Buenos vecinos II
Buenos vecinos
Parte II: "Ven, Carmelo"
Carmelo puso un pollo en el horno cuidando al detalle la mejor forma de
aderezarlo y se puso a preparar su famosa tortilla para cuatro. No escuchó
cuando Ignacio salió del baño envuelto en una toalla ni cuando se recostó en su
habitación. Ignacio estaba agotado física y anímicamente. Sin apagar siquiera
la luz, se dejó caer en la cama, aflojó un poco el nudo de su toalla y quedó
profundamente dormido.
Más
tarde, Carmelo ya había dispuesto la mesa, el pollo estaba casi listo, y sólo faltaba
el último paso para que la tortilla estuviera pronta. Llegó
entonces Felipe, con cuatro botellas de buen vino.
-¿Cuatro?
-Sí,
gallego, una para cada uno.
-Está
bien, si falta vino, tengo en mi bodega personal - rió Carmelo.
Ambos
se dirigieron a la cocina, donde estuvieron charlando y bebiendo. En eso
estaban cuando apareció Ignacio.
-¡Hombre,
vaya siestita que te has echado! ¿todo bien?
-Sí,
Carmelo, creo que me desmayé... lo digo en sentido figurado, Felipe, no te
asustes.
-Ah,
ya me estaba preocupando – contestó Felipe acercándole una copa de vino.
Ignacio
todavía llevaba la toalla anudada a la cintura. Su piel tostada por el sol
contrastaba con el blanco de la toalla. No era musculoso, pero su anatomía
estaba bien definida en todas sus formas, armoniosas y generosas. Felipe repasó
su figura disimuladamente mientras Carmelo miraba de soslayo, y sin ser visto,
el bulto que se meneaba tras la toalla. Ese miembro era, ciertamente, algo
perturbador. Ignacio echó cuenta de que estaba semidesnudo y quiso disculparse:
-Perdón,
no me he dado cuenta de que estoy casi en pelotas. Iré a vestirme.
-¿Vestirte?
– dijo Carmelo casi indignado – Pero Ignacio, quédate como estás, si eso te
sienta cómodo. Por nosotros, no tienes ni que molestarte.
-Claro
– continuó Felipe – con este calor...
-Y
estaremos entre hombres, así que ¡al coño con las formalidades!
-Bueno,
al menos, me voy a poner algo encima– intentó decir Ignacio.
-Qué
pesao eres, coño… – insistió Carmelo – que estás en tu casa. Anda...
tómate otra copa de vino.
No
se podía contrariar a Carmelo, y como si necesitaran corroborar eso, Ignacio y
Felipe se miraron entre guiños. Tan jocosos estaban que apenas pudieron
escuchar que llamaban a la puerta. Había llegado el cuarto invitado. Pipo era un
joven de unos veinticinco años que portaba una perenne y seductora sonrisa y la
luz de la juventud en sus claros ojos. Vestía traje y corbata y traía un
maletín que Felipe tomó y acomodó en una silla.
-¡Hola
a todos!, perdonen si llegué un poco tarde es que....
-Es
que nada, ¿Tú te crees que mi tortilla puede esperar hasta que te dignes a
aparecer por aquí, sólo porque el pesao
de tu jefe te paga cada tanto esa miseria de horas extras?
-Claro
que sí, y no sería la primera vez – dijo Pipo entre risas.
Todos
rieron, viendo como Carmelo tomaba a Pipo por el cuello con gestos exagerados y
cómicos.
-Déjame
ahorcarte un poco antes de comer.
-Sólo
un poco, que vengo con hambre. Y tomá, poné el postre en el freezer, no es nada
especial, sólo un postre helado que compré con lo que me gano por trabajar
después de horario.
-¡Ah,
ven aquí, gilipollas...! ¡Miren qué guapo se me ha puesto este chaval!, ¡cada
vez está más chulo!– decía Carmelo a la vez que lo atraía a sí paternalmente,
lo sostenía entre sus musculosos brazos y lo despeinaba para hacerlo rabiar.
Mientras
esto ocurría, Felipe le explicaba a Ignacio que Carmelo sentía un especial
afecto por Pipo, como si se tratara del hijo que nunca había tenido. Era
evidente. Entre ellos existía una singular afinidad. Se gastaban bromas, se
reñían, dialogaban atentamente, y disfrutaban de un contacto físico totalmente único
y parental.
