Buenos vecinos III
Buenos vecinos
Parte III - "Felipe y Pipo cuentan todo"
Todos
quedaron absortos ante semejante relato. Atentos, no habían perdido palabra de
la historia de Carmelo. Por fin Pipo se animó a preguntar:
-¿Y
qué hiciste después?
Carmelo
suspiró, visiblemente nostálgico, y subiendo una de sus pobladas cejas, con una
expresión de impotencia dijo:
-Nada.
-¿Cómo
"nada"?- preguntaron todos a coro...
-No.
Nada. Porque la situación me había atemorizado tanto, que contesté como un
niñato: "Aquí le dejo el informe sobre su escritorio", y como un
gilipollas salí de allí a los tropiezos.
Todos
quedaron un instante, un largo instante, en silencio, ensimismados.
-Pero
les digo algo. Y esto es lo más importante de esta historia que nunca, nunca, conté a nadie. Lo cierto es
que siempre me arrepentí de lo que había hecho, más bien de lo que "no
había hecho". Quise volver el tiempo atrás sintiéndome un estúpido por no
haber aprovechado esa invitación, y la
verdad es que tuve todo tipo de fantasías después de vivir ese episodio. Es que
si hubierais visto esa polla... esos huevos... joder ¿cómo se sentirá tocar los
huevos de otro hombre? No puede ser tan malo ¿verdad?
Pipo,
consternado y sintiéndose raro, se volvió a acercar a Carmelo. Sus torsos se
volvieron a contactar, y ambos se sintieron otra vez, pero de manera diferente,
más cercana, más... sensual. Volvió a hablar, decidido:
-¡Y
te despidió...!
-No,
nada de eso. Nunca más volvimos a hablar de lo ocurrido. Se comportó como un
verdadero caballero y respetó mi temor y, en todo caso, mi elección.
-Mi
jefe jamás haría una cosa así, a duras penas consigo que me pague las horas
extras. Pero ¡ah!, ahora que lo pienso..., ¿no querrá que me quede después de
hora para cogerme?
-Eres
un gilipollas. No te contaré nunca más nada.
-No
te enojes, Carmelito, era broma. Bueno, no tanto...
-Pensé
que cuando hablaste de una experiencia homosexual, ibas a contarnos de cómo
tuviste relaciones con un hombre, Carmelo – dijo Ignacio. – pero algo así no es
lo mismo ¿no?
-¿No
lo es? - preguntó Felipe mirando a la nada.
-Entiendo
que la experiencia homosexual a la que se refiere Carmelo, esa que alguna vez
todos tuvimos, no necesariamente implica tener sexo de una manera explícita –
empezó diciendo Pipo – y ahora que Carmelo ha contado la suya, pensándolo bien,
creo que también yo puedo contar algo parecido. Algo que me ha pasado con un
hombre.
-No
me digas que también fue con tu jefe...
-No,
Felipe, qué ocurrencia, ese tipo no debe saber lo que es el sexo. No, esto pasó
hace años.
Ignacio
se dispuso a escuchar, y para estar más cómodo se recostó más aún sobre la
alfombra. Su toalla se levantó y dejó a la vista parte de sus genitales.
Carmelo, que lo tenía enfrente, no pudo evitar notarlo. Recordar su propia
historia lo había predispuesto a sentirse más libre. Por lo que no se preocupó
en ocultar su mirada, y sintió otra vez algo que despertaba, haciendo latir su
sexo.
Pipo
empezó a contar su historia, mientras Carmelo cada tanto lo acariciaba suave y
tiernamente, mirando los velludos huevos de Ignacio a medio asomar bajo una
toalla que quería salirse de lugar a toda costa.
-Tenía
catorce años, y estaba en la secundaria. –empezó a contar Pipo– Mis padres, que
consideraban que holgazaneaba mucho al llegar el verano, me mandaron a un campamento
de tres semanas, allá en mi provincia, Entre Ríos. No me gustaba mucho, pues
todos los chicos eran un poco más grandes que yo. El coordinador del grupo era
nuestro cuidador y responsable por todos, un chico de veintiún años, casi
rubio, de barba, alto y muy fornido, especialmente entrenado para guiarnos en todas las actividades del campamento. No sé por qué, pero muy
pronto me sentí totalmente atraído por ese chico. Bueno, yo digo chico, pues aunque tenía los ojos de niño, era ya todo un verdadero hombre. En mi acomplejada
juventud lo veía como un modelo a seguir, pues era muy desenvuelto, divertido,
simpático, a la vez que paternal. Por eso todos lo adoraban, y yo no era la
excepción. Poco a poco el coordinador me iba deslumbrando con su personalidad,
y para mi contento, debo decir que de todos los chicos del grupo, yo resulté
ser su preferido. Así que, por otro lado, pronto me fui granjeando el recelo y
odio de todos mis compañeros. Como era de esperar, no pasaron muchos días hasta
que dos matoncitos del grupo me sorprendieron en el bosque y me propinaron una fuerte
golpiza. Me superaban en tamaño y fuerza, así que no pude escapar de ellos.
