El cuentito de fin de mes
- Amor filial -
(Conversaciones entre padre e hijo)
-Papá... creo que soy gay.
Armando dejó caer el libro de sus manos y quedó
inmóvil por un momento. Se quitó las gafas, cerró los ojos y respiró hondo,
como si hubiera dicho "temí que ibas a decir eso, y en el fondo lo
sabía".
-Luciano, hijo...
-Antes de que digas nada, papá, quiero que por
ahora esto quede entre nosotros.
-¿Entre nosotros? ¿por qué?
-No sé. Puede que me sienta mucho mejor así.
-Si te hace sentir mejor, de acuerdo, pero creo
que lo que tenés que decirme es tan importante como para que lo sepa también tu
madre.
-Sabés que nunca se lo podría decir a mamá. Vos y
yo, somos como dos grandes amigos que siempre se han dicho absolutamente todo.
Y era verdad. Luciano y su padre habían sido
inseparables desde siempre. Desde que era un niñito, Luciano se había apegado naturalmente
a su padre antes que a su madre, pues con ella nunca había encontrado puntos de
unión. La hermosa relación que habían consolidado era fruto de miles de
vivencias compartidas, desde las cosas más insignificantes hasta los momentos más
trascendentes en la vida de ambos.
-Vos dijiste "creo que soy gay". ¿Es porque aún tenés dudas?
-Papá, estamos solos. ¿Podemos hablar con total
libertad?
-Claro, hijo - suspiró Armando, intentando ser
cuidadoso en lo que iba a decir - pero comprendé que me ha movido mucho lo que
acabás de decir.
También eso era verdad. Armando había pasado los cuarenta,
y a esas alturas pensaba que ya toda su vida estaba realizada. Lo que le
planteaba su hijo adolescente hacía tambalear todo aquello que creía tener en
claro.
-Creo que soy gay porque me enamoré de un hombre.
-Eso no es suficiente para saber si sos
homosexual o no.
-¿Cómo sabés eso?
Armando se quedó pensativo, intentando escoger
muy bien las palabras.
-Muchas veces nos sentimos deslumbrados por una
persona, por su imagen, o por lo que hace, lo que piensa, lo que dice, o por
todos las razones que te puedas imaginar, fascinados por ella aunque sea del
mismo sexo, ¿me explico?
-¿Y cuando también hay atracción sexual?
-¿Tuviste relaciones sexuales con un hombre?
-Nunca he tenido relaciones sexuales con nadie,
papá.
-¿Y qué sentís dentro tuyo?
-Me fijo mucho en los hombres. No tengo deseos de
estar con una mujer, aunque he tenido algunas novias, como bien sabés.
-¿Te excitás cuando pensás en hombres?
-Sí, papá, y también cuando los miro. Si querés
saber si me masturbo pensando en hombres, sí, así es - dijo resueltamente
Luciano. Armando asintió sin sorprenderse, no era la primera vez que su hijo
asumía audazmente ser tan directo.
-¿Pensás en alguien en especial?
-Sí, claro, casi todo el tiempo. Pero también me
atraen mucho los hombres que son mayores que yo. En el vestuario del gimnasio
mis ojos se dirigen incontrolablemente hacia los hombres adultos. No es algo
que tenga en claro, papá, porque me excitan aún sin saber si quisiera tener
algo con ellos, y por eso, todo esto me confunde un poco.
-Claro, hijo, lo sé, lo sé.
-¿No estás enojado conmigo?
-¿Enojado? ¿Por ser tan sincero conmigo? Siempre
estuviste cerca de mí. Siempre me contaste todos tus problemas. Tal vez este
sea uno más, o tal vez se trate de tu elección de vida, Luciano, y no
precisamente de un problema. No, no estoy enojado. Estoy tratando de asimilar
esto apelando a mi pobre inteligencia, e intentando seguir siendo el padre que
siempre te ayudó en los momentos difíciles.
-Yo tenía mucho miedo de decírtelo, pero llegó un
momento en que no podía tener todo eso en mi pecho sin que explotara.
Armando se hizo a un lado en el sofá, e invitó a
su hijo a sentarse con él, tendiéndole los brazos. Luciano se refugió allí,
visiblemente emocionado, y se abrazaron fuertemente.
-Te quiero mucho, papá
-Yo también, Luciano. Tanto, que te puedo
confesar algo: después que naciste, nunca quise volver a tener otro hijo,
porque siempre pensé que este amor que te tengo, no podría haberlo compartido
con un hermano tuyo.
-Papá, eso suena un poco enfermizo - rió.
-Sí, lo sé - dijo lanzando una carcajada - pero
ya ves, quería tenerte todo para mí.
-¿En serio? ¿Y cuándo te diste cuenta de eso?
-No tengo idea..., pero no hablemos de mí...,
ahora se trata de vos, de tu vida.
Luciano miró a su padre y lo besó en la mejilla
conmovido. Armando era un hombre de una apariencia calma y protectora. Tenía el
cabello prematuramente blanco, eso era algo que resaltaba especialmente en su
persona ya que se trataba de un hombre muy apuesto. Como todas las noches estaba
vestido solo con su pijama y calzado en sus confortables pantuflas. Siempre
acostumbraba leer a esa hora, cuando ya su esposa se había retirado a la cama.
Luciano apoyó su cara entre los vellos canosos
que salían del pijama abierto de Armando y se quedó allí como buscando la
protección en su calor. Su padre llevó la mano hasta los rubios cabellos,
entrelazando sus largos dedos en ellos.
-Papá. ¿Será esto muy difícil para mí?
-Creo que sí, hijo, pero yo voy a estar, como
siempre, a tu lado.
-Muchas veces me imagino al lado de un hombre, y
la idea no me disgusta.
-Tal vez tengas que esperar un tiempo, porque,
hijo, todo está por venir. Todas las vivencias..., todas las experiencias...
-Pero, papá – dijo Luciano incorporándose y
mirando a su padre con sus ojos celestes – es que me muero por experimentar
todo.
-Claro, es normal, estás en la edad en que tus
deseos queman en tu interior, queriendo salir cuanto antes. No te asustes.
-Me asusto solo de una cosa.
-¿Qué cosa?
-De no saber cómo hacer el amor, y peor aún, de
no saber nada, de...
-De no saber cómo manifestarte.
-Sí. Todos los días veo como mis compañeros se
levantan a las chicas, conozco todos sus artilugios, podríamos escribir un
libro con todas las técnicas... ¿Pero cómo se hace cuando en vez de una chica
querés estar con un chico?
-¿Tenés miedo al rechazo?
-Y a que se me vea como un enfermo, como un
degenerado, como un anormal.
-Pero hoy en día...
-Hoy en día nada, papá, en mi entorno todo el
mundo es muy cruel, no hemos aprendido nada. Alguien como yo es considerado
poco menos que un enfermo. Y tal vez ese mundo tenga razón.
-Basta, hijo, no te tortures. Lo normal o anormal
no son cosas que se apliquen a las distintas maneras de amar. Entiendo todos
tus miedos, pero también vas a madurar como para manejar todo eso. La sociedad
generalmente es injusta para todos. No solo para los homosexuales.
-Confieso que hasta tenía miedo de que vos me
mandaras a la mierda.
-No, nunca iba a hacer eso.
-Cualquier padre lo hubiera hecho. Mis amigos no
podrían hablar así con sus padres.
-Comprendo, pero vos también tenés que saber de
una vez por todas que yo tampoco soy "cualquier padre".
Luciano se quedó pensando por un momento.
