El cuentito de fin de mes
(a pedido del público)
De vez en cuando se miraban. Federico iba
entrando así al interior de ese hombre simple y atractivo por esos ojos claros
rodeados de largas pestañas y pobladas cejas. Cubiertos hasta la cintura por el
nivel del agua, sus torsos mojados irradiaban por reflejo la débil luz
crepuscular que parecía no querer morir nunca. Algo inhibido por la ausencia de
las palabras, Federico se adentró un poco más en la laguna. Se alejó unos
metros de Luis. Él lo vio y quiso advertirle:
Y Federico siguió. Siguió lamiéndole las
pelotas. Eran enormes y colgaban por debajo de ese tronco duro y ensalivado. La
maraña de sus pelos dificultaba ciertamente la tarea. De todos modos, los
grandes huevos quedaron completamente mojados por la saliva del arquitecto en
muy poco tiempo. Entonces Luis abrió más aún sus glúteos dejando bien a la
vista el agujero húmedo y dilatado, diciendo entre gemidos entrecortados:
Después, sin permitir que la verga saliera
de su culo, Luis giró sobre sí mismo y quedó frente a frente con Federico, que
comenzó a besarlo en la boca casi con desesperación. Los ayes del capataz
quedaban silenciados entre los labios de Federico, que tomó esa gran verga y
comenzó a masturbarla. Creyendo alucinar, vio que ésta parecía más grande y
gruesa ahora. ¿Cómo se sentiría esa monstruosidad dentro del culo? Sin esperar
a que su mente le diera la respuesta, prefirió comprobarlo de manera práctica.
Mientras tomaba esa decisión, sus dedos fueron dilatando más y más su propio
ojete, ensalivándolo copiosamente para que estuviera listo y preparado.
El auto atravesó el guarda ganado y en
pocos segundos estacionó bajo los paraísos, en el parque frente al casco viejo de
la estancia. El viaje desde Buenos Aires había durado alrededor de cuatro horas.
Bajaron dos hombres: el patrón y el arquitecto. Los perros los habían
acompañado con sus ladridos desde la entrada, y uno de los peones, el marido de
la casera, los vino a recibir.
-¡Buenos días, Don Tomás!.
-Hola, Miguel, llevame el auto al galpón y
después me lo lavás. Vení que te presento al señor Federico.
El hombre alargó respetuosamente la tosca mano.
-Buenas, Don – dijo Miguel con una inclinación.
El patrón prosiguió, a tiempo que bajaba algunas cosas del auto:
-El señor Federico es el arquitecto que
viene a ver la casa de huéspedes para arreglar los techos y ampliar las
habitaciones, ¿te acordás que te había avisado?
El peón asintió con la cabeza, siempre
reservado. El patrón, mirando el campo, le volvió a dirigir la palabra:
-Decime... ¿está Luis?
-Sí, señor. Está en el campo de la cañada,
con la hacienda.
Luis era el capataz, que en ausencia del
patrón lideraba al resto de la peonada. Hacía un año que estaba a cargo de todos
los asuntos de la estancia. Todos los peones sabían que Luis era el preferido
del patrón, por su juventud, su honradez, y por su inteligencia, así que a
nadie le había sorprendido que luego de que el anterior capataz se jubilara,
Luis pasara inmediatamente a ocupar su lugar. El patrón siguió hablando a
Miguel, inspeccionando cada rincón, con voz firme y seño fruncido.
-¿Y cómo está Bety?
-Bien, patrón.
-Decile que vamos a almorzar a eso de la
una.
-Le digo.
-Mañana viene el veterinario. ¿Te dije,
no?
-Sí, patrón.
-Muy bien, avisale a los muchachos.
-Sí, patrón.
-Decile a Bety que el señor Federico y yo
nos quedamos hasta el domingo.
-Muy bien, Don Tomás.
-¿Prepararon la habitación del señor?
-Sí, patrón, la Bety ya dejó todo listo.
El patrón y el arquitecto entraron a la
casa. Era la primera vez que Federico visitaba el lugar. La vivienda era añosa,
modesta y fresca, una típica construcción de campo de fines del siglo XIX, con
cuartos grandes y techos altísimos. Por todas las ventanas de entreabiertos
postigones se veía el campo, presente siempre, como si fuera un inmenso mar
verde amarillo.
Después del sencillo almuerzo los dos
hombres partieron a un tranquilo recorrido por algunos lugares de la estancia, la
caballeriza, el viejo palomar, el huerto de los frutales y el monte antiguo detrás de la casa, el de los añosos nogales. Charlando
de varios temas, cerraron el círculo de su breve paseo en el viejo aljibe, ya
en desuso. Cerca estaba la casita de huéspedes. El patrón dejó a Federico allí,
partiendo a sus obligaciones. El arquitecto enseguida se puso a observar la
antigua estructura, tomando notas para luego proyectar los arreglos. En eso
estaba cuando sintió que alguien entraba a la casita.
-¡Ah!, disculpe, Don. Usted debe ser el
arquitecto!
-Sí. Soy yo.
-Buenas. Yo soy Luis.
-Ah, sí, ¿usted es el capataz?
-Sí, señor. Discúlpeme, pero como vi que
la puerta estaba abierta, pensé que se habrían olvidado de cerrarla y...
-Mucho gusto, sí, soy Federico, el
arquitecto – dijo, estrechando la mano de Luis – No se preocupe, cuando yo me
vaya, dejaré todo cerrado.
-Gracias, Don. Con permiso...
-Vaya nomás.
Federico se asomó a la ventana y siguió
con la mirada a Luis, que se alejaba en dirección a la oficina, donde estaba el
patrón pagando los sueldos. Observó su andar despreocupado, su corpulencia y
sus brazos fuertes. Luis era un chaqueño de unos 35 años, aunque nadie podía
saber con certeza su edad, por la equívoca expresión que los hombres de campo
suelen tener. Su rostro de niño, aunque curtido por el sol y el duro trajinar
diario, no coincidía con ese cuerpo trabajado por las rudas tareas de la tierra.
A pesar de ser muy parco había en sus ojos castaños, muy claros, una
expresividad tierna y sensible. Tenía el cabello ensortijado y rebelde, y
varias canas prematuras cubrían sus sienes.
A Federico le había impresionado la
apariencia del capataz, pero sobre todo, la fina belleza de ese rostro aniñado
pero viril, iluminado por aquella mirada franca y transparente.
