Rodeado de hombres desnudos



Rodeado de hombres desnudos
 (Parte II: leer AQUÍ)

Parte III: Alivio, calor y gozo.

Rubén pasó un fin de semana horrible y no pudo liberarse ni un minuto de su taciturna introspección, librando una dura batalla que carcomía su interior. Su esposa lo interrogaba en vano, intentando averiguar lo que sucedía. Atribuyó al trabajo, por supuesto, la causa de todos los males y le sugirió que buscara otro empleo. Pero nada contestaba Rubén, cada vez más aislado en su contradictorio universo. ¡Otro empleo! Como si fuera tan fácil, se dijo.
Había tenido sexo con otro hombre por primera vez en su vida. Sentía la indignación furiosa de haber sido obligado a tal situación, pero tampoco podía quitar de su mente uno de los momentos más excitantes de toda su vida: había gozado de verdad. Al penetrar a ese hombre había alcanzado un placer nunca probado y todavía había quedado en su miembro el registro vivo de cada movimiento lingual. Y ese mismo hombre ahora transformaba su vida en una tortura sin tregua. El domingo lo sometió a tortuosos remordimientos, pero también a masturbaciones que surgían como recordatorios del impactante momento.
Por la noche, cuando todos se habían ido a dormir, entró al baño y sacó el sobre de su bolsillo. Se quitó el pantalón pijama y torpemente intentó ponerse la diminuta bombacha. Apenas entraba su hombría en esa sedosa transparencia llena de encajes y tules. Pero su verga, en recuerdo a lo pasado con el tipo de bigotes, se endureció un poco, reventándole bajo la prenda femenina, que no podía siquiera contener sus voluminosas partes íntimas. Se miró al espejo, profundamente repelido. Entonces tomó la prenda y se la quitó, rompiéndola y haciéndola trizas entre sus dedos, mientras, desesperado, ahogaba un sollozo en la garganta.
Cuando al lunes siguiente volvió al trabajo, Rubén estaba a punto de sufrir un ataque de nervios. Se sintió agobiado de estar ahí. Tenía pánico de encontrarse con el hombre de bigotes. Lo curioso es que, secretamente, fantaseaba con ese encuentro sexual obligatorio del que le iba a ser difícil escapar. No sabía qué hacer. No sabía qué sentir. Si dejaba que el tipo se saliera con la suya iba a ser cómplice de su propia violación. Esto lo destrozaba, y le recordaba los valores que le había enseñado su padre, muchos años atrás, que siempre le decía que la peor de las traiciones es la que uno se hace a sí mismo.
Héctor apareció como siempre con su mejor sonrisa y esto lo reconcilió con el mundo. Así pasó la mañana, el mediodía y la tarde. Se obligó a no pensar en el asunto entablando diferentes conversaciones con los habitués del vestuario, pero su preocupación volvía y giraba una y otra vez en su cabeza.
Finalmente lo vio venir. Era él. Se aterrorizó.
-¿Qué tal, Rubencito? ¿Ya te probaste lo que te regalé?
-¡Shhh! Cállese, por favor.
El hombre largó una carcajada.
-No te pongas así, ¿no ves que nadie nos escucha?
-Silencio, le digo.
-Bueno, bueno, está bien, hablo más bajo, no te preocupes, no me gusta verte así - dijo, acercando su mano a la de él a través del mostrador.
-¿Qué hace? ¿Está loco? - retrocedió Rubén.
-Sólo quería hacerte ver que puedo ser un tipo afectivo también, che, no es para tanto.
-Basta, por favor, váyase.
-Yo me voy cuando se me canten las pelotas. Decime, ¿me trajiste lo que te pedí?
-No.
-Habíamos quedado en diez grandes.
-No tengo.
El tipo respiró, ofuscado.
-Ay, ay, ay, Rubén, que se me está por acabar la paciencia.
Rubén levantó la vista para mirarlo de frente y volver a darle su negativa, pero cuando lo hizo, se percató, petrificado, de que el señor Rivano entraba al vestuario y venía hacia ellos.
-Hola, Rubén ¿todo bien?
-Buenas tardes, señor Rivano - respondió, aterrado, Rubén.
-Qué tal, Rivano - dijo el tipo de bigotes, esbozando una falsa sonrisa.
-Hola, qué tal.
-Bien, muy bien, aquí charlando con el amigo Rubén.
-¿Sí? - contestó Rivano, sin prestarle mucha atención, mientras recibía de Rubén las perchas y las toallas.
-Sí. De algo que él quería comentarte, y yo también, pero un poco más adelante, hacé nomás, andá, que el asunto puede esperar ¿no es cierto, Rubén?
-¿Qué asunto? - preguntó, extrañado, Rivano, y mirando alternativamente a los dos hombres.
-Nada, señor Rivano - se apresuró a decir Rubén, con las piernas colapsadas por el temblor y un hilo en la voz - no es nada de importancia.
Rubén se encontró con la mirada del hombre de bigotes, que no dejaba de sonreír cínicamente. El señor Rivano observó por un minuto a Rubén, se puso muy serio y tomó sus cosas.
-Está bien. Cualquier cosa, Rubén, me dice - dijo secamente.
-Sí, sí, señor Rivano, gracias.
-Que te vaya bien, Rivano. Nos vemos en otra oportunidad, tal vez muy pronto - saludó el hombre de bigotes.
Rivano hizo un gesto y se alejó. Rubén tragó saliva, a punto de caer desmayado.
El tipo, que no había dejado de mirar a Rubén, se acercó a él todavía más.
-Sí - susurró casi en el oído de Rubén - seguramente nos veremos muy pronto, Rivano. ¿En qué estábamos? Ah, sí, que ya se me está por acabar la paciencia. Sin embargo, y para que veas que pongo la más buena de las voluntades, te voy a esperar un poco más. Pero mañana: la plata, si no... - dijo, haciendo un gesto con el índice dirigido hacia el señor Rivano que estaba cambiándose en un banco al otro lado del vestuario.

