Rodeado de hombres desnudos
Rodeado de hombres desnudos
Parte II: Forzado al
placer.
El día pasó lento y Rubén quedó
preso de los pensamientos más diversos. Por su mente, uno tras otro, desfilaban
todos esos hombres desnudos: gordos, delgados, musculosos, lampiños, peludos,
altos, bajos, jóvenes y maduros... todos, absolutamente todos, le suscitaban un
interés creciente, una curiosidad morbosa, y en todo caso, sensaciones nuevas
para él.
¡Y luego estaban los
olores! Los olores tan de hombre que invadían todo: sudores mezclados, fragancias
de desodorantes baratos, otros más finos, colonias, olores que emanaban de los
baños, orines, pedos, jabones, espuma de afeitar... ¡ah!, era una argamasa de
estímulos que no dejaban sus sentidos en paz.
Cuando ya eran las siete de
la tarde, el vestuario, como casi todos los días, se poblaba de hombres de
traje y corbata. Ninguno se conocía entre sí, salvo por el hecho de encontrarse
casualmente en el gimnasio. El sauna, era el sitio preferido entonces. Rubén
estaba atento de cuidar la temperatura del baño, o de echar un poco de esencia
de eucaliptus sobre el hornillo. Cada tanto entraba y sus ojos se desviaban
hacia alguna toalla demasiado descorrida, o alguna parte íntima descubierta.
Tenía mucho temor de que alguien descubriera la dirección hacia donde sus
miradas recalaban, por lo que cuidaba siempre moverse siempre con mucho
disimulo.
A esas alturas, Rubén ya
era un fisgón consumado. Los ojos se le iban tras uno u otro hombre desnudo,
yendo y viniendo por entre culos y penes, apreciando torsos más o menos
proporcionados, peludos o lampiños, ampulosos o de dimensiones ordinarias. No
quería admitirlo, pero de hecho ninguna persona en el vestuario pasaba
desapercibida a su atención.
Sí, había aprendido a
disimular.
Día tras día disimulaba
haciendo de esa actividad casi un arte.
Pero hubo una vez que no
pudo disimular mucho cuando, de pronto, vio entrar a un joven rubio y alto. Se
trataba de un adonis que parecía haber descendido del mismo Olimpo. Mientras
miraba como se iba desnudando, su evidente atención no pasó desapercibida para ese
hombre de bigotes, el de la torva mirada, que estaba a unos metros, siempre en
su banco de la última fila. El hombre se dio cuenta de que Rubén se quedaba
como extasiado frente al llamativo cuerpo desnudo del rubio. No era para menos,
era un hombre hermoso, con un cuerpo muy proporcionado, definidas formas y fino
vello en toda su piel. Cuando se quitó el bóxer, una verga cabezona, colgante y
rodeada de espesa vellosidad, quedó expuesta ante todos. Rubén estaba cada vez
más interesado en lo que veía, y el hombre de bigotes que observaba fijamente
la escena frunció el seño e hizo un gesto de desaprobación ladeando su cabeza
de un lado a otro, mientras se cubría con la toalla y se metía en el sauna. Un
bulto inconfundible apretaba la bragueta de Rubén. El rubio seguía como si
nada, exponiendo toda su desnudez parsimoniosamente y rascándose las pesadas
bolas de vez en cuando. Era de los que les gustaba exhibirse, y se comprendía,
pues tenía con qué hacerlo. Finalmente se puso un traje de baño, se pegó una
ducha rápida y salió enseguida. Volverá, pensó Rubén, que a esa altura estaba
ebrio de imágenes que quedaban en su cabeza haciendo estragos en su cuerpo,
abrasadoramente presentes.
Así, los minutos fueron
pasando y la gente se fue retirando. Solamente quedaban un par de hombres
vistiéndose cuando al vestuario entró el Sr. Rivano.
-¡Sr. Rivano!, el sauna
está listo... – se apresuró a decir Rubén.
-Qué bien, qué bien.
Gracias, Rubén..., hoy tuve un día agotador – dijo resoplando y quitándose
rápidamente la ropa. Se paseó en pelotas hasta el baño. Orinó y volvió a la
banca, donde Rubén le dio una toalla limpia, siguiéndolo siempre con la mirada.
Ahora Rubén reparó en los vellos casi blancos de su pecho. Era algo rellenito,
sin llegar a ser gordo por lo que su pecho, algo entrado en carnes, ostentaba
dos tetas abultadas. Sin embargo todo su cuerpo conservaba una elegante esbeltez.
