El cuentito de fin de mes (2ª parte)
- El Oficinista -
Un cuento erótico en XII episodios
(continuación)
VII – A orillas del río.
Por fin había llegado Enero. Había llegado
para ambos. Y había traído el sol, el río, los árboles, todo ese verde que se
les metía por los poros.
Javier armó la carpa en dos minutos.
Asombrado, Tomás lo miraba queriendo intervenir pero sin saber cómo. Por fin,
resignándose, prefirió dejarlo hacer, y se sentó en la hierba contemplando
maravillado la escena. Sería cerca de las diez de la mañana y el día los
abrasaba calurosamente. Toda esa enorme ración de naturaleza ya estaba
transformando a Tomás. Por un momento pensó, maravillado, en lo lejos que había
quedado el umbral de la facultad, el límite franqueado de la gris oficina. Todo
eso era tan distinto y lleno de vida.
-¡Listo! - dijo finalmente Javier.
-Nuestra casa.
-Así es. No es el Ritz, pero sirve
perfectamente.
Tomás ayudó al muchacho a acomodar las
cosas: mochilas, ropa, provisiones, linternas; todo dentro de la carpa.
Estaba encantado. Aquellos días había estado
ansioso por que ese momento llegara. Soñaba con eso, después de todo Javier se
había transformado en algo muy especial para él. ¿Qué clase de relación era
esa? Una amistad, un afecto filial, un amor de almas, ¿era tal vez algo distinto...?
Javier estaba transpirando. Había estado
muy activo levantando la carpa, y además el día era caluroso. Resoplando se
quitó la remera con grandes gestos. Era la primera vez que Tomás veía su torso
desnudo. De hombros anchos y pectorales bien formados, sus prominentes pezones rosados
y perfectamente redondos resaltaban entre la leve vellosidad que crecía en el
centro del pecho. Llevó sus manos a la hebilla del cinturón y empezó a
desabrocharla. Tomás siguió paso a paso sus movimientos sin poder quitarle los
ojos. Javier se quitó los pantalones y quedó solo cubierto por un bóxer blanco.
Su cuerpo era muy armonioso. Las piernas eran su zona más peluda, los vellos
eran ahí tan tupidos como en sus axilas y en su abdomen. Le dijo a Tomás que se
iba a poner el traje de baño y entró a la carpa. Tomás, sin poder reaccionar,
se había quedado de pié con la respiración agitada.
Ahora lo sabía. Sabía que Javier lo atraía
irresistiblemente.
En la oficina ese interés era como entre
padre e hijo, amistoso tal vez, él sabía que desde que se conocían buscaba su
compañía, disfrutaba de sus charlas... pero aquí, todo eso quedaba superado por
otro tipo de atracción que no podía ocultarse con otras cosas. Sabía ahora que
sentía por Javier un interés sexual casi incontenible. Era el primer día de
campamento y ya estaba sospechando que no había sido una buena idea el haber
aceptado la invitación de Javier.
-¿No tiene calor? – dijo Javier, saliendo
de la carpa ajustándose el traje de baño.
-Eh... Sí...
-¿Y qué espera para quitarse la ropa?
Tomás balbuceó algo y buscando su mochila,
entró al interior de la carpa.
Estaba temblando. No podía sacarse la
imagen de esa desnudez juvenil, desbordante, casi altanera. Javier era un
ángel, se dijo, pero un ángel que despertaba en él sus más ocultos y secretos impulsos.
Entonces comprendió por qué en un momento había pensado que estar ahí era un
error. Hasta ahora, Tomás jamás se había dejado llevar por impulso alguno. Su
mente reaccionaba antes, siempre y en cualquier situación. Y ahora, tenía un
miedo aterrador de no poder controlar sus propios deseos.
Fue desabrochando su camisa espiando un
poco por la abertura de la carpa. Javier estaba entrando al agua. Se quitó los
pantalones y el calzoncillo. Se excitó con su propia desnudez y se sintió un
poco mareado por tantas sensaciones juntas. Tan intensas como nuevas. Su
miembro estaba semi erecto, húmedo y pesado. Lo miró, pero no quiso tocarlo por
temor a que despertara del todo. Se puso su anticuado short y salió al
exterior. Su larga figura se desplegó al salir por la diminuta abertura de la
carpa. Javier lo vio desde el agua y Tomás sintió vergüenza de mostrase casi
desnudo. No era por Javier, era su timidez natural, ante cualquiera le hubiera
pasado eso. A la luz clarísima del sol, su cuerpo parecía aún más blanco. El
contraste con el negro vello que cubría sus brazos, pecho, abdomen y piernas,
era llamativo. Tanto, que Javier le balbuceó algo acerca de que tuviera cuidado
de cuidar su piel de los rayos solares. Tomás, en vez de zambullirse en el río,
prefirió sentarse a la orilla, mirando y gozando de todo el entorno. Aún estaba
incómodo. Todo le parecía maravilloso, pero se sentía perdido, semidesnudo en
ese contexto extraño a sus costumbres.
Javier salió del agua al poco tiempo.
Parecía un semidios emergiendo de legendarias profundidades. El traje de baño
mojado se adhería a sus genitales, marcándolos por primera vez ante la vista de
Tomás. Se notaban perfectamente sus bolas y el tronco de su pene, bastante
largo por cierto, descansando sobre ellas. El agua había peinado el vello de su
pecho, haciéndolo parecer más abundante. Desde el ombligo salía una gruesa hilera
de pelos que se ensanchaba hacia abajo, el traje de baño se había bajado un
poco y los vellos del pubis asomaban insolentes.
Tomás, que lo miraba sonriente, pensó que
a partir de entonces, cada cosa, cada movimiento que hiciera su joven amigo,
sería una torturante prueba para él, y que debería controlarse para no
abalanzarse sobre ese cuerpo tan ansiado y ser ganado por la atracción tan
intensa.
Javier, ebrio por la naturaleza a la que
estaba acostumbrado, estaba feliz. No sospechaba absolutamente nada de aquello
por lo que se debatía Tomás en ese momento. Se tendió despreocupado y agitado
sobre la hierba de la orilla, a pocos centímetros de su amigo. Cerró los ojos y
sintió la calidez del sol. Su cuerpo brilló, dorado por las gotas que, como
piedras preciosas, adornaban cada curva, cada pliegue, cada pelo de su hermoso
y excitante cuerpo.