***

Al día siguiente el tipo regresó en busca de lo que quería. Cuando Rubén lo vio, se adelantó y le dijo que saliera con él del vestuario. Cuando estuvieron afuera le hizo gestos de que lo siguiera hasta detrás de la gran columna que sostenía las escaleras. Una vez allí miró para todos lados, asegurándose de que nadie los viera. Entonces pudo hablar.
-Escúcheme. Yo no voy a darle ese dinero.
-¿Ah, no?
-No, yo no tengo ningún dinero. Y tampoco voy a hacer lo que me pidió.
-¿No?
-No. Ahora váyase y déjeme en paz.
-Si no ¿qué?
-Si no, llamo a la policía.
El tipo soltó una sonora carcajada, doblándose en dos de la risa. Después, cambiando bruscamente su cara, le puso los dedos sobre el pecho y lo hizo retroceder con la furia en su voz.
-¡Oíme, puto, vos no estás en condiciones de exigirme nada!
-Haga lo que quiera. Pero yo no tengo la plata que me pide y tampoco voy a hacer nada con usted.
-Está bien - dijo el hombre, volviendo a su tono calmo y habitual - hasta aquí llegué, yo hice todo lo que pude. Si vas a llamar a la policía..., en fin..., sí, llamá nomás a la policía que te vas a llevar una sorpresa. Es una lástima, la hubieras pasado tan bien conmigo - dijo, sobándose el bulto de la entrepierna - Está bien, ya me voy. Podés quedarte con el regalito que te dejé ayer, usalo nomás. Ya ves, todo bien..., sin rencores. Que te vaya bien... y, si decidís cambiar de opinión, avisame, que nos vemos cuando quieras.
Rubén lo miró fijamente. De pronto había juntado coraje y avanzó unos pasos, apartándolo de su lado. Giró y sin mirar atrás, regresó hacia el vestuario.

***


Pasó la semana y Rubén pudo seguir trabajando bajo una tregua de alivio. Al principio sentía un temor horrible de que el tipo apareciera por la puerta y, lo peor, que cumpliera con sus amenazas. Como los días pasaban y todo parecía volver a la normalidad, no se preocupó más y se dijo que aquella pesadilla finalmente había pasado.
En efecto, el hombre de bigotes no volvió.
El lunes siguiente amaneció radiante y lleno de sol. Rubén había recuperado la calma, y también, había recuperado la sonrisa. Eso alegró mucho a su esposa, que lo despidió besándolo con los brazos al cuello, algo inusual en ella.
Cuando entró al vestuario, como todas las mañanas, se sentía jovial y se abocó al trabajo canturreando alegremente.
En eso entró Héctor y su sola presencia le hizo la mañana aún más alegre. Sonriente, lo saludó y empezaron a hablar de bueyes perdidos, como de costumbre. De pronto, como si recordara algo importante, Héctor se detuvo en medio del recinto y se volvió a Rubén.
-¡Me olvidaba! hace unos minutos me crucé con Rivano y me dijo que quiere hablar urgentemente con vos.
-¿Urgentemente?
-Sí, eso dijo.
-¿Conmigo? – contestó Rubén con los ojos desorbitados.
-Sí, sí.
-Ay, mi Dios.
-¡Eh! ¡Tranquilo!, ¿qué te pasa?
-Nada, sólo que no espero nada bueno...
-¿Por qué decís eso? no te preocupes, Rubén... si Rivano es un buen tipo...
Rubén empalideció.
-Pero...
-Calmate, no seas tremendista... ¡A lo mejor te llamó para darte un aumento de sueldo! – dijo riendo, mientras dejaba el vestuario.
Rubén se quedó paralizado, apenas podía respirar. Pensó lo peor ¿Sería posible que ese hijo de puta le haya ido con el cuento? ¿Qué pasaría ahora? Salió decidido, pero atemorizado, hacia el pequeño despacho de Rivano del tercer piso. Golpeó tímidamente, e intentó darse valor cuando escuchó la firme voz desde el interior invitándolo a pasar.
-¡Ah, Rubén, es usted!, pase, siéntese... tenía que hablarle de algo muy serio – dijo Rivano, sin sonreír y con un inquietante rictus en la cara, cosa extraña en él.
-¿Sucede algo malo, Sr. Rivano?
-Siéntese, por favor - repitió secamente.
-No me asuste, señor, por favor.
-Bueno, ha sucedido algo que...
-Escucho, señor.
-La verdad, créame, no sé cómo empezar.
-Señor, por más grave que sea lo que me tiene que decir, estoy a su disposición.
El señor Rivano resopló, molesto. Así y todo, la expresión franca y preocupada de Rubén hizo que pensara la manera más respetuosa de decir lo que tenía que decir.
-Mire, Rubén, yo no diría que es algo grave – dijo, y Rubén sintió algo de alivio.
-¿Señor?
-¿Qué?
-Perdone mi atrevimiento, pero... que me haya citado a su despacho tiene algo que ver con una persona que...
-Sí, Rubén.
-Un hombre no muy alto, moreno, de bigotes...
-Exacto. Un cliente que vino a decirme algunas cosas sobre usted.
-Señor... yo...
-Es uno de los policías de la seccional de la otra cuadra.
-¡Un policía! – Rubén no daba crédito a las palabras de Rivano.
-Ya sabemos que a esa gente le gusta ser un poco autoritaria, ¿verdad? – dijo Rivano lleno de ironía.
-Sí, señor, pero yo le aseguro que...
-No hay nada que aclarar, Rubén. Nada, ¿me entiende?
Rubén se quedó callado por unos instantes, apesadumbrado y con la mirada sobre el escritorio. Después, como queriendo salir de su propia incomodidad, miró a Rivano.
-¿Voy a perder mi empleo?
-¿Qué? ¿Cómo se le ocurre?
-¿Entonces para qué me llamó?