Lo vio dirigirse al sauna con la toalla al hombro. Al verlo de espaldas le
pareció que su culo era bastante grande, aunque no dejaba por eso de ser muy
estético. Tenía un andar lento y masculino, tal vez por eso su mirada lo siguió
hasta que cerró la puerta del sauna tras de sí. Se quedó mirando sin advertir
que, sigilosamente, alguien se le acercaba por detrás.
-¿Así que te gusta mirar
pijas?
Rubén sintió la voz casi en
su oído, tan cerca estaba. Era una voz susurrante, apenas perceptible. Se
volvió, aterrado. Era el hombre de bigotes que lo había visto tan interesado
por aquel rubio esa tarde. Sintió un pánico de muerte y quedó mudo. Tenía, como
los otros días, una apariencia intimidante, algo bajo, bastante corpulento,
moreno, de amplios hombros y maciza contextura muscular, ojos torvos de anchas
cejas y bigotes muy negros. Daba perfectamente el tipo recio, de esos que se
vanaglorian de ser mataputos a buena honra. El hombre se alejó y con irónica
sonrisa lo miró haciéndole un gesto de saludo, desapareciendo raudamente.
Rubén quedó paralizado de
miedo, aturdido y mortificado. ¿Qué haría ahora? ¡Lo habían descubierto! A
pesar de que la escena había pasado desapercibida para las pocas personas que
quedaban en el vestuario, sentía que no podía mirar a nadie a la cara. Volvió
en sí cuando sintió una palmada en el hombro. Era Héctor, que lo saludaba
cordialmente, sonriente como siempre.
-¿Cómo vas, Rubén? ¿Qué te
pasa? ¿Cansado?
Rubén titubeó un saludo, e
intentó sonreír. Héctor se puso serio:
-¿Yo? Claro... sí, sí.
-Estás pálido... – dijo,
mientras se quitaba el traje de baño y quedaba completamente desnudo. Rubén lo
tenía tan cerca que cerró los ojos, agobiado, y no pudo más que alejarse. Era
demasiado para un solo día.
– Es así la cosa, Rubén... –
continuó Héctor, masajeándose los músculos abdominales- fue un día largo el de
hoy y nos merecemos un reparador descanso ¿no es cierto?
-Sí, creo que sí – contestó
Rubén desde el mostrador mientras acomodaba unas perchas para que sus trajes no
se arrugaran.
-¿No lo viste a Rivano?
-El señor Rivano está en el
sauna – contestó Rubén. A Héctor se le iluminó la cara.
-¡Ah, qué bien, porque necesitaba
verlo! – dijo dirigiéndose hacia la puerta del sauna.
Rubén se sentó en una banca
y respiró como para hallar el aire que le faltaba. Y así se quedó un tiempo
largo. Sentía arder su cara y su pecho temblaba incontrolable. Escuchó el rumor
de alguien que entraba y se sobresaltó pensando que era el tipo de bigotes.
Pero era el rubio que volvía de la piscina, aún empapado y con una toalla al
hombro. Pidió sus cosas a Rubén y luego se quitó el traje de baño. Por un momento,
Rubén se olvidó de todas sus preocupaciones. ¡Qué hombre! Su cuerpo desnudo era
un espectáculo fascinante. Se enjuagó el agua de la piscina bajo la ducha
rápida y después desapareció en el sauna.
Rubén miró el reloj y empezó
a acomodar todo sabiendo que el día de trabajo llegaba a su fin. Fue cuando vio
salir al rubio del sauna hecho una turba, estaba contrariado, o más bien,
indignado, como si se hubiese peleado con alguien.
***
Rubén llegó a su casa con
una expresión ausente que alarmó inmediatamente a su esposa. Pero nada se
dijeron. Ella sabía que algo perturbaba a su marido y cuando eso sucedía era más difícil que nunca entablar cualquier
comunicación. Esa noche Rubén tardó horas en dormirse, pensando en todo lo que
le estaba pasando, no solo por ese día en particular sino por los anteriores.
Todo el tiempo le volvía esa frase, girando en su cabeza de manera cruel: ¿así
que te gustan las pijas? y una vez más: ¿así que te gustan las pijas? y otra:
¿así que te gustan las pijas?
