El cuentito de fin de mes
Para Franco, del blog Vellohomo
y para todos los buenos amigos
que allí hemos sabido encontrar
un lugar abierto donde compartir
nuestros deseos, experiencias e ilusiones
como hombres que somos
y como hombres que nos sentimos.
En la soledad de la habitación de un hotel
La soledad, al llegar la
noche, se hace mucho más patente en la anónima habitación del, aunque céntrico,
sencillo hotel en el que durante unos días deberás alojarte en la ciudad a la
que te han hecho desplazar por motivos profesionales. Durante la larga e
intensa primera jornada, has sabido aprovechar bien y al máximo todo el tiempo
de que has dispuesto para realizar las primeras gestiones que habías previsto
por lo que, aunque satisfecho, te sientes cansado.
Después de un cena rápida,
solo y sentado en la barra de una cafetería cercana al hotel, has descartado
allí mismo salir a la aventura porque sabes que mañana tendrás que levantarte,
como mínimo, una hora antes de la que en casa te levantas los días que vas a
trabajar, y no puedes arriesgarte a tener que hacerlo con las consecuencias de
no haber dormido lo suficiente o, incluso, de haber ingerido un poco más de
alcohol del que desde hace tiempo ya no estás habituado a tomar.
Te has quitado los zapatos,
la americana, y te has dejado caer en la cama de la habitación interior que,
para evitar los más que probables ruidos propios de aquella céntrica zona de la
ciudad, pediste adrede al efectuar la reserva al hotel, y aunque eres
consciente de que en la calle la complicidad de la noche te brindaría lo que tu
deseo no cesa de susurrar melifluamente a tu fatigado cerebro -encontrar la
compañía de otro hombre, quizás también tan solo como tu, en algún que otro bar
de copas o, quizás, en una de las saunas cuyas direcciones grabaste en la
memoria cuando preparabas el viaje y consultaste en Internet las posibilidades
de este tipo que te ofrecía aquella ciudad desconocida para ti-, has acabado
priorizando la responsabilidad en tu trabajo y, finalmente, has decidido no
arriesgarte.
Estás cansado pero sabes que
si te metieras ahora en la cama te sería imposible conciliar el sueño. Respirar
el aséptico aroma de las sábanas limpias, común al aroma de todas las sábanas
limpias de todos los hoteles, provoca que no puedas evitar que el pensamiento
te traslade al aroma de las sábanas limpias del apartamento que sueles
alquilar, a medias y por horas, con los amantes que, como tú, no disponen de un
sitio propio donde poder citaros, y aunque la ventaja del anonimato que te
proporciona ser forastero en esta ciudad no deja de acuciar en tu mente el
deseo de buscar compañía para sexo, continúas siendo consciente de que mañana
será otro día duro, incluso más, tal vez, que el de hoy, y no quieres echar por
la borda lo que hoy tanto te ha costado conseguir.
Así es que, te levantas de
la cama y, con una calma algo ceremoniosa, empiezas a desvestirte hasta quedar
tan sólo con la camisa completamente desabrochada y los calzoncillo puestos. Te
sientas en la pequeña mesa donde has dejado el ordenador portátil; lo
enciendes, y comienzas a buscar entre las páginas que la pantalla de éste te va
mostrando la anónima compañía visual que necesitas para acompañar lo que ni tan
siquiera, por obvio, te has planteado que acabarás haciendo: masturbarte.
Dispones de tiempo suficiente
para encontrar, sin prisa alguna, la imagen del tipo de hombre que en aquel
momento más te apetecería ver, y notas cómo tu pene, levemente desperezado al
quitarte los pantalones, empieza, poco a poco, a removerse, intranquilo, en la
prisión de tela de tus calzoncillos.
