Un caliente refugio

Quizás porque es una de las partes del cuerpo -incluso si hace frío- que siempre estará caliente, al acercarnos al cuello de un hombre sentimos que allí comenzará todo. Sí, basta rozarlo apenas con nuestros ávidos labios, dejar serpentear nuestra lengua, oler todos los aromas que parecieran concentrarse en ese punto, o bien deslizar interminables caricias entorno a su rústica textura para sentir cómo la vida pasa latiendo por ese lugar. Fibrosos, fuertes, musculados, o frágiles y vulnerables, hay algo en los cuellos que perturba y conmueve. Entre la barba y los primeros vellos del pecho, que en su descenso aumentarán densidades y espesuras, podríamos quedarnos a vivir. Es allí, en ese punto parecido a un refugio cálido que nos recibe y nos acuna, donde nos sentimos protegidos. Enseguida, excitados mutuamente, comenzamos a amarnos.














































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