El cuentito de fin de mes
- Astor Hotel -
Provincia de Río Negro, Argentina, 1996
Abrí la ventanilla del coche y aspiré
profundamente, llenando mis pulmones de aire patagónico. Estaba un poco cansado
y aletargado. El fresco oxígeno fue como una inyección de energía. Mi avión
había salido de Buenos Aires hacía poco más de dos horas, y aprovechando ese
corto tramo entre el aeropuerto de Neuquén y General Roca, empecé a pensar cómo
podría hacer más placenteros aquellos cuatro días de mi obligada estadía en
aquel pueblo tan pequeño, sin cines, ni teatros, sin siquiera un modesto sauna,
como los que hay en algunas capitales del interior del país.
Entonces, esos viajes atenuaban la rutina de la
gran urbe, pero no siempre la pasaba bien. El último, había sido decidido por
mi empresa hacía apenas tres semanas atrás, y esa vez, me había aburrido
considerablemente.
Una cosa era cierta: el grado de entretenimiento
que lograba tener en esos viajes de trabajo, era inversamente proporcional a la
calidad de mis tareas programadas, por lo que pensé equitativamente: tal vez
sea mejor así, si no tengo con qué distraerme, haré un informe muy bueno. Y con
ese estúpido consuelo me hacía a la idea de que los próximos cuatro días -con
sus noches- pasarían muy rápido, y mi imagen profesional quedaría nuevamente
intacta ante mis jefes.
Aquí vamos de nuevo, me dije, esta vez el informe
versaba sobre el producto por excelencia de la zona: manzanas. Todo acerca de
ellas. Entretenido, ¿verdad?, me dije mirando hacia el cielo. Sería una
radiografía de marketing tras entrevistas y consultas con agricultores y
productores de la región, evaluación, proyección y demás estadísticas
terminadas en ión.
Exhalé con desgano, como devolviendo a la
atmosfera aquella parte de oxígeno prestado durante el traslado en taxi. Cuando
el anodino chofer me dejó en la puerta del hotel, repetí resignado el suspiro.
"ASTOR HOTEL", rezaba el letrero sobre
la marquesina. Astor, no Astro, como
le había dicho al conductor. En el segundo que me tomé para pensarlo, elucubré
si el nombre sería un homenaje a Piazzolla o en realidad sí era el Astro hotel y el tipo que había hecho el
cartel había equivocado el orden de las letras. Quién sabe.
Era un edificio de tres plantas, tan modesto como
deslucido, estaba en la zona céntrica, y sus dudosas tres estrellas eran más
pretenciosas que reales. Al entrar, nadie vino a ayudarme con mi maleta cuando
me dirigí hacia el pequeño mostrador. Casi todas las llaves del hotel se
encontraban en sus casilleros. La sensación de soledad me invadió aún más.
Finalmente, de una puerta contigua salió un joven de unos veinticinco años de
edad que me miró con los ojos agrandados. Se apresuró a recibirme, deshaciéndose
en reverencias y saludándome como si fuera un maharajá. Me reí para mis
adentros e intentando también ser amable me presenté y le dije que mi empresa
había hecho una reserva a mi nombre.
-Sí, señor, déjeme revisar la lista.
La lista era un trozo de papel arrugado donde el
chico no encontró ni rastros de mi nombre. Estuvo así buscando por todos lados,
rojo de vergüenza y temblando casi.
-Qué barbaridad, señor, debe haber un error, pues
no se me avisó que usted iba a venir..., perdóneme, pero yo le aseguro que...
-No te preocupes – le dije con tono calmo y un
poco divertido por la situación – después arreglaremos eso. Mientras ¿no podrías
darme una habitación?, estoy un poco cansado y me esperan para almorzar.
-Bueno, señor, en realidad el check-in es a
partir de las trece y...
-¿Qué? ¡Por Dios!, ¡qué estás diciendo! - levanté
la voz, mirando el tablero lleno de llaves - ¡quiero una habitación
inmediatamente, o...!
-Desde luego, señor, sí, por supuesto, tiene
usted razón, lo que pasa es que las reglas del hotel...
-¡Qué reglas ni ocho cuartos, no pienso esperar
ni un segundo más! ¡O me voy a un hotel mejor!
-¿Un hotel mejor?
Respiré hondo, llamándome a la calma. Obviamente,
no sabía lo que estaba diciendo, así que, más tranquilo, volví a pedirle que me
llevara a mi cuarto.
-Sí, señor, ya mismo lo llevaré a la
habitación..., discúlpeme, pase por aquí, y permítame su maleta, por aquí, por
aquí...
Lo seguí por una estrecha escalera, pues el
ascensor no funcionaba, y después de subir al primer piso, llegamos a mi habitación.
El joven, pulcramente vestido con un pantalón
negro, camisa blanca y corbata azul, depositó mi maleta en una cómoda y abrió
las cortinas. A pesar de que no habíamos empezado muy bien, le di una buena
propina, lo cual desató en el joven un torrente de agradecimientos. Me indicó
que el desayuno se servía hasta las diez y que si necesitaba cualquier cosa no
dudara en llamarlo.
Vaya con el Astor Hotel. Mi cama era estrecha. La
ventana daba a la desierta y angosta calle lateral. Una vista de ensueño,
pensé. Suspiré desalentado (el aire ahora no parecía tan patagónico), empecé a
acomodar mis cosas y quise darme una ducha. Me desvestí y me dirigí al baño. Y
fue entonces que comprobé que la llave de agua caliente ni siquiera giraba
sobre sí misma. Echando pestes llamé de inmediato a recepción. Pobre chico, su
voz aterrada apenas pudo contestar: ¡Subo enseguida, señor!. Debió haber saltado
los escalones de a tres porque a los pocos segundos estaba tocando a mi puerta.
Sin reparar que estaba aún en slip, abrí la puerta. Al verme semidesnudo el
muchacho abrió los ojos otra vez. Es evidente que el muchacho tiene ojos
grandes, pensé.
-A ver si podés hacer algo. Quiero darme un baño
y no precisamente con agua fría.
-Por supuesto, señor, con su permiso – dijo
tímidamente, pasando por delante mío cuidando de no rozarse con mi bulto.
Examinó todo, intentó varios movimientos, pero fue inútil.
-Caramba, señor, no sé como pedirle disculpas por
esto. Tendrán que venir de mantenimiento para repararlo.
-Sí, cómo no - dije muy alterado - ¡pero yo tengo
que salir en media hora!
-Sí, señor, claro, comprendo.
-¡Entonces!
-Bueno... yo...
-¿Está el gerente?
-¿Qué gerente?
-Me imagino que el hotel tendrá un gerente.
-¿El gerente, señor?, no, no.... a esta hora no
hay nadie...
En un momento, me di cuenta de que la situación
era ridícula y que yo no estaba precisamente en el Hilton. Evidentemente mis
exigencias debían adaptarse a cuestiones más simples y más prácticas. Y el
pobre muchacho me miraba con ojos desorbitados (ya una cosa natural en él) sin
saber qué decir por tan desgraciado percance. Cuando noté su turbación, bajé la
cabeza y sonreí. El enfado se mutó en una extraña ternura y lo miré levantando
mis cejas.
-Está bien. No te preocupes. ¿Cómo te llamás?
-¿Yo? – contesto el chico, mirándome asustado.
-No hay nadie más aquí...
-Sí, claro, señor, tiene razón. Me llamo García,
señor.
Sonreí nuevamente y lo miré con las manos en mi
cintura. No me había fijado mucho en él, claro, pero este García no estaba nada
mal. Era moreno, con el pelo corto y prolijamente peinado con gel. Rasurado a
la perfección, con un sombreado suave que denotaba una barba tupida, sus
facciones eran amables y sobrias. Sin ser un hombre hermoso, poseía bastante
atractivo después de todo. A pesar de ser muy tímido, su mirada, enmarcada en esos
grandes ojos castaños tan propensos a ponerse como platos, era sincera e
indagadora. Era delgado, alto y de brazos y piernas largas.
-Veamos, García. Me pregunto qué haría yo si
estuviera en su lugar – dije finalmente, con voz mucho más amigable.
-¿Quiere que le dé otra habitación, señor?
-Ahora sí nos entendemos. Bien, muy bien, creo
que yo habría preguntado exactamente lo mismo.
-De acuerdo, señor, déjeme ayudarlo con sus
cosas.