Con la vista fija en la
pantalla y mientras con una mano sigues buscando con el ratón algo mejor de lo
que hasta ahora llevas visto, con la otra, como si comprendieras su inquietud,
acaricias a través del tejido de los calzoncillos tu cada vez más abultado e
inquieto miembro hasta que, por fin, aparece ante tus ojos justo lo que
buscabas:
“Sí..., eso es... Fíjate qué bien le queda la cara sin afeitar... ¡Joder, tío; qué pelo tan bien
puesto!: Me encantan esta anchas y rectas líneas de pelo que nacen bajo los
abdominales.., como la que tiene Pedro,
que se rió de mí cuando, maravillado, le dije la primera vez que lo vi
desnudo que aquella frondosa línea de pelo que le cruzaba el centro del abdomen
parecía un salto de agua que, al caer, desembocaba en la rebosante laguna de
pelo de su pubis... `¿Tú eres poeta, tío?´, me preguntó, como si tuviera ante
él a un catedrático de literatura. `A poesía te va a sonar la mamada que voy a
hacerte, cacho cabrón´, le contesté, riendo... ¡Menuda tranca gasta,
Pedrito!... Igual que tú, guapote, que no te puedes quejar, no... Además,
Pedrito no la tiene tan gorda como tú... Anda que si no fueras tan sólo una
fotografía y estuvieras a mi alcance, no te ibas tú a enterar de lo que es
capaz mi boca cuando tiene hambre... ¡Dios, qué rebueno estás con ese pelo que
tienes tan bien repartido por todo el cuerpo! Pero espera, espera, que algo
haremos tú y yo...”
Te levantas, ya alterado,
para liberar a tu polla aún prisionera en los calzoncillos (te sentirías ridículo
si ahora la trataras de pene) y observas, complacido, su altiva y potente
rigidez, y como si quisieras corroborar con tus propias manos dicho estado, te
la agarras con fuerza con una de ellas mientras que, con la vista fijada de
nuevo en la pantalla para examinar con más detenimiento todos los rincones del
cuerpazo de aquel tiarrón imponente, te excitas notando, hasta donde te
alcanzan la lengua y los labios, el contacto de éstos con la viril aspereza de
tu cutis rasurado desde hace ya horas, al tiempo que, con la otra mano, te
acaricias con suavidad el pecho, pellizcas con el punto justo que sólo tú sabes
que tus pezones endurecidos sentirán placer y no dolor, y reafirmas,
acariciándotelo con la palma de la mano, la rudeza de tu cutis.
Cómo llega a gustarte, desde
la primera vez que en aquel cine besaste la boca a un hombre, sentir en tu piel
el áspero y electrizante tacto de un cutis rasurado de hace horas! Te has
afeitado de buena mañana, y ahora que el pelo de tu cara empieza a despuntar de
nuevo te hace sentir, al acariciártela, lo que tanto te gusta y te gusta ser:
hombre.
¡Qué a gusto te sientes
sintiéndote hombre cuando abarcas en tu mano la rugosa bolsa de piel que
resguarda la ovalada forma de tus testículos y la palpas con energía... Sí,
eres un hombre, un hombre con un buen par de huevos que penden bajo tu verga
completamente empalmada y que, cada vez más embravecida, vuelves otra vez a
agarrar con firmeza en tu mano, que empiezas a notar pringosa a causa de las
viscosas gotas que, con la excitación, emanan a través de la ranura que se abre
en la punta de tu capullo, el cual observas que ya ha adquirido su encendido
color.
Te aprietas la endurecida
verga para forzar, así, la salida de una nueva gota, que recoges con sumo
cuidado con un dedo, a la vez que cedes a tu otra mano el honor de mantener tu
polla tiesa para pajearte tal y como te gusta hacerlo: Abres tus piernas
desnudas, te agachas lo suficiente sabiendo, aunque no te veas en ningún
espejo, lo excitantemente impúdica que resultará tu postura, y llevas el dedo
lubricado hasta el interior de tus nalgas donde, tras masajear con él las
paredes del agujero que en el fondo éstas abrigan, hurgas hábilmente en su
entrada para introducir con la lentitud requerida la punta de tu dedo
lubricado.
¡Qué a gusto vas sintiéndote
mientras notas el placer que tú mismo te proporcionas con el dedo dentro de tu
ardiente culo mientras friccionas, con acompasada y rítmica suavidad, en su
interior... ¡Y cómo llegan a gustarte las peludas piernas de aquel tío de la
pantalla!... ¡Qué hermosas son sus huesudas rodillas!...Te recuerdan... Sí, sí;
claro que te las recuerdan. No quisieras, pero no puedes evitar que acuda a tu
memoria la pétrea dureza de las rodillas de Antonio...