Por la tarde se dedicó a dibujar algunos bocetos en el escritorio, sorprendiéndose cada tanto al dejar divagar sus pensamientos sobre la imagen nítida que los ojos claros de Luis habían impreso en su mente. Pronto fue la hora del té. Fue el reencuentro con el patrón, y ambos aprovecharon entonces para hablar sobre el proyecto que tenía en mente el arquitecto. Los arreglos no eran muy complejos, pero era menester atender algunas cuestiones. De todos modos había tiempo para discutir los detalles y la charla pudo entonces desviarse hacia otros temas. Pero se hacía tarde, el patrón aún tenía que pasar por el pueblo para cerrar unos negocios. Mirando el reloj, dijo:
Por la tarde se dedicó a dibujar algunos bocetos en el escritorio, sorprendiéndose cada tanto al dejar divagar sus pensamientos sobre la imagen nítida que los ojos claros de Luis habían impreso en su mente. Pronto fue la hora del té. Fue el reencuentro con el patrón, y ambos aprovecharon entonces para hablar sobre el proyecto que tenía en mente el arquitecto. Los arreglos no eran muy complejos, pero era menester atender algunas cuestiones. De todos modos había tiempo para discutir los detalles y la charla pudo entonces desviarse hacia otros temas. Pero se hacía tarde, el patrón aún tenía que pasar por el pueblo para cerrar unos negocios. Mirando el reloj, dijo:
-Federico, tengo que ir hasta Chacabuco,
¿quiere usted acompañarme? aunque le prevengo que no hay mucho para ver por estos
lados...
-Le agradezco, Tomás, pero prefiero dar
una vuelta por la estancia, o tal vez salir a dar un paseo a caballo.
-¡Sí, por supuesto! Avísele a Miguel que
le ensille el oscuro.
-¿La laguna está muy lejos?
-No mucho. Tiene que atravesar tres
tranqueras hacia el norte. Si sigue la dirección de aquel alambrado no se va a
perder, después de la tercera tranquera verá el monte de cedros y enseguida
dará con la laguna. ¿Necesita algo del pueblo?
-No, gracias.
-Bueno, pásela bien– dijo, mientras
Federico advertía en esa expresión una leve sonrisa acompañada de una mirada
rara que no terminó de comprender.
El patrón salió y saludó de lejos a
Federico que se quedó por un momento sentado en el sillón frente al ventanal de
la sala. La tarde transcurría lenta, con ese silencio raro atravesado por los
ruidos de la inmensa naturaleza circundante. Respiró profundamente y recordó
una vez más los ojos de Luis. Después, con decisión, salió de la casa hacia las
caballerizas. Miguel le entregó al oscuro y lo ayudó a montar. Federico salió a
campo abierto a pleno galope. El sol estaba cayendo ya y era una hora exquisita
para cabalgar. La enorme planicie pampeana se interrumpía de a ratos por algún
que otro monte de eucaliptus y otros viejos árboles. Hacía años que Federico no
montaba a caballo, hacerlo ahora le daba una renovada sensación de libertad.
Finalmente, después de pasar la tercera
tranquera, divisó a lo lejos el espejo de agua. No era muy extenso, pero el
paisaje se enriquecía con la vegetación que poblaba su vera. Se internó en el
monte de cedros, que oscurecía el ambiente como un pequeño bosque. Enseguida
escuchó voces. Entonces se apeó del caballo y siguió caminando riendas en mano.
Con curiosidad decidió avanzar en dirección hacia el margen de la laguna, allí
de donde provenían las voces. Era evidente que alguien se estaba bañando en la
laguna por el ruido del agua que llegaba a sus oídos. Dejó el caballo atado a
un árbol y caminó unos metros más. Cuando por fin salió de la espesura, casi a
la orilla, vio a tres hombres que se estaban bañando. Uno de ellos era Luis, el
capataz. Lo acompañaban dos peones. Más allá pudo ver a los caballos atados y
pastando en un claro verde. Los hombres, de vez en cuando hablaban entre sí o
hacían alguna broma, pero estaban casi exclusivamente abocados a asearse,
seguramente como de costumbre, después de un duro día de trabajo. El agua los
cubría hasta los muslos. Llevaban puestos sus calzoncillos, que estaban totalmente
mojados. Luis se frotaba la cabeza con un jabón, llenándola de espuma. Extendió
enseguida la tarea sobre su pecho y sus brazos. Federico veía toda la escena oscilando
entre la curiosidad y la excitación, escondido entre unas ramas y sintiéndose
algo culpable de invadir ese terreno algo privado de los trabajadores.
Pero pasó algo inevitable: como si no
estuvieran allí los peones, inmediatamente puso su atención en Luis. Miró su
pecho ancho y bien formado. Tenía algunos pelos en el centro, los más tupidos
eran de un color entre gris y blanco. Sus pezones, sin vello alguno, eran
oscuros, disintiendo con la tez blanca. Los brazos, musculosos y curtidos por
el sol, eran increíblemente velludos, y los pelos ahí eran bien negros. Podía
ver que esa textura velluda se repetía en las piernas, que adivinaba apenas por
esa porción visible de muslos que apenas quedaba fuera del agua. El calzoncillo
de Luis era blanco, holgado y anticuado. Pero a Federico le pareció la prenda
más sensual que había visto jamás puesta sobre un hombre. La entrepierna
marcaba un bulto inquietante, pendulante y móvil, y la tela mojada
transparentaba sectores bien oscuros. Cuando el cuerpo de Luis giraba sobre sí
mismo, Federico podía ver entonces el trasero magníficamente torneado del
capataz. El agua bañaba implacablemente todas sus formas, como acariciando ese
cuerpo magnífico.
Los dos peones que estaban con Luis fueron
los primeros en darse cuenta de la presencia de Federico. Uno de ellos,
tímidamente le hizo una seña a Luis, que giró la cabeza y con una tenue sonrisa
levantó una mano saludando al visitante.
-¡Don Federico!, ¿Qué anda haciendo por
aquí?
Federico, incómodo por haber sido
descubierto, se adelantó unos pasos.
Los otros dos hombres, salieron del agua y
saludaron con respeto, muy cabizbajos. Fueron directamente al pie del árbol
donde habían dejado sus ropas y empezaron a secarse con unas toallas, siempre
en silencio. Federico miró a Luis, que aún se estaba enjuagando.
-Hola Luis. Buenas tardes. Perdón si los
importuné, pero salí a dar una vuelta a caballo y quería conocer la laguna.
-Hizo bien, hizo bien.- dijo saliendo del
agua- es una de las cosas lindas que tenemos por estos lugares. Y… bueno, usted
vio que también la usamos de bañadera en el verano.
