Buenos vecinos IV
Buenos vecinos
Parte IV: "Ignacio"
Felipe
encendió nerviosamente otro cigarrillo. No miró a sus amigos. Buscando un punto
en la nada, continuó con el final de su relato:
-Después,
un rato después, volvimos a la realidad. Y nos miramos asombrados. ¿Qué iba a
pasar? ¿Cómo seguirían nuestras vidas? No lo sabíamos. Inmediatamente, Osvaldo
se vistió y huyó bajo la lluvia. A pesar de lo bien que nos habíamos sentido,
nunca volvimos a repetir un encuentro semejante. Sí, hace un rato dije que mientras
mi matrimonio se iba desgastando, había sentido la necesidad de estar con
alguien más, de asomarme a otra relación además de la que había vivido con mi
esposa. Obviamente me estaba refiriendo a Osvaldo.
Carmelo
estiró su mano, conmovido, y la puso sobre el hombro de Felipe, quien respondió
a esto con una caricia sobre ella, apretándola afectivamente.
Ignacio,
visiblemente pensativo, no atinaba a
decir nada.
Todos
habían comenzado a transitar por un camino sin miras a volver sobre sus pasos.
Al menos no esa noche.
Pipo,
observando a Ignacio, se incorporó y le dijo:
-Ignacio,
¿estás bien?
Ignacio
sonrió débilmente, se cruzó de brazos, apoyándolos sobre sus piernas plegadas
sobre el pecho, y contestó mirando al vacío:
-No.
No estoy nada bien.
-Pobrecillo
– dijo Carmelo – es que has tenido un día terrible, coño. Y nosotros con todos
estos rollos..., vaya tela que te hemos cargado.
-No
es eso, Carmelo. Todos ustedes han sido muy sinceros esta noche. Verán, la
sinceridad no es una de mis grandes virtudes, en realidad, ahora que lo pienso,
tampoco tengo muchas.
-¿Muchas
qué? - interrumpió Pipo.
-Virtudes,
tonto - contestó Carmelo dándole un suave empujón en el hombro.
-Tal
vez por eso me sienta tan mal ahora -continuó Ignacio - y me gustaría también
ser sincero con ustedes, que hoy me han abierto su almas.
-Ignacio,
perdona, pero no te sientas en la obligación de contarnos nada... –dijo Carmelo
con un tono tierno - hace un momento estuve un poco bruto contigo...
-Dejalo,
gallego, si él quiere hablar, tal vez eso le haga bien.
-Sí,
es verdad – contestó Ignacio – gracias, Felipe. Sólo quería decirles que además
de vivir todo un rollo con mi separación, pues en estos días he pasado por una
historia que me ha dejado más que confuso. Se las he ocultado, o mejor dicho me
la estaba ocultando a mí mismo, pero ahora, y después de todo lo que cada uno ha
contado aquí, sé que prefiero desnudarme totalmente.
-¡Pues,
hombre, haberlo dicho, si quieres desnudarte, sólo te quitas la toalla y ya! –
dijo riendo Carmelo, a lo cual Pipo aprovechó para darle un coscorrón en la
calva, ¡era su turno! Todos rieron, por lo que Ignacio se sintió más animado a
contar su historia.
-Ahora
no sé lo que siento. A lo mejor si les cuento, ustedes me ayuden a aclarar la cabeza.
-Contá
con nosotros, pero tenés que saber que a veces aclarar la cabeza no es
suficiente - dijo Felipe.
-Tenés
razón. Si fuera sólo eso, todo sería más fácil - Ignacio suspiró y aceptó que
Felipe le sirviera otro poco de vino - Les dije que al separarme, mi socio me
ofreció ir a vivir a su casa. Pues todo fue muy bien hasta el sábado pasado. Él
había invitado a unas chicas para pasarla bien después de una cena con mucho
vino. La excusa era sacarme de la depresión por mi separación, esa noche de
juerga serviría para celebrar mi retorno al celibato. Pero él estaba muy
borracho y después de varias botellas y algunos porros, todo se le fue de las
manos..., en fin, la bebida le hace mal, yo no sé por qué se pasa de la línea
así..., y la cosa fue de mal en peor, a tal punto que empezó a ponerse violento
con las chicas. Las insultó y las trató muy mal. Yo intenté detenerlo, pero de
nada sirvió, las dos mujeres, irritadas e indignadas, se fueron pegando un
portazo y dejándonos solos. Maldiciendo y gritando en contra de todas las minas,
hizo evidente que su borrachera ya era algo incontrolable. Había conocido otras
borracheras suyas, pero nunca lo había visto así. Decidí meterlo debajo de la
ducha para después llevarlo a su cama. Mañana será otro día, pensé.