Después de almorzar, Tomás se durmió,
agotado, bajo la sombra de un árbol. Javier caminó un poco por los alrededores
y volvió después de un largo rato, al tiempo que su amigo despertaba. Había
traído agua, pan, queso y frutas. Después armaron las cañas, los anzuelos y
Javier le enseñó pacientemente a Tomás eso que él no había hecho jamás, tirar
una línea y disfrutar de la paz circundante pescando en la orilla. Pero no
pescaron nada, y la tarde pasó perezosa y quieta ante ellos como mudo testigo
de sus frecuentes y tranquilas charlas. Para Tomás, ese oleaje de lujuria inicial
se había aplacado un poco y realmente estaba gozando todo lo que hacía. Estar
juntos para él era la gloria. Cada gesto, cada movimiento o cualquier cosa que
dijera el muchacho, lo dejaba embobado. Me estoy enamorando, entonces, se dijo
a sí mismo. Su interior entraba en conflicto todo el tiempo, no sabía que
sentir, que permitirse, que censurarse. Todo era desconocido para él. En medio
de esas cuestiones, sintió caer la tarde. Después de cenar comieron frutas bajo
la chispeante luz de la fogata. Sus charlas eran interminables, disfrutables y
desplegaban todo tipo de temas. Había oscurecido ya y el fuego los pintaba con
cambiantes sombras y tonos rojos. Vencido por el sueño, Javier quiso retirarse
a dormir.
-Andá, Javier. Yo me voy a quedar un rato
más. No te preocupes que yo apago el fuego.
-Buenas noches, Tomás – dijo entrando en
la carpa, pero, al instante, como olvidándose de algo importante, se volvió
nuevamente hacia Tomás y le dijo – ¡Lo estoy pasando muy bien!
Tomás le sonrió dulcemente.
-Yo también. Que descanses Javier.
Se quedó solo y en silencio, mirando el
fuego. Giró su vista hacia la carpa cuando advirtió que Javier había encendido
una linterna. Un marcado contraluz le devolvía su silueta en sombras. Sabía que
ahora vendría la prueba más difícil. Dormir juntos. ¡Cielos!, dormir con ese
ángel del que estaba cada vez más enamorado. Vio la figura de Javier
desnudándose a través de la fina tela de la carpa. Habría saltado sobre él en
ese momento. Por supuesto se contuvo, pero su verga no y se puso dura
instantáneamente, entonces se mordió los labios, tragando saliva dificultosamente.
Sentía latir su corazón como si se le quisiera salir del pecho. La luz de la
linterna por fin se apagó. Ahí estaba Javier. Estaba con él. Cuanto había
cambiado su vida aquel jovencito. Ahora ¿cómo podría volver hacia atrás?
Después de estar largo tiempo pensando, su
erección permanecía inalterable. El fuego, casi extinto, terminó consumiéndose
hasta las pequeñas brasas. En la oscuridad casi absoluta aprovechó la calidez
de la noche y se desnudó en la entrada de la carpa, para no despertar a Javier.
Cuando entró, desnudo, sintió el aroma de su muchacho inundando todo el
recinto. Eso hizo palpitar aún más a su dura verga que se bamboleaba con cada
movimiento suyo. Entró en su bolsa, pegada a la de Javier que ya dormía
profundamente, y, sigilosamente se cubrió con ella. La oscuridad era absoluta,
pero allí estaba él, durmiendo, pensó, a escasos centímetros. Sentía en su cara
el movimiento del aire que exhalaba. Era delicioso. Se animó entonces a estirar
una mano sobre él. Pero enseguida se contuvo y la retiró. Sintiendo su miembro
a punto de eyacular ante el recuerdo de su cuerpo joven y esbelto, bello,
lozano, controló nuevamente su irrefrenable deseo, se volvió de espaldas, e
intentó dormir.
VIII – Sobre un viejo bote.
Al día siguiente, Tomás despertó temprano,
pero su adorado amigo no estaba a su lado. Al salir de la carpa, advirtió que
Javier tampoco estaba por ahí. Se preparó un café que junto con unas galletas
constituyeron su breve desayuno. Al rato vio aparecer un bote que venía por el
río. ¡Era Javier!. Lo saludaba con la mano acercándose remando.
-¡Buen día!
-¡Buen día! ¿Pero... de dónde sacaste ese
bote?
-¿Le gusta?
-¡Formidable!
Javier le tiró una cuerda y Tomás ayudó a
acercar el bote a la orilla.
-¡Suba!
Tomás, dando un salto, subió al bote
entusiasmado, sin poder dar crédito a sus ojos, y juntos iniciaron un paseo.
-Javier, esto es grandioso, ¿Pero, cómo
conseguiste el bote? ¿no lo habrás robado, no?
-¿Cómo se le ocurre? ¿Me cree un
delincuente?
-La verdad que sí...
Rieron. Javier comandaba el bote, remos en
mano.
-No, no lo robé, quédese tranquilo. Es
prestado. Yo le dije que me encargaría de todo, ¿no? Al levantarme salí a
caminar y llegué hasta lo de Don Fermín, un viejo amigo de la familia que tiene
su casa a metros del río, a cambio de un poco de conversación me prestó el
bote. Ahora podremos pescar en medio del río, ¿qué le parece?
-Me parece que no podía ser mejor –
respondió Tomás con la alegría de un adolescente.
-Qué bien. ¿Sabe? Me gusta verlo contento,
feliz.
Tomás se sonrojó y suspiró sonriente.
-Sí, estoy feliz. Este lugar... vos...
-¿Yo?
-Sí... te debo todas mis risas.
Se quedaron en silencio. Javier remaba,
por lo que quedaron frente a frente en la reducida capacidad de la barca. Y
decidieron callarse al percibir tanta calma y quietud. Solo se oía el canto de
los pájaros, el zumbido de cigarras y el chapotear de los remos al franquear la
calma superficie del agua. Pero Tomás no pudo escuchar nada. Nuevamente tenía
ante él, la imagen deseada de Javier, que remaba lentamente de cara al sol.
Disimuladamente lo devoraba con la vista.
Aprovechaba los momentos en que el joven se quedaba viendo el paisaje
circundante. Javier se había quitado la remera e iba con el torso desnudo. Al
remar abría sus largas piernas peludas y sin darse cuenta ofrecía un festín
visual a su amigo. Sus brazos jóvenes contraían sus definidos músculos al
accionar los remos. Sus pectorales se tensaban virilmente a cada vaivén. El sol
daba de lleno en su cuerpo y según el movimiento, la tela de su pernera se
abría revelando una entrepierna ensombrecida de pelos cada vez más espesos. Por
debajo, el comienzo de sus nalgas se dibujaba perfectamente, y no era difícil
imaginar lo que el short ocultaba. Tomás, que había empezado a sentir mucho
calor, comenzó a sudar, y no sólo por la alta temperatura. La vista tan
excitante del muchacho remando hizo crecer su verga. Pensó en quitarse la
camisa, pero, Javier se daría cuenta de su abultada dureza.
