El Palacio Aráoz VII
Capítulo VII – Los amigos del Doctor
Esa noche, el Doctor recibiría invitados.
Se trataba de dos de sus más cercanos amigos: el canciller Ordóñez y monseñor
Rafael Vanossi, dos personalidades que siempre salían en los diarios por sus
actuaciones en diversos ámbitos nacionales. Para esa ocasión habría un servicio
especial comandado por Germán, el camarero. El mayordomo recibiría en recepción
junto con las mucamas, Reinaldo y Germán. Se serviría una cena en el salón
comedor más pequeño y después los cafés, licores y chocolates en la biblioteca,
donde los hombres, inmersos en mullidos sillones, intercambiarían charlas hasta
la madrugada.
Todo transcurrió normalmente. Después de
la cena, me encontré con Ramón en el baño, y me preguntó si no me habían
asignado el servicio de la cena del Doctor. Yo no había sido requerido, por
cierto, por lo que le dije que afortunadamente estaba libre.
Ramón me caía muy bien. Era un chico casi
de mi edad, con una expresión reconcentrada y algo melancólica. Hacía dos años
que había venido del campo, como yo, y el único amigo que se le conocía era
Germán, quien le había tomado afecto y protegía como a un hijo. Pero esa noche,
se había animado a hablar conmigo.
-¿Entonces vinieron el canciller y el cura?
– le pregunté.
-Sí. ¿Los conocés?
-Bueno, de leer sus nombres en las
noticias.
-Vienen seguido por aquí, con muy amigos
del Doctor. A veces concurren a reuniones donde hay más gente. Pero parece que
hoy es más íntimo – dijo con una expresión significativa.
Ramón se quedó pensativo. No sé por qué de
alguna manera me hice cargo de su introspectivo carácter al darle charla, o si
movido por una atracción subyacente, tal vez, se me ocurrió estar con él.
-¿Querés salir a caminar un poco? – le
dije amablemente.
-Pero por aquí nomás, ¿está bien?
-Sí. La noche está fresca, oscura, y nadie
nos verá por los jardines. Además Gutiérrez está en la casa con los invitados.
-No, a esta hora, ya los deben haber
dejado solos.
-¿Los dejan solos?
-Claro. Después de la cena, los amigos del
Doctor pasan a la biblioteca. Y ahí...
-Ahí ¿qué? – pregunté excitado por mi
curiosidad, mientras salíamos al parque.
-Bueno, ahí, no admiten ser molestados por
nadie.
-Supongo que hablan y hablan hasta muy
tarde.
-Entre otras cosas – me decía Ramón con un
tono irónico.
-¿Pero... "qué" cosas?
-¿Querés ver?
-¿Si quiero ver?, no pensarás que nos
metamos en la casa...
-No hace falta. Podemos espiar por las
ventanas desde el jardín.
-¿Estás loco? ¿Y si nos descubren?
-Nunca nos descubrirían, Fermín. Son
aquellas ventanas ¿ves? Está todo cercado por arbustos que te hacen invisible
desde afuera, y el lugar es tan oscuro que no se puede ver nada desde adentro.
Ramón |
Era evidente que Ramón ya conocía ese
escondite desde donde podía ver lo que pasaba en el interior de la mansión. Cuando
estuvimos cerca de las ventanas iluminadas de la biblioteca, me lancé a correr
diciéndole en voz baja a Ramón:
-¡Vamos! ¿Qué estamos esperando? – Por
primera vez, vi que Ramón se reía con ganas y me siguió a paso veloz.
Nos pusimos en un sitio, ocultos por
arbustos tupidos, desde donde podíamos ver y escuchar todo, dado que la ventana
estaba abierta. La majestuosidad de la biblioteca era el lujoso escenario de
una conversación pausada entre los tres amigos. Ramón tenía razón, nadie nos
podía ver.
El Doctor Aráoz vestía informalmente.
Llevaba una camisa de seda blanca abierta hasta la mitad del pecho y un
pantalón negro de exquisita elegancia. Recordé una vez más esos pectorales que
tanto me habían gustado aquel día en que lo había conocido. Servía vino a sus
invitados, que estaban sentados en un gran sofá de cuero. Era un anfitrión perfecto,
amable y de soltura admirable. Tanto el canciller como el obispo charlaban
animadamente riendo y gesticulando a cada frase.
El canciller Ordóñez parecía mucho mayor
que el Doctor. Vestía traje oscuro, camisa celeste y corbata color bordó. Llevaba
una cuidada barba casi blanca, mucho más canosa que su prolijo cabello.