García tomó mi ropa, y mi maleta, y me dijo que
lo siguiera. Yo estaba casi en pelotas, por lo que quise tomar al menos una
toalla para cubrirme, pero el muchacho me dijo enseguida:
-No se preocupe, señor, el hotel está vacío.
-O sea que puedo andar en bolas por los pasillos
sin problemas - dije como para ablandar el clima.
García finalmente sonrió un poco. Tomé el resto
de las cosas que había sacado de la maleta, y lo seguí. La situación no podía
ser más desopilante.
-Le daré la mejor habitación del piso.
-No esperaba menos– dije con un tono algo
irónico.
Cuando entramos al nuevo cuarto me ayudó con mis
cosas y luego comprobó que todo estuviera en orden.
-Señor, el baño funciona perfectamente.
-Muchas gracias – dije sonriendo. En efecto, la
habitación era mucho mejor, tenía una cama de dos plazas y era mucho más amplia
e iluminada. García atinó a irse, pero de pronto me preguntó:
-Señor, ¿desea que desempaque sus cosas?
Sorprendido por esa propuesta, mi mente viajó por
un momento a mis más bajas zonas,
aquellas en las que imagino todo tipo de eróticas fantasías. Pensé por un
momento toda la situación: Yo estaba casi en bolas, a punto de ducharme, y
había un atractivo joven en mi habitación... pues...
-Pues sí. Te lo agradezco mucho – dije, mientras
entraba al baño. Antes de cerrar la puerta me quité el slip. Lo hice de manera
premeditada para testear la reacción del chico. Entonces, por el espejo que
había en la puerta, noté que García tenía puestos sus ojos en mi culo desnudo. Esa
mirada. Conozco ese tipo de mirada, pensé. Reconozco que me turbé un poco,
sorprendido, y como un colegial, solo atiné a cerrar la puerta y meterme en la
ducha caliente, observando que mi pija se empezaba a levantar por tanta
emoción. Me quedé pensando en García. Pero después -ese instante en donde mis
inseguridades afloran- deduje que todo era producto de mi imaginación y que
estaba viendo insinuaciones donde solo había una turbación lógica de un chico
provinciano. Pero yo ya estaba excitado y mi verga había subido hasta ponerse
totalmente tiesa. ¡Joder, qué caliente estaba!. No podía dejar de pensar en García,
al que desnudé una y otra vez dentro de mi acalorada imaginación. Enjaboné mi
cuerpo, haciendo una gran espuma entre mis pelos del pecho. Acaricié mis
pezones una y otra vez. Después me froté las nalgas, abriéndome el ano con la
redondez del jabón. Imaginaba que era el glande de García. Mi verga era un gran
palo enjabonado. Me metí un dedo en el caliente hueco y no pude contenerme al
gemir de placer. En el mismo instante -vaya coincidencia- escuché unos
golpecitos en la puerta.
-Señor, tengo sus toallas, ¿quiere que se las
alcance?
García estaba todavía allí... y... ¿quería
entrar?. Iba a decirle que pasara, pero yo estaba con una erección de caballo y
con un dedo en el culo.
-¿Señor? - insistió García, redoblando sus
golpecitos. Pensándolo bien ¿porqué no hacerlo pasar?, me dije, de todos modos
estaba detrás de la cortina.
-Sí, García, pasá nomás, dejalas sobre el
banquito.
-Muy bien, señor, con permiso – dijo mientras
entraba. Yo me quedé inmóvil, aún con el dedo en el ojete y sosteniendo mi
miembro duro, sin poder ver nada más que una borrosa sombra detrás de la
cortina plástica. Todavía seguía allí.
Había dejado las toallas ¿por qué no salía del baño? Me pareció que pasaba una
eternidad hasta oír que la puerta se cerró tras él. Asomé la cabeza y corroboré
que estaba solo. Entonces me acordé de mi almuerzo, a todo esto sería
tardísimo. Maldije en alto. Dejé la masturbación para después y salí rápidamente de
la ducha. Me sequé y me vestí a los tumbos, y salí rumbo a mi almuerzo de
trabajo.
Eran las tres de la tarde cuando regresé al
hotel. Al entrar, García salió enseguida a recibirme, como si me estuviera
esperando, con su sobria sonrisa y sus reverentes saludos. Me dio la llave y
subí. Había intentado alejar de mi mente al empleado del hotel. Pero yo ya
sabía que no lo conseguiría. Una vez que me invade la duda de si alguien se
está fijando en mí o es producto de mi propia calentura, es inútil, mi cabeza
ya no piensa en otra cosa hasta que el devenir de las cosas toman algún curso
inequívoco. Me quité la corbata, los zapatos, y me abrí la camisa, mientras me
sentaba a trabajar en mi ordenador. Al poco tiempo sentí que golpeaban a mi
puerta.
-¿Sí?
-Disculpe, señor, ¿todo está en orden en la
habitación? ¿Necesita alguna cosa?
¡García otra vez! Sentí un sacudón en mi pecho al
escuchar la voz del chico. Soy un tonto, pensé, me comporto como un jovencito
adolescente. Miré entorno mío, como buscando en el cuarto alguna razón para
necesitar algo, pero no, todo estaba bien. Así y todo, fui hasta la puerta y
abrí.
-Buenas tardes, señor.
-¿Cómo estás, García?
-Bien, señor – contestó sonriendo de manera adorable
y mirando mi pecho velludo que emergía de la camisa abierta – ¿Necesita que
acomode el cuarto?
El cuarto estaba en orden, pero con un gesto
nervioso, le dije:
-Sí, sí... claro... – y volví a mi ordenador.
Tecleaba cualquier cosa, lejos de concentrarme y atento a todos los movimientos
de García.
-Ya está, señor. ¿Algo más?
-Eh... sí, sí...
-Dígame, señor.
-Por favor, ¿podrías traerme... un jugo de
naranja? - balbuceé, diciendo lo primero que me venía en mente.
-Claro, señor, enseguida.
Cuando cerró la puerta me levanté como accionado
por un resorte. ¿Qué iba a pasar entonces?. Podía pasar cualquier cosa, incluso
que, por desgracia, no pasara nada. Pero tenía que salir de dudas. Así que
decididamente me quité la ropa y me quedé solo cubierto por el blanco slip.
¿Sería demasiado osada la insinuación? ¿demasiado obvia? ¡al carajo!, ya era
demasiado tarde para ponerse a reflexionar en eso. Me recosté en la cama,
encendí la televisión y así esperé a García. Me pregunté si sería mi
impaciencia, o si el muchacho había tenido que viajar hasta el Paraguay a buscar
las naranjas, la cosa es que la espera me pareció interminable. Para cuando
sentí tocar a la puerta, mi pija había crecido bastante, y la tirantez del
bulto hacía que varios pelos púbicos asomaran fuera de la prenda. Me pareció
una escenografía propicia para recibir a mi amigo y eché los brazos hacia
atrás, anudando mis manos por debajo de mi cabeza para acrecentar el efecto.
-Adelante.
-Permiso, señor.
-Sí, García, dejalo aquí, sobre la mesa de luz,
por favor.
-Muy bien, señor.
García se acercó a la cama mientras yo fingía
estar muy interesado en el programa de televisión. ¿Notaría como mi verga
crecía con cada latido?. No lo miraba directamente, pero sentía como sus ojos
recorrían mi cuerpo semidesnudo. Entonces, como él no se retiraba, me volví
hacia él.
-¿Podría firmar aquí, señor?
-Claro.
Él estaba visiblemente nervioso, con sus grandes
ojos, con su timidez temblorosa, mirando mi cuerpo apenas cubierto con ese slip
blanco. Entonces, le dije que esperara. Sobre la mesita de luz tenía unos
billetes y monedas. Me estiré para alcanzarle el dinero y giré casi hasta
ponerme boca abajo, brindándole el espectáculo de mi trasero y mis muslos
abiertos. Sonreí pensando: esto nunca falla, bien que lo sé.
-Servite, y muchas gracias.
García extendió la mano con una temblorosa
reverencia, pero estaba tan atento a mi bulto que el dinero cayó al suelo.
Enseguida se agachó a recogerlo, pero varias monedas fueron a parar debajo de
la cama.
-Esperá – dije incorporándome. Me agaché para
buscar las monedas. Pensando en mi buena fortuna, de haber planeado aquello,
nunca habría salido tan bien. Me arrodillé y metí medio cuerpo debajo de la
cama para alcanzar las monedas.
