El Palacio Aráoz VI
Capítulo VI – Cinco machos desnudos
Mis primeros días en la mansión habían
sido muy agitados. Pero al cabo de un mes de estar allí, empecé a sentirme como
en mi casa, ya que principalmente me llevaba muy bien con Hipólito y la verdad
que la mayoría de mis compañeros resultaban ser extraordinarios. Hasta
Reinaldo, que había mostrado su hosquedad al principio, me trataba un poco
mejor ahora.
Un día que el Sr. Gutiérrez consideró que
el sector que tenía a mi cargo no necesitaba servicio, me fue encomendado hacer
una limpieza general en el patio y sala de estar del garaje. Allá fui con mis
utensilios. Las dependencias del garaje contaban con un baño grande y una sala
donde los choferes y mecánicos tenían unas cuchetas para descansar, un patio
cerrado en donde generalmente se lavaban los autos y un pequeño taller. Cuando
llegué, me recibió Leandro, el chofer personal del Doctor. Manolito, el otro
chofer, estaba saliendo del baño, y nos dijo a los dos:
-¡A qué no saben lo que están haciendo el colorado
y los chicos...! – se refería a Nicolás y los más jóvenes, Basilio y Rolo.
-¿Y ahora qué pendejadas se traen entre
manos? – contestó algo alarmado Leandro.
-¡Están en el patio dándose una remojada
con la manguera de lavar los autos! ¡Vengan a ver!
-Bueno, con este calor, es comprensible – dije
sonriendo.
-¡Es que están todos en pelotas! – gritó a
carcajadas Manolito.
-¡Mierda!, a estos boludos los van a echar
a la calle... – dijo Leandro, saliendo con Manolito hacia el patio.
Me asomé con ellos y presencié una escena
de lo más interesante. Nicolás, Basilio y Rolo, se perseguían como niños por
todo el patio, jugando con el agua entre baldes y mangueras. Salvo que no eran
niños. Eran hombres y estaban de lo más divertidos corriendo y saltando ¡completamente
en pelotas!. Me quedé en el umbral de la puerta, extasiado ante tanta
masculinidad expuesta, viendo como Leandro intentaba poner un poco de orden
adultamente. Fue recibido con un chorro en plena cara que lo dejó empapado.
Manolito se dobló de la risa y todos festejaron la audacia.
-¡Eh, que me mojás el uniforme, boludo! –
gritó Leandro que trataba de secarse.
-Sí, tiene razón. Paren un poco, che, ya
está bien... – empezó a decir Manolito poniéndose serio. Por toda respuesta
recibió un baldazo de agua. Manolito, con la respiración cortada, y totalmente
empapado, salió corriendo para darle su merecido a Basilio que escapó
hábilmente como una liebre. Se hizo una pequeña guerra entre los que estaban
vestidos y los desnudos, y entre risas y gritos, los sin ropa estaban llevando
la delantera, además de ganar en número. Yo miraba todo muy divertido, y
encantado por ver a esos hombres sin pudor alguno. Cuando Leandro y Manolito vieron
que llevaban las de perder se detuvieron resignados.
-¡Joder!, ¡A la mierda con la ropa, si ya
estamos hechos sopa! – dijo Leandro. Se los veía muy alegres y se podía ver que
todos conformaban una cofradía muy amistosa. Leandro se quitó rápidamente el
uniforme y sólo quedaba Manolito que ya se estaba quitando la camisa chorreante
de agua. Cuando todos estuvieron en bolas, se calmaron un poco, haciendo bromas
y chistes, sin dejar de reír, pero extenuados por las correrías y las
persecuciones, por lo cual se abandonaron a disfrutar del agua y del sol que
los bañaba por completo.
-¡Ah! ¡El agua está deliciosa! – vociferó
Leandro echando la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados bajo el chorro de
agua que le arrojaba Nicolás. Manolito se tiraba baldes de agua sobre la
cabeza, sacudiéndose y sin dejar de reír. Los jóvenes los miraban, extendiendo
sus cuerpos al sol.
Hipólito me había hablado sobre este
grupo. Eran los choferes del Doctor Aráoz, su rabajo era llevar y traer adonde
fuese a todos los innumerables visitantes de la casa y además hacer el
mantenimiento de los coches de la casa, todos automotores de última generación.
Los dos mayores eran Leandro y Nicolás, el pelirrojo. Tendrían unos cuarenta
años. Les seguía Manolito, algo menor. Ellos estaban casados y eran padres de
familia. Basilio y Rolo rondaban los veinte años, y noviaban con dos empleadas
de la casa. Leandro era el líder natural de todos ellos. Anatómicamente
también, pues de los cinco, era el que tenía el miembro más grande. Era
robusto, de pelo rizado y con piernas y brazos muy sólidos.
