El cuentito de fin de mes



Desde el closet.
(Cuando nuestras esposas no nos ven)

¿En este pueblo chico habrá algún hombre interesado en tener sexo con otro hombre?. Si es así, ¿dónde encontrarlo? En Buenos Aires es fácil: un gesto, una mirada sostenida en plena calle, los tantos lugares de encuentro..., pero no, definitivamente ninguno de los tipos que se ven aquí, en los locales, en la playa, en los hoteles... ninguno se atreve siquiera (creo que yo tampoco, ahora que lo pienso) a lanzar una de esas señales que por su reconocible complicidad, dejan perfectamente en claro ciertos códigos e intereses entre dos machos. No hay rastros, al menos visibles, de que aquí se practique esa sublime actividad entre varones, nada que me haga sospechar siquiera que en esta breve estadía gozaré de algún encuentro especial. Vaya... y todavía faltan algunos días antes de regresar a la civilización.
El camarero, un hermoso ejemplar masculino, disipa todos estos pensamientos con su insistente mirada, de pié frente a nuestra mesa y con una bandeja en su mano. Vuelvo a la realidad y me doy cuenta de donde estoy y con quién.
-¿Qué querés tomar, querida?
-Un té, amor.
-Para mí un café doble, por favor - digo alzando la vista hacia el hermoso jovencito.
-¿Desea acompañarlo con alguna porción de torta, señora?- pregunta el mozo.
-Tal vez..., sí, un budín de limón – contesta mi esposa mirando distraídamente la carta.
-Como no. ¿Usted, señor?
-Nada, gracias - digo en tono neutro, devolviendo la carta al joven.
Gente, ruido, niños alocados al final del salón, un ambiente no del todo confortable. Pero es que, después de todo, es el único café disponible en varias cuadras a la redonda en aquella pequeña ciudad de la costa donde estamos pasando unos días de sosiego invernal.
Afuera cae una lenta llovizna, hace frío, y debimos interrumpir nuestro paseo de compras en busca de un reparo cálido. Pero en ese rumoroso lugar es casi imposible mantener al menos una conversación tranquila. Mi esposa me habla, casi a los gritos, pero yo apenas puedo seguir el hilo de la charla.
Mis ojos se van afuera, como queriendo salir del lugar a través del ventanal, allí veo dos hombres que fuman y hablan entre ellos al pie de una camioneta blanca. No sé por qué los miro. Tal vez sea porque el mayor de ellos, de barba entrecana, por un instante chocó sus ojos con los míos. Pero es sólo un instante.
Hay personas que ríen, vociferan, máquinas de café que no dan abasto, gente que llega para guarecerse del clima reinante y que abre violentamente la puerta, haciendo entrar momentáneas ráfagas. Ya no hay más mesas disponibles, sin embargo hay quienes esperan su turno en la puerta. Luego de un rato considerable de espera, el camarero vuelve con el pedido y yo lo miro atentamente porque el muchachito ostenta una juventud casi ofensiva. Lleva los tres (los he contado) botones de la camisa abiertos y sus suaves pectorales avanzan hacia delante como dos colinas firmes y puntiagudas. Apenas un leve vello las protege, ¡Ah, subyugante muestra de juventud!, y puedo advertir, como si se tratara de un bonus-track, como los enhiestos pezones tiran de la tela blanca, marcando dos agujas inconfundibles.
Mi mujer es la que advierte que en vez de un budín de limón nos traen uno de chocolate.
-Yo pedí de limón - dice con visible mal humor. El camarero no parece apenarse demasiado y con una automática disculpa se dispone a volver a la barra.
-Está bien, déjelo... - le digo, mirándolo a los ojos - no hay problema, lo comeré yo. Sólo traiga el de limón para la señora, por favor.
El mozo me mira algo sorprendido. Creo que no esperaba mi amabilidad, asiente con la cabeza y se va. Me regala la visión de su trasero enfundado en un pantalón negro que le queda perfectamente y destaca sus redondeces bien formadas. Me obligo a no mirarlo, tanto como para no dejar sospecha evidente de mi morbosa atención sobre el mozo y desvío mis ojos nuevamente hacia la calle. Allí siguen los dos hombres de la camioneta. No están nada mal. Terminan de fumar y se meten adentro, seguramente para protegerse de la llovizna.
El sitio sigue siendo un caos y un barullo continuo. Comienzo a sentirme aturdido. Miro a mi alrededor. Una mesa con dos matrimonios de gente mayor, otra más allá con una parejita muy acaramelada y de manos entrelazadas, a mi derecha una mesa con dos familias hablando a los gritos... y más o menos bullicioso, todo el ambiente poblado de animada concurrencia que pasa sus vacaciones de invierno en la más absoluta despreocupación. A duras penas unos pocos empleados pueden atender a toda la clientela, pero nadie lo advierte, a nadie le preocupa eso, ni las esperas, como si se aceptara que todo eso es parte del día libre.
Entonces advierto que, detrás de un grupo de insoportables niños que corretean de un lado al otro del salón, hay dos hombres sentados en la mesa junto a la ventana. Uno es de mi edad, un poco más quizás, de cincuenta años, y el otro, al que puedo ver de frente, de unos veinte, aproximadamente. Están hablando, y su manera de mirarse me hace intuir que entre ellos hay una relación más que íntima. Bien, me digo, por lo menos encontré gente interesante.
Empiezo a tejer una trama imaginaria en torno a esos dos hombres, ambos muy atractivos, y aunque el mayor me da la espalda, compruebo que tiene un físico envidiable: buenos hombros, cabello agrisado y muy ondulado, barba muy cuidada y manos grandes y viriles. Su efebo compañero no es menos apuesto. De rasgos aniñados aún, tiene barba de dos días y el cabello, castaño claro, intencionadamente en desorden. Es corpulento como su acompañante y lleva la camisa un poco abierta y remangada. Con el calor del ambiente ambos se han quitado sus abrigos y prendas de lana. Me los imagino en la cama, desnudos, devorándose con las bocas abiertas, llegando con sus lenguas hasta lugares insospechados. Intento disimular, aunque es difícil quitarles la vista de encima. Dentro de mi cómodo closet, todas esas situaciones nunca pasan inadvertidas para mí. Es más, las encuentro completamente atractivas. Las busco, las rastreo, me regodeo con ellas, y hasta me excita – en algún modo, morbosamente – dejarme atraer por ese mundillo en presencia de mi esposa, que no sospecha lo que pasa. Es como si el peligro de ser descubierto, fuera un disparador para mi excitación.
Vuelve el camarero y mi esposa asiente con la cabeza.
-Su budín de limón, señora.
-Ahora sí, – dice ella con voz firme y con cierto reproche al menear la cabeza.
Nuevamente el mozo me mira significativamente. Y se demora algo más, acomodando no sé qué cosa sobre nuestra mesa. Mientras lo hace, mi vista se delira entrando por la abertura de su camisa y descubre una rosada tetilla a contraluz. ¿Es posible que ahora se hayan desprendido más botones?, no son tres, ahora son cinco. Dejo de mirar, autoimponiéndome otra vez un mínimo de disimulo, pero mis retinas atrapan la impresión de ese pezón. Es como un capullo que florece con toda la fuerza de su impulsiva juventud. El joven retorna a la cocina dejando mi calenturienta mente libre, pero solamente por un segundo, porque mis ojos se topan con el rostro del jovencito de la mesa de la ventana, que a la vez me mira fijamente.
Los dos hombres están a unos cuantos metros y obviamente no puedo oír lo que hablan entre sí. Ahora el más joven le dice algo a su amigo sin dejar de mirarme, creo que está hablando de mí, –¿o mi imaginación quiere que así sea? – entonces, en un momento casi imperceptible, el maduro se gira y me busca con la mirada. Puedo ver su cara al fin. Nuestros ojos se chocan por un breve instante. El chico vuelve la mirada a la ventana, riendo. Le dice algo disimuladamente, seguramente le advierte que no sea tan obvio. Pero a mí, lejos de molestarme, me inquieta toda la escena. Es interesante. Muy interesante. Algo está pasando entre nosotros tres en medio de ese mar de sonidos molestos. Y mi cuerpo ya se ha percatado de eso porque algo entre mis piernas se empieza a mover. Noto la presencia de mi pene y me provoca un placer sutil y dulzón. Es un leve cosquilleo, una sensación que me estremece, una pulsación inevitable que hace que me avergüence de tener los muslos tan separados.
-Querido, ¿estás bien?
-¿Eh? ¡Sí, sí!, estoy bien..., claro... – contesto cerrando las piernas instintivamente.
-Parecés ausente, amor.
-Solo estoy un poco aturdido..., aquí hace tanto calor, y hay tanto ruido...
-Tomaste frío..., te dije que te abrigaras bien...
Ella sigue hablando. Tomo lo que queda de mi café, alternando mi atención entre el mozo que pasa de vez en cuando con su precioso trasero en movimiento, la parejita adulto-joven, y los tipos de la camioneta en la calle, que siguen allí y parecen estar atentos a lo que pasa en el café.