Carmelo
alzó sus cejas haciendo un gesto con su boca, a la vez que apretaba la mano de
Pipo, como si quisiera protegerlo.
-Terminé muy golpeado y de no ser por
la rápida aparición del coordinador, no sé en qué habría terminado la cosa. Él
les impuso un gran castigo y creo que después los hizo echar del campamento, no
recuerdo bien. Cuando quedamos a solas, me preguntó suavemente dónde me dolía.
Yo estaba dolorido, así que un poco alarmado, me alzó en brazos para sacarme de
allí. En ese momento creí estar en la gloria. Lo rodeé con
mis brazos y me dejé llevar, envuelto por el calor de su pecho. Me estaba
cuidando, así me lo hacía sentir, y yo estaba seguro. Me dijo que iríamos a su
carpa. Cuando llegamos me
recostó sobre su bolsa de dormir. Yo lloraba bajito, más del susto que del
dolor, aunque tenía vergüenza de que él se diera cuenta. Me dijo que me
tranquilizara, que no era nada, que ya todo había pasado. Y con un lienzo que
mojó con agua de su cantimplora, empezó a refrescarme en los lugares donde
había recibido los golpes. Cuando él humedecía el lienzo, yo podía verlo
totalmente arrodillado junto a mí. Sus piernas y brazos eran muy velludos. Lo
envidiaba, pues yo estaba lejos de tener tantos pelos. Entonces vi,
impresionado, que su pantaloncito corto se abría bastante y podía ver parte de
sus peludísimos huevos. Era una atracción irresistible y nueva para mí. Todo lo
que él hacía era como un bálsamo que me tranquilizaba y hacía que mis
magulladuras dolieran menos. Tiernamente me calmaba con frases muy dulces, me
decía que todo iba a estar bien y que no tenía que tener miedo. Entonces me
dijo que necesitaba saber si tenía que llamar al médico, por lo que quería
revisarme mejor. Me pidió que me quitara la camisa. Como yo tardaba en hacerlo,
aturdido por la situación pero sobre todo por la visión de sus bolas expuestas,
él me ayudó, botón por botón. Me examinó y vio que todo estaba bien. Le indiqué
dónde me había golpeado y él enseguida apoyó los paños fríos donde le había
dicho. Mi pecho se estremeció al sentir el trapo frío, pero a la vez sentía un
alivio enorme. Me revisó las piernas y cuando constató que no había mayores
daños, me dijo que me quitara el pantaloncito. Lo miré a los ojos, algo
asustado, pero su expresión me dio toda la confianza del mundo. Quedé sólo con
mi pequeño slip. Y él me empezó a palpar los muslos, subiendo, subiendo, hasta
llegar a mis entrepiernas. Instintivamente las cerré, pero él me las abrió con
toda la suavidad del mundo. Por las aberturas de las entrepiernas, seguramente
podían intuirse los contornos de mis bolas. Él detuvo su vista allí, tomándose
todo el tiempo del mundo para observar toda la zona. Bajé la vista y sentí esa
pulsión tan conocida cuando comienza una erección. El slip se abultó un poco y
las aberturas se abrieron más. Me sonrojé, al sentir como el aire llegaba hasta
mis testículos, mucho más visibles ahora. Tocó mi abdomen a la vez que con cada
presión me preguntaba si sentía algún dolor. Cuando llegó a mi bajo vientre,
sus dedos se metieron un poco por debajo de mi slip. Sentí como él palpaba
apenas mis primeros vellos. Entonces, cuando creí que mi pito empezaría a
saltar y marcarse de una forma ya inocultable, me dijo que me diera vuelta.
