El cuentito de fin de mes
- Secreto de Confesión -
(N. del A.: Este relato puede herir
la sensibilidad de algunas personas)
El hombre con negra sotana atravesó la
iglesia, haciendo una leve genuflexión al mismo tiempo que se santiguaba al
pasar frente al altar. Entró al confesionario y cerró la puertecita y la breve
cortina tras de sí.
Enseguida unas pocas personas se acercaron
al rincón oscuro, organizándose tácitamente en una fila para recibir la ansiada
absolución.
En un lugar apartado, un muchacho
permanecía de rodillas sobre el reclinatorio. Él aún no se decidía. Pero la fila no
era muy larga, tendría unos minutos para pensarlo. Poco a poco el tiempo fue pasando y por el confesionario fueron
transitando esos pocos fieles que después iban a purgar sus pecados de cara al
altar mayor, recitando en voz baja sus penitencias.
Después de un rato ya no quedaba nadie. El
cura se asomó a través de la cortinita para ver si quedaba alguien por
confesar. Entonces el muchacho lo vio. Es el cura más joven, el gallego, se
dijo. Si hubiera estado el cura viejo, habría salido corriendo de allí, pero
ese le caía bien y tal vez podría entenderlo mejor. Eso le hizo tomar coraje.
El religioso -alto, de tez muy blanca, con
unos pequeños lentes dorados y una morena cabellera enrulada algo canosa- ya se estaba
yendo cuando el muchacho abandonó el reclinatorio y se apresuró a presentarse
ante él.
-¡Padre, padre!
El cura se dio vuelta y observó de arriba
a abajo a ese muchacho algo asustado que lo miraba interrogante.
-Ah ¿eres tú?, dime, hijo.
-¿Ya se va? Es que quisiera confesarme...
El cura asintió con esa resignación
perenne de los religiosos y lo invitó a arrodillarse volviendo a entrar al
confesionario.
-Has crecido. ¿Cómo están tus padres?
-Bien.
-¿Y tu tía Edelmira?
-Sigue buscando novio... aunque a su
edad...
-Bueno, bueno, comencemos.
El muchacho miró para ambos lados, como
queriendo corroborar que nadie podía oírlo.
-Perdóneme padre, porque he pecado.
-Hace bastante que no vienes por aquí,
¿verdad? - musitó, con su acento español.
-Un poco, padre.
-Bueno. Te escucho, hijo mío.
-Mire que he pecado mucho, ¿eh?
-¿Ah, sí?, no me digas...
-Si no le digo, no sé cómo va a saber lo
que hice.
-Estoy aquí para escucharte - dijo,
divertido por la desfachatez ingenua del joven.
La voz del cura sonaba calma, segura y
acariciante a la vez. Esto animó algo al muchacho, que no dejaba de temblar por
lo que iba a contar, nervioso aún por abrir su corazón ante ese extraño.
-Padre. Estoy muy confundido.
-¿Por qué, hijo?
-No sé que está bien o que está mal. Tal
vez usted me lo pueda decir...
-Pues, muchacho, cálmate y como siempre
digo, empecemos por el principio.
-Sí... no sé si podré calmarme, es que...
-Tranquilo. Cuéntame todo. Y no olvides
que Dios te quiere porque eres su hijo y Él te perdonará siempre.
-Ahí está la cosa. De eso no estoy tan
seguro. Yo ya no sé lo que es perdonable y lo que no.
-Pues calma, hijo, que de eso me encargo
yo, con la ayuda del Señor.
-Sí, disculpe, tiene razón. ¿Usted cuántos
años tiene?
-¿Qué has dicho?
-Usted no es muy viejo, ¿verdad?
-Virgen Santa, ¿a qué viene semejante
pregunta?
-Digo, usted es viejo, ya lo sé, pero no
es tan viejo como el otro cura que es más viejo, ¿no?
-Pero... ¿por qué quieres saber mi edad?
-Porque me parece que alguien joven me va
a entender mejor. Sea bueno y dígame cuántos años, padre ¿sí?
-Tengo cincuenta y dos.
-¡Uf!, es una bocha de años.
-¿Qué?
-Uy, perdón. No quise ofenderlo. Sí, son
un montón, pero bueno, creo que es de los más jovencitos aquí. Tal vez
funcione.
-A ver, hijo, que nos vamos de tema. Si
quieres que tu confesión "funcione", por favor, concéntrate y
recógete.
-¿Qué dice?
-Que el sacramento de la confesión no se
puede tomar a la chacota. Requiere más espiritualidad de tu parte.
-Ah, le había entendido otra cosa.
-Dime ¿cuánto tiempo hace que te has
confesado por última vez?
-Hace un año. A ver..., no, un año y
medio... ¡no!, debe hacer dos años... creo...
-Hijo mío, ¿tanto tiempo ya?, a ver si
procuras venir más seguido por aquí. Y dime ¿qué pecados has cometido?
-Bueno, a veces falto al colegio y me
quedo vagando por la calle.
-Ajá...
-Y no me gusta estudiar. Me gusta dormir
hasta tarde y...
-Y...
El muchacho sabía que estaba evitando
contarle al cura lo más importante.
-¿Cuántos años tienes?
-Ah, ¿ve?, ahora es usted el que se quedó
con la intriga de la edad...
-Hijo... ¿quieres responder, por favor?,
concéntrate...
-Sí, disculpe. Voy a cumplir dieciocho.
-Ya eres todo un hombre... como pasa el
tiempo. ¿Tienes novia?
-Todavía no.
Sí. Él sabía que le haría esas preguntas.
Todo llevaba al mismo lugar. Empezó a intranquilizarse.
-¿Hijo mío, has cometido actos impuros?
-¿Qué?
-Digo, si le has faltado el respeto a tu
cuerpo...
-No entiendo...
El cura volvió a controlar su paciencia.
-Vamos, hijo... ¿se puede saber qué es lo
que no entiendes?
-No entiendo lo de los actos impuros.
-Quiero decir si te haces la paja.
El muchacho supo que el cura de pronto
había llegado al punto tan temido.
-Sí - respondió resignado.
-¿Cuántas veces a la semana?
-No sé.
-¿Cómo "no sé?"
-Bueno, a veces me toco un poco, y otras
veces me hago varias al día. Pero, le mentiría si le digo una cifra exacta,
porque la verdad es que no las conté nunca.
