Buenos vecinos III


Buenos vecinos
Parte III - "Felipe y Pipo cuentan todo"

Todos quedaron absortos ante semejante relato. Atentos, no habían perdido palabra de la historia de Carmelo. Por fin Pipo se animó a preguntar:
-¿Y qué hiciste después?
Carmelo suspiró, visiblemente nostálgico, y subiendo una de sus pobladas cejas, con una expresión de impotencia dijo:
-Nada.
-¿Cómo "nada"?- preguntaron todos a coro...
-No. Nada. Porque la situación me había atemorizado tanto, que contesté como un niñato: "Aquí le dejo el informe sobre su escritorio", y como un gilipollas salí de allí a los tropiezos.
Todos quedaron un instante, un largo instante, en silencio, ensimismados.
-Pero les digo algo. Y esto es lo más importante de esta historia  que nunca, nunca, conté a nadie. Lo cierto es que siempre me arrepentí de lo que había hecho, más bien de lo que "no había hecho". Quise volver el tiempo atrás sintiéndome un estúpido por no haber aprovechado esa invitación,  y la verdad es que tuve todo tipo de fantasías después de vivir ese episodio. Es que si hubierais visto esa polla... esos huevos... joder ¿cómo se sentirá tocar los huevos de otro hombre? No puede ser tan malo ¿verdad?
Pipo, consternado y sintiéndose raro, se volvió a acercar a Carmelo. Sus torsos se volvieron a contactar, y ambos se sintieron otra vez, pero de manera diferente, más cercana, más... sensual. Volvió a hablar, decidido:
-¡Y te despidió...!
-No, nada de eso. Nunca más volvimos a hablar de lo ocurrido. Se comportó como un verdadero caballero y respetó mi temor y, en todo caso, mi elección.
-Mi jefe jamás haría una cosa así, a duras penas consigo que me pague las horas extras. Pero ¡ah!, ahora que lo pienso..., ¿no querrá que me quede después de hora para cogerme?
-Eres un gilipollas. No te contaré nunca más nada.
-No te enojes, Carmelito, era broma. Bueno, no tanto...
-Pensé que cuando hablaste de una experiencia homosexual, ibas a contarnos de cómo tuviste relaciones con un hombre, Carmelo – dijo Ignacio. – pero algo así no es lo mismo ¿no?
-¿No lo es? - preguntó Felipe mirando a la nada.
-Entiendo que la experiencia homosexual a la que se refiere Carmelo, esa que alguna vez todos tuvimos, no necesariamente implica tener sexo de una manera explícita – empezó diciendo Pipo – y ahora que Carmelo ha contado la suya, pensándolo bien, creo que también yo puedo contar algo parecido. Algo que me ha pasado con un hombre.
-No me digas que también fue con tu jefe...
-No, Felipe, qué ocurrencia, ese tipo no debe saber lo que es el sexo. No, esto pasó hace años.
Ignacio se dispuso a escuchar, y para estar más cómodo se recostó más aún sobre la alfombra. Su toalla se levantó y dejó a la vista parte de sus genitales. Carmelo, que lo tenía enfrente, no pudo evitar notarlo. Recordar su propia historia lo había predispuesto a sentirse más libre. Por lo que no se preocupó en ocultar su mirada, y sintió otra vez algo que despertaba, haciendo latir su sexo.
Pipo empezó a contar su historia, mientras Carmelo cada tanto lo acariciaba suave y tiernamente, mirando los velludos huevos de Ignacio a medio asomar bajo una toalla que quería salirse de lugar a toda costa.
-Tenía catorce años, y estaba en la secundaria. –empezó a contar Pipo– Mis padres, que consideraban que holgazaneaba mucho al llegar el verano, me mandaron a un campamento de tres semanas, allá en mi provincia, Entre Ríos. No me gustaba mucho, pues todos los chicos eran un poco más grandes que yo. El coordinador del grupo era nuestro cuidador y responsable por todos, un chico de veintiún años, casi rubio, de barba, alto y muy fornido, especialmente entrenado para guiarnos en todas las actividades del campamento. No sé por qué, pero muy pronto me sentí totalmente atraído por ese chico. Bueno, yo digo chico, pues aunque tenía los ojos de niño, era ya todo un verdadero hombre. En mi acomplejada juventud lo veía como un modelo a seguir, pues era muy desenvuelto, divertido, simpático, a la vez que paternal. Por eso todos lo adoraban, y yo no era la excepción. Poco a poco el coordinador me iba deslumbrando con su personalidad, y para mi contento, debo decir que de todos los chicos del grupo, yo resulté ser su preferido. Así que, por otro lado, pronto me fui granjeando el recelo y odio de todos mis compañeros. Como era de esperar, no pasaron muchos días hasta que dos matoncitos del grupo me sorprendieron en el bosque y me propinaron una fuerte golpiza. Me superaban en tamaño y fuerza, así que no pude escapar de ellos.
