El cuentito de fin de mes
Desde el closet.
(Cuando nuestras esposas no
nos ven)
¿En este pueblo chico habrá
algún hombre interesado en tener sexo con otro hombre?. Si es así, ¿dónde
encontrarlo? En Buenos Aires es fácil: un gesto, una mirada sostenida en plena
calle, los tantos lugares de encuentro..., pero no, definitivamente ninguno de
los tipos que se ven aquí, en los locales, en la playa, en los hoteles...
ninguno se atreve siquiera (creo que yo tampoco, ahora que lo pienso) a lanzar
una de esas señales que por su reconocible complicidad, dejan perfectamente en
claro ciertos códigos e intereses entre dos machos. No hay rastros, al menos
visibles, de que aquí se practique esa sublime actividad entre varones, nada
que me haga sospechar siquiera que en esta breve estadía gozaré de algún
encuentro especial. Vaya... y todavía faltan algunos días antes de regresar a
la civilización.
El camarero, un hermoso
ejemplar masculino, disipa todos estos pensamientos con su insistente mirada,
de pié frente a nuestra mesa y con una bandeja en su mano. Vuelvo a la realidad
y me doy cuenta de donde estoy y con quién.
-¿Qué querés tomar, querida?
-Un té, amor.
-Para mí un café doble, por
favor - digo alzando la vista hacia el hermoso jovencito.
-¿Desea acompañarlo con
alguna porción de torta, señora?- pregunta el mozo.
-Tal vez..., sí, un budín de
limón – contesta mi esposa mirando distraídamente la carta.
-Como no. ¿Usted, señor?
-Nada, gracias - digo en tono
neutro, devolviendo la carta al joven.
Gente, ruido, niños alocados
al final del salón, un ambiente no del todo confortable. Pero es que, después
de todo, es el único café disponible en varias cuadras a la redonda en aquella
pequeña ciudad de la costa donde estamos pasando unos días de sosiego invernal.
Afuera cae una lenta
llovizna, hace frío, y debimos interrumpir nuestro paseo de compras en busca de
un reparo cálido. Pero en ese rumoroso lugar es casi imposible mantener al
menos una conversación tranquila. Mi esposa me habla, casi a los gritos, pero
yo apenas puedo seguir el hilo de la charla.
Mis ojos se van afuera, como
queriendo salir del lugar a través del ventanal, allí veo dos hombres que fuman
y hablan entre ellos al pie de una camioneta blanca. No sé por qué los miro.
Tal vez sea porque el mayor de ellos, de barba entrecana, por un instante chocó
sus ojos con los míos. Pero es sólo un instante.
Hay personas que ríen, vociferan,
máquinas de café que no dan abasto, gente que llega para guarecerse del clima
reinante y que abre violentamente la puerta, haciendo entrar momentáneas
ráfagas. Ya no hay más mesas disponibles, sin embargo hay quienes esperan su
turno en la puerta. Luego de un rato considerable de espera, el camarero vuelve
con el pedido y yo lo miro atentamente porque el muchachito ostenta una
juventud casi ofensiva. Lleva los tres (los he contado) botones de la camisa
abiertos y sus suaves pectorales avanzan hacia delante como dos colinas firmes
y puntiagudas. Apenas un leve vello las protege, ¡Ah, subyugante muestra de
juventud!, y puedo advertir, como si se tratara de un bonus-track, como los enhiestos pezones tiran de la tela blanca,
marcando dos agujas inconfundibles.
Mi mujer es la que advierte
que en vez de un budín de limón nos traen uno de chocolate.
-Yo pedí de limón - dice con
visible mal humor. El camarero
no parece apenarse demasiado y con una automática disculpa se dispone a volver
a la barra.
-Está bien, déjelo... - le
digo, mirándolo a los ojos - no hay problema, lo comeré yo. Sólo traiga el de
limón para la señora, por favor.
El mozo me mira algo
sorprendido. Creo que no esperaba mi amabilidad, asiente con la cabeza y se va.
Me regala la visión de su trasero enfundado en un pantalón negro que le queda
perfectamente y destaca sus redondeces bien formadas. Me obligo a no mirarlo,
tanto como para no dejar sospecha evidente de mi morbosa atención sobre el mozo
y desvío mis ojos nuevamente hacia la calle. Allí siguen los dos hombres de la
camioneta. No están nada mal. Terminan de fumar y se meten adentro, seguramente
para protegerse de la llovizna.
El sitio sigue siendo un caos
y un barullo continuo. Comienzo a sentirme aturdido. Miro a mi alrededor. Una
mesa con dos matrimonios de gente mayor, otra más allá con una parejita muy
acaramelada y de manos entrelazadas, a mi derecha una mesa con dos familias
hablando a los gritos... y más o menos bullicioso, todo el ambiente poblado de
animada concurrencia que pasa sus vacaciones de invierno en la más absoluta
despreocupación. A duras penas unos pocos empleados pueden atender a toda la
clientela, pero nadie lo advierte, a nadie le preocupa eso, ni las esperas,
como si se aceptara que todo eso es parte del día libre.
Entonces advierto que, detrás
de un grupo de insoportables niños que corretean de un lado al otro del salón,
hay dos hombres sentados en la mesa junto a la ventana. Uno es de mi edad, un
poco más quizás, de cincuenta años, y el otro, al que puedo ver de frente, de
unos veinte, aproximadamente. Están hablando, y su manera de mirarse me hace
intuir que entre ellos hay una relación más que íntima. Bien, me digo, por lo
menos encontré gente interesante.
Empiezo a tejer una trama
imaginaria en torno a esos dos hombres, ambos muy atractivos, y aunque el mayor
me da la espalda, compruebo que tiene un físico envidiable: buenos hombros,
cabello agrisado y muy ondulado, barba muy cuidada y manos grandes y viriles.
Su efebo compañero no es menos apuesto. De rasgos aniñados aún, tiene barba de
dos días y el cabello, castaño claro, intencionadamente en desorden. Es
corpulento como su acompañante y lleva la camisa un poco abierta y remangada.
Con el calor del ambiente ambos se han quitado sus abrigos y prendas de lana. Me
los imagino en la cama, desnudos, devorándose con las bocas abiertas, llegando
con sus lenguas hasta lugares insospechados. Intento disimular, aunque es
difícil quitarles la vista de encima. Dentro de mi cómodo closet, todas esas
situaciones nunca pasan inadvertidas para mí. Es más, las encuentro
completamente atractivas. Las busco, las rastreo, me regodeo con ellas, y hasta
me excita – en algún modo, morbosamente – dejarme atraer por ese mundillo en
presencia de mi esposa, que no sospecha lo que pasa. Es como si el peligro de
ser descubierto, fuera un disparador para mi excitación.
