“Sus muslos bien fo rmados y de una redondez florida y brillante, que disminuía un poco hasta llegar a la hermosa armazón, en cuya parte inferior no podría fijar los ojos sin ciertos vestigios de terror y algunas tiernas emociones por aquella terrible máquina que no hacía mucho había penetrado con tal furia dentro de mí para invadir, desgarrar y casi destruir aquellas tiernas partes mías, que todavía no se reponían de los efectos de su iracundo ataque. ¡Pero había que verla ahora! Con la cresta caída, apoyando su roja cabeza a medio cubrir sobre uno de los muslos; tranquila, dócil y en apariencia incapaz de las travesuras y crueldades que había cometido. Luego, aquel hermoso nacimiento de hilillos ensortijados, cortos y suaves, que rodeaban su base; su blancura, los arbolillos de sus venas, la flexible suavidad de su tronco al yacer lánguidamente acortado, contraído hasta su mínimo grosor, sostenido entre los muslos por su apéndice globular, esa prodigiosa bolsa de tesoros, s...