-Señor, no se preocupe, déjelas, por favor.
Ni loco. Yo aprovechaba para apuntar mi culo a su
cara de manera casi escandalosa. Abrí bien las piernas y me estiré aún más
debajo de la cama. Así estuve unos minutos, pretextando no ver mucho ahí abajo.
Cuando salí, García respiraba pesadamente. A duras penas yo conservaba mi agrandada
pija dentro del slip. El chico, completamente sonrojado, tomó las monedas y
salió rápidamente, agradeciendo y volviendo a agradecer con los ojos abiertos,
otra vez, como platos.
¡Joder!, me atraía mucho ese chico, cada vez más.
Y era una tortura no saber si finalmente él terminaría en mi cama. ¿Por qué yo,
un hombre con tanta experiencia en estas lides, todavía no sabía si aquello era
turbación o deseo verdadero?. No sé, había algo en la forma de ser de García
que no era reconocible para mí. Me dejé caer en la alfombra y acariciando mi
dura verga por encima de mi slip, me fui calmando. Tenía que retomar mi trabajo
y hacer varios llamados. Eso intenté, pero mi mente estuvo ausente. Me tiré en
la cama, poco a poco el cansancio me rindió y dormí profundamente.
Cuando desperté eran cerca de las nueve de la
noche. Me vestí con una camisa suelta y un jean, y salí. Cuando dejé la llave
en recepción no había nadie allí. Supuse que el horario de García había
terminado.
Caminé por el tranquilo y escueto centro de la
ciudad por unos minutos sin rumbo alguno, mirando aquellos escaparates
desvaídos y anticuados. Al poco rato me dio hambre y busqué un sitio para comer
algo. Entré por fin a un bar que me pareció agradable. Era el único lugar en la
zona que estaba lleno gente. Me senté en una mesa, sin mirar mucho a mi
alrededor, y al ordenar mi cena vi que García estaba en una mesa a pocos metros
de la mía. Me sobresalté al cruzar nuestras miradas. Él me saludó con una
nerviosa sonrisa. Estaba con una chica que no podía verme porque estaba de
espaldas a mí. Durante toda la cena, miré cada tanto al muchacho. Iba vestido
mucho más informal. La camisa abierta me dejó ver el comienzo de sus hermosos
pectorales. Tenía escaso vello solo en el centro, pero yo adiviné la hilera de
esa vellosidad ensanchándose hacia zonas que no podía ver. Era evidente que
estaba con su novia, pues se tomaban de la mano por sobre la mesa y ella le
dedicaba toda su atención. Él, por el contrario, parecía distante e inquieto.
Todo me hacía ver que era por mi presencia. O eso creí al menos. Al rato se
levantaron y se fueron.
Volví al hotel después de caminar y buscar en
vano un último lugar donde tomar un trago. Todo estaba cerrado y no había ni un
alma en la calle, así que volví al hotel. Esa noche me quedé mirando televisión
hasta muy tarde, y finalmente me dormí.
Me desperté a las ocho con una erección que hasta
dolía. Pensando en García, levanté el teléfono y llamé a recepción. Cuando
escuché su voz, sonreí aliviado, pues había temido no encontrarlo.
-Buen día, García.
-Buen día, señor.
-¿Cómo te va?
-¿Perdón, señor?
-¿Cómo lo pasaste anoche?
-Bien, señor, gracias. ¿Desea algo, señor?
Suspiré, pensando que había dicho algo fuera de
lugar. Enseguida endurecí mi voz un poco, carraspeando para hacerla un poco más
neutra.
-Sí, quisiera desayunar en mi cuarto, por favor.
-Por supuesto, señor. Enseguida subo.
Colgué, lleno de excitación. Miré mi paquete. Me
desnudé, y mi verga quedó enhiesta apuntando al techo como una estaca. Abrí la
ducha y me metí en ella, intentando calmar mi ansiedad y mi excitación. Estaba
aún debajo del agua cuando oí golpear.
-¡Un momento, por favor! – grité desde el baño.
Rápidamente salí y me envolví en una toalla anudándola en mi cintura, mientras
que con otra sobre los hombros me apresuré a abrir la puerta.
García estaba ahí con su hermosa sonrisa tímida y
sus grandes ojos tan expresivos. Llevaba las mangas levantadas, dejando libres
unos magníficos brazos velludos. Recordé la visión fugitiva de sus pectorales
con aquellos pelos deliciosos, como si quisiera ir armando un rompecabezas con
las exiguas porciones descubiertas que había visto de su cuerpo.
-Buen día. Su desayuno, señor.
-Buen día, pasá por favor.
García fue a dejar la bandeja sobre el pequeño escritorio.
Cada vez me parecía más atractivo. Enseguida su trasero atrapó mi atención por
completo. Abultado, firme y armonioso con respecto a sus largas piernas. Me
senté en el borde de la cama con las piernas abiertas, mientras me secaba
suavemente la cabeza con la toalla que traía a los hombros.
-Decime, García...
-Sí, señor.
-¿Hay algún lugar cerca de aquí que esté bueno
para tomar unos tragos después de cenar?
-Sí, claro, señor, pero no está tan cerca. Hay
que caminar algunas cuadras.
-No hay problema. Si me decís dónde es... –
empecé a decir, mientras continuaba secando mi cabeza, mi cara y mi cuello.
Lentamente abrí las piernas, sabiendo que pronto mis genitales estarían ante su
vista. García me hablaba de cómo llegar a ese lugar, mientras cada tanto sus
ojos se escapaban hacia mi entrepierna. Yo sabía que mi sexo había quedado en
parte descubierto. Entonces él me preguntó:
-¿Algo más, señor?
Me puse de pie, dejando a propósito que mi creciente
dureza fuera notoria. Mi elevado mástil elevaba la toalla y descorría su
abertura por delante. Yo seguía secándome la cabeza como si nada, con los
brazos alzados, mostrándole mis peludas axilas y mirándolo de manera
inequívoca.
-Esperá un momento – le dije, y sabiendo que él
me seguía con mirada, fui hasta mi billetera, separé su propina y se la alcancé
en la puerta. Me acerqué mucho a él. Pero esta vez sus ojos fueron directamente
a la abertura de mi toalla. Mi verga, durísima, sostenía la toalla como una
carpa y él podía ver parte de mis pelotas y el matorral de mis pelos. Ahora sí,
ahora sabía que García se moría de deseo por mí. Nos quedamos un instante así,
quietos, respirando agitadamente, en silencio. Entonces, él levantó su mano,
rechazando el dinero, y me miró a los ojos.
-Gracias, señor, no es necesario. – dijo lentamente,
muy serio, y sin el menor atisbo de timidez en su voz.
Cuando cerró la puerta, creí desmayar. Mi pecho
latía a mil, y mi pija se movía espasmódicamente. Me quité la toalla y ahí
mismo rocé apenas mi miembro, que con ese mínimo contacto liberó, ante mi
asombro, tres espesos chorros de semen, haciéndome flaquear de placer.
Ese día estuve muy ocupado y regresé al hotel
después de las veinte. García se había retirado. Salí a cenar y fui al mismo
sitio, pero él no estaba allí. Después, casi con prisa, me tomé un taxi hasta
el bar que me había recomendado el muchacho. Había mucha gente y alguien
cantaba una tonada folklórica en el extremo del salón. Me senté en la barra y
pedí algo fuerte. Todos me miraban, era el forastero allí. Yo también los miré,
sobre todo a algunos hombres. Varios sostenían la mirada, pero otros la
desviaban de inmediato. En vano busqué a García allí. Había abrigado la
esperanza de encontrarlo, pero finalmente pagué mi consumición pensando en lo
idiota que había sido al malinterpretar una posible invitación por parte de él.