Federico sonrió y siguió mirando fijamente
cada uno de los movimientos del capataz, que había salido del agua y se estaba
secando con una breve toalla. Los dos peones, que ya casi estaban vestidos,
observaban toda la escena sin mover un solo gesto. Sólo sus ojos escudriñaban
la escena moviéndose avivadamente.
-¿No quiere darse un bañito?
-No, gracias, Luis. No traje ropa
adecuada.
Los hombres sonrieron.
-Bueno, si es por eso, mírenos a
nosotros... nunca venimos con traje de baño. Acá en pleno campo, nadie se va a
fijar si uno está a la moda o no, ¿verdad?
Nuevas sonrisas. Los peones ya listos,
saludaron muy obsequiosamente y se dirigieron hacia sus caballos. Federico y
Luis les devolvieron el saludo y cuando los hombres se alejaron quedaron solos
en el borde de la laguna. El sol comenzaba a ponerse.
-Es increíble como se ve la caída del sol
en este lugar.
-¿Vio qué lindo? – dijo, quedando inmóvil
y silencioso por un instante mientras el fuego del horizonte teñía su frente de
dorado.
-¿Vienen siempre a este lugar? – dijo
Federico, rompiendo el silencio.
-Bueno, en verano, después del trabajo en
el campo, si terminamos la faena cerca, preferimos darnos un baño y ya llegamos
limpios a las casas, ¿sabe?.
-Y las mujeres no tienen que limpiar baños
después...
-Las de ellos, lo que es a mí, nunca me
vino bien ninguna mujer para vivir emparejado, vea.
Federico tragó en seco.
-¿Y usted vive en el pueblo?
Luis lo miró socarronamente, deduciendo
que el mozo de la cuidad no entendía de las cosas del campo.
-No, Don, vivo en el puesto que está acá
nomás, pasando la laguna, al ladito del arroyo.
-¿Solo, entonces?
-El buey solo bien se lame, ¿no?
Mientras, Luis, que evidentemente no era
tan callado como los otros, había terminado de secarse. Ahora, ese cuerpazo tan
viril quedaba a la vista de Federico en todo su esplendor. Efectivamente, las
piernas eran oscuras y muy peludas. El vello se acentuaba en las entrepiernas,
casi se podía adivinar la continuación de esos pelos hacia las zonas más
íntimas. La suave brisa del atardecer había refrescado el aire y el pecho de
Luis mostraba la piel erizada. Federico miró esos enormes pezones erguidos, casi
negros, que se ponían duros con el contacto con el aire frío, y no pudo evitar
morderse los labios.
El capataz también había observado a ese
hombre con el que le gustaba hablar. Calculó que tendría su misma edad, tal vez
un poco más. Había advertido la generosidad de su sonrisa, nunca oculta por esa
barba bien cuidada. Era alto también, y de hombros anchos. Luis se atrevió a seguir
mirando mientras charlaba y hasta pudo advertir una tela blanca asomando más
abajo. ¿Por qué miró hacia esa bragueta mal cerrada? En efecto, algunos botones
de la bragueta de Federico estaban desprendidos. Podía ver una forma abultada,
redonda, y esa blanca tela, que no era otra que la de su ropa interior.
Cuando Federico se sentó en un tronco, de
frente al ocaso, las piernas se abrieron y el bulto pareció más provocativo,
más atractivo aún. Luis se sonrojó, temeroso de que alguna de sus miradas hubiera
sido percibida por Federico y disimuló su incomodidad dirigiéndose hacia el
caballo. Entonces Federico lo siguió con la mirada. Luis, asaltado nuevamente
por su timidez campera, se escondió detrás del animal para quitarse el
calzoncillo mojado. Federico quiso voltearse y no invadir ese acto de
intimidad, pero no pudo. Volvió la cabeza de cara a la laguna, pero sus ojos
miraron de soslayo a Luis. Fue cuando la blanca prenda de Luis cayó a sus pies.
Federico sólo podía ver apenas torso y piernas, pues lo más atractivo de la
desnudez de Luis quedaba oculta tras el caballo. Fue un momento sublime, antes
de vestirse rápidamente.
Pronto el sol se sumergió finalmente bajo
el horizonte entre los resplandores rojizos de las nubes. Acercándose
nuevamente, Luis murmuró:
-Es hora de ir volviendo, ¿no?
Federico, algo perplejo ante la escena que
acababa de presenciar, tardó en responder.
-Sí... sí, claro. Vamos.
Volvieron juntos al trote. Luis se separó
para tomar el camino a su puesto y Federico enfiló hacia el casco.
Por la mañana, Federico se despertó con
los gritos de la peonada que trabajaba con la hacienda en la manga de ganado que
estaba cerca de la casa. Mugidos, casqueteos de caballos y gritos de hombres se
mezclaban entre sí alternándose en sonoras peroratas. Todos estaban atareados, liderados
por el patrón y el veterinario, revisando y vacunando a cada uno de los toros
nuevos. Federico escuchó entonces la voz de Luis, y fue en ese mismo momento que
sintió como su latente erección se consolidaba en segundos lanzando su miembro duro
fuera del slip. Se tocó la verga enhiesta y empezó a acariciar sus huevos por
encima de la tela blanca. No pudo evitar pensar en Luis y en la escena del
caballo. Si entonces sólo hubiese caminado unos pasos habría alcanzado a verlo
en toda su desnudez. Imaginó esa variación de los hechos una y otra vez,
fantaseando con esos ojos castaños clavados en los suyos. Las manos, como
llevadas por la voz de Luis que seguía oyéndose bien nítida desde afuera, se
deslizaron por debajo de la tela y, tomando el húmedo mástil en plena erección,
empezaron a acelerar los movimientos. Fue cuando escuchó golpear a su puerta y la
voz femenina de Bety detrás de ella.
-¡Señor Federico, son las ocho!
Federico, sobresaltado, contestó con un
"gracias" y abandonando ya la idea de la masturbación matutina,
cohibida tan abruptamente, se levantó y se dio una rápida ducha de agua casi
fría, que, a pesar de todo, no pudo bajar inmediatamente su sexo erguido.
Ese sábado, durante la hora del té en la
galería, Federico y Tomás, el patrón, vieron pasar a Luis, el capataz, que
saludó a los dos hombres con una breve seña de su mano, lanzándoles un
"hasta mañana". Estaba sucio y sudado por el trabajo. Federico lo
siguió con la mirada y lo vio dirigirse hacia las caballerizas. Había advertido
–pero ahora realmente- esos ojos claros muy fijos sobre él, como si quisieran
decirle algo. Federico casi no escuchaba lo que Tomás le estaba contando acerca
de una fracción de campo que debía arrendar y sus pormenores económicos, pues
su mente estaba muy ocupada pensando que lo que quería hacer en ese momento era
irse a caballo hasta la laguna y ver a Luis, desnudo esta vez. Fue recién
después del té, que el patrón finalmente liberó a Federico y éste aprovechó
para salir al galope raudo, veloz, como persiguiendo la puesta de sol, esa
misma que el día anterior había iluminado el fascinante torso desnudo de Luis.