Me siento algo ridículo con mi budín de chocolate en la mano. La protección del armario da cierta comodidad, pero muchas veces lo deja a uno estéril. Le doy un tarascón al budín, más con bronca que con apetito, con tan mala suerte que la pegajosa cubierta cae sobre mi camisa blanca.
-¡Mierda! – maldigo, mientras la otra parte del budín se estrella en el piso.
-¡Ay, querido, la camisa!
-No lo puedo creer, qué torpe soy - digo, mientras de reojo alcanzo a ver a los dos amigos que desde su mesa parecen estar muy divertidos con mi embarazosa situación. Lo que faltaba, pensé.
-Estás tan distraído hoy..., no sé qué te pasa..., podrías haber tenido un poco más de cuidado, una camisa nueva...
-Bueno, ya está hecho, se arruinó.
-Andá al baño y pasale un poco de agua con jabón, con suerte salvás un poco la mancha.
Me levanto abochornado, sin mirar a mi alrededor, y menos hacia la mesa de los dos hombres. Me cruzo con el camarero, que percibe mi desastroso accidente y me indica con mecánica atención:
-El baño está arriba, señor.
-Gracias, ¿hay jabón? – respondo sonrojado.
-No, pero no se preocupe..., enseguida se lo llevo.
Subo las escaleras y entro al baño que está inexplicablemente vacío. ¿es que toda esa gente de abajo nunca orina? A mí sí me dan ganas de orinar, por lo que, antes que nada, corro hasta uno de los cuatro mingitorios y empiezo a descargar un contundente chorro.
Entra alguien. Pienso que es el mozo que viene con el jabón, pero no.  Es el hombre joven que estaba en la mesa con su amigo maduro. Cruzamos un instante las miradas. Sin pensarlo siquiera, y comprobando que en el baño no estamos más que él y yo, se pone sigilosamente en el mingitorio de al lado. Termino de mear y miro de reojo. ¡Cielos!, el muchacho ostenta una cosa dura saliendo de su bragueta. Me mira descaradamente y sin ningún pudor se vuelve sobre mí. Le muestro mi verga y me la agarra lanzando un leve suspiro. En sus manos cobra rápidamente volumen y el chico está realmente contento con su presa en mano. Se inclina y me la empieza a mamar. Lanzo un gemido contenido.
Como está la juventud hoy día..., y qué experimentada, me digo, mientras el muchacho no deja nada por chupar, pelos, glande, base y bolas. Pero de repente se frena y, secándose la boca con la mano, vuelve a su posición al sentir los pasos en la escalera. Alguien está entrando. Vuelvo la vista y reconozco a su amigo, el hombre mayor. Es muy atractivo. En un rápido avistamiento veo que lleva una alianza en su anular izquierdo. El joven lo mira evidentemente nervioso y guarda su bellísima erección adentro del pantalón con cara de resignado. A duras penas puede cerrar su bragueta. Su amigo, que se queda quieto observando la escena con los brazos en jarra, me mira, lo mira y espera a que el chico componga su vestimenta. Éste, sabiéndose en falta y descubierto infraganti, me dedica una última mirada traviesa y vuelve con su amigo, que está serio y molesto. Algo hablan entre ellos y salen. Logro escuchar que el jovencito dice sin demasiada culpa: "bueno, vos sabés que los tipos casados son mi debilidad..."
Me río un poco y de pronto me acuerdo de mi camisa manchada de chocolate. Voy hasta el lavabo, me desabrocho unos botones y con mi pañuelo humedecido comienzo a frotar la mancha sobre mi camisa abierta. La mayor parte de la mancha parece disolverse con lo cual dudo de la legitimidad del chocolate en cuestión. Insisto una y otra vez, frotando la tela..., parece que funciona. Me miro en el espejo y en ese momento se abre la puerta. ¿Sería el hombre maduro que viene a divertirse un poco? No, era el camarero entrando con el pan de jabón en la mano.
-Ah, qué amable. No sabés cuanto te agradezco.
-No es nada, señor. ¿Y? ¿Logró algo?
-¿Perdón? - digo, un poco cortado.
-¿Logró quitar la mancha?
-Ah..., sí, un poco – y le muestro, abriéndome un poco más la camisa.
El joven se queda mirando. Creo que no está mirando la mancha, sino los pelos de mi pecho. ¿O me equivoco? Ideas mías, pienso. Sin embargo me extraña que no baje al salón para seguir con su trabajo. Me desabrocho unos botones más. Paso el jabón por la mancha y continúo repasando con agua la camisa. Él se queda mirando y ¡ahora sí!, estoy seguro de que sus ojos están clavados en mi pecho velludo. Vaya con el descarado, me digo.
El muchacho no tendrá más que unos veinte años y, caramba, está como para comérselo entero. En vez de concentrarme en mi tarea me quedo mirándolo. Sus ojos marrones, de almendrada forma y largas pestañas, parecen devorar los pelos que me salen por la abertura de mi prenda mojada. Bien, mostrémosle lo que quiere ver, me digo, mientras me desabrocho el resto de los botones y, por otra parte, empiezo a sentir que mi erección recomienza su trabajo. Efectivamente, cada vez está más interesado. Muy bien, vuelvo a decirme, ¿es esto lo que querías?. Me abro la camisa por completo, dejo a la vista mis pectorales tomando la camisa por las puntas. Un poco más abajo, mi abultada entrepierna ya es una clara invitación. No dejamos de mirarnos ni por un segundo. Él se acerca:
-Creo que cayó un poco de chocolate en su pantalón, señor.
-¿Dónde?
-Ahí – me indica con el dedo. Puedo ver que su anular izquierdo luce una dorada alianza y eso me excita aún más, ¿otro hombre casado?, joder, son una plaga, pienso, es muy jovencito para estar casado, tal vez sea un anillo de compromiso, tal vez..., bah..., qué importancia tiene.
Bajo la mirada, buscando la mancha en el pantalón.
-No veo bien – digo mintiendo.
-Ahí... y ahí – me contesta, acercando un poco más el dedo. Supongo que él también está mintiendo. Ah, muchacho travieso.
-Pero... ¿adónde? - insisto haciéndome el estúpido.
Entonces el muchacho da otro paso más hacia mí... y tímidamente posa un dedo sobre la mancha del pantalón, en el comienzo exacto de mi abultada bragueta y sobre el centro mismo de mi pene.
-Ah... ¿ahí? – repito con una voz más almibarada.
-También aquí, ¿lo ve? - dice, en tono dubitativo, volviendo a posar infantilmente su dedo índice sobre mi paquete, esta vez presionando y tocando de lleno mi glande. Mi miembro responde amablemente con un saludo, moviéndose con un sacudón muy perceptible. El chico capta el saludo, respira profundo y deja un momento ahí su dedo. Enseguida empieza a frotar la tela, describiendo un pequeño círculo. El pequeño roce es como conectarme a la red eléctrica. Me quedo inmóvil y veo que él también luce un marcado bulto. Vía libre, me digo. Desajusto el cinturón y me voy desabrochando la bragueta botón por botón, todo muy lentamente.
-¿Te parece que podré sacarla? - pregunto con doble intención.
-¿Sacarla?
-La mancha.
-Ah..., la mancha, claro. No sé, señor, es cuestión de ver, ¿no le parece?
Por toda respuesta me abro el pantalón dejando a la vista mi ropa interior. El dedo del joven se mete por entre las dos prendas. ¡Vaya que es rápido este mocito!. Siento el dorso de su mano moverse suavemente alrededor de mis genitales, por encima de mi calzoncillo. Mi excitación es enorme. Toma mi pañuelo, lo vuelve a humedecer y lo empieza a frotar sobre la tela por toda la extensión de mi verga, que apenas aguanta su prisión.
-Parece que sale - le digo.
-Vamos más a la luz.
El muy astuto me conduce hasta uno de los cubículos, donde la luz es más clara, y yo lo sigo obedientemente. Oímos pasos que se avecinan por las escaleras.
-Será mejor cerrar la puerta, si no te molesta – susurro tímidamente.
-Por supuesto, es lo más conveniente, claro – me dice, mientras hace el gesto de llevarse el índice a la boca, sugiriéndome silencio.
Alguien entra al baño. Estamos los dos encerrados en el cubículo, quedamos inmóviles y por un largo rato nos miramos a los ojos. El camarero tiene unos labios muy tentadores. Estamos tan cerca que siento su joven aliento llegar hasta mí. Él baja la mirada y la posa en mi sexo, cubierto por mi bóxer que emerge bien abultado de mi pantalón abierto. Con un leve movimiento, dejo caer los pantalones hasta mis tobillos. Mi entrepierna parece la carpa de un circo. El jovencito, acalorado y extasiado con esa visión, alarga su mano y abarca mi pubis por encima de mi ropa interior. Mis largos pelos escapan por encima del elástico y por debajo, mis pelotas. Lo miro a los ojos, invitándolo hacia mí. Con su palma alberga el calor de mi erección y yo creo desfallecer de excitación. Sus manos suben un poco y, apartando mi camisa abierta, acarician mis grandes pezones rosados y peludos. Con ligeros toques, los sensibiliza magistralmente.