“Antonio, Antonio, Antonio... ¡Hostia, Antonio!... `Te juro que nadie
como tú me ha vuelto a besar', me dijiste, a través del Messenger, la segunda
vez que volvimos a hablarnos después de tantos años sin saber nada el uno del
otro... Pues yo nunca he vuelto a besar a nadie, Antonio, con la pasión que te
besaba a ti...”
Antonio..., Antonio...
Antonio, al que aún te parece ver, desnudo junto a tu desnudez, tumbados ambos
en la cama y sonriéndote mientras alzaba, despacio, sus brazos para que
accedieras al poblado y oscuro vergel de pelo crecido en la concavidad de sus
axilas...
“¿Cuál de las dos prefieres hoy primero”, te decía, picarón,
sabiendo cómo te gustaba hundir tu cara en ellas para besar toda su extensión y
sentir el tenue cosquilleo que te proporcionaban los largos pelos allí crecidos
mientras aspirabas voluptuosamente toda la masculinidad que exhalaba su piel en
aquel rincón de su cuerpo, ofrecido por entero a ti.
Pero ahora es aquel tío de
la pantalla a quien ves, y piensas que el tipo no se queda atrás: “¡Menudo bosque bajo los brazos, tío!”,
piensas, concentrándote de nuevo en su figura... Desearías... ¡Dios, cómo te
gustaría sentir el suave tacto del rizado pelo que cubre sus muslos!
Vuelves a sentirte
satisfecho de sentir tu polla firme, dura como una roca. Palpas de nuevo la
bolsa que cobija tus huevos, y notas que ya empiezas a estar a punto, por lo
que decides, sin más, iniciar con la mano que la tiene fuertemente agarrada el
ritmo que nadie como tú sabe de la precisión que requiere para que acabes
corriéndote a gusto...
Y miras la erecta,
magnífica, gruesa, potente tranca de aquel tío de la pantalla, y la punta
redondeada de su sonrosado capullo, que con sumo placer lamerías resiguiéndole
su forma y paladeando el sabroso juguillo que la excitación le haría segregar,
y te arrodillarías ante él en la posición justa y precisa para que el máximo de
la longitud de aquella imponente tranca cupiera dentro de tu boca, y, sin
reparar que un hilillo de baba está a punto de caerte de la boca que hace rato
tienes entreabierta, observas, encandilado, la elegante y viril prestancia que
el tupido vello da a los magníficos pectorales de aquel tío en los que, debido
al denso tapiz de oscuro pelo que los recubre, apenas si atisbas la redondez de
sus pezones asomándose, y desearías que en aquel momento...
“¡Dios! ¡Qué gustazo!!! ¡¡¡Dios!!! ¡¡¡Diossss!!!”, exclamas, para
ti, cuando tu polla escupe con ímpetu el primer chorro de leche.
“¡Dios! ¡Qué bueno estás, cabrón!”, musitas, también para ti, antes
de cerrar con fuerza los ojos cuando, para continuar sintiendo el gusto que
después del último fluir de tu leche todavía sientes, vas cesando
paulatinamente de ejercer la fuerza y el ritmo de la mano con la que te has
masturbado.
Exhausto, abres los ojos.
Sacas, deslizante, el dedo del agujero de tu culo y, tras enderezarte de nuevo,
te exprimes con delicadeza el pene goteante a fin de hacer salir el poco semen
que aún ha quedado en su interior, el cual recoges con los dedos tras reparar
que no habías previsto disponer, para cuando acabaras de correrte, de nada con
que poderte secar. Dudas en agacharte y utilizar los calzoncillos, que ves
tirados en el suelo, pero de momento decides restregarte los untuosos dedos por
el primer sitio de tu cuerpo que se te ocurre: por las ingles.
Te sientas de nuevo,
enciendes un cigarrillo (de tu tabaco no te has olvidado, no...) y piensas
que tendrás que limpiar el lugar donde
ha ido a parar el semen eyaculado, que ya localizaste en el suelo de baldosas
porque siempre te ha auto complacido observar la abundancia y la espesa densidad
de tu leche, y en aquel momento te viene a la cabeza, mientras sonríes, lo que
Luis, a quien le encantaba ver tus copiosas corridas, te decía siempre justo en
el momento en que ibas a eyacular: “¡Pasen
y vean, señores! Aquí, ante ustedes... ¡La Central Lechera Asturiana!!!” y
que, indefectiblemente, aunque ya sabías que te lo diría, hacía que cuando
estabas con él te corrieras siempre a carcajadas.