Cuando llegó a la laguna no vio a nadie. El
lugar estaba desierto. Buscó con la mirada algún movimiento o sonido esperanzador.
Pero nada. Inspiró hondo, recobrando la respiración después del frenético
galope. Desilusionado, bajó la vista hacia el tenue oleaje de la laguna, y
comenzó a maldecir para sí, pensando que había llegado inútilmente tarde, que
los peones ya se habían marchado, y que Luis ya debía estar en su casa. Se apeó
del caballo y caminó un poco junto a la orilla. Fue cuando levantó nuevamente
la vista buscando el horizonte. Entonces el corazón le volvió al cuerpo, a
tiempo que aceleraba sus latidos, pues no muy lejos de ahí había visto un
caballo atado a un tronco caído, ¡era el de Luis! Dejó allí también al oscuro, y caminó nuevamente
siguiendo su instinto. Miró hacia el agua atraído por un ruido de olas. No
tardó en divisar al capataz. Sonrió y respiró aliviado. La tarde estaba más calurosa que el día anterior y Luis estaba nadando, a
unos treinta metros de la ribera. Federico se quedó mirándolo un rato, feliz de
haberlo encontrado. Enseguida Luis lo vio.
-¡Eh! ¡Señor Federico!
Federico miró en derredor y le contestó el
saludo con la mano:
-¿Estás solo?
-Sí. Hoy los peones trabajaron en otro
campo. Me vine solo, antes de irme para la casa.
Y al decir esto, como para asegurarse de
que su voz llegaría hasta el arquitecto, se incorporó un poco, fue entonces que
su cuerpo sobresalió del agua. Federico abrió los ojos como platos. Asombrado
pudo darse cuenta de que Luis se estaba bañando desnudo.
-¿Por qué no viene? ¡El agua está muy
buena!
-¿Eh?
-¡Déle!, ¡Anímese!
-¡Sí... me gustaría, pero...!
Federico caviló en dos segundos, turbado
pero encendido por lo excitante de la situación. Sintió vergüenza, mas, a la
vez, un incontenible deseo de lanzarse al agua junto a Luis. ¿Pero… si alguien
los viera? No. En medio de la soledad del campo, era absurdo pensar en eso. Y
además ¿qué importaba? Sin dudarlo respondió:
-¡Está bien, allá voy!
Rápidamente, Federico se quitó la ropa y
entró desnudo al agua. Estaba algo tostado por el sol y la blancura de su
pelvis como la de su culo, formaba un inquietante contraste junto a la negrura
espesa del vello púbico y los oscuros pelos de sus nalgas. Al ver desnudo a
Federico, Luis sintió un raro retraimiento y miró hacia otro lado, perturbado e
inquieto. Federico pronto se acercó nadando al lugar donde estaba Luis, un
sitio poco profundo. Hacía calor y el agua era como un bálsamo refrescante para
los acalorados cuerpos de esos hombres. Federico sentía aún la agitación de la
cabalgata con la que había atravesado el campo, pero ahora otro galope se había
instalado en su pecho. Paradójicamente, el paisaje en el que estaban inmersos
los dos hombres era todo quietud, calma y mucha paz, quebrada solamente por el
gorjeo de las aves del monte.
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-Señor, no vaya por ahí. El lecho es muy
traicionero y hay muchos desniveles.
Federico sonrió, algo incrédulo, o tal vez
herido en su orgullo de hombre de ciudad. El agua le llegaba al cuello, pero en
efecto, dio un paso en falso y ya no pudo hacer pie. A pesar de saber nadar, el
lecho de la laguna, lleno de ramas, juncos y lodo, lo atemorizó un poco y Luis
comprendió que debía ayudarlo a salir de allí. Se acercó nadando y le tendió el
brazo:
-Agárrese de mi mano.
-No llego, Luis – dijo Federico estirando
la mano.
Entonces Luis se acercó más y lo tomó
firmemente por debajo de los brazos. Ambos sintieron como sus cuerpos desnudos
tomaban contacto por primera vez. Las piernas se entrelazaron brevemente y la
unión de esos brazos fuertes, hizo que Federico empezara a sentir la presencia
de su sexo despertando con esa punción tan identificable que los hombres
conocen.
Salieron del lodazal y del pozo. Cuando
estuvieron sobre terreno más seguro, Federico ya no pudo evitar la erección de
su verga. Luis notó la turbación del arquitecto y preguntó:
-¿Está bien, Don Federico?
-Sí, sí, claro.
-¿Vio que el fondo es muy feo ahí?
Pero Federico no respondió. Luis había
ganado toda su atención y decidió dar algunas brazadas, avergonzado porque el
capataz se hubiera dado cuenta. Federico se había sumergido y en uno de sus
movimientos, chocó involuntariamente contra las piernas de Luis. Al salir a la
superficie, se encontró frente a frente con la cara sorprendida del capataz,
que entre sonrisas nerviosas pedía disculpas. A Federico lo enternecía la
enorme timidez de ese hombre. También sonriendo, le dijo:
-No tenés porqué disculparte, Luis, y,
otra cosa: no me llames "señor", por favor.
De pronto los dos dejaron de sonreír.
Estaban tan cerca que ambos podían ver cada detalle de sus rostros y de la
parte superior de sus pechos asomando del agua. Luis bajó un poco la vista
advirtiendo como los pelos del pecho de Federico se habían alisado
caprichosamente por el agua. Su barba goteaba doradas perlas iluminadas por el
sol. Luis abrió sus brazos velludos y acarició la superficie del agua. Sí, sentía
inconscientemente que necesitaba acariciar algo, pero no atinaba a acariciar
más que el agua misma. Pero lejos de ser un escape, su actitud adquirió una
carga totalmente sensual. Era una postura expectante... y a la vez, insinuante,
invitadora...
Federico lo miró seriamente, palpitando
cada segundo. El capataz miró a la orilla, como comprobando que nadie podría
verlos. Ya ambos sabían lo que deseaban. Los cuerpos se acercaron. Y algo sucedió.