Personalmente me parecía más joven que lo que aparentaba en los medios. Su
manos se movían con cuidados ademanes, y sus ojos grises observaban todo con
una vivacidad siempre alerta. Había encendido un habano que paladeaba con
deleite, y nunca dejaba de mirar al Doctor. Era un hombre mayor muy atractivo,
de buen cuerpo y muy interesante.
Monseñor Vanossi bebía de vez en cuando su
vino, saboreándolo con fruición. No llevaba la típica sotana, sino un traje
común y corriente de color negro, solo alterado por el tramo blanco de su
cuello y una dorada cruz omnipresente. Su cabello castaño claro estaba
prolijamente peinado hacia atrás, y me llamó la atención lo largo de sus brazos
y piernas.
Ramón se asomaba como yo, lleno de
curiosidad, y seguía la escena como si conociera lo que iba a venir. Estaba con
la camisa abierta, me encantó espiar también su pecho casi lampiño y juvenil
muy cerca de mí. El resplandor de las luces de la biblioteca daba de lleno en
sus tetillas rosadas, tersas y puntiagudas.
El Doctor Aráoz dejó el vino sobre el bar
y al volverse exclamó con una sonrisa:
-Bueno, caballeros, creo que nos podemos
poner cómodos – dijo desabotonándose la sedosa camisa. Dejó que la prenda
resbalara con gracia por su hermoso torso sin preocuparse de que cayera en la
alfombra.
Yo abrí los ojos, totalmente incrédulo de
lo que estaba viendo. Ramón me miró fugazmente, como diciendo "te lo dije".
-¿Ya despediste a los sirvientes? –
preguntó el sacerdote.
-Claro que sí. Además mi mayordomo ya sabe
perfectamente que cuando pasamos a la biblioteca queremos estar solos.
-Un tipo muy interesante tu mayordomo –
dijo el canciller, entrecerrando un poco los ojos y llenándolos de una
expresión libidinosa – no estaría mal que un día lo invitaras a pasarla con
nosotros... supongo que él entenderá...
-Descartado, querido, algo me dice que me
debo cuidar de Gutiérrez.
-Si es así..., es una lástima – suspiró el
canciller algo frustrado. Se puso de pié y sosteniendo el habano con sus
dientes, se aflojó la corbata y se quitó el saco.
-Ha pasado tiempo desde la última vez,
¿no? - dijo el religioso. El Doctor, se situó detrás del respaldo del sofá,
justo donde estaba sentado el cura, y tomó la copa vacía de su mano. Mirándolo
desde lo alto de su metro ochenta, dejó la copa sobre la chimenea, y con una
sonrisa seductora se llevó las manos a la cintura desabrochando el primer botón
de su pantalón negro.
-Muchas ocupaciones y obligaciones, todas
juntas, Rafael, muchos asuntos me dejaron sin dormir, pero esta noche es para
relajarse y olvidarse de todo eso. De todo. – susurró el Doctor Aráoz, mientras
llevaba sus manos a la solapa del presbítero, quien había cerrado los ojos
escuchando la acariciante voz del patrón. Lentamente abrió el saco de Vanossi y
se lo quitó suavemente.
Se había quitado la corbata y desabrochaba los primeros botones de su impecable camisa. |
El canciller, sentado a unos metros de ellos, los
miraba pitando su oloroso habano, se había quitado la corbata y desabrochaba
los primeros botones de su impecable camisa. Fue hasta donde estaba el Doctor y
se situó a su lado. Aráoz lo miró a los ojos, sin dejar de sonreír
complacientemente. Detrás de las espaldas del Doctor el canciller llevó sus
manos al pantalón desabrochado. Siguió desabotonando la bragueta hasta el
final, y abrió un poco más el pantalón, dejando ver la blanca ropa interior del
Doctor. Ordóñez metió una mano por debajo del calzoncillo del Doctor y con un
ágil movimiento sacó afuera su miembro endurecido, que quedó bamboleándose a
pocos centímetros de la mejilla de Vanossi. Aráoz acariciaba la sedosa cabeza
del cura, y tenuemente lo invitó a que buscara la punta de su pene. El cura
volteó la cara y se topó con la grandeza creciente de la verga del Doctor.
Abrió la boca y se la tragó hasta los huevos. Ordóñez, acariciaba los pezones
de su anfitrión, que se retorcía de placer mirando como el sacerdote le mamaba
la polla.