-Pipo,
te presento a Ignacio, el nuevo vecino del cuarto piso – dijo Felipe.
-Ah,
mucho gusto, Ignacio. Bienvenido al antro – dijo Pipo, y al ver que Ignacio
llevaba solo una toalla, se animó a decir entre risas: - ¿Siempre vas así a
todas las reuniones?
Carmelo
le propinó un contundente coscorrón en la cabeza.
-Eres
un insolente – dijo Carmelo, como quien se babea con la gracia de su niño.
-Bueno,
Pipo – contestó Ignacio – no es que tenga por costumbre andar en bolas por la
vida, la verdad es que por el momento soy el huésped de Carmelo, y como tomé un
baño...
-Ah,
por favor... prefiero no saber los detalles – dijo Pipo, por lo cual recibió
otro coscorrón aún más fuerte de Carmelo - ¡Ay!, ¡Que eso duele, gallego...!
-Esa
era exactamente mi intención, so capullo, ¡que te doliera!... pero bueno, vamos,
que la comida ya está lista. Todos a la mesa. Joder, qué calor. Mira, Ignacio,
para que no te sientas incómodo, verás lo que haré – y dicho esto, Carmelo se
quitó la camisa dejando su torso desnudo.
Pipo
y Felipe se miraron y enseguida ambos hicieron lo mismo. Los cuatro hombres se
sentaron a la mesa sin la incomodidad de tener que soportar la ropa, al menos
de la cintura para arriba.
-¿Qué
pasó? ¿Otra vez se te descompuso el aire acondicionado o estás ahorrando
electricidad? - preguntó Pipo.
-Cállate,
irrespetuoso, que sí, que el técnico sigue sin venir, a pesar de que lo he
llamado mil veces.
-Tranquilo,
gallego, mañana te regalo un ventilador, y mientras, no habrá más remedio que
quedarnos en bolas - respondió Pipo, mostrando sus bíceps a Carmelo con risueña
sobreactuación.
Pipo
tenía el cuerpo de un joven que había trabajado su musculatura. Horas de
gimnasio habían modelado sus pectorales y él, sabiéndolo, hacía algo de alarde
por ello. Una fina capa de vello daba mejor contorno a sus formas. El vello era
muy abundante en sus axilas y en el intenso surco del ombligo, perdiéndose más
allá de sus pantalones.
Pipo |
Así
como Pipo tenía esa seguridad casi exhibicionista sobre sí mismo, Felipe era
todo lo contrario. Al principio se sintió un poco inhibido al quitarse la
camisa, cosa que fue desapareciendo gracias a la confianza que sentía entre sus
amigos. Su timidez era injustificada, pues Felipe tenía un cuerpo capaz de
fascinar a cualquiera. Como Carmelo también era muy peludo, pero su pelo era
castaño oscuro. De barba tupida, su pecho aparecía como un manto de oso en el
que se perdían los rastros de la piel blanca, que emergía clara y contrastante
en los hombros y flancos de su torso. Apenas se vislumbraban los dos suculentos
pezones entre su espesa selva. Carmelo miró a todos sus invitados, viendo que
el único que resaltaba por su pecho blanco, sin rastros de pelos, era Ignacio.
Todos
comieron, brindaron, volvieron a comer, volvieron a brindar, en medio de
charlas cruzadas y continuas en las que se contaron un poco las cosas de su
vida. Ignacio estaba tan a gusto que hasta había olvidado, al menos por el momento, que su mujer lo
había echado de la casa hacía unos días. Fue entonces que contó su vida. Era
arquitecto y tenía un estudio montado junto con su socio, el mismo que le había
ofrecido mudarse a su casa por unos días después de la separación. Ignacio
interrumpió el relato justo ahí, cuando quiso irse de la casa de su amigo y se vio
en la necesidad de alquilar un departamento.
