En la gloria

Tiempo atrás, como inevitable variante de mis andanzas por las teteras de Buenos Aires, de tanto en tanto, me dejaba subyugar por el encanto irresistible de esos agujeros en los baños públicos. Eran pequeños huequitos que, gracias a pacientes trabajitos de perforaciones continuas, aparecían en las mamparas divisorias de los retretes conocidos. No pasaban de uno o dos centímetros de diámetro. No eran más grandes que eso, por lo tanto nada podía pasar por ahí, salvo la fisgona mirada de algún ávido espectador tanto de un lado u otro. A veces, los agujeritos apuntaban estratégicamente a los mingitorios, regalando un avistaje privilegiado sobre las vergas que por allí desfilaban. Me maravillaba que el cálculo justo de la perforación diera siempre la altura perfecta y otorgara el mejor ángulo posible de visión. Los códigos eran claros. Del otro lado, el hombre podía saber si estaba siendo observado o no, porque para quien entendía, el juego de luces y sombras era muy evidente, entonces la reacción era inmediata, comenzando un delicioso juego masturbatorio y exhibicionista. La sesión terminaba cuando el agujerito era rellenado con un taponcito de papel higiénico. Muchas veces, al volver de nuevo  a esos palcos donde el anonimato estaba protegido, uno se encontraba de pronto con que los huecos habían sido rellenados y obturados por los dueños del local, ¡oh!, lo que hacía que el peregrinaje en busca de nuevas ventanitas, recomenzara una y otra vez. Nunca, debo reconocerlo, practiqué el arte del glory hole, más allá de los excitantes contactos logrados, sí, por el espacio que quedaba por debajo de las mamparas. Debo decir que eso, no sé por qué, me daba más confianza que si hubiera tenido que  meter mi pene a través de un agujero. Miro ahora las escenas de esta galería como verdadero espectador, sin haber pasado por la experiencia de haberlas vivido, pero, lo que veo, me atrapa y me gusta, las imágenes me dejan el recuerdo de lo que mi juventud buscaba en esos paseos por los baños de la ciudad. Pero ese tema, amerita otro post.




 







































































Comentarios

  1. Uuuuuuffff!!! A mí no me ha tocado conocer ni uno ni otro! Ni de los huecos que son sólo para ver ni de los que son para presentar armas. Tampoco he tenido suerte en los mingitorios porque parezco de pánico escénico a la hora de descargar... y cuando uno va a esos lugares por lo general es con esas claras intenciones. Aunque tampoco me ha tocado ver gran cosa por esos lares.

    ¿Pero acaso eso quiere decir que nunca he tenido mis momentos de placer en los servicios? ¡Por supuesto que no! Los baños de hombres son perfectos para ir a tener buenos fajes, dar unos buenos besos cuando las ganas lo exigen y el lugar no lo permite... Es un placer inexplicable darle rienda suelta al deseo teniendo de por medio el temor y el peligro que da un ambiente clandestino! Qué buenos recuerdos de aquellos momentos... ¡Habrá que salir a provocar algunos nuevos!

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  2. Ah!, me encantó lo del "pánico escénico". Pero, Manu, querido, precisamente cuando uno va de teteras, lo menos que hace es mear.
    En mi visita a México DC, recuerdo haber visto a un compatriota tuyo en los baños del Museo Nacional de Antropología que no tenía ni un ápice de pánico escénico, por el contrario, le encantaba mostrar su precioso y antropológico falo erecto en el mingitorio contiguo al mío. Como aún no tenía una foto tuya, fantaseé con que serías vos. Será Manu? me dije. Pero no. (Don Pepe, tal vez???)
    Sí, qué tiempos aquellos. Tengo un pasado realmente rico (sí, muy rico), de baños públicos. Bien lejano, por cierto, pero allí está, en mi currículum. La verdad que ahora ignoro si en mi ciudad hay muchos agujeritos como en mi juventud. Pero había una época en donde pululaban. La cantidad de agujeros era directamente proporcional a la sordidez del baño. Ya hablaré de eso en otro post que estoy preparando. Curiosamente, esas perforaciones de voyeur pululaban en las épocas prohibidas. Me refiero a la dictadura militar, donde, realmente era muy peligrosa la actividad en los baños. Era como si bajo tanta censura, presión, cero libertad, mataputos, y persecución homofóbica (de toda la sociedad), fuera más que nunca necesario ingeniárselas para tener al menos un desahogo ante tanta barbaridad. Situaciones tristes. Pero, asimismo, inexplicablemente, excitantes.
    Volveré sobre este tema, prontito.

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