De pronto, Javier alzó los remos y dejó
que el bote se deslizara bajo la sombra que daban las largas ramas de un sauce.
Tocando la orilla apenas, la embarcación quedó quieta entre unos juncos. Sin
decir nada, se dejaron habitar por tanta paz. Pronto, los ojos de Javier se
toparon con los de Tomás, que lo miraba dulcemente. Se sonrieron tiernamente.
-Gracias por traerme aquí, Javier. Nunca
creí que esto fuera tan hermoso.
Entonces, Javier se incorporó un poco y
estiró su mano hacia el muslo de Tomás. Su mano chocó firmemente con la piel de
Tomás y allí se mantuvo. Sosteniendo con fuerza ese contacto, ante la sorpresa
absorta de Tomás, le dijo dulcemente:
-Nada de eso, Tomás. Yo me alegro mucho de
que haya aceptado venir conmigo.
La mano del joven quemaba. Sentirla hacía
que la verga de Tomás latiera con fuerza, agrandándose y humedeciéndose. El
muchacho prosiguió:
-De veras, quiero que sepa que yo no tengo
muchos amigos, y usted... bueno, usted... es diferente a todos los amigos que
yo tuve. Lo siento como un padre. Pero también como un amigo de mi edad. ¿Raro,
no?. Más que eso, a veces siento como si tuviéramos idénticos pensamientos.
Como le dije una vez, creo que tenemos algo importante en común.
Y no dudó en avanzar su mano en dirección
a la entrepierna de Tomás. Continuó:
-Yo me siento verdaderamente muy bien a su
lado. Es como si me diera seguridad, confianza en mí mismo, yo... yo...
Su mano siguió avanzando, casi
inconscientemente. Y el extremo de sus dedos, rozaba ya la abertura del short. Tomás,
que se sostenía con las manos hacia atrás para no caer vencido por la emoción,
bajó su vista hacia esa mano sin animarse a respirar siquiera, conteniendo todo
su ser para evitar desmayarse. Quedó inmóvil, esperando lo inevitable, con un
torrente de sensaciones y pensamientos encontrados. Javier, de repente, notó la
vista de su maduro amigo sobre su mano, y al mirar en la misma dirección notó
el enorme bulto que se levantaba ante él. La primera reacción de Tomás fue la
de cerrar las piernas, pero miró a su amigo y la timidez en ese primer instante
dejó paso a un instinto más vital, y entonces fue abriendo sus muslos
lentamente, lo que hizo que la tela de su short dejara el paso libre entre los
dedos de su amigo y sus lugares más íntimos. Dirigió nuevamente su intensa
mirada a los ojos de Javier y abrió más aún su pierna, apoyando su pié en el
borde del bote. El short se abrió más. Algo asomó, Tomás lo sabía porque la
curiosidad de Javier hizo que no pudiera dejar de observar su entrepierna. Él bajó
más la cabeza, como buscando mejor ángulo de visión. Un misterioso impulso
dirigió la punta de su dedo mayor hacia el contacto con esa piel oscura, suave
y tapizada de vello. Fue solo un pequeño roce, un leve, suave toque con la
punta de ese dedo indiscreto. Tomás se estremeció al sentir ese contacto mágico
y tuvo que entrecerrar los ojos para aguantar el embate de emociones.
A lo lejos, se escucharon algunas voces, y
detrás de ellas, todas las voces del río, de los árboles y de los pájaros, que
hasta ese momento parecían haberse callado.
Entonces Javier volvió a la realidad y
retiró la mano. Tomando nuevamente los remos, hizo alguna que otra broma, y más
tranquilo, como si nada hubiera pasado, volvió a dirigir el bote hacia el
centro del río.
Ni Javier ni Tomás hicieron referencia o
comentario alguno sobre lo que había pasado esa mañana en el bote. Prefirieron
obviar las incómodas palabras sobre ese acercamiento tan particular. Los dos
pasaron el día tranquilamente, pero muy pensativos y reconcentrados. Pescaron
por la tarde en silencio, alejados uno del otro, sin embargo festejaron muy
alegres la captura de un par de bagres. Tomás leyó un poco, Javier aseó el
interior y los alrededores de la carpa, y así las últimas luces de la jornada
dejaron paso a la envolvente claridad del fuego en medio de la oscuridad
nocturna. Esa noche se fueron a dormir muy tarde, retrasando sin darse cuenta
el momento de irse a acostar, alargando cada minuto con un temor casi infantil.
Por fin, sin desvestirse, se metieron en la carpa. Apagaron las linternas
enseguida y se dieron las buenas noches con voces tímidas, casi formalmente.
IX – En la carpa.
El día siguiente fue muy parecido al
anterior. Incluso Tomás decidió remar solo y Javier hizo una de sus largas
caminatas, manteniéndose separados gran parte del tiempo. Hacía calor, y las
nubes oscuras que asomaban por el oeste, presagiaban tormenta. Eran las cinco
de la tarde cuando cayeron las primeras gotas, en medio del creciente viento,
que pronto transformó esa leve lluvia en un cerrado aguacero. Tomás remó de
regreso y tocó la orilla casi en el mismo momento en que Javier llegaba a la
carpa.
-¡Tomás, apúrese! – gritó Javier,
intentando poner al resguardo algunas cosas que habían quedado dispersas.
-¡Voy! ¡Vos entrá, que tengo que amarrar
el bote!
Cuando Tomás entró corriendo al interior
de la carpa, la lluvia caía torrencialmente desde hacía un buen rato ya. Ambos
se miraron con una tensa sonrisa. Estaban empapados y chorreando agua. Los
truenos presagiaban que el chubasco no sería pasajero. Tomás sacó unas toallas
y observó que Javier tiritaba de frío.
-¡Estás temblando!
-¡Qué tormenta...!
-¿Tenés mucho frío?
-Sí..., sí...
-Vení – dijo Tomás, y con una toalla
envolvió la cabellera de Javier.
Sacudió su cabeza, cubriéndola con la
toalla y la secó enérgicamente. Después secó su cuello y sus brazos. Como ambos
estaban de frente sentados en cuclillas, Tomás restregó también la toalla por
los muslos de Javier.
-¿Mejor?
-Un poco – contestó Javier temblando
todavía.
-Yo también tengo frío. ¡Caramba! Con esta
lluvia, creo que va a refrescar.
Tomás empezó a secarse la cara, la cabeza,
los brazos. Miró a Javier, que castañeteaba los dientes y le dijo:
-Creo que tendríamos que quitarnos esta
ropa mojada.