Al estar tan cerca, la sumergida verga de
Federico, endurecida por la excitación incontenible, alcanzó a rozar el peludo
pubis de Luis. Éste, sintiendo el contacto, fijó la mirada en los ojos de
Federico y se acercó más. ¡Esa mirada! ¡Tantas veces evocada! ¡Ahora estaba frente
a él, diciéndole miles de cosas! Entonces Federico ahuecó sus manos y llenándolas
de agua la vació en el pecho de Luis, que miraba su propio pecho, siguiendo
absorto los movimientos suaves que ese hombre repetía una y otra vez. También
volcaba agua sobre su pelo y hombros. Las manos de Federico lavaban bien cada
pectoral después de deslizar el agua sobre ellos. El capataz tenía la vista
siempre atenta a las manos de Federico, que no dejaba de sobar y alisar la
clara piel del pecho de Luis.
Debajo del agua, el potro de Luis se
despertaba. Su verga enardecida creció tanto, se puso tan dura, que pronto Federico
sintió como aquel palo rozaba con tenues caricias su propio miembro erecto.
Luis permanecía con los brazos abiertos, entregado a aquel ritual secreto entre
hombres. Federico seguía mojando y lavando ese ancho pecho excitándose cada vez
más con los roces de la verga del capataz sobre su propio sexo. Jugó una y otra
vez con ese mechón de pelo casi blanco, acarició sus peludas axilas, rozó las
erectas tetillas con sus pulgares y palpó la consistencia viril de ese cuello
fibroso y firme. Avanzó un paso y entonces sus torsos se tocaron levemente. Bajo
el agua, sus miembros unidos, ya no quisieron abandonarse.
Los torneados brazos de Luis se fueron
cerrando, avanzando... y rodearon a Federico. Las manos se posaron en su
espalda y lo abrazaron. Federico sintió el contacto intrigante de esas manos
ásperas y callosas en su espalda y un escalofrío recorrió toda su espina
dorsal. Entonces bajó sus manos y las llevó al encuentro del tronco de Luis. ¡Ah!
¡Era un miembro descomunal! Federico no dio crédito a lo que su tacto le dijo.
Gruesa y larga, esa barra de carne apenas si cabía en sus dos manos. Creyó
desmayar al comprobar semejante tamaño entre sus dedos. ¡Tenía que ver esa
maravilla! Tomó de la mano al capataz y, lentamente, lo llevó hacia la orilla.
Cuando salieron del agua, los dos hombres
desnudos cayeron de rodillas frente a frente en la hierba fina que crecía allí.
Cuando Federico miró el aparato que Luis tenía entre las piernas lanzó una
exclamación de asombro. Era un carajo enorme que pendulaba pesadamente sobre
unas maravillosas y colgantes bolas. El miembro, totalmente descapullado,
estaba duro como un garrote y tenía una forma recta perfectamente definida. Su
descarada erección apuntaba no hacia arriba sino hacia adelante, como una verdadera
lanza. Los pelos negros cubrían todo el pubis, extendiéndose armoniosamente
hasta adentrarse en el inicio de los muslos.
Luis miró atentamente la pija de Federico.
No era tan grande como la de él, pero su proporcionada forma, curvada hacia
arriba, lucía desafiante y bella en toda su extensión. Casi no tenía movilidad
alguna, de tan dura y enhiesta que estaba. La vellosidad de Federico era
también muy tupida pero a diferencia de Luis, los pelos eran largos y lacios,
como su cabello. Una columna perfecta y definida de vello oscuro ascendía desde
el pubis hasta el pecho, partiendo el torso exactamente al medio, se ensanchaba
en el abdomen y florecía más arriba con cada pezón, ambos rosados y carnosos.
Luis acercó más su cuerpo al de Federico y
deslizó una mano hacia su nuca, atrayendo apasionadamente las bocas entre sí,
que se abrieron para recibirse mutuamente. Respiraron intensa y agitadamente
ante ese nuevo sabor que ambos estaban disfrutando, gozando como dos hombres,
pero temblando como niños. La lengua de Federico respondió primero tímidamente,
luego exaltada, no dejando sitio del interior de la boca de Luis sin recorrer. Las
bravas armas, duras y enfrentadas, chocaban entre sí. Federico cayó sobre el
capataz, que quedó aprisionado sobre el verde, y enseguida sus labios fueron
directamente a los oscuros pezones. Su lengua rodeó las perfectas aureolas. A
este contacto, las tetillas respondieron poniéndose duras como penes pequeños.
Después siguió lamiéndolas y por último las devoró apasionadamente entre sus
dientes.
Luis abrazaba tiernamente a Federico, parecía
increíble que en el momento del amor, ese tosco y rudo hombretón, fuera tan
cuidadoso y suave con su amante. Mientras Federico seguía mordisqueando las tetillas,
Luis, entre suspiros cortos se encargaba de besar y lamer su cuello, yendo y
viniendo por hombros, orejas y boca.
Luego, Federico que se resistió a abandonar esos duros pezones, bajó hacia el
encuentro con esa verga inmensa. Una vez más quedó extasiado ante su visión. Nunca
había visto cosa igual. Hasta recordó entre sonrisas la tan mentada fama que
pesa sobre los hombres nacidos en el Chaco acerca de sus atributos sexuales. ¿Sería
éste un ejemplo que comprobaba tales teorías? Por cierto, ese ariete era
descomunal. Abrió bien la boca, intentó introducirla no sin poco esfuerzo, se
atragantó un poco, pero al fin pudo metérsela hasta un poco más de la mitad dentro
su boca. Casi no podía respirar, pero estaba saboreando un manjar único.
Recorrió repetidas veces toda la longitud y grosor de tan viril maquinaria. Era
de una dureza firme pero flexible hacia todas las direcciones, cosa que hacía
al aparato muy manejable y accesible a cada uno de sus pliegues. Chupó largo
rato ese tronco, metía la lengua en el pequeño agujerito, subía y bajaba el
prepucio, lamía, besaba... era un juguete sabroso y lo volvía loco... no lo
podía dejar de bombear y lamer, produciendo en su dueño un placer
impresionante.
Entonces Luis se dio vuelta quedando boca
abajo. Federico, a tiempo que le abría
bien las gruesas piernas, empezó a lamer y besar intensamente el culo. La
lengua penetró, hasta donde le fue posible, ese hoyo oscuro y peludo,
provocando contorsiones y gemidos en el capataz.
-¡Sí!, ¡Sí!, Soy suyo... este culo es para
usted.
A Federico lo maravilló que Luis, tampoco en
ese íntimo momento, se animara a tutearlo. Pero eso, por supuesto, lo excitaba
más aún.
-¿Te gusta, Luis?
