El cuentito de fin de mes
- La casa abandonada -
Como todas, aquella tarde también pasaba
lenta en la isla. Todos disfrutábamos del día soleado. Muchos años han pasado
pero recuerdo todo nítidamente. Recuerdo que éramos cinco familias en la casa
de fin de semana de nuestro amigo Antonio. Todos amigos, algunos nuevos, otros
de años. La sobremesa ya era una dilación insoportable, entre los gritos de los
niños, los cuentos de oficina y los temas más femeninos que intercambiaban las
mujeres.
Hacía rato que Ismael se había alejado por
el parque. Lo vi abandonarse bajo un tilo y acomodarse boca arriba con un vaso
de vino, adaptando su espalda a una estratégica raíz. Se había abierto la
camisa de par en par, tal vez para ser acariciado por la brisa calurosa de la
apacible tarde. Lo había conocido allí, era un amigo más de Antonio. Habíamos
intercambiado más miradas que palabras cuando tuvo lugar el rito de las charlas
entre hombres, rodeando el asador. También estaba Nicolás, y Thomas "el
alemán", esposo de Clara, amiga de toda una vida. Conocía desde hacía
tiempo a ambos. Tal vez por eso la timidez de Ismael, nuevo huésped, hacía que
pareciera callado, a pesar de su simpatía y su sonrisa.
Me encaminé hacia el tilo dejando atrás
charlas y risas. Mi esposa, presa repentina de un malestar liviano, se había
retirado a descansar a una de las habitaciones de la casa. Unos pasos me
separaban aún de Ismael. Vi que habría un ojo, y levantando la cabeza, me
estiró una mano, saludándome sonriente. Acostado, bajo la sombra fresca, tenía
las piernas cruzadas y una mano debajo de su cabeza. Moreno, la negrura de su
cabellera se repetía en esos inquietantes bigotes. Una fina vellosidad oscura recorría
su pecho semidesnudo. Mis ojos se quedaron un minuto en aquellos pezones
rosados y grandes, erguidos por sobre sus anchos pectorales. De pronto me sentí
muy atraído por ese hombre de edad mediana y ojos claros. Un mechón rebelde
caía sobre su frente. Su hijito de nueve años, pasó corriendo y él lo detuvo
atrapándolo con sus fuertes brazos, prodigándole infinitas ternuras. Después, padre
al fin, cuidó de que sus zapatillas estuvieran bien atadas y le acomodó la
ropa. El niño jugueteó un rato alrededor nuestro, jugando a las escondidas con
nuestras risas, ocultándose tras un árbol o arbustos para salir y pretender
asustarnos como si fuera un león feroz. Después de un rato, atraído nuevamente
por el parque seductor, se escabulló de las caricias de su padre y riendo salió
al encuentro de los otros chicos.
Seguí avanzando y enseguida estuve de pié
al lado de Ismael. Lo miré atentamente.
- A veces me gustaría también esconderme
como un chico. Jugar a que nadie me vea..., sin preocupación alguna..., libre.
Sonreí al verlo suspirar. Él me devolvió
la sonrisa con complicidad. Se había aflojado el cinturón del pantalón y el
cierre abierto mostraba la blancura de un slip que insinuaba deleites mayores. Sacudí
levemente la cabeza, como para sacarme ciertos pensamientos de encima. Me senté
al lado de Ismael, y al rato estuve acostado yo también, dejando volar la
mirada hacia la copa verde del tilo.
Y fue una delicia ir dejando paso a
nuestra charla. Hablamos de nimiedades, como para entablar un primer diálogo. Y
luego, nos sentimos muy cómodos al ver que la charla seguía su curso sin
demasiado esfuerzo. Así me enteré que Ismael era empleado en una empresa metalúrgica,
que aquel niño era el hijo de su primer matrimonio y que se había vuelto a
casar hacía tres años, que le encantaba nadar y que caminar era su pasatiempo
favorito.
Cada tanto, entre frase y frase yo
aprovechaba que Ismael seguía mirando hacia el cielo para echar un vistazo raudo
hacia la abertura de su pantalón. Y maravillado, descubría que de acuerdo a sus
movimientos, la tela del slip se levantaba a veces, y una oscuridad vellosa
aparecía entonces, haciendo que mis deseos de entrar allí con mi mano fueran
muy difíciles de contener.
Estuvimos como media hora hablando de
nosotros. Ambos compartíamos el placer de comunicarnos así, plácidamente,
lentamente y dejando una inercia natural en nuestro mutuo conocimiento. Cada
tanto, Ismael dejaba caer una mano sobre su pecho, se acariciaba o se pasaba la
mano por los pezones, espantando los insectos, tocándose con abandono y sin
pensar. Yo encontraba todos esos movimientos sensuales y perturbadores. Sus
dedos arrasaban con esos pelitos suaves y escasos que cubrían sus generosos
pectorales. Su camisa se abría más y sus velludas axilas asomaban descaradas,
como invitando a ser tocadas y besadas. Lo imité sin darme cuenta, comenzando a
desabrochar también mi camisa. Cuando mi pecho emergió al exterior, me di
cuenta sorprendido que sus ojos se habían desviado hacia mí, dejando por un
instante la copa de nuestro tilo. También desabroché el botón de mi pantalón,
mascullando no sé qué cosa acerca de la sensación de pesadez que el asado había
dejado. Metí una mano por debajo de mis calzoncillos y me acomodé
intencionalmente mis bolas en un gesto muy natural y típicamente masculino.
Cuando por fin quedamos en silencio,
Ismael se incorporó y me invitó muy sonriente a una caminata por la costa. La
idea no me pudo parecer más oportuna. Deseaba estar a solas con él, lejos de
toda aquella gente que rondaba por el parque hablando fuerte y haciendo chistes.
Me pregunté si él quería lo mismo y me maravillé al pensar que eso podía
ocurrir aceptando de buen grado su proposición.
Salimos casi sin ser vistos y tomamos el
sendero por detrás de la casa. Pronto alcanzamos el caminito de la costa. La
lujuriante y selvática vegetación de las islas del Tigre nos empezó a rodear mientras
el río, que iba tan lento como nosotros, acompañaba nuestros pasos.