Leandro era el líder natural de todos ellos. |
Me fascinaba verlo en
toda su desnudez, era un hombre muy masculino. De pelo en pecho, desde el
centro de los pectorales donde tenía algunos pelos más blancos, descendía una
hilera que bajaba dividiendo en dos su cuerpo, ensanchándose un poco en el
abdomen y volviendo a cobrar fuerza en toda la zona del pubis, donde los pelos
se entroncaban con los de sus muslos y piernas.
Manolito, el más alto de todos, era un
pedazo de hombre en todo sentido. Sus ancestros gallegos habían brindado al
grupo el cuerpo más peludo. Era un oso que derramaba testosterona desde toda su
humanidad. Pecho, espalda y miembros, estaban recubiertos por gruesos y largos
pelos muy negros, que formaban dibujos circulares entorno a cada sector. Tenía
un cuerpo envidiable. Su ancho pecho albergaba dos pectorales que parecían
tetas, gordas y turgentes. Su barba era tan cerrada que aún prolijamente
rasurada le sombreaba la cara intensamente. Sus cejas se juntaban en una, y a
diferencia de su cuerpo, sobre su cabeza, relucía una calva notable. Le colgaba
una verga más gorda que larga, que salía triunfante de su pelambrera selvática,
y los huevos sobrepasaban la longitud del pene, tan grandes eran. Cuando giraba
sobre sí mismo, me dejaba ver un culo blanco, pero oscurecido por la
frondosidad de su vello que se acentuaba entre los dos montes de sus nalgas. Su
raja era fenomenal. Dividía en dos partes un trasero de campeonato. Perfecta,
recta, profunda, me volvía loco el hecho de pensar en separarlas y hundirme
entre la selva negra de su largo y duro vello.
Le colgaba una verga más gorda que larga |
Nicolás tenía un cuerpo muy blanco. En
contraste con el gallego, este hombre a quien llamaban cariñosamente "el colorado",
no tenía vellosidad alguna, salvo pequeñas matas en sus axilas y un vellón muy
rojo que brillaba con el reflejo del sol rodeando su pija. ¡Hermosa pija!,
estaba circuncidada y la luz directa contribuía a que su rojo glande
resplandeciera. Tenía un cuerpo fantástico, con pectorales abultados, blandos,
algo puntiagudos y rematados por dos pezones casi anaranjados que siempre
parecían estar erectos. La cara de Nicolás siempre brindaba una sonrisa, con
una boca deliciosa y dentadura perfecta. Y lo que más llamaba la atención de su
expresión, eran sus eternos hoyuelos en las mejillas. Hipólito me había contado
que tenía una esposa actriz que era bellísima.
Basilio era el de la cara de niño. Pero si
bien sus rasgos pertenecían a un chico salido del jardín de infantes, lo que
seguía era un cuerpo de macho infartante lleno de músculos y pelos. Sí, a pesar
de sus 20 años, su vello espeso marcaba todas sus líneas. Dos grandes pezones
emergiendo de ese matorral atraían la vista inmediatamente. Su miembro no era
muy grande, y entre tantos vellos, a veces se perdía. Tenía esos culos
maravillosamente macizos, que se continúan con las curvas de los muslos de una
manera realmente armoniosa, escultural.
Se sentían libres, y con razón, pues ninguna mirada indiscreta los habría sorprendido. |
Rolo era el más pequeño de todos.
Físicamente estaba muy bien proporcionado pero todo en él parecía chiquito. Su
rostro era muy bello. Nariz pequeña, ojos muy claros y de grandes pestañas, un
ensortijado pelo castaño, y boca sensual y varonil. Llevaba una barba bastante
cuidada que le marcaba aún más sus rasgos notables. Todo era pequeño en él, sí.
Pero entre las piernas, apenas disimulado por una mata discreta, se bamboleaba
un trozo de carne que en comparación con su cuerpo, era desproporcionadamente
grande. Además, era encantador ver colgar semejante pija por el sinnúmero de
movimientos, como si se tratara de una plomada o del badajo de una campana.
Y ahí estaba yo, mirando a esos verdaderos
sementales, a esos cinco machos desnudos que jugaban con el agua entre ellos
mientras la luz del sol los tornaba esculturales y como salidos de un cuadro pastoril.
Me reía de sus bromas, y me excitaba con sus cuerpos. Se sentían libres, y con
razón, pues ninguna mirada indiscreta los habría sorprendido, ya que el patio
estaba rodeado de cuatro paredes altas que lo aislaban de los parques de la
casa.
Leandro fue el primero que pareció
percatarse de que yo aún estaba en el umbral de la puerta. Me miró sonriendo y
le hizo un gesto al gallego, que se volvió para verme. Pronto los otros tres
repararon en mí, y se miraron también entre ellos. Yo me avergoncé un poco,
pues me sentía como alguien totalmente ajeno que venía a invadir esa hermandad.