-¿Qué pasa?, ¿en qué estás pensando? - preguntó
Armando al ver la mirada extraviada de su hijo.
-Siempre me comprendiste en todo, pero con esto,
que es tan difícil de aceptar, me comprendiste demasiado rápido.
-Luciano, es que yo...
-¿Qué, papá? ¿No me vas a decir ahora que sos
gay?
Armando abrazó un poco más a su hijo y desvió la
mirada.
-No, hijo – dijo, echándose a reír – nada de eso,
pero...
-¿Pero...?
-Nada, no me hagas caso.
-Hum, te conozco. Hay algo que me querés decir,
pero no sabés cómo.
-Sí, supongo que ya me conocés bastante bien.
-Entonces, decímelo. Como te dije antes, esto es entre nosotros.
-Supongo que todo hombre, en algún momento de su
vida, tiene, de alguna manera u otra, alguna experiencia homosexual. Bueno, yo
la tuve, hace ya unos años.
-¡Papá!
-¿Te sorprende?
-¡Claro que sí! – dijo sonriendo Luciano – no
puedo creerlo. Siempre te vi como el más macho de todos los hombres del mundo,
el más varonil y el más masculino.
-Ay, hijo, cuando crezcas...
-Estoy en eso, papá.
-Sí, lo sé, digo, cuando crezcas más..., comprenderás que una cosa no
quita a la otra.
-Sí, tenés razón, papá. Pero contame..., ¿cuándo
fue eso?
-¿Querés realmente saberlo?
-Sí, por supuesto, me muero por saberlo.
-Pues fue antes de casarme con tu mamá. Aunque no
pasó solo una vez, sino varias. Luciano, el sexo no puede etiquetarse, ni ser
siempre de una sola manera. Yo tuve una experiencia homosexual, y eso no me impidió
después casarme con tu madre y amarla mucho, ¿entendés?
-¿Pensás que eso también puede pasarme a mí? ¿que
lo que siento ahora puede ser sólo algo pasajero, y que con los años cambiará?
-Sí, algo así.
-No, papá. No creo que sea mi caso.
-¿Tan seguro estás?
-Sí, definitivamente.
-Eso es muy bueno, Luciano. Mi experiencia fue
distinta. Y también estaba enamorado.
-¿Quién era?
-No importa. Fue hace tiempo.
-Sigo sorprendido, papá.
-¿En serio?
-Es que puedo imaginarte con otro hombre.
-Sí podés, porque me conocés muy bien. Sólo tenés
que hacer un esfuerzo.
Luciano miró seriamente a su padre y comprendió
que era la persona con mayor capacidad afectiva que conocía. Y desde ese
razonamiento pudo imaginarse todo.
-Entonces... ¿me vas a enseñar lo que tengo que
hacer cuando esté en la cama con un hombre?
Armando sonrió y miró a su hijo con los ojos agrandados
por el asombro.
-Hijo, eso lo vas a ir descubriendo vos mismo.
-No lo sé..., tengo tanto miedo – dijo en un hilo de voz, refugiándose
en los brazos de su papá.
-A ver..., ¿a qué le tenés tanto miedo?
-A todo - dijo, levantando la voz.
-¡Shhh!, vas a despertar a tu mamá.
-Papá, estoy aterrado - continuó, intentando
controlar el susurro de su voz.
-¿Estás muy enamorado?
Luciano se sonrojó y desvió la mirada para
responder tímidamente:
-Sí, papá.
-¿Y él lo sabe?
-A veces pienso que sí, pero no, definitivamente
no – dijo Luciano con los ojos en el suelo.
-¿Es un amigo tuyo?
-Es mucho mayor que yo.
-¿Creés que a él también le guste estar con vos,
es decir, sexualmente hablando?
-No lo sé, papá.
-Bueno, la verdad es que no sé qué decirte. No
creo que te sirvan de mucho mis consejos.
-Sí, sí..., no me animaría a pedir ningún consejo
a nadie a menos que fueras vos.
-¿Pero qué querés saber? ¿En qué creés que pueda
ayudarte? Estas cosas no se hablan de padre a hijo, es más sencillo hacerlo
entre amigos.
-Salvo cuando ningún amigo puede entender lo que
sentís. Ninguno de mis amigos es gay.
-Claro, tenés razón, lo siento - se disculpó
Armando, que comenzaba a mecer sus cabellos, intranquilo. Luciano se acomodó
mejor en los brazos de su padre.
-Papá - le dijo, mirándolo a los ojos - estoy
seguro que como amante debés ser muy bueno.
Ambos rieron. Armando dio un suave coscorrón a su hijo, como
reprendiéndolo.
-¡Lo digo en serio! – prosiguió Luciano – siempre tuviste mucho éxito
con las mujeres. No solo con mamá. ¿No es cierto?
-Sí – terminó por reconocer Armando, levantando las cejas y sonriendo
al haber sido descubierto.
-Entonces..., me podés ayudar. Además, me acabás de decir que tuviste
sexo con hombres.
-¿Con hombres?, fue con "un" hombre, ¡no
con varios!
-Dijiste que habías tenido sexo varias veces.
-Sí, pero con el mismo hombre, tonto.
-Bueno, okey, pero para mí es suficiente, papá.
-¿Entonces?
-Nada. Quisiera saber todo lo que hace gozar a un
hombre.
-Pero vos sos hombre, solo tenés que pensar en tu
propio goce, y sabrás lo que le gustará a otro hombre.
-¿Ves? Ya me estás ayudando. Yo nunca había
pensado en eso.
-Vamos, Luciano..., no digas tonterías.
-¡Pero es así...! No te olvides que fuera de
provocarme placer yo mismo, nunca he hecho nada con nadie, mujer u hombre. Tengo
miedo de que se me pasen por alto muchas cosas.
-Entiendo, hijo. ¿Por ejemplo?
-Por ejemplo: todo.
-¿Todo? Eso es algo muy general. – dijo riendo
Armando - A ver si te entiendo. Cuando te masturbás, ¿excitás otra parte de tu
cuerpo que no sea tu pene?
-¿Otra parte?... creo que no... no sé...
-Bueno. Tenés que saber que nuestro cuerpo tiene
muchas maneras de sentir cosas increíbles, y no solo a través de nuestro pene.
-¿De veras?
-Claro, hijo.
-No imagino cuáles.
-Por ejemplo..., veamos..., tus pezones. ¿Alguna
vez probaste tocarte los pezones?
-No – dijo Luciano abriendo los ojos y meneando
la cabeza.
-Pues el hombre, como la mujer, puede sentir
mucho en esa zona.
-No sabía que a un hombre le gustara eso.
-Si encontrás a uno que no le guste es porque no
ha estimulado nunca ese sitio, porque aquellas partes del cuerpo que no se
usan, pues terminan por insensibilizarse.
-¿Como si estuvieran dormidas?
-Sí. Es como si estuvieran dormidas, pero
también, una vez que las despertás, pueden hacernos sentir en la gloria.
-Nunca me toqué los pezones, papá. ¿Vos sí?
-Qué pregunta... claro que sí.
-¿A ver...?
-¿A ver, qué?
-Quiero verlos.
Armando hizo una mueca de extrañeza frunciendo el
seño. Se quedó un poco cortado, pero, después de todo, Luciano había visto su
pecho desnudo muchas veces ¿qué podía haber de malo en eso?. Entonces
desabrochó su pijama y lo abrió hacia los costados.
-¡Cuántos pelos, papá! Yo no tengo nada todavía,
apenas una leve pelusita.
-Eso quiere decir que ya tendrás tantos pelos
como yo y como tu abuelo.
-Me gustaría eso.