El sol nos bañaba de a ratos asomándose
por entre las casuarinas y la temperatura comenzó a subir muy pronto. Retomando
la conversación caminamos largo rato. Aquella zona islera no era demasiado
poblada. Cada tanto pasábamos por algunas casitas de fin de semana y otras
donde vivían algunos isleros. De tanto en tanto atravesábamos verdaderas selvas
y terrenos de casas abandonadas, tan frecuentes en esos parajes.
Y fue después de pasar un abrupto recodo
del río cuando nos llamó la atención una vieja casona metida en medio de una apabullante
selva, entre malezas y pastos altos, a unos diez metros del sendero. En su
abandono total, aún llegaba el eco de su pasado esplendor. Sobre su entrada,
ahora transformada en un oscuro hueco, se podía distinguir el nombre de la
villa: "La escondida". La cerca de madera estaba podrida y frente a
su acceso se veían los restos de un muelle.
Pronto la luz cambió. El río dejó su
cansino fluir y se veía quieto. El sol había quedado oculto tras unos nubarrones.
Cuando miramos a lo lejos, en un claro del bosque, pudimos advertir las nubes negras
que avanzaban hacia nosotros. Nos miramos como dos niños exploradores en medio
de una aventura sin igual. Hubo mucha confabulación en esa mirada, y sin
decirnos nada seguimos avanzando en nuestra caminata costera.
Llegamos a un lugar donde entre las
malezas asomaban unos naranjos. Las frutas nos estaban esperando así que
corrimos hacia ellas e Ismael, como un chico, empezó a trepar un naranjo, empecinado
en alcanzar varias naranjas. Me pidió ayuda para poder escalar el tronco. Yo,
detrás suyo, sólo atiné a sostenerlo. Las naranjas estaban altas e Ismael,
subido a duras penas sobre una rama, no conseguía avanzar más. Me volvió a
pedir que lo sostuviera para no caer y yo, trepado a medias, lo tomaba por las
piernas. Mis manos se posaron firmemente en sus muslos. Sentí una fuerte
excitación al sentir ese contacto. Ismael estaba muy ocupado en manotear los
frutos, pero aún no conseguía alcanzarlos. Subí un poco más. Entonces quedé con
mi cara a la altura de su pelvis. Frente a mí tenía aquel bulto tan atractivo.
Ismael, en medio de risas, me rogó que no lo soltara, estirándose a la vez para
alcanzar una gran naranja.
Ya todo era un juego delicioso. Puse mis
manos en su cintura. Para mi sorpresa vi que aún llevaba desabrochado el
pantalón. Mis ojos, a breves centímetros de su ombligo lleno de pelos,
contemplaban ese excitante espectáculo. Por fin, una naranja cayó al suelo,
luego otra y otra. Pero para él no era suficiente y el juego consistía en
arrebatarle al árbol todos los frutos posibles. Pude advertir el casi infantil
desafío que se imponía a su diversión. Cuando quiso tomar las de más arriba,
tuve que sostenerlo más firmemente. Ahora mi boca casi rozaba su bulto. Su olor
me invadió. Y también hizo que una maliciosidad que no creía tener aflorara.
Sin pensarlo, y bajo excusa de sostenerlo para que no cayera, aproveché la
situación (estaba seguro de que no se daría cuenta) y jalé con fuerza el
pantalón que unos cuantos centímetros arrastrando también el slip. Casi perdí
el equilibrio al ver que el comienzo de su vello púbico asomaba generosamente
por entre la ropa interior. Tuve temor de que mi jugada hubiera ido descubierta.
Pero Ismael seguía muy concentrado en su juego. Algunos frutos volvieron a caer
al suelo mientras Ismael vivaba sus propios logros, entre bromas y risotadas. Dejé
de sostenerlo por el pantalón y mis manos subieron a su cintura desnuda. Mis
manos tocaron su piel. Creí enloquecer. Toda su peluda pelvis quedó entonces
ante mi cara asombrada. No pude evitar abrir la boca, sintiendo que mis
glándulas salivales trabajaban al máximo. Era como invadir una secreta zona.
Veía cada detalle de su pubis y sufrí una secreta vergüenza por vedar ese
sector privado.
Ismael hizo un nuevo esfuerzo y su torso
girara ciento ochenta grados. Con el pantalón tan bajo, su hermoso trasero
quedaba descubierto y vulnerable a mi vista. Perfectamente curvo, sin vello
alguno. Su piel era muy blanca. Sólo una sombra fina de vellos que emergía
sutil por entre las nalgas. Mis manos lo aferraban tan fuerte, por las caderas,
que sus glúteos se contraían acentuando el comienzo de una raya perfecta y
profunda. El resto, para mi pesar, se perdía dentro del pantalón.
-¡No me sueltes! - me ordenó, siempre
riendo. Yo, por supuesto, no tenía intención de desobedecerlo.
Entonces, un ruido inmenso nos paralizó.
Un trueno hizo temblar la tierra. Luego
otro, y otro. Ismael me miró, entre risas y expresiones infantiles. Nuestras
miradas chocaron. Volvimos a mirar el cielo que había cambiado repentinamente de
aspecto. La luz había mutado a la par del viento y todo se oscureció
rápidamente. Un fuerte relámpago encandiló todo el paisaje. Entonces, como si
esto lo volviera a la realidad, y notando que pronto quedaría con el miembro
afuera, acomodó su pantalón y la hermosa exposición quedó fuera de mi vista.
Lamenté eso para mis adentros, maldiciendo rayos y centellas.
Nuestras cabezas, y luego nuestros pechos
semidesnudos, sintieron las primeras y frías gotas. La tormenta avanzaba desde
el sur. Eran gotas pesadas y grandes anunciando un fuerte aguacero. La brisa,
poco a poco se iba transformando en viento. Nos volvimos a mirar y recogiendo
las mejores naranjas del suelo, decidimos volver, intentando contener los frutos
entre nuestras camisas abiertas.
Emprendimos a paso rápido nuestro regreso,
mientras pensaba en lo deliciosa que había sido aquella visión que Ismael me
había regalado involuntariamente. Seguramente, más tarde, podría descargar en
una intensa masturbación el semen acumulado en aquellos momentos.
