Rayita
Sí, ya lo sabemos, lo hemos vivido cientos de veces. Escenas como esta se repiten una y otra vez cada vez que llamamos al plomero cuando el caño pierde o el desagüe gotea. Y allí están ellos. Se empeñan en mostrarnos la rayita del culo asomando descaradamente ante nosotros, que, estupefactos (y a sabiendas de que eso inevitablemente va a suceder) nos regodeamos -disimuladamente o no- con el espectáculo en escena, sea quién sea el actor. Sí, para ellos este show es natural. Cada vez que sea menester agacharse: ¡rayita!. Es infalible. No debe sorprendernos que exponer así la rayita sea parte de su trabajo, si hasta a veces pienso que tal exhibición está incluida en el precio de los honorarios, de lo contrario, ¿cómo se justifican esas tarifas tan altas?
Pero, dejando a nuestros amigos los plomeros (fontaneros, según la región), el ritual de la rayita se percibe, contundente, en otros tantos gremios relacionados todos con el mantenimiento habitacional. Podemos constatarlo cuando contratamos trabajadores de distintos rubros, por ejemplo:
Viene el recolector de residuos y toca a mi puerta para saber si quiero que me recoja ¿qué cosa?, pregunto, estos escombros, me señala, ¿son suyos?, sí, se los llevo por cien pesos, no, no tengo, le digo, bueno, entonces ochenta, insiste, cincuenta que no tengo más, contraoferto, y el tipito accede gustoso. Se baja del camión, el compañero desde la cabina acciona la grúa y él controla que todos los cascotes entren. Cuando va a maniobrar la inmensa grúa levanta las manos sin darse cuenta que el pantalón está por debajo, muy por debajo, de su cintura.. y...: ¡rayita!
Viene el colocador de la cortina roller que encargué hace tres semanas. ¡Al fin! le digo, me dijeron que iba a estar hace una semana y media, disculpe, jefe, me dice ¿dónde se la pongo?, aquí nomás, pero póngala bien firme, le digo entusiasmado al ver que por la camisa abierta el tipo rebosa de salud pilosa. La cortina se cuelga desde el vano superior de la ventana ¿por qué entonces se tiene que agachar? y la cuestión es que se agacha para no sé qué, así que... : ¡rayita!
Viene el electricista a instalar un artefacto de luz. Obviamente, en vez de agacharse, el tipo tiene que estirarse hasta el techo. De paso me regala unas terribles axilas peludas, ya que usa una remerita sin mangas que, por supuesto, se le levanta toda y deja al descubierto un precioso treasure trail, pero, al darse la vuelta: ¡rayita!
Cerrajero. Este se hizo desear. Tuve que llamarlo como tres veces. Tengo mucho trabajo, me dice. Seguramente a cada cliente tiene que mostrarle la rayita, y sí, esto lo ocupa todo el día. Finalmente viene. Es para poner el zócalo de acero inoxidable en la puerta de calle. ¿Zócalo? Oh, sospecha. Me quedo para corroborar lo esperable y mientras él trabaja reconcentrado, me muestra la: ¡rayita!
Y estos son sólo unos pocos ejemplos. Deben sumarse también: albañiles, contratistas, pintores, gasistas, carpinteros, colocadores de pisos, destapadores de cloacas, vidrieros, ceramistas, jardineros y técnicos de todo tipo de cosas (éstos son los peores)
No sólo en la intimidad hogareña se dan estas situaciones peligrosas. Mantener una casa llega a ser una tortura. Una ocupación insalubre, además de cara. Si uno cree que escapar de casa es la solución para mantenerse a salvo de estos infartantes avistajes, estamos completamente equivocados. Allí, en la jungla de cemento, estaremos rodeados de: ¡rayitas!
Desde el tipo que se sube a horcajadas al colectivo que se le va, pasando por el operario que arregla los pozos del pavimento, los repartidores, los repositores del supermercado (ah!, esos son terribles), los del teléfono, los que se treoan a los postes para tirar los cables, los barrenderos, los encargados de los edificos, los ciclistas, los vendedores ambulantes..., y sigue todo tipo de especialidades.
Más allá de cada ocupación, las rayitas nos amenazarán día a día, sobre todo en la estación estival. Miles de hombres repetirán siempre el extraordinario rito de la rayita. El cielo nos proteja.
Y las imágenes que siguen no me dejan mentir.
Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!! me pasó una vez con un plastificador!!! el ayudante se corría, sentado, sobre un piso de pinotea y se clavo una astilla.... en ese momento el plastificador no estaba y se la saque yo (previamente lo asuste bastante con esto de que con un piso antiguo se puede infectar la herida) , con una pinzita de depilar... ja!!! todo un panorama!!!!
ResponderEliminarSiii...., creo que contaste ese episodio alguna vez en el café.
ResponderEliminarY la astilla no estaba precisamente en el pie, no????
Ufffff... la escena da para un super relato erótico, "Seba, el sacador de astillas".
Querido Franco, un culo es siempre un culo o desnudo o en calcetines, o con los calcetines que estan en medio del hueco. Ahhhhhh!!!
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