Leandro, sacudiéndose un poco el agua que chorreaba de su cabellera, me dijo:
-¡Fermín!, ¿qué hacés ahí?, ¿porqué no
venís a refrescarte un poco?
-Qué más quisiera yo, pero Gutiérrez me
ordenó venir a limpiar.
-¿Gutiérrez?, pues aquí Gutiérrez no corta
ni pincha – dijo Nicolás.
-¡A la mierda con Gutiérrez! – dijo riendo
Manolito, que aprovechaba para bañar con la manguera la espalda de Leandro.
-No seas boludo, Fermín -dijo Leandro- no
querrás que se te moje el uniforme...
-¡... por accidente, claro! – rió Basilio
-Qué pena... el uniforme de Gómez todo
mojado... ¿qué dirá el mayordomo de eso? – bromeaba Rolo, imitando la cara
seria de Gutiérrez.
-¡Ok, ok, ok! – contesté finalmente – la
verdad es que hace un calor del carajo. Está bien. Pero me quedo solo un rato,
porque tengo que limpiar todo este chiquero.
-¿Chiquero? – se espantó Manolito -
¿vieron lo que dijo de nuestro hotel cinco estrellas? ¡Chiquero! – gritó
amenazándome con la manguera.
Entonces, siempre riendo a más no poder,
Basilio me tomó por detrás diciendo:
-Esto hay que aclararlo, ¿no, muchachos?
Manolito estaba a punto de empaparme con
la manguera, pero Leandro tuvo compasión de mí y dijo:
-Paren, paren, que Fermín puede tener
problemas en serio. Ya saben cómo es Gutiérrez con el cuidado del uniforme.
-Entonces ponete en bolas, Fermín, no seas
boludo y dejate de joder... – sentenció Manolito.
Llegué a pescar el guiño que Manolito le
hacía a Leandro cuando empezaba a quitarme la ropa. Todos se calmaron un poco y
algunos se sentaron en el piso para tomar sol, observándome. Quedé
completamente desnudo en un minuto, sonrojándome un poco por quedar tan
expuesto ante todos. Mi pija estaba morcillona, por lo que intentaba cubrir –
en vano – parte de mi sexo al igual que mis miradas ya involuntarias.
-¡Así está mejor! – dijo Leandro que no
tuvo empacho en mirarme de arriba a abajo.
-Sí, mucho mejor – dijo Nicolás, ya un
poco más serio y mirando mi cuerpo desnudo.
Entonces vino Basilio y extendió la
manguera sobre mí. El agua fría me hizo estremecer involuntariamente, pero
enseguida sentí el maravilloso alivio en ese calor agobiante. Nos sentamos en
el piso de baldosas, apoyándonos un poco en una de las paredes y recibiendo los
rayos del sol sobre nuestros cuerpos. Estaba rodeado de cinco vergas hermosas,
mojadas, que cada tanto se sacudían con algún movimiento o cambiaban de
posición según lo que alguna mano descuidada quisiera. Era una delicia estar
así y sentir la leve brisa refrescante. Fue Manolito el que rompió el silencio.
-¿Cuándo tenés el próximo servicio,
Leandro?
-Hoy por la noche. Tengo que pasar a
buscar a dos amigos del Doctor que vienen a cenar.
-Yo ya limpié el interior del Mercedes 1 –
dijo Rolo con los ojos cerrados.
-¿Entonces no hay más trabajo hoy? –
preguntó Nicolás.
-No – contestó Leandro – ¿vas para tu casa
después?
-Sí. Aunque no me dan muchas ganas.
Viviana sigue con sus historias. ¿Podés creer que hace dos meses que no cogemos?
-¡Ya salió el original! – sonrió Manolito
con los ojos cerrados - ¿Vos te creés que sos el único al que le pasa eso? Me
parece que aquí, los únicos que están cogiendo seguido son Basilio y Rolo.
-¿Qué querés decir? ¿Que nuestras novias
son dos putas? No te permito, che – rió Basilio.
-Pero admití que no es fácil, Basilio – se
lamentó Rolo – Gutiérrez las vigila muy bien, y salvo el día franco, en la
semana ni un besito siquiera.
-Mi mujer también me tiene jodido – empezó
a decir Leandro - ... y en casa, con los chicos, en fin, por un pretexto y
otro, nunca es momento para tener sexo. No sé qué les pasa a las minas.
-No sabés como estoy yo, hermano –
contestó Manolito – yo le soy muy fiel a la Sonia, y hasta respeto que ella no
tenga ganas de coger, pero, te juro que el otro día se me cruzó una de las
mucamitas nuevas, con esos ojitos, con esas tetas... ¡la Cecilia!
-¿Cecilia? – pregunté – ¿La novia de
Hipólito?.
