Para mis amigos - VII
Este cuento va para Santa Fe y sigue también a Formosa.
Entre padre e hijo.
Podría haberse tratado
de la mismísima personificación del dios Apolo.
Nada de eso, era
Marcos.
A la edad de diecisiete
años había desarrollado un cuerpo armonioso, perfecto.
Estaba apoltronado en
el sofá y el sol de la tarde, diluyéndose perezosamente, bañaba esa desnudez,
cubierta apenas por la breve ropa interior.
Dormitaba con la cabeza
echada hacia atrás. El brillo solar se posaba en su barbilla apenas sombreada
de incipiente barba. Totalmente relajados, sus brazos caían hacia los costados.
El libro que había comenzado estaba todavía en su mano derecha. Su torso,
fuerte, coronado con dos pezones rosados como capullos entreabiertos, mostraba
un vello temprano y casi adolescente entre los ya adultos pectorales. El dorado
vello se repetía en su ombligo y formaba una delicada línea que descendía por
su vientre suave hasta esconderse debajo del boxer blanco. La entrepierna abultada
prometía dulces encantos y dejaba adivinar el latiente sexo en el esplendor de
su vigor juvenil. Ahora el sol le daba de lleno distinguiendo sus piernas,
increíblemente velludas. Los pelos brillaban y se doraban aún más cuando la luz
rozaba sus puntas. La imagen era cautivante. La escena se completaba con el magnífico
fondo que asomaba tras la ventana. El agua del canal, las antiguas casas que lo
bordeaban, los hastiales, y a lo lejos la torre del Montelbaanstoren.
Evar quedó petrificado
ante la imagen del muchacho. Toda la masculinidad allí tendida era de una fortaleza
casi animal, sin embargo, el cuadro tenía una plasticidad de infinita sutileza.
Y se dejó llevar por esa embriagadora atracción. Sin poder dejar de mirar a
Marcos, pensó: ¡Dios! ¡Cómo ha crecido este hijo mío!
Como si hubiera dicho
estas palabras en voz alta, Marcos se estiró, se despabiló y miró a su padre
con una sonrisa llena de gozo, en medio de un bostezo interminable.
-Hola. Me quedé dormido
leyendo el libro que me diste. ¿Qué hacías ahí?
-Te miraba...
Marcos rió, y se sintió
feliz de que su padre volviera a tener aquel aspecto de los años lejanos. Si,
veía a su padre distendido, orgulloso, joven de nuevo.
-Papá, estoy muy
contento de haber venido a Ámsterdam.
-¿Sí? ¿De verdad?- dijo
Evar acercándose al sofá, y apoyando un brazo sobre la chimenea.
-Sí. Después de cinco
años que no vernos, ya sabés, tenía algo de miedo de volver a verte, pero
también muchas expectativas sobre nuestro reencuentro. Estuvimos muy lejos el
uno del otro…
-Estas distancias de
mierda – dijo Evar echando una mirada distante hacia el canal.
-No me refería a esas
distancias. Hablo de cuando aún cuando vos todavía no habías venido a Holanda,
papá. Allá, en Buenos Aires, viviendo con mamá, en realidad nunca estuvimos
juntos vos y yo. Yo era tan chico. Vos estabas en tus cosas... y... bueno, no
sé, tal vez haya sido mi sensación, después de todo, vos...
-Yo necesitaba irme,
Marcos. – interrumpió Evar, mirando fijamente a su hijo - Nunca me alejé, o
mejor dicho, nunca quise alejarme de vos. Pero a la vez era muy importante que
yo me estableciese en Holanda, no solo mi trabajo dependía de ello, sino que
aquí pude hacer lo que en Argentina jamás hubiera conseguido: empezar otra vez.
-Cinco años...
-Sí, hijo, cinco años
ya desde que dejé Argentina. Y cambiaste tanto. Si te hubiera visto por la
calle, tendría que haber hecho un esfuerzo por reconocerte. Estás hecho un
hombre.
Evar se acercó y se
sentó en el costado del sofá, junto a su hijo. Lo miraba embobado. Marcos había
echado sus brazos por detrás de su cabeza. Sus axilas, pobladas de un espeso
vello, llamaron la atención de su padre que todavía lo recordaba como un
pequeño. Sonriendo tiernamente lo acarició, pasándole la mano por entre sus
rubios cabellos, bajando por su mejilla hasta su barbilla, una y otra vez.
