamante
mayordomo se volvió hacia el atónito Hipólito que se acercó y puso sus redondos
y enormes pezones a la altura de la boca gimiente del rubio macho. Reinaldo
chupó, lamió y mordió hambriento esas enloquecedoras tetillas, endurecidas por
las sensuales caricias. Después, en una mirada llena de lujuria, le dijo:
-Hipólito, subite a mi culo – aulló Reinaldo
entrecortadamente mientras penetraba rítmicamente a Marcelo – vení, vení...
meteme tu verga dura...
Hipólito se sumó a esa hilera de hombres
frenéticos y salivando con la mano toda la superficie del agujero lampiño de
Reinaldo, terminó penetrándolo casi salvajemente.
La visión de los cuatro hombres gozando y
unidos por sus propias pijas, en medio de quejidos, gemidos y sonidos
guturales, era un espectáculo increíble. Paco no dejaba de observar. Y yo
alternaba mi mirada entre los agitados movimientos de aquellos machos
calientes, y esa cara tan cautivante. Paco empezó a respirar más agitadamente. Entonces,
por primera vez cambió de posición y se sentó apoyando su espalda contra la
pared. Había dejado de fumar y beber. Yo me acerqué y me senté a su lado.
En ese momento, Vicente comenzó a largar
sus intermitentes y violentos chorros de semen, gritando de placer, y un poco
después, le siguieron Reinaldo, Hipólito y Marcelo, que le besaba el cuello con
un amor desbordante. Paco miró todo muy atento, pero sin perturbarse en lo más
mínimo. Lo miré, intentando disimular mi nerviosismo:
-Parece que estos cuatro la están pasando
muy bien ¿no?
Él me miró, muy serio, muy calmo. Entonces
se hizo un silencio que se instaló entre nosotros como una corriente que nos
conectaba inevitablemente. Por un momento sentí que todo nuestro entorno se
había disuelto. Sólo estábamos él y yo. Y Paco me miró, con una mirada blanda
que me pareció inquietante y sincera. Y lenta, íntimamente, acercó una mano
hasta mi mejilla y la rozó dulcemente. Quedé de una pieza. Él suspiró
fuertemente, y se desconectó de mí, mirando nuevamente a nuestros cuatro
amigos. Finalmente sacudió la cabeza como quien está molesto y volvió a
resoplar.
-¡Salgamos de aquí! – me dijo con voz muy
baja. Se levantó y desapareció tras la puerta.
Me quedé inmóvil y estúpidamente no
atiné a nada. Reinaldo, que había captado toda la escena, estaba aún agitado
y con la verga chorreante dentro de Marcelo, cuando me miró con una conmovedora
sonrisa.
-¿Qué esperás, Fermín? ¡Seguilo!
-¿Qué? – balbuceé.
-¡Andá con él! ¡Es la primera orden que te da tu
nuevo mayordomo!
Le pude sonreír en medio de mi
arrobamiento y salí de la habitación en busca de Paco, dejando a los sudorosos
hombres que se recobraban exhaustos y felices. Paco estaba en el pasillo,
esperándome apoyado en la puerta de su cuarto. Fui hacia él y entonces me tomó
de la mano y me condujo hacia su habitación en un movimiento casi violento que
me hizo trastabillar y caer en su cama. De pié, frente a mí, estaba él, Paco, mi
Paco, hermoso, serio, y con un brillo impactante en su mirada. La abertura del bóxer
se le había abierto un poco, y entre una oscuridad de pelos negros podía ver
apenas la blanca carne de su trémulo miembro. Esto dio un sacudón a todo mi ser
y sentí como mi verga no cesaba de agrandarse, mojada bajo su escondite de
tela.
-Nunca me interesaron los hombres, – empezó
a decirme Paco, que hablaba como sacando todo de un lugar muy interno - si me
quedé en el cuarto fue para saber que me pasaba con todo eso. ¿Y sabés por qué?