-Esa misma – continuó Manolito – ¿vieron
las tetas que tiene? Es una hembra de verdad, y cuando se te cruza, parece que
te estuviera invitando a la cama con la mirada que te manda. Si cuando me
acuerdo... bueno, mejor no sigo, porque...
-Porque creo que te estás poniendo al palo
– dijo riendo Leandro mirando lo mismo que yo. La pija de Manolito se había puesto
un poco más gorda que lo normal.
-Pero yo te entiendo – dijo Nicolás –
Cecilia está muy bien, a mí también me pone a mil. El otro día estaba limpiando
la escalera de servicio, ¡Por favor!, desde abajo el panorama era infartante.
-¡Ah!, basta, basta... no sigas –
suplicaba Manolito
-Y se abría de piernas en cada sacudida...
¡Ah!, esa bombachita ajustándole todo...
-¿Nicolás, querés matarnos? ¡Pará, boludo,
que se me va a parar!– dijo Leandro llevando instintivamente una mano a su sexo
que comenzaba a levantarse.
-Ella me estaba matando con esa visión. ¡Y
se le veían los pelitos saliendo por el borde de la bombacha! Se ve que esa
mina no se depila...
–¡Hijo de puta!, pará, te digo - gritó
Leandro, tomando la manguera y dándole un chorro en plena cara a Nicolás.
Apenas de reojo, miré a Rolo que ya
presentaba una considerable erección. Su pesada cabeza se erguía hacia arriba,
mientras él permanecía con los ojos cerrados apoyado contra la pared, como
imaginando la escena de la bombachita. Manolito había abierto sus muslos. En
vez de ocultar su media erección, parecía como si hubiera querido liberarla. Al
ver su verga que empezaba a sostenerse sola, mi pija se levantó sin poder
evitarlo, pero ya no tenía vergüenza de mostrarla.
-¿Y ella no se daba cuenta de que la
estabas mirando? – preguntó Basilio, que era el único que aún no mostraba
cambio alguno en su verga pequeña.
-Mirá, yo creo que sí. Esa Cecilia me
parece bastante zorra. Hasta creo que lo hacía a propósito.
-¡Uy, qué puta debe ser esa mina en la
cama! ¿Hipólito te contó algo, Fermín? – preguntó Manolito secándose el sudor
de la frente y bebiendo un trago de agua directamente de la manguera.
-Sí. – contesté.
-¿Y qué esperás para contarnos? – gritó
riendo Leandro.
-Mirá como se le puso ya – dijo Basilio
señalando mi pija con su mirada – este sabe muchas cosas acerca de Cecilia, o se
las está imaginando.
Yo estaba así de duro no por Cecilia,
claro, sino porque la situación, estando rodeado de esos machos excitados, era
por demás cachonda. Entonces se me ocurrió inventar la historia más ardiente
que se me pudiera ocurrir para ver cómo reaccionaban
esos sementales pasados de abstinencia sexual. ¡En realidad, ellos me lo
estaban pidiendo!
-Contá, Fermín, contá – pidió Manolito, a
mi lado. Mi auditorio se puso a la expectativa, mirándome, como para no
perderse detalle de lo que iba a escuchar. Entonces comencé a relatar un
encuentro entre los dos amantes sin ahorrar detalles morbosos que en ese
momento se me iban ocurriendo. Como si Hipólito me hubiera contado de aquella
vez en el invernadero, di rienda suelta a mi imaginación haciendo una narración
elocuente, creíble y poniendo especial hincapié en la persona de Cecilia y sus
idolatradas tetas. Me sorprendió mi habilidad como orador, ¡o como
improvisador! pues cuando estaba en la mitad de la historia, me di cuenta de
que los cinco hombres estaban más que cachondos y me seguían mi relato atentamente
con exclamaciones, gritos y gestos como si se tratara de un partido de fútbol.
Al finalizar, comprobé que había cumplido con mi objetivo. Miré a Basilio y me
di por satisfecho, porque lo que antes tenía un tamaño insignificante, ahora mostraba
una dimensión esplendorosa. Si antes no había dado señales de vida, su pija
había crecido más del doble y se alzaba orgullosa como una lanza entre sus
piernas. Miré a mi alrededor. A mi lado, la verga de Manolito parecía una
estaca por lo dura. Nicolás también estaba al palo, y ni que hablar de Rolo o
Leandro.
-¡Joder, Fermín. Como me pusiste!
-No importa, Manolito, yo te voy a calmar
– dijo riendo Leandro, y tomó la manguera para echar el frío chorro sobre la
pija ensanchada a más no poder. Pero Manolito, en vez de apaciguar su calentura
con el agua, al contrario, abrió más las piernas y con una exclamación recibió
esos chorros estimulantes para su creciente excitación, como si se trataran de
masajes eróticos.