Lo dijo de tal manera, con tanta simpleza
e inocencia, que Javier no pensó en otra cosa más práctica y aliviadora que
aceptar la sugerencia. El que tomó la iniciativa fue Tomás, comenzando a
desabotonarse la camisa. Cuando Javier tuvo a su amigo frente a sí con su
peludo torso desnudo, sin pensarlo tomó el borde de su remera que chorreaba por
todos lados, y se la quitó rápidamente. Los dos se sentaron y se quitaron los
shorts. Fue en ese momento que Tomás advirtió que era la primera vez que veía a
Javier desnudo. Tomaron sus toallas y casi sin mirarse continuaron secándose.
Estaban algo avergonzados por esa proximidad tan íntima, por eso, sus
movimientos eran un poco forzados, enérgicos, resoplaban e intentaban mover sus
brazos, frotándose con las toallas para darse calor. Cuidando de que Javier no
lo advirtiera, Tomás pudo lanzar algunas miradas de soslayo hacia el sexo de
Javier. No podía evitarlo, el impulso era más fuerte que él y la atracción era
inmensa. Por el rabillo del ojo, adivinaba la zona oscura de esa entrepierna
que era demasiado tentadora, e involuntariamente sus pupilas insistían en
desobedecer sus propias órdenes llamando a la compostura. En un nido de suaves
pelos negros, estaba el más hermoso miembro que Tomás recordara haber visto.
Era evidente que no estaba del todo en reposo, sino que la tensión que se vivía
en el interior de la carpa, había hecho que ese pene, proporcionado y bastante
largo, comenzara a verse más grande que lo habitual. El glande, cubierto por
completo por la delicada piel, se marcaba perfectamente, revelando una forma
cónica que ocupaba más del tercio de la longitud total de la verga. Sus bolas
estaban ocultas por tanta vellosidad y por la posición de sus piernas, que se
mantenían juntas, como queriendo tapar -inútilmente- esas partes tan íntimas.
Pero a diferencia de su amigo, Tomás no intentó ocultar su desnudez. Permaneció
acuclillado con los muslos abiertos, mientras sus manos seguían secando
lentamente su torso, sin que esto fuera necesario ya.
Javier fue ganado entonces por la
curiosidad de conocer el sexo de Tomás. La misma curiosidad que lo había
inducido a probar ese acercamiento tan sutil en el bote. Cuando fue bajando la
vista por ese cuerpo desnudo, lo vio más claramente que otras veces, más
velludo y viril, y más hombre. Lejos quedaba aquella primera impresión en la
oficina, cuando casi se había reído de la simpática torpeza de ese ser
atribulado y tímido hasta el colmo. ¿Era ese oficinista? Ahora tenía ante él a
una persona totalmente distinta, y entonces cayó en la cuenta de que nunca lo
había visto así. Y justo en el momento en que la claridad de un rayo inundó el
lugar, se animó a mirar más. Fue extraño, pero no se sorprendió de ver el
miembro de Tomás en el esplendor de su máxima erección. Eran no menos de veinte
centímetros de hombría dura y gruesa. Su punta enrojecida lucía a medio
descapullar coronando un tronco recto que apuntaba descaradamente hacia arriba.
Pesadas bolas colgaban por debajo. El vello, que en densa maraña enmarcaba la
enhiesta hombría, era el remate de una línea frondosa y estrellada que descendía
desde aquel otro bosque situado en el medio de sus pectorales. En el pubis, los
pelos adquirían una forma casi de cúpula, y junto a los que había en la cara
interna de sus muslos, tapizaban toda el área, cubriendo de manera
aterciopelada la piel de los testículos.
La singular escena duró unos cuantos
minutos.
Era obvio que ninguno de los dos sabía cómo
continuar aunque Tomás había dado un importante paso mostrándole, con total
entrega, lo que Javier producía en él. Javier, turbado y sin atinar a nada,
sintió que su verga comenzaba a despegar de la base de sus testículos con
involuntarios latidos. Pero no tuvo valor para develar su creciente erección
delante de Tomás. Dejó caer disimuladamente la toalla para cubrir su sexo y se
abandonó recostándose sobre la bolsa de dormir. Así quedó en reposo y mirando
al infinito, apenas cubriendo su dureza con la toalla, sin saber qué paso dar o
qué pensar, y con el temor de que esa lluvia, que los mantendría más juntos que
nunca, no cesara jamás.
Tomás siguió un rato frotando la toalla
por su cuerpo. Escuchando el agua que caía copiosamente, se sintió raramente
feliz y aliviado de poder haberle dado a Javier una prueba de lo que sentía por
él. Sí, era extraño, pero una sensación de alivio lo embargó por completo.
Por primera vez en su vida, el significado
de lo que sentía era dicho por su cuerpo y no por su palabra.
Entonces él también se tiró sobre la bolsa
de dormir y rozando apenas su brazo con el de su joven amigo. Mirando al techo
de la carpa, Tomás rompió el insoportable silencio:
-Parece que esto no se detendrá enseguida.
-Sí... y se desencadenó todo de repente...
-Cómo íbamos a saber que...
-¿Qué llovería así?
-No. Hablo de...
-¿Usted siente frío ahora?
-Pero... Javier...
-¿Qué?
-¿Es que nunca te vas a animar a tutearme?
-¿A tutearlo? Bueno... no... digo ¡sí!, es
que... bueno, lo que sucede es que llevo tanto tiempo tratándolo de usted y...
-Está bien. No te preocupes. Podés tomarte
todo el tiempo que quieras para hacerlo. A mí no me molesta en lo más mínimo, y
creo que también me gusta que me trates de usted. Pero... no sé porqué, ahora
siento como si nuestros comportamientos naturales se hubiesen invertido.
-No entiendo.
-Sí. Es como si de repente yo fuera el
desinhibido y vos el tímido.
Rieron algo distendidos, sabiendo
perfectamente de qué estaban hablando. La lluvia había menguado un poco, pero
hasta el anochecer siguió cayendo sin cesar. Cada tanto se miraban a los ojos con
una complicidad sutil y tierna. Así los encontró la noche.
X – El río.
El deseo se había instalado en sus días,
en sus horas, en sus minutos.
Esa mañana, a pesar de algunas nubes, el
día había amanecido claro y cálido. Cuando Javier despertó, escuchó afuera el
ruido de chapoteos en el agua. Se puso un short seco y cuando salió vio a Tomás
nadando en el río. Él lo saludó con una sonrisa. En una cuerda improvisada
entre dos árboles, había puesto a secar todas las prendas mojadas.