-No, Paco – dije un poco asustado.
-Porque desde que vos llegaste a la casa
hiciste que se me moviera todo. Me pregunté mil veces qué me estaba pasando,
por qué no podía sacarte de mi cabeza. Te miraba siempre ¿no te dabas cuenta?,
y no sabía siquiera si vos te habías fijado en mí. Siempre bajabas los ojos, o
escapabas si te hablaba..., hasta pensé que me odiabas..., me preguntaba por qué, qué había hecho mal, si era por algo que había dicho, no sé..., nada parecía interesarte de mí.
-Paco...
-¡Y me enamoré de vos! Ahora no sé qué
hacer. Estoy enamorado de un hombre... y se supone que me voy a casar dentro de
poco... ¿estoy loco, entonces?
-¿Por qué me trajiste a tu cuarto, Paco?
-Fermín, no me
interesa estar con Hipólito, Vicente, Reinaldo y Marcelo, ¡con ninguno!, y
menos compartirte con ellos. Te traje hasta mi cuarto porque aunque sea por un instante qué siento. Yo ni sé por qué te estoy diciendo todo esto. Sí, debo estar loco. ¡Pero sí!, sé por qué te cuento esto..., quiero saber de una vez por todas si vos querés estar conmigo.
Yo no podía hablar de la emoción. Lo único
que sabía es que quería tener a ese hombre en mis brazos. Pero no solo un instante,
sino toda la vida. Ni siquiera sabía si un amor puede ser para toda la vida, pero en ese momento, me gobernaba lo que sentía, no lo que pensaba. Mi mirada fue tan clara, que no hizo falta que le dijera
palabra alguna. Entonces él tomó su blanco bóxer y se lo quitó, y vi por
primera vez a Paco en su completa desnudez. Su pene en media erección se movía
imperceptiblemente, latiendo entre sus oscuros y profusos vellos. Vino hacia
mí, y se inclinó sobre la cama, tomando mi prenda interior y deslizándola hasta
mis pies. Me desnudó comiéndome con la mirada. Mi pija salió disparada hacia mi
ombligo, dura y mojada al máximo. Paco se quedó mirándome otra vez, inmóvil desde
el extremo de la cama. Miré su verga: latía desenfrenadamente. Fue cobrando
tamaño y se fue levantando hasta arquearse deliciosamente sobre sí misma,
apuntando a las luces del techo que daban de lleno sobre ella. Tenía la cabeza
roja, tensa, brillante. Iba apareciendo tras su prepucio que se descorría con
cada latido. Era perfecta. Los testículos, muy peludos, colgantes y rosados,
completaban la armoniosa composición. Yo abrí mis piernas, como invitándolo al
abrazo. Finalmente avanzó unos pasos… y se abandonó sobre mí, cubriéndome con
su cuerpo.
Nuestros sexos se juntaron y se aprisionaron entre sí. |
Inmediatamente sentí una vibración indescriptible
al contacto con su piel. Nuestros sexos se juntaron y se aprisionaron entre sí.
Me acarició el pelo con sus manos, devorándome con sus ojos siempre profundos.
Yo llevé mis manos a su cabeza cuidadosamente rapada por los costados, y lo sujeté mientras
acercaba mi boca al encuentro de la suya. Él, con un impensado reflejo, se
apartó levemente.
-Jamás besé a un hombre – me dijo – tengo
miedo.
-Yo también tengo miedo, antes no había
amado nunca.
-¿Qué estás diciendo, Fermín?
-Estoy diciendo que te amo, Paco.
-¿Qué estás diciendo, Fermín?
-Estoy diciendo que te amo, Paco.
Miré su boca entreabierta en el medio de
su barbita tan prolija, vi su lengua asomar, ansiosa, temblorosa, chorreante,
sentí su respiración agitada y lo abracé uniendo nuestros labios. Me besó, y yo
me entregué a una sensación totalmente nueva. Viajé a lugares nunca visitados,
y toda sensación de tiempo y espacio se disolvió en aquel beso. Parecía la
primera vez también para mí. Y en realidad lo era. Amaba a ese hombre y nunca
me había pasado eso con nadie.