Todos se habían quedado pensativos y
calientes. Yo estaba a mil, por ver a esos machos en tal estado. Seguían
comentando el episodio, con frases obscenas o gestos grotescos. Reían, pero
también no perdían oportunidad para compararse los tamaños de los penes. Eso me
enloqueció. Ese ritual tan masculino de compararse y explorarse mutuamente, era
sencillamente fascinante, y yo estaba en medio de todo ese juego. Leandro
parecía muy entusiasmado en seguir mojando la verga dura de Manolito. Jugaba a
que el chorro lo golpeara violentamente, y el agua hacía las veces de un
hidromasaje localizado. Manolito se puso serio y miraba insistentemente el
chorro de agua, la mano de Leandro sosteniendo la manguera y su propio miembro
erecto.
-¡Parece que te gusta! – dijo Basilio, un
poco envidioso del tratamiento. Manolito se avergonzó un poco, porque si
hubiera respondido, habría tenido que admitir que sí, que le gustaba mucho.
Pero como el placer se lo estaba dando un hombre, prefirió callar
significativamente.
-Yo creo que le encanta – dijo sonriendo
Nicolás – ¡qué cabrón!
-¿Qué tiene de malo? - contesto Basilio –
a mí también me gustaría probar el chorro.
-No está tan mal después de todo, y yo
traigo una calentura de días... – balbuceó Manolito. El agua pegaba contra su
tronco macizo, despeinando y apartando los largos y gruesos pelos de su pubis,
y rebotando y salpicando a los que estábamos más cerca.
-En vez de achicarse, la pija parece cada
vez más una roca – aseguró Rolo, que empezó a tocarse los huevos naturalmente.
-Debe ser muy estimulante – dijo Basilio
mordiéndose el labio inferior y enjugándoselo con la lengua.
-¿Querés probar? – le preguntó Manolito
-¿Te parece? Mmmm... no sé...
-Vení – dijo el gallego, y tomando la
manguera en sus manos, apuntó el chorro a la entrepierna de Basilio. La verga
se ladeó un poco por la presión del agua, pero después resistió el embate
enderezándose más dura aún. Él lanzó un gemido de placer al contacto con el
agua que lo acariciaba. Manolito se esmeró en la tarea, mostrando un peculiar
interés. Y masajeó muy bien el glande, jugando con el prepucio. Llenaba la
cavidad con el agua, y acercando más la manguera, descorría la piel dejando al
desnudo el rosado glande. Lo hacía muy cuidadosamente, como sabiendo lo que
podía resultarle incómodo. Después siguió acariciando más abajo, para lo cual Basilio
abrió sus muslos, y el chorro le bañó las peludas pelotas, moviéndolas de un
lado a otro.
-Pero una mina no sabría donde darte el
mayor placer – dije yo.
-Es verdad – agregó Leandro – a veces
chupan muy mal. Yo nunca probé, pero dicen que un tipo la chupa diez veces
mejor que una mina.
-No sé, pero yo me estoy imaginando que me
está lamiendo la lengüita de Cecilia – dijo Basilio con los ojos cerrados.
Todos nos quedamos viendo la acción del agua
sobre la pija de Basilio, y cada vez estábamos más serios. Cada vez más
excitados. A esa altura, todos queríamos probar el efecto de la manguera, y
Rolo fue el primero en agarrarse la pija con la mano acariciándosela
lentamente. Basilio nos dijo:
-Tienen que probar esto, está muy bueno.
-¿Quién sigue? – preguntó Leandro.
Manolito no contestó, y directamente
cambió la dirección del chorro hacia mi pija, que era la más cercana a él.
Agradecí la gentileza con un gemido incontenible. Lo notable de la situación,
era que él me estaba mirando directamente a la cara. Sonreía, y me observaba
atentamente, como para corroborar el grado de placer que me hacía sentir. Todos
se acercaron para mirar más de cerca. Yo me abandoné completamente y en el
medio de todos, me abrí a sus miradas echando para atrás la cabeza, y
acompañando los fuertes impactos del agua con movimientos de pelvis. Cada tanto
volvía a observar a los cinco hombres que con disimulo se pajeaban lentamente.
Manolito seguía con su tarea de masaje acuático, y mi verga se movía con los
vaivenes de los chorros que cambiaban de ángulo todo el tiempo. Entonces,
Manolito apuntó un poco más abajo dando de lleno en mi ojete. Eso me
enloqueció, y casi sin pensarlo, giré sobre mí mismo, y me puse boca abajo
sobre mis manos y con las piernas flexionadas, lo más abiertas posibles. Apunté
mi trasero hacia la mirada de los cinco hombres.
