Ruego

Ya sea cuando lo verbalizamos, o lo contenemos muy dentro nuestro gritándolo en nuestra mente; a veces el deseo, hábilmente manipulado, desvela el más implorante de los ruegos: "Muéstrame más, por favor". Porque no hay mayor maestría en el acto de la seducción, que mostrar (y no mostrar) progresiva, cuidadosamente, aquello por lo que hasta mataríamos por ver. Recuerdo, en aquellas épocas doradas -y pasadas- de teteras bonaerenses, que nada me excitaba más que ver entreabrirse la puerta del retrete, apenas, sólo una franja de visión bastaba, para husmear el silente proceso de seducción que un hombre montaba con dedicada puesta en escena para mí. Alcanzaba una camisa levemente abierta que dejara asomar el breve sector de un pecho velludo... o tal vez un pantalón desabrochado que se descorría como telón sobre el elástico descendido de una blanca ropa interior..., sí las posibilidades podían ser deliciosas variantes; y siempre: la expresión desafiante del seductor en cuestión, de ojos fijos y penetrantes, que invitaban al encuentro con los míos, a continuar mirándolo, sin tregua, y a rogar... ¡por favor, quiero ver más!. Sólo eso, algo que se muestra y no se ve, dando argumento infinito a la imaginación en segundos interminables que eran horas... sólo eso, y yo podía llegar -antes de cualquier contacto explícito- al goce máximo sin siquiera tocarme.