En el mejor lugar

Vuelvo a uno de mis lugares favoritos. Entro despacio, casi desapercibidamente, con el corazón en la boca como siempre. Mido mis pasos, intento no demostrar mi creciente entusiasmo y trato de disimular mi temblor. Ya dentro de este santuario me dejo invadir por cada uno de los estímulos que siempre me han hecho vibrar. Me concentro como para que la erección no comience y siga su curso irrefrenable. Sin siquiera mirar, ya me atraviesan las increíbles imágenes que captan el soslayo de mis ojos. Espero un poco más para mirarlas directamente. Es la gloria. Todos los hombres están desnudos o a punto de estarlo. Siento lo mismo que sentí cuando niño, cuando por vez primera mis ojos se abrían como platos en medio de todos esos machos. Siento lo mismo ahora siendo adulto, y estar envuelto en esos sonidos, olores y escenografía inconfundible, me provoca la más intensa excitación. Me quedo aquí (podría quedarme por horas), me desvisto también. Me sumo a este contingente de masculinidad compartida, y me abandono a mis sentidos.

Estoy, no lo dudo, en el mejor lugar del mundo.