Cuando la felicidad está al alcance de la mano

Sabemos que es así, que seremos felices en un abrir y cerrar de ojos. Una felicidad inmensa, o una muy pequeñita, apenas instantánea. Y no nos podemos contener. Sí, las manos se nos van solas al encuentro del atractivo objeto de nuestra felicidad. Tocamos lo que nos gusta, o lo que sabemos que nos va a gustar, o lo que aún no sabemos que nos va a gustar pero en definitiva tenemos -imperiosamente- que constatar. Entonces se dan situaciones interesantes. El toque, roce, frote, presión, lo que sea, viene a veces solapado bajo un disimulo magistral, o bien abiertamente, porque también esas acciones bien exageradas pueden -en nombre de aquellas cosas catalogadas "entre hombres"- ocultar y suavizar lo que no queremos dejar al descubierto.
Tocamos todo lo que nos gusta, y seguramente esto se deba a resabios de conductas practicadas desde la más tierna infancia, como jugando, amparándonos también en esa excusa, en hacer algo sin querer, o -voto al Chespirito- sin querer queriendo.
¿Realmente sorprendemos cuando nos ponemos "tocadores"?, no lo creo, porque hay algo en nuestro interior que nos asegura que cuando tocamos al otro, ese otro de alguna manera estuvo esperando ser tocado, como si fuera hábito, como la cosa más natural del mundo. Y nadie se sorprende por eso. Tampoco se censura, nadie puede resistirse a la felicidad.






















































Comentarios

  1. Está la palmadita que del hombro y espalda bajó a las nalgas y se ha vuelto "aceptable", mientras los demás toqueteos si uno no está seguro de la recepción del otro han de ser como lo recomiendan en "El Padrino" : "que parezca un accidente"
    Fabrice

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  2. Mmmmm... sí, estos accidentes que no matan a nadie, son absolutamente deliciosos.
    Que parezca un accidente. O no.

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