Antes de hacerlo, lo miré. Sus piernas velludas abiertas ante mí, invitaron a
mis ojos a ir directamente a su bulto. Creí ver que estaba mucho más apretado.
Pero me di la vuelta enseguida. Comenzó a tocarme la espalda, la recorrió por
toda su extensión y fue bajando hasta la cintura. Todo el tiempo me preguntaba
con voz incomparablemente suave si sentía alguna molestia a medida que me iba
palpando. Yo le respondía, balbuceando. Entonces, cuando hubo recorrido toda mi
espalda, tomó el elástico de mi slip y empezó a bajarlo. Fue todo muy despacio.
Yo ya no pronuncié palabra. Me quitó la prenda interior hasta los tobillos y
quedé con el culito al aire. Sus manos fueron directamente a mis nalgas y
lentamente comencé a sentir un placer nuevo e intenso. Su sutileza, su calor,
sus breves movimientos, todo contribuyó a que mi pequeño pene lograra su mayor
erección en pocos segundos. Me acarició los glúteos, aventuró sus dedos entre
ellos... y rozó deliciosamente mi ano, abriéndome las nalgas hasta sentir que
me iba a partir en dos mitades. Mi incipiente llanto había dejado paso a
gemidos muy breves, involuntarios, entrecortados, y mis lágrimas habían
desaparecido, enjugadas por la tela de la bolsa de dormir. Él seguía diciéndome
que no me preocupara, que ahora me iba a cuidar, que esos chicos no volverían a
tocarme nunca, y que esa noche me dejaría dormir con él. Sí, eso terminó de
tranquilizarme. Cuando terminó de colmarme de caricias, me dijo que me hiciera
a un lado. Lo miré. Se desabrochó la camisa, se la quitó y me mostró su pecho
hermoso, lleno de vello dorado. Luego se quitó los pantaloncitos y quedó en
calzoncillos. Yo me senté, frente a él, intentando ocultar mi erección con las
manos. Como yo no dejaba de mirar su gran bulto me preguntó si quería ver su
pene. No respondí, subiendo mis ojos hasta los suyos. "¿Te
gustaría?". Yo no deseaba otra cosa que ver ese objeto voluminoso que
abultaba tanto debajo de la tela blanca que apenas podía retener los largos
pelos que se escapaban por los bordes, así que asentí con la cabeza. Me dijo
que tenía un pito muy grande. Me da gracia, pero lo dijo así "un pito muy
grande", y que lo podría ver, pero antes debería mostrarle el mío. Así lo
hice, avergonzado, pues estaba muy duro. Me sonrió, diciéndome: "Tenés
pocos pelos todavía, yo tengo muchos más, pero eso no tiene importancia, pronto
te crecerán, como los míos". Inmediatamente, él se quitó el calzoncillo y por primera vez vi un
pene adulto, completamente erecto. Abrí la boca del asombro y él sonrió otra
vez, complacido de exhibirse ante mí. Su verga se alzó dura y curvada hacia
arriba, bamboleándose ante mis ojos, húmeda, desafiante, llena de venas y
pliegues. No había mentido, era una verga pesada y voluminosa. Enseguida la
tomó con su mano derecha, y empezó a masturbarse. Presionó levemente
sobre la punta y pude ver cómo una línea de líquido transparente salía
abundante y se derramaba entre sus manos. Estaba muy excitado, pero a la vez
tenía la sensación de estar asistiendo a una clase especial, donde él se
esmeraba para enseñarme lo que yo quería ver con tanta curiosidad. También
quise que de mi pequeño agujerito saliera ese líquido tan brillante, apreté
bien la punta pero no logré que saliera nada, nervioso al máximo ante la visión
de esa pija tan grande, tan dura y tan gruesa. Veía maravillado cómo su prepucio
cubría y descubría rítmicamente el glande y cómo los huevos se movían por
debajo siguiendo cada movimiento. Yo no paraba de masturbarme. Lo miré a los
ojos y él me sonrió otra vez, guiñándome un ojo a modo de aviso. Entonces supe
que iba a acabar. Sentí su respiración agitada, y en su voz escuché los inicios
de tenues gemidos. Los contuvo, no quería ser escuchado por nadie. Entonces
ambos nos derramamos en una lluvia compartida entre movimientos que no pudimos
controlar. Cuando dejamos de zarandearnos, yo sentí una culpa tremenda a pesar
del gran placer que había experimentado, pero él, con infinita ternura, me
acarició la mejilla y me abrazó, aún desnudos. Nunca olvidaré el choque que se dieron nuestras pijas al hacerlo. Resbalaron entre sí, lubricadas por tanto
esperma, duras y satisfechas. Me dijo que nadie debería saber lo sucedido, que
no se lo contara a persona alguna porque nadie lo iba a entender, que él me
quería mucho y que si yo lo quería a él, podríamos compartir ese secreto entre
los dos. Me besó ¡me besó en la frente!. Y eso fue todo.