Vuelve el camarero y mi
esposa asiente con la cabeza.
-Su budín de limón, señora.
-Ahora sí, – dice ella con
voz firme y con cierto reproche al menear la cabeza.
Nuevamente el mozo me mira
significativamente. Y se demora algo más, acomodando no sé qué cosa sobre
nuestra mesa. Mientras lo hace, mi vista se delira entrando por la abertura de
su camisa y descubre una rosada tetilla a contraluz. ¿Es posible que ahora se
hayan desprendido más botones?, no son tres, ahora son cinco. Dejo de mirar,
autoimponiéndome otra vez un mínimo de disimulo, pero mis retinas atrapan la
impresión de ese pezón. Es como un capullo que florece con toda la fuerza de su
impulsiva juventud. El joven retorna a la cocina dejando mi calenturienta mente
libre, pero solamente por un segundo, porque mis ojos se topan con el rostro
del jovencito de la mesa de la ventana, que a la vez me mira fijamente.
Los dos hombres están a unos
cuantos metros y obviamente no puedo oír lo que hablan entre sí. Ahora el más
joven le dice algo a su amigo sin dejar de mirarme, creo que está hablando de
mí, –¿o mi imaginación quiere que así sea? – entonces, en un momento casi
imperceptible, el maduro se gira y me busca con la mirada. Puedo ver su cara al
fin. Nuestros ojos se chocan por un breve instante. El chico vuelve la mirada a
la ventana, riendo. Le dice algo disimuladamente, seguramente le advierte que
no sea tan obvio. Pero a mí, lejos de molestarme, me inquieta toda la escena.
Es interesante. Muy interesante. Algo está pasando entre nosotros tres en medio
de ese mar de sonidos molestos. Y mi cuerpo ya se ha percatado de eso porque
algo entre mis piernas se empieza a mover. Noto la presencia de mi pene y me
provoca un placer sutil y dulzón. Es un leve cosquilleo, una sensación que me
estremece, una pulsación inevitable que hace que me avergüence de tener los muslos tan
separados.
-Querido, ¿estás bien?
-¿Eh? ¡Sí, sí!, estoy bien..., claro...
– contesto cerrando las piernas instintivamente.
-Parecés ausente, amor.
-Solo estoy un poco aturdido...,
aquí hace tanto calor, y hay tanto ruido...
-Tomaste frío..., te dije que
te abrigaras bien...
Ella sigue hablando. Tomo lo
que queda de mi café, alternando mi atención entre el mozo que pasa de vez en cuando con su precioso
trasero en movimiento, la parejita adulto-joven, y los tipos de la camioneta en
la calle, que siguen allí y parecen estar atentos a lo que pasa en el café.
Me siento algo ridículo con
mi budín de chocolate en la mano. La protección del armario da cierta
comodidad, pero muchas veces lo deja a uno estéril. Le doy un tarascón al
budín, más con bronca que con apetito, con tan mala suerte que la pegajosa
cubierta cae sobre mi camisa blanca.
-¡Mierda! – maldigo, mientras
la otra parte del budín se estrella en el piso.
-¡Ay, querido, la camisa!
-No lo puedo creer, qué torpe
soy - digo, mientras de reojo alcanzo a ver a los dos amigos que desde su mesa
parecen estar muy divertidos con mi embarazosa situación. Lo que faltaba,
pensé.
-Estás tan distraído hoy...,
no sé qué te pasa..., podrías haber tenido un poco más de cuidado, una camisa
nueva...
-Bueno, ya está hecho, se
arruinó.
-Andá al baño y pasale un
poco de agua con jabón, con suerte salvás un poco la mancha.
Me levanto abochornado, sin
mirar a mi alrededor, y menos hacia la mesa de los dos hombres. Me cruzo con el
camarero, que percibe mi desastroso accidente y me indica con mecánica atención:
-El baño está arriba, señor.
-Gracias, ¿hay jabón? –
respondo sonrojado.
-No, pero no se preocupe...,
enseguida se lo llevo.
Subo las escaleras y entro al
baño que está inexplicablemente vacío. ¿es que toda esa gente de abajo nunca
orina? A mí sí me dan ganas de orinar, por lo que, antes que nada, corro hasta
uno de los cuatro mingitorios y empiezo a descargar un contundente chorro.
Entra alguien. Pienso que es
el mozo que viene con el jabón, pero no.
Es el hombre joven que estaba en la mesa con su amigo maduro. Cruzamos
un instante las miradas. Sin pensarlo siquiera, y comprobando que en el baño no
estamos más que él y yo, se pone sigilosamente en el mingitorio de al lado.
Termino de mear y miro de reojo. ¡Cielos!, el muchacho ostenta una cosa dura
saliendo de su bragueta. Me mira descaradamente y sin ningún pudor se vuelve
sobre mí. Le muestro mi verga y me la agarra lanzando un leve suspiro. En sus
manos cobra rápidamente volumen y el chico está realmente contento con su presa
en mano. Se inclina y me la empieza a mamar. Lanzo un gemido contenido.
Como
está la juventud hoy día..., y qué experimentada, me digo, mientras el muchacho
no deja nada por chupar, pelos, glande, base y bolas. Pero de repente se frena
y, secándose la boca con la mano, vuelve a su posición al sentir los pasos en
la escalera. Alguien está entrando. Vuelvo la vista y reconozco a su amigo, el
hombre mayor. Es muy atractivo. En un rápido avistamiento veo que lleva una
alianza en su anular izquierdo. El joven lo mira evidentemente nervioso y
guarda su bellísima erección adentro del pantalón con cara de resignado. A
duras penas puede cerrar su bragueta. Su amigo, que se queda quieto observando
la escena con los brazos en jarra, me mira, lo mira y espera a que el chico
componga su vestimenta. Éste, sabiéndose en falta y descubierto infraganti, me
dedica una última mirada traviesa y vuelve con su amigo, que está serio y
molesto. Algo hablan entre ellos y salen. Logro escuchar que el jovencito dice
sin demasiada culpa: "bueno, vos sabés que los tipos casados son mi
debilidad..."