Carmelo alzó sus cejas haciendo un gesto con su boca, a la vez que apretaba la mano de Pipo, como si quisiera protegerlo.
-Terminé muy golpeado y de no ser por la rápida aparición del coordinador, no sé en qué habría terminado la cosa. Él les impuso un gran castigo y creo que después los hizo echar del campamento, no recuerdo bien. Cuando quedamos a solas, me preguntó suavemente dónde me dolía. Yo estaba dolorido, así que un poco alarmado, me alzó en brazos para sacarme de allí. En ese momento creí estar en la gloria. Lo rodeé con mis brazos y me dejé llevar, envuelto por el calor de su pecho. Me estaba cuidando, así me lo hacía sentir, y yo estaba seguro. Me dijo que iríamos a su carpa. Cuando llegamos me recostó sobre su bolsa de dormir. Yo lloraba bajito, más del susto que del dolor, aunque tenía vergüenza de que él se diera cuenta. Me dijo que me tranquilizara, que no era nada, que ya todo había pasado. Y con un lienzo que mojó con agua de su cantimplora, empezó a refrescarme en los lugares donde había recibido los golpes. Cuando él humedecía el lienzo, yo podía verlo totalmente arrodillado junto a mí. Sus piernas y brazos eran muy velludos. Lo envidiaba, pues yo estaba lejos de tener tantos pelos. Entonces vi, impresionado, que su pantaloncito corto se abría bastante y podía ver parte de sus peludísimos huevos. Era una atracción irresistible y nueva para mí. Todo lo que él hacía era como un bálsamo que me tranquilizaba y hacía que mis magulladuras dolieran menos. Tiernamente me calmaba con frases muy dulces, me decía que todo iba a estar bien y que no tenía que tener miedo. Entonces me dijo que necesitaba saber si tenía que llamar al médico, por lo que quería revisarme mejor. Me pidió que me quitara la camisa. Como yo tardaba en hacerlo, aturdido por la situación pero sobre todo por la visión de sus bolas expuestas, él me ayudó, botón por botón. Me examinó y vio que todo estaba bien. Le indiqué dónde me había golpeado y él enseguida apoyó los paños fríos donde le había dicho. Mi pecho se estremeció al sentir el trapo frío, pero a la vez sentía un alivio enorme. Me revisó las piernas y cuando constató que no había mayores daños, me dijo que me quitara el pantaloncito. Lo miré a los ojos, algo asustado, pero su expresión me dio toda la confianza del mundo. Quedé sólo con mi pequeño slip. Y él me empezó a palpar los muslos, subiendo, subiendo, hasta llegar a mis entrepiernas. Instintivamente las cerré, pero él me las abrió con toda la suavidad del mundo. Por las aberturas de las entrepiernas, seguramente podían intuirse los contornos de mis bolas. Él detuvo su vista allí, tomándose todo el tiempo del mundo para observar toda la zona. Bajé la vista y sentí esa pulsión tan conocida cuando comienza una erección. El slip se abultó un poco y las aberturas se abrieron más. Me sonrojé, al sentir como el aire llegaba hasta mis testículos, mucho más visibles ahora. Tocó mi abdomen a la vez que con cada presión me preguntaba si sentía algún dolor. Cuando llegó a mi bajo vientre, sus dedos se metieron un poco por debajo de mi slip. Sentí como él palpaba apenas mis primeros vellos. Entonces, cuando creí que mi pito empezaría a saltar y marcarse de una forma ya inocultable, me dijo que me diera vuelta. Antes de hacerlo, lo miré. Sus piernas velludas abiertas ante mí, invitaron a mis ojos a ir directamente a su bulto. Creí ver que estaba mucho más apretado. Pero me di la vuelta enseguida. Comenzó a tocarme la espalda, la recorrió por toda su extensión y fue bajando hasta la cintura. Todo el tiempo me preguntaba con voz incomparablemente suave si sentía alguna molestia a medida que me iba palpando. Yo le respondía, balbuceando. Entonces, cuando hubo recorrido toda mi espalda, tomó el elástico de mi slip y empezó a bajarlo. Fue todo muy despacio. Yo ya no pronuncié palabra. Me quitó la