Antes de salir fui al baño, me moría de ganas de
orinar. Entonces, casi detrás de mí, entró un hombre de mediana edad. Lo miré
por un segundo pero su vista evitó la mía. Se situó en el otro orinal que había,
justo a mi lado. Yo estaba todavía orinando generosamente cuando me di cuenta
de que el hombre me miraba el pene disimuladamente. Terminé de orinar, pero no
me retiré, reconociendo esos códigos evidentes de cuando algo va a suceder. Miré
en dirección a lo que el hombre tenía entre las manos. Estaba masajeando
suavemente su verga. Era gorda, larga y con un prepucio generoso que subía y
bajaba recorriendo el oscuro glande, que con cada movimiento iba cobrando mayor
volumen. Sin tocarla siquiera, mi pija respondió al estímulo visual. Miré un
poco más al tipo. Lo había visto en una de las mesas. Tendría unos cuarenta
años, con una espesa barba muy bien cuidada y un perfil fuerte y masculino. Los
tres primeros botones de su camisa estaban desabrochados, y por allí asomaban
largos pelos negros. Sonreí con satisfacción cuando su mano izquierda comenzó a
desabotonar los siguientes. Vi que su dedo anular ostentaba una alianza de
matrimonio. Interesante, me dije. En unos segundos, se había abierto la camisa
por completo y un pecho velludo me sorprendió gratamente. Me dejé fascinar por
el surco descendente de sus pelos hasta llegar a su pubis, intensamente
tapizado de una mata negra; y allí observé como su verga sobresalía
descaradamente, endurecida por completo. Era majestuosa. Cuando la dejaba libre
haciendo tregua de sus propias caricias, quedaba levantada curvándose hacia
arriba, con el glande brillante y totalmente descubierto. Debajo del
perturbador bosque negro de sus pelos, la dura lanza corcoveaba sobre sus
pesados huevos.
Bueno, pensé, mirando aquel magnífico espécimen
de hombre, la noche no viene tan mal, después de todo.
Miré sus endurecidos pezones. Eran prominentes,
oscuros y grandes. Su pecho subía y bajaba, agitándose cuando el bombeo se
hacía más intenso. Él me miraba la pija y comprendí que quería ver más.
Entonces me abrí del todo el pantalón y lo bajé hasta un poco más abajo de mis
pelotas. Subí los faldones de mi
camisa hasta más arriba de mi ombligo, mostrándole todo lo que quería ver. Mi
verga, durísima, subía recta y húmeda ante su vista ávida. El hombre, ganado
por el inmenso placer que él mismo se daba, entrecerró los ojos aprobando mis
diecinueve centímetros de erección. Seguimos masturbándonos por un rato, hasta
que lentamente estiré una mano para sentir uno de sus pezones entre mis dedos. Entonces él me miró a los ojos. Mi mano jamás
llegó a destino, porque el hombre, volviendo en sí y con sobresalto, retrocedió
como si hubiera visto al mismo diablo. Me quedé estupefacto viendo como el tipo
se ponía cada vez más nervioso y, acomodando rápidamente su ropa, se apresuraba
a salir del baño. Huyó en unos segundos, dejándome con la pija en la mano y con
los ojos abiertos por la sorpresa.
Tragué en seco y me recosté resignadamente sobre
los azulejos. Me acomodé la ropa y lavé mi cara con agua fría. Al salir del
baño pensé que tal vez el hombre me estaría esperando afuera, pero cuando pasé
por el salón en dirección a la salida, lo vi en una mesa en compañía de quien seguramente
sería su mujer y otra pareja de amigos. Nerviosamente miró hacia otro lado
cuando pasé a pocos metros, llevando la mano a su frente.
Mi frustración fue total esa noche y regresé
caminando al hotel con un humor de perros.
Dormí mal, por lo que a las siete ya estaba
despierto. Me quedé en la cama una hora más repasando algunos apuntes. Entonces
llamé a recepción para pedirle el desayuno a García. Me extrañó mucho que me
respondiera otra persona. Cuando golpearon a la puerta, me levanté para abrir
enseguida, esperando ver a mi amigo. Pero no, no era García.
Entró un hombre alto que me saludó en voz baja.
Fueron tan rápidos sus movimientos que no pude ver bien su rostro. Dejó la
bandeja en el escritorio, y giró sobre sí mismo siempre con la vista en el
suelo, apresurado por salir. En ese momento pude verlo mejor.
¡Era el hombre del baño!
Por un instante creí engañarme, pero cuando él
tuvo que pasar delante de mí pude verlo tan cerca como lo había tenido en el
baño del bar. Me atreví a preguntarle:
-¿Discúlpeme, no está García?
-¿García?, Usted se refiere a..., no, no..., él
no está. Hoy es su día de franco – dijo sin levantar la vista y saliendo lo más
rápido posible.
Quedé mudo y pensativo. Entonces, ese hombre
trabajaba en el hotel. Además de sorprendido, me dejé caer en la cama. También
estaba ciertamente frustrado porque ese día no vería a García.
Tomé mi desayuno mientras ponía en orden mis
pensamientos. Entonces decidí centrarme en mi trabajo, y terminar de una vez
por todas con ese informe. Me tenía que sacar de la cabeza a García, al hombre
de barba, y regresar a Buenos Aires cuanto antes, pues empezaba a sentirme
realmente fastidiado en esa ciudad.
Sin embargo pasé todo el día pensando en mi
tímido y atribulado muchacho, del cual ni siquiera sabía el nombre de pila. Me
quedaba un solo día antes de partir, y nada indicaba que lo volvería a ver. Esa
noche pedí que a la mañana siguiente me despertaran a las nueve. Reconocí la
voz del hombre de barba. ¿Y si volvía a intentar algo con él? ¿Pero cómo? No. Enseguida
deseché esa idea, era evidente que el tipo había entrado en pánico al intentar
tocarlo, por lo que calculé que todo sería mucho peor estando en su lugar de
trabajo. Descartado.
Amaneció lluvioso y gris. Ya estaba despierto
cuando sonó el teléfono a las nueve de la mañana. Atendí con desgano, como para
responder un amable "gracias", pero mi sorpresa fue inmensa al
escuchar la voz de García.
-Buenos días, señor, son las nueve.
-¡García! ¿sos vos? – dije alegremente, con la
esperanza de que mi felicidad se notara en el tono de mi voz. Escuché lo que mi
mente entendió como el suspiro de su sonrisa, y de inmediato me contestó:
-Sí, señor.
-Gracias por despertarme.
-De nada, señor. ¿Desea el desayuno en su
habitación?
-Sí, claro. ¿Me lo vas a traer vos?
-Sí, señor, como usted quiera.
-Me encantaría– dije, sorprendido de mis propias
palabras. Se hizo un silencio del otro lado.
-Como no. Enseguida subo, señor– respondió García
después de unos segundos.
Al colgar el tubo, salté como un resorte. Fui
hasta el baño y arreglé un poco mi aspecto. Lavé mis dientes, me rocié con un
poco de colonia y me mojé un poco el pelo e intuitivamente pellizqué mis
pezones, como para revitalizar su apariencia. Quería recibirlo de una manera
especial. Me pregunté si sería muy obvio hacerlo sin ropa alguna. No lo pensé
dos veces, mi ansiedad me indicó quitarme el pijama, mi slip y quedarme como
Dios me había traído al mundo. Estaba impaciente y mi corazón se me salía del
pecho.
Al oír los discretos golpes en la puerta me
paralicé y de pronto me dio mucha vergüenza encontrarme desnudo. Pero la suerte
estaba echada, así que creí que lo mejor sería sentarme al escritorio frente a
mi ordenador, simulando estar trabajando. Y así, en pelotas, grité desde mi
sitio:
-Adelante.
García entró con la bandeja. Yo no lo miré, pero
sabía que había quedado inmóvil al ver que estaba en bolas.
-Señor... permiso... ¿quiere que regrese en unos
minutos?
-No, no. No te preocupes, y pasá nomás, García.
¿Cómo estás? – dije intentando mantener cierta naturalidad, como concentrado en
mis apuntes.
-Bien... señor, muy bien. Su..., su desayuno... –
balbuceó, sin animarse a dar un paso.
-Sí, claro. ¿Podrías traérmelo a la mesa?
No escuché respuesta alguna. Lo imaginé nervioso
y de un color rojo como las manzanas de su provincia natal y reí para mi
interior, enternecido y excitado a la vez. Vino lentamente y se me acercó por
la derecha. Lo tenía de pié junto a mí, intuyendo sus ojos sobre mi cuerpo.
-Señor... ¿Dónde le dejo la bandeja?
-Ah, sí, disculpame... – dije apartando algunas
cosas para que pudiera apoyar la bandeja – Aquí está bien.
Temí que desapareciera nuevamente. Algo tenía que
inventar y mejor que se me ocurría era charlar de alguna cosa, pero ¿de qué?.