-Bueno... sé que usted es un buen hombre. Sé de su honradez, Rubén, lo conozco a usted y a su familia desde hace años, después de todo, vivimos en el mismo edificio.
-Sí, así es.
-Y por otro lado, también conozco a ese policía. Lo conozco bastante.
-¿Y qué me quería decir, señor?
-Sí, le dije a Héctor que le avisara que quería hablarle. Pero ahora que lo pienso, en realidad quería darle un consejo, si me lo permite.
-¿Un consejo? Claro que sí, Señor, diga usted.
-Mi consejo es este: nunca hay que dejar de ser "cauteloso" ¿me explico?, se lo digo por experiencia. – y al decirle eso dejó su cara adusta del principio y volvió a sonreír, era un gesto cómplice que acompañó con un significativo guiño de ojos.
-Pero ese hombre...
-No se preocupe, yo hablé con él – dijo poniéndose más serio – y es completamente inofensivo...
-Yo no lo creo, señor, pero si usted lo dice…
-Sí. Le hice saber diplomáticamente que sus cuentos no me provocaban el menor interés.
-Pero ¿qué le dijo a usted ese policía?
-Vamos, Rubén, ¿no se lo imagina?
Rubén bajó la mirada.
-¿Le contó todo?
-Todo.
Rubén calló, avergonzado como un niño.
-Le repito- continuó Rivano- no tiene de qué preocuparse.
-Bien. A usted no le interesan esos cuentos, así le dijo a ese hombre. Sé de qué me habla, señor Rivano, y le agradezco su comprensión, pero, el tipo amenazó con ir a contarle los mismos cuentos al dueño del gimnasio. Y cuando él se entere de...
-No se preocupe, insisto - rió el señor Rivano -  ¿Sabe lo que pasa, Rubén? Es simple: el tipo pensó que me iba a meter miedo a mí... pero la cosa se le dio vuelta enseguida.
-¿Por qué?
-Porque él ignoraba de mis contactos.
-No me diga que le desbarató todo el plan.
-Sí, claro, y al nombrarle a una persona que yo conozco y que en un tris podría meterlo en problemas "por extorsionar a un trabajador de bien", o, no importa, por lo que carajo fuera, tuvo que tragarse toda su prepotencia. Entendámonos, ese contacto de quién le hablo, un alto funcionario del gobierno, tampoco es un santo de mi devoción, pero ya sabemos que entre malandras las jerarquías son sagradas.
Los dos hombres se miraron. No hizo falta decir más.
-Vuelva a su trabajo, Rubén.
-No sé qué decir.
-No hace falta. Vaya tranquilo.
-Sí, Señor ¿Va a tomar su sauna hoy, Señor?
-¿Eh?... ¡Ah!, sí, claro... Vaya nomás.
Rubén ya se retiraba, pero de pronto se detuvo y se volvió hacia el señor Rivano. Intempestivamente estiró la mano para estrechársela fuertemente.
-Gracias.
-Calma, Rubén. Ya todo pasó.
Al abrir la puerta, Rubén se cruzó con Héctor que iba a anunciarse tocando. Se sonrieron y el profesor entró al despacho de Rivano, que lo recibió afablemente.