Felipe
miraba a Carmelo y Pipo, que no podían dejar sus manos quietas. La de Pipo
estaba subiendo por el muslo de su amigo y casi tocaba la pernera del
pantaloncito de Carmelo. Entre sus piernas, un bulto enorme denotaba la
erección ya incontenible. Esto terminó de excitar a Felipe, que, como todos,
esa noche había liberado más de una emoción oculta. Su miembro comenzó a crecer
y evidenciarse bajo el pantalón. Lo frotó y acarició en toda su extensión,
deseando liberarse de su ropa. Ignacio prosiguió, cada vez más desinhibido.
-Llevé
a mi socio al baño, entre más insultos y resistencias. Pasaba de la agresión
verbal a la risa incontenible. Quería agredirme, me insultaba, y al rato estaba a los abrazos.
Entonces, sin hacerle caso, comencé a desnudarlo. Él tiene mi edad y nunca se
casó. Siempre fue de una mujer a otra. Sí, era muy exitoso con las mujeres, y todas
siempre vieron en él a un hombre irresistible. Rubio, de ojos azules, buen
cuerpo, inteligencia y simpatía, todos atributos bien apetecibles. Cuando
entendió que estaba por meterlo a la ducha me hizo un cómico gesto para que me
detuviera, diciéndome que él lo haría por sus propios medios. Entonces empezó a
quitarse la camisa mientras yo abría el agua de la ducha. Como era incapaz de
manejar sus movimientos, empecé a ayudarlo con los pantalones. Cada tanto se sostenía
de mí, con su torso desnudo y apestando a alcohol. Le bajé los pantalones, le
bajé los calzoncillos... ¡por fin había conseguido desnudarlo! Fue entonces
cuando siguió lanzando maldiciones contra todas las mujeres, que no se podía
contar con ellas, que eran todas una mierda, que todas lo abandonaban, en fin, toda
la escena me parecía patética. Yo intentaba meterlo a la ducha pero él,
resbalando y tambaleándose, me hacía todo muy difícil. De pronto, noté que él
me agarraba más fuerte y más frecuentemente cada vez. Se apoyaba en mí, se
frotaba contra mí, y a medida que esto pasaba, sus dichos, maldiciones y puteadas
se iban apaciguando cada vez más. Le dije que tenía que calmarse, hasta recuerdo
que le dije que se portara bien, así como cuando uno le habla a los niños, o a
los locos. Él pasó entonces a esa etapa melancólica tan frecuente en los
borrachos, repitiendo lo incomprendido que era por todos, y diciéndome una y
otra vez todo el aprecio que sentía por mí, ya que, según él, yo era el único que
lo comprendía. Conseguí que el agua lo bañara por completo, con paciencia y
perseverancia. A esa altura él ya estaba un poco más calmado, mirándome
intensamente a los ojos. Entonces de pronto se quedó callado y pensativo. Me
tomó la cara con las dos manos como si de pronto se hubiera puesto sobrio en un
segundo, y me preguntó algo que me dejó mudo: "Ignacio, ¿qué sentís por
mí?". No pude responder. Insistí en meterlo bajo el agua de nuevo. Pero él
volvía a resistirse. Me tomó con más fortaleza, volvió a hacerme la pregunta y
me miró fijamente. "¿No vas a contestarme?". Bajé la mirada, le dije
que estaba totalmente borracho, que termináramos de una vez. Pero él se puso
muy serio, y sí, de pronto me pareció que toda su ebriedad había desaparecido,
o al menos se transformaba en otra cosa. Sin dejar de mirarme, me dijo: "No
me contestes, está bien, pero al menos ¿no querés ver cómo me pusiste ahí abajo?".
Entonces bajé la mirada, no sin cierto estado de pánico, y comprobé que su
verga estaba como una roca, durísima y apuntando hacia el techo. Sin poder
hablar, tampoco pude dejar de mirar esa pija que apuntaba a mi cara.