Pero no contaba con que la lluvia, que
cada vez era más densa, sería una aliada para lo que viviría en los próximos
minutos.
Cuando retomamos el camino, siempre por la
orilla del río, los truenos eran ensordecedores, y la lluvia ya era cerrada. En
poco tiempo estuvimos completamente empapados. No obstante, lo único que
podíamos hacer era seguir camino. Pero el viento había comenzado a soplar tanto
que arqueaba las copas de las casuarinas. Mojados como estábamos, pronto
sentimos frío.
Ismael me precedía. Yo lo seguía a un
metro. Su camisa se había pegado íntegramente a su cuerpo. En un momento fuimos
conscientes también de que estar en ese lugar, con esa tormenta, no dejaba de
ser peligroso. Muchos árboles caen con semejantes lluvias. Apresuramos el paso,
algo temerosos, por cierto. Fue cuando yo resbalé en un lodazal y caí
completamente entre las naranjas que rodaron por el barro. Ismael vino en mi
ayuda. Tomándome de las manos hizo que me pudiera levantar. Ahora no sólo
estaba empapado sino completamente enlodado. La situación empeoraba y decidimos
dejar las naranjas para poder andar mejor por entre los intrincados arbustos.
Sentíamos mucho frío y estábamos calados hasta los huesos.
En un momento estuve por perder el
equilibrio nuevamente, entonces Ismael me sostuvo firmemente por un hombro,
rodeándome con su fuerte brazo. Sentí su fuerza y por un momento dejé que una
exclamación se filtrara por mi boca. El contacto hizo que un escalofrío me
llegara hasta mis partes más íntimas, sintiendo un fuerte temblor en mi latente
miembro. Nos miramos, como chequeando que ambos nos encontráramos bien. El
terreno estaba muy resbaloso y para no caer seguimos camino aferrados por los
hombros. Miramos el río. Parecía haber subido considerablemente.
Nos detuvimos cuando volvimos a pasar por
La Escondida. La vieja casa abandonada que habíamos divisado en nuestro camino
emergió nuevamente, misteriosa y muda entre los árboles. La densidad de la
tormenta difuminaba más aún esos muros, cubiertos de enredaderas y musgos.
Entonces un gran relámpago la iluminó por completo. Era imponente. La visión se
hizo todavía más dramática por el ruido de la lluvia seguido del temblor del
trueno.
En ese momento, otro ruido nos previno.
Una rama crujió y se desprendió de un gran árbol sobre nuestras cabezas. Ismael
alcanzó a darme un empujón y nos apartamos instintivamente. La rama cayó
pesadamente a pocos centímetros. Nos miramos sin decir nada, sabiendo de
inmediato que pensábamos lo mismo.
Atravesamos la cerca, dispuestos a
refugiarnos en La Escondida. Buscamos enseguida un techo para protegernos de la
lluvia que arreciaba cada vez con más fuerza pero el alero exterior estaba
completamente vencido. Miramos aquellas letras borrosas sobre el hueco de la puerta
rota y entramos. Estábamos los dos muy agitados, el último tramo lo habíamos
hecho corriendo. Una vez adentro de la casa sentimos el alivio de no ser
castigados por la lluvia. Todo era penumbra. Entonces el frío fue insoportable. Tiritando casi
convulsivamente, avanzamos unos pasos. El piso estaba anegado y nuestras zapatillas se hundieron en unos diez centímetros
de agua y barro. En la penumbra vimos una escalera. No lo pensamos dos veces y
comenzamos a subir. Arriba había varias habitaciones. Y nos quedamos en una que
aún conservaba los postigos de las ventanas y no tenía tantas goteras.
Temblando de frío, Ismael miró la
habitación en todas direcciones deteniéndose en el piso de mosaicos. Empezó a
juntar unos papeles de diarios y hojas secas. Muy bien no entendía que era lo
que se proponía, hasta que me dijo que buscáramos ramas y troncos. De su
bolsillo sacó un atado de cigarrillos que estaban completamente mojados. Buscó
en su interior y apareció nuestra salvación: un encendedor. Se deshizo del atado
de cigarrillos y me lanzó una mirada triunfante. Yo le devolví la sonrisa y me
contuve para no lanzarme hacia él y darle un beso.
Recorrí el lugar y pronto encontré los
restos de una mesa y un par de sillas. Dispusimos todo sobre el piso, entre los
gemidos que nos arrancaba el frío. Teníamos que tener cuidado de no mojar las
maderas. La primera llama creció rápidamente entre las hojas de periódico
debajo de la leña y en unos minutos el fuego empezó a arder con fuerza. Los
primeros calores reconfortantes llegaron hasta nosotros.
Bajo la luz de las llamas, pudimos
apreciar un cuarto más o menos amplio, de techos altos y paredes envarilladas
que aún testimoniaban una antigua elegancia. El cielorraso conservaba todavía
deslucidas molduras, y una araña desvencijada aún pendía resistiendo con
orgullo el paso del tiempo. Afuera la lluvia, sobre repetidos truenos, caía con
tal estruendo que teníamos que hablar en voz bastante alta para poder
escucharnos.
Casi sin pensarlo, me quité la camisa
empapada, repasando con mi mano seca la mayor superficie de piel que podía para
sacudir el agua de mis vellos. A Ismael le pareció buena idea y también se
quitó la camisa. La estrujó entre sus manos y una gran cantidad de agua cayó sobre
el descolorido piso de baldosas. A las camisas siguieron los pantalones que
también estaban muy mojados. Ismael se paró y comenzó a quitárselos. No lo dudé,
me desabroché rápidamente y me quité también los pantalones.
Sólo queríamos estar secos, eso era
cierto, pero de inmediato advertí que la situación se teñía de un clima único. Los
dos en ropa interior, solos, en una casa abandonada en medio de la tormenta y junto
al zigzagueante fuego. Lo miré. El blanco slip, de una tela muy fina, estaba mojado y transparentaba todo.
No pude ya sacar la vista de su bulto. Todo su vello púbico se adivinaba
perfectamente en esas transparencias.