Me río un poco y de pronto me
acuerdo de mi camisa manchada de chocolate. Voy hasta el lavabo, me desabrocho
unos botones y con mi pañuelo humedecido comienzo a frotar la mancha sobre mi
camisa abierta. La mayor parte de la mancha parece disolverse con lo cual dudo
de la legitimidad del chocolate en cuestión. Insisto una y otra vez, frotando
la tela..., parece que funciona. Me miro en el espejo y en ese momento se abre
la puerta. ¿Sería el hombre maduro que viene a divertirse un poco? No, era el
camarero entrando con el pan de jabón en la mano.
-Ah, qué amable. No sabés
cuanto te agradezco.
-No es nada, señor. ¿Y?
¿Logró algo?
-¿Perdón? - digo, un poco
cortado.
-¿Logró quitar la mancha?
-Ah..., sí, un poco – y le
muestro, abriéndome un poco más la camisa.
El joven se queda mirando. Creo
que no está mirando la mancha, sino los pelos de mi pecho. ¿O me equivoco?
Ideas mías, pienso. Sin embargo me extraña que no baje al salón para seguir con
su trabajo. Me desabrocho unos botones más. Paso el jabón por la mancha y
continúo repasando con agua la camisa. Él se queda mirando y ¡ahora sí!, estoy
seguro de que sus ojos están clavados en mi pecho velludo. Vaya con el
descarado, me digo.
El muchacho no tendrá más que
unos veinte años y, caramba, está como para comérselo entero. En vez de
concentrarme en mi tarea me quedo mirándolo. Sus ojos marrones, de almendrada
forma y largas pestañas, parecen devorar los pelos que me salen por la abertura
de mi prenda mojada. Bien, mostrémosle lo que quiere ver, me digo, mientras me
desabrocho el resto de los botones y, por otra parte, empiezo a sentir que mi
erección recomienza su trabajo. Efectivamente, cada vez está más interesado. Muy
bien, vuelvo a decirme, ¿es esto lo que querías?. Me abro la camisa por
completo, dejo a la vista mis pectorales tomando la camisa por las puntas. Un
poco más abajo, mi abultada entrepierna ya es una clara invitación. No dejamos
de mirarnos ni por un segundo. Él se acerca:
-Creo que cayó un poco de
chocolate en su pantalón, señor.
-¿Dónde?
-Ahí – me indica con el dedo.
Puedo ver que su anular izquierdo luce una dorada alianza y eso me excita aún
más, ¿otro hombre casado?, joder, son una plaga, pienso, es muy jovencito para
estar casado, tal vez sea un anillo de compromiso, tal vez..., bah..., qué
importancia tiene.
Bajo la mirada, buscando la
mancha en el pantalón.
-No veo bien – digo
mintiendo.
-Ahí... y ahí – me contesta,
acercando un poco más el dedo. Supongo que él también está mintiendo. Ah,
muchacho travieso.
-Pero... ¿adónde? - insisto
haciéndome el estúpido.
Entonces el muchacho da otro
paso más hacia mí... y tímidamente posa un dedo sobre la mancha del pantalón,
en el comienzo exacto de mi abultada bragueta y sobre el centro mismo de mi
pene.
-Ah... ¿ahí? – repito con una
voz más almibarada.
-También aquí, ¿lo ve? -
dice, en tono dubitativo, volviendo a posar infantilmente su dedo índice sobre
mi paquete, esta vez presionando y tocando de lleno mi glande. Mi miembro
responde amablemente con un saludo, moviéndose con un sacudón muy perceptible.
El chico capta el saludo, respira profundo y deja un momento ahí su dedo. Enseguida
empieza a frotar la tela, describiendo un pequeño círculo. El pequeño roce es
como conectarme a la red eléctrica. Me quedo inmóvil y veo que él también luce
un marcado bulto. Vía libre, me digo. Desajusto el cinturón y me voy
desabrochando la bragueta botón por botón, todo muy lentamente.
-¿Te parece que podré sacarla?
- pregunto con doble intención.
-¿Sacarla?
-La mancha.
-Ah..., la mancha, claro. No
sé, señor, es cuestión de ver, ¿no le parece?
Por toda respuesta me abro el
pantalón dejando a la vista mi ropa interior. El dedo del joven se mete por
entre las dos prendas. ¡Vaya que es rápido este mocito!. Siento el dorso de su
mano moverse suavemente alrededor de mis genitales, por encima de mi
calzoncillo. Mi excitación es enorme. Toma mi pañuelo, lo vuelve a humedecer y
lo empieza a frotar sobre la tela por toda la extensión de mi verga, que apenas
aguanta su prisión.
-Parece que sale - le digo.
-Vamos más a la luz.
El muy astuto me conduce
hasta uno de los cubículos, donde la luz es más clara, y yo lo sigo
obedientemente. Oímos pasos que se avecinan por las escaleras.
-Será mejor cerrar la puerta,
si no te molesta – susurro tímidamente.
-Por supuesto, es lo más
conveniente, claro – me dice, mientras hace el gesto de llevarse el índice a la
boca, sugiriéndome silencio.
Alguien entra al baño.
Estamos los dos encerrados en el cubículo, quedamos inmóviles y por un largo
rato nos miramos a los ojos. El camarero tiene unos labios muy tentadores.
Estamos tan cerca que siento su joven aliento llegar hasta mí. Él baja la
mirada y la posa en mi sexo, cubierto por mi bóxer que emerge bien abultado de
mi pantalón abierto. Con un leve movimiento, dejo caer los pantalones hasta mis
tobillos. Mi entrepierna parece la carpa de un circo. El jovencito, acalorado y
extasiado con esa visión, alarga su mano y abarca mi pubis por encima de mi
ropa interior. Mis largos pelos escapan por encima del elástico y por debajo,
mis pelotas. Lo miro a los ojos, invitándolo hacia mí. Con su palma alberga el
calor de mi erección y yo creo desfallecer de excitación. Sus manos suben un
poco y, apartando mi camisa abierta, acarician mis grandes pezones rosados y
peludos. Con ligeros toques, los sensibiliza magistralmente.
La persona que había entrado
al baño se retira. Quedamos solos otra vez. Y esto parece ser el permiso para
tomar el elástico de mi bóxer y empezar a bajarlo. El camino de mis pelos
abdominales se amplía ante su vista, el elástico achata por un momento mi sexo
ávido de liberarse, pero enseguida emerge el exterior pendulando hacia el techo,
victorioso y contento. Mi erección es increíble. Se la ostento orgulloso. El
muchacho se arrodilla ante el palo que le ofrezco y abriendo su agraciada boca
lo introduce en ella sin mayores miramientos. Esto me arranca un gemido sordo
que intento sosegar instintivamente.