***

El día pasó sin mayores sobresaltos. Rubén estaba tranquilo ahora. Respiraba otra vez. De alguna manera, pensó, su vestuario era ya como su casa.
Al final de la jornada, el gimnasio había quedado casi vacío, entonces Rubén vio entrar al Sr. Rivano. Se sonrieron saludándose nuevamente con un gesto de miradas.
-Hoy el sauna está para usted solo...
-¿No hay nadie? – contestó Rivano, quitándose la ropa.
-No, señor.
-Qué suerte... digo, mejor así. ¿Cómo está, Rubén? ¿Más tranquilo?
-Sí, señor, gracias, no sabe cuánto aprecié hoy sus palabras. Le estoy muy agradecido.
-No tiene por qué estarlo – dijo con voz cálida.
-Ese tipo es... es...
-Un hijo de puta. Dígalo. Porque eso es lo que es.
-Usted lo conocía...
-Sí. Lamentablemente lo conozco desde hace algún tiempo. Mal bicho. Alguna vez tuve problemas con él..., pero bueno, no hablemos de cosas que no tienen importancia.
-Sí, señor - dijo Rubén, que lo miró alejarse totalmente desnudo hacia los orinales, y fue a acomodar sus cosas en un armario, dejándole lista la toalla.
-Si necesita algo, me avisa - dijo Rubén con una inclinación de cabeza. Rivano se quedó allí un rato largo, pero volvió desplazándose con ese andar tan especial. A cada paso, su gran miembro se chocaba con uno y otro muslo. Se detuvo en la mitad, mirando entorno suyo, con las manos en la cintura.
-Hace falta un poco de pintura aquí ¿no cree?
-Puede ser, señor... – Rubén lo miró. Rivano, sin pudor alguno por su desnudez (todo lo contrario), se rascaba la cabeza de cuando en cuando, miraba el techo, se cruzaba de brazos, volvía sobre las paredes y el mobiliario, inspeccionando cada ángulo.
-El próximo mes, quizá... también hay que barnizar un poco estas maderas... ¿no cree, Rubén? – vociferó rascándose un testículo.
-Es que aquí hay mucha humedad, señor.
-Claro, claro... – y así seguía hablando, y preguntando cosas a Rubén de tanto en tanto, cruzaba una mirada con él. Se paseaba (y exhibía) desprejuiciadamente por el sitio, como montando un desfile para su interlocutor. Rubén dejó de prestar atención a sus palabras y no pudo evitar volver a mirar el cuerpo desnudo de Rivano. Sintió deseos de hacer con él lo que había hecho con el policía. Enseguida reprimió ese apetito, recordando lo que el mismo Rivano le había aconsejado: cautela. Pero Rivano se quedaba allí, extrañamente, más de la cuenta. De frente, de espaldas, ningún detalle de su cuerpo desnudo quedó ajeno a la inspección de Rubén. El considerable falo, que colgaba cabeceándose a cada movimiento, ahora parecía un poco más rígido, más grueso de lo que era habitualmente, y más pesado. De pronto, ambos encontraron sus miradas, sosteniéndolas por un segundo.
-Bueno – dijo Rivano luego de un largo silencio – Voy a relajarme un poco.
-Vaya nomás, señor, si necesita algo...
-Sí, ya sé, le aviso...
Rubén aprovechó para poner el sitio en orden y prepararse para regresar a su casa, reparando que se acercaba su horario de salida, entonces vio que Rivano había olvidado su toalla. La tomó y fue a alcanzársela al sauna. Cuando entró, luego de un leve toque a la puerta, el sitio estaba casi en penumbras, no obstante podía distinguir perfectamente el cuerpo de Rivano recostado en una de las gradas. Tenía las piernas muy abiertas y los brazos plegados sobre su cara. Dos pelotas bien peludas parecían sostener el gran tronco recostado sobre el muslo derecho.
-Gracias, Rubén, iba a ir por la toalla pero me dio demasiada pereza.
-¿Usted apagó la luz?
-No.
-Entonces debe haberse quemado la lamparita. Voy a cambiarla, si no le molesta.
-En absoluto.
Rubén salió y al cabo de unos minutos vino con una bombilla nueva y un destornillador para desarmar el artefacto. Rivano seguía inerte, solo que la pierna izquierda se había apoyado a la grada más alta, dejando ver el panorama de su ano cubierto de vello oscuro. Rubén cerró la puerta tras de sí e intentó concentrarse en el trabajo, solo iluminado por el breve resplandor que entraba por la ventanilla de la puerta. Los tornillos del artefacto de la luz estaban algo rígidos, por lo que le costó desamblarlo. Quitó la tulipa de vidrio y quiso sacar la bombilla quemada.