Por la mañana, al salir de
su casa para el trabajo, vio lo hermoso que estaba el día con el sol a pleno y
pensó: He sido un estúpido, de aquí en más, basta de tonterías. Y partió hacia
el Gimnasio.
Ese pensamiento lo mantuvo
más animado todo el día, y al día siguiente, y al otro. Rubén volvió a tener
algo de tranquilidad en su vida pensando que todo había sido una niñería en su
cabeza, que el tipo de bigotes era un loco suelto y que él era un tonto por
haberle llevado el apunte, y que desde ahí en adelante, ya no miraría más nada.
Pero esa calma engañosa le
duró muy poco. Hizo un esfuerzo por torcer esos deseos que se despertaban en él
tan contundentemente, pero ¿cómo hacerlo si todos los días y a toda hora estaba
rodeado de hombres desnudos?
Una tarde el vestuario
estaba repleto de gente. Jóvenes, niños y adultos, agitaban el lugar con un
bullicio ensordecedor. Gritos, silbidos, voces y risas retumbaban fuertemente
en el gran recinto. Era cuando Rubén corría de un lado para otro, limpiando, poniendo
orden, acomodando ropa y bolsos en los estantes, atendiendo los distintos
pedidos que recibía de todos los clientes del gimnasio: "Rubén, mis cosas
por favor", "Rubén, ya no hay papel en los baños", "Rubén,
¿tiene gel para el pelo?", "Rubén, tráigame una percha, por
favor", "¿Qué pasó con el agua caliente, Rubén?", "Rubén,
alcánceme la crema de afeitar, ¿quiere?"; "Rubén esto, Rubén lo
otro...", y él se metía en esa jungla de cuerpos desnudos o a medio
vestir, entre esos pasadizos de piernas abiertas, de músculos trabajados, de axilas
mojadas, cuerpos arqueados calzándose soquetes, suspensores y calzoncillos, toallas
frotando espaldas, pechos y bolas, culos expuestos, penes de todo tamaño y
forma, prepucios y circuncisiones, rozando pelos negros, grises, blancos,
rubios y castaños... y entonces, de alguna manera u otra, era indudable que Rubén
disfrutara al adentrarse en esa marea viril de turbulentos oleajes.
Entre tanta gente una voz
firme le dijo tenuemente:
-Rubén, ¿puede venir un
momento, por favor?
Se volvió y, estupefacto, reconoció
al hombre de bigotes. Abrió los ojos desmesuradamente y tembló de miedo. El
hombre, sólo cubierto con una toalla a la cintura, con la misma expresión
irónica y una sonrisa en los labios, le hizo una seña para que lo siguiera,
metiéndose en los baños. Rubén fue tras él, intrigado y lleno de miedo. El
hombre aprovechó que nadie se fijaba en ellos y fue hasta el último cubículo de
los retretes que estaba en la parte más oscura. Y en ese rincón se le acercó
cara a cara.
-¿Cómo estás, putito?
-Señor... por favor... –
susurró Rubén, sintiendo el aliento del hombre y repugnado por su olor a
tabaco.
-¿Todavía te siguen
gustando las pijas?
Rubén entornó la mirada.
Tragó saliva y preguntó:
-¿Qué quiere?
-¿Yo? nada, me preguntaba
si nadie se enteró todavía de que sos puto. Veo que no, pero cuando alguien lo
sepa, seguro que te van a echar.
El hombre se acercó más y
guiñándole un ojo no dejó de sonreírle cáusticamente. Rubén, echándose hacia
atrás instintivamente, miraba aterrado en derredor, temiendo que alguien los viese.
-No
tengas miedo, putito... – decía con acento sarcástico, a la vez que se
refregaba la mano por entre los pelos hirsutos de sus pectorales - ... vení,
metámonos aquí... tengo que hablar con vos...
-¡No!
-Vení, o te
armo ahora mismo un escándalo.
Rubén no tuvo más remedio
que meterse con él en el cubículo, muerto de miedo.
-Pero... ¡qué nervioso que
estás...! – dijo el hombre en medio de una fingida carcajada.
-Yo...
-Vos... sos un putito... y...
¡no sabés como yo odio a los putitos!
Rubén apenas respiraba. El
hombre le pasaba el dedo por la mejilla. Rubén lo sintió como si estuviera deslizándole
una navaja.
-Yo te vi ¿sabés? Sí. Te
vi. Tenés que tener más cuidado cuando andás mirando ciertas cosas. Vi como te quedabas
embobado con ese rubio. Bueno, con el rubio... y con todos. ¿Te gusta mirar
pijas? ¿Sólo las mirás? ¿O también te las comés?