A Marcos le encantaba
que su padre lo acariciara de ese modo. Nunca había perdido ese gusto por las
caricias, y además, sentía que poco a poco, recobraba el afecto paterno, tanto
tiempo postergado, distanciado, anhelado. Evar rió:
-¡Mirá, mirá el
cuerpazo que tenés..!
Y bajando las manos un
poco por su torso, le hizo unas cosquillas. Marcos se retorció riendo.
Juguetearon así un momento, y enseguida, mirándose sonrientes, volvieron al
expresivo silencio. Marcos quiso saber:
-Y vos papá: ¿Estás
contento de que haya venido?
-¡Claro que sí! ¿Sabés?
Ahora siento por fin que vamos a tener todo el tiempo del mundo para estar
juntos, para charlar de nosotros, para conocerte, para recuperar todos aquellos
momentos que no pudimos vivir los últimos años. Y tengo que agradecerte que no me guardes rencor por haber estado lejos, sobre todo estos últimos años.
-Papá, te quiero mucho.
No puede haber ningún rencor entre nosotros.
El
sol, ese inusual visitante por aquellos cálidos días, descendía rápidamente.
Marcos se sentó en el sofá, dejó el libro a un lado y con una mirada que llenó
a su padre de emoción se acercó aún más juntando casi los rostros. En ese momento,
Marcos pareció recordar sus días de niñez. Sí, de pronto era un niño en el
cuerpo de un hombre. Abrazó a su padre y se sentó sobre sus muslos, como cuando
todavía vivían juntos, unos diez años atrás. Se abrazaron muy fuerte. Evar
sintió el calor de Marcos. Sintió su joven y fresco aroma y apretó contra su
pecho a aquel muchachote cuan largo era. Marcos se sentía otra vez cuidado,
querido, protegido ¡y había necesitado tanto ese reencuentro!.
Así permanecieron un rato.
Evar deslizaba su manaza por entre los cabellos de su hijo. Su mano descendía
lentamente por la espalda desnuda, produciendo una nueva sensación en Marcos. Pronto
las dos manos de Evar recorrían la suave piel de la espalda, quería tocar a su
hijo, explorarlo, reconocerlo como propio, volver a esa unión casi animal que había sentido cuando
su hijo era sólo un bebé. Hasta deslizó una mano bajando por las nalgas, por
encima del bóxer. Eran firmes, compactas. Se quedó un rato allí. Y entonces,
lentamente, aventuró la mano izquierda por debajo del elástico. Con apenas tres
dedos palpó la redondez suavemente cubierta de vello. Fue un instante de dulce
cercanía. Y se quedaron casi inmóviles.
-¿Tenés trabajo hoy,
papá?
-Sí, querido. Tengo la
cobertura de un recital en Leiden. Si querés comemos algo antes de que me vaya.
-¿Volvés tarde?
-Salgo dentro de 40
minutos.
Evar se había
establecido en Ámsterdam y era técnico de sonido. Trabajaba para la televisión
holandesa y su puesto le permitía vivir sin preocupaciones, finalmente. El
departamento que alquilaba en el Eilandsgracht, uno de los más bellos y
antiguos canales de Ámsterdam, podía dar cuenta de ello. Era un hombre trabajador,
sencillo y muy buen mozo. Tenía 42 años, pero aparentaba algunos años menos por
su expresión juvenil. Medianamente alto y de contextura corpulenta, tenía el
cabello rubio y ya adornado con canas, pero sus densos bigotes aún seguían
siendo dorados.
Cenaron algo liviano,
luego Evar salió rumbo a Leiden y Marcos decidió darse un baño. Después salió a
caminar un poco. Apenas había llegado hacía unos días y no conocía mucho de la
ciudad. Atravesó la cercana zona roja, en medio de inciertos olores y facciones.
Aún lo asombraban ciertas cosas de Ámsterdam, pero se sentía bien, y una
agradable y extraña sensación de libertad se iba adueñando de todo su interior
a cada calle caminada.