Sentí una exclamación general al
ofrecerles la visión de mi culo totalmente abierto. Manolito no perdió esa
oportunidad y enfiló la manguera de lleno contra mi agujero. No quería dejar de
observarlos, fue así que me di cuenta cuando Manolito le entregó la manguera a
Rolo, y después a cada uno, por turnos, como si todos quisieran probar ese
masajeador y los efectos que producía en mí. Yo me retorcía de placer, y fuera
de sentir vergüenza, estaba totalmente entregado a esos machos desnudos y
hambrientos de nuevas sensaciones.
Apunté mi trasero hacia la mirada de los cinco hombres |
De pronto sentí el contacto de una mano
sobre mi nalga derecha. Era la de Rolo. Mientras se masturbaba, con la otra mano
intentaba abrir más mi culo. Me estaba tocando, y tal vez estaba tocando el
culo de un hombre por primera vez en su vida. No tardó mucho para que a esa
mano se le sumara otra en mi nalga izquierda. Era Nicolás, y entre ambos, me
abrieron los dos glúteos de tal manera, que ahora el chorro de agua se metía
completamente en mi interior, sintiendo como llegaba a mis intestinos. Mi ojete
estaba completamente dilatado, y el interior de mi culo se llenaba de líquido.
Por un momento se detuvieron, y entonces, como si se tratara de un enema,
expulsé toda el agua que me había inundado por dentro. El chorro salió
violentamente, impactando en los muslos de Leandro, que estaba justo detrás de
mí, arrodillado y con su verga levantada. Entonces él tomó la manguera y repitió
la operación varias veces, y en cada una, volvía a expulsar el agua
violentamente. Leandro se me acercó más y más.... y mientras seguía
masajeándome con el agua, su pija descomunal estaba a pocos centímetros de mi
ano ebrio de placer.
Nicolás y Rolo seguían abriéndome el ano
entre los dos, mientras Basilio y Manolito contemplaban la escena haciéndose
sendas pajas. Me dio mucho morbo ser el centro de atención de esos sementales.
Los imaginaba cogiendo con mujeres, por eso me ponía loco que fuera un hombre
el motivo de su excitación.
El agua había hecho su tarea, y mi culo
pedía más. En esa postura inequívoca, la pija de Leandro por fin posó su punta
como por descuido sobre mi ojete, abierto y suplicante. Solo tuvo que acercarse
un poco más para que su glande entrara en mi agujero. Todos siguieron la acción
con exclamaciones casi animales.
La excitación general era muy fuerte, y
naturalmente, yo me dejaba llevar, en una sensación de vulnerabilidad total
hacia esos hombres. Leandro se quedó quieto por un momento, entonces yo di el
primer envión hacia su pubis para terminar de ensartarme en ese carajo tan
duro. Retrocedí tragándome el falo de Leandro hasta la mitad. Aullé de dolor, y
pronto el placer reparó la sensación de molestia, creciendo en mí la necesidad
de ir por más. Fue cuando él avanzó en un sólido movimiento. Mi ano se amoldó a
su visitante y lo rodeó por completo. El pene de Leandro entró en toda su
extensión y yo sentí que mi cuerpo se partía por la mitad. Pero también mi
verga alcanzó un estado insólito de dureza, lo que encendía aún más mi deseo de
ser penetrado. Poco a poco se fue moviendo en mi culo, y comenzó un movimiento
parejo y enloquecedor. Me cogió por largo rato, sin tocarme. Solo era el
contacto de su pija con mi culo, y las manos de Nicolás y Rolo que ayudaban a
mantener mi culo abierto.
Leandro se detuvo y mirando a Manolito, le
cedió gentilmente el sitio. Después de esa enorme verga, mi culo ya podría
soportar a cualquiera de los falos allí presentes. De todos modos, Manolito
excedía en grosor las medidas de Leandro. Entrar no fue fácil, pero mi culo
nuevamente se adaptó al nuevo calibre. Miré la escena desde mi postura. Basilio
se acercó a Manolito y con la manguera bañaba la zona de la penetración. El
agua refrescaba nuestra unión y cada tanto Manolito me lubricaba con saliva
abundante. Basilio había apoyado una mano sobre el hombro de Manolito como para
ayudarlo en los movimientos. Lo miró fijamente y se centró en su peludo pecho.
Subió la manguera y también bañó los pectorales y los pezones del gallego. El
vello hacía remolinos, dibujos y vetas que se pegaban a esas dos grandes tetas.
Pasó lo que intuía, pues Basilio no pudo contenerse y llevó la mano que apoyaba
sobre el hombro de Manolito hasta su pecho, comenzando a acariciarlo
tímidamente. Tocó tenuemente sus pezones, y Manolito puso la mirada en blanco
llevando la cabeza hacia atrás.