-¡Caramba!, está atorada...
Al cabo de un rato, Rubén, que vestía su overol habitual, estaba empapado de sudor. Al ver que Rubén forcejeaba en vano, Rivano no dudó en decirle:
-Rubén, va a cocinarse aquí, ¿por qué no se quita esa ropa tan pesada?
-Tiene razón, señor – resopló Rubén. Se abrió la cremallera delantera y se bajó hasta la cintura la parte superior del overol, dejando su sudado torso al desnudo.
-No sé qué pasa con este portalámparas. Parece que gira todo.
-Estará oxidado. Tenga cuidado, por favor – dijo Rivano incorporándose y acercándose a observar. Pero no solo se fijó en el portalámparas, sino en el pecho extenso de Rubén. En efecto, de hombros anchos, Rubén evidenciaba una figura bien corpulenta. Rivano avanzó un poco más, y pese a la poca luz, presintió unos pechos fuertes, con bastante vello en el centro y dos prominentes pezones oscuros.
-Pero Rubén, tendría que haberle ofrecido el puesto de entrenador de atletismo.
Rubén largó una sonora carcajada.
-¿A mí? – dijo riendo – Jamás hice gimnasia.
-¿De veras?, entonces usted tiene un físico privilegiado...
-¡Ya está! ¡Salió la maldita lamparita!
-Mírese nomás... no me diga que nunca entrenó esos bíceps.
-¿Me alcanza la lamparita nueva?
-Y su caja torácica... ¡envidiable! – continuaba Rivano mientras le alcanzaba la bombilla.
-Ahora la tulipa... el armazón... ¡Puta!, se me cayó un tornillo... ¿usted lo ve?
-No – contestó Rivano, que se había acercado a Rubén, de pié en su descarada desnudez.
Rubén se agachó para palpar el suelo, en busca del tornillo. Entonces el sexo de su jefe, quedó a pocos centímetros de sus ágiles ojos. Con las manos tanteaba el piso, pero no podía apartar la mirada de ese mástil que, evidentemente, estaba dando fuertes latidos a medida que subía rápidamente.
-Está caliente aquí ¿no? – preguntó Rivano.
-Sí, señor... ¿quiere que baje la temperatura?
-No, en realidad así está perfecto. Solo me preocupo por usted, ¿no se sofoca con ese overol?
-Sí – contestó con un susurro al secarse el sudor de la frente - ¡Tornillo de mierda! ¿Pero dónde cayó?
Rubén tenía delante de su cara el creciente falo de Rivano. También sentía su aroma, una mixtura de orines y sudor que le pareció exquisita. No solo olía a eso, sino también al aroma inconfundible de las gotas transparentes que empezaba a destilar el glande asomando cada vez más por debajo del prepucio, un tufo chocantemente masculino.
-¡Ay! Me parece que lo encontré ¡está caliente! – dijo Rivano, que había pisado el tornillo con su pie desnudo.
-Cuidado, señor – dijo Rubén, tomando el tornillo – ahora sí, alcánceme el destornillador, por favor.
Rivano obedeció, sin dejar de mirar fijamente a Rubén. Su overol se había bajado bastante y asomaba el calzoncillo.
-Qué calor... y encima, no veo demasiado – dijo Rubén intentando desviar con la mano el sudor que caía sobre sus ojos.
-Abra la puerta, Rubén, deje que entre la luz.
-No, señor, se va a ir todo el calor.
-¿Le parece? – sonrió Rivano, en un tono totalmente sugestivo. Pero Rubén no alcanzó a darse cuenta de eso, solo quería liberarse de su ropa. Sin pensar en abrir la puerta por no incomodar a su jefe, como movido por un reflejo, se descalzó las zapatillas pisándolas rápidamente con los talones y resoplando se quitó el resto del overol, apartándolo a un costado y quedando en calzoncillos de algodón estampado.
-Pero usted está totalmente en forma, Rubén. Si no entrena ¿cuál es su secreto?
-No lo sé, señor. ¿Pero le parece que realmente tengo buen físico?- preguntó Rubén a tiempo que ensartaba el armazón en sus muescas.
-¿Me lo pregunta en serio? ¡Claro que sí! ¿Cuántos años tiene?
-Cuarenta y siete, señor. ¡Listo! Vamos a ver si enciende.
Rivano dio unos pasos hasta el interruptor y la luz brilló iluminando todo el recinto. Los dos cuerpos cobraron una inesperada y fuerte presencia ante la nueva claridad y ambos hombres se miraron con mayor detenimiento.
-¿Cuarenta y siete, dijo?