Carmelo
era el animador de la reunión. Si tenía algún don, era el de hacer sentir cómoda
a toda persona que disfrutara su compañía. Era evidente que tenía dotes de
líder y la manera que tenía de borbotear cien palabras por segundo hacía que
todo lo que dijera resultara histriónico y siempre interesante. Todos lo
respetaban de manera muy natural, como si se tratara de cachorros
pertenecientes a la manada que él comandaba. Ya había contado algo de su vida a
Ignacio, por lo cual dejó paso a Pipo, su "chaval", como él solía
llamarlo. Pipo estudiaba Ciencias Económicas, pero por lo pronto se ganaba la
vida como empleado en un estudio contable. Estaba de novio desde hacía dos años
con una compañera de estudios. Vivía solo en uno de los monoambientes del edificio desde que había entrado a la facultad,
independizado de sus padres que vivían en el interior del país. Sin familia en Buenos
Aires, fue natural que se sintiera casi adoptado por Carmelo, que cumplía
verdaderamente las funciones de un padre presente en todo momento. Carmelo se
había transformado en su amigo más cercano que también cuidaba de él como un padre.
Felipe |
Felipe
ejercía la profesión de kinesiólogo. Era un tipo tranquilo y muy contemplativo.
A veces hablaba mucho y su lengua se disparaba casi incontrolable, pero tenía
la peculiaridad de volver a momentos muy calmos y ensimismados, como si entrara
y saliera de sí mismo según su estado de ánimo. Su matrimonio le había dejado
tres hijos que él adoraba, pero que no veía con tanta frecuencia como él
hubiera querido.
Después
de los postres siguieron los cafés, los tragos, y los distintos temas, que
fueron dando paso a la distensión y a la mayor confianza. Carmelo y Pipo se
habían dejado caer en el largo sofá, mientras Felipe se había apoltronado en
otro sillón, e Ignacio sobre la cálida alfombra. Los viejos vecinos quisieron
escuchar entonces al nuevo. En parte por curiosidad y en parte por una natural
solidaridad hacia alguien que no la había pasado nada bien. Ignacio habló de su
mujer, contando también cómo paulatinamente se habían alejado. Eso le hizo
bien, lejos de lo que suponía, y contrariamente a lo que pocas horas antes
había creído mejor, es decir, estar solo y darle vueltas al asunto en su cabeza
ofuscada.
-Aún
la amo –dijo– y todavía no puedo creer que no estemos juntos.
-Sí.
No podemos vivir sin ellas, eso es indiscutible –dijo Felipe, saboreando
lentamente el humo de su cigarrillo.
-Pero
a todo te acostumbras –dijo Carmelo, con la mirada lejana– cuando menos lo
esperas, hay algo que te hace seguir, como si se tratara de un motor interno.
-Yo
también amé a mi mujer, muchísimo –dijo Felipe.
-¿Y
por qué te divorciaste? - preguntó Pipo.
-Bueno,
mirá..., creo que en parte se debió a mis fallas, porque en ese momento, descubrí
que no estaba seguro sobre cosas de mi propia vida. No hubo otra mujer. Pero
sí, los deseos de tener otra relación o... de probar cómo sería mi vida lejos
de mi mujer.
-Pero
si la amabas... –interrumpió Pipo– no te entiendo... yo estoy muy enamorado, y
sé que es mutuo. No puedo pensar en estar con otra mujer.
Carmelo
miró a Felipe y comprendió que en realidad él no estaba diciendo algo demasiado
diferente de lo que sentía Pipo. Pero prefirió no decir nada, y seguir
escuchando.
-¿La
extrañás? –preguntó Ignacio.
-A
veces sí. A veces quisiera volver con ella. Pero también comprendo que eso fue
una etapa que ya está cerrada. Además ella rehízo su vida afectiva - respondió Felipe.
-¿Tan
rápido? ¿entonces ella ya estaba con otro hombre?
-No,
Ignacio, no podría decir que ella estuvo con otro hombre mientras estuvimos
casados, y en realidad, sé que eso no le interesaba. Verás, poco después me
enteré que está en pareja con una mujer.
Ignacio
se quedó mudo, con los ojos muy abiertos. Los otros dos amigos ya conocían la
historia.
Carmelo
siguió mirando al vacío, y Pipo se acomodó como un niño acercándose a él.
Carmelo lo recibió naturalmente abriendo sus brazos, situando la cabeza de Pipo
sobre su propio pecho. Así se quedaron mientras Carmelo decía:
-Las
mujeres suelen ser un misterio para nosotros.
-Son
tan lindas, que es comprensible que se atraigan entre ellas- le contestó Pipo.
-Pues
sí lo son, ¿verdad, chaval? Yo ya hace bastante tiempo que no follo con
ninguna, claro... eso lo debes saber tú, y de sobra. Creo que ya me he olvidado
lo que se siente al hacer el amor varias veces a la semana.