La persona que había entrado al baño se retira. Quedamos solos otra vez. Y esto parece ser el permiso para tomar el elástico de mi bóxer y empezar a bajarlo. El camino de mis pelos abdominales se amplía ante su vista, el elástico achata por un momento mi sexo ávido de liberarse, pero enseguida emerge el exterior pendulando hacia el techo, victorioso y contento. Mi erección es increíble. Se la ostento orgulloso. El muchacho se arrodilla ante el palo que le ofrezco y abriendo su agraciada boca lo introduce en ella sin mayores miramientos. Esto me arranca un gemido sordo que intento sosegar instintivamente.


Me está chupando la verga como si fuera lo último que hará en su vida. Qué entusiasmo el del muchachito. Su boca avanza y retrocede en agitado menester, y mi miembro entra y sale cada vez más agradecido por tan dedicada labor. Qué bien atienden en este establecimiento, pienso. Después de un rato de sentir la gloria entre esos calientes labios, le detengo la cara entre mis manos:
-Date vuelta – le digo con voz baja pero enérgica.
El muchacho no lo piensa dos veces. Se incorpora y se apoya contra la pared, entregándome su trasero. Le aflojo los pantalones y rápidamente se los bajo junto con su prenda interior. Definitivamente es un culo de campeonato, pienso, mientras lanzo una contenida exclamación al ver semejante belleza. Es perfecto: nalgas equilibradamente redondas, peludas, firmes..., el hermoso surco central albergando más pelos, surgiendo ante mí como contundente invitación. Lo abro anhelante con mis manos y la delicia de su agujero oscuro me hace temblar. Acerco mi cara y siento la vibración de su cuerpo, expectante, vulnerable..., entonces saco mi lengua y hago contacto. Primero, y muy lentamente, con las puntas de sus vellos, (él se estremece y gime sintiendo mi ardiente aliento), después, llego hasta los primeros pliegues de su ano. ¡Esa piel, gloriosa textura! Es maravillosa, tersa, muy suave..., voy lamiendo cada vello, cada frunce y me introduzco más y más en aquel hueco tórrido y palpitante.
Entonces paso una mano por debajo de sus bolas abrigadas por pelos y me adelanto para apoderarme de su verga. Es bastante grande, pesada, y está completamente dura. Cuando al fin la puedo abarcar con toda mi mano, siento como, por su humedad, resbala muy bien deslizándose entre mis dedos. Él lanza un nuevo gemido muy largo, es comprensible, al fin y al cabo lo tengo aprisionado por detrás con mi boca y por delante con la mano que lo masturba firmemente. Mi mano libre asciende metiéndose por debajo de su camisa y llega hasta su pecho agitado. Voy de un pezón a otro, excitándolos alternativamente y logrando que todo su ser se retuerza de placer.
Un profundo suspiro me anuncia su llegada al orgasmo. En ese momento entran al baño un padre con su hijo pequeño y gritón. ¡Mierda!. Tapo la boca del mozo para que no salga de allí sonido alguno. Aplico más intensidad a mis movimientos y en mi mano siento la inundación de su pegajoso esperma. No toques nada, repite insistente el papá al nene. Joder, me digo, ¿cuándo piensan salir del baño?. Recibo toda la descarga entre los dedos, mientras otra parte del fluído cae al piso. Sintiendo su estremecimiento interminable, le doy un húmedo beso en la nuca, mientras no dejo de estar atento a los molestos visitantes que parecen haberse quedado a vivir en el baño. Lo abrazo. Él me toma las manos, intentando calmar su agitación. Finalmente, el papá (que tal vez se había dado cuenta de lo que sucedía tras nuestra puerta) toma a su hijito y sale del baño.
-Debo regresar...
-Sí, yo también – le contesto. Me subo los pantalones y le ayudo con su ropa - fuiste muy amable, gracias.
-Por nada... fue un verdadero placer – me contesta sonriente, terminando de abrocharse el cinturón.
Antes de abrir la puerta del reservado, me mira tímidamente, como con vergüenza, otra vez me sonríe angelicalmente, sonrisa que devuelvo, y sale sigilosamente del cubículo. El camarero se lava la cara con agua fría. Estoy por salir cuando siento que alguien entra. Detrás de la puerta del reservado oigo una voz que saluda a mi mozo frente al espejo:
-Qué tal, José. ¿Todo bien?
-¡Gonzalo! Sí, todo bien – responde el mozo un poco agitado - ¿Cómo estás, tanto tiempo?
-Muy bien. ¿Y vos? ¿Cómo vas con tu flamante vida de casado?
Casado, entonces sí estaba casado. Otro más, qué barbaridad.
-Bien,... muy bien. ¿Y vos con Lorena, todo bien? – le contesta algo cortado.
-Sí, muy bien. También me casé.
-¿Ah sí? ¿Cuándo?
-El año pasado.
-Qué bien, te felicito. ¿Tanto hace que no nos vemos?
-Sí. Tenemos que vernos más seguido. Mandale un saludo a tu mujer de parte mía...
-Serán dados, gracias, bueno, tengo que seguir trabajando..., nos vemos, Gonzalo.
-Nos vemos, José.
Escucho irse al camarero mientras que el amigo se queda orinando. Puedo sentir el ruido de su descarga. Espero un rato, el ruido del chorro ha cesado pero el hombre no se mueve del urinal. Tengo que salir. Aunque soy de tardar cuando voy al baño temo que mi esposa pueda intranquilizarse. Termino de acomodar mi camisa dentro del pantalón y abro la puerta. Voy hasta el espejo y me acicalo un poco, pero en realidad estoy mirando por el reflejo hacia el tipo que ya dejó de orinar hace un rato. Me fijo nuevamente en él... y me doy cuenta de que es uno de los dos hombres de la camioneta.