-Sí... pero por favor, no se detenga...
siga....siga...
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-Adelante, Don. Por favor...cójame,
cójame, quiero sentirlo adentro.
Federico, sin poder contenerse más, apoyó
la punta de su glande en el peludo agujero del capataz y arremetió
impulsivamente hacia él.
-¡Ah!... ¡Despacio, despacio...!
Federico se contuvo un poco, frenando
ímpetus para no lastimar la vulnerable zona. Acercó más saliva al anhelante
hueco con su propia mano y cuando retomó el movimiento la verga se introdujo suavemente
hasta la mitad. El capataz gritaba:
-Sí, así, así. ¡Lo siento! No se detenga,
por favor. Métala toda. ¡Bien adentro!
Federico siguió fielmente las órdenes del
capataz. Enterró hasta el final la dura pija y sintió enseguida que tocaba el
suave y caliente fondo de las entrañas de Luis. Entonces se empezaron a mover
con rítmicos y fuertes movimientos. Las pelotas del arquitecto castigaron las
nalgas de Luis con cada embestida. El ritmo de las acometidas siguió
intensificándose hasta arrancar de los dos hombres gemidos y gritos de gozo.
Ambos perdieron entonces la noción del tiempo que transcurría.
Entonces cambiando levemente de posición,
el arquitecto se encaramó sobre Luis, abriendo lo más posible sus piernas y sentándose
a horcajadas sobre el gran palo de su capataz. Después de un rato de intentonas
y nuevos posicionamientos, finalmente el glande y una parte de la verga de Luis
entró en el ensanchado ano de Federico. Faltarían aún unos minutos más para que
el ensarte fuera completo y como el deseo de los dos hombres era proporcional
al gran objetivo, el maravilloso pene de Luis terminó enterrándose hasta los
huevos dentro del desencajado culo de Federico, abierto como nunca y loco de extremo
placer. Federico retomó el galope, ahora sobre el desaforado capataz que lo
penetraba sin tregua.
Los ojos casi en blanco de Luis anunciaron
a Federico que estaba por llegar al orgasmo. Los movimientos se hicieron más
acelerados y cuando el momento culminante fue inminente, Federico quiso ver cuando
de esa monumental pija emanara el viril elemento. Extrajo el tremendo aparato
de su culo y se arrodilló ante Luis, expectante, mientras sostenía con una mano
los pesados huevos y con la otra sacudía el enervado palo. Un aullido anunció
el primer gran chorro de esperma blanco y espeso que llegó hasta el mentón del
capataz. Le siguió otro, y otro, hasta que el pecho de Luis quedó salpicado del
caliente y untuoso líquido. Federico lamió esas gotas entre las últimas y
violentas descargas de su compañero. Entonces, abriendo nuevamente las nalgas
del capataz, volvió a penetrar ese abierto y lubricado agujero. Por fin,
aullando de placer, Federico se desbordó dentro del culo de Luis, luego de unas
pocas embestidas.
Mirándose a los ojos, en ese ambiente
bucólico, claro y puro del campo, los dos hombres se besaron profundamente, aún
alterados por la intensidad vivida.
En ese momento, el sol ocultó su último rayo
bajo la línea del horizonte. Los dos, contemplando ese deslumbrante espectáculo
callaron conmovidos. La luz se diluía y la naturaleza, que hasta el momento
había estado quieta y calma como si hubiese quedado atrapada entre el acto
amatorio de los hombres, comenzó a moverse entre suaves brisas y nuevos aires,
anunciando el fin del día.
-Es hora de irnos, Don Federico.
-Si... así es, Luis.
El capataz, calmando ya su respiración, se
incorporó para besar la boca del arquitecto.
Sonrieron, mirándose a los ojos. Luego,
cayeron nuevamente sobre la hierba, de cara al cielo.
-¿Porqué no se arrima mañana por las
casas? – murmuró Luis, volviendo nuevamente a su habitual timidez.
-Mañana vuelvo a Buenos Aires.
El capataz oscureció sus ojos, mirando a
la nada, pero, luego de un corto silencio se animó a preguntar:
-¿Y cuándo piensa volver?
-Dentro de dos semanas, cuando se inicien
las obras de la casita de huéspedes.
-Entonces... en dos semanas.
-Sí, en dos semanas.
Nuevo silencio.
-Sí. Y… entonces, véngase por la laguna
¿eh?
Federico sonrió y lo abrazó dulcemente.
Franco.
Marzo de 2002
(Versión revisada y ampliada: 21/4/12)
Magia, magia... estas líneas (inéditas para mí) son simple y sencillamente eso, Franco.
ResponderEliminarEres un ambientador formidable... las mismas imágenes que acompañan al relato no pueden ser vistas con otros ojos si están acompañadas de esta mezcla de fuerza y ternura... dejan de ser estampas explícitas para volverse quizás en testimonios de ese momento tan intenso.
Lo que se narra es una muestra digna de que los varones podemos ser románticos y sensibles aun en medio de la fiebre del deseo y la lujuria... el deseo y el sexo entre hombres se vuelven indescriptiblemente sublimes cuando son narrados de esta manera. ¿Alguien más que tú, mi inapreciable Gaucho de Oro, podría hacerlo? Si lo hubiera, quedaría relegado ante mis ojos en un honroso segundo lugar... definitivamente tú eres EL PRIMERO; o en palabras más contundentes, EL NÚMERO UNO. Nuevamente ¡una infinidad de gracias por este nuevo abrazo! Arte que es... MAGIA.
Manu,
ResponderEliminar¿Líneas inéditas? ¿para el "decano"?
Reconozco que está un poco remozado (bastante), pero este relato es uno los más antiguos publicados ya hace años. Sí, volvió un poco más aderezado, pero es el mismo.
Los hechos son imaginarios, pero los personajes, son totalmente reales. La estancia aún está allí, a cuatro horas de Bs. As., y cada uno de los nombres de sus personajes, capataz incluído, que fueron tomados de la vida real. Mi capataz, Luis, el chaqueño, existe... ya no es capataz en esa estancia, pero en los años en que narré este relato, confieso que fue un hombre que produjo en mí una atracción enorme, en su apariencia común y nada extraordinaria, y con su idiosincrasia campera. Así que sí, le puse algo de "magia", pero sólo la necesaria para poder evacuar así mis secretas fantasías de aquellos años en que era un invitado frecuente de la mentada estancia. Agradezco mucho a "Don Tomás" (el único nombre cambiado además del arquitecto), algo más que amigo mío en aquellos años, y que compartía conmigo la irrefrenable atracción por ese capataz tan especial.