Me está chupando la verga
como si fuera lo último que hará en su vida. Qué entusiasmo el del muchachito.
Su boca avanza y retrocede en agitado menester, y mi miembro entra y sale cada
vez más agradecido por tan dedicada labor. Qué bien atienden en este
establecimiento, pienso. Después de un rato de sentir la gloria entre esos
calientes labios, le detengo la cara entre mis manos:
-Date vuelta – le digo con
voz baja pero enérgica.
El muchacho no lo piensa dos
veces. Se incorpora y se apoya contra la pared, entregándome su trasero. Le
aflojo los pantalones y rápidamente se los bajo junto con su prenda interior. Definitivamente
es un culo de campeonato, pienso, mientras lanzo una contenida exclamación al
ver semejante belleza. Es perfecto: nalgas equilibradamente redondas, peludas,
firmes..., el hermoso surco central albergando más pelos, surgiendo ante mí
como contundente invitación. Lo abro anhelante con mis manos y la delicia de su
agujero oscuro me hace temblar. Acerco mi cara y siento la vibración de su
cuerpo, expectante, vulnerable..., entonces saco mi lengua y hago contacto.
Primero, y muy lentamente, con las puntas de sus vellos, (él se estremece y
gime sintiendo mi ardiente aliento), después, llego hasta los primeros pliegues
de su ano. ¡Esa piel, gloriosa textura! Es maravillosa, tersa, muy suave...,
voy lamiendo cada vello, cada frunce y me introduzco más y más en aquel hueco
tórrido y palpitante.
Entonces paso una mano por
debajo de sus bolas abrigadas por pelos y me adelanto para apoderarme de su
verga. Es bastante grande, pesada, y está completamente dura. Cuando al fin la
puedo abarcar con toda mi mano, siento como, por su humedad, resbala muy bien deslizándose
entre mis dedos. Él lanza un nuevo gemido muy largo, es comprensible, al fin y
al cabo lo tengo aprisionado por detrás con mi boca y por delante con la mano
que lo masturba firmemente. Mi mano libre asciende metiéndose por debajo de su
camisa y llega hasta su pecho agitado. Voy de un pezón a otro, excitándolos
alternativamente y logrando que todo su ser se retuerza de placer.
Un profundo suspiro me
anuncia su llegada al orgasmo. En ese momento entran al baño un padre con su
hijo pequeño y gritón. ¡Mierda!. Tapo la boca del mozo para que no salga de
allí sonido alguno. Aplico más intensidad a mis movimientos y en mi mano siento
la inundación de su pegajoso esperma. No toques nada, repite insistente el papá
al nene. Joder, me digo, ¿cuándo piensan salir del baño?. Recibo toda la
descarga entre los dedos, mientras otra parte del fluído cae al piso. Sintiendo
su estremecimiento interminable, le doy un húmedo beso en la nuca, mientras no
dejo de estar atento a los molestos visitantes que parecen haberse quedado a
vivir en el baño. Lo abrazo. Él me toma las manos, intentando calmar su
agitación. Finalmente, el papá (que tal vez se había dado cuenta de lo que
sucedía tras nuestra puerta) toma a su hijito y sale del baño.
-Debo regresar...
-Sí, yo también – le
contesto. Me subo los pantalones y le ayudo con su ropa - fuiste muy amable,
gracias.
-Por nada... fue un verdadero
placer – me contesta sonriente, terminando de abrocharse el cinturón.
Antes de abrir la puerta del
reservado, me mira tímidamente, como con vergüenza, otra vez me sonríe
angelicalmente, sonrisa que devuelvo, y sale sigilosamente del cubículo. El
camarero se lava la cara con agua fría. Estoy por salir cuando siento que
alguien entra. Detrás de la puerta del reservado oigo una voz que saluda a mi
mozo frente al espejo:
-Qué tal, José. ¿Todo bien?
-¡Gonzalo! Sí, todo bien –
responde el mozo un poco agitado - ¿Cómo estás, tanto tiempo?
-Muy bien. ¿Y vos? ¿Cómo vas
con tu flamante vida de casado?
Casado, entonces sí estaba
casado. Otro más, qué barbaridad.
-Bien,... muy bien. ¿Y vos
con Lorena, todo bien? – le contesta algo cortado.
-Sí, muy bien. También me
casé.
-¿Ah sí? ¿Cuándo?
-El año pasado.
-Qué bien, te felicito.
¿Tanto hace que no nos vemos?
-Sí. Tenemos que vernos más
seguido. Mandale un saludo a tu mujer de parte mía...
-Serán dados, gracias, bueno,
tengo que seguir trabajando..., nos vemos, Gonzalo.
-Nos vemos, José.
Escucho irse al camarero mientras
que el amigo se queda orinando. Puedo sentir el ruido de su descarga. Espero un
rato, el ruido del chorro ha cesado pero el hombre no se mueve del urinal.
Tengo que salir. Aunque soy de tardar cuando voy al baño temo que mi esposa
pueda intranquilizarse. Termino de acomodar mi camisa dentro del pantalón y
abro la puerta. Voy hasta el espejo y me acicalo un poco, pero en realidad
estoy mirando por el reflejo hacia el tipo que ya dejó de orinar hace un rato. Me
fijo nuevamente en él... y me doy cuenta de que es uno de los dos hombres de la
camioneta.