-Ay,
gallego, ¿hacerlo varias veces? ¿a la semana?... no me hagas reír...
-¿Qué
querés decir? – le preguntó Felipe
-Quiero
decir que hace semanas que mi novia está terrible. Anti-sexo total. ¿Entienden?
-Sí,
lo entiendo –dijo Ignacio– mi mujer pasaba por esas épocas. Y los hombres
necesitamos coger casi todos los días. Yo pienso que muchas veces eso es lo que
nos distancia de las mujeres. Es como si ellas buscaran un contacto más delicado,
un sexo sutil, sin la intensidad del coito.... un acto sexual, sí, pero...
-¡Pero
sin sexo! –gritó Carmelo- ¡vamos!, que ya conozco eso, claro... "que me
duele la cabeza", "que me vino la regla", "que estoy
sensible", "que vosotros no entendéis de eso, que son cosas de
mujeres...", que.... anda.... y la puta madre que las parió a todas...
Todos
volvieron a reír. Y Pipo continuó con lo que había empezado a decir:
-Pues
yo no entiendo por qué Susi me está rechazando. Mi novia es increíble en la
cama. No tiene ningún problema en hacer de todo. Tenemos sexo oral, anal,
probamos varias posiciones, hasta.... hasta.... – y se detuvo, un poco
avergonzado.
-¿Qué?,
¿qué más habéis probado? – preguntó Carmelo, sabiendo que solamente a él le
contestaría semejante pregunta.
-Bueno,
la verdad es que...
-Vamos,
Pipo, estamos en confianza – le aclaró Ignacio sirviéndose otra copa de vino –esta
noche podríamos decirnos hasta nuestras más grandes miserias.
-No,
no es ninguna miseria. Se trata de algo que no sé bien si es correcto o no. Pero,
bueno, de lo que estoy seguro es que me da mucho placer –dijo Pipo.
-¿Y
qué es eso, hijo? –preguntó Carmelo
-
Pues, bueno. Hace unos meses, compramos un consolador.
-¡Hostias! - dijo Carmelo con los ojos
como platos.
-Sí. Y lo fuimos usando en distintas
ocasiones. Hasta que un día ella propuso que lo probáramos conmigo. –dijo Pipo,
con un tono rojizo en su rostro.
Felipe
no pudo evitar lanzar un "ah" de sorpresa, mientras que Ignacio
tragaba en seco.
-Ay,
chaval, que eso es muy común. Usar esos juguetes en pareja aporta mucha
fantasía a la relación.
-Sí
- dijo Felipe - es genial que se hayan animado a usarlo. Mucha gente entra en pánico con
esas cosas, pero claro, todo depende del diálogo que exista entre ustedes.
-¡O
del tamaño del consolador! - contestó Pipo, cómicamente preocupado.
-Si
será gilipollas - interrumpió Carmelo - estamos hablando del grado de apertura
de la pareja.
-¡Y
de la apertura de mi culo! Ya quisiera verlos a ustedes con ese coso ahí
adentro, a ver si tienen tanta "apertura" y diálogo..., y no entran
en pánico total.
-Pero,
a ver, chaval, ¿Por qué tanto pánico? ¿O no sabes que los hombres tenemos mucha
sensibilidad en el ano?
-Sí,
claro, ¡los hombres homosexuales!
-Los
homosexuales son hombres también, bobo –le dijo cariñosamente Felipe, que
estaba sintiéndose cada vez más sincero y libre de decir lo que le pasaba por la
mente y por su interior.
-Es
que todo eso me ha confundido mucho, porque me metió todo ese pedazo
de pija en mi culo, y bueno, eso de que te penetre una mujer no deja de ser perturbador. Sería más lógico al menos, si la pija te la mete un macho.
Felipe abrió los ojos como platos, sin de dejar de sonreír.
Felipe abrió los ojos como platos, sin de dejar de sonreír.
-¿Y
vos qué sentiste? - preguntó Ignacio, con voz trémula.
-Bueno,
realmente, lo confieso, debo decir que me gustó, y mucho. Acabé como nunca y el
placer fue inmenso.
-Claro
- dijo Felipe - ¡de ahí el pánico...!