-Ayer tuviste tu día de franco, ¿verdad?
-Sí, señor.
Abrí un poco mis muslos, sabiendo que mi miembro
quedaría perfectamente bajo su vista.
-La verdad, es que te extrañé un poco – dije
sonriendo tontamente – es que el señor que vino en tu lugar, es bastante seco.
Es ese hombre de barba, alto...
-Sí. Es mi padre, señor.
-¿Tu padre?, perdón, no sabía... – dije
quedándome de una pieza. El tipo de barba, el de la verga suculenta y gorda ¡su
padre!. Vaya. Ahora más que nunca necesitaba saber si esos atributos masculinos
se habían transmitido genéticamente.
-Descuide. Usted tiene razón. Él no es muy simpático
a pesar de ser el dueño del hotel, todos lo dicen.
-¿Él es el dueño? ¡Vaya! – exclamé, yendo de
asombro en asombro. - No lo sabía. O sea que este también es tu hotel.
-Bueno sí, no tenemos empleados, la familia se
encarga de todo aquí, señor.
-Fui al bar que me recomendaste el otro día –
dije cambiando de tema, y con la imagen de su padre en el orinal del baño.
-Ah, ¿sí?, ¿Y cómo estuvo, señor?
-Nada bien. Se diría que en esta ciudad la gente
no es muy amigable que digamos– dije pensando en cómo me había rechazado su
papá.
García me miraba. De pronto me sentí observado y
deseado. Eso hizo que empezara a excitarme, aunque no me preocupaba ya en
absoluto si mi verga se levantaba ante mi atractivo amigo.
-Sí– dijo después quedar pensativo por unos segundos
– Usted ya sabe, señor, pueblo chico infierno grande. Todos nos conocemos aquí,
por un lado eso es bueno, por el otro, nos hace tomar cierta distancia. A veces
la gente se muestra correctamente amable unos con otros, pero a veces, ni eso.
-No entiendo.
-Cualquier cosa que usted haga aquí, al día
siguiente lo sabe todo el mundo. A veces vivir así es complicado. Es como si no
existiera la libertad. Es como si fuera un pueblo de presos.
La charla se ponía interesante.
-Sí, eso pensé. ¿Y a vos te pasa eso?
-¿Qué cosa, señor? – me preguntó, mientras miraba
fijamente mi creciente pija.
-Que no te sientas libre.
García se quedó en silencio. Yo me acariciaba el
pecho, como por descuido, aunque cada movimiento era maquinalmente estudiado.
-Sí, señor. Tal vez no comprenda estas cosas
porque, obviamente, usted es una persona segura de sí misma, un hombre de
mundo, alguien sin prejuicios... alguien...
-Lo decís porque no me importa mostrarme sin
ropas, supongo.
García tragó en seco. Abrí un poco más mis
piernas liberando mi verga para que pudiera levantarse más. Mis manos recorrían
mi cuello, se detenían entre mis pelos, o rozaban mis muslos. Estaba realmente
excitado, y le ofrecía a García toda la sensualidad de mi desnudez. Sin dejar
de devorarme con los ojos, él prosiguió, respirando más hondamente.
-Lo digo porque aquí uno debe ser igual a los
demás. Si no ¿qué dirá la gente? ¿Me comprende?
-Claro que sí– le dije mirándolo a los ojos. Se
hizo un silencio, entonces bajé mi vista hasta su entrepierna. Quedé extasiado.
Un considerable bulto hinchaba su bragueta, y no era mi imaginación esta vez.
-Si usted me comprende, sabrá lo que estoy
hablando en realidad.
-Sí, lo sé – exclamé, mientras mis dedos
jugueteaban con mis pezones, y mi vista apuntaba directamente a ese bulto que
cada vez se hacía más grande.
-Es como nadar contra la corriente– continuó
diciendo visiblemente emocionado – ¿Alguna vez nadó contra la corriente,
señor?.
-Sí.
-Bueno. Así se siente. Vivir así no es bueno. Cansa.
Y entonces, uno empieza a pensar en irse algún día.
-¿Irse adónde? ¿En busca de qué?
-No sé. Todo el mundo quiere irse de aquí. Y yo
también.
-Te entiendo– dije mirando su agitado pecho. En
su entrepierna se marcaba ahora la forma inequívoca de su pene erecto, ladeado
hacia la izquierda. Él me miraba sin poder moverse.
-Gracias por entenderme.
-García, yo sé que ni siquiera me conocés, pero
si te sirve de algo, yo tampoco me siento libre completamente. Supongo que la
libertad total se alcanza sólo por instantes, pero eso sí, cuando finalmente la
tenemos, es algo muy bueno, lo sé por experiencia.
Él dio un corto paso hacia mí, contenido siempre,
pero a punto de desarmarse.
-Señor- dijo, aún temeroso de sus propias
palabras- no sabe lo que me gustaría poder sentirme así, sin ataduras, y si es
sólo por un instante no importa, aún así me gustaría, sin ningún tapujo para
hacer o decir lo que uno quiera...
Entonces me puse de pié y lo miré seriamente a
los ojos. Estaba tan duro, que mi verga casi rozaba su abultada entrepierna.
Noté cómo se sonrojaba, entonces le dije tiernamente:
-Aquí estoy, dispuesto a ayudarte a sentir esto.
-¿Usted? ¿pero por qué tomarse esa molestia
conmigo?
-¿No lo sabés todavía?
-No.
-Bueno, tal vez porque así yo también me sienta
más libre. Te diré lo que haremos. En primer lugar ¿cómo te llamás?
-García.
-No, no, ¿Cómo es tu nombre? - sonreí,
infinitamente enternecido.
-Detesto mi nombre.
-Te aseguro que va a gustarme.
-¿Cómo sabe eso?
-Lo sé.
-Me llamo Aníbal.
-Aníbal. Sí, sabía que me iba a gustar ¿ves qué
fácil?. Ahora, escuchame bien: ¿querés decir o hacer algo que desees mucho en
este momento?
Aníbal se estremeció y bajó por un segundo su
vista hacia mi pija que estaba como una roca.
-Decirlo..., no me animaría...
-Quizás no haga falta decirlo, sino hacerlo.
Y él me miró, quedando inmóvil por un instante.
Entonces se acercó a mí, y me besó en la boca. Quedé de una pieza, bajé mis
brazos, mudo, experimentando uno de los momentos más eróticos de mi vida.
Entonces él volvió a reprimirse cayendo en la
cuenta de lo que había hecho.
-Perdón, señor...
De inmediato le puse el índice en sus labios en
señal de que callara, y le devolví el beso. Breve, tierno, pero muy sincero.
-No tenés que disculparte, Aníbal - le dije
enternecido.
-Es que quise besarlo desde que lo vi entrar al hotel.
Me quedé en silencio, emocionado. Entonces lo
tomé por la barbilla y acerqué mi boca a la suya. Nos volvimos a besar pero con
una intensidad creciente.
-¿Qué más quisieras hacer?
-Quisiera estar desnudo, como usted.
-¿Puedo desnudarte yo?
-Sí.
Tomé el nudo de su corbata azul y empecé a
aflojarlo. La corbata cayó al suelo mientras yo desabrochaba los botones de su
impecable camisa. Él me ayudó con los botones de las mangas y entre ambos la
dejamos caer junto a la corbata. Mis manos no daban abasto al recorrer su
pecho. Tomé sus tetillas sintiendo como él suspiraba y gemía dentro de mi boca.