Y, oh, sorpresa, ahí, entre sus manos, el tal Gonzalo agita una verga de considerables dimensiones. El prepucio se corre y descorre acompasadamente mientras él voltea su cabeza y me mira. Hace un gesto muy demostrativo y yo estoy ardiendo de deseo. Doy unos pasos cautelosos y me acerco, fingiendo acomodar mi ropa. El joven (pues no tendría más de veinticinco años) da unos pasos hacia atrás y me muestra lo que tan afanosamente está acariciando. ¡Majestuoso falo!. Me toco la entrepierna, mi pija podría estallar de lo dura que está. Él comienza a desabotonar su camisa. Se da la vuelta... y de un solo movimiento me otorga la delicia de su torso. Una maravilla. Su pecho es una delicia de formas bien definidas de piel casi lampiña y tersa. Sólo sus pezones y una fina línea en medio del pecho se sombrean con fino vello. Entorno a su ombligo es donde los pelos oscuros parecen invadirlo todo. Entre las manos sostiene su descarada verga. Una verga extraordinaria, completamente rígida, vibrante, recta y protegida por una mata de pelos que cortan el aliento. Mis ojos se abren aún más y avanzo con pasos lentos. Él levanta las cejas mientras yo extiendo una mano. ¡Qué deleite!. Exploro esa textura húmeda, suave, pesada.... acaricio sus enormes pelotas, paso y froto mis manos contra su pubis, hundiendo mis dedos entre el espeso bosque de pelos negros. Él me mira a los ojos, mientras su mano se aferra a una de mis tetillas. Entrecierro los ojos, y, en ese momento, siento su lengua entre mis labios. Por un momento, me abandono a su boca, pero enseguida despierto:
-¡No, no...! lo siento, pero tengo que irme – le digo entrecortadamente, volviendo en mí.
-Sí, yo también... – me dice con seductora sonrisa.
-Hace un rato te vi con alguien, afuera, en la calle.
-Es mi hermano, trabajamos juntos.
-¿Ah sí? ¿tu hermano? – lo miro asombrado.
-Sí, ¿Y sabés qué?
-¿Qué?
-Estoy seguro de que le gustaría mucho conocerte.
Escucho su voz como una estocada a mi palpitante erección. Yo lo masturbo lentamente, apenas puedo abarcar ese pene con mi mano. El tamaño de ese miembro me deja pasmado.
-Veo que conocés muy bien los gustos de tu hermano.
-Y él los míos. Compartimos todo, hasta el gusto por los hombres casados - me dice, mientras no deja de sobarme el bulto de mis pantalones.
-¿Cómo sabés que soy casado?
-Porque te vimos abajo con tu esposa.
-Entonces...
-Sí, te mirábamos...
Sonreí, gratamente asombrado.
-Debo bajar.
-Sí, te espera tu esposa. Todo bien. A nosotros también nos esperan nuestras mujeres.
-Estamos igual, ¿verdad?
-Sí – dice sonriendo cómplice.
Iba a salir, pero de pronto me asaltó un incontrolable deseo. Todo era demasiado excitante como para dejarlo ahí. Me volví, mordiéndome el labio, y le pregunté tímidamente:
-¿Te parece que nos podríamos ver?
-Sería genial.
-¿Cuándo?
-Ahora.
-¿Ahora?
-Te esperamos sobre la avenida 4, a esta altura. Estamos en la camioneta blanca.
-No sé... - respiré hondo, indeciso, pero cada vez más excitado con la propuesta.
-Será sólo un momento..., ¿vas a venir?
Pienso (o mejor dicho, no pienso un solo minuto) y  me apresuro a contestar:
-Está bien. Voy.
-De acuerdo.
Él se percata de mi temor, de mi nerviosismo. Entonces se acerca y me pasa un mano por la mejilla, diciéndome dulcemente:
-¿Salió tu mancha de chocolate? – me pregunta.
Por lo visto había observado mucho más de lo que yo pensaba. Hago una expresión de extrañeza ¿desde cuándo había estado viendo la escena desde la calle? Pero, finalmente, la ternura de su pregunta me distiende. Sonrío y le respondo:
-Sí, salió, no del todo, el mozo me...
-¿José? Claro... él te ayudó. Es lo que nos imaginamos con mi hermano – dice sonriendo mientras abrochaba su camisa - Este José, no pierde ocasión de...
-Lo conocés bien, es tu amigo, ¿no?
-Desde que íbamos al colegio... lo conozco muchísimo – me sonríe con intencionalidad – Bueno... ¿entonces vas a venir?
-Sí.
Los dos nos acomodamos frente al espejo y salimos del baño rápidamente. Al reentrar en el salón, paso cerca de la barra donde veo a José, el mozo, acomodando cosas en su bandeja. Me mira atentamente y me hace un saludo inclinando la cabeza, yo le devuelvo la mirada y puedo percibir una leve sonrisa a mi paso.
-¡Querido, por fin! A ver esa mancha... ¡ay, estás hecho un desastre! – comenta mi mujer al verme llegar a la mesa –... pero bueno, al menos lo peor salió. ¿Te frotaste bien?
-¿Eh?..., Ah, sí, sí..., froté todo lo que pude - dije, poniéndome colorado - Nos vamos?
-Sí, yo ya pagué al muchacho.
-Perfecto, entonces salgamos - digo con prisa.
-Querido, me gustaría volver al hotel y descansar un poco antes de ir a cenar.
-¿Te importaría si yo voy a comprar un libro? – invento casi balbuceando, viendo a lo lejos como los dos hombres se quedan hablando en la esquina.
-¿Un libro? ¿no estabas leyendo el de Sweig?
-Sí, pero este libro es el que te comenté ayer..., finalmente lo vi en la librería Alfonsina y me gustaría ir a comprarlo... – digo, siguiendo a la vez cada movimiento de los dos tipos.
-Bueno, está bien, de todos modos, yo pensaba dormir un rato.
-Después quisiera caminar un poco, querida.
-¿Con esta lluvia?
-Eh..., digo..., si es que deja de llover..., parecería que el cielo está abriendo un poco ¿no?– le contesto mientras percibo que los dos hombres ya están cruzando la calle.
-No sé, a mí me parece que no, pero como quieras – me contesta, mientras salimos, justamente detrás de los dos hermanitos. Sin que se dé cuenta mi esposa, Gonzalo se vuelve y me mira con unos penetrantes ojos, y haciendo una seña imperceptible me recuerda que estarán esperando. Su hermano también me mira, con una expresión llena de deseo contenido, y observo como la punta de su lengua emerge apenas para repasar su labio superior. Mi pecho vibra con ese gesto, y contesto con un leve movimiento de cejas.
-Hasta luego, mi amor, cerrate ese abrigo y no tomes mucho frío.
-Nos vemos después, querida. - respondo besándola.
Todos salimos en direcciones opuestas. Veo a mi esposa alejarse hacia el hotel cercano y simulo mi caminata hacia la librería hasta que la veo desaparecer en la otra cuadra. Entonces, seguro de no ser visto, vuelvo rápidamente sobre mis pasos y casi a trancos doblo en la esquina del bar hacia la avenida 4. Cuando llego al lugar señalado reconozco la camioneta blanca. En su flanco un cartel indica: Vivero Mario – mantenimiento de jardines. Me acerco y veo que desde adentro, el hombre joven me hace una seña. Abre la puerta y subo.
-Hola, ¡qué rápido que llegaste! - me recibe Gonzalo.
-Qué tal, yo soy Mario – me dice una voz desde el interior de la parte trasera de la camioneta – Entrá. Aquí estaremos cómodos.
-No tengo mucho tiempo – digo sonriendo e intentando disimular mis nervios.
-Nosotros tampoco – me dice Gonzalo - Nos esperan nuestras esposas.
Gonzalo me da la mano y me conduce hacia el interior, corriendo una cortinita que separa la cabina con ese espacio del vehículo, totalmente cerrado y protegido de cualquier mirada externa.