-¿Yo? ¡Jamás...! ¡yo no soy
marica!
-Así que no sos puto. Mirá
que bien. No sé por qué ¡pero no te creo un carajo, putito!
-No, no soy puto, estoy
casado... tengo hijos...
El hombre arqueó las cejas,
riendo contenidamente, y bajó su índice deslizándolo por el cuello de Rubén.
-¡Bueno, bueno...! ¡Un
hombre de familia! Entonces... me debo haber equivocado, ¿no?
-Señor, por favor... –
rogaba Rubén, al borde de las lágrimas.
-¿Así que casado? Mucho
mejor, mucho mejor. Si no sos puto... entonces esto no te interesa, ¿verdad? –
y con la otra mano, se desprendió la toalla dejándola caer al suelo. Rubén bajó
la mirada y miró su verga flácida pero amenazante. Era un miembro oscuro,
grueso y con un glande enorme, cubierto por un generoso prepucio. Toda la zona
estaba tan poblada de vello, que las bolas quedaban ocultas - ...No me vas a
decir que no te gusta... putito... mirala, mirala bien...
La mano del hombre se ciñó
en la nuca de Rubén, forzándolo a inclinar la cabeza.
-Vos no tendrías que
trabajar aquí, putito... ¿te das cuenta? A la gente como vos habría que
mandarlos a la mierda ¿me entendés?, el día menos pensado vas a meterle mano a
cualquiera de esos chicos que vienen a la salida de la escuela.
-¡No!, ¡Jamás!, yo no soy
un degenerado.
-Sí lo sos. Además.... ¿qué
pensaría tu mujer si un día se entera de que a vos te gustan las pijas? Mirá si
alguien le va con el cuento... – el hombre se acariciaba el pezón derecho,
mientras seguía aferrando a Rubén por la nuca.
-Déjeme salir, por favor...
-¿No te gusta estar
conmigo? Vamos, vamos... si los dos sabemos que te morís por estar con un tipo
en pelotas... Mirame: estoy totalmente
en pelotas ¿no soy tu tipo, acaso? ¿no te gusto?... ¡qué va! apostaría
cualquier cosa a que en este momento estás al palo, putito.
-¿Qué?
-¡Se te paró, putito... no
lo niegues! seguro que ya se te puso dura ¿no?... a ver... ¿por qué no me
mostrás?
-¡Basta, se lo ruego!
-¡Shhh...!, ¡calladito! no
querrás que te escuche el Sr. Rivano, ¿no?
-¿El Señor Rivano? ¡No está
aquí!
-Alguien podría irle con el
cuento... yo no estaría tan tranquilito...
-Pero... ¿quién es usted?
-Ya lo vas a saber. Pero todo
a su tiempo, putito... no tantas preguntas... ¿en qué estábamos?, ¡Ah!, sí, ya
me acuerdo. Te doy la oportunidad de demostrarme que no sos puto. Hagamos una
cosa: vos me mostrás que no se te paró y yo te dejo ir, ¿estamos, Rubencito? Pero
antes, mirá lo que tengo aquí: no está nada mal ¿verdad? – dijo llevando la mano
a su pija. La frotó lentamente y pronto cobró mayor tamaño. Rubén lo miraba
lleno de ira, pero atrapado también por ambiguas sensaciones. Sintió como él se
acercaba a su cara y en una sonrisa sardónica le dijo con voz sibilante:
-Ahí la tenés, ¿qué te
parece? Ya viste miles de vergas ¿pero alguna tan grande como ésta? - lo obligó
a bajar la vista. El miembro completamente erecto del hombre apuntaba hacia Rubén,
duro como roca - ¡Dale, mostrame que no sos puto! Es fácil, lo hacés... y te
vas.
El hombre, sin dejar de
sostener a Rubén por la cabeza, buscó con la otra mano su cinturón y los
primeros botones de la bragueta. Abrió y bajó rudamente los pantalones y el
calzoncillo de Rubén, que transpiraba copiosamente. El pene se le disparó hacia
fuera, en lo más alto de su erección.
-¿Y esto? ¿Así que no sos
puto? – dijo fijándose en la verga de Rubén - ¡Mirame!, mirame a los ojos y
decime que no sos puto.
-No soy... puto...
-No te creo, putito,
mostrame como la chupás... debés ser un maestro...