Seguramente en ese momento Ismael había
advertido mi insistente mirada. Pero ya no me importaba mucho, todo era muy
excitante, no podía darse mejor escenario y tan óptima situación.
Dispusimos la ropa mojada sobre los restos
de un sofá desvencijado que acercamos al fuego para que el calor fuera
secándola. Yo tomé parte de la tela de mis boxers y al retorcerla comprobé que
estaba empapada. Dudé un poco, pero me maravillaba la idea, así que lentamente
comencé a bajarme el bóxer. En mi cabeza sonaban como timbales los latidos que
sacudían mi pecho. El fuego ardía seguro y potente. Frente a mi compañero, ante
la luz rojiza, volví a sentir una fuerte excitación, viendo cómo iba
deslizándose la prenda hacia mis muslos peludos. Seguí bajando mi calzoncillo y
mis primeros vellos incomodaron un poco a mi amigo. Entonces muy complacido comprobé
que él también había decidido quitarse el slip. Disimulando su cara sonrojada
con una mirada hacia el techo, Ismael tomó por la cintura su slip empapado y lo
fue deslizando de una manera increíblemente felina. Dejé de respirar cuando su verga
asomó. No apuntaba hacia abajo, sino que se desprendía un poco hacia adelante a
pesar de estar en total reposo. Era considerablemente larga. Ambas prendas
húmedas cayeron al piso y quedamos desnudos frente a frente.
Hubo miradas furtivas. Ismael puso su slip
junto a la otra ropa y yo hice lo mismo. Pude ver su miembro colgando y
balanceándose a cada paso. Mi verga estaba un poco excitada, pero aún no estaba
muy dura. Solo estaba un poco más grande que de costumbre. Sentí vergüenza
entonces, pero era consciente de que había dado un paso que podía originar algo
increíble. El silencio y el aire ensimismado de Ismael me decía que le pasaba
lo mismo. Creo que hubo un intento de ambos de cubrir nuestra desnudez y nos
agachamos en cuclillas extendiendo las manos para calentarnos junto al fuego.
Nos concentramos en las vivas llamas. Después
de unos minutos me animé a alzar la vista. Vi como la luz sinuosa iluminaba el
hermoso cuerpo de Ismael. Entre sus piernas podía ver sus semicubiertos genitales.
Los míos seguían excitándose a medida que el calor se iba apoderando del
cuerpo. Nos quedamos sin hablar, mirando pensativos el fuego. Ismael temblaba
un poco todavía. Empecé a mirarlo casi descaradamente. No me importaba si él se
daba cuanta o no. De alguna manera quería manifestarle el creciente interés que
me provocaba su persona, aunque todavía no sabía cómo. Es notable como se
pierde toda referencia de delicadeza ante los deseos más intensos. Ismael,
tomando un palo de madera, avivó el fuego y reacomodó la leña. Al hacer esto se
puso de rodillas para no perder el equilibrio. Sus piernas se abrieron y me
ofreció una vista de maravilla. Yo también me arrodillé, sintiendo enseguida
como la excitación crecía en mí. Él se había quedado en esa posición. Las
piernas bien abiertas y extendiendo ahora las manos ante las llamas. No me
miraba a mí, sino que sus ojos se perdían en la luz del fuego, sin embargo él
sabía bien que yo sí lo estaba mirando.
La vista de ese miembro perfecto me
enloquecía. Quería tenerlo entre mis manos. Sus pelos caían sobre el tronco que
reposaba con gracia sobre las bolas colgantes. Eran pelos largos y negros, me
llamó la atención la manera en que cubrían toda su pelvis de una manera
redondeada, no en forma de triángulo como es lo común. Sus manos cayeron a los
costados. Yo no sacaba mi vista de su entrepierna. De pronto me di cuenta de que
algo cambiaba. La respiración se me cortó por segunda vez cuando advertí que la
pija de Ismael empezaba a latir y levantarse rítmicamente. Al ver esto, no hice
más intentos para refrenar mi erección y mi sexo también se animó a erguirse,
como si hubiera recibido una invitación inevitable.
En silencio, mi mente me preguntaba una y
otra vez si eso estaba pasando realmente. ¡Sí estaba pasando!. Mis ojos no
podían apartarse de esa verga que ya casi duplicaba su tamaño. La piel del
prepucio empezó a descorrerse y apareció un glande rosado y húmedo. Al instante
su miembro estuvo apuntando hacia arriba sin dejar de palpitar. El pudor había
quedado atrás y ambos, frente a frente, con nuestras máximas erecciones, no
dejábamos de observarnos en silencio. Ya no teníamos frío. No sólo el fuego
había contribuido para que eso sucediera, claro.
Ismael se puso de pie. Desde mi posición
en rodillas, lo contemplé. Estaba a un metro de distancia. Tenía un cuerpo
armonioso, casi escultural. Su verga enorme estaba allí, increíblemente dura. Yo
seguía en cuclillas, inmóvil ante tanto asombro expectante. Avanzó hacia mí y
en solo dos pasos, su miembro quedó a la altura de mi cara. Nuestros ojos se
cruzaron. Intensos. Desafiantes. Con una fijeza terrible y a la vez tierna. Ese
imponente aparato, a unos centímetros de mis labios, atrajeron mi vista. Nos
quedamos como un minuto así, quietos, casi en éxtasis, sin pronunciar palabra.
Solo la lluvia hablaba ensordecedoramente.
En ese momento, el miembro de Ismael se
arqueó involuntariamente. Subió más todavía y el glande se le hinchó con la
convulsión, al tiempo que salía un hilo de líquido transparente del diminuto
agujerito. El hilo se resbaló por entre la roja cabeza y empezó a deslizarse
hacia el suelo, estirándose infinitamente. Abrí la boca y antes de que cayera,
el líquido fue a parar a mi lengua, que lo recibió anhelante. Tragué el salado
licor.
Ismael me miraba con un gesto extático.
Volví a mirarlo a los ojos. En esa mirada había como un pedido de permiso. Él,
para darme confianza y tal vez para afirmarla también a sí mismo, hizo un leve
asentimiento con su cabeza a la vez que entrecerró un instante sus encendidos
ojos.