-No te preocupes, es de familia, ya crecerán.
-Tus pezones son muy grandes. Eso quiere decir
que sentís mucho, ¿verdad?
-Son muy sensibles, sí.
-Enseñame a tocarlos.
-¿Qué? ¡Pero Luciano, yo no soy el amante que
algún día tendrás a tu lado!.
-Yo sé perfectamente quien sos. Mi papá.
-¿Entonces?
-Entonces, nadie mejor que mi papá para enseñarme
cómo hacerlo. Lo siento, pero sigo pensando eso, ¿o no he sido siempre tu mejor
discípulo?
-No lo había pensado así...
-Pero lo soy, en todo lo que me enseñaste de la
vida. Hoy es un capítulo más.
Armando miró la expresión de su hijo. Su mirada
era sincera y a la vez denotaba una franca convicción.
-Pero, hijo..., ¿tiene que ser hoy?
-Sí. Por favor, papá. Es solo para saber qué debo
hacer.
-Está bien. Solo por un momento, ¿okey?
-De acuerdo.
Luciano llevó las manos al pecho de su padre y
acarició sus pectorales. La sensación de tocar algo tan suave, tan cálido y
peludo era maravillosa. Sus dedos masajearon los pezones torpemente. Armando lo
miró paternalmente, como quien tiene a su cargo la tarea de entregar todo lo
que sabe. Luciano, torpe, y demasiado entusiasmado como para relajarse, hacía
todo de una manera atolondrada.
-No, no, Luciano, probá con un ritmo más lento,
mucho más suave, y podés empezar rozando apenas la aureola, los vellos, sin
tocar casi la punta, pues eso lo podés dejar para el final. Mirá, así. –
entonces él mismo se tocó los pezones, con tenues movimientos circulares.
-¡Ah!... ahora entiendo... dejame probar, por
favor.
Las manos expertas de Armando guiaron entonces a
las de Luciano, que empezó con más cuidado esta vez. Cuando estuvo listo, las
manos del padre dejaron solas a las del hijo. Al cabo de unos segundos, los grandes
pezones respondieron a las caricias:
-¡Ah!... ¡se pusieron duros! – exclamó
maravillado.
-¡Shhh!, silencio, hijo, que tu madre está
durmiendo.
-¡Pero papá, mirá, tus pezones se pusieron como piedras...!
-No tengo que mirarlos, Luciano, los siento.
Cuando los excitás, tienen una erección, como si fuera tu miembro - dijo, con
voz queda - Bueno. Ya basta...
-Esperá, esperá... quiero seguir aprendiendo,
solo un poco más...
Luciano acariciaba las tetillas de su padre con
total entusiasmo, como si le hubieran dado un juguete nuevo. No solo tocaba los
pezones, sino que cada tanto pasaba el dorso o la palma de la mano por cada
pectoral, para sentir así su dura textura. Armando, empezó a respirar mucho más
hondo, y también se dejó llevar por la situación, asintiendo a cada movimiento
para demostrarle que estaba aprendiendo muy rápido.
-¿Te estoy tocando bien?
-Muy bien, sí. Pero recordá que soy tu papá – le
dijo con tono serio y apuntándolo con su dedo.
-No te pongas tan serio. Esto es muy divertido.
-Ya, hijo. Creo que es suficiente...
-Un poco más...
-No, Luciano... ya está bien...
-¿Qué pasa? ¿No lo estoy haciendo bien?...
-Claro que sí, Luciano... es todo lo contrario, creo
que aprendiste muy bien.
-Entonces quiero seguir. Me gusta mucho hacerte
sentir bien, papá.
Armando se entregó un poco más a las manos de su
hijo. Verdaderamente lo hacía bien. Ahora sentía que él pellizcaba cada tanto
las puntas, podía llegar al umbral mismo del dolor, pero la intuición de
Luciano sabía compensar eso con una nueva caricia inmediatamente más suave.
Armando se echó hacia atrás y sin dejar de mirar las manos de su hijo sobre su
pecho, levantó los brazos, dejándole hacer lo que quisiera.
-Bueno, ahora sí – dijo de pronto Armando,
respondiendo a un extraño toque de alerta – ya es suficiente.
-Sí, papá. ¡Ahora quiero sentirlo yo!
-Ah... sabía que me ibas a pedir eso.
-Por favor... - suplicó Luciano.
-Sos terrible. Bueno, bueno, a ver... quitate la
camisa.
Luciano obedeció rápidamente, atolondrándose al
desabrochar sus botones y tardando más de la cuenta por
eso.
-Despacio, despacio, hijo, que el secreto de todo es hacer siempre las
cosas a su tiempo.
Luciano mostró su pecho desnudo a Armando, que lo
miró con orgullo por como se había ensanchado en el último tiempo. Salvo en las
axilas y en el pequeño matorral que descendía desde su ombligo, el torso de
Luciano era casi lampiño. Eso sí, un suave vello cubría delicadamente el centro
de su pecho.
-No soy tan peludo como vos papá... aunque,
mirá..., en mis tetillas, algo tengo.
-Es verdad, ya veo - dijo sonriendo tiernamente.
-Por favor, quiero sentir tus dedos, papá. – dijo
Luciano, llevando su torso hacia delante. Armando obedeció suavemente.
-¿Nunca te habías estimulado las tetillas,
entonces?
-Jamás. No creo que se me pongan duras.
-Pues..., veamos – susurró Armando, con una rara
excitación en su voz. Sus expertas manos pronto comenzaron a tocar toda la
zona, la rozó y giró sobre cada punta rosada. Los pezones de Luciano coronaban
sus perfectos pectorales como una fruta que acababa de madurar, rosada y fresca.
Eran puntiagudos y prominentes. Armando los acarició cuidadosamente procurando
que su hijo pudiera despertar a nuevas sensaciones. Pronto comenzaron a cobrar
consistencia.
-¡Ah!, papá... lo estás consiguiendo...
-Claro, hijo. ¿Ves que no era tan difícil?
-Papá... ¿qué...? ah..., esto es muy....
-¿Te gusta?
-Es muy placentero..., sí..., me gusta mucho...
Luciano estaba logrando su cometido: que su padre
le desvelara algunas de las cosas que él quería descubrir. Pronto comenzó a sentir
como cada dedo aguijoneaba su placer, irritando cada terminación nerviosa. El
calor de esas manos grandes, hacían erizar toda su piel.
-Papá, ¿de veras te acostaste con un hombre?
Caramba, todavía me cuesta imaginarlo. Quisiera que me contaras todo lo que
hiciste.
-Sos mi hijo, y me daría mucha vergüenza hacer
eso.
-Él debe haber gozado mucho...
-Voy a mostrarte algo – dijo Armando, con un
brillo especial en sus ojos. Al decir esto, Luciano sintió un sacudón de
excitación en su pecho que repercutió hasta su miembro – Esto que voy a hacer,
me lo enseñó mi amigo, y cuando yo se lo hacía, él enloquecía.
Armando acercó su boca al pezón izquierdo de su
hijo, y empezó a lamerlo suavemente. Luciano dio un salto involuntario y se
arqueó al sentir esa nueva delicia en su duro pezón. Su padre pronto se metió
toda la punta completa en la boca, chupando y recorriendo todo el sector con la
lengua.
-¡Ah! ¡No me esperaba esto!... es increíble...
-¿Te gusta? – sonrió Armando, pasando al otro
pezón.
-¿Gustarme? ahora comprendo por qué tu amigo se
volvía loco. Papá... nunca había sentido... esto... antes...