prenda interior hasta los tobillos y quedé con el culito al aire. Sus manos fueron directamente a mis nalgas y lentamente comencé a sentir un placer nuevo e intenso. Su sutileza, su calor, sus breves movimientos, todo contribuyó a que mi pequeño pene lograra su mayor erección en pocos segundos. Me acarició los glúteos, aventuró sus dedos entre ellos... y rozó deliciosamente mi ano, abriéndome las nalgas hasta sentir que me iba a partir en dos mitades. Mi incipiente llanto había dejado paso a gemidos muy breves, involuntarios, entrecortados, y mis lágrimas habían desaparecido, enjugadas por la tela de la bolsa de dormir. Él seguía diciéndome que no me preocupara, que ahora me iba a cuidar, que esos chicos no volverían a tocarme nunca, y que esa noche me dejaría dormir con él. Sí, eso terminó de tranquilizarme. Cuando terminó de colmarme de caricias, me dijo que me hiciera a un lado. Lo miré. Se desabrochó la camisa, se la quitó y me mostró su pecho hermoso, lleno de vello dorado. Luego se quitó los pantaloncitos y quedó en calzoncillos. Yo me senté, frente a él, intentando ocultar mi erección con las manos. Como yo no dejaba de mirar su gran bulto me preguntó si quería ver su pene. No respondí, subiendo mis ojos hasta los suyos. "¿Te gustaría?". Yo no deseaba otra cosa que ver ese objeto voluminoso que abultaba tanto debajo de la tela blanca que apenas podía retener los largos pelos que se escapaban por los bordes, así que asentí con la cabeza. Me dijo que tenía un pito muy grande. Me da gracia, pero lo dijo así "un pito muy grande", y que lo podría ver, pero antes debería mostrarle el mío. Así lo hice, avergonzado, pues estaba muy duro. Me sonrió, diciéndome: "Tenés pocos pelos todavía, yo tengo muchos más, pero eso no tiene importancia, pronto te crecerán, como los míos". Inmediatamente, él se quitó el calzoncillo y por primera vez vi un pene adulto, completamente erecto. Abrí la boca del asombro y él sonrió otra vez, complacido de exhibirse ante mí. Su verga se alzó dura y curvada hacia arriba, bamboleándose ante mis ojos, húmeda, desafiante, llena de venas y pliegues. No había mentido, era una verga pesada y voluminosa. Enseguida la tomó con su mano derecha, y empezó a masturbarse. Presionó levemente sobre la punta y pude ver cómo una línea de líquido transparente salía abundante y se derramaba entre sus manos. Estaba muy excitado, pero a la vez tenía la sensación de estar asistiendo a una clase especial, donde él se esmeraba para enseñarme lo que yo quería ver con tanta curiosidad. También quise que de mi pequeño agujerito saliera ese líquido tan brillante, apreté bien la punta pero no logré que saliera nada, nervioso al máximo ante la visión de esa pija tan grande, tan dura y tan gruesa. Veía maravillado cómo su prepucio cubría y descubría rítmicamente el glande y cómo los huevos se movían por debajo siguiendo cada movimiento. Yo no paraba de masturbarme. Lo miré a los ojos y él me sonrió otra vez, guiñándome un ojo a modo de aviso. Entonces supe que iba a acabar. Sentí su respiración agitada, y en su voz escuché los inicios de tenues gemidos. Los contuvo, no quería ser escuchado por nadie. Entonces ambos nos derramamos en una lluvia compartida entre movimientos que no pudimos controlar. Cuando dejamos de zarandearnos, yo sentí una culpa tremenda a pesar del gran placer que había experimentado, pero él, con infinita ternura, me acarició la mejilla y me abrazó, aún desnudos. Nunca olvidaré el choque que se dieron nuestras pijas al hacerlo. Resbalaron entre sí, lubricadas por tanto esperma, duras y satisfechas. Me dijo que nadie debería saber lo sucedido, que no se lo contara a persona alguna porque nadie lo iba a entender, que él me quería mucho y que si yo lo quería a él, podríamos compartir ese secreto entre los dos. Me besó ¡me besó en la frente!. Y eso fue todo.