-¡Ramón! – dije sin poder dejar de mirar
con los ojos como platos - ¿Y vos ya habías visto esto?
-Muchas veces – respondió Ramón con la
mirada perdida en los tres hombres y sonriéndome inocentemente – Yo sabía lo
del Doctor – me dijo con los ojos abiertos y expresivos - Cuando yo empecé a
trabajar aquí, el me llevó a su baño.
-¿A vos también?
-Sí – dijo Ramón bajando la cabeza.
-No te avergüences. No es tu culpa.
-Un poco sí – confesó Ramón – porque...
-¿Por qué?
-Porque me gustó. Y porque el patrón nunca
me forzó a nada– dijo inocentemente, volviendo a mirar al trío con un dejo de
tristeza en su mirada.
-Mirá, tal vez te sientas mejor con lo que
te voy a decir, pero, a mí también el Doctor me llevó al baño, y... no solo me
gustó, sino que lo disfruté mucho.
Ramón me miró asombrado y sonrió como
quien se saca un peso de encima, contento de que alguien lo estaba
comprendiendo. En la complicidad de nuestro escondite, él estiró tímidamente
una mano, y tomó la mía. Yo la apreté enseguida, aferrándosela con fuerza. Le
pasé una mano por el hombro, y así, continuamos viendo por la ventana.
Después de chupar ávidamente la verga del
Doctor por un largo rato, Vanossi se incorporó buscando el pecho de Aráoz con
la boca. Ordóñez le indicó el camino con su mano, ofreciéndole un pezón, que
fue aceptado gustosamente entre lamidas y besos. El canciller se dedicó
entonces a despojar de sus ropas al sacerdote. Rápidamente, Vanossi quedó con
el torso desnudo, así que el canciller siguió con los zapatos y el pantalón.
Ahora teníamos al cura totalmente desnudo dándonos la espalda. Sus hombros eran
anchos y su figura se afinaba en la cintura, donde continuaba un trasero muy bello,
cubierto de un tenue y fino vello. Sus muslos abiertos se apoyaban sobre los
almohadones mullidos del sofá, y por debajo de ellos, colgaban sus grandes
testículos rojizos.
Ordóñez sostuvo por un momento el puro
entre sus manos, y con la otra atrajo el mentón de Aráoz hacia sus labios.
Unieron sus bocas con un largo beso. Esos dos hombres besándose, hicieron que
mi pija quisiera salir de mi apretado bulto. Instintivamente miré hacia la
entrepierna de Ramón, y a él le pasaba exactamente lo mismo.
El Doctor tomó a Ordóñez por el cuello de la
camisa y en un minuto le desabrochó todos los botones. La abrió violentamente,
sin dejar de lamer y chupar su cara. El abultado pecho del canciller, un poco
entrado en carnes, salió a la luz e inmediatamente fue amasado y sobado por dos
manos ávidas que se hundían en una mata hirsuta de pelos grises y blancos. Las
tetas del canciller Ordóñez salían hacia fuera, redondas y grandes. Eran
macizas, pero una cierta laxitud acompañaba los movimientos producidos por las
caricias del Doctor. Los durísimos pezones de un color rojo oscuro fueron
engullidos uno a uno, y se ve que el Doctor también los mordía fuertemente a
juzgar por los quejidos del canciller que había vuelto a meter su habano en la
boca.
El cura se puso de pie y pudimos admirar
su larga pija, bien parada, recta y desafiante en ángulo recto bajo el abdomen
firme. Rafael Vanossi también tenía lo suyo. Los pelos de su pecho se aclaraban
entre los agitados pectorales, y un contundente camino negro descendía por su
torso conduciendo al premio mayor, un matorral frondoso en la base de un duro
báculo de carne. Fue hacia Ordóñez, y en pocos movimientos le bajó el pantalón
y el slip. La pija del canciller estaba algo flácida, descansaba pesadamente
sobre sus pelotas, ¡no obstante, era una verga inmensa! Carnosa y con un
prepucio que se extendía más allá de su glande, tenía venas abultadas que la
recorrían totalmente. Pendulaba sobre sí, enmarcada en largos pelos oscuros.
... y un contundente camino negro descendía por su torso conduciendo al premio mayor, |
Vanossi la miró como si se tratara de un
obsequio celestial, se agachó entre sus dos compañeros y tomando la descomunal
verga del canciller pudo introducirla toda en su boca, no sin cierto trabajo.