Armando, casi sin pensar lo que estaba haciendo,
siguió chupando por un largo rato, asegurándose de que Luciano tuviera bien
claro que un hombre puede gozar mucho en esos lugares. Cuando levantó la
mirada, comprendió que había pasado un límite peligroso, pues Luciano se había
echado hacia atrás, sus ojos estaban cerrados y por entre sus labios
entreabiertos se asomaba la punta de su lengua.
-Ay, papá, qué bien lo hiciste...
Armando bajó su vista, y advirtió que su hijo se
había empalmado brutalmente. Rió sonoramente y dándole una palmada a ese gran
bulto, comprobó su fortaleza.
-Luciano, ya se te puso dura..., ¿ves lo que te
decía?
-Sí, papá, creo que entendí perfectamente la
primera lección.
-Bien, bien..., creo que vamos a dejar aquí,
muchacho, ya sabés lo que hay que hacer con esa erección, ¿no?.
-No sé de qué te asombrás. Y no me culpes. Esto
lo provocaste vos.
-Es verdad. Es normal. Yo a tu edad andaba
siempre empalmado.
-¿Y a vos no se te paró?
-No, hijo. Tengo una edad en la que todo es mucho
más calmo y tranquilo.
No obstante Luciano miró la entrepierna de su
padre, aunque no pudo darse cuenta de mucho, pues Armando rápidamente interpuso
una mano obstruyendo la visión.
-¿Papá?
-¿Qué, Luciano?
-Dejame que sea yo el que pruebe tus pezones
ahora.
-No, hijo. Ya es tarde, además, este juego debe
terminar aquí – dijo Armando poniéndose serio y empezando a abotonar su pijama
– Vamos a dormir.
-Te prometo que voy a dormir si me dejás chupar a
mí también - tomándole las manos e impidiendo que continuara abotonando su
pijama.
-Luciano... dije basta.
-Por favor – insistía Luciano casi gimiendo – una
sola vez, solo una, y me voy a la cama.
-Bueno, está bien, pero solo una vez – dijo
Armando, sin dejar de advertir como su hijo se frotaba involuntariamente lo que
atesoraba en la entrepierna.
Luciano volvió a abrir el
pijama de su padre y avanzando sobre su tetilla izquierda la metió en su boca
ávidamente. Armando quedó de una pieza, intentando sofocar un gemido. El
muchacho empezó a chupar, lamer y succionar con un entusiasmo sorprendente,
apartando cada tanto los largos pelos que rodeaban la rosada aureola. Armando,
que estoicamente pretendía permanecer impávido, estaba empezando a sucumbir,
pues la caliente boca de su hijo era algo irresistible a sus sentidos. Con la tetilla completamente erecta entre los
labios de Luciano, el pecho de Armando comenzó a subir y bajar agitadamente.
Luciano, que tenía una mano descuidadamente apoyada en el muslo de su padre,
comenzó inconscientemente a acariciarlo y sin proponérselo, pero respondiendo a
instintos muy primarios, fue avanzando mientras su boca seguía ocupada, hasta
que sus dedos quedaron en el límite de la entrepierna. De pronto, Luciano fue
consciente de ese contacto y rozó levemente el pubis de su padre. Tembloroso, un
dedo meñique se aventuró un poco más de ese límite y se topó con algo durísimo
que se levantaba debajo de la tela del pijama. Asustado, y con una mezcla de
excitación y desenfreno, Luciano se detuvo y miró agitadamente a su padre.
Por un momento se quedaron atónitos, y por fin
Armando sonrió tiernamente:
-Creo que no tenés por qué tener miedo de nada,
Luciano. Vas a ser un amante excelente.
Luciano sonrió, sin atreverse a bajar la vista
hacia la erección de su padre.
-Ahora vayamos a la cama – dijo Armando,
intentando recomponerse.
-¿A la cama?
-Cada uno a su cama, quiero decir - dijo con
seriedad.
-Sí, papá.
-Mañana seguiremos hablando, querido.
Se unieron en un abrazo, aún con la respiración
acelerada y se dijeron un dulce "hasta mañana". Los dos se
estremecieron al hacer chocar así sus sexos endurecidos.
Cuando Luciano se retiró a su habitación, Armando
quedó en la sala, pensativo y ciertamente avergonzado de haberse excitado así.
Lo que estaba sintiendo era una mezcla de amor de padre con deseo de hombre.
Algo nuevo para él. Se levantó. Fue hasta la ventana y la abrió para dejar
entrar el aire fresco. Rememoró aquellos días de juventud en los que se había
permitido enamorarse de aquel amigo. Nunca había vuelto a experimentar nada
semejante. Recordó entonces tantas tardes compartidas en secreto, bajo aquella
clandestinidad que ambos tuvieron que preservar, y que había quedado sepultada
tras el paso de los años.
Miró el bulto de su erección y se sintió confuso.
Tocó su miembro por sobre la tela del pijama y éste respondió con un sacudón
vigoroso. ¿Qué estaba sintiendo realmente?. No lo sabía muy bien, pero por otra
parte, sí, comprendía perfectamente cómo se estaba sintiendo su hijo.
Comprendía su conflicto, y sabía por lo que estaba pasando. Tiempo atrás, él
había pasado por lo mismo.
Antes de subir para dirigirse a su habitación, y
al pasar por la puerta entreabierta del cuarto de Luciano, escuchó que éste lo
llamaba con voz apenas perceptible.
-¿Papá?
-¿Luciano? Es tarde ya, deberías estar durmiendo.
– contestó Armando asomándose desde el umbral.
-Papá, vení por favor. Solo quiero decirte algo.
Cerrá la puerta, no despertemos a mamá.
-¿Qué pasa, hijo?
-Vení, sentate – dijo Luciano desde la cama,
indicándole un pequeño sitio a su lado. Armando miró a su hermoso hijo. Con el
reflejo de la luz del velador, las queridas facciones se exaltaban y sus ojos
parecían más claros. Casi un hombre, corpulento y bello, pero aún con la cara
de un niño. Tapado solo hasta la cintura, la luz daba de lleno sobre su cuello
ancho y su formidable pecho desnudo. Las rosadas tetillas, como dos puntas
afiladas, seguían erizadas. Armando se sentó junto a él, sonriendo de una
manera increíblemente tierna.
-¿Ya te hiciste una buena paja? – dijo haciéndole
una mueca cómica, a la vez que burlona. Luciano rió, mirándolo.
-No seas malo..., sólo quería decirte que sos el
mejor padre del mundo – dijo, echándose a los fuertes brazos de su padre.
Armando le acarició la cabeza y lo sostuvo en su pecho, embriagándose con el
suave perfume de sus cabellos.
-Todo va a estar bien, Luciano. Decidas lo que
decidas, voy a quererte siempre. Estaré siempre con vos.
-Sí, lo sé.
-A dormir entonces...
-Es que no me puedo dormir ahora. No tengo sueño.
Son demasiadas cosas en mi cabeza y muchas emociones aquí adentro.
-Sí, yo también me desvelé – dijo Armando mirando
la hora.
-Además, todavía no se me bajó... – dijo
señalando debajo de las sábanas, mirando a Armando que sonreía meneando la
cabeza – De verdad. ¿Querés que te muestre?
-¡No...! – se apresuró a decir Armando – ya te vi
muchas veces, desde cuando eras un mocoso. También se te paraba cuando eras un
niñito.
En realidad, Armando estaba respondiendo
racionalmente a todas sus alarmas internas, pero en el fondo se moría de ganas
por ver la erección de Luciano. Sus ojos se deslizaban hacia el bulto oculto
por las sábanas, mientras intentaba mantenerlos ocupados en otra cosa sin el
mayor éxito.