Cuando Pipo miró a sus amigos, éstos estaban mudos y conmovidos. Carmelo miró a Ignacio intentando ver más allá de su toalla y comprobó que el bulto había crecido aún más. Felipe fumaba y bebía largos tragos de vino, acariciándose cada tanto los pelos de su pecho.
-¿Han visto? ¿Qué os decía yo? – dijo absorto Carmelo.
-Pero eso no quiere decir nada – contestó Ignacio – es sabido que son muy comunes esas masturbaciones entre los jóvenes.
-Creo que no fue una simple masturbación, pues de seguir en el campamento, supongo que Pipo habría tenido algún episodio más profundo con el coordinador – dijo Felipe.
-¿Pero qué decís, Felipe?, ninguno de nosotros aquí es gay. Pipo era un jovencito, y fue seducido por un tipo que se aprovechó de su inexperiencia y de su calentura para abusar de él. –dijo Ignacio mientras se estiraba para dejar su copa en la mesa. Carmelo, siempre atento, vio entonces algo más que sus testículos. Guiñó un ojo a Pipo que había descubierto el pene enorme que asomaba por debajo de la toalla.
-Puede ser, pero yo creo que Pipo no vivió ese episodio como un abuso - le contestó Felipe.
Carmelo, viendo un poco avergonzado a Pipo, y a la vez advirtiendo que Ignacio estaba evidentemente excitado por el relato, se animó a desafiar su obstinada negación.
-¿Y tú, Ignacio? ¿No tienes algo para contarnos? ¿Nunca te has excitado con un hombre? ¿Eres tan macho como piensas?
-No es que lo piense. Así me siento. No, no tengo nada que contarles. No recuerdo haber sido atraído por un hombre –dijo, contrariado, e intentando cubrir el bulto que se formaba en su toalla.
-No te creo –replicó Carmelo, que estaba seguro que el comienzo de esa erección decía todo lo contrario y que además lo estaba delatando.
-No me importa, ¡yo no tengo por qué dar explicaciones a nadie!
-No te pongas así, Ignacio, tal vez no sea atracción propiamente dicha, y sobre eso, es muy probable que no seamos dueños de nuestras propias emociones cuando emergen así, pero sí es verdad que algo muy fuerte se desencadena en esas situaciones, cuando dos hombres están íntimamente unidos por algo que los supera, que los confunde.
Carmelo y Pipo se miraron a los ojos. Se volvieron a abrazar, y sonriéndose, se acomodaron para acercarse entre sí aún más. Sin dejar de mirar a Carmelo, Pipo le preguntó a Felipe:
-¿Felipe, vos también tenés algo que contarnos?
-No sé si debería hacerlo.
-¿Por qué? –preguntó Ignacio, queriendo salir del tema, pero sin poder resistirse a saber más.
-Porque no estoy seguro de que les guste la historia –dijo Felipe, hundido en el vacío de su propia copa.
-Hombre, todos estamos medio borrachos ya, y ésta es una noche de grandes revelaciones..., no nos vengas con esas tonterías– comenzó a decir Carmelo– así que no te cortes, y ¡venga!, cuéntanos tu experiencia.
Pipo se acurrucó entre los brazos de Carmelo. Nadie vio en esto algo fuera de lo natural, tal era la confianza entre esos dos hombres. La mano de Carmelo tomó a Pipo por el flanco de su torso y su mano llegó hasta una tetilla. El pulgar comenzó a acariciar el rosado botón y Pipo se desperezó de placer. Estaban expectantes mirando a Felipe, quien dejó su copa en la mesa, y tragó en seco antes de empezar.