-¿Estás solo cuando te la puñeteas?
-¿Cómo?
El cura respiró hondo y volvió a
preguntarle más calmo.
-A ver... cuéntame que es lo que haces
cuando te pajeas.
-¿Qué? ¿Tengo que contarle?
-Hijo... ¿cómo quieres que Dios te perdone
si no me cuentas todo lo que te pasa?
-Tiene razón padre, es que...
-Cuéntame, sin miedos. Veremos a ver.
-Bueno, a veces estoy en el baño, voy a hacer
pis y la tengo dura.
-Ajá.
-Entonces no puedo evitar tocármela y
bueno... usted sabe...
-¿Qué, hijo?
-A veces estoy caliente y... largo la
leche ahí.
El cura no pudo evitar abrir los ojos,
estupefacto, pero a la vez un poco divertido por la inocencia del muchacho. Sí,
una cierta ternura lo hizo interesarse por el jovencito y una curiosidad
extraña lo invadió al intuir la personalidad del muchacho. Enseguida quiso
saber más.
-Y ¿en qué piensas cuando te haces la
paja?
-¿A qué se refiere?
-Quiero, es decir, necesito que me cuentes
en que te inspiras para masturbarte.
-Bueno, ese es el punto.
-¿Sí?
-A veces pienso en alguna chica que
conozco... pero otras veces...
-¿A veces qué?
-Bueno, que sea lo que Dios quiera, ¡yo le
cuento! - dijo al fin, resuelto.
-Claro, hijo, esa es la idea, adelante.
-El otro día, por ejemplo, había tomado el
colectivo para ir hasta lo de un amigo y venía repleto de gente, como siempre.
Entonces a un metro de distancia, vi a un tipo como de unos treinta años que me
miraba. Era un hombre que me atrajo mucho, Padre, no sé lo que me pasó.
-¿Pero me estás diciendo entonces que te
atraen los hombres?
-Qué se yo. Yo le cuento, usted después me
dice.
-Creo que tienes la edad suficiente como
para saberlo tu mismo.
-No se crea, padre. Mi papá dice que
aunque pegué el estirón, y que a pesar de que me desarrollé rápido, mi cabeza
sigue siendo la de un niño medio retardado.
-Demuéstrame que no es así.
-Y..., no sé si podré...
-A ver, sigue, hijo mío - dijo el
sacerdote, con la mano sobre su frente.
-Bueno, resulta que el colectivo se iba
llenado de gente más y más. Y al rato, vi que el tipo ese que me miraba se iba
acercando hacia lugar donde yo estaba. Yo sentí que la pija se me empezaba a
parar. ¡Uy! ¡perdón, no debí decir eso..., estamos en la casa de Dios!
-No te preocupes, hijo. Yo ya estoy
acostumbrado al lenguaje que usan hoy en día los jovencitos como tú. Supongo
que cuando dices "pija" te refieres a la polla, ¿no es así?...
-No sé qué es la polla, Padre. ¿Vendría a
ser la esposa del pollo?
-No. La polla es como le decimos a la pija
en mi tierra.
-Qué gracioso. Bueno, para que me entienda
entonces, cuando vi que ese tipo se me acercaba, se me empezó a parar la polla.
-Sí, sí, ya entendí, pero puedes decir
pija, que te sigo perfectamente. ¿Así que se te empalmó? Por todos los cielos,
¡allá vamos...!
-¿Adónde, padre?
-Que es un decir, hijo. Pero tu prosigue
de una vez y no te disgregues, ¿quieres?
-Bueno. Como le decía, ya tenía la pija
dura. La polla, perdón. El tipo se las ingenió para acercárseme y yo sentí que
de pronto, estirando la mano, me agarraba el bulto.
-¿El paquete?
-No. Yo no llevaba ningún paquete. El
bulto, eso me agarró el guacho.
-Que ya entendí, hijo. Qué barbaridad...,
las cosas que suceden por los caminos del Señor.
-Bueno, en realidad era el camino a lo de
mi amigo, como ya le dije.
El sacerdote sonrió y tuvo que reprimir
una carcajada. El muchacho, que había notado eso, empezó a sentirse mejor. Ese
cura le daba confianza. Era evidente que iba desinhibiéndose poco a poco y sentía
que el religioso lo escuchaba con creciente interés.
-Y dime chaval... ¿Qué pasó luego?
-Luego... el tipo me empezó a bajar el
cierre de la bragueta.
-Dios mío, ¿eso hizo?
-Hoy la gente no tiene vergüenza. Increíble,
pues estaba atestado de pasajeros. Y él metió la mano y me agarró la pija.
Entonces... empezó a tocarme suavemente primero y después me bombeó más fuerte,
hasta lo miré suplicante para que no siguiera, pero el tipo siguió y cada vez
más acelerado. Se me acomodó desde atrás y yo sentía que me apoyaba el bulto en
mi culo. Podía sentir que el tipo estaba...
-Empalmado.
-No, estaba al palo, padre. Pero cuando le
digo al palo, le digo bien al palo ¿me entiende? se notaba que la pija se le
quería salir afuera, encerrada como estaba. Ese hombre seguía tocándome, el
movimiento del colectivo y los empujones de la gente hacían que mi pija casi
explotara con tantas frotaciones...
-¿Eso duró mucho?
-¿Que si duró mucho? ¡una eternidad, Padre!
no sé la cantidad de cuadras que habremos estado así, y cuando el ómnibus
frenaba, enseguida sentía como su pija se incrustaba entre mis cachas, a la vez
que su mano me apretaba más y más.
-No lo puedo creer.
-¿Cómo qué no? ¿O acaso no sabe como
manejan esos brutos?
-Hijo, que lo que no puedo creer es lo de
ese degenerado.
-¿Cuál de los dos? ¿el colectivero o el
tipo que me apoyaba?
-Ya. No importa. Sigue, hijo mío, que
pensaré que tu padre tenía razón.
-Ahí estaba yo, que, frenada va frenada
viene, estaba cada vez más ensartado. Su mano era increíble, ¡qué arte para
tocar pijas!, con decirle que sus dedos llegaron hasta por debajo de mis bolas.
No sé como lo hacía, pues como le digo...
-Estaba lleno de gente... ¡Válgame Dios!