-Sí.
-Pues muchos veinteañeros quisieran tener esa firmeza aquí... – sentenció Rivano posando una mano en el brazo derecho de su empleado. Ahora, la incipiente erección seguía su curso, y su pene se levantaba latiendo suavemente. Rubén lo advirtió y se quedó callado, aún con el destornillador en la mano. Observó como Rivano deslizaba su mano por su brazo y pronto sintió la otra sobre su hombro. El sudor, que había formado una pátina lustrosa en todo su cuerpo, funcionaba como si fuera un preciado aceite.
La luz intensa los envolvió haciendo resaltar el brillo en la piel. Rivano estaba cada vez más interesado en lo que veía y tocaba. Su verga, ensanchada y pendulante, ya apuntaba el techo y el rollizo prepucio se descorría en cada latido, dejando surgir su fruta roja y radiante. Rubén miró de soslayo hacia abajo y quedó fascinado. Rivano continuó, como si nada.
-¿Ve? Usted tiene pectorales muy desarrollados. Yo estuve ejercitando los míos últimamente – continuó Rivano, mientras se animaba a deslizarse hacia el pecho de Rubén que a cada toque de su jefe, sentía palpitar su verga.
-Eso se nota, señor, porque usted tiene un torso muy definido– titubeó
-¿Le parece? – rió el jefe – Qué bueno que se nota. Se lo tendría que decir a Gabriel, mi entrenador, a quien nunca le parece suficiente mi esfuerzo. Y tiene razón, yo creo que los pectorales están un poco flojos. Mire – y tomándole una mano, hizo que quedara apoyada justo sobre su tetilla izquierda. Rubén sintió la textura de la piel velluda, caliente y mojada, y su inhibición le hizo retirar la mano, sin animarse a dejarla allí. Rivano deslizó sus ojos hacia la entrepierna de Rubén y notó la prominencia bajo la tela del calzoncillo. Entonces extendió dos dedos hasta el pezón derecho de Rubén y lo rozó sutilmente rodeando todo el contorno de la oscura aureola. La tetilla se puso dura y a Rubén se le erizó la piel. Después descendió su mano hasta el abdomen, notando como Rubén respiraba entrecortadamente.
-A esta parte sí..., tal vez, le vendrían bien un poco de abdominales – dijo sonriendo. Rubén también sonrió, algo sonrojado por su barriga algo abultada – pero... mire un poco: su calzoncillo está empapado…
-Es verdad.... bueno, en realidad nunca estuve en un sauna por mucho tiempo. Y yo sudo mucho.
-Entiendo, igualmente, ¿a quíen se le ocurre estar aquí en calzoncillos?– susurró Rivano, insinuando con la mirada otra pregunta más y esperando la autorización que enseguida vino de Rubén con un gesto tímido. Entonces, lentamente, tomó la prenda por el elástico y lo fue bajando poco a poco. La verga dura de Rubén se dobló hacia abajo aprisionada por el borde del calzoncillo, haciendo una fuerte presión por liberarse como si fuera un ariete a la espera de su activación. Rivano abrió bien sus ojos al descubrir la maraña de pelos abrigando toda la extensión del pubis. Bajó de un solo tirón el calzoncillo y un palo rigidísimo saltó como resorte golpeando el abdomen con un leve chasquido. Los dos falos, a pocos centímetros uno del otro, ostentaban firmes y oscilantes erguimientos. Rivano posó sus manos sobre los hombros de Rubén y los deslizó a manera de tenues masajes. Rubén entrecerró los ojos y tuvo que sostenerse de la pared para mantenerse en pié, chorreante de sudor y bajo una agitación inclemente. A punto de desmayarse a causa de la excitación que tenía, sumada al agobio del calor, suspiró:
-Creo que es momento de tomar una ducha, señor. No sé si aguantaré más tiempo.
-Tiene razón, Rubén, yo tampoco. Salgamos – dijo tomando la toalla y entendiendo más de un significado en la frase de Rubén.
Rubén tomó su ropa y salió tras su jefe que mirando hacia todas direcciones exclamó:
-A esta hora ya no hay nadie.
-Es la mejor hora... creo que todo el mundo se fue.
-Sí, es la mejor hora, ya lo creo – contestó Rivano secándose el sudor con la toalla. Ambos seguían sosteniendo sus rígidas erecciones, apenas movibles a cada paso. Rubén entró en una ducha y Rivano se quedó apoyado en el umbral, contemplándolo.