Caminó largo rato,
siguiendo por la Kalverstraat hasta el Amstel, y deteniéndose finalmente en el
puente frente a Waterlooplein. Allí esperó a que oscureciera, sentado en un
banco frente al río y pensando mucho en su padre, en esa relación interrumpida
y en esa duda que siempre lo acechaba acerca de si realmente habían estado o no
distanciados. Los motivos aún permanecían inciertos. En eso reflexionó todo el
camino de regreso a casa.
Sacó algo dulce de la
heladera y se puso a leer. Después tuvo ganas de ver televisión. El único aparato
de TV que había en la casa estaba en la habitación de su padre. Se instaló
allí, en la gran cama. Era blanda, muy confortable. Enseguida se puso a ver una
película inglesa. Al rato sintió ganas de cubrirse con el plumón, se desvistió
completamente y se metió dentro de la cama. Después de la caminata, y gracias
al pesado clima de Ámsterdam al cual Marcos no estaba habituado, el sueño fue
venciendo sus ojos.
Eran las tres de la
mañana cuando llegó Evar.
Encontró a Marcos
profundamente dormido con la televisión aún encendida. Apagó el aparato e
iluminó la habitación con la tenue luz de la lámpara. Miró a su hijo y el
primer impulso fue llevarlo a su dormitorio, pero enseguida se avergonzó de
haber pensado en despertarlo y contemplándolo nuevamente, sonrió tiernamente acomodando
debajo de la cabeza de Marcos la almohada que estaba por caer al piso. Marcos
susurró algo en sueños y suspiró dormido.
Entonces,
sigilosamente, Evar empezó a desvestirse. La cama era ancha. Los dos podrían
dormir cómodamente, pensó. Antes de acostarse, Evar contempló a su hijo. ¡Le
pareció tan bello! Sus párpados cerrados en fina curva, bordeados de largas
pestañas, su nariz recta, pequeña, esos labios oscuros. Tenía un brazo fuera
del plumón. Se le ocurrió ponerlo al abrigo de las cobijas y lo tomó suavemente,
cuidando de no perturbar su sueño, pero al levantar el plumón, vio ese pecho
desnudo que emergía del interior de la cama. Evar sintió algo extraño. A la
fascinación por su hijo, a ese amor paternal de extrema ternura, a la felicidad
de aquel reencuentro tan ansiado, ahora se sumaban nuevas sensaciones. Indescriptibles
y extrañas sensaciones. Miró a su hijo plácidamente dormido y levantó un poco
más la manta.
Sí, era Marcos. Su
pequeño Marcos, él estaba ahí, pero en el cuerpo de un hombre adulto que le
costaba reconocer. Y un hombre hermoso, por cierto. Descorrió asombrado la
manta y la bajó sin poder evitarlo. Sus ojos recorrieron ávidamente el cuerpo
de su hijo. Se acercó un poco más. La tenue luz bañó el cuerpo completamente
desnudo. Un deseo incontenible se apoderó de todo su ser. Marcos descansaba con
las piernas totalmente abiertas y su miembro joven y hermoso estaba allí,
incitando la mirada de Evar. Era grande, grueso, y frondosamente cubierto de
vello claro. Las bolas rosadas, suaves, colgaban pesadamente, enmarcadas por las
peludas piernas. Evar pasó un largo rato admirando las bellezas naturales de su
Marcos.
Entonces volvió a
cubrir a su hijo, lo tapó y abrigó cuidadosamente. Permaneció algo pensativo,
pero después de unos minutos, fue al baño, se lavó la cara con agua fría y
volvió. Apagó la luz y se acobijó junto a su hijo.
A las diez de la mañana
la luz asaltó la traslúcida cortina de la ventana. Marcos dormía aún cuando
Evar comenzó a despertarse. Sintió entonces el placer del íntimo contacto de
sus propias piernas entrelazadas con las de su hijo. Casi estaba atrapado por
el peso de esas piernas largas y pesadas. Después, enseguida, advirtió que
Marcos dormía con la cabeza apoyada en su hombro y parte de su brazo. Boca y
axila, casi se juntaban. La mano izquierda de Marcos descansaba sobre el pecho
de Evar. Los dedos se entrelazaban en el vello casi gris de esos amplios
pectorales. Evar sonrió perezosamente y muy despacio intentó liberarse de esa
gustosa prisión. Pero con ese mínimo movimiento Marcos empezó a despertar.