Y, oh, sorpresa, ahí, entre sus manos, el tal Gonzalo agita una
verga de considerables dimensiones. El prepucio se corre y descorre
acompasadamente mientras él voltea su cabeza y me mira. Hace un gesto muy demostrativo
y yo estoy ardiendo de deseo. Doy unos pasos cautelosos y me acerco, fingiendo
acomodar mi ropa. El joven (pues no tendría más de veinticinco años) da unos
pasos hacia atrás y me muestra lo que tan afanosamente está acariciando. ¡Majestuoso
falo!. Me toco la entrepierna, mi pija podría estallar de lo dura que está. Él
comienza a desabotonar su camisa. Se da la vuelta... y de un solo movimiento me
otorga la delicia de su torso. Una maravilla. Su pecho es una delicia de formas
bien definidas de piel casi lampiña y tersa. Sólo sus pezones y una fina línea
en medio del pecho se sombrean con fino vello. Entorno a su ombligo es donde
los pelos oscuros parecen invadirlo todo. Entre las manos sostiene su descarada
verga. Una verga extraordinaria, completamente rígida, vibrante, recta y
protegida por una mata de pelos que cortan el aliento. Mis ojos se abren aún
más y avanzo con pasos lentos. Él levanta las cejas mientras yo extiendo una
mano. ¡Qué deleite!. Exploro esa textura húmeda, suave, pesada.... acaricio sus
enormes pelotas, paso y froto mis manos contra su pubis, hundiendo mis dedos
entre el espeso bosque de pelos negros. Él me mira a los ojos, mientras su mano
se aferra a una de mis tetillas. Entrecierro los ojos, y, en ese momento,
siento su lengua entre mis labios. Por un momento, me abandono a su boca, pero
enseguida despierto:
-¡No, no...! lo siento, pero
tengo que irme – le digo entrecortadamente, volviendo en mí.
-Sí, yo también... – me dice
con seductora sonrisa.
-Hace un rato te vi con
alguien, afuera, en la calle.
-Es mi hermano, trabajamos
juntos.
-¿Ah sí? ¿tu hermano? – lo
miro asombrado.
-Sí, ¿Y sabés qué?
-¿Qué?
-Estoy seguro de que le gustaría
mucho conocerte.
Escucho su voz como una
estocada a mi palpitante erección. Yo lo masturbo lentamente, apenas puedo
abarcar ese pene con mi mano. El tamaño de ese miembro me deja pasmado.
-Veo que conocés muy bien los
gustos de tu hermano.
-Y él los míos. Compartimos
todo, hasta el gusto por los hombres casados - me dice, mientras no deja de
sobarme el bulto de mis pantalones.
-¿Cómo sabés que soy casado?
-Porque te vimos abajo con tu
esposa.
-Entonces...
-Sí, te mirábamos...
Sonreí, gratamente asombrado.
-Debo bajar.
-Sí, te espera tu esposa. Todo
bien. A nosotros también nos esperan nuestras mujeres.
-Estamos igual, ¿verdad?
-Sí – dice sonriendo
cómplice.
Iba a salir, pero de pronto
me asaltó un incontrolable deseo. Todo era demasiado excitante como para
dejarlo ahí. Me volví, mordiéndome el labio, y le pregunté tímidamente:
-¿Te parece que nos podríamos
ver?
-Sería genial.
-¿Cuándo?
-Ahora.
-¿Ahora?
-Te esperamos sobre la avenida 4, a esta altura. Estamos en la camioneta blanca.
-Te esperamos sobre la avenida 4, a esta altura. Estamos en la camioneta blanca.
-No sé... - respiré hondo,
indeciso, pero cada vez más excitado con la propuesta.
-Será sólo un momento..., ¿vas
a venir?
Pienso (o mejor dicho, no
pienso un solo minuto) y me apresuro a
contestar:
-Está bien. Voy.
-De acuerdo.
Él se percata de mi temor, de
mi nerviosismo. Entonces se acerca y me pasa un mano por la mejilla, diciéndome
dulcemente:
-¿Salió tu mancha de
chocolate? – me pregunta.
Por lo visto había observado
mucho más de lo que yo pensaba. Hago una expresión de extrañeza ¿desde cuándo
había estado viendo la escena desde la calle? Pero, finalmente, la ternura de
su pregunta me distiende. Sonrío y le respondo:
-Sí, salió, no del todo, el mozo
me...
-¿José? Claro... él te ayudó.
Es lo que nos imaginamos con mi hermano – dice sonriendo mientras abrochaba su
camisa - Este José, no pierde ocasión de...
-Lo conocés bien, es tu
amigo, ¿no?
-Desde que íbamos al
colegio... lo conozco muchísimo – me
sonríe con intencionalidad – Bueno... ¿entonces vas a venir?
-Sí.
Los dos nos acomodamos frente
al espejo y salimos del baño rápidamente. Al reentrar en el salón, paso cerca
de la barra donde veo a José, el mozo, acomodando cosas en su bandeja. Me mira
atentamente y me hace un saludo inclinando la cabeza, yo le devuelvo la mirada
y puedo percibir una leve sonrisa a mi paso.
-¡Querido, por fin! A ver esa
mancha... ¡ay, estás hecho un desastre! – comenta mi mujer al verme llegar a la
mesa –... pero bueno, al menos lo peor salió. ¿Te frotaste bien?
-¿Eh?..., Ah, sí, sí...,
froté todo lo que pude - dije, poniéndome colorado - Nos vamos?
-Sí, yo ya pagué al muchacho.
-Perfecto, entonces salgamos
- digo con prisa.
-Querido, me gustaría volver
al hotel y descansar un poco antes de ir a cenar.
-¿Te importaría si yo voy a
comprar un libro? – invento casi balbuceando, viendo a lo lejos como los dos
hombres se quedan hablando en la esquina.
-¿Un libro? ¿no estabas
leyendo el de Sweig?
-Sí, pero este libro es el
que te comenté ayer..., finalmente lo vi en la librería Alfonsina y me gustaría
ir a comprarlo... – digo, siguiendo a la vez cada movimiento de los dos tipos.
-Bueno, está bien, de todos
modos, yo pensaba dormir un rato.
-Después quisiera caminar un
poco, querida.
-¿Con esta lluvia?
-Eh..., digo..., si es que
deja de llover..., parecería que el cielo está abriendo un poco ¿no?– le
contesto mientras percibo que los dos hombres ya están cruzando la calle.
-No sé, a mí me parece que
no, pero como quieras – me contesta, mientras salimos, justamente detrás de los
dos hermanitos. Sin que se dé cuenta mi esposa, Gonzalo se vuelve y me mira con
unos penetrantes ojos, y haciendo una seña imperceptible me recuerda que
estarán esperando. Su hermano también me mira, con una expresión llena de deseo
contenido, y observo como la punta de su lengua emerge apenas para repasar su
labio superior. Mi pecho vibra con ese gesto, y contesto con un leve movimiento
de cejas.
-Hasta luego, mi amor, cerrate
ese abrigo y no tomes mucho frío.
-Nos vemos después, querida.
- respondo besándola.