Cuando
Pipo miró a sus amigos, éstos estaban mudos y conmovidos. Carmelo miró a
Ignacio intentando ver más allá de su toalla y comprobó que el bulto había
crecido aún más. Felipe fumaba y bebía largos tragos de vino, acariciándose
cada tanto los pelos de su pecho.
-¿Han
visto? ¿Qué os decía yo? – dijo absorto Carmelo.
-Pero
eso no quiere decir nada – contestó Ignacio – es sabido que son muy comunes
esas masturbaciones entre los jóvenes.
-Creo
que no fue una simple masturbación, pues de seguir en el campamento, supongo
que Pipo habría tenido algún episodio más profundo con el coordinador – dijo
Felipe.
-¿Pero
qué decís, Felipe?, ninguno de nosotros aquí es gay. Pipo era un jovencito, y fue
seducido por un tipo que se aprovechó de su inexperiencia y de su calentura
para abusar de él. –dijo Ignacio mientras se estiraba para dejar su copa en la
mesa. Carmelo, siempre atento, vio entonces algo más que sus testículos. Guiñó
un ojo a Pipo que había descubierto el pene enorme que asomaba por debajo de la
toalla.
-Puede
ser, pero yo creo que Pipo no vivió ese episodio como un abuso - le contestó
Felipe.
Carmelo,
viendo un poco avergonzado a Pipo, y a la vez advirtiendo que Ignacio estaba
evidentemente excitado por el relato, se animó a desafiar su obstinada negación.
-¿Y
tú, Ignacio? ¿No tienes algo para contarnos? ¿Nunca te has excitado con un
hombre? ¿Eres tan macho como piensas?
-No
es que lo piense. Así me siento. No, no tengo nada que contarles. No recuerdo
haber sido atraído por un hombre –dijo, contrariado, e intentando cubrir el
bulto que se formaba en su toalla.
-No
te creo –replicó Carmelo, que estaba seguro que el comienzo de esa erección decía
todo lo contrario y que además lo estaba delatando.
-No
me importa, ¡yo no tengo por qué dar explicaciones a nadie!
-No
te pongas así, Ignacio, tal vez no sea atracción propiamente dicha, y sobre
eso, es muy probable que no seamos dueños de nuestras propias emociones cuando
emergen así, pero sí es verdad que algo muy fuerte se desencadena en esas
situaciones, cuando dos hombres están íntimamente unidos por algo que los
supera, que los confunde.
Carmelo
y Pipo se miraron a los ojos. Se volvieron a abrazar, y sonriéndose, se
acomodaron para acercarse entre sí aún más. Sin dejar de mirar a Carmelo, Pipo
le preguntó a Felipe:
-¿Felipe,
vos también tenés algo que contarnos?
-No
sé si debería hacerlo.
-¿Por
qué? –preguntó Ignacio, queriendo salir del tema, pero sin poder resistirse a
saber más.
-Porque
no estoy seguro de que les guste la historia –dijo Felipe, hundido en el vacío
de su propia copa.
-Hombre,
todos estamos medio borrachos ya, y ésta es una noche de grandes revelaciones...,
no nos vengas con esas tonterías– comenzó a decir Carmelo– así que no te
cortes, y ¡venga!, cuéntanos tu experiencia.
Pipo
se acurrucó entre los brazos de Carmelo. Nadie vio en esto algo fuera de lo
natural, tal era la confianza entre esos dos hombres. La mano de Carmelo tomó a
Pipo por el flanco de su torso y su mano llegó hasta una tetilla. El pulgar
comenzó a acariciar el rosado botón y Pipo se desperezó de placer. Estaban
expectantes mirando a Felipe, quien dejó su copa en la mesa, y tragó en seco
antes de empezar.