Javier se quedó mirando a su amigo y
pronto advirtió que estaba nadando desnudo. Pensó enseguida que el oficinista
que él había conocido, jamás se hubiera animado a hacer semejante cosa, a pesar
de que en ese lugar tan solitario nadie podría verlo de todos modos. Tomás se
arrimó a la orilla y sumergido hasta la cintura dijo con una voz estrepitosa
que retumbó en la otra orilla del río:
-¿Dormiste bien?
-Sí. Buen día...
-Nunca hice esto. Bueno, sí, sí, ya lo sé,
nunca hice demasiadas cosas en mi vida, pero esto... jamás lo hubiera pensado.
-¿Nadar en el río?
-¡Nadar en bolas!
-¿No? Bueno, a decir verdad, yo tampoco.
-¿Y no querés probar?
-¿Ahora...? no...
-¿Y cuándo vas a hacerlo, cuando terminen
las vacaciones? ¡Dale, no te vas a arrepentir! – gritó Tomás internándose más
adentro y animándose a salpicarlo desde lejos - ¿Qué estás esperando? ¡No me
digas que te da vergüenza!
-Bueno, ahí voy...
Javier se bajó los pantaloncitos, sabiendo
perfectamente que su amigo no perdería detalle de sus movimientos. El cuerpo
desnudo de Javier era una imagen de ensueño enmarcada en el verde de los
árboles. Se lanzó rápidamente al agua, lanzando un grito al sentir el frío
contacto.
-¿No es maravilloso? ¿sentiste alguna vez
semejante sensación de libertad?
Javier se sumergió por completo,
desapareciendo de la superficie del agua. Por unos segundos Tomás perdió de
vista a su amigo, no le dio importancia al principio, pero al ver que éste no salía,
buscó inquietantemente en la superficie circundante.
-¡Javier! ¿Javier? ¡Vamos! ¡Ya está bien!
¿dónde estás? ¡Javier...!
Fueron unos segundos, sí, pero Tomás
sintió el principio de una pesante angustia al no ver a su Javier salir a la
superficie. Y cuando giró una vez más para buscar su figura en el agua, Javier saltó
violentamente hacia él, emergiendo como un delfín y chocando casi rostro contra
rostro en medio de su risa compulsiva.
-¡Sos un tarado! Estuve a punto de
asustarme...
Javier, riendo a carcajadas, jugó como un
niño nadando a su alrededor y salpicándolo en la cara con pesadas olas.
-¿A punto de asustarse? ¡Mmmm...! Yo creí
que usted ya no se asustaba más, Señor Desinhibido.
Los dos rieron jugando uno a hundir al
otro en medio de forcejeos. En esas viriles maniobras, propias de dos niños que
están jugando a los luchadores, sus cuerpos se rozaban, se chocaban y repetidas
veces los miembros se encontraban bajo del agua. Estuvieron así durante largo
tiempo, y los roces se fueron intensificando a medida que crecía la resistencia
del uno o del otro por no querer terminar abajo del agua. Javier lo tomaba por
detrás con sus fuertes brazos alrededor del pecho. Tomás sentía entonces como
el miembro de Javier golpeaba su cintura, sus nalgas y según los movimientos,
se ubicaba entre sus glúteos. Tomás logró zafarse de esa ingenua toma y se colocó frente a frente con su
muchacho, que no paraba de reír y gritar como si estuviera reviviendo una zaga
de una película de aventuras. Era un niño. Pero un niño hecho hombre. Y un
hombre con cara de ángel. Tomás lo abrazó siguiendo el violento juego,
aferrándolo entre sus velludos brazos. Tanto exageró su fuerza, que Javier no
podía salir de esa prisión. Sus vergas se juntaron. Javier miró entre risas a
Tomás con sus divinos ojos verdes. Tomás sintió una dulce oleada de placer en
todo el cuerpo, su pija, que se frotaba apretadamente con la del muchacho,
empezó a cobrar consistencia. Javier lo supo, era imposible no notarlo, pero no
estuvo seguro cual de las dos vergas había tomado la iniciativa de ponerse dura.
Jugaba a zafarse, sin el menor éxito, apenas Tomás sentía que su presa iba a
escapar, renovaba su vigoroso abrazo. Sus risas estaban apenas a breves centímetros
y podían fundir entre sí sus respiraciones. Bajo el agua, muslos, pubis, sexos,
se entrechocaban sin despegarse, las vergas eran lanzas que espadeaban sin
tregua, en tanto que las manos, inquietas, aprovechaban el juego para tocar los
sectores prohibidos. Sus pechos también se juntaban, fundiéndose y frotándose
entre sí. Los negros pelos de Tomás, torso contra torso, acariciaron
delicadamente el pecho de Javier, que siguiendo la travesura se soltó como pudo
y amagó a salir del agua, fingiendo un gran escape. Tomás, se arrojó aún sobre
él, queriendo recuperarlo como prisionero a toda costa. Sus manos asieron
fuertemente parte de su trasero. Tomás pudo palpar fuertemente la turgencia de
esos firmes glúteos, incluso tuvo oportunidad de separarlos un poco,
reteniéndolos sobre la superficie del agua para no perderse la magnífica vista
de su blancura y del peludo hueco que salía a la luz con su invitadora puerta
rosada. Tomás, entre gritos y carcajadas nerviosas, intentó jalarlo por detrás
otra vez, y sus manos llegaron hasta los pezones, pero Javier logró soltarse
escapando rápidamente hacia la orilla. Comenzó a subir con dificultad la
recortada ribera y Tomás lo siguió. Pudo advertir la magnífica erección de
Javier. El bello falo era muy largo, no tan grueso como el de él. Tenía una
perfecta forma de curva ascendente. Cuando Tomás salió detrás de él las blancas
nalgas quedaron a la altura de su rostro. Así pudo admirar mucho mejor y por
unos segundos la redondez de tan velludos glúteos. Los pelos parecían emerger desde la raya perfecta que
los separaba. Sintió su verga latir.
Javier se abandonó dejándose caer sobre la hierba,
cansado de tanto luchar y reír, y Tomás, con la verga en alto, se arrodilló
junto a él. Javier lo miró y la erección que se erguía a su lado atrajo toda su
atención. Tomás también miraba a Javier, no perdía
detalle de ese cuerpo desnudo que goteaba frescura. No se avergonzaban en lo
más mínimo de mostrarse así, palpitantes, agitados, desnudos y con sendas
erecciones.
-Voy a buscar una toalla – dijo Javier. Se
levantó y se dirigió hacia la carpa.
Tomás lo siguió con la mirada. Dudó unos
momentos... y fue tras él.