Todos salimos en direcciones
opuestas. Veo a mi esposa alejarse hacia el hotel cercano y simulo mi caminata
hacia la librería hasta que la veo desaparecer en la otra cuadra. Entonces,
seguro de no ser visto, vuelvo rápidamente sobre mis pasos y casi a trancos
doblo en la esquina del bar hacia la avenida 4. Cuando llego al lugar señalado reconozco
la camioneta blanca. En su flanco un cartel indica: Vivero Mario – mantenimiento de
jardines. Me acerco y veo que
desde adentro, el hombre joven me hace una seña. Abre la puerta y subo.
-Hola, ¡qué rápido que
llegaste! - me recibe Gonzalo.
-Qué tal, yo soy Mario – me
dice una voz desde el interior de la parte trasera de la camioneta – Entrá.
Aquí estaremos cómodos.
-No tengo mucho tiempo – digo
sonriendo e intentando disimular mis nervios.
-Nosotros tampoco – me dice
Gonzalo - Nos esperan nuestras esposas.
Gonzalo me da la mano y me
conduce hacia el interior, corriendo una cortinita que separa la cabina con ese
espacio del vehículo, totalmente cerrado y protegido de cualquier mirada
externa.
-¿Aquí? – pregunto, un poco
desconfiado, pero excitado.
-Aquí - me dice Mario con una
sonrisa muy significativa.
Los tres cabemos
perfectamente en la camioneta, aunque tenemos que estar arrodillados. Gonzalo extiende
una manta y queda detrás de su hermano.
-¿No querés quitarte al
abrigo?
-Sí, claro – contesto,
notando que hay buena calefacción. Entonces miro a los dos hombres, que habían
quedado frente a mí y veo como Gonzalo, tomando desde atrás los botones de la
camisa de Mario, me dice seductoramente:
-Quiero presentarte a mi
hermano... ¿no es una belleza...?
Ya lo creo. Mario, unos años
mayor que su hermano, es un hermoso ejemplar de varón. De barba entrecana y
boca grande, enmarcada entre verticales hoyuelos muy coincidentes con mi tipo
de hombre, me mira sin perder detalle de mi persona y finalmente me dice casi
entre suspiros que le gusto mucho. Sonrío y me entusiasmo con su halago.
Gonzalo abre la camisa de su
hermano y se la quita deslizándola por sus anchos brazos. Mario tiene un
cuerpazo que alucina. Está cubierto de una espesa vellosidad que se reparte abundante
entre sus dos amplios pectorales. Su pecho sube y baja ante mi vista que devora
cada parte de su anatomía. Dos tetillas muy desarrolladas se yerguen por entre
los pelos, moradas y bien carnosas. La hilera de vello le divide el torso en
dos mitades y baja un poco zigzagueante para ocultarse debajo del pantalón.
Las manos de Gonzalo van a la
hebilla del cinturón y la desabrocha enseguida. Abre su bragueta y ayudado por
los movimientos de su hermano, me descubre lentamente todos los encantos de ese
hombre fascinante. Cuando queda completamente desnudo ante mí, no puedo menos
que acercarme atraído por un falo que, si bien todavía está flácido, es de un
tamaño que me corta la respiración.
-¿Habías visto antes una
verga tan grande? – me interroga Gonzalo mirándome a los ojos, mientras se va
quitando la ropa.
En verdad es increíble, aún
en reposo total (parece que la cosa viene de familia, pero claro, Gonzalo no la
tiene tan grandota). Descansa pesadamente entre sus dos mullidas pelotas. El
miembro además de largo es bastante gordo y lo intuyo suave y mullido al tacto.
Por encima, una mata impenetrable de pelos le hacen un manto perfecto que baja
cubriendo la suavidad de su arrugado escroto. Extiendo mi mano, ansioso por
tocarlo, pero Gonzalo me hace una seña y se apresura a decirme:
-Sólo un momento ¿querés ver
como se le pone al palo solita? – me susurra, a tiempo que Mario dibuja una
sensual sonrisa mirándome. Lo miro sin entender, entonces Gonzalo me explica:
-A mi hermano lo vuelve loco
que le toquen los pezones. Acercate y dame tu mano.
Yo avanzo todavía vestido y
con la dureza entre las piernas. Gonzalo me toma una mano y me la pone encima
del pecho de Mario. Entonces toco fascinado su pezón izquierdo. Mario se arquea
de placer y queda con la mirada en blanco. Increíble, pienso, y entonces aplico
mi otra mano acariciando a fondo sus
sensibles tetillas que ya están duras a más no poder. Gonzalo ya se ha
desnudado y sigue detrás de las espaldas de su hermano a quien empieza a besar
en el cuello. Miro hacia abajo y lo que veo me maravilla: el pesado pene de
Mario se levanta entre parejos latidos. Lo hace rápidamente, engordando y curvándose
hacia arriba. La piel del prepucio se descorre y un brilloso y morrocotudo
glande asoma con descaro. Me acerco más y aparto mis manos de los pezones para
dejar paso a mi boca. Entre mis dientes siento la esponjosa textura de sus
botones orondos. Mario parece estar fuera de sí ahora. Su verga salta
repentinamente y sus venas cobran volumen alrededor de la piel cada vez más
tirante. Estira sus manos hacia mí y torpemente empieza a desabotonarme la
camisa. Pronto quedo con el torso desnudo y sus dedos se abalanzan rápidamente
hacia mis pezones. Es evidente que los pezones de hombre son su tema preferido.
Sus manos son toscas y tienen restos de tierra entre las uñas. La aspereza de
sus palmas raspa ruidosamente el vello de mi pecho y sus dedos rústicos
aprietan y juegan con mis tetillas erectas. Yo ya he desabrochado mi cinturón,
Mario no tiene más que bajar sus manos y soltarme uno a uno los botones de mi
pantalón. En un minuto quedo totalmente desnudo y con mi verga babeante y
vibrando al aire, dura y anhelante.
Ambos miembros se tocan, se
chocan, se acarician, y por sobre los hombros de su hermano, Gonzalo espía el
espectáculo. Me acerco más y Mario me dice:
-Sos hermoso, ¿puedo? -
susurra, mirando mis pezones.
-Son tuyos – le contesto
mirándolo profundamente a los ojos.