-¿Aquí? – pregunto, un poco desconfiado, pero excitado.
-Aquí - me dice Mario con una sonrisa muy significativa.
Los tres cabemos perfectamente en la camioneta, aunque tenemos que estar arrodillados. Gonzalo extiende una manta y queda detrás de su hermano.
-¿No querés quitarte al abrigo?
-Sí, claro – contesto, notando que hay buena calefacción. Entonces miro a los dos hombres, que habían quedado frente a mí y veo como Gonzalo, tomando desde atrás los botones de la camisa de Mario, me dice seductoramente:
-Quiero presentarte a mi hermano... ¿no es una belleza...?
Ya lo creo. Mario, unos años mayor que su hermano, es un hermoso ejemplar de varón. De barba entrecana y boca grande, enmarcada entre verticales hoyuelos muy coincidentes con mi tipo de hombre, me mira sin perder detalle de mi persona y finalmente me dice casi entre suspiros que le gusto mucho. Sonrío y me entusiasmo con su halago.
Gonzalo abre la camisa de su hermano y se la quita deslizándola por sus anchos brazos. Mario tiene un cuerpazo que alucina. Está cubierto de una espesa vellosidad que se reparte abundante entre sus dos amplios pectorales. Su pecho sube y baja ante mi vista que devora cada parte de su anatomía. Dos tetillas muy desarrolladas se yerguen por entre los pelos, moradas y bien carnosas. La hilera de vello le divide el torso en dos mitades y baja un poco zigzagueante para ocultarse debajo del pantalón.
Las manos de Gonzalo van a la hebilla del cinturón y la desabrocha enseguida. Abre su bragueta y ayudado por los movimientos de su hermano, me descubre lentamente todos los encantos de ese hombre fascinante. Cuando queda completamente desnudo ante mí, no puedo menos que acercarme atraído por un falo que, si bien todavía está flácido, es de un tamaño que me corta la respiración.
-¿Habías visto antes una verga tan grande? – me interroga Gonzalo mirándome a los ojos, mientras se va quitando la ropa.
En verdad es increíble, aún en reposo total (parece que la cosa viene de familia, pero claro, Gonzalo no la tiene tan grandota). Descansa pesadamente entre sus dos mullidas pelotas. El miembro además de largo es bastante gordo y lo intuyo suave y mullido al tacto. Por encima, una mata impenetrable de pelos le hacen un manto perfecto que baja cubriendo la suavidad de su arrugado escroto. Extiendo mi mano, ansioso por tocarlo, pero Gonzalo me hace una seña y se apresura a decirme:
-Sólo un momento ¿querés ver como se le pone al palo solita? – me susurra, a tiempo que Mario dibuja una sensual sonrisa mirándome. Lo miro sin entender, entonces Gonzalo me explica:
-A mi hermano lo vuelve loco que le toquen los pezones. Acercate y dame tu mano.
Yo avanzo todavía vestido y con la dureza entre las piernas. Gonzalo me toma una mano y me la pone encima del pecho de Mario. Entonces toco fascinado su pezón izquierdo. Mario se arquea de placer y queda con la mirada en blanco. Increíble, pienso, y entonces aplico mi otra mano  acariciando a fondo sus sensibles tetillas que ya están duras a más no poder. Gonzalo ya se ha desnudado y sigue detrás de las espaldas de su hermano a quien empieza a besar en el cuello. Miro hacia abajo y lo que veo me maravilla: el pesado pene de Mario se levanta entre parejos latidos. Lo hace rápidamente, engordando y curvándose hacia arriba. La piel del prepucio se descorre y un brilloso y morrocotudo glande asoma con descaro. Me acerco más y aparto mis manos de los pezones para dejar paso a mi boca. Entre mis dientes siento la esponjosa textura de sus botones orondos. Mario parece estar fuera de sí ahora. Su verga salta repentinamente y sus venas cobran volumen alrededor de la piel cada vez más tirante. Estira sus manos hacia mí y torpemente empieza a desabotonarme la camisa. Pronto quedo con el torso desnudo y sus dedos se abalanzan rápidamente hacia mis pezones. Es evidente que los pezones de hombre son su tema preferido. Sus manos son toscas y tienen restos de tierra entre las uñas. La aspereza de sus palmas raspa ruidosamente el vello de mi pecho y sus dedos rústicos aprietan y juegan con mis tetillas erectas. Yo ya he desabrochado mi cinturón, Mario no tiene más que bajar sus manos y soltarme uno a uno los botones de mi pantalón. En un minuto quedo totalmente desnudo y con mi verga babeante y vibrando al aire, dura y anhelante.
Ambos miembros se tocan, se chocan, se acarician, y por sobre los hombros de su hermano, Gonzalo espía el espectáculo. Me acerco más y Mario me dice:
-Sos hermoso, ¿puedo? - susurra, mirando mis pezones.
-Son tuyos – le contesto mirándolo profundamente a los ojos.
Siento la gloria de su boca caliente entorno a mis tetillas. Es sublime. Practica ahí todo tipo de habilidades bucales. Mario es un experto chupando tetas. Sólo después de un rato es que se incorpora y acerca sus labios a los míos. Nuestras bocas se encuentran por primera vez y en un beso larguísimo damos rienda suelta a nuestras lenguas, deseosas de dar y recibir sabores mutuos. Entonces Mario cierra los ojos y me abraza aún más, dando un grito contenido: es que Gonzalo le ha abierto las nalgas y lo está penetrando lentamente. Yo lo sostengo por sus enormes tetas y sigo lamiendo cada parte del interior de su boca. Ese hombre formidable se aferra a mí con fuerza, una fuerza muy intensa, masculina, de macho sumido en indescriptible placer.
Paso mi mano por las pelotas de Mario y sigo un poco más. Puedo tocar el borde de su ano, totalmente dilatado y también me choco con el formidable palo de su hermano que entra y sale rítmicamente.
Gonzalo besa el cuello de Mario dulcemente, mientras me mira con sensualidad. Me acerco a él y también uno mi boca al cuello y luego a la boca de Gonzalo. Y enseguida, los tres hombres estamos besándonos apasionadamente. Fluidos, humedades, labios y lenguas, se confunden entre sí, en un juego exquisito de meter y sacar. Exploro pliegues, dientes, encías y me embriago con sus alientos calientes y las texturas de sus comisuras. Somos tres bocas abrasadoras, tres leones hambrientos que tiemblan de placer con cada beso.
Estoy en un estado de voluptuosidad total, me arqueo hacia atrás y cierro los ojos, entonces los dos hermanos abandonan mi boca. Por un momento echo de menos sus masajes bucales. Sin embargo empiezo a ser víctima de nuevos deleites. Se agachan hasta mi pubis y con sus bocas atrapan mi lubricado sexo. Chupado a dos flancos, lentamente me sumen en un limbo indescriptible. Gonzalo lame ávidamente mi glande, sin llegar a introducirse del todo la extensión de mi verga, mientras que Mario no deja de chuparme las bolas, amasándome el perineo con los tenues toques de sus manazas rústicas. Y como por descuido, uno de sus dedos llega a mi ano, haciéndome gritar de gozo. Yo lo ayudo, y abro bien mis nalgas. Entonces él mete un dedo... dos... y ¡tres!, en medio de mis convulsivos movimientos.