Leandro los miraba atentamente,
comprendiendo que, entre juegos, se habían metido un camino que no tendría
retorno. El agua seguía chorreando por el enorme pecho de Manolito, y Basilio
ahora lo frotaba con indisimulada pasión. Leandro tampoco pudo contenerse y
para sorpresa de todos se sumó a las caricias de su compañero. Entonces,
Manolito, totalmente fuera de control, y bombeando siempre el interior de mi
ano, abrió los brazos, y atrajo hacia su torso a Basilio y a Leandro, que
quedaron aprisionados entre sus manos. Y Leandro fue el primero que se animó:
lentamente acercó su boca al pecho de Manolito, y se metió un pezón en la boca.
Manolito lo sujetaba por la cabeza, gritando de placer. Basilio no se quedó
atrás, y tomando el otro pectoral de Manolito como si fuera un pecho de mujer,
lo empezó a lamer pasando la lengua por los largos pelos. Maniobró sus labios
circularmente hasta llegar poco a poco a la punta deseada, gorda y carnosa.
Abriendo la boca desmesuradamente empezó a succionar ruidosamente el pezón de
ese macho en acción.
Cuando Manolito se detuvo para ceder el
lugar a otro, yo giré y me puse boca arriba para gozar mejor de la vista.
Nicolás se puso a horcajadas sobre mí y de un solo movimiento hundió su verga
hasta sus pelos colorados. Estábamos frente a frente y no podíamos dejar de
mirarnos a los ojos. Rolo se había puesto detrás de mí y yo descansé sobre sus
muslos abiertos. Él, imitando lo que acababa de ver, tomó mis dos pezones en
sus manos, y comenzó a acariciarlos, provocándome un placer enorme. Nicolás se
acercaba cada vez más a mí, y nuestras caras quedaron a pocos centímetros de
distancia. Por sobre su cabeza pude ver a Manolito, Basilio y Leandro, muy juntos,
muy abrazados entre sí. Se estaban dando una sesión muy intensa de caricias.
Todo sucedió de una manera muy natural: en un momento se miraron a los ojos
unos a otros, acercaron sus bocas, y se unieron en un beso apasionado, mientras
sus vergas se chocaban entre sí. Fue en ese momento preciso que Nicolás cayó
sobre mi boca y me besó invadiéndome con toda la longitud de su lengua. Él miró
a Rolo, que lo contemplaba extasiado y también subió buscando su boca. Rolo lo
recibió gustoso y ambos se inclinaron para unir su beso a mis sedientos labios.
Cuando Nicolás dejó mi culo, sentí mi ano
contraerse buscando algo con que llenarse otra vez. Basilio advirtió esto y
tomándome de las piernas, las apoyó sobre sus hombros apuntando su miembro a mi
zona más íntima. Nicolás mojó mi agujero con la manguera y Basilio la embadurnó
con un poco de jabón del que usaban para lavar los tapizados, entonces la punta
de su verga enfiló hacia mi interior, desgarrándome de placer. El cuarto macho
me la estaba dando por el culo, y yo me arqueaba bajo el beso de Rolo, que
seguía martirizando mis tetas.
Manolito y Leandro se pusieron a mis
costados, enfrentados y arrodillados. Con las dos vergas en alto, se abrazaron
y se besaron largamente. Entonces con cada una de mis manos, tomé sus pijas y
las empecé a pajear. Me miraron atónitos, pero llenos de deseo se volvieron a
unir en un beso desaforado. Rolo cambió de posición y fue a esperar su turno de
penetrarme. Sólo faltaba él. Pronto Basilio dejó el caliente sitio a su
compañero. Rolo me penetró ávida y ansiosamente, de una manera que me hizo
pensar que se iba a derramar dentro de mí en cualquier momento.
Entonces pasó algo que me hizo enloquecer.
Decididamente, Leandro hizo un gesto a todos, y entre él, Manolito, Basilio y
Nicolás, me levantaron en sus brazos y sin salir de mi ano Rolo quedó de pié
con la nueva postura. Los cuatro hombres me hacían un lecho de brazos en el
cual yo descansaba sobre mi espalda. Mientras acariciaban mi musculoso pecho y
peinaban mi fino vello, Rolo seguía taladrándome con su falo prodigioso.
Sostenido por ese colchón de brazos, manos y músculos que ayudaban con rítmicos
movimientos a la impetuosa penetración de Rolo, yo estaba más que en la gloria.
Exhausto, Rolo salió de mi culo cuando
sintió que iba a acabar. Entonces los cuatro hombres me depositaron de nuevo en
el piso y me rodearon con sus miembros en la mano. Todos se estaban masturbando
alrededor mío y como acercaban las pijas a mi cara, me incorporé un poco y fui
metiéndomelas a todas en la boca, saboreando repetidamente cada una, probando
sus diferentes texturas, tamaños y grosores.
Leandro, en el colmo del delirio, lanzó un
grito descontrolado, y su verga me llenó de semen todo el pecho. Rolo siguió a
su líder, con chorros como latigazos; Basilio y Manolito se corrieron juntos,
mirándose uno al otro, y yo eyaculé junto con Nicolás.