Siento la gloria de su boca
caliente entorno a mis tetillas. Es sublime. Practica ahí todo tipo de
habilidades bucales. Mario es un experto chupando tetas. Sólo después de un
rato es que se incorpora y acerca sus labios a los míos. Nuestras bocas se
encuentran por primera vez y en un beso larguísimo damos rienda suelta a nuestras
lenguas, deseosas de dar y recibir sabores mutuos. Entonces Mario cierra los
ojos y me abraza aún más, dando un grito contenido: es que Gonzalo le ha
abierto las nalgas y lo está penetrando lentamente. Yo lo sostengo por sus
enormes tetas y sigo lamiendo cada parte del interior de su boca. Ese hombre
formidable se aferra a mí con fuerza, una fuerza muy intensa, masculina, de
macho sumido en indescriptible placer.
Paso mi mano por las pelotas
de Mario y sigo un poco más. Puedo tocar el borde de su ano, totalmente
dilatado y también me choco con el formidable palo de su hermano que entra y
sale rítmicamente.
Gonzalo besa el cuello de
Mario dulcemente, mientras me mira con sensualidad. Me acerco a él y también
uno mi boca al cuello y luego a la boca de Gonzalo. Y enseguida, los tres
hombres estamos besándonos apasionadamente. Fluidos, humedades, labios y
lenguas, se confunden entre sí, en un juego exquisito de meter y sacar. Exploro
pliegues, dientes, encías y me embriago con sus alientos calientes y las
texturas de sus comisuras. Somos tres bocas abrasadoras, tres leones
hambrientos que tiemblan de placer con cada beso.
Estoy en un estado de
voluptuosidad total, me arqueo hacia atrás y cierro los ojos, entonces los dos
hermanos abandonan mi boca. Por un momento echo de menos sus masajes bucales.
Sin embargo empiezo a ser víctima de nuevos deleites. Se agachan hasta mi pubis
y con sus bocas atrapan mi lubricado sexo. Chupado a dos flancos, lentamente me
sumen en un limbo indescriptible. Gonzalo lame ávidamente mi glande, sin llegar
a introducirse del todo la extensión de mi verga, mientras que Mario no deja de
chuparme las bolas, amasándome el perineo con los tenues toques de sus manazas
rústicas. Y como por descuido, uno de sus dedos llega a mi ano, haciéndome
gritar de gozo. Yo lo ayudo, y abro bien mis nalgas. Entonces él mete un
dedo... dos... y ¡tres!, en medio de mis convulsivos movimientos.
Gonzalo moja una de sus manos
con la saliva que tomó de la boca de su hermano y va a aceitar con ella todo el
contorno de mi agujero. Esto facilita la tarea de Mario, que está más que
entretenido en un sacar y meter sus dedos, dilatando increíblemente mi velludo ojete.
Por un momento, Mario saca mi
palo de su boca y susurra a Gonzalo:
-Tenés que probar este culo,
hermanito.
Gonzalo no se hace rogar y se
desliza hacia mi trasero. Y... ¡Ah!... siento el sublime calor de su aliento
acercándose por entre mi surco bien abierto por mis propias manos. Mario
continúa haciéndome una inmejorable fellatio y Gonzalo empieza a lamer mi culo,
¿puedo pedir más?. Bueno, sí, siempre se puede pedir más, pero en este caso, no
hace falta: mis dos machos se encargan de elevarme con sus lenguas hasta las
puertas mismas del paraíso, adelantándose siempre a mis deseos.
Entonces Gonzalo se incorpora
y no sé en qué momento unta sus dedos con un gel lubricante que esparce por
toda mi dilatada abertura. El contacto frío me estremece y a la vez alivia el
ardor que siento. Yo estoy cada vez más abierto, y en pocos segundos, el rígido
pene de Gonzalo se abre camino dentro de mí. Exhalo un gemido intenso cuando
toda la extensión de su pija resbala fácilmente hasta el límite de sus pesadas
bolas. Está dentro de mi culo. De mi ardiente, lubricado y abierto culo. No sé
como aguanto para no eyacular ahí mismo.
-¿Verdad que Gonzalo coge
como los dioses? – me susurra Mario.
-Sí..., se nota que alguien
muy experimentado le ha enseñado muy bien – contesto mirándolo con
entrecortados acentos.
-Es mi orgullo - me dice
sonriendo.
-¿Te gusta?, todo se lo debo
a él - dice Gonzalo.
Rápidamente, al ver la
expresión de placer de mi cara, Mario se levanta y su boca se encarga de
esquiar por todo mi pecho. Le encanta chupar y frotar con sus labios mi vello
ensortijado. Siempre vuelve a mis pezones, cuidándose de no alejarse de ellos
por mucho tiempo. Acerca su cara ante la mía y tomándome por la cabeza, vuelve
a besarme mientras me dice algunas obscenidades. Esto me enloquece y hace que
pierda el equilibrio. No tengo más remedio que afirmar mis manos contra el
techo del vehículo. Al ver mis axilas expuestas, Gonzalo, sujetándome desde
atrás con sus brazos entorno a mi tórax, comienza a pasar su larga y caliente
lengua por mis pelos empapados de sudor. Me dice que estoy muy rico y que
pasaría horas sorbiendo mis sobacos.
Mario se da vuelta y de
espaldas a mí, se pone un poco de lubricante en el trasero, lo abre bien y se
ensarta violentamente en mi enhiesta estaca. Yo quedo entre esos dos ardorosos
hermanos, presa de sus acelerados movimientos, embriagado por sus agitados
alientos que dan sobre mi cara y mi nuca. Penetro y soy penetrado, ¡soy un
hombre afortunado! Las bocas van de una a la otra, juntándose las tres cada
tanto, probando la que está adelante, la de atrás... es un continuo degustar de
darse y recibir.
Entonces Gonzalo detiene la
acción por un momento:
-¿Cuándo me toca a mí?
Todavía ninguno de los dos me la metió.
En su protesta, nos ofrece su
precioso culo y se pone en cuatro patas. Pero qué desconsideración de nuestra
parte, me digo, y cambiando de posición miro a Mario y él me responde con un
gesto como diciendo primero los invitados.
Embadurna a su hermanito con abundante lubricante, acariciándolo cuidadosamente
y metiendo cada tanto un par de dedos para testear su óptimo ensanche.
-Ya estoy listo, hermano – vocifera Gonzalo, abriéndose los glúteos
desesperadamente.
Sin más, me pongo a
horcajadas sobre él y miro su joven ano, vulnerable y entregado. Apunto mi
erección hacia la roja carne, y hundo lentamente mi sexo entre gemidos
entrecortados, ayudado por la mano del hermano mayor. Entro con un poco más de
dificultad que al penetrar a Mario. Este es un culo más joven, por lo tanto tal
vez menos experto, pienso para mis adentros, de todos modos, me proporciona un
placer impresionante y mi verga queda bien sujeta en el interior caliente de
Gonzalo. Mario me acaricia la espalda y no puede contenerse de comerme el culo.