-Nunca hice eso...
¡nunca...! – imploró Rubén con los ojos aterrorizados.
-¡Shh...! ¡Shh…!
calladito... ¿nunca chupaste una verga? ¡Es muy fácil!, abrís la boquita y te
la metés bien adentro – rió. Rubén se resistía al tironeo del hombre que ahora
lo estrechaba por los hombros.
-Está bien, -continuó- si
no querés verga todavía, lo entiendo, soy muy comprensivo ¿sabés?, podemos ir de a poco, ya vas a comerme la
pija, tenemos tiempo, mientras empezá por lamerme el culo – e inesperadamente
consiguió poner de rodillas a Rubén a tiempo que se daba vuelta, apuntando
hacia él el velludo culo. Rubén cayó enredado por su pantalón en los tobillos,
y empujado por la mano en su nuca, dio de lleno contra las nalgas del hombre.
Estaba asqueado. El tipo restregó su culo sudoroso y turgente contra la boca de
Rubén.
-¡Dale!, limpiame todo el
culo, cabrón, tenés la oportunidad de demostrarme que las tenés bien puestas...
– susurraba, mientras se abría de piernas al máximo. Rubén sentía el golpe de
sus pesados testículos y su asco era irreprimible. Esto le provocó un par de
arcadas, a lo cual el hombre le lanzó:
-¿Pero qué te pasa? ¿no te
gusta?, en realidad, no parece que te de mucho asco, putito, mirá como tenés la
pija..., pero lamé bien.... abrí la boca.... sacá la lengua, así... así...
Rubén sintió como tiraban
de su cabello y no tuvo más remedio que sacar su lengua y pasarla por el
agujero ardiente y peludo del hombre. Entonces lamió toda la zona, y siguió
lamiendo hasta sentir que la lengua se le adormecía al frotarla contra tanta
aspereza. El hombre se abría las nalgas desmesuradamente mientras se inclinaba
para mirar todo lo que quedaba al alcance de sus ojos.
-Mirá qué rápido que
aprendiste, putito, lo hacés muy bien..., ¿ves que no era tan terrible? ¡Ahora sí,
seguí con la pija!
-¡No, no me obligue...!
-¿Obligarte? ¿Pero no es
que te morís de ganas?
-Ya le dije... ¡nunca lo
hice!
-No seas remilgoso que aquí
nadie nos ve... y tengo todo este pedazo de carne para vos..., ¡no me vas a
decir que no se te hace agua la boca!
-Voy a vomitar si lo
hago...
-No digas boludeces. Yo te
voy a mostrar cómo se hace..., ¡vení...!
-¿Qué?
-¡Vení, te digo! – y se
arrodilló ante el sexo de Rubén, que se quedó de una pieza por el giro que
cobraba todo. Entonces, el hombre abrió la boca, y se metió cada uno de los dieciocho
centímetros de hombría expuesta ante él. Rubén retrocedió instintivamente, pero
en ese momento sintió que las piernas se le aflojaban. Por primera vez en su
vida se la estaban mamando... ¡y había que reconocer que el tipo lo hacía de
una manera magistral! Estuvo a punto de eyacular dos veces, pero en el punto
justo, el hombre disminuía hábilmente la intensidad de su bombeo, mientras lo
miraba a la cara para captar cada reacción. Después de un rato chupando y
succionándolo todo, el hombre se paró, se dio vuelta y le dijo:
-Ahora vamos a ver si tenés
los suficientes cojones como para metérsela a un macho... – y se abrió el culo
mostrándole el húmedo y abierto ojete. Rubén, excitado al máximo, se acercó a
él y apuntando su pija hacia ese valle de pelos, empujó hacia adelante casi
involuntariamente. El miembro entró de un solo empellón, aún lubricado por su
propia saliva.
-Sí, sí,... así, putito....
así.... ¿ves?, a lo macho nos vamos entendiendo... dale, metémela hasta las
bolas.... ¡Ah!, sí... sí... muy bien... así... seguí, seguí... dámela hasta los
huevos.
Rubén, entre espasmos y un
mundo de emociones nuevas, totalmente contradictorias, en una mezcolanza de
repulsión y cautivadora excitación, aceleraba sus movimientos cada vez más...
-¿Vas a acabar?
-... Sí... sí...