Noté enseguida los pelillos que custodiaban cada pezón. Los comparé con el
vello sobrio que crecía en medio de su terso pecho y jugué con detenimiento
sobre ellos. Más abajo, una leve hilera de pelos se arremolinaba entorno a su
ombligo y descendía hacia el interior del pantalón. Le desabroché el cinturón y
fui abriendo su bragueta sintiendo el roce de su dureza contra mis dedos. Dejé
que sus pantalones resbalaran hasta sus tobillos y me agaché hasta que mi cara
quedó justo enfrente de su pelvis. Llevaba puesto un bóxer de algodón blanco, y
por entre su abertura delantera, podía ver la zona oscura de su pubis y asomar
un trozo de su pene duro. Tomando el bóxer por debajo, jalé de él hasta que fui
descubriendo por completo su sexo, que saltó hacia arriba exultante en su
liberación. Se alzó chocando contra el estómago y quedó enhiesto y bello frente
a mí. Tenía el glande hinchado y de un tamaño considerable. Su miembro era la
copia joven del de su progenitor. Era ancho y algo curvado hacia arriba, chorreante
de líquido preseminal. La suavidad de sus vellos invitaba a recorrer esa
delicia con el tacto y los labios. Las bolas, discretas y tenuemente velludas,
se adivinaban muy apetecibles. Con mi boca decidí probarlas y me acerqué a
ellas. Aníbal gimió cuando sintió mis labios jugando allí. Después se las lamí
y las recorrí metiéndomelas a la boca
una por una y después ambas. Su verga se movía por encima de mi cara, mojándome
las mejillas y rozando mis cejas y mis ojos. Él me tomaba por la cabeza y no
dejaba de suspirar. Abrí más la boca y atrapé su duro mástil. Era delicioso,
por lo que me quedé un rato largo probando su dulzura.
-No puedo creer que esto esté pasando - susurré.
Él me miró profundamente y me ayudó suavemente a
incorporarme. Me tomó por la cintura, dirigiendo su boca directamente a mis
pezones. Los chupó de una manera increíble. Con la mano apartaba un poco los
pelos, para pasar su lengua repetidas veces por las rojas circunferencias. Yo
bramaba extasiado, sintiendo como las puntas se endurecían entre sus calientes
labios. Sus manos bajaron y empezaron a explorar mis nalgas. Me las abrió
descaradamente y me acarició el ano, que se me distendió involuntariamente.
Estaba tan relajado que pronto él pudo aventurar un dedo, luego dos, y hasta
tres, mientras yo le suplicaba que no se detuviera. Con la otra mano me agarró
la verga y la masturbó con pasión. Después se inclinó y se la metió en la boca,
chupando y enjuagando con su saliva cada uno de los pliegues de mi prepucio.
Luego alternó sus lamidas entre mi pija y mis pelotas. Yo caí sobre la cama
levantando mis piernas hacia el techo, entonces Aníbal me empezó a chupar
ávidamente el culo. Evidentemente era un muchacho con amplia experiencia, pues
pocas veces me habían practicado tan intenso y perfecto trabajo oral. Sí, el
muchacho seguía sorprendiéndome.
Él se puso a horcajadas sobre mí y nos brindamos
mutuamente nuestros sexos. Su verga se clavaba en mi garganta, a punto de
cortarme la respiración, mientras sus pelos me acariciaban la cara y sus bolas
pegaban sobre mi nariz. Él, a la vez, no solo se engullía todo mi falo, sino
que aprovechaba para saborear parte de mis muslos, mi entrepierna, y esa zona
tan delicada entre las bolas y el agujero del culo. Perdimos la noción del
tiempo y a duras penas estábamos aguantando no descargar nuestras leches.
Entonces se sentó sobre mi cara y con cada una de sus manos sobre las nalgas me
ofreció su ano bien abierto. Lo chupé y lo lamí en el colmo de mi excitación.
Lo penetré con la lengua y lubriqué todo con mi saliva. Él fue deslizándose
hasta quedar apoyado en mi zona pélvica y tomando mi duro pene, lo apuntó a su
ojete que latía y se dilataba para mí. Se sentó en mi verga y él mismo fue
manejando los tiempos. Cuando sintió que su relajación era completa, descargó
todo su peso sobre mí y mi pija se enterró dentro de su hermoso culo.
Los dos lanzamos un ronco gemido mientras yo lo
tomaba por la cintura, ayudándolo a moverse sobre mí. Extendí una mano y
comprobé que seguía tan duro como al principio, y tomándole el miembro lo
masturbé con toda mi atención.
Era fascinante verlo cabalgar sobre mí. Su
belleza, en todo su esplendor, era de una contundencia casi insolente. Como un
don de la naturaleza, un directo rayo de sol que entraba por la ventana hizo
brillar su vello púbico, dorándolo con destellos irreales. Estábamos gozando
tanto, que quisimos prolongar esa unión hasta que no aguantáramos más.
-Siento que voy a acabar..., no puedo contenerme
más... – me dijo finalmente.
-No..., todavía no, hermoso..., quiero sentirte dentro
de mí.
Nos detuvimos por un momento, y cambiamos de
posición. Me tumbé boca abajo, separando bien las piernas. Él se sentó sobre mí
y me masajeó los glúteos. Mi ano no necesitaba demasiada estimulación para dilatarse,
sin embargo, él no pudo evitar agacharse y volver a chupármelo, lentamente,
largamente, haciendo que yo enloqueciera de placer y anhelara cada vez más su
pija dura entrando allí. Le rogué que lo hiciera entre apasionados gemidos. Finalmente
apoyó la punta de su aparato exactamente en el centro del ojete y lo fue
abriendo con embestidas amorosas y cuidadas. Mientras tanto me besaba el cuello
y con sus manos abrazaba mi pecho. Me entregué a él y gocé hasta el delirio
cuando toda su polla se introdujo hasta los huevos dentro de mi trasero.
Cuando supimos que ambos estábamos listos para el
orgasmo, él se retiró de mi culo muy suavemente y me giró hacia él. Sobre mí,
me besó lentamente dejando que nuestras pijas se frotaran entre sí. Era un
combate de falos enardecidos que se entrecruzaban y refregaban mutuamente en la
plenitud de su erección. Es estremecedor que dos machos puedan gozarse de esa
manera. La sensación de unión es fuerte e insuperable. Aníbal me miró
profundamente con un gesto de éxtasis total, con sus cejas levantadas y la boca
entreabierta. Acelerando más y más nuestros movimientos, nos abandonamos a
nuestro placer y simplemente dejamos que el semen brotara.
Nos volvimos a besar y nos quedamos acostados uno
en brazos del otro, sintiendo que las erecciones tardaban en desaparecer. Y
cuando esto sucedió, al cabo de largos minutos, Aníbal se levantó, se limpió
con una toalla y comenzó a vestirse.
-Sé que su avión sale mañana, señor.
-Sí.
-¿Va a volver?
-No lo sé, Aníbal. Pero te puedo decir que haré
todo lo posible para que eso suceda.
-Lo estaré esperando.
-Quien sabe, a lo mejor vos puedas venir a
visitarme, algún día.
Él sonrió. Lo hizo de una manera adorable. Dijo
algo amable. De pronto su voz y su actitud parecían como de una persona
distinta a la que hacía unos minutos había perdido el control bajo los efluvios
del goce.
Se acercó para besarme nuevamente y salió
silenciosamente. Miré como desaparecía tras la puerta. Respiré profundamente, aún
excitado por todo lo vivido. Aníbal me había dejado en un halo de ternura
indecible.
El día terminó entre algunas llamadas y una
visita a un centro de distribución cercano, con lo que consideré tener el
material suficiente para terminar mi informe. Así que al final de la tarde,
regresé al hotel para descansar un poco y pasar mis notas a mi notebook.
Eran las siete de la tarde cuando entré al hall
del hotel, y antes de subir a mi habitación, me senté en una de las mesas del
pequeño bar para tomar algo, a pesar de que estaba lleno de polvo y algo sudado.
Una chica me atendió y le pedí un café. ¿Sería la hermana de mi muchacho, una
prima? quién sabe. Al poco rato, alcé la vista y vi que en la recepción estaba
el padre de Aníbal. No lo miré demasiado, pero al poco tiempo noté que él me
observaba insistentemente. Supongo que creyó que yo no notaba su mirada. Por un
momento alcé la vista y nuestros ojos se encontraron. Fue extraño, ahora era él
que sostenía la mirada, haciendo que yo la bajara. Aún así, me levanté y fui
hasta el mostrador.
-Buenas tardes – me dijo muy serio.
-Buenas tardes. Mañana dejo el hotel, por lo que le
pido que me despierte a las siete y prepare mi cuenta, por favor.
-Por supuesto, señor – dijo con un tono algo más
amable que el día anterior.
-Gracias – le dije dirigiéndome a la escalera.
-Señor, ¿tendría unos minutos?, quisiera decirle
algo.
-Sí, claro, con todo gusto– exclamé, volviendo
sobre mis pasos.
-No, acá no.– me contestó, mirando hacia los
costados– si no le es molestia, preferiría pasar por su habitación.