-Sí, claro, pero en un momento creo que
nos olvidamos de eso y gracias a los movimientos del viaje, los sacudones y
todo eso, nos pusimos más que calientes. El tipo no dejaba de tocarme. Yo
estiré una mano por detrás y alcancé su entrepierna, entonces...
-¿Entonces?
-Padre, tenía una pija enorme, podía
notarlo a través del pantalón.
-¿Y qué hiciste?
-Y nada, ¿qué iba a hacer? lo toqué y lo
froté como pude. Entonces no pude aguantarme más y acabé en su mano, quedando
todo embadurnado con mi propia leche.
El religioso tenía la boca abierta. Apenas
pudo reaccionar, asombrado:
-Hijo, hijo..., ¿no pudiste controlarte?
-¿Controlarme? Supongo que los curas saben
controlarse todo el tiempo, padre, usted lo debe hacer todo el tiempo, usted
sabe, por eso de la castidad..., pero...
-¿Pero qué?
-Que yo no soy un cura, padre.
-¿Y entonces cómo te las arreglaste?
-Yo intenté disimular y entonces todo me
dio mucha vergüenza. Después el tipo se bajó, me guiñó un ojo desde la vereda,
y no lo volví a ver más.
-Bueno, hijo, degenerados... los hay en
todas partes...
-Es que usted no entiende, Padre. Él sería
un degenerado, todo lo que usted quiera, pero... ¿y yo? ¡yo quería que él me
tocara!. Esa noche, y al día siguiente, y al otro, me hacía la paja pensando
una y otra vez en esa aventura del colectivo... me acordaba de su pija dura
apoyándome el culo... y..., y...
El cura intentó que su voz no sonara muy
destemplada cuando le dijo que siguiera. Pues había empezado a sentir un raro
calor. Le pidió que le contara más:
-¿Te has masturbado en algún otro sitio
que no fuera el retrete?
-Generalmente en mi cama. Me gusta
desnudarme por completo, sentir mi cuerpo libre de ropas y tocarme por todo el
cuerpo. Tengo una pija bastante grande, el otro día me la medí. Dormida mide trece.
Pero cuando se me despierta alcanza los diecinueve.
Al oír esto, el cura tragó en seco.
-¿Diecinueve centímetros?
-Así es, Padre.
-Caramba, hijo. Eso sí que es un buen
tamaño - exclamó mordiéndose el labio, imaginando al muchacho desnudo en la
cama y sin poder evitar llevar una mano hacia su entrepierna. Tocó su miembro y
notó que se ponía duro. Pero se serenó una vez más y continuó diciendo:
-Sigue, hijo, para alcanzar el perdón
divino es necesario que me abras tu corazón.
-Sí, Padre, le prometo que lo abriré todo
lo que pueda. Siento que a usted puedo contarle mis cosas. Al principio tenía
miedo, pero veo que usted es muy comprensivo y me da mucha confianza. A veces
le he contado algo de esto a mi tío, que siempre se muestra muy interesado,
pero...
-¿Pero qué, hijo?
-El otro día me llevó a su departamento.
Yo le pedí que habláramos, que me sentía un poco confundido con algunas cosas.
Con mi papá no puedo hablar de sexo ¿sabe?. Siempre termina diciéndome lo
mismo: que use preservativos y que me cuide. Pero yo tengo tantas preguntas que
hacer...
-¿Y qué pasó con tu tío, hijo de mi alma?
-Pasó que me convidó un whisky, se sentó
al lado mío y me dijo que me relajara mientras él iba a ponerse ropa más
cómoda. Probé un sorbo de whisky y me pareció horrible. Iba a pedirle un poco
de coca-cola cuando lo vi venir con una bata muy corta.
-¿Una bata muy corta? - se regodeó el
sacerdote.
-Sí, Padre. No me diga que en España le
dicen de otra manera a la bata.
-No, hijo, ya he comprendido, sólo que
estaba un poco sorprendido. ¿Qué pasó entonces?
-La bata estaba abierta y yo veía ese
pecho todo peludo, entonces, él me dijo que me notaba un poco nervioso. Me
preguntó qué me pasaba. Le dije que no sabía muy bien, sin dejar de mirar como se
acariciaba lentamente los pezones por entre la fina tela de la bata.
El cura, oculto dentro del confesionario
desabrochó los botones inferiores de su sotana, desajustó el cinturón y
desabotonó su bragueta. Bajó un poco los pantalones y, franqueando la blanca
ropa interior, su miembro salió por entre las prendas. Estaba a media erección.
Era una verga gruesa y pesada rodeada de largos pelos negros. El peso hacía que
colgara como el badajo de una campana.
-¿Entonces, qué sucedió, hijo?
-Le dije a mi tío que tenía miedo de ser
gay. Miedo de que me gustaran los hombres.
-Sí... sí...
-Entonces, él dijo que lo mejor sería que
lo comprobásemos ahí mismo. Se puso de pie y desajustando la bata la deslizó
por entre sus hombros. ¡Mi tío quedó en pelotas, padre! ¿Se lo imagina?
-Sí, hijo, me lo imagino muy bien -
contestó, mientras empezaba a acariciar su verga morcillona.
-Me preguntó si me gustaba lo que veía. Ay,
padre ¿qué hubiera respondido usted en mi lugar? Yo vi ese cuerpo desnudo
frente a mí y me puse loco de excitación.
-¿Por qué? ¿Tanto te apetecía?
-No sé si me apetecía, pero me gustaba con
locura.
-¿Y cómo es tu tío?
-Mi tío es alto, con el pelo rapado,
bigotes anchos, tiene todo el cuerpo lleno de pelos y... no sé, todo en él me
gusta. Sí, me gusta, me gusta mucho. Padre, seguro que me iré al infierno por
eso. Pero si usted lo viera, me daría la razón. No, discúlpeme, no quise decir
eso, con todo respeto, padre. Lo que pasa es que todo el mundo lo adora. Sí,
mujeres y hombres por igual. Es corpulento y sus brazos musculosos y fuertes.
No pude evitar mirar su pija. Nunca había visto una pija parada, padre. Era
hermosa. Rodeada de esos pelos, ¡aluciné!
-¿En serio?