Y te agradezco a ti estas palabras, por las que me llegan de manera muy clara, tu incondicional afecto de amigo.
Deepsouth
ResponderEliminarQuerido amigo, me han tocado muy hondo las líneas que escribiste ayer en el post del Domingo vintage.
No tengo nada más que agregar, porque vos lo dijiste todo. Perfectamente y de una manera adorablemente afectuosa. Tus palabras, justas, precisas, además de transmitir tu hombría de bien, sintetizan perfectamente la coherencia de pensamiento a la que nos tienes acostumbrados.
Como digo siempre, esta tertulia tiene los cojones bien puestos.
Un fuerte, fuerte abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola, VHmanos!!!
ResponderEliminarManu, querido amigo del norte, comparto tu admiración, y te admiro a ti también por el manejo de la pluma, cuando quieres decir algo!!! (que no es el manejo de "plumas")
Yo veré si puedo expresarme de alguna otra forma, pero llegar a la altura erótica de Franco será imposible....
Franco: te has puesto a escribir tu biografía? Toda!! Allí TAMBIEN conseguirías con seguridad un lugar en el Olimpo!!!
Yo sí recuerdo la historia, y esta vez ya la bajé, para que no me pase como en ocasión anterior, en que por bocón me perdí la coleción COMPLETA!!!
El capataz está retratado perfectamente, yo también recuerdo varios de esos curtidos hombres de campo, expertos en todo, de imponente presencia, y respetuosos hasta casi la timidez!!! Botas y la "bombacha" bataraza, (para los que no entiendan de campo, ese es el nombre de la prenda que sustituía al pantalón, muy amplia, con presilla en el tobillo, a cuadritos muy chicos, blancos y negros, que sucumbió en los años 60 ante la invasión de los "Levis" y los "Lee")
Eran una bomba de testoterona!!! Y en esos años, en el campo sin pisinas ni lagunas, las tardes de canícula de pasaban en algún tanque de agua (australiano) de los que proveían a los bebederos de los animales.
Y, como en el relato, todos adentro del tanque (de cualquier edad) de riguroso "en pelotas"
Afortunadamente el agua no era nunca muy limpia, ni clara, y mis erecciones quedaban ocultas!!! (al menos lo creo!!!)
Que poder evocador el de este cuento, Franco!!!
Un abrazo a todos!!!
Franco, qué relato más hermoso el del chaqueño Luis y el arquitecto Federico, una obra de arte cada una de tus historias....
ResponderEliminarLas devoro cada vez que son publicadas, al igual que las fotos que cada día me sorprenden mas... un abrazo dese Mendoza!!
Santi
Salú barrita!Querido Franco acabo de leer este relato que como otras veces ha pasado con tus escritos ha tocado mi corazón... el querido Manu habla de magia, creo que tiene razón, pero yo agrego lo que a mi me producen estas líneas y es como...Un Golpe de Luz..como cuando estás debajo de un árbol , a la sombra y de repente el sol se cuela enre el follaje y ves un detalle cercano a vos o tu propio cuerpo..y lo ves dsitinto..lo ves con mas luz..asi desfilaron por mi mente estos personajes , esa estancia, algunos de mis recuerdos y...sobre todo el poder evocador de tus palabras fue creando como una corriente mansa e invisible dentro de mi que desembocó en lagrimas al final..Desee que ese arquitecto volviera a visitar al capataz...YA MISMO...quisiera decir muchas cosas y aún ganado por la emoción se que no las diré de la mejor manera...pero que bello es " sentir" que el amor vence a la muerte y a la soledad (su hermana) en cada batalla donde no solo se unan dos cuerpos, sino dos corazones...Me emociona tremendamente porque puedo dar fe que la gente del interior de nuestro amado país es asi...muchisimo( a mi corto
ResponderEliminarentender)menos contaminada de soberbia y otros males, que la gente de ciudad. Yo puedo dar fe que los Luises existen, existen esa clase de personas.Mi Luis existió(y se llamaba Luis Maria , creo que era el único que podia llevar un nombre de mujer y no perder ni un apice de su hombría, desgraciadamente ya falleció y muy joven) y puedo asegurarles que fue el hombre mas netamnete masculino que conoci, un hombre que amaba el campo, muy robusto, de tremendos bigotes negros y ojos verdes..solo le falta tener mas pelos para ser superman jeje pero ese sentarte junto a el y sentir que jamas iva apensar en vos como objeto de deseo porque era 100 por ciento hetero, pero al ves dueño de una calides exepcional, adoraba a su unico hijo y tenia un vinculo de amor con el mas fuerte que todo otro vinculo, solo amo mas despues a sus pequeñas nietas.Las mujeres morian por acostarse con el, hasta ivan de curanderas para conquistarlo , pero el solo tuvo ojos para las dos mujeres de su vida,las demas no existian...Fue para mi todo un ejemplo de vida, le dedique varias pajas , por los tremendos deseos ke me inspiraba...pero mucho mas me inspiro su conducta en la vida.
Todo eso me recordó y disculpen si hago largo esto , pero es para corroborar que hay hombres asi...niños grandes en su sonrisa , pero tremendamente machos.Con respecto al uso del idioma me encanto la verosimilitud que le das a tus palabras: cuando habla Luis de porque se bañan en la laguna dice el texto:" llegamos limpios a las casas!" forma bien coloquial del paisano de campo ese plural o cuando decis sonoras peroratas, palabra que los de ciudad casi seguro desconocen o "era un carajo enorme que pendulaba", en ves de decir verga...Excelente!!!.
Pero además hay una frase que al leerla me puso piel de pollo: "sí, sentía incoscientemente que necesitaba acariciar algo, pero no atinaba a acariciar más que el agua misma!" CHAPEU... Franco una frase asi dice mas ke mil imágenes...quien lo haya vivido o quien tenga la capacidad para leer y emocionarse...me entenderá en lo que digo.
Fue un disfrute leerte y una muestra mas que ademas de erotismo se puede hacer literatura..me excitaste, me emocionate, me haces reflexionar y encima disfrutar del buen uso de nuestro idioma.
Creo que este café nunca puede ser aburrido cuando uno viene al encuentro de un artista como vos y encima se encuenta con gente como Deep.(CHILENITO , TUS PALABRAS TAMBIEN ME EMOCIONARON Y ME DIERON GANAS DE ABRAZARTE ACA DELANTE DE TODOS..Y SI VENIS PARA EL RESERVADO TE ABRASAMOS CON ORTOLANI JEJEJE)
Besos para todos.
Hola amigos!