-Sí, pero hace mucho que no me ves en bolas. Te
aseguro que cambié mucho – continuó diciendo Luciano.
-Me imagino, tonto. Ya lo creo que cambiaste.
Estás hecho todo un hombre – dijo, pasándole la mano por la afeitada barba.
-Ahora necesito cambiar por adentro. Haberte
dicho todo lo que me pasaba, ya produjo un gran cambio en mí.
-No quisiera que malentiendas las cosas..., lo
que pasó hace un rato...
-Papá, lo que pasó hace un rato fue algo hermoso
para mí. Además descubrí algo. Algo que sucedió entre nosotros.
-¿Qué?
-No sé si te lo puedo decir aún. Esta noche me
están pasando tantas cosas que...
-Está bien. Es como te dije, todo...
-Sí, todo a su tiempo, ¿verdad?
Padre e hijo estaban cada vez más cerca, pero no
era solo debido a la proximidad de sus cuerpos, sino a la de su interior. Se
miraban con infinita ternura y flotaba en el aire esa notoria sensualidad que
habían despertado hacía rato. Luciano se acercó a su padre y lo volvió a besar
en la mejilla. Armando también se acercó y aferró a su hijo entre sus brazos,
repitiéndole cuando lo quería. Casi como consecuencia de eso, sus manos
empezaron a moverse y acariciar lentamente la espalda desnuda de Luciano,
haciendo que éste se estremeciera. Las manos cálidas, amplias y protectoras
subían y bajaban recorriendo esa piel que anhelaba contacto humano. Sus caras
estaban muy juntas, mejilla con mejilla, y casi al oído, Luciano le dijo a su
padre:
-Por favor, no te vayas todavía, quedate un rato
conmigo. Vení – dijo, invitándolo a su cama – como cuando yo era chiquito y te
quedabas en la cama hasta que me dormía.
Armando obedeció, sonriente y enternecido. Se
acostó a su lado, y Luciano alzó el cobertor para cubrirlo mejor. El padre se
recostó sobre el respaldar de la cama sin dejar de abrazar a su hijo, que
reposó su cara en ese pecho tibio y amplio. Permanecieron así durante un largo
tiempo, rozándose y acariciándose. Armando pasaba sus dedos por entre el
cabello de su hijo.
-¡Uf, Luciano, qué calor... este cobertor es un
horno!
-Quitate esto – le dijo, desabrochándole los
botones del pijama. Y fue desabotonándolos uno a uno, con una sensual lentitud
y mirando como el pecho de Armando se mostraba nuevamente a sus ojos. Eran
pectorales prominentes y bien redondeados. Dejaron caer la prenda al suelo,
hicieron el cobertor a un lado y se volvieron a abrazar. Ahora Luciano sentía
el inmenso placer del contacto de su piel desnuda con la de su padre. Su torso
casi sin pelos, acariciado por la suave y blanca vellosidad del pecho de
Armando, algo indescriptible que lo hizo temblar y abrazar más a su padre.
-¿No te estás cayendo de la cama? – preguntó
Armando
-No, aunque estoy casi al borde.
-No te preocupes, hijo, yo te sostengo, así...
¿así está bien?
Luciano no pudo responder, presa de una emoción
nueva y avasalladoramente placentera.
-Tus pezones se pusieron duros..., pero..., esta
vez no los he tocado, papá.
-Es porque los hemos destapado...
-¿Estás seguro?..., los míos también están duros,
y están debajo del cobertor...
-¿A ver? – dijo Armando, llevando una de sus
manos al pecho de su hijo. Tocó un pezón, totalmente erecto, y Luciano ahogó un
leve gemido entre sus labios.
-Es verdad. Es que sos un calentón. – dijo
riendo. Luciano también rió acercando su boca a la de su padre.
-Papá.
-¿Qué?
-No me enseñaste algo muy importante...
-No te he enseñado nada, Luciano. Y no hace falta
más, como te dije, hay muchas cosas que aprenderás solo.
-Es que yo no sé besar.
Armando miró asombrado a su hijo. Y nuevamente
sonrió con dulzura.
-¿Así que pensás que eso es muy importante?
-Fundamental.
-¿Ves? Según parece, ya sabés más cosas de las
que yo creía. Claro que es fundamental. Por ahí empieza todo.
-Pero ¿cómo debo besar?
-Muy lentamente, siempre muy lentamente.
Relajando mucho la boca, los labios, dejándote llevar, y luego, deberás intuir
si la persona a quien besas quiere que entres a su boca con tu lengua.
Armando decía esto con una voz increíblemente
tenue, acariciante y muy viril. Iba diciendo esto como si realmente estuviera abocado
a la acción de besar, y Luciano miraba los movimientos de la boca de su padre a
cada acento, a cada sílaba pronunciada.
-¿Entonces?
-Entonces, como implorando permiso para pasar,
muy suavemente, vas metiendo tu lengua como si fuera de seda. Tu lengua buscará
la otra, ansiándola, invitándola a responder, entrando en un juego muy sutil de
mutua exploración e infinitas caricias.
-¿Así es como besás vos?
-Creo que sí. Y así es como me gusta que me
besen.
-Bueno – dijo resuelto Luciano - ¡Estoy listo!
-¿Qué?
-Que estoy listo para que me enseñes.
-¿¡Qué!?... pero.... ¡vos estás loco...! Por
favor, Luciano, esperá... no cometamos locuras...
-Pero papá, todo lo que decís, es tan hermoso,
que nada de eso puede ser una locura.
-Mirá Luciano, no me parece bien que...
Pero Luciano se había abalanzado hacia su padre,
y dirigía ya su boca a la de él, sosteniéndolo por su cabeza.
-¡No! – gritó Armando, echándose hacia atrás, con
un envión tan violento que terminó por caerse de la cama, golpeando con su
trasero el piso y quedando con las piernas en alto.
-¡Papá! ¿estás bien?
Armando quedó sentado en el piso, con un ataque
de risa que contagió enseguida a su hijo.
-¡Shhh...!, que despertaremos a mamá... – dijo
Luciano con su índice sobre los labios.
-¡Qué tonto que sos! ¡Vení aquí! – dijo Armando
entre carcajadas, intentando no levantar la voz y tirando del brazo de Luciano
que cayó sobre él en la mullida alfombra del piso. Luciano estaba tendido sobre
su padre, que lo sujetaba por la cintura. Reían juntos, intentando no hacer
ruido, tentados por verse en esa situación tan ridícula. Armando sentió el peso
de su hijo sobre él, pero también, otra vez, ese bulto sobre el suyo. Entonces
las risas se fueron calmando y ambos se pusieron más serios. Se miraron a los
ojos, aún agitados.
-Está bien – dijo por fin Armando.
-¿Qué?
-Acercate. Te voy a enseñar.
Luciano se agachó sobre su padre y sus bocas
quedaron a cinco, cuatro, tres.... dos centímetros de distancia entre sí.
-¿Querías aprender a besar?
-Sí, papá
-Pues espero que no nos arrepintamos de esto.
-No, papá..., estoy seguro de que no.
Un centímetro. Luciano sintió una última
resistencia de su padre al quedarse inmóvil durante cinco segundos, pero
después sintió su mano sobre su cabeza, atrayéndolo hacia él. Los dedos hacían suave
presión en su nuca. Fantaseó diciéndose a sí mismo que era la mano de una
divinidad protectora. Un ángel guardián que velaba por él. Pero era más que
eso, era la mano firme de su padre. Se abandonó a su guía, confiado y a la vez
extasiado. Casi en un roce al principio, padre e hijo se unieron en un beso.