Entonces el hombre se zafó
del empalamiento y volviéndose a Rubén se arrodilló para recibir la lluvia de
semen en los vellos de su pecho. Rubén se vació por completo, mordiéndose los
labios para no gritar de placer. Era un oleaje de deleite enorme del cual no
pudo escapar. Arrodillado, el hombre de bigotes tuvo su orgasmo masturbándose, sacando
de su verga un geiser de esperma
caliente que le roció los pectorales, hombros, cuello y parte de la cara.
Cuando se repuso, se alzó, nuevamente cara a cara con Rubén que no podía decir
palabra.
-Al fin de cuentas, no eras
tan puto como pensé. Menos mal, porque yo odio a los putos. En fin, creo que
nos vamos a llevar bien. A ver, date la vuelta.
Rubén obedeció, sintiendo
su orgullo ofendido y derrotado.
-Tenés un buen culo - dijo
dándole unas palmadas - y un buen culo debe usarse. La próxima vez, me lo vas a
dar.
-¡No, por favor, se lo ruego!
-Pero ¿qué parte no
entendiste? A ver si aclaramos las cosas... ¡me vas a dar tu culito y yo te lo
voy a coger bien cogido porque lo digo yo! Después de todo te estoy haciendo un
favor porque ¡vamos!, soñabas con esto. Así que preparate, porque cuando venga
otra vez, me lo vas a entregar, yo te voy a meter bien la verga, vas a portarte
bien y obedecerme en todo, ¿ahora sí entendiste?
-¿Pero quién es usted?
-¿Otra vez? Ya te dije que
lo vas a saber, cuando sea tiempo, mientras tanto hacete a la idea de que te
voy a coger; y otra cosa, (ya me estaba olvidando lo principal, no sé donde
tengo la cabeza) mañana, escuchame bien: paso para buscar la plata.
-¿La plata? ¿Qué plata?
-Vos traé plata.
-No. Usted está loco, yo no
voy a traer nada..., no tengo dinero, apenas gano para mantener a mi familia.
-Ah, mirá qué problema. Lo
conseguís, y punto.
-Nunca.
-¿Nunca? Está bien. Hacé
como te parezca, después no te quejes de que no te avisé.
-¿Después?
-Después de que pierdas tu laburo, pelotudo. Conozco a Rivano. Lo conozco a él y al dueño de este tugurio. Imaginate cómo se van a poner cuando les diga que el encargado del vestuario de hombres es puto. Vos no sabés el lío que te puedo armar, Rubencito - dijo, mientras se acomodaba la toalla a la cintura.
-Después de que pierdas tu laburo, pelotudo. Conozco a Rivano. Lo conozco a él y al dueño de este tugurio. Imaginate cómo se van a poner cuando les diga que el encargado del vestuario de hombres es puto. Vos no sabés el lío que te puedo armar, Rubencito - dijo, mientras se acomodaba la toalla a la cintura.
Rubén se mordió el labio
casi hasta lastimarse, masticando también su incontenible bronca.
-Me das tu culito y la plata,
y listo, asunto terminado, aquí no ha pasado nada y nadie se enteró de nada -
le dijo, acariciando una de sus nalgas.
Rubén negó con la cabeza,
avergonzado y a punto de estallar.
-¿No? - sonrió el tipo de
bigotes mientras le tomaba suavemente la barbilla - entonces, chau, putito, despedite
de tu empleo.
Rubén salió de allí hecho
trizas. Sin levantar la vista y temiendo que todos lo miraran, se apresuró a
tomar su puesto detrás del mostrador y volvió a su trabajo. Estaba sordo, mudo
y ciego a todo en derredor. Nunca nadie lo había humillado así. La gente del
vestuario entraba y salía sin reparar en él, todo transcurría como si nada
hubiera pasado, pero Rubén, en su interior, afrontaba un huracán de furia.
Al rato, el tipo de
bigotes, que ya se había vestido, tomó sus cosas y se acercó hasta Rubén, que
permaneció inmóvil y sin mirarlo a la cara. El hombre le tiró un sobre de papel
con algo adentro.
-Tomá, para nuestra próxima
cita, quiero que la uses, cariño. Mañana paso a buscar la guita, traé diez de los
grandes, empezaremos con esa cifra, después veremos.
El tipo desapareció.
Cuando Rubén metió la
mano en el sobre, tocó una tela muy suave, y al sacar lo que había adentro vio,
asqueado, que se trataba de una prenda de lencería femenina, transparente y diminuta.
(Continuará el próximo lunes)
FrancoAgosto 2007
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