Vuelves a reparar en la
imagen del tipo cuya masculina figura te ha acompañado hasta el orgasmo, el cual,
a pesar del bajón de tu libido, sigue pareciéndote un hombre sumamente
atractivo, y mientras aspiras una fuerte bocanada de humo del cigarrillo que
has encendido, cavilas en lo mal que lo vas a pasar en momentos como este si
algún día decides -y sabes que algún día tendrás que hacerlo- dejar de fumar.
Albert.Barcelona, octubre de 2010.
GANÓ PELUDO VIRILAZO!!!
ResponderEliminarcon 11 votos, contra los 9 que obtuvo Dario Beck.
Felicitaciones a todos sus votantes!
Así que este pedazo de machote lleno de pelos, es ahora nuestro Mr. Vellohomo del mes de Septiembre/Setiembre.
Y es de considerar que, por tan reñida elección, Mr. Beck pase a partir de ahora a ser uno de los favoritos de los visitantes de este blog.
Bueno, me voy a la camita que es tarde, espero que tengan un excelente sábado y que disfruten del cuentito de nuestro siempre querido y recordado Albert, tertuliano histórico y "bautizador" de Café VH.
¡Ay, Albert!
ResponderEliminar¡Cuánto se te extraña!
Aaaaaah... Que ganó igualmente!! Ole ole
ResponderEliminarSalú la barra!!!
ResponderEliminarAlbert que bueno leerte, escuchar tu "voz" a traves de tus palabras...como dice tío Hairy se te extraña muchoo, pero mucho!
Excelente relato tío!!!
Ha sido como oíte en el café contando como la pasaste un fin de semana en otra ciudad, y a la vez escribes con el estilo de Joyce, recuerdas a personas y hechos de tu pasado en un espléndido monólogo interior!!
La memoria emotiva que bello regalo del ser humano...y que bello regalo nos han hecho tu y Franco al permitirnos leer tus líneas.
ESPERO HAYAS DEJADO EL CIGARRILLO..Y LO HAYAS REEMPLAZADO POR ALGUNA ADICCION MAS SANA! JAJAJA
GRACIAS ALBERT Y GRACIAS FRANCO.
BUEN FINDE PARA TODA LA BARRA!
BESOSSSS.
Mis muy queridos AMIGOS todos: el haber leído estas líneas justamente el día de hoy es muy emocionante para mi... porque las estoy leyendo en el cuarto de un hotel de una ciudad en la que estoy en un viaje de trabajo; igual que ocurrió hace casi 2 años en otro viaje a otra ciudad, cuando un simple y hasta cierto modo picante comentario de éste que les habla alusivo al post de ese día (más bien esa noche) desató la inspiración de nuestro amigo Albert, inconfundible e irremplazable Corazón de Diamante, para crear estas líneas tan maravillosas.
ResponderEliminarEsas líneas fueron el detonador para el comienzo de este ROMANCE tan fuerte que tengo con la Tertulia del Café VH, con este REFUGIO en forma de Café al que nuestro brillante anfitrión Franco nos llama día a día y al que TODOS los tertulianos acudimos con todo el gusto del mundo... el gusto de SER hombres y ESTAR entre hombres para hablar de esto que nos gusta tanto: HOMBRES... peludos, viriles, masculinos... HOMBRES para HOMBRES que, citándote de nuevo Albert, nos hacen sentir TAN A GUSTO de ser HOMBRES.
Vuelve pronto aquí a nuestro lugar, Albert; porque los destellos de tus sentimientos hechos palabra brillaron ayer, brillan ahora y brillarán POR SIEMPRE. ¡Que Dios te cuide en cada paso que des!
(Una disculpa por no acudir a la segunda ronda electoral; pero de verdad fue un día pesado... ¡pero me da mucho gusto que haya ganado el consentido de Los Regios! La democracia alzó su voz. ¡Felicidades!)