-Es que jamás vi una pija tan peluda. No
sabía que los hombres podíamos tener tantos pelos ahí, yo, que apenas tengo una
pelusita. ¡Y esas bolas perfectas colgando! llenas de venitas azules. Volví a
mirar esa vergota mojada y me mordí el labio. Mi tío me dijo entonces que se la
chupara. ¡Y lo hice, padre! Yo no quería hacer otra cosa que no fuera tragarme
ese aparato, padre.
El cura tomó su verga y ésta terminó de
endurecérsele.
-¿Y qué hicisteis?
-De todo, Padre... y si quiere saber más,
a mí me gustó mucho todo lo que hicimos. Pero la verdad es que enseguida yo me
sentí mal, con culpa, ¿me entiende? Él me dijo que no tenía por qué sentirme con
culpa. Que ese era nuestro secreto y que nadie más iba a enterarse. Pero yo me
pregunto: si no hay por qué sentirse culpable, ¿por qué debíamos ocultar en
secreto lo que habíamos hecho?
-Hijo... hay tantas razones...
-¿Qué?
-Nada, nada. Prosigue, hijo, prosigue.
-¿Qué razones, padre?
-Bueno, los secretos son necesarios...
imagínate qué sería de este santo sacramento si no fuera por el secreto de
confesión.
-Tiene razón.
-Claro que la tengo. Pero me estabas
contando...
-Ah sí. Nos besamos también, Padre. En la
boca. Con la lengua.
El cura se masturbaba cuidando de que el
muchacho no se percatara de nada. Con cada una de sus frases, se inflamaba más.
-Entonces él me empezó a quitar la ropa.
Yo no quería, padre, pero él intentaba tranquilizarme diciéndome que no tuviera
miedo y esas cosas. Pronto estuve totalmente desnudo en sus manos.
-¡Ahhh!
-¿Cómo dijo, Padre?
-Que no dije nada...
-Pero...
-¡Que nada...! Continúa, por favor...
-Luego de desnudarme me abrazó
apasionadamente y empezó a lamerme todo el cuerpo.
-¿Hostias! ¿y?
-Y entonces se metió mi pija en la boca y
empezó a chupar. Me dijo que la tenía muy grande y que así le gustaban las
pijas, digo, las pollas. No dejaba de chupar, mientras, con su mano libre se
masturbaba él mismo. Me chupaba de una manera tan intensa que si hubiera sido
un campeonato de chupadas él habría sacado la medalla de oro, padre.
-No seas ridículo, que no existen los
campeonatos de chupadas.
-¿No?, pues debería haber, ¿no le parece?
-Hijo, por favor..., no te vayas por las
ramas.
-Sí, disculpe, padre. ¿Dónde estaba?
-Estabas desnudo, tu tío que te lamía todo
y te chupaba la polla - dijo el cura, que a duras penas podía contener su
agitación.
-Sí, la polla, como dice usted. Era tan
excitante eso, que yo ni pensaba en impedírselo. Yo miraba como su verga mojada
subía y bajaba entre sus propios dedos... ¡qué espectáculo, padre! Lo curioso
es que a punto de acabar, él no aceleró su movimiento, sino todo lo contrario,
entonces pude ver bien cuando el semen le brotó a borbotones de la pija
mientras la mía resonaba toda con sus gritos dentro de su boca. Empecé a sentir
que me venía la leche. Le avisé, pero él, en vez de soltarme, se aferró más aún
y siguió succionando fuertemente. Acabé en sus labios. Fue la sensación más
increíble que tuve hasta ahora, padre. Después mi tío lamió toda la leche. El
muy chanchito se la tragó toda. Después me limpió toda la pija con su lengua.
Quedó como nueva.
Mientras el joven hablaba entusiasmado, el
cura se había ido desabrochado por completo la sotana. La fina tela negra de la
camisa dejaba traspasar la marca de sus endurecidos pezones. Una de sus manos
acarició esas tetillas, mientras la otra bombeaba lentamente la rígida verga,
que chorreaba cada vez más un abundante líquido transparente.
-Hijo mío, cuando haces esas cosas, ¿no
sientes arrepentimiento en tu corazón? – dijo el religioso, sabiendo que en
realidad se lo estaba preguntando a sí mismo.
-¿Yo?
-No, coño, el querubín de la columna..., ¡pues
claro que tú! ¿a quién le estoy preguntando? ¿al vecino?
-Sí, padre, disculpe. Y ahora que usted
nombró al vecino...
-Qué... ¿también habéis follado tú y el
vecino?
-Sí Padre.
-Ay, muchacho ¿pero tú me quieres matar de
un infarto?
-No, padre, no me diga eso, y menos que se
va a morir, que yo necesito que alguien me perdone. ¿No se da cuenta la
cantidad de pecados juntos que le he contado hasta ahora?
-Sí, me he dado cuenta, y por lo visto
todavía hay más guarrerías.
-Sí, lo siento, hay más.
-Venga, cuéntalas ya.
-Sí, yo no tengo problema. Ahora que le
estoy contando todo, ya me cuesta menos. Pero ¿usted no se me aburre?
El sacerdote, con la respiración pesada por
la excitación que cada vez crecía más y más, intentaba volver a hablarle con
calma.
-Mira hijo, aquí no se trata de que yo me
aburra o no. El camino del perdón es algo que se debe emprender con tesón y
resignación - decía, mientras bombeaba con firmeza su duro falo - y es mi deber
ayudarte y comprenderte. Pero para eso necesito que me cuentes todo, y vamos...,
que me lo cuentes todo detalladamente.
-Gracias, Padre. Yo estaba seguro de que
usted me iba a comprender, lo sabía. Es más. Lo vengo observando desde hace
tiempo y siempre me gustó. Bueno... no me malentienda. Digo que...
-Sí, hijo, te entiendo, te entiendo bien.
Sigue, por favor.
-¿Por dónde iba?
-Por lo de tu vecino, y concéntrate, no
olvides que el confesionario es sitio de profunda compenetración con tu
interior.
-¿Cómo supo que la historia era con
penetración?
-¿Qué dices?
-Nada, padre. Digo que usted me sorprende.
No sé, será por el acento, esa forma de decir las cosas que tiene.
-Aquí el sorprendido soy yo, menuda
confesión me estás haciendo.
-Bueno, yo le avisé, no se me haga el
asombrado ahora. Dígame, ¿las confesiones aquí tienen un horario?
-¿Cómo?