Me quedé extrañado y lo miré atentamente. Era un
hombre muy apuesto, y más aún en ese uniforme de pantalón oscuro, camisa blanca
y corbata. Aníbal tenía a quien salir.
-No hay inconveniente, cuando quiera.
-Muy amable, en un minuto subo.
Subí a mi cuarto preguntándome el por qué de
tanto misterio y me quedé esperando unos minutos mientras revisaba los últimos
detalles de mi informe. Pero como el hombre no venía al rato me olvidé del
asunto y me puse a acomodar algunas de mis cosas en la maleta. Necesitaba una
ducha. Tenía la ropa pegada al cuerpo y después de haber estado todo el día de
aquí para allá, olía a pestes. Así que me desnudé y me metí debajo del agua
caliente. Cuando salí del baño, recordé al dueño del hotel. Y fue en ese mismo
momento que oí sus golpecitos en mi puerta. Me anudé la toalla a la cintura,
chorreando agua, y abrí. Era el Sr. García, que al verme con el torso desnudo
arqueó las cejas y agrandó los ojos. Tal padre, tal hijo, pensé.
-Ah, perdóneme si soy inoportuno. Volveré más
tarde... – me dijo, a pesar de que sus pies no se movían y él no dejaba de
mirarme.
-No hay problema. Pensé que iba a venir antes.
Dígame.
-¿Puedo pasar?
Me hice a un lado y entró. Cuando cerré la
puerta, me recosté sobre ella, esperando que hablara. Esperaba que lo hiciera
rápido, después del plantón de la otra noche, el tipo no me movía a simpatía.
Sin embargo no dejaba de parecerme atractivo, sobre todo porque se lo veía
ahora visiblemente inquieto por alguna razón. Me miró de soslayo, y yo no hice
nada para aliviarle la incomodidad. Crucé los brazos sobre mi pecho mojado y
dije fríamente:
-Lo escucho - dije, pensando "a ver con qué
me vas a salir ahora".
Él se debatió unos segundos, moviéndose en unos
pasos cortos y repasó nerviosamente su barba.
-Yo..., – comenzó a balbucear – bueno..., yo no
sé cómo empezar. Lo que quería decirle es que..., en fin..., me quiero
disculpar por lo del bar.
-¿Lo del bar?
-¿No se acuerda?
-Sí, claro que me acuerdo. Lo del baño del bar.
-Ah, menos mal, por un minuto pensé...
-¿Eso era todo?
-Ahá.
-Está pálido. Tranquilo, si querés podemos
tutearnos.
-Estoy bien.
-Mejor así. Seguí.
-Bueno... es que, no sabía cómo ibas a tomar lo
de mi huída la otra noche. Sentí pánico de que me reconocieras..., yo te había
visto en el hotel y..., pensé...
-¿Qué pensaste?– le dije con un tono más suave,
llevando mi mano al nudo de la toalla.
-Ya sabés, con mi situación de padre de
familia..., pensé..., que si te habías molestado, podrías contárselo a mi
hijo..., o...
-Pero ¿por quién me tomaste?
-Disculpame, es que...
-Quedate tranquilo - dije, al verlo tan y
avergonzado - el episodio del baño quedará entre nosotros. Jamás usaría una
cosa así para hacerle daño a alguien. Pero te comprendo, no me conocés, y hay
mucho marica malo y resentido por ahí que no dudaría en hacerlo.
Me acerqué hacia él, mirándolo bien de frente.
-Puedo entender que te hayas asustado, estabas
con tu mujer, tus amigos, pero decime una cosa: si no te hubieses asustado ¿te
habrías quedado conmigo?
Se quedó callado y mirándome sin pestañear, por
un momento creí que iba a bajar la vista y huir, como en el bar, pero extendió
una mano, siempre sosteniendo la mirada de sus encantadores ojos marrones, y tomó
la toalla que me envolvía. Entonces comenzó a secarme el cuello, y siguió
pasándola por mi pecho, por mis axilas, mis brazos hasta bajar a mi trasero,
observando cuidadosamente todo el tratamiento. Luego, fijando toda su atención
en mi verga aún dormida, murmuró:
-Sí, me habría quedado con vos. Y quiero quedarme
con vos ahora - dijo, respondiendo a mi pregunta.
Yo no entraba en mis cabales. ¡Vaya que era un
día movido! me dije, a la mañana con el hijo y por la tarde con el padre. ¿Iba
a resistirlo?
Se arrodilló ante mí y apoyando sus manos en mis
muslos me los acarició frotándolos con esmero. Su boca, enmarcada en esa barba
tan cuidada, se abrió para acoger mi pija, que todavía tardaba en reaccionar.
Sentí un placer inmenso al entrar en su boca caliente, él chupaba con total
dedicación, cosa que yo observaba encantado. Mi verga, que había quedado
satisfecha por el encuentro con Aníbal, empezó a latir, dichosa otra vez por
volver a las andadas. Por fin estuvo completamente dura, entonces él se la sacó
de la boca para contemplarla.
-Qué hermosa es... – me dijo completamente
extasiado ante lo que observaba.
Se la volvió a tragar por completo. Su maestría
oral nada tenía que envidar a la de su hijo. Estuvo comiendo mi pija durante
bastante tiempo, y luego me tomó de la mano y me invitó a recostarme en la
cama. Lo miré mientras se desnudaba. Lo hizo ágilmente, pero sin apresurarse,
como queriendo disfrutar cada segundo de lo que estábamos haciendo. Lo primero
que me llamó la atención fueron sus musculosas piernas. Eran como dos pilares
enormes que se metían en su sacro, redondos y definidos, tapizados de una
vellosidad oscura y abundante. Cuando se bajó los calzoncillos quedó
completamente desnudo ante mi vista y volví a quedar sin aliento frente a su
desafiante pija. Luego fue el pecho el que me atrapó. De amplios pectorales muy
peludos y un abdomen apenas prominente, surcado de una fuerte línea oscura que
se abría en varias direcciones hasta llegar al pubis. Vino hacia mí despacio,
mirándome como un felino. Toda su corpulencia quedó sobre mí. Me miró por un
momento, excitadísimo, como sin saber por dónde comenzar.
-Hace mucho tiempo que no estoy con un hombre.
¡Cielos, yo no podía decir lo mismo!, cavilé. Así
que no le dije nada. Temblé frente a la posibilidad de que se enterara que ese
mismo día había hecho el amor con su hijo.
-Sos tan hermoso..., y te deseo tanto. No sé qué
hacer primero - dijo, atónito y erecto sobre mí.
-Tenemos tiempo, aunque sería bueno tener en
cuenta que mi avión sale mañana - Bromeé. Pero él no se rió. En cambio me comió
con los ojos y como si se hubiera tenido una revelación me susurró:
-Voy a lamerte todo. Voy a pasar mi lengua por
cada parte de tu precioso cuerpo. Quiero comerte y sentir tu sabor. ¿Puedo?
Evalué con gusto la proposición y, finalmente con
una sonrisa aprobé:
-Creo que eso estaría muy bien - sonreí.
Entonces me estiré bien en la cama, abriendo
brazos y piernas y él comenzó a pasar su lengua sobre mí. Empezó por el cuello,
pero pronto me dedicó eternas e innumerables lamidas por todo mi torso,
peinando mis largos pelos negros. Pasó por mi abdomen, por los costados de mis
caderas, por mis muslos... era increíble la sensación de ser lamido por un
macho tan varonil como el señor García y de sentir la caricia tosca y a la vez
suave de la pelambrera negra de su barba. El ruido de la enorme lengua que se
aplanaba contra mi piel me ponía loco, a la vez que la humedad que dejaba a su
paso me erizaba completamente. Se detuvo en mis pies, lo que hizo que me
contorsionara de placer. Minuciosamente, dedicó especial atención a cada uno de
los dedos, separándolos y metiéndoselos en la boca como si fueran pequeños
penes, mientras me acariciaba los tobillos con sus grandes manos. Me abrió bien
las piernas y las llevó un poco hacía arriba, de manera que mi culo quedara
bien expuesto. Entonces dedicó largos minutos a lamer toda la zona. Era
arrebatador. Cuando estuvo bien abierto, me atrajo hacia él con toda ternura, y
acercó mi hoyo a la punta de su altivo falo. Me entregué a él, sabiendo que iba
a tenerlo dentro de mí y que el gozo iba a ser supremo. Me acomodé entre sus
muslos y él, con infinito cuidado, me agarró de la cintura para ensartarme su
palo. Su gran verga entró lentamente deslizándose sin ninguna traba. Y abrí la
boca para exhalar un gemido incontenible. Me costaba asimilar la prodigiosa anchura.