Entonces él deslizó su boca hacia mi mentón
y ya no pudo separar sus labios de mí. Me besó el cuello, pasándole la lengua
repetidas veces. Bajó hasta mi pecho y mientras lo amasaba entre sus manos,
chupó mis tetillas apenas rodeadas de mi entonces fino vello. Me hizo vibrar en
cada lamida. Sentía su pija, que se tensaba en cada movimiento. La tenía entre
mis pelotas y se había situado de tal manera que acariciaba de arriba a abajo
mi perineo. Paco descendió aún más, besando todo mi torso, abdomen y ombligo...
hasta llegar a mi peludo pubis. Hundió ahí su cara y absorbió todo su aroma.
-¡Me encanta tu perfume!
-No me puse perfume...
-No, ya lo sé. Es perfume de Fermín, lo
conozco bien. Ya lo he sentido otras veces.
Sonreí, desarmándome con su infinita
ternura. Mi verga estaba rozándole una mejilla. Sin dejar de mirarme a los
ojos, Paco la tomó con las manos, y sin dudarlo, aunque temblando como un niño,
abrió la boca y comenzó a saborearla muy tenuemente rozando el glande con la
punta de su lengua. Después se fue animando más, hasta introducirla por
completo en su boca. Y yo sentí que llegaba hasta su caliente garganta. Me
abrió bien las piernas, me alzó un poco entre sus fuertes manos, y siguió
explorando todo con su boca hasta chupar bien mi culo, que se abrió a él como
ofrendando toda su vulnerabilidad. Su lengua lubricó cada pliegue, cada pelo,
cada tramo de sensible piel rojiza. Me sentó sobre sus muslos, y allí,
acomodándome entre sus piernas, me penetró tan dulcemente, que mi ano se abrió
por completo al recibir su dura punta. Con un temblor emocionante, mi culo
atrapó hasta el fondo su pija dura como hierro, hasta sentir en su umbral los
acariciantes pelos de su pubis. La unión fue perfecta, apasionada y vibrante.
Frenéticamente nos dirigimos los dos hacia la culminación de nuestro placer, y
creí estallar de gozo y de emociones cuando, sin contacto alguno, mi verga se
derramó en fuertes chorros de esperma. Paco aceleró más aún sus movimientos
pélvicos y se inclinó para besarme frenéticamente. Gritó mi nombre dentro de mi
boca, y descargó todo su semen dentro de mí.
Alcancé a oír mi nombre en su voz.
Y poco después, aún en sus brazos, me dijo "te amo", algo que nunca olvidaré.
*****
Epílogo:
Desde que ocurrieron los hechos aquí narrados pasaron muchos años, y hoy, en una retrovisión llena de cariño hacia esa etapa de mi vida que marcó el final definitivo de mi primera juventud, puedo escribir sobre esta historia, emocionado y pleno.