-Digo, porque es un poco tarde, todavía me falta mucho, y no sea cosa de que nos cierren la iglesia con todo por la mitad.
-Digo, porque es un poco tarde, todavía me falta mucho, y no sea cosa de que nos cierren la iglesia con todo por la mitad.
-Estaremos aquí el tiempo que haga falta,
¿me has entendido? Y ahora déjate de gilipolleces y sigue contando, ¿quieres?
-Sí, padre. Sigo. Yo había salido al
balcón. Era una noche calurosa y no podía dormir. En eso veo que la luz del
vecino de al lado estaba encendida. Tenemos los balcones linderos, sólo
separados por una mampara, ¿sabe?. Me había apoyado sobre la baranda a tomar
aire y entonces veo que mi vecino sale también al balcón.
-¿Cómo es tu vecino? ¿Cuántos años tiene?
-¿Importa eso?
-Cállate, chaval irrespetuoso, que si
tiene importancia es asunto mío decidirlo.
-Será asunto suyo, pero esta es mi
confesión.
-Lo que quiero decir es que me dejes hacer
mi trabajo.
-No sabía que confesar era un trabajo ¿le
pagan bien? ¿cobra por confesión? pobre..., entonces hoy no debe haber
recaudado mucho, ¿no?
-¡Hijo, por favor!, ya déjate de pavadas y
responde.
-Sí, perdón. Mi vecino es rubio, de ojos
azules, profesor de gimnasia y deberá tener cerca de cuarenta.
El cura resopló con los ojos hacia el
cielo y se desabrochó el cuello.
-¿Tiene calor?
-¿Yo?
-Es que desde hoy que no para de resoplar.
-¿Has dicho rubio de ojos celestes?
-No. Azules. Por favor, preste atención,
que no quiero que después me dé mal la penitencia y yo me vaya derechito al
horno.
-Muy bien, muy bien - protestó el cura -
ojos celest..., digo, azules. Sigue, por favor.
-Empezamos a hablar y me dijo que él
tampoco podía dormir con tanto calor. Es muy simpático. Y me pareció también
muy desinhibido. Yo había salido en pantaloncitos sin nada arriba ¡pero él
estaba en calzoncillos, padre! Y así, charlando, le dije que para colmo de
males, en casa se había terminado el hielo y las bebidas estaban calientes. Él,
entonces, me contestó que si quería beber algo fresco me invitaba con una
cerveza helada. Acepté gustoso y sonriente, que yo también soy muy simpático,
bueno, usted ya se habrá dado cuenta. Entonces mi vecino me extendió una mano y
yo me trepé hasta saltar hacia su balcón. Él me sonreía y me preguntaba por mis
padres, a manera de cumplido. Le dije que ya estaban durmiendo, así que no
notarían mi ausencia. Me sonrió de nuevo y pareció ponerse muy contento por
eso. Fuimos a la cocina y él, abriendo la heladera, sacó dos latas de cerveza.
Yo miraba sus musculosos pectorales. Padre, eran tan lindos...
El religioso empezó a desabotonarse la
camisa. Metió su mano por entre la tela y acarició su pecho peludo. Se tocó los
pezones que seguían duros como acero. E imaginó así que estaba tocando los del
profesor de gimnasia.
-¿Y qué pasó entonces?
-Y... él me miraba, creo que se daba
cuenta de que me gustaba mucho. Imagínese, padre, un rubiazo así, todo velludo,
y en calzoncillos. Por un momento la bragueta se le abrió y pude ver la piel de
su pija y algunos pelos que se le escapaban por la abertura. Por encima del
elástico también se le asomaban unos cuantos pelos rubios. Era una delicia. Él
me sirvió la cerveza en un gran porrón con manija, pero yo estaba tan nervioso
que se me aflojaron los dedos y, temblando, volqué toda la cerveza sobre mi
pecho. Quedé empapado y también mi pantalón se había mojado todo. Él vino hacia
mí y ayudándome amablemente me condujo en dirección al baño. Yo estaba muy
avergonzado, imagínese...
-Me imagino, me imagino todo... ¿Entonces?
-Entonces él, con el pretexto de limpiarme
el pantaloncito con agua, me dijo que me lo quitara. Astuto el tipo, ¿no? Yo me
desabroché enseguida. Quedé en slip, pero también vimos que estaba mojado.
-¿También los calzones?
-Y sí. Era como medio litro de cerveza,
padre.
-No deberías beber a tu edad. Ya ves las
consecuencias.
-Sí, padre, lo sé. ¡Ahí tiene! ¿Ve? Otro
más.
-Otro más ¿qué?.
-Otro pecado más. No me había dado cuenta de
ese. Anótelo en la lista.
-¿Quieres seguir, por el amor de Dios?
-Ah, sí. El slip estaba mojado. Entonces
me sugirió que me lo quitara también.
-¿Eso te pidió?
-Sí. Yo tenía vergüenza, la pija se me
había puesto un poco dura. Pero él insistió tanto que me bajé rápidamente el
slip. Él tomó las dos prendas y las puso en el lavatorio. Me dijo que las iba a
lavar y después las pondría en el secarropas. Mientras las sumergía en agua con
jabón yo me quedé ahí desnudo sin saber qué hacer. Yo notaba como en vez de
poner atención en lo que hacía, mi vecino me comía con los ojos. No podía
apartar su vista de mi pija. Entonces vi como su bulto crecía y crecía. Pronto
tuvo una enorme carpa entre las piernas. Me dijo: Creo que mi calzoncillo
también necesita una limpieza. Era verdad, padre, porque ahí, justo en la punta
más alta del bulto, había una mancha enorme. Y entonces... ¡se lo quitó! ¡Oh!,
qué maravilla, qué culo tan perfecto, qué verga tan hermosa. Le juro que cuando
vi eso, mi palo terminó de levantarse, padre. No lo pude detener.
-No debes jurar, hijo, o tendré que
aumentarte la penitencia...
-Bueno, entonces no le juro nada. No es
que quiera escatimar en penitencias, si para quedar absuelto debo rezar tres
días seguidos, todo bien, pero tampoco es cuestión de hacer penitencia de más
así porque sí. Pero con juramento o sin él, créame, ese macho era un verdadero
modelo Playgirl.
-¿Qué dices?
-Perdone, supongo que no sabe lo que es
una Playgirl. Es de esas revistas con hombres en pelotas que vienen con una página
central desplegable que...