-¿Y usted cree que vendrá alguien más, Rubén? – musitó Rivano sin dejar de mirar el duro miembro de Rubén, que iba a contestar, cuando escucharon unos pasos y ambos se volvieron intrigados.
-¿Todavía por aquí, Rivano?
-¡Héctor! ¿terminaste ya? – contestó Rivano entrando a una ducha y guiñándole un ojo a Rubén, que consternado, ocultaba su erección girando sobre sí bajo el agua.
-¡Hace rato!, me quedé tomando algo con Gabriel, que venía detrás de mí. ¿Qué tal Rubén? ¡Ah, vengo apestando a chivo! – y rápidamente se quitó el traje de baño y entró en una ducha de enfrente.
-¡Buenas...! – dijo Gabriel entrando al vestuario. Dejó su bolso en una banca y se quitó la ropa - ¿Me dejaron un poquito de agua caliente, desconsiderados?
-Hay para todos – gruñó Rivano – y cualquier objeción, pueden quejarse al administrador.
Rubén escuchaba las voces de todos, sus risas, y estaba pensando a mil por hora de cómo salir de allí sin que notaran su erección, que no parecía menguar. Ni siquiera tenía una toalla a mano. Gabriel ya estaba desnudo y entraba a la ducha contigua a la de Héctor. Rubén miró de reojo a los dos hombres frente a él: estaban totalmente enjabonados y se fregaban vigorosamente bajo el agua.
Fuera de la visión de Rubén, Rivano, en la ducha contigua, expuso toda su erección a Héctor, que le sonreía y lo miraba cómplice, mordiéndose el labio inferior. Éste pronto comenzó a enjabonar solo su pelvis, con masajes envolventes. Cuando Rubén se dio cuenta de eso, no pudo resistirse a la tentación de mirar. El profesor de natación pronto estuvo duro como el acero y su pija enhiesta resaltaba por entre la espuma de jabón. Ahora era Héctor el que miraba fijamente a Rubén. Rivano, avanzó un poco para ver que sucedía. Rubén, todavía un poco de espaldas, ya no podía ocultar ni su erección ni su interés por Héctor, quien le sonreía inmutablemente. Rivano, saliendo un poco más de su ducha, contemplaba toda la situación con la pija en la mano.
A todo esto, Gabriel, de espaldas a todos ellos, seguía en su mundo, pasándose jabón y enjuagándose. Rivano hizo una seña y cerró el agua. Tomó su toalla y mirando a Héctor y a Rubén meneó la cabeza como para que lo siguieran. Bajó el nivel de calor del sauna y se metió en el pequeño recinto, cerrando la puerta tras él. Héctor, raudamente, también cerró la ducha y siguió los pasos de Rivano. Rubén no sabía qué hacer, se quedó contemplando la espalda y el culo maravilloso de Gabriel bajo la regadera, velludo por todas partes. ¡Qué firmes se mostraban esos glúteos perfectos, qué muslos fuertes y gruesos, y qué hombros macizos sosteniendo esos peludos brazos! Llevó su mano hacia abajo, atrapando su pija hinchada que ya no podría sosegar. Se masturbó suavemente atrapado por la visión de esa escultura humana.
Entonces Gabriel se dio vuelta de pronto y frente a él vio a Rubén con el miembro erecto en sus manos. No se inmutó, aunque estaba algo sorprendido, y Rubén por un momento quedó estático, solo su pecho agitado no paraba de subir y bajar. Gabriel siguió con su baño, con movimientos lentos y acariciantes, ya sin dejar de mirar a Rubén que poco a poco se animó a continuar con su parsimonioso bombeo.
-Gabriel, ¿no me prestarías tu jabón? – preguntó tímida pero firmemente. Ni él mismo pudo dar crédito a lo que había dicho. Y Gabriel, lleno de espuma en todo su cuerpo, tomó el jabón y cruzó el breve pasillo que separaba una ducha de otra. Se acercó a Rubén, que lo miraba expectante. Por un minuto se quedaron ambos inmóviles. Y sin decir palabra estiró la mano hacia la franca entrepierna, lento y decidido, comenzando a pasar el jabón por sobre la espesura generosa del pubis de Rubén.
-Acá está el jabón - le dijo con voz queda.
Mientras el jabón hacía lo suyo, envolviendo con su espuma la base velluda del duro palo de Rubén, el pequeño miembro de Gabriel, apenas visible entre su propio bosque de pelos, comenzó a cobrar tamaño..., primero tímido pero luego con más ímpetu. Lo cierto es que el menudo sexo siguió agrandándose de tal manera que en pocos segundos estuvo enorme. Parecía imposible tal metamorfosis. El glande salió hacia fuera y el miembro dobló cuatro veces su tamaño tanto en largor como en anchura. Rubén, mirándolo atónito, se animó a acercar la mano y lo rodeó con sus dedos, fascinado con la transformación. Gabriel hizo un sobrio gesto de placer mientras seguía enjabonando los pelos de Rubén. Pero enseguida su mano se deslizó un poco más abajo y atrapó el jabonoso y resbaladizo pene erecto. Mutuamente se masturbaban en un ritmo lento, acercando cada vez más sus bocas. Entonces, sin poder evitarlo, se besaron ardientemente.
El primer beso de un hombre.
Las lenguas lucharon entre sí un largo rato, devorándose e intercambiando salivas. Por un minuto se apartaron, aturdidos y palpitantes. Gabriel tomó la mano de Rubén y le dijo:
-¿Vamos con ellos?
-Sí.
Cuando entraron al sauna, la escena era muy fuerte: Rivano estaba arrodillado frente a Héctor, y se estaba tragando la enorme pija acompasadamente. Interrumpieron por un momento hasta que Rubén cerró la puerta tras de sí. La luz estaba apagada y los cuatro hombres quedaron envueltos en una semi penumbra.
Rivano dejó de chupar el objeto de su apetito y miró a los dos nuevos visitantes. Con un gesto dirigido a Héctor, se incorporó y ambos rodearon a Rubén y a Gabriel. Héctor fue directamente a los pechos de Gabriel. Eran impresionantes e invitaban a ser saboreados. Abriendo desmesuradamente la boca, sacó una lengua larga y acariciante que fue directamente a regodearse en los pezones duros y punzantes de Gabriel. Los dos varones se entrelazaron en un combate de dador y receptor. Rubén miraba todo boquiabierto, sin poder creer que estaba viviendo todo eso.
-¿No es maravilloso como le come los pezones? Es un maestro – le preguntó Rivano, mientras le rodeaba los hombros con sus brazos.
-Nunca pensé que...
-¿Nunca probaste, Rubén? – insistió Rivano, besándole suavemente el cuello.
-Nunca probé nada, señor – contestó Rubén con los ojos entrecerrados al sentir la barba raspante de su jefe.
-¿En serio, Rubén? – preguntó Gabriel. Héctor sonreía, mientras iba de un pezón a otro.
-Sí, todo esto es nuevo para mí.
-Entonces... creo que debemos mostrarle a Rubén lo que es gozar entre hombres, ¿no creen? – incitó Rivano.