Luciano, intentando seguir los consejos de su padre, se dejó llevar, pero sobre
todo porque no podía hacer otra cosa. Armando sentía un torrente de emociones
nuevas en su interior. Estaba besando a su hijo en la boca y, asombrosamente,
no sentía que estuviera haciendo nada malo. La boca de Luciano se abrió, y
Armando acarició con sus labios aquellos otros que tanto adoraba. Luciano
esperó, ansiando sentir la lengua de su padre. No esperó en vano, porque
enseguida Armando recorrió dulcemente el interior de la boca de Luciano con su
lengua ávida de sumergirse en esa maravillosa humedad y de encontrar la de su
hijo. Aquel primer beso duró lo que dura un deseo postergado al cumplirse. Fue
largo y exploratorio. Fue dulce y violento. Fue apasionado y calmo al final.
Cuando el beso acabó, se miraron a los ojos,
acariciándose la cara, el pelo y el cuello.
-Enseñame más, papá.
-Sí, hijo.
Armando se incorporó y tomó de la mano a Luciano.
Ambos se pusieron de pié. Entonces Armando tomó el slip de su hijo y lo deslizó
dejándolo caer al piso. Se arrodilló ante él y contempló el sexo que tenía
frente a su cara. Luciano tenía un miembro de considerables dimensiones. Era
largo y recto. La erección lo había llevado a apuntar el glande hacia arriba,
descapullado y violáceo. A pesar de su edad, todo su pubis estaba profusamente
poblado de pelos dorados, que se continuaban abajo, tapizando sus pequeñas y lozanas
bolas. Aún más abajo, la fina capa de vellos, cubrían ambas entrepiernas,
muslos y piernas.
-Tengo un poco de vergüenza, papá...
-No, no tengas vergüenza de mí, hijo..., soy
papá...
Entonces Armando, sin poder decir más por la
emoción, acercó su boca para comenzar a lamer muy suavemente la ingle derecha
de su hijo. Su lengua chocaba con los primeros vellos, y se iba internando más
y más hacia el centro. Luciano había echado la cabeza hacia atrás y suspiraba
con los ojos en blanco. Armando estaba gozando un nuevo placer, pero a la vez
daba a su hijo, una magistral lección de sexo. Aún faltaba mucho para llegar a
la punta de esa verga dura y desafiante. Siguió lamiendo y probando todo con el
tacto de sus labios. Bajó hasta los testículos duros y suaves y bañó con su
saliva cada milímetro de esa piel tersa como la de un bebé, "su
bebé", pensó. Luciano instintivamente se abrió más, distanciando sus
muslos para que su padre pudiera avanzar en aquella bucal expedición. Armando
entró más y succionó una por una las bolas, para seguir camino hasta la antesala
del ano. Su lengua devoraba cada pliegue, sintiendo la aspereza de los pelos
cada vez más duros a medida que avanzaba hacia el culo. Las manos de Armando no
estaban ociosas, pues acariciaban pacientemente los muslos y las nalgas de su
hijo, en continuo ir y venir. Entonces, se detuvo por un momento, como tomando
coraje, y posó sus ojos en los de su hijo. Con una mano tomó la verga de
Luciano y la volvió a mirar en detalle.
-Hijo...
-Sí, papá...
-Voy a hacer algo que...
-¿Así lo hacías con tu amigo?
-Hace mucho que no lo hago..., espero poder
enseñarte lo que se siente cuando un hombre chupa la verga de otro...
-Papá, sí, enseñame..., por favor...
-Luciano, tu pija es enorme..., nunca lo hice con
una tan grande...
-Entonces hoy los dos estamos aprendiendo cosas
nuevas, papá.
Armando abrió a más no poder su boca y engulló la
verga de su hijo en toda su extensión. Chupó, lamió y mamó ese palo erecto que
le taladró la garganta. Luciano sentía que iba a llegar al orgasmo en cualquier
instante, pero su padre, que intuía cada momento del gozo de su hijo, llevaba
las cosas hasta el límite y manejaba todos los tiempos para no pasar el límite
del extremo placer. Así que su hijo estaba en una especie de limbo de puro embeleso,
abandonado a la lengua experta de su padre.
-Papá, enseñame más.
-¿Sentís vergüenza todavía?
-Un poco.
-Entonces – susurró Armando levantando la cabeza
– es hora de que yo también me desnude para que te sientas mejor.
Se puso de pié, a tiempo que su hijo se sentaba
al borde de la cama. Entonces desató el cordón de su pantalón pijama. Lo hizo
muy despacio, siempre mirando a su hijo que no quitaba los ojos de su creciente
bulto. Por fin abrió su pantalón y se lo bajó por completo, quedando tan solo
con su bóxer blanco. La abertura de la prenda no dejaba ver más que una zona
oscura y abultada. Luciano indagó con su mirada pero no pudo ver nada. Su papá
tomó el bóxer por sus perneras y fue bajándolo morosamente. El vello que
descendía desde su torso se iba haciendo cada vez más espeso y oscuro,
ensanchándose desde el abdomen. Luciano no podía contener las ganas de tocar
todo lo que su padre le estaba mostrando, pero permaneció sentado en el borde
de la cama, como quien asiste a un espectáculo único. Vio aparecer así el
peludo pubis de Armando, donde los vellos se ensortijaban y resaltaban como un
bosque intrincado, preludio de algo todavía más excitante. Allí los pelos se
oscurecían curiosamente, yendo del gris sombrío hasta el negro más cerrado.
Después de ese matorral, apareció la base del pene, presionado aún bajo el
elástico de la prenda que iba descendiendo poco a poco. Luciano no podía creer
que el bóxer siguiera bajando y la verga tardara en salir del todo, nunca había
visto un miembro tan largo. Pero finalmente el bóxer bajó aún más y finalmente la
pija de Armando quedó totalmente liberada. No estaba plenamente erecta, pero sí
corpulenta, apuntando hacia el suelo, ostentando un grosor de buen porte y el glande
bien marcado debajo del prepucio que lo cubría por completo.
-¡Ah, papá!
-Creo que nunca me la habías visto, ¿verdad?
-No, nunca.
-¿Y bien?
-¡Es hermosa!. Tenés una verga envidiable. Es tan
grande, papá – dijo Luciano un tanto atemorizado al pensar que un miembro
semejante pudiera entrar en su culo algún día.
-¿Te parece?
-¡Sí!, y las pelotas... nunca vi unas bolas tan
peludas. Eso quiere decir que yo también las tendré así, ¿verdad?.
El pene de Armando estaba ensanchándose más y más
a cada palabra de su hijo. Pronto empezó a bambolearse buscando alzar su pesada
cabeza.
-¿A ver? Date la vuelta, papá.
Armando giró sobre sí mismo ofreciéndole a su
hijo la visión de su generoso culo. Luciano lanzó una exclamación de asombro
ante el cuerpo completamente desnudo de su padre.
-De atrás sí, recuerdo haberte visto, pero, papá,
creo que nunca te vi como ahora.
Armando tenía un trasero perfecto, finamente
cubierto de vello, de nalgas redondeadas y firmes, que se entroncaban con dos
muslos abultados y peludos. Se quedó de espaldas durante un largo rato,
sabiendo que su hijo disfrutaba al verlo en su más intima desnudez. Llevó sus
manos a su cintura y acariciándose suavemente fue abandonándolas hacia atrás,
tocándose los glúteos muy sensualmente. Extendió las piernas abriéndolas en una
V invertida y dobló su torso hacia abajo. Sus pesadas bolas asomaron saludando
a Luciano. Las manos iban y venían recorriendo su propio trasero hasta que
ambas tomaron cada nalga para abrirlas bien. Entonces Luciano vio el ano de su
padre, abierto, cubierto de pelos y casi oculto en esa hendidura tan masculina.