Gonzalo moja una de sus manos con la saliva que tomó de la boca de su hermano y va a aceitar con ella todo el contorno de mi agujero. Esto facilita la tarea de Mario, que está más que entretenido en un sacar y meter sus dedos, dilatando increíblemente mi velludo ojete.
Por un momento, Mario saca mi palo de su boca y susurra a Gonzalo:
-Tenés que probar este culo, hermanito.
Gonzalo no se hace rogar y se desliza hacia mi trasero. Y... ¡Ah!... siento el sublime calor de su aliento acercándose por entre mi surco bien abierto por mis propias manos. Mario continúa haciéndome una inmejorable fellatio y Gonzalo empieza a lamer mi culo, ¿puedo pedir más?. Bueno, sí, siempre se puede pedir más, pero en este caso, no hace falta: mis dos machos se encargan de elevarme con sus lenguas hasta las puertas mismas del paraíso, adelantándose siempre a mis deseos.
Entonces Gonzalo se incorpora y no sé en qué momento unta sus dedos con un gel lubricante que esparce por toda mi dilatada abertura. El contacto frío me estremece y a la vez alivia el ardor que siento. Yo estoy cada vez más abierto, y en pocos segundos, el rígido pene de Gonzalo se abre camino dentro de mí. Exhalo un gemido intenso cuando toda la extensión de su pija resbala fácilmente hasta el límite de sus pesadas bolas. Está dentro de mi culo. De mi ardiente, lubricado y abierto culo. No sé como aguanto para no eyacular ahí mismo.
-¿Verdad que Gonzalo coge como los dioses? – me susurra Mario.
-Sí..., se nota que alguien muy experimentado le ha enseñado muy bien – contesto mirándolo con entrecortados acentos.
-Es mi orgullo - me dice sonriendo.
-¿Te gusta?, todo se lo debo a él - dice Gonzalo.
Rápidamente, al ver la expresión de placer de mi cara, Mario se levanta y su boca se encarga de esquiar por todo mi pecho. Le encanta chupar y frotar con sus labios mi vello ensortijado. Siempre vuelve a mis pezones, cuidándose de no alejarse de ellos por mucho tiempo. Acerca su cara ante la mía y tomándome por la cabeza, vuelve a besarme mientras me dice algunas obscenidades. Esto me enloquece y hace que pierda el equilibrio. No tengo más remedio que afirmar mis manos contra el techo del vehículo. Al ver mis axilas expuestas, Gonzalo, sujetándome desde atrás con sus brazos entorno a mi tórax, comienza a pasar su larga y caliente lengua por mis pelos empapados de sudor. Me dice que estoy muy rico y que pasaría horas sorbiendo mis sobacos.