ResponderEliminarLa verdad es que es un relato precioso, me ha encantado, en serio. Tienen razón mis compañeros, eres un gran escritor, tienes un gran don en crear las imágenes que quieres relatar en nuestras mentes, eres un maestro!
Es magnífico el momento que describes cómo incide la luz de la puesta de sol, del atardecer, en los cuerpos de Luis y Federico, esa preciosa luz que dignifica el momento de ya no sexo, si no de deseo, puro deseo y amor.
Gracias Franco!
Abrazos a todos.
josss...
Pero Franco,
ResponderEliminarcomo diría Manuel, me has hecho sonrojar!!!!!! Y Turco, indudablemente tú eres uno de los grandes amigos a los que me refería. Un abrazote para ti.
Lo que más me gusta de los relatos de Franco es que invariablemente lo van envolviendo a uno en la atmósfera, haciéndolo un partícipe más de la historia, ya sea como espectador silente o identificándose plenamente con uno de los personajes. El de hoy es una bella y tierna historia, una más de las fantasías de la vida real que sólo podemos disfrutar en este maravilloso punto de encuentro que es nuestro café.
Aquí en Chile por desgracia se ha ido perdiendo esa generosidad sin límites y la simpleza exquisita de la gente de campo, que curiosamente también habla en plural cuando se refiere a sí misma.
Un gran abrazo a todos y suerte en el concurso.
A Franco, Don Franco.
ResponderEliminarQué grupo has logrado convocar, que desatados blanden palabras cual esgrima fina, manteniendo duro y firme el sable y buscando la vaina que lo guarde y evitando a toda costa el pas de touche.
Travieso, ideas concursos en el que buscan no la gloria de ganar, sino de saberse merecedores de tu disciplinado espíritu. Hoy, observando estoy y gozando voy.
Admirado, contemplo tu bonhomía
Con tristeza veo tu lejanía
La de un alma algo herida
Pero nunca adormecida, y que siempre desafía.
Eme Ka. ¡Ooh no tienes que agradecer, el haber rescatado a Sean del anonimato! Ese cuyo matorral de fuego casi brasa me hace delirar. Mmmm no sé desde que insano rincón de mi lujuria, los rojos como Sean ejercen una conmoción en mí. Cuenta con mi apoyo para que Don Franco se anime en un post especial para el colorín. ¡Qué trasero, que trasero señores!.
Seba,
ResponderEliminarlas cosas que decís!, mi autobiografía???? imposible. Una de las razones (muy valederas) que impedirían que yo pusiera en palabras mi propia vida publicando una autobiografía, ¡es que ni yo me la creería...!
Sí, es tal cual decís, acerca de los hombres de campo. EN algunas regiones aún se usan las bombachas batarazas. Y no hay nada que de más orgullo al hombre de campo que lucir sus galas tradicionales en los días de fiesta. Mi capataz usaba jeans, claro; pero aún quedaban en él (como todos sus iguales) los rastros deliciosos de la infaltable boina en la cabeza, camisa abierta y remangada, cinto ancho de cuero rústico, pañuelo al cuello y botas hasta la rodilla.
(uich, habría material como para varios relatos más)
A propósito, éste era el relato que me habías pedido publicar, verdad? supongo que sí.
Santi,
Bienvenido!!!! Adoro Mendoza y su gente, (tengo varios amigos mendocinos!!!), ponete cómodo, estás en tu casa, y volvé todas las veces que quieras.
Turco,
Mi Luis, al igual que tu Luis María (vaya coincidencia), también era un heterazo de aquellos que uno sabe que serán siempre inalcanzables -salvo en la fantasía de un relato, por ejemplo, o en el calor irrefrenable de una paja- y que seguirán estando allí en ese lugar tan querido de nuestros recuerdos.
Mi amigo, el dueño de la estancia, tenía la teoría (que yo no compartía) de que Luis, en una situación especial como, por ejemplo, la escena de la laguna o en la soledad del trabajo entre hombres; tal vez se animara al sexo entre machos. Y estuvo muchas veces tentado de intentar al menos alguna insinuación, cosa que nunca hizo. Pero tenía esa impresión de él. Vos que creés? No sé. Creo que a veces nuestro deseo de que las cosas sean como queremos que sean nos juega una mala pasada. Esos deseos han inspirado en mí muchos relatos como éste, relatos en los que concretaba lo que no me animaba a concretar por otra vía; en que para escribirlos partía de un hombre real pero, dueño absoluto de la trama al volcarlas en el papel, seguía en pos de esas irrealidades (tal vez no tan absurdas), para "torcer" en la ficción lo que no se podía dar en la realidad.
Cuando escribí esta historia no te conocía. Y ahora, que vuelve por medio de este blog que nos reúne, me alegro mucho de que, comprendiendo la vida de campo al estar inmersa en ella, te haya gustado tanto este cuento.
Me emocioné mucho al leer tu comentario, uno de los más bellos y atentos de los que este pobre relato pudo obtener desde que vio la luz, porque sentí que todos mis guiños, y las palabras empleadas aquí (que no salieron más que de mis lejanas visitas a aquella estancia que quise tanto, y a la conversación con su gente sencilla y laburante) fueron comprendidos a la perfección.
Quiero agradecerte mucho todo lo que me decís, sobrinito, porque cuando lo expresás así, tan con el corazón en la mano, me mostrás y nos mostrás a todos la hermosa sensibilidad que forma la esencia de tu persona.
Deepsouth,
ResponderEliminarSonrojar??? A tí también, hijo mío????
Uich.
Espera a cuando cambies tu avatar mostrando alguna de tus zonas erógenas, y verás lo que es sonrojarse...!
Don Pepe,
Ay, ay, ay... hoy, inevitablemente es día de emociones.
Y de admiraciones!, frente a tan precioso comentario, al arte de tus palabras sencillas, sentidas y bellas. Estas son tocantes, y mucho, tanto que el peligro de su letalidad llegaría a espantar hasta el más insensible de los hombres. Lo sabes, verdad?
Bienvenido, Don Pepe, nos hacía falta un verdadero cultor de la palabra.
Ahora, del colorín en cuestión no dispongo mucho material. Si alguno sabe por donde buscar ese tan hermoso trasero... será recompensado con mi más sincero agradecimiento. (y con mi post, je)
Me encanta este cuento. Lo lei muchas veces en tu antiguo blog y no hay forma de no imaginar esos lugares y esos personajes. Felicitaciones!
ResponderEliminarOjala que el cuento del proximo mes tambien tenga paisajes rurales, caballos y obvio un capataz jaja
Saludos,
Germán
Magnífico. Enfáticas felicitaciones.
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