Del Palacio Aráoz son felices todos mis recuerdos.Ramón se hizo un hombrote muy atractivo, dejando a su paso un tendal de mucamas enamoradas. Nunca logró su sueño: enamorar al camarero personal del Doctor Aráoz, Germán, quien se casó, tuvo tres hijos y jamás se le conoció aventura con hombre alguno.A Monseñor Vanossi un día lo sorprendieron en una situación "non sancta” puesto que fue sorprendido felando a un joven seminarista en la sacristía de la Catedral Metropolitana. En su momento fue la comidilla de todos los periódicos de Buenos Aires. Nunca se supo más nada de él. Pero se dice que vive feliz trabajando en un hogar para carenciados que él mismo fundó en la provincia de Santa Fe, secundado por aquel mismo (ex) seminarista.Los cinco empleados del garage jamás mencionaron palabra sobre aquel día de los juegos con la manguera. Basilio y Rolo contrajeron matrimonio años después, y todos fueron dejando la mansión, sólo quedó trabajando Leandro como chofer personal del Doctor.Cecilia fue despedida después de haber sido sorprendida teniendo sexo con uno de los importantes invitados del Doctor en un toilette de la recepción mientras se daba un banquete en honor a los entonces príncipes Máxima y Alexander de Holanda. A Hipólito se le partió el corazón cuando se supo. Él no tuvo otra novia hasta años después, convencido de que lo suyo eran los hombres. Siguió trabajando en la mansión, pero finalmente renunció cuando al casarse obtuvo un puesto mejor remunerado en una compañía de strippers masculinos regenteada por su suegro.Doña María Josefina Dolores Bazterrica de Aldao (Maruca) decidió quitarse uno de los tres apellidos que componían su rancio nombre y pidió el divorcio al Doctor Aráoz, harta de las andanzas sexuales de su marido. Dijo basta una tarde, cuando lo descubrió teniendo sexo con Marcelo y Vicente en el invernadero.Poco tiempo después Vicente se jubiló y a cargo de los jardines quedó su hijo Marcelo, quien se casó, tuvo familia, pero también fue muy feliz -inmensamente feliz- con el experto jardinero veinte años mayor que él, al que emplearon luego de que su padre dejara el servicio.El Sr. Gutiérrez, a los tres años de su despido, fue detenido por la policía como principal sospechoso en un secuestro del que fuera víctima el mismísimo Canciller Ordóñez en situaciones verdaderamente confusas. Gutiérrez fue procesado y luego sentenciado a quince años de prisión por extorsión y privación ilegítima de la libertad en una causa que aún hoy es recordada por los medios.Reinaldo siguió trabajando como mayordomo hasta que se enamoró perdidamente del Doctor Aráoz, y lleno de tristeza al no ser correspondido, pidió ser trasladado al campo. Sin embargo allí fue muy feliz porque pasados algunos años, entabló una muy apasionada relación con el administrador Tapia, aquél que había sido mi jefe antes de venir a trabajar al Palacio Aráoz.Yo sucedí a Reinaldo como mayordomo y pasé varios años sirviendo en la mansión. Seguí plenamente enamorado de Paco y a su lado entendí el valor de amar a un solo hombre.Paco, mi Paco..., nunca se casó.
FIN
Franco – Marzo de 2006
Salu la barra!!!
ResponderEliminarGracias Manu y Pepe por sus saludos y cariños para los argentinitos de Vellohomo.
Francoo que gran final para esta nouvelle!!! Me encantó!!!
Sin dudas plasmas muy bien el erotismo con la dulzura de los sentmientos.
Esas líneas finales...Paco , mi Paco ...nunca se casó...waww cuanto dicen con tanta economía de palabras!
Creo que hemos sido hechos para el disfrute , pero no hay mayor disfrute que el amor compartido.
Gracias por escribir con tanto sentimiento y con tan refinado erotismo.
Parrafo aparte me merece Vicente..waww que revelación! Que hermoso es leeer que personas mayores son y pueden ser muy eroticas y deseables, algo que muchos escritores no reflejan en esta cultura obsesionada por la utopia de la eterna juventud, despreciando los placeres que la madurez ofrece.
Besos para vos Tito Franco y para toda la barra!
He disfrutado cada linea de este relato, nunca había leido literatura erótica , pero El Palacio de Aráoz me ha enganchado hasta el final. Gracias por haberme hecho disfrutar tanto.
ResponderEliminarQuerido Turco,
ResponderEliminarGracias!, es lo más sintético que puedo decir, y es tan poca cosa. Pero puedo decirte también que tus palabras me llegaron sobre todo porque cuando uno escribe ciertas cosas, y con cierto sentido, es decir, más allá de lo erótico, apelar a la ternura, a que un tipo como Fermín que se la pasó cogiendo con todos los personajes del cuentito, finalmente caiga rendido ante un solo hombre y por él valore lo que le vendrá en la vida, amar sólo a una persona ¡y sobrevivir para contarlo!; y entonces, cuando la sensibilidad del que lee entendió y se interesó por esos temas viene de vuelta..., es como una magia que realmente conmueve.