Armando apenas podía contener su creciente excitación. Pero ya no podía dar
marcha atrás. Ni un milímetro. Giró sobre sí mismo y estuvo nuevamente de
frente a Luciano. Pero esta vez, su verga se mostraba en su más poderosa
erección. Había doblado su grosor y ahora se sostenía durísima, rígida y
altiva. Tenía una leve curva hacia arriba, y era tan larga que sobrepasaba la
altura del ombligo.
-Qué dura está, papá.
-¿Querés tocarla?
Luciano asintió, con la boca entreabierta y la
respiración entrecortada. Armando dio unos pasos, acercándose a su hijo, hasta
que su pija enorme y latiente estuvo a pocos centímetros de la cara de su hijo.
-Papá, nunca creí que una pija pudiera crecer de
este modo... ¡es tan grande...! Pero... ¡está toda mojada! ¿Acabaste? ¿Es tu
semen?
-No, hijo. Es líquido pre eyaculatorio.
-¿Qué es eso?
-Cuando tenemos una gran excitación, los hombres por
lo general segregamos este jugo transparente – dijo, tocándose el glande con el
dedo, y retirándolo con un hilo de líquido. - ¿Ves? Es para contribuir a la
lubricación. Todo el glande se moja con este líquido.
-¡No lo sabía!, es que a mí no me sale ese
líquido... ¿puedo tocar?
-Sí, lo que quieras. – el glande de Armando
estaba aún encubierto por su gran prepucio, pero varias gotas de líquido
surgían incontenibles.
Luciano acercó un dedo y tocó tímidamente la
punta. Armando lanzó un gemido. Al primer dedo le sucedió otro, y otro, hasta
que Luciano abarcó el miembro de su papá con toda la mano, descorriendo el prepucio
y dejando a la vista la purpúrea punta. Salieron más gotas de líquido, y
Luciano, fascinado, no podía dar crédito a sus ojos.
-¿Qué es lo que produce esto, papá?
-Vos, Luciano.
Después vio que sus dedos estaban mojados del
líquido de su padre. Instintivamente se los llevó a la boca. Luciano se chupó
un dedo, probando un nuevo sabor. Armando abrió los ojos, excitado y confuso.
Luciano con los dedos en la boca, encontró su mirada con la de su padre,
devorándolo con la vista.
-Es dulce, pero también salado..., hum..., es
raro... ¡me gusta!
-Probá el jugo de tu papá, Luciano. Es para vos,
sí, así, así... – dijo, y tomó él mismo una gota recién salida de su verga, llevándola
a la boca de Luciano que lamió todo obedientemente. Luego siguió acariciando el
pene de su padre, y también se aventuró hacia los testículos. Armando se dio la
vuelta y volvió a enseñar su culo abierto. Dejó que su hijo explorara su ano
con sus dedos, abandonándose a sus toqueteos. Entonces, Armando creyó morir,
pues inesperadamente sintió la lengua de su hijo palpar los bordes de su
velludo ano.
-¡Ah, Luciano! ¿qué me estás haciendo?
Pero Luciano no podía responder, pues tenía la
boca ocupada. Muy ocupada, lamiendo el contorno de ese agujero apretado, que se
contraía y relajaba espasmódicamente a medida que esa traviesa lengua se iba
metiendo cada vez más adentro. La lengua de Luciano siguió su camino e indagó
tanto por dentro como por los alrededores del ano de su padre. Se llenó del
sabor macho de los testículos colgantes y transpirados de Armando, y hasta
llegó a alcanzar la base del pene. Y como no llegaba desde atrás, giró
firmemente a su padre hasta tener la verga frente a su húmeda boca.
-Ahora quiero que me enseñes a chupar, papá.
-Sí, hijo. Abrí bien tu boca y deseá mi verga con
todas tus ganas. – le dijo, y sosteniendo su gran palo entre las manos lo
depositó suavemente entre los labios del joven.
La pija era tan grande que Luciano a duras penas
pudo tragarla hasta la mitad. En un momento se ahogó y empezó a dar arcadas.
-Despacio, despacio, hijo. Dejá que tu boca se
acostumbre a ella.
Armando avanzó sobre su hijo y lo recostó
suavemente sobre la cama. Él giró sobre sí mismo y se preparó para chupar la
pija de su hijo a la vez que éste mamaba la suya. Así estuvieron abandonados a esa
voluptuosa posición a la cual les fue difícil renunciar. Permanecieron así
quién sabe cuánto, tal era el placer y el gusto que sentían al hacerlo. Instintivamente,
Luciano repetía sobre el pene de su padre lo que Armando hacía con el suyo. Mientras
las bocas abarcaban todo lo posible, sus dedos también se exploraban
dulcemente, introduciéndose en sus respectivos agujeros y jugando una y otra
vez con la piel de sus testículos. Luciano aprendía rápido, imitando
inmediatamente todo lo que su padre hacía, desde lo oral hasta lo táctil, y
Armando comprobaba que su hijo tenía un maravilloso talento para asimilar cada
enseñanza.
Cambiaron de posición y Armando abrazó a su hijo,
poniéndose sobre él y atrayendo sus bocas. Lo besó una vez más contemplándolo
fijamente antes de hacerlo. Los ojos encontrados eran idénticos, claros,
grandes, y poblados de largas pestañas. El pene durísimo de Armando se situó
debajo de los temblorosos testículos de Luciano y éste lo acogió entre sus
piernas. Los movimientos vinieron solos y ambos lucharon por llevar la
delantera en sus ondulaciones pélvicas. Era un placer constante, una fricción
que los dejaba sin aliento, inflamando sus vergas, a punto de estallar. Luciano
abrazaba a Armando fuera de sí, sintiéndose protegido por su papá, a la vez
amado y seducido.
-Te siento entre mis piernas, papá.
-¿Te gusta? - decía Armando, que besaba tiernamente cada rincón de su
cara.
-Sí. Papá, yo no me esperaba esto. No imaginaba que se pudiera gozar
tanto. Yo...,
-Es que nunca lo has hecho, hijo. Es tu primera vez.
-Estoy en desventaja, porque vos ya lo hiciste con un hombre.
Entonces Armando se detuvo y miró seriamente a
Luciano.
-Pero podemos hacer algo en lo yo también seré
primerizo.
-¿Qué, papá?
-¿Te gustaría penetrarme, Luciano?
-¿Es en serio, papá? ¿Estás seguro?
-Sí, muy seguro.
-Nada me gustaría más, papá. ¿Qué debo hacer?
Armando se acostó boca abajo y le indicó
amorosamente a su hijo que volviera a chuparle el culo, pero de manera tal que
quedara muy bien lubricado con su saliva. Luciano obedeció inmediatamente. Se
colocó sobre su padre y con las dos manos abrió bien las dos nalgas.
Era
magnífica la sensación de estar lamiendo el culo de su padre, de ese hombretón
maduro y fuerte. Apartó los pelos con las manos, para llegar con su lengua
hasta lo más profundo del agujero, derramando allí grandes cantidades de
saliva. Muy pronto, toda la zona estuvo inundada de saliva resbaladiza y
caliente, lo que había hecho que el ano de Armando se abriera y dilatara
espontáneamente.