-Ya, ya... que ya entendí. ¿Y tú andas por
ahí leyendo esas revistas? ¿Pero de dónde sacas esas cosas?
-De la mesita de luz de mi tía, padre.
-Por San Antonio, ¿tu tía Edelmira? ¡No te
puedo...!
-Puédame, padre. Mi tía Edelmira tiene una
colección increíble.
-Caramba, ella nunca me dijo nada de eso
en confesión - murmuró para sí.
-¿Qué dice, padre?
-Nada, nada. ¡Anda, que ya te he dicho que
te concentraras...!
-Sí, perdón. Decía que mi pija seguía
endureciéndose. Subió y subió. Mi vecino dejó de lavar, se detuvo ante mí y
miró mis diecinueve centímetros apuntando hacia el techo. Yo le hice un gestito
medio tonto, como disculpándome por tamaña erección. Él se me acercó, se
agachó, y abriendo bien la boca se tragó de un saque toda mi verga. Después de
un rato, cuando pareció haberse quitado el hambre de pija, me la agarró y
empezó a masturbarme frenéticamente. Yo también le agarré la verga, dura como
acero, y caímos al piso.
-Hijo mío... no... te... detengas... ahora
- dijo el cura entrecortadamente.
-Es lo mismo que le dije a mi vecino en
ese momento, padre. Yo se la chupaba y él me la chupaba a mí. No sabe lo que es
eso. Bueno, no, por supuesto que no sabe.
-No te creas.
-¿Cómo?
-Bueno, hijo mío, los sacerdotes
comprendemos las cosas de la vida mucho más de lo que tú imaginas. No te
olvides que damos siempre consuelo a las almas descarriadas.
-¿Como la mía? ¿usted cree que tengo el
alma descarriada?
-Ya te lo diré después.
-¿Después de qué?
-De que acabemos.
-¿Entonces sigo?
El cura, inmerso en las visiones que tan
bien describía su interlocutor, se había abierto la camisa por completo dejando
libre su torso. Se había bajado aún más el pantalón dejando que cayera hasta
sus tobillos. Se estaba masturbando a buen ritmo y todo el confesionario empezó
a vibrar un poco. Tuvo que morderse los labios para no dejar salir sus gemidos
de placer.
-Padre ¿me escuchó? ¿sigo?
-Sí, sí... sigue. Pero antes dime una
cosa.
-¿Qué quiere saber?
-¿Te ha penetrado?
-No, Padre. ¡Yo lo penetré a él!
-Válgame. ¿En serio?
-Sí. ¿No le dije que la historia venía con
penetración? Fue cuando se dio vuelta y me abrió bien su culo. Miré ese agujero
tan peludo y mi pija debió haber crecido más aún, porque me volví loco de
excitación. Yo se lo chupé bien para lubricarlo todo y le metí mi pija
sintiendo como chocaba contra el fondo de su culo.
-¡Aaaaah...!
-¿Cómo dice, Padre?
-Aaaa ....mén.
-Ah, sí, amén, por supuesto. Fue una
cogida gloriosa.
El padre sudaba copiosamente acalorado por
semejante confesión.
-Pero...dime. Aún no has respondido a mi
pregunta.
-¿Qué pregunta, Padre?
-Si te has arrepentido en algún momento.
-A veces sí que me arrepiento. Pero la
mayoría de las veces no.
-Pero si no te arrepientes me será difícil
perdonarte, hijo.
-Vamos, padre ¿cómo podría arrepentirme de
lo que me pasó el otro día con mi amigo?
-¿Con tu amigo? ¿Con qué amigo? Por San
Expedito, chaval ¿Aún hay más?
-Sí, hay más.
-¡Pero qué bien!
-¿Qué bien, dice?
-Digo que: Qué bien, ¿no? ¿le parece bien
hacer esas cosas, jovencito?
-Es justamente lo que vengo a averiguar. A
nadie le conté estas cosas.
-De acuerdo, hijo, de acuerdo. Has venido
al lugar indicado. Prosigue, prosigue, por favor.
El cura ya tenía tal calentura que se había
quitado sotana y camisa. En la oscura penumbra se excitó aún más cuando se vio
a sí mismo desnudo hasta los tobillos.
-¿Qué es lo que sucedió con tu amigo? - preguntó,
secando el sudor de su torso con un pañuelo.
-Sucedió algo más. Algo que nunca había
experimentado hasta ahora, padre. En realidad es por esto que vine a
confesarme.
-¡Allá vamos!, ¿quieres decir que nada de
lo que me has contado hasta ahora te ha movido a confesión? Hijo, que tienes
coraje...
-No, padre, no dije eso, bueno, más bien
quería decirle, que lo que me pasó con mi amigo me está rondando en la cabeza
desde entonces y no me deja estar en paz conmigo mismo.
-Comienza por el principio. ¿Quién es tu
amigo?
-Es el hijo de mi profesora de
matemáticas. Lo conocí el año pasado, cuando yo iba a estudiar a su casa. Nos
hicimos muy amigos y este año estamos juntos en el mismo curso. Un día él se
quedó a dormir en mi casa, después de haber estado preparando un trabajo para
el colegio. Mi habitación no es muy grande, así que cuando pusimos una camita
para mi amigo, quedó bien pegada a la mía.
El cura, que ya estaba completamente desnudo
dentro del confesionario, se imaginaba lo que vendría. De su verga enorme seguían
brotando largas gotas de líquido transparente que descendían hasta su pubis
hirsuto, ya antes mojado por el copioso sudor. El muchacho prosiguió.
-Bueno, cuando llegó la hora de dormir, mi
amigo se desvistió y yo hice lo mismo. Nos acostamos en calzoncillos. Estábamos
tapados solo con una sábana, en mi casa siempre hay muy buena calefacción, padre.
Estuvimos hablando un poco, pero enseguida nos dio sueño. Apagamos la luz. Sin
embargo ocurrió que en vez de dormir nos desvelamos por completo. Era raro,
pero a veces pasa ¿no?, fue apagar la luz y empezar a dar vueltas en la cama.
Así estuvimos largo tiempo. Empezamos a tener calor y pronto nos tuvimos que
destapar, comentando lo fuerte que estaba la calefacción. Estábamos muy juntos,
podíamos sentir uno el calor del otro. Entonces, sin querer..., le juro que fue
sin querer...