Encantado de haberte encantado.
Besos
Anónimo,
Mi gratitud. Me complace haberte entretenido hasta el final y que te haya gustado!!!
Saludos!
Mi querido Franco: no cabe duda que sólo tú te puedes superar a ti mismo y romper tus propias marcas en esta pista del homoerotismo escrito. Mis más sinceras felicitaciones por este torrente compartido de ese talento tan único que tienes para manejar los escenarios, los suspensos y las emociones... Aunque yo recordaba vívidamente el desarrollo general de esta saga y sabía bien por dónde iba a acabar este repaso por el personal masculino del Palacio Aráoz, la disfruté enormemente cómo si fuera la primera vez.
ResponderEliminarY de hecho si fue muy especial para mi recobrar esta obra sublime en esta etapa de mi vida porque no fue igual leerla hace ya varios años, cuando mis sentidos estaban mucho más cargados a lo carnal al día de hoy donde las emociones y los sentimientos ocupan un sitio especial en mi pirámide de valores en las relaciones.
Así que Bravísimo de nuevo por esta emoción recuperada, mi querido Gaucho de Oro... Esperamos más recuperaciones de ésos buenos recuerdos de aquellos años en que nos conocimos... Que creo que lo que sigue es ese rescate al que ayudé hace poco tiempo, ¿no? Ay, esos hombres de tus relatos son tan sencillamente seductores Franco; tan "muchachos de al lado"... ¡Sencillamente encantadores!
Y muchas gracias por responder nuestros saludos, Turquito... ¡Nada menos que eso se merecen tan flamantes ciudadanos de tan bello país en un día tan especial!
¡Besos y abrazos (con faje, por supuesto... Jejeje) para todos!
Qué hermoso final Franco, te felicito!!! Aunque voy a echar de menos estas lecturas de los lunes, me alegro que nuestro protagonista lo haya pasado tan bien, pero lo terminara aun mejor junto a quien quería estar realmente.
ResponderEliminarUn abrazo afectuoso y para que nos sigas deleitando con tus palabras!!!
Juanjo
Por fiiiiin el Palacio Araóz capítulo 10, el más erótico y espectacular de todos, el que me ha hecho alcanzar el clímax en más ocasiones... Vicente e Hipólito, mis favoritos por razones que ya has de conocer de sobra, gran Franco jejeje!!! Aunque me quedé con ganas de una mejor descripción de esos pechotes del gran sesentón... Espero sigan los relatos, muero por ver la versión con "pequeños ajustes" de "Lo que sucedió con Papá" otra de tus obras maestras... Abrazo fuerte de tu fan de toda la vida
ResponderEliminarALEX SALVIN
AISH! CUANTOS LINDOS MENSAJES!
ResponderEliminarEmpezaré respondiendo a nuestro Decano, el querido Manu:
Gracias, Manuel, ¿qué más puedo decir de un hombre que me sigue leyendo con ese interés y ese cariño después de tantos años? no me salen las palabras, porque no es fácil encontrarlas.
El próximo cuento??? vos decís ese, ambientado entre los sensuales sonidos reverberantes de un vestuario de hombres???? Sea!, después de todo, sus personajes son tus hijos adoptivos, a los que cuidaste como tutor amoroso durante los tiempos en que se fueron de casa, jajaja.
Juanjo:
Gracias por tus felicitaciones!, sólo espero seguir a la altura de mis sensibles lectores!, pero no te preocupes, la próxima saga, de tres capítulos, te mantendrá entretenido, al menos eso espero!!!