Afuera la lluvia y el viento azotaba la
vieja mansión. No esperé más, la carta blanca había sido otorgada. Mi lengua,
que quería más, avanzó y fue al encuentro de ese tronco fabuloso. Mis manos se
escabulleron por detrás y tomaron fuertemente los glúteos de Ismael. Toda su
verga, dura como estaba, fue a parar al interior de mi boca. Cuando quedó
completamente enterrada entre mis labios él no pudo contener un largo suspiro
que me hizo estremecer. Sus manos fueron al encuentro con las mías. Pero casi
no podía sostenerse en pié. Su cuerpo, víctima de placeres casi violentos, se
corcoveaba y contraía involuntariamente. Su pija entraba y salía de mi boca.
Pero no solo su hermoso pene era el objeto de mis succiones. Ardorosamente,
recorrí con mi boca los largos pelos negros, sus ingles y sus bolas, suaves y
cubiertas de una pelambrera fenomenal. Todo volvió a estar mojado, pero ahora con
mi saliva. Ismael, casi a punto de caer, no pudo sostenerse más y se dejó caer sobre
mí. Los dos arrodillados, frente a frente, nos miramos por un instante agitados
y gimientes. Recibí en mi cara el divino aliento que salía de su boca. Serios,
con las bocas entreabiertas vimos como el resplandor de un relámpago iluminaba
nuestras caras. Él me tomó la cabeza con sus manos y me atrajo hacia su boca.
Fue un movimiento lento, interminable. Cuando nuestros húmedos labios estuvieron
a escasos dos centímetros de distancia él sacó su lengua y los lamió con
dedicación. Mi erección estaba a pleno, sin embargo al continuar palpitando
parecía seguir creciendo. Llevé una mano para acariciarla, pero la de Ismael se
me había adelantado. Al sentir que sus dedos aprisionaban mi verga no pude más
que lanzar un largo gemido, ahogado amorosamente en su boca que empezaba a
besarme apasionadamente. Sus manos se abandonaron a mi piel tan tiernamente que
un escalofrío me recorrió íntegramente. Sin dejar de besarme tomó mi sexo con sus
dos manos, acariciando, masturbando y frotando ávidamente toda la zona.
Entonces hice lo mismo. Mientras lo bombeaba dulcemente una mano dejó el tronco
y bajó por debajo de las bolas para explorar y excitar su ano. Todos estos
movimientos eran seguidos con sus más ardorosas exclamaciones y gemidos. Yo le
respondía entrecortando mi respiración involuntariamente. Frotando su agujero
sentí como éste se dilataba. La posición favorecía esa apertura. También sentí
sus dedos en mi culo. Pronto ambos teníamos los dedos masajeándonos esos
tiernos portales de delicias varoniles. Seguíamos los movimientos en forma
paralela. Un dedo me penetró. Yo lo imité. Pronto los dedos se fueron
adentrando más y más. Y necesitamos llevarlos a nuestras bocas para lubricar después
toda la zona. Jugamos a eso durante bastante tiempo. Los dedos que penetraban
nuestros anos y la otra mano que subía y bajaba sobre la verga del otro.
Entonces nos abrazamos.
Nuestros cuerpos estaban mojados, sí, pero
ahora era a causa del sudor, pues, de pronto el calor se había transformado en
ardor. Sentimos las vergas frotarse entre sí. El choque de los cuerpos nos
fundió en uno.
Pero en ese momento ocurrió algo que nos
dejó inmóviles. Fundidas con el ruido de la lluvia, Ismael y yo creímos
escuchar voces a lo lejos. Nos apartamos instantáneamente sin dejar de
mirarnos. Prestamos mucha atención entonces...
-¡Eh! ¡Hola...!
-¡Eh! ¿Están ahí?
¡Eran las voces de Nicolás y Thomas!. Nos
miramos sin saber qué hacer.
Las voces se acercaban. Miramos el fuego.
Ya era inútil apagarlo, pues Nicolás y Thomas, habían notado con certeza el
resplandor de las llamas y ya estaban frente a la casa. Ismael y yo estábamos
pálidos. Agitados, nos dimos cuenta que el susto fue bajando nuestros ardientes
palos. Yo me dirigí hacia una de las ventanas.
- Sí, son ellos. ¡Ya están aquí!
Ismael me miró sin poder moverse. No había
tiempo de vestirse. Los dos hombres corrían bajo la lluvia gritando:
- ¡Eh! ¡Contesten!, ¿Están acá?
Mirando de reojo hacia mi aterrado
compañero sólo pude gritar ahogadamente:
- ¡Sí, aquí!, ¡aquí estamos!.
Era inútil ocultarnos, no podíamos hacerlo.
Volvimos a escuchar nuestros nombres. Ismael y yo nos pusimos de cuclillas
frente al fuego. Ismael se puso nerviosamente a atizar las llamas. Esta vez
estábamos temblando, pero de pudor y temor. Nicolás y el alemán Thomas subieron
a horcajadas las escaleras y enseguida atravesaron el umbral de la habitación.
Al verlos entrar, Ismael y yo quedamos petrificados.
Entonces escuchamos las carcajadas.
Riendo, empezaron a gastarnos bromas.
- ¿Qué hacen acá? – dijo riendo Nicolás.
- ¡Pensábamos que estaban perdidos! – fue
la exclamación de Thomas con su acento alemán.
Se burlaron de nosotros entre risotadas al
vernos en bolas. Y en realidad, entre miradas cómplices, con Ismael nos
sentimos aliviados de que la situación no hubiera sido tomada como lo que era
realmente. Eso sí, tuvimos que soportar toda clase de chistes en doble sentido,
sobretodo de Nicolás, pues el humor del alemán no llegaba a tanto. Tanto Thomas
como Nicolás estaban empapados. Y ambos temblaban de frío.
- Bueno – retomó Nicolás – fue buena idea
encender el fuego. Era lo mejor que podían hacer para calentarse ¡qué
tormenta!.
- Salimos a buscarlos porque cerca de la
casa cayó un árbol, todos estábamos preocupados..., como tardaban tanto... –
dijo seriamente Thomas.