-Ya te dije que no jures.
-Uy, lo siento, quería decirle que fue sin
querer...
-Sin querer... ¿Qué?
-Sin querer, mi mano, entre tantas
vueltas, cayó sobre la pierna de mi amigo.
-La retiraste, claro.
-No, Padre. La dejé ahí. Enseguida me di
cuenta de que mi amigo no se movía, ni se apartaba al contacto de mi mano.
-Sigue, muchacho, sigue... ¿Qué pasó
entonces?
De pronto el muchacho empezó a darse
cuenta de que la voz del cura sonaba algo rara, destemplada, y ronca de a
momentos, además de sentir como entrecortaba su respiración cada vez más.
Siguió contando, pero estuvo ahora atento a la voz del sacerdote.
-Entonces pasó que mi amigo se fue
acomodando lentamente, de manera tal que mi mano fuera quedando sobre su
entrepierna, como quien no quiere la cosa. Yo dejaba quieta mi mano, haciéndome
el desentendido, tal vez él pensaría que yo estaba dormido ¿no?
El chico hizo un silencio y escuchó
atentamente los asordinados movimientos del cura detrás de la rejilla del
confesionario que ya a estas alturas se sacudía inequívocamente. Esperó a que
le dijera algo, pero el cura no pronunció palabra. En cambio sintió el ruido de
quien se frota la piel, y, de vez en tanto, el sonido de sus exhaladas en
silencio. Sólo atinó a continuar su relato.
-Mi amigo se fue acomodando más y pronto mi mano
sintió un gran bulto bien duro. Yo no podía ni respirar, padre. Y fue entonces que
él, para mi gran sorpresa, empezó a bajarse el calzoncillo. Yo dejé mi mano
ahí, como dormida, estaba tan nervioso que no me animaba a nada, y bajo el
dorso de mi mano, pude sentir como el calzoncillo se
deslizaba y en vez de la tela empezaba a tocar su piel caliente. Sentí como mi
mano recibía toda esa zona tan peluda. Debajo de ese vello tan espeso toqué un
tronco duro y grueso que se levantaba dando latiditos.
El muchacho hizo una pausa. Se había
encendido una pequeña luz en la nave central y el tenue resplandor caía débilmente
sobre el confesionario. Esa luz permitió que el chico percibiera unas formas en
movimiento a través de la ventanita calada. Intentó poner más atención, pero se
sobresaltó cuando el cura lo instó a seguir.
-¿Entonces?
-Yo agarré esa pija durísima y mi amigo me
tomó por la nuca. Suavemente me acercó a su pija y yo se la chupé, padre.
Sin poder contenerse, el muchacho pegó sus
ojos a la ventanita y entonces vió...
-¿Y él que hizo, hijo? - quiso saber el
cura.
Sin dejar de observar, el muchacho
prosiguió, embelesado.
-Él me abrió el culo, sintiendo el calor
de mis nalgas en la oscuridad, y me dijo que tenía un agujero maravilloso, que
mi cuerpo lo excitaba mucho. Después me dijo algo que me dejó sin habla, padre.
-¿Qué fue lo que te dijo?
-Que creía que estaba enamorado de mí. Eso
me llenó de ternura, padre. Usted me entiende, ¿no?
-Sí, hijo.
-¿Y sabe lo que hice entonces?
-No.
-Lo besé.
-Me imagino que lo habrás penetrado. Es
como si os estuviera viendo...
-No, Padre. Fue al revés. Él me pidió, me
rogó, y lo hizo de una manera tan dulce que yo dejé que me penetrara. Creo que
fue un acto de amor. ¿Usted qué piensa? ¿lo fue, padre?
En ese momento el muchacho, que no había
apartado sus ojos de la ventanita, pudo ver nítidamente como el tenue reflejo
caía sobre el cura dentro del confesionario. Comprobó con dulce asombro que
estaba desnudo y que su mano subía y bajaba por toda la longitud de su
endurecido miembro, mientras que con la otra se apantallaba con el pañuelo. El
muchacho casi no podía hablar de la sorpresa.
-Hijo, cuéntame cómo te penetró.
-Sí, padre, se lo contaré todo, no se
preocupe - contestó el muchacho, maravillado por lo bien dotado que estaba su
confesor - nos empezamos a mover. Nos besamos otra vez. Él me estaba cogiendo
de tal manera que sentí una unión muy especial en ese momento, padre, no lo
supe muy bien en ese momento, pero ahora no tengo dudas. ¿Usted cree que dos
hombres pueden estar tan conectados?
-No sé de esas cosas, hijo.
-Yo pienso que sí, que usted sabe.
-Sigue, por favor...
-Nos acomodamos de otra forma. Nos
habíamos puesto uno encima del otro y yo le chupaba el culo y él chupaba el
mío. Las manos agarraron las pijas de cada uno. Empezamos lentamente y
después...
-¿Después?
-Seguimos cada vez más rápido. Nos
lamíamos, nos frotábamos, casi gritábamos de placer, padre. Ahora pienso que es
una suerte que mis padres tengan el sueño tan pesado, hubiera sido terrible
darles un disgusto así.
-Bien por ti, muchacho, me gusta ver que,
después de todo, piensas en tus padres.
-A mí también me gusta verlo - dijo el
chico sin pensar, mientras seguía dándose un festín espiando por la ventanita.
-¿Y cómo acabó todo?
-Precisamente, padre, yo ya estaba a punto
de acabar, y cuando miré a mi amigo, sentí sus gemidos más fuertes. Se sacudió
violentamente y en un espasmo me llenó entero de leche espesa y caliente. Casi
al mismo momento yo también me descargué.
El chico, consciente de lo que su historia
causaba en el cura, procuró decir cada palabra con el tiempo justo y la
entonación provocadora, pausada y sensual. Es que, a través de la rejilla, él
podía ver cómo su confesor se estaba haciendo la paja de su vida. En el momento
culminante del relato, también el cura descargó un torrente de esperma contenido
desde hacía mucho tiempo, por lo que la lluvia de sus fluidos saltó con fuerza
hasta la puertita de madera opuesta a su asiento, salpicándola con chorros que
se estamparon allí y luego resbalaron lentamente hasta el piso.