Cuando Tomás entró a la carpa Javier se
sobresaltó un poco, se volvió hacia él, y vio que entraba mirándolo muy
fijamente. Tomás se arrodilló con las piernas bien abiertas, como descansando
sobre la bolsa de dormir. Su pija, más firme que nunca, se balanceaba anhelante
y mojada. Javier estaba también de rodillas, pero de espaldas, intentando
encontrar la bendita toalla. Tomás alargó una mano y la posó en el hombro de
Javier. Al sentir este contacto, Javier creyó desmayar, se arqueó levemente y
luego se quedó completamente quieto, expectante, casi sin respirar. En
silencio, Tomás apoyó la otra mano en su espalda y subió para acariciar su
cuello lentamente, resbalando por entre las gotas de agua. El cuerpo del
muchacho estaba fresco y olía a hierba. Se acercó un poco más y lo rodeó desde
atrás con sus muslos abiertos. Los pelos de Tomás se entremezclaron son los de
las piernas de Javier, que iba sintiendo estos tiernos contactos con los ojos
entrecerrados y abandonándose a esas nuevas emociones. Se miró la verga,
enhiesta y palpitante. Parecía estallar, el glande brilloso y en la máxima
tensión estaba enorme, se veía totalmente descubierto y las gotas de líquido
transparente lo adornaban haciéndolo más luminoso.
Entonces, un leve temor asaltó la mente de
Tomás:
-¿Puedo tocarte? - preguntó, con un hilo
de voz.
El silencio de Javier lo inquietó.
Reintentó otra vez:
-Javier, ¿no te molesta que te toque?
Tenés la piel tan suave... y yo...
-No, Tomás. No me molesta en absoluto.
Seguí.
-¿Me tuteaste?
Javier sonrió, entre sensaciones que
atentaban contra su cordura.
Las manos de Tomás avanzaron hacia
delante, buscando los pezones. Al encontrarlos, los tomó entre sus dedos pulgar
e índice y comenzó a masajearlos girándolos suavemente. Cuando los sintió
duros, los pellizcó aún más, y eso hizo que Javier lanzara su primer gemido.
-¿Te gusta?
-Sí. Me gusta mucho, querido Tomás...
-¿Cómo me llamaste?
-Querido Tomás...
Tomás creyó ascender a los cielos.
Posó una mano en el centro del joven pecho
y rozó el tenue vello. El tacto se deleitó largamente peinando, desordenando y
alisando el breve conjunto de pelos que Javier tenía allí. El muchacho sentía
la respiración de Tomás en su nuca, esa proximidad lo excitaba cada vez más. La
pija de Tomás se posó naturalmente entre los glúteos de Javier, y ambos no
pudieron evitar el movimiento pélvico que acentuaba el dulce roce. Entonces
Tomás deseó con toda su alma acercar su boca aún más. Al posar sus labios en el
cuello del joven, primero sintió el gusto fresco del río, y luego todas las
sensaciones se mezclaron. Abrió la boca y su lengua exploró palmo a palmo cada
sitio en la nuca, cuello, orejas y parte del rostro amado. Javier elevó aún más
su trasero y le verga de Tomás invadió todo el espacio entre sus nalgas. Por
fin se detuvo en la hermosa depresión de su agujero, que se estremecía entre
espasmos involuntarios. Tomás, mientras besaba a Javier, sintió como los más
íntimos pliegues que tiene un varón, rodeaban ardorosamente su pija. Por propia
dureza vertical, se abría paso, sin siquiera efectuar la más mínima presión.
Javier giró un poco más su cara hacia la boca de Tomás, y por primera vez, esos
dos hombres que habían estado atrayéndose por tanto tiempo, se besaron
apasionadamente, uniéndose en un coito bucal largo y exploratorio.
-¡Te quiero mucho, Javier! – le dijo al
oído. Al momento que susurraba esto, la cabeza temblorosa de su pija se había
anidado en el cálido y velludo ojo anhelado. Entró unos centímetros y sin
dificultad alguna gracias a la lubricación que su jugo transparente le había
proporcionado. Ninguno de los dos había contribuido voluntariamente a eso, fue
como si los caminos de miembro y ano, se hubieran unido lógicamente. Jugaron y
gozaron en esa posición por un momento interminable. Javier fue girando sobre
sí mismo con mucho cuidado de que el glande de Tomás se quedara en su culo. Así
pudo quedar frente a él, cara a cara y con las piernas abiertas extendidas
hacia arriba. Había mucha profundidad en su mirada y una vez más Tomás pudo
perderse en ese verde cristalino, sintiendo sus propios ojos marrones humedecerse
al sentir el amor brotado de esa mirada. Se devoraron entre gemidos
entrecortados y lamieron cada centímetro de sus caras, sosteniéndose las
cabezas mutuamente. Tomás tomó la verga de Javier y amorosamente, entre las dos
manos comenzó a explorarla. Sintió la suavidad de su piel, jugó con ella,
zambullendo sus dedos ávidos en la profundidad de su vello pubiano, y, mientras
con una mano descorría el prepucio una y otra vez, con la otra sostenía las
aterciopeladas bolas, que se perdían en su palma abierta. Tomás no quiso
penetrar a Javier, temió hacerle daño, por lo que levantó levemente a su amigo
con sus brazos y lo depositó suavemente sobre la bolsa de dormir, acostándolo boca
arriba. Se colocó a horcajadas sobre él y nuevamente reanudaron el beso
interminable que habían comenzado. Sintieron sus sexos latiendo al unísono, uno
sobre otro. Sus agitadas respiraciones acompañaban cada movimiento. Pero todo
era calmo, no había una sola acción violenta o desmedida. Se estaban amando y a la vez se estaban
conociendo, examinándose mutuamente, interiorizándose de algo que, sin embargo,
parecían conocer de memoria.
Javier siguió lamiendo el rostro de Tomás y fue
bajando por su cuello. Se detuvo en sus pechos. Chupó los redondos pezones,
acariciándolos con sus manos, alisando sus pelos... Tomás, que permanecía sobre
el cuerpo tembloroso de Javier, estaba a punto de perder el conocimiento. Tanto placer lo confundía, anulaba su intelecto y sus
pensamientos, no podía hacer más que a ese goce nuevo y avasallante. Javier
siguió bajando y Tomás experimentó la maravilla de ver desaparecer su sexo en
la boca del joven. Éste lamió y chupó ese inmenso tronco como si fuera el más
rico manjar del mundo. Su lengua iba desde la base del tronco, donde se unía a
las bolas, hasta la pequeña y alargada hendidura en la punta misma de la verga.
Después lo volvía a engullir golosamente haciendo desaparecer nuevamente el miembro.