-Fue con mi mejor amigo: Osvaldo. De esto ya hace bastante, hacía un año que yo había sido padre. Osvaldo y yo éramos inseparables, y mucho más al compartir con él la dicha de nuestra reciente paternidad. Yo lo adoraba. Él era el amigo a quien yo admiraba, al que imitaba en la forma de vestirse, de hablar, de seducir a las mujeres, en fin, ustedes me entienden, pues les habrá pasado con algún conocido, compañero de trabajo...
Todos asintieron, especialmente Ignacio. Luego, Felipe prosiguió con su historia:
-En medio de esta idealización, creo que comencé a sentir por él una atracción totalmente distinta a lo que había sentido por otro amigo. Hasta que un día, volviendo del centro, nos sorprendió una tormenta tremenda que nos empapó completamente antes de poder subirnos a mi auto. Calados hasta los huesos, llegamos a casa. Cada vez llovía más y más. Le dije que telefoneara a su esposa, diciendo que llegaría más tarde. Así lo hizo. Estábamos solos, no puedo recordar por qué no había nadie en la casa. Tampoco puedo recordar por qué razón no lo llevé directamente a su casa.
Pipo y Carmelo intercambiaron miradas discretas pero socarronas.
-Subimos directamente a mi cuarto -prosiguió- donde rápidamente nos empezamos a quitar la ropa mojada. Hacía frío. Saqué unas toallas mientras terminaba de quitarme la camisa. Fue todo muy rápido. Enseguida estuvimos como Dios nos trajo al mundo dentro del pequeño vestidor de mi habitación. Osvaldo era un hombre alto y atractivo, nadie podía pasar indiferente a su lado. Recuerdo que me quedé mirándolo casi en éxtasis, pues no entendía muy bien por qué, pero su cuerpo desnudo hizo que comenzara en mí un irrefrenable deseo de abalanzarme sobre él y hacerle el amor. ¿Pueden creerlo? Lo que quiero decir es que ese tipo de atracción no abarcaba a cualquier otro hombre. No quería tener sexo con un hombre cualquiera. Sino con él. Entonces, siguiendo un juego disimulado y sutil, aproveché un momento en el que Osvaldo me daba la espalda... y me animé a pasarle mi toalla por los hombros. Él me agradeció eso, sin sospechar que yo ardía de ganas de tocarlo. No vio nada extraño en mi acción. Yo secaba su cuerpo desnudo, pero también lo frotaba muy intensamente, pretextando poner en práctica mis conocimientos como masajista. Me dijo que había estado muy tenso últimamente, por lo que me dio pié a masajearlo mucho más abiertamente. Se abandonó a mí, con los brazos sueltos y la cabeza algo reclinada hacia atrás. Después de haberlo secado, dejé caer la toalla al piso ¡no podía creer que tuviera a Osvaldo en mis manos, desnudo ante mí! De pronto, advertí que mi pene se había erguido hasta ponerse totalmente duro. Sí, así fue, amigos. Él no me podía ver, seguía ajeno a todo lo que me estaba pasando, de espaldas a mí. Mis manos masajearon sus hombros, bajé recorriendo su fuerte columna, trabajando firmemente desde los omóplatos hasta los dorsales. Su hermoso trasero, tapizado de oscuros y suaves vellos, era una tentación para mí: redondo, firme, prominente. Nunca había deseado las nalgas de un hombre. Pero ahora no podía apartar mi vista de aquellas. Me arrodillé de modo que mi cara quedó a la altura de sus perfectos glúteos. Pero no posé mis manos allí, no me animé, salteé la zona y seguí directamente a los muslos. Osvaldo estaba entregado y murmuraba algunas cosas, entre bromas y frases sin importancia, era evidente que sentía mucho placer por mis masajes. Al rato de estar masajeando esos firmes muslos, abrió inmediatamente las piernas, por lo que sus espléndidos testículos cayeron a pocos centímetros de mis ojos. El vello se metía en el estrecho de su culo, y se desparramaba por toda la zona hasta llegar a sus bolas, era un espectáculo increíble. Entonces Osvaldo dejó de hablar. Y noté que se estaba poniendo algo tenso. A pesar de que no decía nada, yo intuía que algo no andaba bien. Pensé que era el momento de dar algún paso, aunque fuera equivocado. Por eso me decidí y suavemente lo tomé de sus caderas, para darle la vuelta hacia mí. ¡Por Dios!, cuando lo giré, estando aún arrodillado, su miembro se estacionó frente a mi cara. Para mi sorpresa, no estaba blando y flácido. Oscilando levemente, su pene estaba a la mitad de una erección. De una base de pelos ensortijados, irrumpía esa verga casi enhiesta, temblando y latiendo. La punta de su glande, roja y mojada, empezaba a salir al descorrerse la piel del prepucio. Una gota de líquido diáfano y brillante asomó involuntariamente. Me maravillé al verla.