El agua caía sobre nuestros cuerpos y yo estaba en pleno éxtasis. |
Él me tomó
de la camisa y torpemente empezó a desabotonarla. Yo estaba azorado. Me decía que
me deseaba con locura, acercó su boca a la mía, y me besó ávidamente. Al
principio sentí su boca intempestuosa sobre la mía y quise librarme de él, pero
me sostuvo con fuerza y enseguida sentí una gran diferencia con el primer
contacto tan rotundo. Su boca se hizo más blanda, su respiración más
apaciguada, y sus manos sobre mí ya abrían mi camisa avanzando sobre mi pecho.
Ahora sentía su beso de una manera muy distinta, intenso, soberano y decidido, con
esa ternura sólo demostrada cuando algo muy profundo se siente por una persona.
Entonces su lengua chocó con mi lengua. ¿Era posible?, algo me pasó, lo sé,
nunca había sentido eso, era raro, era nuevo, ¡era delicioso! y mis sentidos no
pudieron más que aceptar ese nuevo placer. Yo permanecí paralizado, invadido
por su pasional avance, a tal punto de no darme cuenta que ya estaba tan
desnudo como él, y que en algún momento ambos nos habíamos metido bajo la ducha
caliente, envueltos en vapor. Él se arrodilló ante mí, me miró como pidiéndome
permiso, y tomó con sus manos mi miembro aún dormido, abrió la boca y ante mi
sorpresa, se lo tragó por completo. Yo recibí un espasmo indescriptible de
placer al mismo momento que sentía cómo mi pija se hacía cada vez más grande y
más dura dentro de su boca caliente y devoradora. No podía zafarme de sus
labios y lengua, ya que me había tomado por mis nalgas, aprisionándome, y me
atraía hacia él. Ahora sé que no quería hacerlo de todos modos. El agua caía
sobre nuestros cuerpos y yo estaba en pleno éxtasis. Sí, sí, disfruté cada
instante, me sentía deseado, amado, y alguien, después de mucho tiempo, cuidaba
como nadie de mi goce. Después nos secamos y mi socio me llevó a la cama. Nos
volvimos a besar, mientras acariciábamos nuestros cuerpos. ¿Qué sentía yo? No
lo sé. Estuve como aturdido todo el tiempo ¡todo era increíble! Bajo mis manos,
descubría su cuerpo firme y hermoso. Sus pezones eran míos y mi lengua avanzó
sobre ellos sin dudarlo un instante. Grandes, rojos, rodeados de aquel vello
dorado apenas perceptible. Tocaba su miembro, imbatiblemente duro, su abundante
y divina pelusa entre las nalgas, sus suaves testículos. Sí, amigos, aquello
fue increíble. Él me ofrendó su trasero, ubicándose de espaldas entre mis
piernas, y lo penetré como si fuera una mujer, pero no, no fue como a una mujer,
era totalmente distinto, era otra sensación, otra cosa, era todo tan fuerte...
Hicimos el amor toda la noche, hasta que finalmente nos dormimos.
Ante
su auditorio asombrado, Ignacio se tomó un tiempo para retomar el aliento. Su
rostro se había iluminado. En sus ojos había un fuego especial y por momentos
la piel se le erizaba. Todos habían advertido el enorme bulto que levantaba la
toalla blanca. Tomó un breve sorbo de vino y concluyó su ardiente relato:
-Al
amanecer desperté con su cabeza sobre mi pecho. Entonces me dije que aquello
había sido una locura, producida por una noche de mucho alcohol y el efecto de
la marihuana, y que nunca, nunca, volvería a ocurrir. Me escabullí de la
habitación oscura, saliendo a tientas, sin hacer el menor ruido, con un miedo
terrible a que él se despertara. Silenciosamente hice mis valijas, y me fui de
allí con la cabeza en plena ebullición de emociones. Lo demás, pues ya lo
saben. Hoy, al tomar posesión de mi nueva casa, pensé que en la soledad habría
de encontrar un poco de paz para mi revuelto interior. También pensé que interpretar
todo lo pasado como un error era lo mejor. Taparlo, minimizarlo, mentirme a mí
mismo. Ahora no se qué pensar.
(Continuará)
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