El Doctor seguía trabajando con sus dientes los irritados pezones del
canciller, jugando también con los pelos circundantes y acariciando la cabeza
del sacerdote, que alternaba sus masajes bucales entre las dos vergas.
Ramón seguía la escena atentamente,
mordiéndose los labios. Mi mano sobre su hombro hizo involuntariamente algo más
de presión y él se me acercó un poco más, estirando el cuello para no perderse
ningún detalle. Nuestros bultos ya eran como dos tiendas de campaña.
Instintivamente, llevé mi mano libre hacia mis pezones por debajo de la camisa.
Los acaricié excitándolos uno por uno. Con mi otra mano, pasé del hombro de
Ramón a su cuello, sintiendo el contacto con su piel. Mis dedos se movieron
casi imperceptiblemente, rozando tenuemente la zona a modo de leves caricias.
Ahora los tres hombres habían cambiado de
posición y el canciller y el Doctor habían invadido el culo de Vanossi con sus
bocas. Estuvieron allí por largos minutos, devorando, lamiendo, succionando
todo lo que sus lenguas encontradas tenían a su alcance. Cada tanto se juntaban
en un choque frontal de bocas, gimiendo y respirando entrecortadamente. El cura
se retorcía de placer, implorando por más y abriendo los gajos blancos de su
culo con sus dos manos. El Doctor fue el primero en penetrarlo, mientras que el
canciller, sin abandonar el puro que humeaba en su boca, puso su voluminoso
aparato en los labios de Vanossi. Su verga había cobrado algo de rigidez,
aunque no había crecido demasiado. Así y todo, se trataba de una cosa enorme,
gorda y pesada. Los huevos colgaban por debajo, chocando contra el mentón del
religioso cada vez que éste avanzaba con una nueva bocanada.
Mi compañero Ramón se mostraba muy
excitado. Acalorado, las manos se le fueron hasta los botones de su camisa y
comenzó a desabrocharlos ansiosamente. Entonces yo tomé su prenda y le ayudé a
deslizarla hasta el suelo. Inmediatamente, sin dejar de mirar hacia el interior
de la biblioteca, Ramón estiró sus manos hasta los botones de mi camisa e hizo
lo mismo. Yo terminé de quitármela, mirándolo sorprendido, y los dos quedamos
con el torso desnudo.
Ahora el Doctor se deslizaba debajo del
cuerpo del cura, y los dos quedaban entrelazados en un magnífico 69. La verga
del canciller ya estaba levantándose. Se puso sobre el culo de Vanossi, y
restregó repetidamente su brutal artefacto contra la raja abierta y húmeda.
Ramón y yo estábamos expectantes en
nuestro escondite sin poder acreditar que ese carajo pudiera meterse con todo
su tamaño en algún recinto humano.
-¿Entrará? - pregunté
-Parece imposible, sí, pero ya otras veces
entró - me contestó.
Mientras observábamos la atrapante
situación, yo retrocedí unos pasos y me puse detrás de Ramón, tomándolo de los
hombros y comenzando a acariciar una piel increíblemente suave. Recorrí su suave
piel, tomando cuenta de su hermoso cuerpo, que era como el de un niño grande.
Me gustaba estar a sus espaldas y abrazarlo desde ahí. Llegaba hasta sus
pezones jóvenes y me detenía en ellos, haciendo toda clase de variantes con mis
caricias. Cada tanto, y para acrecentar su excitación, le daba tenues besitos
en el cuello, apoyando sutilmente mi lengua en todo el sector. Metí una mano
por el pantalón, y la punta de mis dedos llegaron a una zona muy cálida,
topándose con el comienzo de una suave vellosidad. Entonces me animé a
desabrochar el cinturón de su pantalón, abrir los primeros botones, y deslizar
su prenda muy lentamente hacia abajo. En el poco resplandor que nos envolvía,
vi aparecer el culito de Ramón ante mis ojos. Él estaba absorto mirando hacia
la ventana y suspirando con la boca entreabierta.
-¡Mirá eso! – me dijo a media voz.
El pene del canciller había cobrado su
mayor rigidez. No se había alargado, pero estaba aún más ancho que antes. El
canciller, que no dejaba de bombearlo lentamente con su mano, descorría
rítmicamente su prepucio una y otra vez sobre su lustroso glande, apuntando esa
tranca directamente al culo abierto de Vanossi. La boca del Doctor, que estaba
justo debajo de las bolas del cura, alcanzó también las del canciller, buscando
una alternancia de sabores, tamaños y texturas. Por fin, el falo inquietante
del canciller, se introdujo completamente, y de un solo envión, en las profundidades
del culo de Vanossi.