-Uy, como el coordinador del campamento...
-¡Cállate, capullo! - dijo Carmelo, sin dejar de acariciar el pecho de su protegido.
-Nos quedamos quietos y sin atrevernos siquiera a respirar - prosiguió Felipe - Retomé mi idea sobre ese paso decisivo, era ahora o nunca. Y de un solo movimiento, sin detenerme a pensarlo, abrí mi boca, y me metí aquella pija entre los labios.
Pipo, Carmelo e Ignacio no cabían en su asombro. La mano de Carmelo, que había quedado sobre el pezón de Pipo, siguió instintivamente toda su circunferencia y fue frotando cada vez más sus dedos contra esa punta endurecida. Pipo, cuya mano había quedado apoyada sobre el muslo de Carmelo, de pronto descubrió lo bien que se sentía el contacto con los pelos que estaba tocando con sus dedos, y casi involuntariamente fue acariciando muy sutilmente la zona, sin darse cuenta aún que el pene de su amigo se movía dentro del pantalón con espasmódicos corcoveos. Ignacio, casi atontado por lo que acababa de escuchar, miraba a Felipe, aquel hombre tan masculino, sin poder creer que alguna vez aquella boca rodeada de barba y bigote, pudiera haber probado tan singular alimento. Su mano, había descendido por sobre la toalla hasta tomar su propio pene y asombrarse con su erección.
-Eso pasó, amigos – continuó narrando Felipe – por primera vez sentía lo que era meterse una pija en la boca. Les juro que en ese momento no tenía idea de lo que estaba haciendo. Pero sin dudas era lo que quería hacer. Lo supe después. También lo gocé mucho. Chupé desenfrenadamente cada centímetro de ese palo duro, sintiendo su olor, su gusto, hundiendo mi nariz entre esa mata de pelos, masturbando mi verga al mismo tiempo. Osvaldo, loco de excitación, me tomaba por la cabeza y me atraía hacia él. Después de haberme comido hasta las pelotas ese miembro enorme, me levanté, quedando de pie frente a Osvaldo, nos miramos por un segundo, de una manera que no olvidaré nunca... y nos unimos en un largo y apasionado beso, mientras nuestros brazos no daban abasto para tocarnos mutuamente. Nuestros miembros, que se frotaban entre sí, muy pronto estuvieron listos para derramar su jugo, así que nos abrazamos fuertemente y sin dejar de besarnos frenéticamente, nos inundamos en nuestro propio semen, sin poder parar de movernos, sin desunir nuestras bocas, sin pensar... en nada.


(Continuará)

Comentarios

  1. Salú la barra!!!
    Cómo andan chichipíos!
    Cómo está la banda de Don Franco y sus Gatitos Arrabaleros?
    Espero estén de diez más iva.
    Acá en la Argentina Uruguay y Brasil celebramos en el Día de la fecha el Día del Amigo y aunque no soy muy propenso alos días de, por su connjotación comercial que no comparto, creo que es una pequeña escusa más para saludarnos y compartir momentos juntos, sin necesidad de adquirir ningún bien material.
    POR ESO FELIZ DÍA AMIGOS!!!
    Con respecto a esta saga exclente este tercer episodio Tiito!
    Ya el caldo se va poniendo espeso , diria un cocinerito...que lindo seria ser vecinos y amigos ..verdad! En vez de compartir el mismos geriatrico , compartir un edificio lleno de amigos, amigos y más amigos.
    Les mando un apretadísimo abrazo a todos y cada uno de ustedes muchachotes queridos y besotes también ..que somos Machos y Mimosos también! jajaja

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  2. Salú, Turquito,
    y FELIZ DÍA DEL AMIGO para vos y para todos los amiguitos que vienen siempre por aquí.
    Abrazos fuertes y apretados, sobre todo ahí, donde hay que apretar más.

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