-Mira
–le dijo Carmelo, siempre tomándolo afectuosamente por los hombros– en el ano,
como en el pene, tenemos miles de terminaciones nerviosas, como dije antes. Nuestro
placer se verá multiplicado gracias a ese tipo de juegos sexuales. Además, hay
que tener en cuenta que nosotros contamos con algo que las mujeres no tienen.
-¿Las
bolas?
-No,
tarado, la próstata, una fuente inagotable de nuevas sensaciones.
-Ah...
-"Ah"
- remedó Carmelo exagerando el tono burlón e imitando la cara de tonto que
había puesto Pipo - Ahí tienes, la próstata, y los putos la tienen bien clara,
pues ellos sí que saben disfrutarla a tope. Joder, es como dijo un amigo mío:
"no quisiera morirme sin probar una buena polla por el culo". Y
amigos, os diré que la verdad es que a mí me apetecería también.
Todos
se miraron asombrados, y después miraron a Carmelo.
-¿Qué
pasa? ¿Qué cosa dije tan terrible? ¿O es que me vais a decir que ninguno de
vosotros ha tenido alguna experiencia de ese tipo?
-¿Pero
qué está diciendo? –preguntó Ignacio mirando a Felipe, que sonreía
tranquilamente como quien comprende todo a la perfección.
-¿Vos
nos estás preguntando si hemos tenido alguna experiencia homosexual? –dijo
Pipo.
-Bueno...
me refería a..., si alguna vez os la han dado por el culo... pero... ya que lo
preguntas... sí, sí, os preguntaré sobre eso, porque, joder, en algún momento
de la vida todos hemos tenido algún rollo homosexual... ¿o no? –y cuando dijo
esto último, se quedó mirando significativamente a Felipe, quien no dijo nada,
pero devolvió el gesto a su amigo, mientras encendía otro cigarrillo.
-Pues
yo no tuve nunca ese tipo de rollos – contestó Ignacio sacudiendo la cabeza.
-Yo
tampoco – dijo Pipo. Felipe iba a hablar pero Carmelo lo hizo primero:
-¡Pues
yo sí!
-¡Gallego!
¿Vos? – Preguntó seriamente Pipo, a tiempo que se apartaba inconscientemente de
Carmelo. Al ver ese cómico reflejo, Felipe rió a carcajadas, mientras Ignacio
estaba boquiabierto.
-¡Sí,
yo! Tu Carmelo. Vamos, es que no puedo creer que vosotros seáis tan hipócritas a
punto de no reconocer haber tenido algún suceso homosexual que hayáis tenido en
vuestra niñez, juventud, o..., no sé..., la semana pasada, por ejemplo...
Ignacio,
evidentemente nervioso, sólo atinó a servirse otra copa de vino. Todos bajaron
la mirada, menos Felipe. Cada uno estaba repasando instintivamente su vida,
asombrados por un súbito y extraño interés por lo que se estaba hablando.
-¿Y
cómo fue esa experiencia, Carmelo? – preguntó Felipe, mostrando sumo interés.
Carmelo
se acomodó mejor en su sofá y mientras se acariciaba los pelos de su pecho,
comenzó diciendo:
-
Fue en España. Tenía veintiocho años. Trabajaba en una empresa y mi jefe era un
tío al que le caía muy bien. Demasiado bien, diría yo. Pues un día me comisionó
un trabajo por el cual yo tuve que quedarme después de horario porque debía
estar listo al día siguiente. En la oficina sólo habíamos quedado él y yo. Era
tarde, como las once de la noche. Por fin, cuando había terminado aquel puto
trabajo...
-Sí,
parece que era muy puto..., ¡el trabajo, digo! - rió Pipo, lo que hizo que
Carmelo le encajara un nuevo coscorrón con cómica seriedad.
-Seguí,
Carmelín, no le hagas caso al maleducado de tu hijo adoptivo - murmuró Felipe
mientras Ignacio sonreía.
-Sí,
mejor sigo antes de detenerme a pensar en qué fallé con este zopenco y le rompa la crisma. Pues
bien, subí hasta el despacho de mi jefe para dejar el puto trabajo en su
escritorio. Cuando me dispuse a entrar vi que la puerta estaba abierta. Entré
sin golpear, ya que no había nadie en el escritorio. Como en todos los
despachos de los altos gerentes de esa empresa, había una dependencia anexa con
un dormitorio, una kitchenette y un baño. La luz estaba encendida y la puerta del
anexo abierta. Dije tímidamente: "Señor Iglesias, ¿está usted ahí?".