-¡Impresionante! – dije al oído de Ramón
contemplando la casi animal penetración.
-Nunca vi una cosa tan grande como la pija
de Ordoñez, Fermín – balbuceó Ramón.
-Y mirá como se la mete... – seguía
murmurándole al oído.
-Cómo están gozando...
Ramón llevó sus manos tras de sí, buscando
torpemente los botones de mi pantalón. Por un momento dejé su deliciosa piel y
lo ayudé a abrir la prenda. Incorporándome
un poco, me bajé los pantalones y el calzoncillo hasta los muslos y dejé
liberada por completo toda la erección de mi pija. Mi mano se estiró por
delante de él, intentando atrapar la suya. No tardé
en dar con ella. No era muy grande, pero estaba tan dura que me enloqueció,
tiesa y mojada por completo de líquido pre seminal. Él se acarició su verga y
tomó entre sus dedos una buena parte de ese líquido resbaloso. Después se lo
llevó a su propio ojete y lo lubricó cuidadosamente. Me tomó con firmeza con un
movimiento que era toda una invitación a que lo penetrara. Él no dejaba de
observar la escena de los tres hombres cogiendo en el interior de la mansión. Y
yo, mojando con abundante saliva toda la longitud de mi miembro, apoyé primero
la punta sobre su caliente agujero, para ir deslizándolo lentamente y verlo
desaparecer dentro del apretado culo.
Los tres amigos cambiaron nuevamente de
postura. Ahora la verga del canciller, levantada solo unos centímetros, pero
totalmente rígida, se metió no sin trabajo en el ano de nuestro patrón,
mientras su pija permanecía en la boca del cura.
Yo aceleré los movimientos mientras cogía
deliciosamente con Ramón. Mi mano lo masturbaba y mis labios besaban su nuca,
ahora con lengüetazos más intensos. Él se arqueaba y acompañaba los movimientos
cada vez más violentos. No aguantaba más. Entre ahogados gemidos y una
respiración sofocada, los primeros chorros de mi orgasmo, salieron
incontrolablemente, para dejar paso a un espasmo generalizado de todo mi
cuerpo. Casi enseguida, la pija de Ramón, que se agitaba entre mis manos, hizo
erupción en un temblor sorprendente y el semen caliente empezó a salir de su
glande bañándome la mano por completo.
En la biblioteca, los tres hombres seguían
muy ensimismados en su ardiente labor. Aún unidos por nuestros jugos espesos,
con Ramón vimos como la posición había cambiado nuevamente, y ahora, mientras
el canciller penetraba al Doctor, éste ensartaba al cura, formando una especie
de tren humano que vibraba en un solo movimiento.
Cuando volvimos a la calma después de
tanta agitación, tuvimos un miedo lógico a ser descubiertos, sobre todo por Gutiérrez,
aunque sabíamos que eso hubiera sido imposible. Sin embargo decidimos poner
nuestras ropas en orden. Habíamos visto suficiente, por lo que sigilosamente, y
protegidos por la oscuridad de la noche sin luna, dejamos nuestro palco de
honor, abandonando la escena tan excitante que se había representado ante
nuestras desapercibidas miradas. Los tres hombres seguían cogiendo intensamente,
transportados y ausentes de este mundo, y seguramente continuarían así durante
toda la noche.
Sigilosamente, volvimos a los dormitorios.
Continuará...
Salú la barra!
ResponderEliminarQuerido tío Franco: comienzo por decirte que me encantó la serie de fotos en b/n del pasado sábado, la magia del blanco y negro tiene un sabor como el de las viejas películas del cine noir que no desaprecerá nunca...excelente post!
En cuanto al caminito de ayer ..muy hermoso bosque para perderse horas, dias y años por esas frondocidades!
Y la continuación de la saga del Dr Aráoz, demás está decir que sigue con su habitual calidad,asi que el canciller viene muy bien dotado..waw , que pena que el nuestro no da ni para dos segundos de ensoñación! jajaja.
En la rama sacerdotes el que parece muy sexy es el secretario privado de Benedicto...mmm bombonazo que da para hacer una fotonovela , como las de antaño! jajaja.
Abrazos para toda la barra!
Salú Turco,
ResponderEliminarDe rapidito...jeje
Sin duda esta escena del Palacio de Aráoz es la que más me gusta, aderezado por la visión voyeur de esos cabrones en la ventana indiscreta.