-Fue
con mi mejor amigo: Osvaldo. De esto ya hace bastante, hacía un año que yo había
sido padre. Osvaldo y yo éramos inseparables, y mucho más al compartir con él
la dicha de nuestra reciente paternidad. Yo lo adoraba. Él era el amigo a quien
yo admiraba, al que imitaba en la forma de vestirse, de hablar, de seducir a
las mujeres, en fin, ustedes me entienden, pues les habrá pasado con algún conocido,
compañero de trabajo...
Todos
asintieron, especialmente Ignacio. Luego, Felipe prosiguió con su historia:
-En
medio de esta idealización, creo que comencé a sentir por él una atracción
totalmente distinta a lo que había sentido por otro amigo. Hasta que un día,
volviendo del centro, nos sorprendió una tormenta tremenda que nos empapó
completamente antes de poder subirnos a mi auto. Calados hasta los huesos,
llegamos a casa. Cada vez llovía más y más. Le dije que telefoneara a su esposa,
diciendo que llegaría más tarde. Así lo hizo. Estábamos solos, no puedo
recordar por qué no había nadie en la casa. Tampoco puedo recordar por qué
razón no lo llevé directamente a su casa.
Pipo
y Carmelo intercambiaron miradas discretas pero socarronas.
-Subimos
directamente a mi cuarto -prosiguió- donde rápidamente nos empezamos a quitar
la ropa mojada. Hacía frío. Saqué unas toallas mientras terminaba de quitarme
la camisa. Fue todo muy rápido. Enseguida estuvimos como Dios nos trajo al
mundo dentro del pequeño vestidor de mi habitación. Osvaldo era un hombre alto
y atractivo, nadie podía pasar indiferente a su lado. Recuerdo que me quedé
mirándolo casi en éxtasis, pues no entendía muy bien por qué, pero su cuerpo
desnudo hizo que comenzara en mí un irrefrenable deseo de abalanzarme sobre él
y hacerle el amor. ¿Pueden creerlo? Lo que quiero decir es que ese tipo de atracción no abarcaba
a cualquier otro hombre. No quería tener sexo con un hombre cualquiera. Sino
con él. Entonces, siguiendo un juego disimulado y sutil, aproveché un momento
en el que Osvaldo me daba la espalda... y me animé a pasarle mi toalla por los
hombros. Él me agradeció eso,
sin sospechar que yo ardía de ganas de tocarlo. No vio nada extraño en mi
acción. Yo secaba su cuerpo desnudo, pero también lo frotaba muy intensamente,
pretextando poner en práctica mis conocimientos como masajista. Me dijo que había
estado muy tenso últimamente, por lo que me dio pié a masajearlo mucho
más abiertamente. Se abandonó a mí, con los brazos sueltos y la cabeza algo
reclinada hacia atrás. Después de haberlo secado, dejé caer la toalla al piso ¡no
podía creer que tuviera a
Osvaldo en mis manos, desnudo ante mí! De pronto, advertí que mi pene se había
erguido hasta ponerse totalmente duro. Sí, así fue, amigos. Él no me podía ver,
seguía ajeno a todo lo que me estaba pasando, de espaldas a mí. Mis manos
masajearon sus hombros, bajé recorriendo su fuerte columna, trabajando firmemente desde
los omóplatos hasta los dorsales. Su hermoso trasero, tapizado de oscuros y
suaves vellos, era una tentación para mí: redondo, firme, prominente. Nunca
había deseado las nalgas de un hombre. Pero ahora no podía apartar mi vista de
aquellas. Me arrodillé de modo que mi cara quedó a la altura de sus perfectos
glúteos. Pero no posé mis manos allí, no me animé, salteé la zona y seguí
directamente a los muslos. Osvaldo estaba entregado y murmuraba algunas cosas,
entre bromas y frases sin importancia, era evidente que sentía mucho placer por
mis masajes. Al rato de estar masajeando esos firmes muslos, abrió inmediatamente
las piernas, por lo que sus espléndidos testículos cayeron a pocos centímetros
de mis ojos. El vello se metía en el estrecho de su culo, y se desparramaba por
toda la zona hasta llegar a sus bolas, era un espectáculo increíble. Entonces
Osvaldo dejó de hablar. Y noté que se estaba poniendo algo tenso. A pesar de
que no decía nada, yo intuía que algo no andaba bien. Pensé que era el momento
de dar algún paso, aunque fuera equivocado. Por eso me decidí y suavemente lo
tomé de sus caderas, para darle la vuelta hacia mí. ¡Por Dios!, cuando lo giré,
estando aún arrodillado, su miembro se estacionó frente a mi cara. Para mi
sorpresa, no estaba blando y flácido. Oscilando levemente, su pene estaba a la
mitad de una erección. De una base de pelos ensortijados, irrumpía esa verga
casi enhiesta, temblando y latiendo. La punta de su glande, roja y mojada, empezaba
a salir al descorrerse la piel del prepucio. Una gota de líquido diáfano y
brillante asomó involuntariamente. Me maravillé al verla.