- Sí, fue a pedido de las esposas...
Entonces, como para aquietar, tal vez con
cierto disimulo, nuestras conciencias algo intranquilas, y sobre todo para
calmar el susto que veía en la cara de Ismael que permanecía con la mirada fija
en el fuego intentando cubrirse las bolas, les dije a ambos:
- Bueno, ya que están acá, acérquense al
fuego.
Ismael me miró serio. En realidad, todos
nos miramos. Diría que con cierta significación en nuestras miradas. Nicolás
sonreía, casi reía nerviosamente, aunque poco a poco fue poniéndose también más
serio. Entonces, después de un silencio casi interminable, Thomas dijo con la
seriedad que lo caracterizaba:
- No, no. Yo regreso. Voy a volver para
dejar tranquilos a todos y decirles que no pasó nada grave. ¿Vienes tú,
Nicolás?
Nicolás dubitó.
- No sé. La lluvia cae más fuerte ahora y
tengo frío, ¿por qué no esperamos a que pare?
Cruzamos miradas con Ismael advirtiendo
que la duda de Nicolás se transformaba en un deseo casi aventurero de quedarse
con nosotros. Las miradas de los cuatro se cruzaron. Nada dijimos. Sólo Nicolás
terminó su frase:
- Andá nomás, Thomas. Me quedo hasta que
llueva un poco menos - dijo, extendiendo sus manos hacia el fuego.
Los tres miramos a Thomas. Entonces
Nicolás volvió a sonreír mientras bromeaba:
-Creo que estos necesitan a un hombre que
los proteja de los peligros de la naturaleza – dijo irónicamente. Nos reímos
todos y seguimos gastando chistes nerviosamente entre carcajadas. Thomas se quedó
algo callado. Dudó un segundo. Y salió escaleras abajo, perdiéndose de nuevo en
medio de la lluvia. Sí, Thomas había percibido sin dudas lo que estaba pasando
en La Escondida. Me asomé a la ventana y lo vi correr, como si huyera, en
dirección al camino de regreso. Nicolás miró alrededor, nos miró a Ismael y a
mí, y dijo:
-Bueno, ahora Thomas va a avisar en la
casa que los encontramos, no hay nada de qué preocuparse.
Había dicho esto con cierto tono y
seguramente para dejarnos tranquilos, pero yo sabía que se lo decía a sí mismo.
Los tres nos miramos sonrientes y volvimos
los ojos al fuego. La lluvia seguía implacable y parecía no querer menguar.
Nicolás estaba mojado y tembloroso. Pronto, Ismael y yo olvidamos que estábamos
desnudos y comenzamos a hablar de no sé qué cosas. Nicolás, con cierta
inhibición en su tono de voz, dijo:
- ¡Mierda. Hace mucho frío!
Ismael me miró. Comprendí enseguida esa
mirada. Me volví a Nicolás. Vi su aspecto. Nicolás era un hombre de unos
treinta y cinco años. Medianamente alto, era de una personalidad simpática y
seductora. No era un tipo bello, pero una masculina apariencia, liderada por
sus increíbles ojos verdes, lo hacía muy atractivo. Una cuidada barba bien
recortada, enmarcaba su espléndida sonrisa. Ismael dijo riendo:
- ¿Tenés frío?, bueno, no esperes que te
consiga una toalla..., voy a ver si encuentro más leña.
Toda su desnudez salió por la puerta del
cuarto. En tanto, miré a Nicolás y le dije:
- Pero vení..., acercate al fuego.
Ambos nos quedamos pegados a las llamas.
Nicolás me miraba como temeroso, sin dejar de sonreír. En eso, Ismael llegó con
más maderas y las fue acomodando sobre el fuego. Me puse serio y mirando
nuevamente a Nicolás le dije:
- Nosotros pusimos a secar la ropa ahí.
- ¿Dónde? - preguntó Nicolás.
- En este viejo sofá - señaló Ismael.
Ismael, mirándome fijamente, le dijo a
Nicolás:
- ¿No querés quitarte la ropa también?, te
vas a resfriar si seguís con esa ropa toda mojada.
Ante estas palabras, los ojos de Nicolás
adquirieron un brillo muy particular. Miró a Ismael, luego a mí. Y asintió con
la cabeza. Entre las luces de las llamas, vi como la pija de Ismael había
cobrado nuevamente vida y se había agrandado otra vez. Eso hizo que la mía
respondiera de igual manera. Nicolás empezó a desabotonarse el jean. Estaba tan
tembloroso que apenas podía hacer esa tarea.
- ¡Tengo mucho frío!
Entonces Ismael se acercó por detrás de
él. Por mi parte me puse de frente a él y tomé los primeros botones comenzando a
desabrocharlos. Ismael hacía lo mismo con sus mangas. Todo fue lento y sensual.
Mi verga latía nerviosamente y no pude evitar que quedara dura una vez más.
Pero Nicolás, en su creciente nerviosismo, aún no lo había advertido. Después
de desabotonar la camisa el pecho de Nicolás apareció ante mí. Era increíblemente
velludo. Miles de gotas se escurrían entre los pelos. Al abrir completamente su
camisa, Ismael la tomó entre sus manos y la retorció para quitarle el agua.
Luego la extendió y la acomodó cuidadosamente junto a las nuestras. Nicolás
terminó de bajarse la cremallera del pantalón y yo ayudé a bajarlos. Supuse que
entonces él habría advertido mi erección inocultable.
- Estás empapado, dame eso – dije, casi
paternalmente, tomando su pantalón y dándoselo a Ismael para que lo colgara
cerca del fuego.
Cuando me volví hacia él, lo primero que
me llamó la atención fue el bulto que se marcaba en la bragueta de su bóxer
blanco. Quedamos casi formando un triángulo y los tres estábamos expectantes
ante lo que iba a suceder. Por fin, Nicolás, ya sin ocultar su excitación, y
comprobando nuestras fuertes erecciones, tomó el bóxer y se lo quitó lentamente.
