Sí. Los hombres maduros siempre fueron mi debilidad. Eso no implica necesariamente que no sepa admirar la belleza de los más jóvenes. Y más aún tratándose de jovencitos con sus pelos bien puestos. Más de una vez me he quedado absorto viendo la frondosidad de pechos, axilas, piernas y brazos en los juveniles cuerpos de unos chiquillos, que, aunque lo parezcan, de chiquillos ya no tienen nada. Porque a veces cuesta unir esos rostros de niños con los infartantes cuerpazos de hombre que ellos ostentan sin pudor, con todo el descaro de los años mozos, y hasta la inocencia del jardín de infantes. Entonces, la atracción de esas vellosidades tempranas -desde las más tenues a las más intensas- puede llegar a producir en mí, una excitación irresistible. Belleza pura, lozana y fresca.