Pero la lubricación de tanta saliva hacía que el carajo se fuera amoldando y mi
culo se dilatara a cada envión. Entonces tomó mi verga, a punto de explotar por
su erección, y fue palpándola con tenues roces, haciéndola latir y corcovear
involuntariamente. Luego la tomó con sus dos manos sin dejar de empalarme con
su verga y moviéndose cada vez más rápido. Sin dudas, el Sr. García era un
maestro del placer entre machos. Me estaba masturbando divinamente aprovechando
la lubricación de mi líquido preseminal, siempre tan abundante en mí, y yo me
aferraba de los barrotes de la cama, intentando no desmayar ante tanto deleite.
A medida que los minutos pasaban, se iba enardeciendo más y más, creciendo en
su fragor y gimiendo agitadamente. Cada tanto se inclinaba hacia mí y me
estampaba un ardiente beso en la boca, que yo recibía con mis labios abiertos y
mi lengua anhelante. Sentir su barba en mi cara era increíble.
Yo no podía aguantar más. Y él lo intuyó
perfectamente. Acelerando los movimientos, me bombeó la verga mientras me
sobaba los huevos. Mi semen salió disparado en cuatro chorros que fueron a
estrellarse contra su barba y el vello de su pecho. Me asombró que luego de mi
sesión con Aníbal, hubiera recuperado tanto líquido. Él lo recogió con su mano
y lo tragó como un manjar de dioses, relamiéndose y saboreando cada gota.
Entonces, como él también estaba por acabar, salió de mi culo suavemente y se
puso a horcajadas sobre mi cara. Tenía sus huevos casi golpeándome la barbilla
y la vista de su verga llenaba toda mi cara. Entre quejidos y espasmos me avisó
que iba a derramar toda su leche sobre mí. Entonces abrí la boca y su surtidor
me invadió. El espeso líquido, bien caliente, inundó mi boca y todo mi rostro.
Yo recogía ávidamente todo lo que podía con la lengua, pero él tomó su miembro
y me lo metió entre mis labios. Me lo tragué hasta las pelotas para no
desperdiciar nada de su ardiente semen.
Cayó exhausto sobre mí, y yo lo abracé
acariciando su cabeza. Estábamos agitados y plenos. Nos dimos nuevos y más
calmos besos, terminando por probar nuestros propios jugos en un dulce
intercambio. Se incorporó un poco y me atrajo sin dejar de abrazarme.
-Creo que voy a extrañarte mucho – me dijo
abrazándome firmemente.
-¿En serio?
-Sí - sonrió - Y quiero que me perdones por creer
que vos ibas a delatarme. Es que, en esta ciudad tan chica... ya sabés... todo
se sabe siempre.
-Sí, lo sé, hoy mismo estuve hablando de ese tema
– dije pasando mis manos por su cuello y por sus hombros. Estuve a punto de
decirle que había sido con su hijo con quien había hablado de ello, pero me
pareció mejor callar. Por fin, la calma volvió a nuestros pechos. Entonces
murmuré:
-Aún no sé tu nombre...
-Me llamo Aníbal.
-Aníbal padre – dije yo, sonriendo.
-Sí. ¿Cómo sabías que mi hijo se llama también
Aníbal?
-Bueno..., es ciudad tan chica... – dije con un
guiño.
Se quedó pensativo por un instante, sin
percatarse del chiste.
-Estoy preocupado por mi hijo – me dijo
acariciándome los pezones.
-¿Por qué?
-No quiero que siga mis pasos.
-¿A qué te referís?
-A mis errores. No quiero que sean los suyos. Quiero
algo mejor para él.
-No conozco mucho a Aníbal hijo, pero intuyo que
él tiene eso muy claro. Sólo tenés que dejar que siga su propio camino.
-Sí, tenés razón. ¿Te veré otra vez? ¿pensás
volver?
-Es curioso, es la segunda vez en el día que me
preguntan eso.
Me miró extrañado.
Le hice un gesto que decía sutilmente muchas
cosas, como queriendo hacerlo partícipe de un deseo más íntimo. Pero a duras
penas podía hablar, y a fin de cuentas, tampoco quería hacerlo. Tanto el hijo
como el padre me habían dejado tan agotado como fascinado. Mi verga,
embadurnada de semen y rendida, aún dio un último brinco cuando me vi a mí
mismo en la cama flanqueado por padre e hijo, entrelazando nuestros cuerpos
desnudos en un trío imaginario. Una fantasía, pensé. Sin embargo ¿alguna vez
tendré la esperanza de hacerla realidad?
-Te voy a estar esperando - murmuró Aníbal padre,
abrazándome dulcemente.
-También me dijeron eso - dije, reteniéndolo
junto a mi pecho y suspirando largamente - en fin..., tendré que volver pronto
sin lugar a dudas.
Franco.Mayo de 2005
Hola Franco. Sin duda tu encantador y excitante cuentito me obliga a pensar en la realidad de tener sexo o hacer el amor con un vellohomo, por supuesto. Creo que tu narración generosa y lúcida en detalles que conocemos y disfrutamos todos, a mi parecer, destaca el papel de la ternura cuando se comparten momentos no solo tan placenteros, sino también tan llenos de un profundo y dulce sentimiento. Quizá suena muy romántico, incluso ideal o irreal para nuestro época. Sin embargo, yo lo prefiero así. Cuanto lastima descubrir que solo te han utilizado o engañado, y a pesar de que la mayoría lo haga, eso no me parece justificable. No pretendo filosofar, ni discutir. Ante todo respeto otras opiniones. Yo deseo expresar solamente que aprecio, "con los ojos agrandados", esa indiscutible ternura que provoca y me provoca en un hombre; sobre todo cuando quiere ser libre y cuando quiere ayudarme a liberarme; pero jamás cuando pretenda lastimarme u oprimirme. Tu relato como todos los demás, propone una enseñanza. Gracias Franco por permitirme opinar aquí, en tu blog.
ResponderEliminarQue grato saludarte y saludarlos a todos.
Dong,
ResponderEliminarNo puedo expresar fielmente en palabras lo que valoro tu sensible comentario. Por supuesto que este lugar también es tuyo para opinar, expresarte o compartir cosas vividas. No tenés que agradecerme en absoluto nada de nada. Los hilos de esas experiencias a veces se conectan con otros, resuenan por simpatía con otras vivencias y entonces lo que se comparte es siempre interesante.
No sé bien qué usanzas, costumbres o hábitos rigen hoy nuestro tiempo, pero me atrevo a decir que la ternura a la que aludís (o aquello que nos abre de manera sincera y casi vulnerable a otra persona) es un tema tan universal que es inherente a cualquier época. Conmoverse a través de una historia, cualquiera sea el medio por el cual nos llega, es para mí una señal de que somos buenas personas, de que no nos hemos dejado insensibilizar por tanto caos reinante y tanta desintegración de los valores más importantes.
Gracias por tus palabras.
muy buen relato.estaba alli yo viendo esa pelicula, me calentó y senti paz al final del mismo, como si yo hubiere sentido el mismo placer de esos 3 hombres.
ResponderEliminarUna vez más te has superado. Muchísimas gracias por compartir tu trabajo y tu talento.
ResponderEliminarMagnífico una vez más, Franco. Muchas gracias por tanta generosidad continuada con esta nueva y nuevamente excitante aportación.
ResponderEliminarSoy un inútil que no se ni puedo expresar la excitación, ternura y amor que me conmueven íntimamente tus relatos. Por eso me hago eco de los conceptos expresados por todos los comentarios anteriores, en especial el de Dong, incluyendo tu respuesta al mismo. Es como yo concibo un acercamiento entre hombres y, salvo una corta relación que tuve, no experimenté nunca. Gracias Franco por los buenos momentos.
ResponderEliminarGracias por tan bellos comentarios que ejercen en mí una alegría motivadora.
ResponderEliminarTanto los del amigo Anónimo, Fernando, y el último de Charly Pachir, que me deja ver una partecita íntima de su alma.
Es un placer tenerlos cerca.
Hola. Buenísimo. El taxista ¿A quién le deía ¡PUTO! ?
ResponderEliminarMUY BUENO