Mario se da vuelta y de espaldas a mí, se pone un poco de lubricante en el trasero, lo abre bien y se ensarta violentamente en mi enhiesta estaca. Yo quedo entre esos dos ardorosos hermanos, presa de sus acelerados movimientos, embriagado por sus agitados alientos que dan sobre mi cara y mi nuca. Penetro y soy penetrado, ¡soy un hombre afortunado! Las bocas van de una a la otra, juntándose las tres cada tanto, probando la que está adelante, la de atrás... es un continuo degustar de darse y recibir.
Entonces Gonzalo detiene la acción por un momento:
-¿Cuándo me toca a mí? Todavía ninguno de los dos me la metió.
En su protesta, nos ofrece su precioso culo y se pone en cuatro patas. Pero qué desconsideración de nuestra parte, me digo, y cambiando de posición miro a Mario y él me responde con un gesto como diciendo primero los invitados. Embadurna a su hermanito con abundante lubricante, acariciándolo cuidadosamente y metiendo cada tanto un par de dedos para testear su óptimo ensanche.
-Ya estoy listo, hermano  – vocifera Gonzalo, abriéndose los glúteos desesperadamente.
Sin más, me pongo a horcajadas sobre él y miro su joven ano, vulnerable y entregado. Apunto mi erección hacia la roja carne, y hundo lentamente mi sexo entre gemidos entrecortados, ayudado por la mano del hermano mayor. Entro con un poco más de dificultad que al penetrar a Mario. Este es un culo más joven, por lo tanto tal vez menos experto, pienso para mis adentros, de todos modos, me proporciona un placer impresionante y mi verga queda bien sujeta en el interior caliente de Gonzalo. Mario me acaricia la espalda y no puede contenerse de comerme el culo. No escatima esfuerzos para llegar hasta mis bolas, que primero golpean inmisericordes su barba y luego se pierden dentro de su angurrienta boca. Después de un rato, creo que es tiempo de cederle el turno a Mario:
-Es tu turno... – le digo, dejándole libre el acceso.
Gonzalo espera pacientemente, mientras sigue lanzando sonidos de enorme placer. Veo como su esfínter se contrae, como pidiendo más verga, y al hacerlo, el efecto de la lubricación hace que el ano lance pequeños chasquidos.
-Me está llamando – escucha Mario, dispuesto a dar lo que se le está pidiendo. Es un espectáculo increíble ver en acción esa verga descomunal. Poco a poco se va introduciendo en el apretado agujero de Gonzalo, a tiempo que éste eleva cada vez más sus jadeos y gemidos. Pronto toda la tranca de Mario desaparece hasta quedar oculta dentro de su hermano. Yo los acaricio, pasando mi mano por sus testículos y devorando todo con mi tacto. Me acuesto debajo de ellos y embriagado por sus olores de macho, devoro todo a mi paso.
Quiero entrar una vez más en el culo de Mario, me levanto otra vez y lo atraigo a mí, clavando mi mástil en él. Mario se enloquece, y más aún cuando lo agarro por las tetillas. Grita incontroladamente en medio de los dos, bufa, se contrae, y no puede dejar de mover su pelvis entre Gonzalo y yo. Pero mi culo se siente algo vacío, entonces, después de un tiempo de estar bombeando el de Mario, lo abandono y me voy a situar delante de Gonzalo. Él me recibe con los brazos abiertos y me sujeta por el torso. Ya su miembro se instala en el surco de mi trasero y besándome el cuello hace que se me erice la piel con el contacto de su crecida barba. Retrocedo presionando mi culo contra él y Gonzalo me penetra otra vez.