Querido Alex,
Me sorprendiste, días atrás, con tus mails donde me comentabas acerca de cada personaje del cuento y de cómo tenías presente cada escena, incluso para apreciar las modificaciones de la actual revisión. Sí, lo sé, sé por qué tus personajes preferidos hayan sido Hipólito y Vicente. Lamento que mis descripciones hayan sido mezquinas, pero miralo de este modo: todo lo que el autor no explicita completamente, queda servido en bandeja para la libre imaginación de cada lector.
Gracias por seguir mis relatos después de tantos años!
Apunto entonces para las próximas publicaciones el relato del papi cachondo.
Un abrazo para todos!
Corrección, corrección!!!
ResponderEliminarManu, no era el relato del vestuario, claro, sino el de los vecinitos!
Jajajaj... tengo todas las historias mezcladas ya. Debe ser la edad.
Mientras descanso en la terraza se me ha ocurrido ir al café...y al ver el cuentto decidí postergar su lectura para gozarlo bajo mi cobija de estrellas y mecerme con la lasitud de un buen gourmet. Sin prisas y con el regodeo de cada palabra mientras el tibio aroma de la noche enardece mis tetillas y algo más en este verano adelantado.
ResponderEliminarLeo los comentarios y ya estaba a punto de darte un zape de vergazos, pero veo que corregiste a tiempo. Te salvaste de un delicioso castigo. Así es, esperamos a esos vecinitos....que la paciencia es una virtud humana.
Debajo de esa gruesa capa de sarcasmo e ironía fina, hay un peludote dulce como melocotón y tierno como un bombón. Sí, muchas de tus historias tienen esos matices que se alimentan de la devoradora incógnita para finalmente caer en fidelidad por elamor encontrado.
De la incógnita inicial, al calor del celo, y de este al lecho, donde yo te estrecho muy arrecho, para finalmente dormir en tu pecho todo satisfecho.
Don Pepe
Don Pepe,
ResponderEliminarigualmente, y aunque me haya corregido, nunca está de más aplicar unos saludables vergajos, aunque más o no sea para prevenir errores, no es cierto? así que, dele nomás, Pepito, aplíqueme esos vergajos donde usted más quiera. Estoico y sumiso, soportaré el correctivo.
Que disfrute de las estrellas
Mi querido Gaucho de Oro... no dije nada que no te merecieras; es muy poco el reconocimiento que yo te puedo hacer en comparación con todas las alegrías que tú con tu arte nos has dibujado a tus seguidores el día de ayer y el día de hoy... ¡y los que nos faltan!
ResponderEliminarY que no se me escape este sentir... ¡Ay, Don Pepe, Compadre querido! Esas últimas líneas suyas demuestran algo que yo ya sabía, pero que es un deleite volver a tener aquí: ¡Es usted todo un poeta, chingao! Déjeme expresarle mi admiración y mis respetos con un sincero roce de mi barba con su bigote... ¡Nomás que este no es de los que le hablaba el otro día! Este no lo va a hacer enojar... ¡Nos va a hacer soñar! Antes de eso, unos tequilitas derechos que el diligente Ortolani ya nos tiene dispuestos y aquí en la barra están listos... no es pa' darnos valor; es pa' que nos sepan más rico y que el cuerpo empiece a sentir lo que recibe! (Grito de Chente: AAAAAJAJÁAAAAAAAAAAAHHHHHH!!!)
Bola de cabrones, el gauchito y el Manú cachao, esos pelao's me tiene muy pipiripao.
ResponderEliminarVengo un poco agüitado, las estrellas tendrán que esperar a otro día, pues la tormenta ya se escucha con todo su estruendo, y nubes negras cubren todo con un velo, mientras una lluvia que no es dorada, cae con flechas sobre mi desconsuelo.
La lluvia siempre re-enciende mi lado nostálgico y opto por dejar mi barco quieto. Y sí, también desde mi ventana, vemos el mar.
Besos
Ps1. Manu, si con dibujar alegrías te refieres, a los dibujos que has hecho sobre el morocho lienzo de tu ronco pecho, o en el de tu vecino regio, no alcanzo a imaginar que de pinturas has dejado como arte arrecho.