-Papá...
-¿Sí...?
-Disculpame, me quedé
dormido en tu cama...
-Una cosa terrible, por
cierto -dijo sonriendo Evar- ¿Dormiste bien?
-¡Nunca en mi vida
había dormido mejor...!
-Buen día, hijo.
-¡Buen día, papá!
Marcos, sin poder
acostumbrar sus ojos a la claridad de la habitación, se estiró rodeando con sus
brazos el cuello de su padre y buscó darle un beso. La respuesta de Evar fue
tan torpe que sin querer sus labios se juntaron. Ambos se rieron casi a
carcajadas.
-¡Cómo cuando yo era
chico!
-¡Sí!, sólo que ahora sos
vos el que me pincha con el bigote.
-¿Sí? Ha llegado
entonces el momento de mi venganza- bromeó Marcos.
-Te permito la
venganza. ¿Otro?
-¡Otro!
Y las bocas volvieron a
juntarse. Esta vez, los labios quedaron más tiempo juntos.
Marcos abrazó más
fuerte a su padre.
-¿Papá?
-¿Qué?
-¿Vos pensás que ya
estoy un poco grande para darte besos?
-Mirá... en realidad,
ayer te miraba mientras dormías, y me sigue sorprendiendo ver cómo has crecido.
Sí, estás enorme, Marcos, pero... la verdad es que me gusta mucho que sigas
siendo cariñoso conmigo, como cuando eras niño.
-Qué bueno. Yo pensaba
que te molestaría eso. Bueno, ya sabés, yo tengo amigos que
tienen una relación muy distinta con sus padres. De mierda, digamos. A ellos no
les gusta darse besos, como si ... bueno, ¿entendés?
-Yo
no soy como esos padres, bobo. ¿No te diste cuenta?
-Sí,
claro que me di cuenta.
Evar abrazó a su hijo.
Marcos seguía con la cabeza apoyada en su pecho. Su boca tocaba casi el pezón
de su padre. Evar rozó cariñosamente el hombro de su hijo e hizo círculos en su
piel. Sin pensarlo casi, Marcos empezó a responder también con un suave
movimiento circular de su mano en el pecho de su papá.
-Marcos, cuando quieras
podés dormir acá conmigo.
La respuesta de Marcos
fue tomar la cara de su padre y darle un nuevo beso en la boca.
-Gracias, papá.
Recuerdo que hace mucho, mucho tiempo, yo me pasaba a tu cama, en aquellas
tardes de siesta, los domingos... y jugábamos... ¿te acordás?... sí, siempre
terminábamos en forcejeos, jugábamos a los luchadores... era tan lindo...
-¿Te acordás de eso?
-Claro, y lo recuerdo
con mucho cariño.
-Me alegro mucho, hijo,
pues yo creía que todas esas cosas se habían perdido en algún rincón...
Marcos tomó la mano de
su padre y la llevó hasta su pecho. Evar sintió como palpitaba ahora ese pecho
tan querido.
-Están aquí, papá. ¿No
sentís?
Evar se emocionó y miró
largamente a su hijo.
Se quedaron así,
disfrutando de una excitación creciente entre ellos.
Marcos, con su mano
siempre en el pecho de Evar, fue descendiendo inconscientemente. Sus dedos se
toparon entonces con el elástico del slip.
-¿Dormís en
calzoncillos?
-Sí.
-Yo duermo desnudo. ¿No
te molesta, verdad?
-No, claro que no –
respondió Evar tensando su respiración.
En ese momento Marcos
acercó su cuerpo de tal manera que su sexo quedó pegado al muslo izquierdo de
su padre. Evar sintió un indescriptible placer al sentir así a su hijo.
Inmediatamente quiso haber estado libre de toda vestimenta para unirse más aún
a su Marcos. Sentía que esa nueva unión que experimentaba con su hijo, que era
tan espiritual, también podría continuarse a lo corporal. Se asombró de no
horrorizarse ante ese pensamiento nuevo, pues todo eso le parecía muy natural,
muy sincero y muy puro. Amaba a su hijo y estaba seguro de que ese amor era
correspondido. Pero ¿cómo era ese amor? A decir verdad, los límites que
definían la índole de ese amor, amor filial, amor de padre, amor de hombre; a
estas alturas, eran bastante inciertos.