Con la ayuda de sus manos introdujo las dos grandes pelotas en su boca y las
saboreó a pleno. Su nariz chocaba y se adentraba en el bosque de pelos púbicos
de Tomás. Olía maravillado ese aroma tan particular y tan masculino entre las
profundidades de esa negra selva. Luego su lengua fue bajando más y más, y
lentamente llegó a ese camino delicioso y voluptuoso entre el escroto y el ano.
Tomás tuvo que contenerse para no sucumbir en un orgasmo.
-¡Un momento... Javier... esperá un
poco.... quieto, quieto, por favor...!
Javier obedeció al momento. La verga de
Tomás, suspendida en el aire sobre el rostro del muchacho, latía frenéticamente.
Si se movía un solo centímetro ahora, él lo inundaría con chorros de semen.
Querían prolongar más el momento increíble que estaban pasando. Y cuando supo
que podía proseguir, encaminó su boca raudamente hacia la oscura y peluda zona
entre los glúteos. Abrió las nalgas con sus manos y penetró a Tomás con su
lengua, como si fuera el filo de una suave y mojada navaja. Tomás gritó esta
vez, sin contenerse, agitándose en amplios y violentos movimientos, a
horcajadas sobre la cara de Javier. Entonces giró sobre sí mismo y quedaron
listos para comerse mutuamente. Las bocas se abrieron y sin dar abasto a sus
apetitos voraces se atragantaron con sus propios sexos, ultrajando sendas
gargantas. Estaban ávidos de sí mismos. Se gozaban como platillos suculentos
que no saciaban su hambre sexual. De las pijas pasaban a los ojetes, se mordían
las nalgas, se abrían paso entre sus entrepiernas, oliéndose, frotándose, y gimiendo
de placer.
Fue en esa postura que sintieron próximo el
culminante fin de sus disfrutes. Entonces empezaron a acelerar sus movimientos.
Querían derramarse uno dentro del otro y beber sus propios líquidos, querían
sentir los espasmos de sus sexos en sus bocas, abrirse, entregarse, brindarse
enteramente, querían amarse así, en ese estado de abandono y pérdida del
conocimiento tan reveladoramente viril. Pero tardaron aún varios minutos.
Aceleraban, se detenían, proseguían y aceleraban nuevamente una y otra vez. Por
fin, sin poder ser dueños de sus propias olas de emociones, Tomás sintió -él
fue el primero- que Javier iba a derramarse en su boca. Agitó sus movimientos
todavía más, y su lengua se preparó para recibir el anhelado y querido líquido.
Javier abrió la boca sin dejar su gran y duro juguete, y estalló en un grito
ronco y largo al verter todo su espeso y caliente semen dentro de la boca de
Tomás. Éste recibió gustoso y loco de pasión los borboteantes chorros con que
su amigo regaba su glotis. Tragó todo, o parte, pues era tan abundante la
descarga que gran cantidad de leche se escapó fuera de su boca, cayendo por los
costados de su cara. Entre los sacudones de su amigo, Javier, ayudado con su
mano, y chupando desesperadamente esa verga descomunal que invadía su boca,
gritó a Tomás:
-¡Ahora quiero sentir yo el sabor de tu
leche! Quiero que me la des toda. ¡Quiero tragarme todo tu semen... ahora,
dámelo, dame todo tu jugo, no te aguantes, quiero que descargues todo en mi
boca... Tomás, Tomás.... Sí, sí, así, así...
Tomás no quería acabar en la boca del
muchacho, sentía esto como un ultraje, quiso liberarse de sus labios
enardecidos pero Javier se lo impidió con sus manos y sus movimientos cada vez
más enérgicos. Consiguió aprisionar fuertemente a su presa y Tomás ya no pudo
evitar el impulso inevitable que desbordaba en su sexo. Imposibilitado de
contenerse tuvo un espasmo y se arqueó violentamente sobre su adorado amante. Tomás
gritó con una voz desconocida. Uno, dos, tres grandes chorros de semen
inundaron la boca de Javier, que se deshacía en violentas succiones, abarcando apenas
la magnitud de esa creciente. Creyó poder tragarlo todo, pero del duro miembro
de Tomás seguía fluyendo leche. Finalmente lo consiguió, satisfecho, y además
limpió toda la que se había volcado afuera, lamiendo y enjuagando las pelotas,
ingles, y muslos de Tomás.
Tomás miró a Javier con sus nuevos ojos.
Entonces el muchacho pudo notar, absorto,
como aquellas pupilas habían recuperado el brillo otra vez.
XI - En el departamento de Tomás.
A los dos meses, Javier mudó sus cosas al departamento
de Tomás, cerrando así el capítulo de la obligada convivencia con su tío. Habían
retomado su trabajo en la oficina y al comenzar el otoño Javier volvió a sus
estudios en el conservatorio.
Vivían juntos y se amaban.
La gris monotonía de su trabajo volvió e
intentó hacer de ellos unos títeres ajados y sin objetivos inminentes.
En pocos meses fueron alcanzados.
Rutina, hastío y sin sabores fueron otra
vez los conocidos ingredientes en la vida de Tomás y el principio de la
decadencia para Javier.
Un día, después de hacer el amor, tendidos
en la cama, Javier buscó con su mano el pecho todavía agitado de su amante.
El viejo reloj de pared en la sala,
rezongó sus campanadas.
-¡Ya, basta! - dijo, con las lágrimas en
sus ojos verdes, como si con ese grito susurrado hubiese querido responder al
sonido del reloj, o más bien, a algo mucho más inaudible pero igualmente
inexorable.
Tomás, queriendo despertar, con gran
esfuerzo, no pudo ya desoír ese llamado tenue pero desgarrador que salía del
interior de Javier.
Se volvió hacia él, vio a su muchacho, a
su Javier, volvió a ver al ángel, al hombre-niño, a su adorado amor, y enseguida
supo que él lo estaba salvando otra vez. Pero esta vez, el cambio tenía que ser
total.
Por eso, al día siguiente, cuando los dos
presentaron su renuncia formal en la oficina de personal, ambos sonrieron.
Apenas podían mirarse a los ojos, temblando de miedo por la decisión tomada
como quien sabe que no habrá vuelta atrás. Pero de algo estaban seguros,
sentían una felicidad inmensa.
XII – Epílogo. La oficina, como en el episodio
I.
Diciembre, la navidad de acercaba. Sí,
venía esa época en donde la gente se cansa de cualquier cosa por estar cansada
de todo aquello que la cansó en el año. Y también se cansa del asombro. Tal vez
por eso la ausencia de Tomás y Javier en esos días no había causado el alboroto
que lógicamente se hubiese esperado en la oficina.