Los tres somos uno. Nos movemos cada vez más, y pronto estamos listos para descargar. Entonces, cambiamos de posición de nuevo y nos ponemos los tres de frente... queremos ver los trallazos de nuestro esperma al salir. Frenéticamente nos masturbamos: Gonzalo a su hermano, Mario a mí, y yo cierro el círculo bombeando con mis manos al hermanito más joven.
-¿Listos? – grita Mario entre suspiros y respiraciones agitadísimas.
Gonzalo y yo contestamos asintiendo con las cabezas. Casi al mismo tiempo, las tres vergas lanzan su mar de esperma.
Qué gozo inmenso...
Qué placer...
Qué...
-¿Qué hora es? – pregunta Gonzalo.
-¡Carajo, ya se nos hizo tarde otra vez! – dice Mario mirando el reloj.
Gonzalo me alcanza una toalla que buscó en el asiento de la camioneta. Empezamos a limpiarnos, bañados de semen como estamos. Rápidamente nos vestimos e intentamos poner nuestro aspecto en orden.
-¿Podemos verte otro día? – insinúa Mario
-Con todo gusto – digo saliendo de la camioneta – estoy en el Olimpus.
-¿En el Olimpus? Mañana tenemos que pasar por el Olimpus para hacer el mantenimiento del jardín – sonríe Mario.
-Qué casualidad.
-Sí, qué casualidad.
-Entonces hasta mañana, pero...
-Sí, sí... no te preocupes, seremos muy discretos – me aclara Gonzalo poniendo en marcha la camioneta.
Ni bien desciendo la camioneta arranca, desapareciendo por la esquina rápidamente.
Respiro y me lleno de aire frío. Decido, antes de volver al hotel, llegarme hasta la playa y dejar que la brisa me vuelva a la realidad. La llovizna, después de todo, es más leve ahora.
Empiezo a caminar sin poder abandonar la sonrisa de mi cara, húmeda y acalorada a pesar del viento helado. El mar está agitado y ha avanzado sobre la playa. Miro el horizonte por unos minutos, sintiendo que el calor obtenido empieza a escapar. Es hora de volver. Al llegar a la avenida principal, enfilo camino del hotel, y noto que en dirección opuesta viene hacia mí una pareja más o menos joven. En un momento la mujer se detiene en una vidriera mirando algo que llamó su atención. El hombre lleva gafas y se ve un tanto aburrido. Pero enseguida me ve. Repara en mí y su rostro sale de su letargo. Su esposa no lo está mirando, y él, que la toma por los hombros, clava sus intensos ojos en mí. Sostenemos esa mirada hasta que nos cruzamos, a pocos centímetros. El momento es breve, pero tiene una energía que deja todo muy claro. Su esposa le habla, y todo se esfuma entre nosotros.
Continúo mi camino, pensando ahora muy diferente acerca de este pueblo chico.
Cuando entro a la habitación del hotel, mi esposa está arreglándose frente al espejo.
-¿Conseguiste el libro, amor?
-¿Eh?..., ah, el libro - recuerdo de golpe - no, no lo conseguí, lo habían vendido.
-Hoy no es tu día, cariño.
-Creo que no - dije, con una sonrisa plena.


Franco.
Octubre 2006 (Revisado en abril de 2019)

Comentarios

  1. Franco he leido una pequena parte del Cuentito de Fin de Mes que acabas de publicar. Te aseguro que lo leere' todo en una horas cuando estare' totalmente desnudo en mi cama. Estoy segurisimo que jeculare'(?) bastante semen para quedarme satisfecho. Hasta manana por la manana!!! Por Tonyitalian

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  2. Ok, Tony, después contame cómo te fue!

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  3. Franco, el cuentito fue "delicioso" y muy Bueno. Me gusto'tanto. Claro que yeculare' bastante. Esta manana me di cuenta al despertarme que necesitaba ducharme si queria ser presentable SIN oler por razon de mi actividad previa. Hahahahaha!!! Por tonyitalian

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  4. Una vez más; Muchísimas gracias Franco. Tu blog como siempre estupendo y esperar a que publiques tu cuentito siempre tiene una magnífica recompensa extra. Fdo: Fernando

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  5. Uffff ese cuento me dejó con ganas de vivirlo en carne propia.saludos

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