Marcos había cerrado
los ojos y disfrutaba del contacto tan íntimo que su padre le brindaba. Por eso
no tuvo ningún reparo en introducir un par de dedos por debajo del slip,
devolviendo el gesto que su padre había tenido el día anterior en la sala.
Parecía la ingenua
exploración propia de un niño. La mano de Marcos se metió aún más, y empezó a
jugar con los pelos pubianos. Evar miró sonriendo a su hijo. Con un dedo en
alto, hizo el gesto que parodiaba una reprimenda, como diciendo: Eso está muy
mal, y voy a castigarte. Marcos entendió la broma y se rió. Evar rodeó a Marcos
con sus brazos y lo estrechó complacido. Besó su frente y se quedó con los ojos
cerrados sin despegar sus labios, sintiendo a la vez como los dedos caprichosos
hurgueteaban entre sus pelos más íntimos.
Marcos seguía jugando.
Disfrutaba ingenuamente al reconocer esa zona casi prohibida. Deslizó un poco
el slip hacia abajo, dejando libre todo el peludo pubis.
-¿Sabés? Ahora yo
también tengo muchos pelos aquí abajo...
-¿Ah, sí? A ver...
Evar estiró su mano.
Descansó un momento en el muslo de su hijo.
-Sí, ya veo, creo que
salís a tu padre.
-Sí, papá, sí, y quisiera
ser tan pintón como vos.
Marcos rió, e
instintivamente abrió sus muslos dejando que la mano de su papá avanzara
subiendo por la entrepierna. A medida que subía, Evar sentía como se espesaba
la pelambrera. Sus dedos tocaron entonces los testículos de Marcos. Se quedaron
quietos, sin siquiera respirar. La mano del padre se abrió sobre las bolas del
hijo. Sí, efectivamente, los suaves pelos cubrían toda la zona. Acarició
despaciosamente esos dulces pliegues, provocando en el muchacho un placer nunca
probado hasta entonces. Quiso seguir subiendo. Pero pronto se topó con una
verga que impedía el paso, tan pesada era. Ahí la piel era aún más suave.
Primero la tocó con el dorso de un dedo, luego con el dorso de la mano, por fín
avanzó con el deseo irrefrenable de sentir todo ese tronco en su palma. Evar
tomó muy lentamente la verga de su hijo y la sintió endurecer en su mano. Fue
como el permiso para que Marcos le bajara totalmente el slip y tomara a su vez el
sexo de su padre.
Abrazados, ambos se
tomaban por los miembros en una sublime y mutua exploración. Evar giró sobre su
costado y quedaron frente a frente. Los movimientos que él hacía con su pelvis
fueron imitados obedientemente por su muchacho. La verga de Evar se había
puesto dura y apenas cabía en la palma de Marcos. Todo era nuevo para los dos.
Lejos de sentirse inhibidos, ambos sentían un deseo irresistible de amarse, de
tocarse.
-¡Hijo, hijo! Te siento
muy cerca...
-Sí, papá, sí...,
estamos más cerca que nunca.
Marcos adelantó su boca
y se besaron. Él ya no sentía las cosquillas del bigote como cuando era un
niño. Evar abrió su boca y su lengua se abrió paso dentro de la boca de su
hijo, como si le estuviera enseñando a besar. Marcos captó la iniciativa de su
padre y respondió con un juego similar. Las lenguas se entrelazaron y se
buscaron una y otra vez.
Evar se incorporó
separándose repentinamente. Marcos quedó suavemente recostado sobre su espalda.
Su padre apartó la manta ansioso por volver a contemplar a su hijo tal cual
había venido al mundo. Se sentó sobre sus fuertes muslos y fijó su vista en los
ojos castaño claro de Marcos. Éste miraba a su padre con excitación. Era mucho
más grande que él. Su pecho era muy peludo. Hundió sus dos manos entre esa
maraña velluda y acarició lentamente los pezones. Evar tomó una de sus manos y
lo acompañó en ese movimiento tan sensual. Su otra mano se posó en el pecho,
menos corpulento, del muchacho. Casi lampiño, ese pecho guardaba las mismas
proporciones que el suyo. Era como verse a sí mismo, solo que años atrás.