Luego de unos instantes en silencio el
chico susurró:
-Padre.
-Sí, hijo...
-Creo que nunca estuve tan cerca de una
persona como lo estoy ahora de usted.
-¿Por qué dices eso?
-Lo puedo ver bien.
-¿Qué has dicho?
-Digo... que puedo darme cuenta que le
puedo contar todo lo que siento.
-Ah..., yo pensé que...
-¿Qué?
-Nada, no me hagas caso - dijo, atareado,
mientras se secaba con el pañuelo - Dime, hijo mío, ¿qué pasó con tu amigo? ¿os
habéis vuelto a ver?
-Sí. Padre. Y me parece que yo también
estoy enamorado de él. Es lo que venía a contarle. Por eso necesito un consejo.
Quiero saber si esto que siento es pecaminoso. Me pregunto si es pecado amar
así.
-Hijo - dijo el cura, un poco más calmo -
yo no puedo darte el perdón.
-¿Cómo? ¿por qué? ¿quiere decir que estoy en pecado
mortal?
-No. No es eso. No puedo perdonarte porque,
después de todo..., pienso que todos somos pecadores a los ojos del Señor,
"todos", ¿me has entendido? y..., por otra parte...
-¿Qué, padre?
-Creo que tú no has cometido ningún
pecado, chaval. Verás, mejor dicho, no estoy seguro de que hayas pecado.
-Pero usted sabe de pecados, padre, y de
pecadores, al fin y al cabo estudió eso en el seminario, ¿no?, quién si no
usted para dictaminarlo...
-Chaval, soy un hombre de fe, es verdad,
pero, vamos, un hombre al fin. Pobre de mí si pensara que soy yo quien debe
dictaminar sobre tus pecados.
-Supongo que es por eso de que "el
que esté libre de pecado que tire la primera piedra", ¿no?
El cura sonrió, algo sorprendido:
-Bueno, hay algo de eso.
-Entiendo.
-¿Has visto? después de todo, no tienes la
cabeza de un niño medio tonto como dice tu padre. No eres de esos.
-¿Y qué soy entonces, padre?
-Tú eres un mozalbete un poco atolondrado
e irreverente y que a veces te pasas de la raya con tus insolencias, pero veo
que eres inteligente y, sobre todo, de buen corazón.
-Entonces, ¿de verdad me está diciendo que
no cometí ningún pecado? ¿por qué?
-Porque no hay pecado en el amor sea cual
fuere la naturaleza de ese amor. Dios me perdone si estoy equivocado en lo que
te digo.
-¿Puedo irme tranquilo?
-No tan rápido, porque vamos, hijo, ¡todas
esas otras guarrerías!, en fin, ya sabes, intenta moderarte, venga, y no
olvides rezarle tres padrenuestros al Cristo del altar mayor, ¿de acuerdo?
Ahora id en paz, muchacho.
-Gracias, padre. Una cosita: ¿puedo rezar
los tres padrenuestros mañana?, es que ahora tengo que irme volando, mire la
hora que se hizo.
-Ay, hijo, ¿qué haré contigo? Está bien,
vete, pero me prometes que mañana vendrás a cumplir tu penitencia ¿de acuerdo?
-Se lo juro.
-¿Otra vez jurando? ¿pero es que te has
propuesto sacarme canas verdes?
-Uy, sí, perdón, le jur..., digo, le
prometo que no voy a jurar nunca más.
-Anda, ¡fuera de mi vista!
-Otra cosita, padre.
-Tú y tus cositas... ¿Y ahora que quieres, hijo?
-Agradecerle. Usted, definitivamente, no
es como los otros.
-No te entiendo...
-Sí, usted me entiende. Otra cosita...
El cura, que ya había puesto en orden su
ropa, se asomó a través de la cortinita, miró al chico sin poder contener su sonrisa
y le dijo mientras se acomodaba los lentes:
-Hijo, ¡ya...! ¡qué pesado eres!, ve, ve
con Dios.
Franco.3 de setiembre de 2001 – Revisión 22/3/16
Bué, Franco, de cuentista a guionero de cine... porque esto es escribir paso a paso una escena memorable,,, no se porque me llevó a la del durazno de Elio en "Llamame por tu nombre", el inocente diablillo, descubriendo... lo que intuye!!! y dispuesto a vivirlo!!! Muy bueno, Franco!!!
ResponderEliminarSeba,
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado mi cuentito, que escribí... hace muuuuucho. Lo revisé un poco para darle un mayor realce a lo humorístico. Y esto porque en realidad este relato fue inspirado por la primera (Y UNICA) vez que me confesé. Era chico, pero como era muy alto el cura pensó que tenía más edad. Por supuesto lo primero que me preguntó es si yo me hacía la pajita. (!) Y yo como era medio lento (bueno, seguí siendo un poco lento en mi vida adulta, digamos), y todavía no sabía muy bien lo de las pajas, me confundí y creí que me estaba preguntando si me hacía la "rata" (la rabona, faltar a clases), y dije que por supuesto que sí. Me preguntó ahí mismo si me la hacía solo o me la hacía con otros amigos. Y yo (siempre pensando en la "rata") le dije que "cuando me la hago, siempre me la hago con otros amigos, NUNCA solo". El cura, no sin cierto espanto, me dijo que si seguía haciendo eso, me iba a volver PUTO. (palabras textuales). Yo salí del confesionario medio confuso, pero una cosa era cierta, la advertencia del cura ya había llegado tarde.
Cada vez que recuerdo el episodio, y lo cuento, a todo el mundo le parece muy divertido.
Saludos FRANCO!!!
ResponderEliminarMi escritor de relatos eróticos favorito del mundo mundial. Siempre me paso por Vellohomo a ve fotazos y releer mis relatos favoritos en su versión "reloaded". Por ahí te quiero comentar algunas ideas sobre relatos, tienes un mail al cual pueda escribirte?
ALEX SALVIN
Muchas gracias, Alex,
ResponderEliminarSiempre aprecio enormemente tus comentarios.
Me podés escribir a vellohomo@gmail.com
Recibo ideas con gusto, pero no garantizo relatos, pues mi vena escritora está durmiendo plácidamente por ahora.
Un abrazo!
Hola. Muy bien escritos todos los que lei
ResponderEliminarNo encuentro la página de lo que me gusta y no me gusta ayúdenme a encontrar
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