Ni uno ni otro volvieron jamás a la
tesorería de la facultad. Habían decidido sacarse ese gris cotidiano para poder
ver otros colores. Finalmente habían descubierto que eso era imperioso, vital.
Y en apenas una semana, una novedad alteró
la mañana de Rita, Hilario y la señorita Liliana, que dio la noticia como si
fuese digna de primera plana.
-¡Los nuevos empleados! ¡Ya están aquí! ¡Están
hablando con el Sr. Pereyra...!
En la oficina ya nadie recordaba a Tomás y
Javier.
Franco.Marzo de 2003
El día que publiqué la 1ª parte del cuento, no pude volver a entrar para responder los nuevos comentarios (una gran tormenta en Bs. As. nos dejó 24 horas sin electricidad), así que lo hago ahora.
ResponderEliminarGracias, Fernando, por haber esperado pacientemente el nuevo relato (como aguas de mayo), y también por tus palabras.
Cisplatino:
Hace tiempo, cuando te dije que tenía un blog, lo primero que me inhibió fue que te estaba desvelando estos "pretenciosos" escritos ¡justo a vos! que hacía desde mucho tiempo atrás. Por eso que ahora me digas que te gustó la historia y encima (arg.), me digas que está bien escrito... AH!, me siento feliz.
Bueno, espero que les haya gustado el desenlace.
Saludos a todos y buena semana...!
Franco el cuentito ese de fin de mes me gusto' muchisimo. Esta manana aqui en Silver Spring Maryland cerca de la capital EEUU, me di cuenta que ya la segunda parte estaba lista. Pero trate' de abrirla varias veces pero sis exito. Lleve' a un amigo que se habia gastado la noche en mi apartado en la estacion de Buses y espere para las criadas de limpieza entonces me fui afuera. Al regresar a las tres trate' otra vez y al fin pude abrir el cuentito. Gracias otra vez, y hasta pronto.
ResponderEliminarTonyitalian
Tony,
ResponderEliminarme alegro de que te haya gustado el cuentito!
El problema para visualizar el post era de un error de edición que solucioné después de darme cuenta.
Saludos.
Hola Franco! Hola amigos del café!
ResponderEliminarEstaba ansioso de que publicaras el cuentito fin de mes! Me encantan tus historias, cómo juegas con los tempos y, sobre todo, cómo retratas el "descubrir" de los deseos y el "renacer" de los personajes.
Enhorabuena amigo!
josss...
Hola Josss,
ResponderEliminarGracias!
En la época en que escribía seguido, esos tiempos de "descubrimiento", y sobre todo, la incertidumbre por posibles equívocos entre los personajes que se atraen terriblemente, eran (y siguen siendo) mis temas favoritos, por lo cual, a veces, los relatos se hacían inevitablemente largos. Y éste es uno de los más extensos que he escrito. Es muy lindo para mí compartir ese interés...!
Ufa Franco! No sabés como me enterneció este relato! Me vino super bien para este feriado... Un abrazo che, siempre te sigo anónimamente jaja. Pablo, desde Asunción
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Pablo.
ResponderEliminarQuien puede sentir la ternura, es porque es capaz de darla.
Saludos
Lo dicho: Estupendo. Esperaba que la siguiente entrega sería dentro de un mes. Gracias por tanta generosidad. Y con respecto al comentario"...por lo cual, a veces, los relatos se hacían inevitablemente largos...".¡No puedo estar más en desacuerdo! Para mi gusto(y creo que para la mayoría) es precisamente eso, que te tomes tu tiempo para describir situaciones, personajes, emociones,... lo que los hacen ser tan buenos. Logras que los personajes tengan profundidad, que tengan volumen, que no sean "planos". Si no, se quedarían en otra vulgar descripción más o menos acelerada, más o menos tópica, de un polvo sin más.
ResponderEliminarUna vez más:¡Muchas gracias!
Fernando,
ResponderEliminarLa verdad es que para mí esas extensiones eran necesarias, simplemente lo mencioné porque no a todo el público le puede interesar atravesarlas. Siempre fue un poco mi complejo. Pero a medida que iba escribiendo un relato tras otro, jugaba a decir algo más. Y sinceramente, también me hubiera gustado poder tener la facilidad -o el talento- de escribir de una manera más concisa, fluída quizás, y asimismo poder -como bien señalás- perfilar cada personaje, cada rasgo en menos palabras, y sobre todo el planteo de situaciones emotivas que, en definitiva, cada vez me interesaban más que el sólo hecho de lo erótico. Porque además, pienso que el alto voltaje erótico que pueda lograrse con un relato, depende mucho, en mi opinión, con conocer más profundamente la personalidad de cada uno de sus actores. Lo que piensa, lo que siente, sus inseguridades y sus fortalezas.
Celebro que interpretes sensiblemente estos tiempos, que valores justamente el peso de estas descripciones espaciosas y ver en mis escritos, algo más. Gracias!
Franco, tal como nos tenes acostumbrados, esperamos los cuentos como los chicos la visita del tío por los chocolatines.... y por lo que exponen los parroquianos de este concurrido café, no soy el único que piensa que son mucho mas que meras descripciones de "atributos" o "revolcadas" (je, que por otra parte las hay y BUENAS!!).... sobre este cuento en particular, esa primera mitad, donde se va "viviendo"la transformación del hombre maduro, ya encasillado en la rutina, removido por tsunami que representa el joven de ojos verdes, digo que me ha tocado bien de cerca... . pero, reflexiono, es un tema original? ..no, .. no pienses que es una crítica a uno de tus mejores cuentos, sino que es un recreación de las figuras del "erastés" y el "erómeno", de las que describen los griegos del VI AC.... Sí, amigo Franco, continúa con estas descripciones detalladas y espaciosas... en esto el tamaño sí importa!!!! Gracias por compartir!!!
ResponderEliminarHola.
ResponderEliminarTus palabras= "...Y sinceramente, también me hubiera gustado poder tener la facilidad -o el talento- de escribir de una manera más concisa..."
Disculpame que no este de acuerdo, no es una historia de un mete y saca polvo y chau. Si lo hubieras hecho mas conciso sería un polvete.
Para tu espectacular logro, creo yo, necesita la extensión que tiene.
No desnudas solo fisicamente los personajes, desnudas su alma.
Mi humilde opinion.
Gracias
Hola, Arezzo,
ResponderEliminarTu amable comentario viene después de meses de publicado el post, así que espero que puedas leer mi respuesta donde quiero expresarte mi agradecimiento.
Te envío un afectuoso saludo!!!