Rubén enseguida estuvo dispuesto. Se entregó totalmente a sus excitados instructores. Rivano fue bajando por detrás hasta interceptarle el culo con las manos, lo abrió suavemente y acercó su boca. Rubén sintió una oleada de placer indescriptible cuando la lengua caliente de Rivano empezó a resbalar por su culo abierto. Todo su cuerpo se estremeció, embargado de una debilidad encantadora. Bajó los brazos y llevó su cabeza hacia atrás, extasiado. Gabriel se situó a su derecha y abrazándolo por el torso, empezó a lamerle uno de los prominentes pezones, mientras que Héctor, arrodillándose frente a su entrepierna, tragó sin dudar su verga.
Rubén quedó paralizado por completo, sumido en un goce impresionante en medio de sudores propios y ajenos. Estaba a merced de tres bocas ávidas y expertas, que lo llevaban a los umbrales mismos de la voluptuosidad más pura.
Rivano abrió más aún sus nalgas y hundiendo la lengua en el ano, deleitó a Rubén de la manera más exquisita. Héctor sabía cómo chupar una verga, la hacía desaparecer hasta que sus labios eran tapados por el matorral púbico y su mentón chocaba contra las pesadas bolas. Una vez adentro de la caliente cavidad bucal, la pija era acariciada por una ardiente lengua, que se metía por el meato para recorrer alternadamente todo el borde el glande agigantado. Con las manos masajeaba las piernas de Rubén, que a duras pena podía mantenerse consciente.
Mientras tanto, Gabriel hacía con Rubén lo que más le gustaba que le hicieran a él: mamarle los pechos. Rubén estaba asombrado de su nueva capacidad para sentir tanto placer. Eran placeres nuevos, únicos y de una intensidad avasallante. Tuvo que pedir por favor que lo dejaran retomar el aire. Entonces Rivano llevó a Rubén a la segunda grada y lo invitó a sentarse. Él mismo se subió a la primera y con las piernas abiertas a cada costado de Rubén, le acercó la punta de su pija a la cara.
-Te está esperando, Rubén – provocó Rivano con un tono increíblemente seductor. Rubén miró una vez más el impresionante miembro de su jefe, tieso y desafiante. Como Rubén no contestaba, Héctor tomó el falo de Rivano con sus manos, guiándolo a la boca. Tímidamente, Rubén la abrió, intrigado por sentir ese nuevo sabor en su boca. Rivano adelantó su pelvis y enterró lo más que pudo ese aparato retador en la boca de Rubén. Héctor y Gabriel también se sumaron a la mamada, acercando las bocas a la verga de Rivano que entraba y salía de la abiertísima boca de Rubén. Era un dulce encuentro de bocas, sexo y líquidos que los cuatro disfrutaron largo rato. Rivano se dio vuelta y ahora ofreció su culo, que fue succionado, lamido y degustado por las tres bocas hambrientas.
El sordo recinto se pobló de ayes, gemidos y suspiros entrecortados.
Rubén se había olvidado de todo y estaba gozando como nunca lo había hecho en su vida. Gabriel y Héctor también se encaramaron a la primer grada entregando sus nalgas a Rubén junto con las de Rivano. Ahora tenía tres culos abiertos para su anhelante boca. Tomando como podía a los tres por las piernas, alternaba sus lengüetazos por los generosos traseros, abriéndolos por completo y sintiendo el calor fatal que de ellos salía. A su tiempo, cada uno fue girando y ofreciendo las duras vergas a esa boca que parecía no dar abasto. Rubén chupó, lamió y tragó cada miembro, enloquecido al sentirlos demandantes sobre su cara. Las tres pijas, chocaban en sus labios, mejillas, frente y ojos, mientras que su nariz daba cuenta de lo excitante que le resultaba el olor a macho.
Los tres se pusieron de pié y se abarcaron en un solo abrazo, besándose y acariciándose en medio de un fervor abrasador. El sudor los cubría, y ellos se restregaban entre sí, perfectamente lubricados, entregados a esa sensación indescriptible e íntima que solo se experimenta entre varones.
Rivano giró, quedando su culo a merced de Gabriel. Éste empezó a hundir su pija en los redondos glúteos, y al acomodarse así, ofrecía vulnerable su agujero a Héctor, que lentamente fue buscando con su glande el ojete peludísimo del profesor de gimnasia. Atrás había quedado Rubén, que tomando por los hombros a Héctor, ya tenía lista su erecta lanza en la puerta del dilatado ojete.
Y en un movimiento perfectamente ensamblado entre los cuatro, culos y pijas se abotonaron unos a otras, y los hombres quedaron amalgamados entre sí como los vagones de un tren inusitado. Empezaron a moverse los cuatro y a respirar casi al unísono, agitados y calientes.
Fusionados como en una sola entidad, Rubén, Héctor, Gabriel y el Sr. Rivano, lanzaban gemidos y resoplaban a puro gozo. Se besaban, se palpaban, se acariciaban intensamente, completamente empapados, pasando de la violencia más exasperante a las ternuras más gráciles. Y así estuvieron un rato considerable. Cuando sintieron que iban a llegar al orgasmo, se separaron, y cayeron en la grada inferior. Sentados uno al lado del otro, con una mano se mantenían abrazados, y con la otra, masturbaban la verga que tenían más cerca.
Entonces, con algunos segundos de diferencia, los cuatro hombres se estremecieron violentamente. Una a una las vergas fueron derramando su esperma. El líquido espeso y chorreante saltaba a borbotones y caía sobre pechos, panzas y bolas, inundando todo en medio de sonoros jadeos y gritos casi animales.
Tuvieron que esperar un tiempo para lograr nuevamente la calma.
Entonces, aún abrazados, volvieron a besarse.
Rubén, perplejo, maravillado y ebrio por tanta emoción junta, miró a sus tres compañeros y con una sonrisa para todos clara, agradeció sin palabras lo que había experimentado.
-¿Cómo estás, Rubén? – preguntó dulcemente Rivano.
-No lo sé aún.
-¿Qué sentís? – Agregó Gabriel.
-Siento que soy otro.
Rivano suspiró en una leve sonrisa.
-¿Te gusta ser otro? – indagó, perspicaz,  Héctor.
-Definitivamente sí... pero...
-Siempre hay un pero – exclamó Rivano acentuando su sonrisa y acariciando los pelos mojados del pecho de Rubén.
-Me refiero a que... la sensación que tuve en todo este tiempo desde que vine a trabajar aquí, fue la de haber vivido una transformación. Ahora lo sé bien. Cambié. No sólo me siento otro, sino que es mucho más que eso, es como si algo pendiente, algo sin terminar, se hubiese completado - dijo Rubén, mirando al vacío, pensativo y ensimismado.
Todos quedaron absortos, mirándose dulcemente unos a otros.
Héctor, con una ternura que le salió muy de adentro, acarició la cara de Rubén. Gabriel se acercó a él para besarlo. Rivano le tomó las manos. Luego, volvieron a besarse unos a otros en los labios, sobre cuellos, hombros y manos.
Rubén, contenido por los brazos que lo rodeaban, se sintió vulnerable y lloró.




Fin del Relato.

Franco.
 Agosto de 2007

Comentarios

  1. Tal como pasó la primera vez, tal como pasó todas las veces posteriores... Ahora volvió a pasar: ese misterio, esa angustia, esa incertidumbre, esa tranquilidad, esa seducción y esa culminación se reunieron y generaron una erupción... ¡extática! Recrear los lugares, los hombres, las situaciones es un ejercicio exquisito para la mente y el deseo... ¡BRAVÍSIMO TALENTO, MI QUERIDO FRANCO! Qué otras palabras puedo expresar... ¡Habrá que inventarlas porque las que existen son insuficientes!

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  2. Hola. Dicen que lo que es bueno si es breve es dos veces bueno.
    Para mi este relato es la excepción que confirma la regla. :) :P
    Gracias Franco. Fuerte Abrazo

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  3. Me encanta estar rodeado de machos desnudos en el vestuario, mi fantasía, ser cogido en las duchas !!!

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