La hermosa vellosidad de su abdomen se fue acentuando aún más ante nuestros
ojos a medida que la prenda íntima iba deslizándose hacia los muslos. Pronto el
vello se hizo tan espeso que a duras penas pudimos advertir la base del miembro
que emergía por entre los pelos. Por fin el bóxer bajó más y la verga de
Nicolás saltó hacia arriba completamente erecta. Estaba tan dura, que al salir
liberada golpeó con un fuerte chasquido sobre su ombligo. Era un aparato
descomunal. Grueso y lleno de pequeñas venas que lo cubrían en toda su
extensión. La verga, descapullada ya, nos señalaba descaradamente. Nicolás me dio
su empapada prenda íntima y yo la acomodé entre las otras ropas húmedas. Entonces
nos miramos mutuamente. Nos fuimos acercando, atraídos eléctricamente. Y
nuestros cuerpos chocaron en un abrazo mutuo. Nicolás agarró nuestras pijas y
empezó a bombearlas frenéticamente. Recuerdo que no podía dejar de sonreír como
un chico. Nuestras bocas se juntaron en un beso triple. Las lenguas recorrían y
saboreaban cada pliegue, cada labio, bigote, cada encía. Mis manos se posaron
en el pecho velludo de Nicolás. Separé esos largos pelos comprobando que debían
medir entre cuatro y cinco centímetros en los lugares más poblados. Muchos
estaban pegados por la humedad. Lamí todo su pecho y mientras me quedaba en los
pezones, sentí como éstos se endurecían al contacto con mi lengua. Ismael me
metió una mano por detrás, entre mis nalgas, alcanzando mis bolas y mi pija.
Lancé un gemido profundo y su mano hizo maravillas ahí. Nicolás respiraba
aceleradamente y bufaba a cada movimiento. Su verga se situó entre mis piernas
y la mano de Ismael no daba abasto para suministrar placer a los dos. Por eso,
se agachó y acercando su rostro nos empezó a lamer y chupar nuestras pijas que
a la vez éstas se frotaban fuertemente entre sí.
Estábamos enloquecidos de excitación. Abrí
la boca y encontré enseguida la boca de Nicolás. Nos dimos un beso en el que no
dejamos nada por succionar. Ya la totalidad de nuestras caras estaban mojadas
de saliva, ojos, nariz, mentones, barbas y bigotes. Abajo, arrodillado, Ismael
chupaba nuestras bolas, nuestros anos y nuestras pijas duras a más no poder. El
agujero de Nicolás había quedado completamente lubricado por la saliva de
Ismael. Yo lo giré entre mis brazos y un culo redondo y peludo quedó ante mi
enhiesta verga. Nicolás se abrió las velludas nalgas con ambas manos y me
ofreció ese delicioso portal de placeres. Ismael en tanto, se había apoderado
de su verga y se la había metido íntegramente en la boca. La punta de mi glande
se acomodó en el preciado hoyo. Con un leve empujón enseguida estuvo metida
hasta la mitad. Nicolás rugió, respirando agitadamente. Seguí entrando y pronto
mis bolas se pegaron a su culo, confundiéndose pelos y sudores. Pero cada
secreción era lamida por Ismael, que desde abajo nos chupaba a los dos. Yo
seguía penetrando a Nicolás. Era un culo abierto y húmedo. Podía entrar y salir
con mucha facilidad y ¡por lo visto Nicolás tenía mucha experiencia!. Caí en la
cuenta, asombrado, de que nunca me había dado cuenta antes de sus preferencias
sexuales a pesar del tiempo que nuestra amistad tenía. Eso me excitó
sobremanera. Cuando Ismael se incorporó, Nicolás apenas pudo tomarlo de los
brazos. Maquinalmente lo situó frente a él. Acercó la cara a su entrepierna y
engulló completamente su pija. Yo lo sostenía de los pezones, que masajeaba
intensamente. Miré a Ismael que estaba frente a mí. Él se acercó... y nos dimos
un apasionado beso. Creí que su lengua entraría hasta mi estómago, atónito e
incrédulo por su longitud.
Ismael cambió de posición y se puso de
espaldas a Nicolás que tenía mi verga en su culo, entonces, por sobre su hombro,
pude ver como su pija entraba en el culo de Ismael. Nicolás gimió de placer al penetrar
y ser penetrado al mismo tiempo. Fue un gemido largo y enloquecedoramente
masculino. Me toqué el culo y comprobé que lo tenía totalmente dilatado. Me
mojé la mano con saliva y lo lubriqué bien. Entonces salí del interior de
Nicolás y me apresuré a ponerme delante de Ismael. Él me rodeó con sus brazos y
yo me acomodé ofreciéndole mi trasero. Me abrió bien con sus manos temblorosas
y encajó violentamente su enorme verga adentro mío. Ahora era Ismael quien era
penetrado y a la vez me penetraba. Las manos de Nicolás llegaron hasta mis
pezones duros. Los pellizcó fuertemente, virilmente, mientras yo extendía mi
boca al encuentro de la de Ismael. Pronto sentimos también la boca de Nicolás.
Los tres, de pié ante el fuego y sin dejar de bombearnos y frotarnos unos a
otros, gemíamos, gritábamos, rugíamos por tanto placer experimentado. El sonido
de la lluvia, un poco menos intensa ahora, daba el acompañamiento ideal.
Nicolás, casi sufriente en sus suspiros, salió
del culo de Ismael y vino al encuentro de mi pija. Nuevamente entré en él,
mientras sentía la gloria paralela de ser ensartado por Ismael. Quedé en el
medio ahora. Habíamos completado el ciclo de las mutuas penetraciones.
Casi desfallecientes, nos dejamos caer sobre
el piso, sin importarnos mucho el polvo circundante. Éramos un trío tan
perfecto que sentíamos la necesidad de darnos mutuo placer al mismo tiempo y
equilibradamente. Fue entonces que me tragué la pija de Nicolás, y él la de
Ismael, mientras éste chupaba ávidamente la mía.