-Uy,
como el coordinador del campamento...
-¡Cállate,
capullo! - dijo Carmelo, sin dejar de acariciar el pecho de su protegido.
-Nos
quedamos quietos y sin atrevernos siquiera a respirar - prosiguió Felipe - Retomé
mi idea sobre ese paso decisivo, era ahora o nunca. Y de un solo movimiento, sin
detenerme a pensarlo, abrí mi boca, y me metí aquella pija entre los labios.
Pipo,
Carmelo e Ignacio no cabían en su asombro. La mano de Carmelo, que había
quedado sobre el pezón de Pipo, siguió instintivamente toda su circunferencia y
fue frotando cada vez más sus dedos contra esa punta endurecida. Pipo, cuya
mano había quedado apoyada sobre el muslo de Carmelo, de pronto descubrió lo
bien que se sentía el contacto con los pelos que estaba tocando con sus dedos,
y casi involuntariamente fue acariciando muy sutilmente la zona, sin darse
cuenta aún que el pene de su amigo se movía dentro del pantalón con
espasmódicos corcoveos. Ignacio, casi atontado por lo que acababa de escuchar,
miraba a Felipe, aquel hombre tan masculino, sin poder creer que alguna vez
aquella boca rodeada de barba y bigote, pudiera haber probado tan singular alimento.
Su mano, había descendido por sobre la toalla hasta tomar su propio pene y
asombrarse con su erección.
-Eso
pasó, amigos – continuó narrando Felipe – por primera vez sentía lo que era
meterse una pija en la boca. Les juro que en ese momento no tenía idea de lo
que estaba haciendo. Pero sin dudas era lo que quería hacer. Lo supe después.
También lo gocé mucho. Chupé desenfrenadamente cada centímetro de ese palo
duro, sintiendo su olor, su gusto, hundiendo mi nariz entre esa mata de pelos,
masturbando mi verga al mismo tiempo. Osvaldo, loco de excitación, me tomaba
por la cabeza y me atraía hacia él. Después de haberme comido hasta las pelotas
ese miembro enorme, me levanté, quedando de pie frente a Osvaldo, nos miramos
por un segundo, de una manera que no olvidaré nunca... y nos unimos en un largo
y apasionado beso, mientras nuestros brazos no daban abasto para tocarnos
mutuamente. Nuestros miembros, que se frotaban entre sí, muy pronto estuvieron
listos para derramar su jugo, así que nos abrazamos fuertemente y sin dejar de
besarnos frenéticamente, nos inundamos en nuestro propio semen, sin poder parar
de movernos, sin desunir nuestras bocas, sin pensar... en nada.
(Continuará)
Salú la barra!!!
ResponderEliminarCómo andan chichipíos!
Cómo está la banda de Don Franco y sus Gatitos Arrabaleros?
Espero estén de diez más iva.
Acá en la Argentina Uruguay y Brasil celebramos en el Día de la fecha el Día del Amigo y aunque no soy muy propenso alos días de, por su connjotación comercial que no comparto, creo que es una pequeña escusa más para saludarnos y compartir momentos juntos, sin necesidad de adquirir ningún bien material.
POR ESO FELIZ DÍA AMIGOS!!!
Con respecto a esta saga exclente este tercer episodio Tiito!
Ya el caldo se va poniendo espeso , diria un cocinerito...que lindo seria ser vecinos y amigos ..verdad! En vez de compartir el mismos geriatrico , compartir un edificio lleno de amigos, amigos y más amigos.
Les mando un apretadísimo abrazo a todos y cada uno de ustedes muchachotes queridos y besotes también ..que somos Machos y Mimosos también! jajaja
Salú, Turquito,
ResponderEliminary FELIZ DÍA DEL AMIGO para vos y para todos los amiguitos que vienen siempre por aquí.
Abrazos fuertes y apretados, sobre todo ahí, donde hay que apretar más.