Estaba totalmente cubierto de esperma en
el medio de un olor tan masculino como embriagador.
Miré uno a uno a mis nuevos amigos, que
poco a poco volvían a serenarse. Estaban hermosos, bajo el esplendor de sus
cuerpos agitados y mojados.
Desde el interior, nos volvió a la
realidad el sonido intermitente del teléfono interno. Basilio se levantó
rápidamente y fue a atenderlo, no sin cierto pudor. Levantó el tubo, balbuceó
con extraño tono "garaje", y escuchó expectante. Luego, sacando medio
torso por la ventana, dijo:
-Gutiérrez quiere saber si Fermín ya
terminó.
Nos miramos con una tierna sonrisa,
cómplice y fraterna.
Continuará...
Acabo de descubrir hace poco tu blog y debo felicitarte por el, tienes una capacidad asombrosa para expresar la emoción y el placer. Me tendrás impaciente al igual que a los demás por tus futuras historias.
ResponderEliminarSinus,
ResponderEliminarEs un placer darte la bienvenida!!, y me alegro mucho de que te guste el blog. Estás en tu casa.
Saludos.
Salú la barra!
ResponderEliminarEste capítulo estuvo removido!
Al protagonista se la re-movieron! jajaja.
Altro que las telenovelas turcas, que Onur ni que Onur!!! ( de paso que bueno que esta el turco!Primo mio tenia que ser! jajaja)
Waw a Fermín le salieron el Calbuco , el Chaitén y todos los volcanes juntos de adentro!
Lo que peude una manguera! Yo me conmpre hace poco una nueva y mide muuchos metros de largo..ya que el otoño no viene me voya poner a jugar con ella! jajaja
Besos para todos.
Hoooola!
ResponderEliminarLo que me gusta de este capítulo es el morbo que se da entre hetero, casados, calientes y sin coger. ¡Qué mejor combinación para ensartarse a uno... o ser ensartado!
Ese erotismo en ese macho que se reconoce y se comporta como tal, pero que en un situación de juego va más allá. Cuantas nalgadas entre futbolistas, o agarradas de paquetes entre albañiles o despertar juntos entre arquitectos, después de una larga noche dibujando el proyecto, o de una borrachera en la obra.
Sí, hay que dejar que las esposas visiten a los suegros por un buen rato o les duela la cabeza seguido. Jeje
Turquito,
ResponderEliminarCómo vas con la manguera???
Después contanos...
Don Pepe,
Delicado límite el de la heterhomosexualidad (acabo de inventar la palabra)
La historia de una manguera...
ResponderEliminarEl calor de esta primavera que parece verano en este hemisferio, hace que empatemos estaciones con el sur donde su otoño se resiste a llegar.
Esos juegos con agua son deliciosos, y lo más delicioso es que se den sin la influencia de Baco, así jugando, riendo, felices, mojándose, tocándo....
¿Porqué limitarse? Es la pregunta que se hace en el aire, ¿porqué no expresar un carió hacia mi compadre...un abrazo, un toqueteo riendo, un beso y algo más?
No hay nada más libre que un hombre que no maneje certidumbres de lo que es. De un hombre que sabe del principio de incertidumbre en la física y en las relaciones sociales. De un hombre que maneja probabilidades y como tales puede correr la suerte de ganarse la lotería y disfrutar lo que la vida le ofrece.
Sí Turquito, sigue jugando. Ya me desnudo para unirme a usted y reír como enanos y disfrutar con tu banano...digo con tu manguera. Jeje
Besos
Aaaaaaaaaaaaahhhhhmmmm!!! Un día caluroso, agua fresca y varones ardientes... Elementos perfectos cada cual por su lado; juntos son la hecatombe de los placeres, señores!
ResponderEliminarEse condenado pillo suertudo de Fermín es cada vez más y más digno de mis envidias. ¡Está pasando revista con todos los varones de esta peculiar residencia! Que para colmo de bienes... ¡están todos mucho más que sabrosos! Este relato puso a trabajar a mi capacidad de visualización de una forma espectacular... No sólo eres un buen pintor de escenas, mi querido Gaucho de Oro; ¡eres un provocador de orgasmos mentales! De ésos que uno inevitablemente deben convertirse en textuales porque el cuerpo reacciona de inmediato a los estímulos que recibe de la mente.
¿Así que están jugando con la manguera, pingos? Yo aquí, al igual que el buen Fermín, los veo desde la puerta; sonriendo de una forma realmente evidente y esperando que reparen un momento en mi... ¡Quién no me dice que puedo correr con la misma suerte que él! Ya me toca, ya me toca... Jejeje.
¡Abrazotes mojados (y con arrimones incluidos) para todos!