Ps2. Franco, paso al rato a tu cantón a aplicar los correctivos, espero que no esté tu hache tan querido, pues si se hace el remolón le tocará un buen pilón. Jajaja
Ps. De paisano a paisano, gracias por el chentesco grito. Sólo uno sabe gozarlo.
Me encanto sobre todo la moraleja implicita de que un hombre por mas cabrón o macho que sea alguna vez se ha sentido atraido por otro macho . Claro decimos es mi amigo muy mi amigo y solo nos atrevemos a darle un fuerte abrazo juntando al " amigo" a nuestro cuerpo sientiendo un fugaz estremecimiento y en el fondo como se narra morimos por bezarle .acariciarlo .verle desnudo y entregarse mutuamente a lo màs sublime y exitante el amor de dos hombres dos machos que se desean ! Es .. es .. hermoso muchos no lo comprenden lo tachan lo censuran pero... existe y seguirá existiendo ! Manolo . México df. 30 .mayo 2015
ResponderEliminarMe encanto sobre todo la moraleja implicita de que un hombre por mas cabrón o macho que sea alguna vez se ha sentido atraido por otro macho . Claro decimos es mi amigo muy mi amigo y solo nos atrevemos a darle un fuerte abrazo juntando al " amigo" a nuestro cuerpo sientiendo un fugaz estremecimiento y en el fondo como se narra morimos por bezarle .acariciarlo .verle desnudo y entregarse mutuamente a lo màs sublime y exitante el amor de dos hombres dos machos que se desean ! Es .. es .. hermoso muchos no lo comprenden lo tachan lo censuran pero... existe y seguirá existiendo ! Manolo . México df. 30 .mayo 2015
ResponderEliminarMe encanto sobre todo la moraleja implicita de que un hombre por mas cabrón o macho que sea alguna vez se ha sentido atraido por otro macho . Claro decimos es mi amigo muy mi amigo y solo nos atrevemos a darle un fuerte abrazo juntando al " amigo" a nuestro cuerpo sientiendo un fugaz estremecimiento y en el fondo como se narra morimos por bezarle .acariciarlo .verle desnudo y entregarse mutuamente a lo màs sublime y exitante el amor de dos hombres dos machos que se desean ! Es .. es .. hermoso muchos no lo comprenden lo tachan lo censuran pero... existe y seguirá existiendo ! Manolo . México df. 30 .mayo 2015
ResponderEliminarUps! Escribi un gran choro qur me salío del alma pise publicar y se borró imposible volverlo a escribir y describir lad emociones que de primer momento me despertó el relato .que me encantó !!! Manolo . México df. 30 mayo 2015
ResponderEliminarUps! Escribi un gran choro qur me salío del alma pise publicar y se borró imposible volverlo a escribir y describir lad emociones que de primer momento me despertó el relato .que me encantó !!! Manolo . México df. 30 mayo 2015
ResponderEliminarUps! Escribi un gran choro qur me salío del alma pise publicar y se borró imposible volverlo a escribir y describir lad emociones que de primer momento me despertó el relato .que me encantó !!! Manolo . México df. 30 mayo 2015
ResponderEliminarUps! Escribi un gran choro qur me salío del alma pise publicar y se borró imposible volverlo a escribir y describir lad emociones que de primer momento me despertó el relato .que me encantó !!! Manolo . México df. 30 mayo 2015
ResponderEliminarApreciado y Admirado Franco:
ResponderEliminarEsta maravilla la creaste en el 2006 y fue ahora en el 2023 que, por primera vez, llegó a cautivarme con la misma fuerza que le impartiste hacen 17 años.
Felicito tu singular talento y te garantizo que seguiré siendo un cautivo de tus cuentos y tu galería de exquisitas fotos.
Un Abrazo Fraternal
Miguelo...de
Puerto Rico