No escatima esfuerzos para llegar hasta mis bolas, que primero golpean inmisericordes
su barba y luego se pierden dentro de su angurrienta boca. Después de un rato,
creo que es tiempo de cederle el turno a Mario:
-Es tu turno... – le digo,
dejándole libre el acceso.
Gonzalo espera pacientemente,
mientras sigue lanzando sonidos de enorme placer. Veo como su esfínter se
contrae, como pidiendo más verga, y al hacerlo, el efecto de la lubricación
hace que el ano lance pequeños chasquidos.
-Me está llamando – escucha
Mario, dispuesto a dar lo que se le está pidiendo. Es un espectáculo increíble
ver en acción esa verga descomunal. Poco a poco se va introduciendo en el
apretado agujero de Gonzalo, a tiempo que éste eleva cada vez más sus jadeos y
gemidos. Pronto toda la tranca de Mario desaparece hasta quedar oculta dentro
de su hermano. Yo los acaricio, pasando mi mano por sus testículos y devorando
todo con mi tacto. Me acuesto debajo de ellos y embriagado por sus olores de
macho, devoro todo a mi paso.
Quiero entrar una vez más en
el culo de Mario, me levanto otra vez y lo atraigo a mí, clavando mi mástil en
él. Mario se enloquece, y más aún cuando lo agarro por las tetillas. Grita
incontroladamente en medio de los dos, bufa, se contrae, y no puede dejar de
mover su pelvis entre Gonzalo y yo. Pero mi culo se siente algo vacío, entonces,
después de un tiempo de estar bombeando el de Mario, lo abandono y me voy a
situar delante de Gonzalo. Él me recibe con los brazos abiertos y me sujeta por
el torso. Ya su miembro se instala en el surco de mi trasero y besándome el
cuello hace que se me erice la piel con el contacto de su crecida barba.
Retrocedo presionando mi culo contra él y Gonzalo me penetra otra vez.
Los tres somos uno. Nos
movemos cada vez más, y pronto estamos listos para descargar. Entonces,
cambiamos de posición de nuevo y nos ponemos los tres de frente... queremos ver
los trallazos de nuestro esperma al salir. Frenéticamente nos masturbamos:
Gonzalo a su hermano, Mario a mí, y yo cierro el círculo bombeando con mis
manos al hermanito más joven.
-¿Listos? – grita Mario entre
suspiros y respiraciones agitadísimas.
Gonzalo y yo contestamos asintiendo
con las cabezas. Casi al mismo tiempo, las tres vergas lanzan su mar de
esperma.
Qué gozo inmenso...
Qué placer...
Qué...
-¿Qué hora es? – pregunta
Gonzalo.
-¡Carajo, ya se nos hizo tarde
otra vez! – dice Mario mirando el reloj.
Gonzalo me alcanza una toalla
que buscó en el asiento de la camioneta. Empezamos a limpiarnos, bañados de
semen como estamos. Rápidamente nos vestimos e intentamos poner nuestro aspecto
en orden.
-¿Podemos verte otro día? –
insinúa Mario
-Con todo gusto – digo
saliendo de la camioneta – estoy en el Olimpus.
-¿En el Olimpus? Mañana
tenemos que pasar por el Olimpus para hacer el mantenimiento del jardín –
sonríe Mario.
-Qué casualidad.
-Sí, qué casualidad.
-Entonces hasta mañana,
pero...
-Sí, sí... no te preocupes,
seremos muy discretos – me aclara Gonzalo poniendo en marcha la camioneta.
Ni bien desciendo la
camioneta arranca, desapareciendo por la esquina rápidamente.
Respiro y me lleno de aire
frío. Decido, antes de volver al hotel, llegarme hasta la playa y dejar que la
brisa me vuelva a la realidad. La llovizna, después de todo, es más leve ahora.
Empiezo a caminar sin poder
abandonar la sonrisa de mi cara, húmeda y acalorada a pesar del viento helado. El
mar está agitado y ha avanzado sobre la playa. Miro el horizonte por unos
minutos, sintiendo que el calor obtenido empieza a escapar. Es hora de volver. Al
llegar a la avenida principal, enfilo camino del hotel, y noto que en dirección
opuesta viene hacia mí una pareja más o menos joven. En un momento la mujer se
detiene en una vidriera mirando algo que llamó su atención. El hombre lleva
gafas y se ve un tanto aburrido. Pero enseguida me ve. Repara en mí y su rostro
sale de su letargo. Su esposa no lo está mirando, y él, que la toma por los
hombros, clava sus intensos ojos en mí. Sostenemos esa mirada hasta que nos
cruzamos, a pocos centímetros. El momento es breve, pero tiene una energía que
deja todo muy claro. Su esposa le habla, y todo se esfuma entre nosotros.
Continúo mi camino, pensando ahora
muy diferente acerca de este pueblo chico.
Cuando entro a la habitación
del hotel, mi esposa está arreglándose frente al espejo.
-¿Conseguiste el libro, amor?
-¿Eh?..., ah, el libro -
recuerdo de golpe - no, no lo conseguí, lo habían vendido.
-Hoy no es tu día, cariño.
-Creo que no - dije, con una
sonrisa plena.
Franco.
Octubre 2006 (Revisado en abril de 2019)
Franco he leido una pequena parte del Cuentito de Fin de Mes que acabas de publicar. Te aseguro que lo leere' todo en una horas cuando estare' totalmente desnudo en mi cama. Estoy segurisimo que jeculare'(?) bastante semen para quedarme satisfecho. Hasta manana por la manana!!! Por Tonyitalian
ResponderEliminarOk, Tony, después contame cómo te fue!
ResponderEliminarFranco, el cuentito fue "delicioso" y muy Bueno. Me gusto'tanto. Claro que yeculare' bastante. Esta manana me di cuenta al despertarme que necesitaba ducharme si queria ser presentable SIN oler por razon de mi actividad previa. Hahahahaha!!! Por tonyitalian
ResponderEliminarUna vez más; Muchísimas gracias Franco. Tu blog como siempre estupendo y esperar a que publiques tu cuentito siempre tiene una magnífica recompensa extra. Fdo: Fernando
ResponderEliminarUffff ese cuento me dejó con ganas de vivirlo en carne propia.saludos
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