Estuvieron tocando y endureciendo sus tetillas entre danzantes caricias. Sus
lanzas erectas estaban a pocos centímetros una de la otra. Marcos no podía
dejar de mirar la poderosa verga del padre, que se alzaba curvándose hacia
arriba. Pequeñas venas inflamadas recorrían toda su extensión. El glande
completamente descubierto parecía una roja frutilla, pronta a ser devorada. Dos
bolas duras y peludas colgaban por debajo de ese tronco duro como acero. La
suave nube de vello rubio canoso, invitaba a sumergir los dedos.
Marcos siempre había
fantaseado con ver desnudo a su papá, pero lo que veía ahora, superaba todo lo
que había imaginado. Al lado de ese miembro enorme, su pija, que no obstante tenía
un buen tamaño, quedaba algo opacada. Pero en ningún momento sintió vergüenza,
pues estaba frente a su padre. Sentía como lo más natural del mundo aquella
superioridad. Su padre era el maestro y él el alumno.
Evar se inclinó y su
boca llegó hasta el cuello de Marcos. Al hacer esto, sus vergas se juntaron y
palpitaron juntas. Evar comenzó a chupar ese suave cuello, bajando muy
despacio. Mientras movía levemente su pelvis, presionando con su sexo el pubis
de Marcos, su boca describía círculos sobre su pecho, mojando los escasos pelos
rubios y saboreando los durísimos pezones. Eran bien redondos, estaban bien
desarrollados y no podía dejar de chuparlos y sorberlos. Marcos se estremecía,
gimiendo susurros y suspiros. No podía creer que estuviera pasando eso con su
padre.
-Ah, Marcos... ¡Qué
suave es tu piel! ¡Qué delicia saborearte así!
Entonces, tomándolo de
las manos, Evar descendió un poco más y abriendo muy grande su boca, atrapó la
pija de su hijo, metiéndosela como un rico manjar hasta que sus bigotes se
juntaron con los pelos en la raíz del duro tronco.
Mamó amorosamente ese
bellísimo miembro, cuidando de proporcionarle siempre el mejor placer, lamiendo
cada pliegue, descorriendo y estirando rítmicamente el prepucio con sus labios
y su ardiente lengua. Todo en esa mamada era un acto de amor.
Marcos se levantó,
sentándose sin poder dejar de respirar entrecortadamente. Con las piernas muy
abiertas, miraba subir y bajar la cabeza de su papá sobre su pelvis. Tomó sus
cabellos y los alisó cariñosamente. Con las dos manos siguió por su nuca, y fue
descendiendo por el cuello, llegando a abarcar la amplia espalda. Su brazo se
estiró aún más y la mano abarcó los glúteos blancos. Sintió la suave y delicada
redondez de esas nalgas adultas, casi sin vello. Tenían la tersura y blandura
perfectas, y sus manos se dieron un festín masajeándolas y palpándolas.
Un dedo se aventuró hacia
el valle del culo de Evar. Éste suspiró, resoplando entre las bolas de Marcos.
El dedo siguió el camino de esa raya sombreada de pelos un poco más oscuros y
se adentró dulcemente buscando el caliente y tierno agujero. Evar abrió a más
no poder sus piernas y el dedo de su hijo se introdujo entre esos temblorosos pliegues.
Cayó casi sin fuerza sobre el pecho de su hijo. Ahora quedaba boca abajo y le
ofrendaba todo su culo, la zona más íntima de un macho entregado. Sobre los
jóvenes muslos, el padre abrazó la cintura de su muchacho, dejando que éste
revisara su trasero. Marcos no se hizo esperar y abrió con sus dos manos el
ojete de Evar, separando al máximo las nalgas. Sintió que su papá elevaba su
culo hacia su cara. Marcos poco tuvo que agacharse para posar su lengua ávida
en los bordes del agujero abierto y dilatado. Lamió toda su periferia, chupó,
succionó y se adentró con la lengua dentro del orificio caliente. Evar,
confuso, en el colmo de las delicias más supremas, dejaba oír gemidos largos y
pausados, aferrando entre sus fuertes brazos el torso de su excitado hijo. Las
vergas se frotaban entre sí, acariciándose y mojándose. Estaban duras, casi a
punto de derramar sus líquidos calientes y espesos.