Aguardaré a leerlo en la nochecita. ya más relajados y en la tina.
Ya regreso en la tarde para comentar los post que anteceden a este relato.
Abrazo enorme y excelente fon de semana. A darle con todo. Jeje
DE GLOBOS Y BAÚLES
ResponderEliminarMe veo navegando la vida como en un globo aerostático al cual se suben y bajan aquellas personas que me acompañan. La novedad es que esos baúles que creía eran míos, en realidad son baúles ajenos, uno por cada acompañante que participa de mi viaje.
De la misma forma creo que yo participo del viaje de otros con mi propio baúl, en el cual también el dueño del globo pondrá aquellas cosas de las que no querrá hablar conmigo.
Los baúles a medida que se van llenando de conversaciones no dichas van adquiriendo peso, y ese peso dificulta el trayecto. El peso es relativo a cada dueño, por lo que no pesa cada 'nopalabra' lo mismo en un globo que en otro. Es por esto que algunos globos navegan muy cargados sin problema y otros se mueven con dificultad. La mayoría de los globos van en un mismo sentido, vuelan bajo y cada día más pesados, por lo que habrá un momento en que se posarán inevitablemente sobre la tierra, para ya nunca más elevarse.
Ese día todos se bajarán del globo con sus baúles, algunos agradecerán el viaje y otros se quejarán de que en realidad nunca fue muy buena la vista, y el globo y su comandante, poco a poco irán desinflándose. Es también en ese momento en que automáticamente el dueño del globo estacionado desaparecerá de los otros globos en los que viajaba como pasajero, pero, y aquí esté atento el lector, lo hará dejando su baúl. Habrán otros pícaros que dejarán el suyo cargado en alguna nave y, no sin antes robarse un baúl vacío, se bajarán livianos en alguna parada y se despedirán con buena educación, aprovechando que las formas distraigan y escondan el cargamento abandonado. Esto no deja de ser una curiosidad, y una de las razones por las cuales muchos globos se ven muy pesados aunque en ellos haya, en realidad, poca gente arriba. Y es que llevan una gran cantidad de baúles ajenos que por alguna razón el propietario de la nave no quiso, o no pudo descargar.
Pero hay otros globos, globos locos, que parecen viajar siempre a borde de la deriva, son desafiantes y audaces, arriesgados con ellos mismos y con los que han osado subirse. Algunas veces sus pilotos cometen errores, y se golpean haciendo daño a sus acompañantes. Pero esos ascensos o descensos emocionan tanto...!. El estar fuera de pista ofrece las mejores vistas y los paisajes que pocos han visto, además de que se conocen los viajeros mas extraños y más interesantes, porque hay que estar loco, según dicen, para subirse a un globo loco.
Muchos no resisten el viaje y prefieren bajarse, algunos disfrutan el sabor de la aventura y se quedan el mayor tiempo posible y otros, con baúles muy cargados, son invitados a retirarse. Hasta se han visto casos de personas cayendo de estos globos aún en vuelo, vaya uno a saber por qué se tiraron o fueron empujados, y así, baúl en mano, quedan atrás en el camino.
Los globos locos hacen muchas paradas, si, para ilusión de navegantes de otras embarcaciones que piensan que ya era hora, que su imprevisibilidad arruinaba el flujo. Pero no, los caprichos de la vida hacen que de nuevo se los vea moverse, de nuevo la pesadilla de esquivarlos y observarlos en y fuera de ruta.
- Cuál es la clave, la puta madre, de que puedan volver a elevarse? -pensaban ofuscados- sin darse cuenta de que la clave eran, justamente, los baúles.
Javier
Turco,
ResponderEliminarSalú!
Me alegro mucho de que los post pasados te hayan hecho fantasear sobre cine noir y bosques frondosos para perderte mucho tiempo.
Ah... Sí!, el curita secretario de Benedicto, un verdadero papito!, había reunido unas cuantas fotos de él, pero las perdí semanas atrás, con el tsunami que provocó mi idiotez informática. Habrá que ir al Vaticano para verlo.
Saludotes
Don Pepe,
Nochecita? relajado? en la tina? hum.... después nos cuenta, ok?
Javi,
Supongo que el hombre desde hace siglos y siglos no ha hecho más que exacerbar su ingenio exquisito para inventar -así como cárceles, carceleros y prisiones, como decía Juarroz- tanto baúles como globos. Y durante siglos y siglos, creo, estamos intentando discernir esa clave de por qué los globos vuelven a elevarse...