En ese triángulo divino estuvimos ocupados
como media hora. Por fin, sin poder contener ya tanta excitación, Nicolás fue
el primero en dar la señal de que iba a darnos todo su semen. Con violentos
convulsiones y un estremecedor grito casi de fiera, la pija que tenía ante mí largó
un chorro de espeso líquido blanco que fue a golpear directamente mis labios,
cayendo por mi pecho y mi panza. Yo no pude contenerme entonces y me derramé
totalmente en la boca de Ismael, viendo como la leche se desbordaba por entre
las comisuras de su boca, mojando y dejando rastros en su negro bigote. Vimos
como Ismael, abriendo la boca en un largo gemido, un dulce y tierno gemido,
tomaba su verga y apuntando hacia arriba descargaba chorros entrecortados que
saltaron a gran altitud. Con Nicolás sonreímos arqueando las cejas, asombrados
ante el espectáculo.
Los tres, satisfechos y exhaustos, nos
miramos profundamente. Nos sonreímos y nos acercamos para besarnos.
El fuego se iba extinguiendo y también la
lluvia. Permanecimos juntos, en el piso, en medio de caricias y besos tenues.
Los tres falos, brillantes y lustrosos, fueron perdiendo vigor en su necesidad
de reposo.
Fue Nicolás el primero que habló después
de un largo silencio donde sólo escuchábamos el débil golpetear de la lluvia
sobre el tejado.
- Jamás hubiese sospechado que algo así iría
a sucedernos.
- Yo tampoco - dijo Ismael.
- Ni yo - asentí - sin embargo, creo que
tarde o temprano...
- Ustedes son amigos hace mucho... -
sonrió Ismael.
- Así es, pero todo esto lo teníamos bien
escondido, ¿no es cierto, Nicolás?
- Creo que sí... - Dijo muy serio,
mientras se acercaba para darme un tierno beso. Ismael, acariciándonos, también
se acercó para compartirlo.
Y después, Ismael, tal vez por ser el más
pensativo de los tres, mirando introvertidamente las primeras brasas de la
fogata y luego a las paredes de la arrumbada casa que había sido testigo de
nuestro encuentro íntimo, dijo como pensando en voz alta:
- La escondida...
- ... El nombre es perfecto - susurró
Nicolás.
- A veces... - comencé a decir.
- A
veces, - interrumpió Ismael - me
gustaría esconderme como un chico. Jugar a que nadie me vea..., sin
preocupación alguna..., libre.
Sonreí, mientras acariciaba las mejillas
de mis amigos, recordando esa frase que, hacía tan poco, Ismael había dicho
bajo el tilo, como tratándose de un deseo que se dice a la vista de una
estrella fugaz.
Y ya no dijimos más. Solo sentíamos una
profunda calma, una paz exquisitamente fraternal. Pronto nos dimos cuenta de que,
gracias al fuego, las ropas estaban ya casi secas. Afuera sólo caía una leve
llovizna. Nos vestimos lentamente, sin ganas de salir de ese clima interior de
La Escondida. Pero al rato tuvimos que hacerlo, y, ensimismados, emprendimos el
regreso.
- Creo que mi camisa encogió - dijo
Nicolás.
- No. Es que ahora estás más grande - le
contestó Ismael.
Sonreí, retomando el camino.
Franco
Julio 2003 (revisión marzo de 2019)
Tremendo! Me gusta mucho cómo escribe. Un lenguaje elegante, pero no pretenciosa, claro, suficiente, sin ser exagerado. Sos todo un escritor! Me gusta mucho leerlo. De verdad. Más allá de mero porno, es literatura erótica y por eso me gusta mucho su blog. No es sólo porno. Es un ejercicio de subversión sexual!
ResponderEliminarUna vez más lo lograste. Estupendo cuento.
ResponderEliminarMuchas gracias por ser tan generoso y compartirlo con nosotros.
Saludos.
Fernando
José C,
ResponderEliminarMe siento muy halagado por tus comentarios. Escribir este tipo de relatos presupone una complicidad con el lector, que, en tu caso, advierto complacido. Gracias por tu sensibilidad y tus palabras!
Fernando,
Un gusto saludarte. Me da mucha satisfacción saber que te gustó, gracias!
A fin de mes habrá otra entrega, será un placer compartirla con ustedes!
Abrazos
Franco nos ha presentado un cuento fabuloso. Me hubiera gustado si Thomas el aleman habia cambiado de idea y devuelto a jugar con los tres amigos en "La Escondida" pero pena no lo hizo. Quizas la proxima vez. La idea de ver el semen derramarse y salir de la pija puede ser bueno para que el lector mismo se lo haga mas tarde solo o con companero. Tonyitalian
ResponderEliminarRepito lo que ya dije alguna vez. Desde VH, los parroquianos del cafe deberíamos proponer a Franco como candidato al Nobel de los cuentos homoeróticos!!!
ResponderEliminarMaestro en la dosificascion de los sucesos que van llevando, de una situación absolutamente cotidiana, con personajes de aqui a la vuelta, a descubrir facetas que ni no conocían de sus mismas vidas....
Gracias, querido amigo!!!
Tony,
ResponderEliminarEs verdad..., pero Thomas, de alguna manera, representa al indeciso que todos (o no) llevamos dentro. Indecisión por aquellas decisiones de las que en algún momento, quién sabe, nos podamos arrepentir. Muchas veces me ha pasado eso, y me arrepentí mucho después. Igualmente, tal vez a Thomas lo estamos reservando para otra historia...
Seba,
A veces tus comentarios me emocionan. Y hoy ha sido así.
No me opongo, como ya dije, a que me den el premio Nobel, uno manguitos no me vendrían mal.
Pero en serio, gracias por tus hermosas palabras.
Creo que el próximo relato, va a tratar también de los momentos cotidianos que... por cierto destello "aprovechado" oportunamente, se transformará en un hecho especial.
Abrazos!
Una vez más tu relato, este relato, me transporta a una edad que ya no tengo y me hace vibrar como entonces, con alguna diferencia de mi actual realidad. Sublimes las descripciones de los momentos ocasionalmente erótico-sexual que hacen "ver" la escena tal cual esta escrita. Los detalles le hacen a un todo teatral. Felicitaciones una vez más y que se proponga lo del premio Nobel, jajaja. Lo de arrepentirse por haber dejado pasar " el momento" es una realidad cuasi dolorosa. Un abrazo esperando el próximo.
ResponderEliminar