Marcos se levantó y
montó a su padre. El culo, que había quedado lubricado por su saliva, se le
brindó entero. La pija, que apuntaba erguida y desafiante se adentró entre los
glúteos y suavemente, sin un solo momento de dolor, quedó introducida en su
totalidad en el cuerpo paterno.
Evar había levantado su
cabeza y su boca abierta dejaba escapar hilos de saliva. Marcos penetró a su
padre cabalgándolo como si se tratara de un juego de niños. Pero ahora era otro
juego. La verga de Evar golpeaba fuertemente su abdomen en cada embestida,
haciendo un chasquido sonoro, tal era la dureza del miembro. Largo rato
estuvieron moviéndose, ya lentamente, ya a ritmo acelerado. Cuando Marcos
apenas recobró el aliento, después de una pequeña pausa, salió de su padre y se
acostó a su lado, boca arriba.
-Papá, ahora quiero
sentirte adentro mío.
-¡Estás loco, Marcos,
no, yo...
-¡Sh! – le contestó,
interrumpiéndolo con los dedos sobre sus labios – Si, papá, te necesito. Quiero
sentirte ahora.
Evar lo miró con un
amor infinito. Marcos se estaba abriendo a él. Sus piernas se estiraron y con
la mano llevó la cara de su padre a su culo. Evar lamió ese tesoro tan tierno,
masajeando con su lengua toda la zona. Marcos no podía ya permanecer quieto.
Estaba casi inconsciente de placer. Los bigotes de su padre cepillaban todo su
rosado ojete, entrepierna, y enseguida sentía la caliente saliva sembrada por
la lengua amplia y exploradora.
Evar apoyó su
instrumento en el agujero abierto. Buscó en su mesa de luz una crema lubricante
y refrescó por completo la zona, dejándola mojada y lista para la penetración. Abrió
bien los glúteos de su hijo y empujó amorosamente su verga hacia adentro. No
fue fácil, y ese acto duró como media hora. A fuerza de tanta paciencia, y de
tantas caricias, lentamente aplicadas con total maestría por parte de Evar, la
pija fue metiéndose en el interior de Marcos. Él no podía evitar el dolor, pero
a la vez sentía un irresistible deseo de que la dura lanza lo penetrara por
completo. Evar bebía algunas lágrimas que salían de sus ojos. Esperaba, quieto,
sin dejar de sostener su firmeza viril ante el umbral de su hijo, para después
proseguir tan dulcemente como le era posible, con un cuidado eterno de no
lastimar la delicada puerta. Por fin, con un último y firme movimiento, la dura
verga llegó a meterse enteramente en el culo de Marcos.
Comenzó entonces un
acto increíblemente tierno entre los dos hombres. Era una cópula de machos,
entre padre e hijo, uniendo al máximo sus intimidades. Unieron sus bocas y se
besaron casi llorando.
Se amaban.
Los movimientos se
aceleraron y Evar tomó el erecto falo de su joven amante. Ni bien lo hizo,
sintió entre sus dedos un torrente de líquido caliente que cubrió su mano por
completo. Calló los gemidos de Marcos en su boca, besándolo con pasión. Entonces
retiró su verga, a punto de explotar y se sentó en los pectorales de Marcos. La
verga, esa enorme verga ancha y maciza, sin tocarla siquiera, despidió un
chorro de semen sobre la cara de su hijo. Marcos abrió la boca y gran parte de
esa descarga fue a parar bien dentro suyo. Hubo otro chorro, y otro. La leche
corría y se deslizaba por la boca de Marcos, se derramaba por el cuello y su
pecho.
Una vez más, Evar besó
a su Marcos. Después, lenta y cuidadosamente, se ocupó de limpiar con su lengua,
cada resto de su licor viril.
Se quedaron abrazados,
íntimamente unidos, un tiempo largo, incalculable.
-Papá, ahora lo sé.
-¿Qué?
-Que nunca estuviste
lejos.
Ever desvió su mirada
húmeda hacia la ventana. En ese mismo momento se disiparon unas nubes y volvió
a salir el sol.
Franco.
Mayo 2002
Bellíisíma historia, Franco.. pero, esto no es de extrañar, siendo de tu autoría... los tertulianos que vivimos a la orilla del Paraná agradecidos...
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