-Estoy listo, hijo. Vení, y penetrá a papá. Soy
tu hombre ahora, podés practicar conmigo...– susurró Armando, mientras con sus
manos ayudaba a abrirse fuertemente el culo.
Entonces Luciano se colocó a horcajadas de su
padre y apuntó la punta de su verga hacia el agujero que se contraía y relajaba
alternadamente, como esperando la ansiada estocada.
-¡Papá!
-¿Qué sucede?
-¡Ah!, ¡es que me está saliendo líquido...!
¡Ahora yo también lo tengo, como vos!
Armando sonrió orgulloso de su hijo y levantó
todavía más el culo abierto y expuesto para facilitar la penetración a su
cachorro.
-¿Te va a doler?
-No lo sé.
-Bueno, papá, ahí voy. Tu culo está muy abierto y
mojado, no creo que sea muy difícil.
Luciano apoyó la punta en el ano de Armando y fue
penetrándolo lentamente, muy despacio y con mucho cuidado.
-Está por la mitad. ¿te duele?
-Un poco, hijo. Pero... quiero que me la metas
hasta el final, ¡no te detengas...!
La pija enardecida de Luciano, que no había
decrecido ni un milímetro, siguió avanzando. Pese a algunos gritos de su padre
contenidos por la almohada, Luciano iba viendo como el culo seguía tragándose
palmo a palmo todo el largor de su sexo. A cada avance, el ano respondía con
una mayor dilatación. Armando contribuía retrocediendo y amoldando su esfínter
hacia la gran dureza viril de Luciano. Guió a su hijo despaciosamente,
transformando poco a poco su inicial dolor en sensaciones de placer y deleite. Lentamente
todo el sexo inflamado fue desapareciendo en el interior del caliente hoyo hasta
que Luciano solo vio la frondosidad de su pubis contra las nalgas blancas de su
papá. Cuando Armando notó que su hijo había entrado hasta el fondo, se relajó respirando
profundamente, naturalmente, y cuando logró por fin una distención calma,
comenzó a moverse involuntariamente. Ya no sentía dolor alguno, solo placer.
Luciano, con una cuidada atención sobre el placer de su padre, que también
estaba unido al suyo, contribuyó obedientemente a vibrar con ese movimiento,
acelerando el ritmo que poco a poco se hizo más violento. Estaba penetrando a
su padre.
Armando pensó en su esposa que dormía en la
habitación del piso de arriba, y tuvo que ponerse la almohada en la boca porque
de ninguna manera podría controlar sus gemidos.
-Papá..., estoy por acabar..., no puedo aguantar
más, creo que voy a darte toda mi leche...
-No te detengas, quiero sentirla por dentro.
Los movimientos se hicieron frenéticos entonces.
Y en medio de un largo gemido, aplacado por la boca cerrada y los labios fuertemente
apretados, Luciano se derramó por completo dentro del culo de su papá.
-Sí, hijo, sí.., así..., muy bien, mi muchacho...,
así..., sí... dale toda la leche a tu papá.
El ano de Armando estaba abierto a más no poder,
y pronto, el líquido espeso y caliente, rebasó más allá de la flexible entrada.
Luciano, agitado y sin poder hablar por tan fuerte la emoción, tomó a su padre
rápidamente y lo giró poniéndolo boca arriba. Lo besó, y entre los labios le
dijo con infinita ternura:
-Ahora es tu turno, papá.
Armando se acomodó mejor y abrió bien las
piernas, ofreciéndole a Luciano su pija enhiesta. Su hijo tomó el mástil entre
sus manos y comenzó a bombearlo, primero lentamente y después cada vez más rápido.
Sólo bastaron unos segundos para que Armando sintiera los primeros espasmos, y
en medio de involuntarios movimientos y gemidos entrecortados, eyaculó gracias
a la magnífica masturbación de su hijo. Un primer chorro salió de su verga con
un salto tan alto que fue a dar a la cara de Luciano, el segundo, de menos
altura, dio en su pecho.., y hubo tres chorros más que inundaron el abdomen y
el peludo pubis de Armando, que no dejaba de temblar bajo los espasmódicos
impulsos. Después, increíblemente, el sexo inflamado de Armando siguió
eyaculando lentamente, derramando todavía caliente esperma sobre los dedos de
Luciano, que por nada del mundo quería liberar la dura verga. Luciano acercó su
boca y sintió todo el calor emanado sobre el chorreante glande antes de abrir
intuitivamente su boca. Entonces engulló nuevamente la pija de Armando para
limpiar hasta el menor resto de semen que había allí. Era mucho y le costó asear
todo el sector, sobre todo en la zona donde los pelos dificultaban tanto la
tarea. Pero su lengua lidió con placer acometiendo la tarea con obsesiva
prolijidad. Fue metiéndose entre tanto vello, que lentamente iba quedando libre
de semen y, a cambio, empapado de saliva.
Se besaron, finalmente, y Armando pudo probar el gusto
de su propio esperma de la boca de su hijo. Fueron calmándose y vieron, abrazados,
como sus miembros iban volviendo a su estado de reposo, cosa que sucedió
después de largos minutos.
-Gracias, papá.
-¿Por qué me das las gracias? - susurró Armando
con una tierna sonrisa a flor de labios.
-Por ser mi
primera vez.
Una sombra de inquietud habitó lo más interior de
Armando, que sólo atinó a estrechar más fuerte a su muchacho.
-¿Estás bien, papá? - preguntó Luciano, viendo
esa sombra en los ojos de su padre.
-No sé cómo pude creer por un momento que yo te
estaba enseñando algo..., ahora veo que esta noche, vos fuiste mi maestro.
-No entiendo..., ¿qué es lo que te enseñé hoy?
-No sé, pero en tu mirada tal vez lo descubra...,
sé que vos pensás que sin mi ayuda no habrías dado el primer paso en sentir
así..., bueno, yo no estoy tan seguro.
-¿Pensás que no está bien lo que hicimos?
-Sí..., y no..., no sé...
-Tranquilo, papá..., yo, más que vos, quise esto,
lo que pasa es que yo lo sabía desde mucho antes, y vos... lo supiste esta
noche.
Armando miró asombrado a su hijo, y no pudo decir
más. Lo vio más hermoso y más hombre que nunca. Sus ojos eran ahora más transparentes,
más sinceros, más sabios que antes. Sin poder contener las lagrimas, empezó a
llorar.
-No, papá, no te angusties - dijo Luciano - sabía
que íbamos a cruzar este límite juntos.
-¿Angustia? Sí, en parte es angustia, pero
también siento una enorme dicha. No me malentiendas, la angustia es porque a
partir de ahora no sé lo que haré, ni sé cómo se sigue...
-Entonces..., papá..., ¿ya sabés quién es la
persona de la cual me enamoré tanto, verdad?
Armando, sin poder controlar su intenso llanto,
apretó la mano de su hijo. Lo miró, lleno de amor, a través de sus lágrimas. Y
sólo pudo responder asintiendo con la cabeza.
Franco. Junio de 2005(revisión: setiembre de 2017)
Hay que cuento tan detallado en sus minucios y particulares. Muy bello!!
ResponderEliminarGracias Franco, me encantan estos relatos, son tan eroticos que los releo cada ves que puedo
ResponderEliminarHola franco, me encanto el relato, fue muy excitante. Me encanta la manera en la escribis...
ResponderEliminarME encantaria ver un nuevo post con fotos padre e hijo, creo que estariamos muy agradecidos
Agradecido a todos por los comentarios. Abrazos!
ResponderEliminarVean Padre e Hijo de Alexander Sokurov es mejor y tiene nivel https://youtu.be/Jl-FKX808G4
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