No recibí respuesta. Me asomé, y entonces sucedió. Mi jefe estaba en el
dormitorio. Enseguida pensé en largarme, pero algo me detuvo, y por nada del
mundo quise dejar de observar lo que tenía ante mis ojos. Apenas apoyado sobre el dintel de la puerta del baño, de espaldas a un espejo, estaba el Sr. Iglesias completamente
desnudo.
Con esa mirada, me invito a entrar. |
-A
la mierda ¿desnudo?
-Completamente
en pelotas, chaval. En ese momento, por primera vez, supe que había algo en él
que no dejaba de atraerme. Había trabajado años en la misma empresa, y sólo esa
noche, y en ese instante, me estaba fijando en la persona del Sr. Iglesias.
Tenía un cuerpo... que, vamos... era como esos tíos que se ven en las pelis
pornos. Era un poco mayor que yo, pero el guarro estaba muy bien, físicamente
hablando. Y os juro que a pesar de que nunca me
había fijado en los hombres, deseé con todas mis ganas poder experimentar la sensación
de tocar ese cuerpo desnudo. Su polla, que se apoyaba pesadamente sobre sus
huevos, era larga, y parecía tan suave e inofensiva como amenazante y tremenda.
Tenía unos pelos que ¡Virgen santa!, muy negros, y esos pelos hacían aún mucho
más atractivo el terrible carajo que ese señor tenía. Él se miraba a sí mismo,
se tocaba las tetillas o se pasaba las manos por el pecho. Yo no podía ni
moverme. Entonces él, que obviamente me había estado esperando todo ese tiempo,
alzó la vista y me miró directamente a los ojos. Con esa mirada, me invitó a
entrar. Y yo, aún con los expedientes en mi mano, entré lentamente, sin dejar
de mirarlo. Me aproximé a él y me quedé a dos metros de su persona. En
silencio, pero sin dejar de mirarme, mi jefe avanzó. Por
el espejo podía ver su culo. Dio un paso y vi cómo tomaba su miembro, ya no tan blando, entre sus manos. Acarició su tronco lentamente.... y pasaba las manos por esos
huevos peludos. ¡Ah! Yo quería tocar esos huevos. Esa piel tan suave, tan
sensual. Su polla pronto quedó totalmente erecta. ¡Qué polla! La recuerdo bien,
era larguísima. Yo estaba atónito, sin poder hacer nada y..., se los digo sin
sonrojarme: a esa altura tenía entre las piernas una erección de caballo. Y por
fin, él me dijo: "Ven, Carmelo...".
(Continuará)
Salú la barra!
ResponderEliminarVen a mi jefe de Carmelo, si sos como el de la foto!
Waw esta serie promete y mucho!
Es una especie de Guerra de las Galaxias argentina...digo porque da ganas de jugar a las espaditas! jajaja.
Con respecto a Justin Banks que hermosura de Sr! Se sabe algo más de él , hay más fotos de él, dirección , fono , email, instagran , face...pajarito? jajaja.
Besotes ardientes de invierno, cual brazas de hogar, para todos.
Ortolani venga a abrazarme y releame el cuento de Tío Franco please.
Turco,
ResponderEliminarte gustó el jefe de Carmelo??? bueno, un jefe así hace tambalear la sexualidad de cualquiera, no me jodan. Me encantó la comparación con la Guerra de las Galaxias, creo que esa parte viene en el último capítulo.
AH!, otra cosa, Ortolani está muy ocupado y me dijo que por favor le digas a Justin para que te relea el cuentito, digo, si no te es mucho inconveniente.
Saludos, y buen martes!!!
Hola, Franco... En este edificio, rentarán algún departamento por unos días. que tengo ganas de ir a BA por una cuantas expo y otras atracciones más que se proponen para este fin de julio? Por si llueve y no se puede salir, siempre será bueno hacer una reunion con estos vecinos!!!
ResponderEliminarEl cuentito, impecable, bah.., que otra cosa esperar del Jefe!!!!
Un abrazo!!
Seba,
ResponderEliminarno sé si habrá algún depto disponible, pero en todo caso te quedás en lo de Carmelo, él te va a acoger encantado.
:)