Cuentito de fin de mes
El Ladrón
Como todas las noches, después de dejar mi coche en el
garaje, caminé por esas dos oscuras y solitarias cuadras hacia mi casa. Cuando
aún no había hecho ni diez metros, noté que alguien caminaba detrás de mí. Volteé
apenas la cabeza para darme cuenta al soslayo que se trataba de un individuo
mal entrazado. Apresuré el paso algo temeroso aunque detrás de mí escuchaba como
el hombre se acercaba cada vez más. En la calle, a esas horas: ni un alma. Solo
aquel desconocido y yo. Intuí que algo malo podría pasarme pero intenté
tranquilizarme. Tal vez era idea mía... tal vez era mi estúpida paranoia... tal
vez...
-¡No intentes nada, hijo de puta, y hacé todo lo que te
diga, porque si no te entierro ésta en el estómago!
-¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Qué querés?
-¿No entendiste, imbécil? Voy a llevarme todo lo que
tengas, ¡y portate bien, carajo, porque no tengo ganas de matarte! ¿Me oíste?
Me quedé paralizado, al tiempo que sentía en mi costado la
punta de una afilada navaja.
-¡Está bien, está bien,... tranquilo! – atiné a decir,
lleno de miedo.
-¡Seguí caminando y no me mires! En la próxima, doblá en la
esquina.
Me llevaba a una calle más oscura y solitaria aún, del otro
lado de mi casa. El hombre estaba muy nervioso y me dijo que apresurara el
paso. Al llegar a la esquina, doblamos, y después de unos metros, el hombre me
indicó que me metiera por el alambrado abierto de una obra en construcción
abandonada. Sentí que las piernas me flaqueaban y que me bajaba la presión.
Pero me sobrepuse instintivamente. Cuando estuvimos dentro de la obra sentí la
punta del arma clavarse aún más sobre mi flanco.
-Seguí caminando, pedazo de mierda, y cuidado con lo que
hacés, porque te clavo aquí mismo, ¿entendiste? – me dijo sobre mi oreja, todo
en voz baja, pero amenazadoramente firme. Me condujo al fondo de la
construcción, detrás de unas escaleras, chapas, y de unos arbustos que hacían
que nada se pudiera ver desde ningún punto del exterior. Una débil luz,
proveniente de un patio contiguo, daba al lugar un resplandor suficiente como
para vernos mutuamente. Se me acercó más y me forzó a ponerme contra una pared.
Quedamos frente a frente.
-¡No me mirés, te dije! – me dijo inmediatamente – mirá al
suelo, si no querés que te corte todo.
No lo miré, pero podía notar que era un hombre algo
corpulento, y que olía levemente a alcohol, a tabaco, mezclado con
transpiración y quién sabe que otros olores. Yo permanecía con mi vista
concentrada en el piso, aterrado.
-Ahora dame tu billetera. ¡Rápido!
No tenía otra opción que obedecer. Metí mi mano en el
bolsillo y saqué mi billetera. Él la tomó enseguida y la revisó.
-¡La puta que te parió! No tenés mucho. Parece que hoy di
con un pelagatos.
Entonces me metió la mano libre entre la chaqueta de mi
traje y revisó mis bolsillos internos. Iba manoseándome con un temblor
impaciente mientras inspeccionaba cada bolsillo. Por fin, encontró mis
documentos y mis tarjetas de crédito.
-¿Qué más tenés?
-Nada, nada... nunca ando con mucho valor encima.
-¡Te dije que no me miraras!
Pero era tarde, por un instante había posado mis ojos en
los suyos. Era un tipo de mirada dura, oscura, de grandes cejas, un tupido
bigote negro que se extendía algo más abajo de su boca y una barba de tres
días. Llevaba un oscuro gorro tejido metido hasta las orejas y parecía de unos
30 años, aunque su edad era algo indescifrable.
Me tomó la mano izquierda y vio mi anillo de oro.
-¿Qué le vas a decir a tu mujer? ¿Que se te perdió la
alianza? – dijo en medio de una risa irónica – te va a matar cuando no te la
vea más, sabés como se ponen las minitas con eso...
-No, por favor, la alianza no...
-¿Preferís que te perfore la barriga, pelotudo? ¡Dame el
anillo!
-Ok, ok, está bien, tomá.
-Y el reloj...
Obedecí temblando y sintiéndome totalmente impotente ante
su altanería. Cuando metió mis pertenencias en su bolsillo, me miró a pocos
centímetros de mi cara, y sentí su aliento caliente cuando me dijo:
-No es gran cosa, querido, vamos a ver qué más tenés.
Quedate quietito ¿sabés?, porque te voy a tocar un poquito.... quien sabe... a
lo mejor, te gusta.
Entonces me pasó la mano por los bolsillos del pantalón,
intentando registrar si llevaba algo más. Pero también sentí su mano
insistentemente sobre mi culo, la parte delantera de mi pantalón, cerca de mis
bolas, mis muslos, para luego sentir que subía palpándome por sobre mi camisa,
mi panza, mi pecho y por último mi espalda. Como se percató de que no llevaba
nada más que le pudiera interesar, me dijo siempre en tono irónico:
-Me voy a tener que llevar más cosas, ¿sabés?... así que
andá quitándote los zapatos.
Lo miré totalmente asombrado.
-¿No entendés que no tenés que mirarme, boludito? ¡Obedecé
ya mismo! ¿O querés que mañana te encuentren muerto aquí mismo?
Volví a mirar al piso, y empecé a desajustarme los zapatos.
Me los quité y se los di. Él los apartó sobre un montículo y me volvió a mirar.
-Tenés buenas pilchas, ¡está bien vestido el señorito! Me
parece que me vas a dar todo, ¿sabés? ¡Vamos, vamos...quitate toda la ropa!
-¿Qué? – balbuceé incrédulo.
-Pero decime, che, ¿además de pelotudo sos sordo? ¡Que te
saqués toda la ropa, cabrón!
-Pero...
-Oíme, me estás cansando y se me está acabando la
paciencia. ¿Querés que me ponga jodido? – me dijo, acentuando la presión de la
navaja.
-No, no, está bien – respondí, y comencé a quitarme el saco.
-Muy bien. Así me gusta. La corbata. Ahora la camisa – me
decía el hombre, mientras iba tomando la ropa y la ponía junto a los zapatos. -
¡los pantalones!, dale, rápido, que no tengo toda la noche...
Al darle los pantalones, quedé solo con mis calzoncillos.
Instintivamente me cubrí la entrepierna con las manos, esperando con la vista
siempre en el suelo.
-Dije "toda" la ropa.
Con una mueca de indignación, y con toda mi bronca en el
pecho, me bajé los calzoncillos y se los di, sintiéndome asqueado por el
ultraje.
-Muy bien, muy bien, mi amigo. ¿Ves? Ya nos vamos
entendiendo – me dijo sin dejar de apoyarme su navaja y apilando mi slip junto
a toda mi ropa. Por un momento se quedó mirándome. Yo estaba desnudo, tapando
mi sexo con ambas manos. Mi situación no podía ser más desfavorable y
vergonzante.
-¿Cuántos años tenés? – me preguntó.
-Treinta y seis.
-¡Mirá vos...! Y vas bastante al gimnasio, por lo que veo.
-Sí.
-Ajá. Se nota – dijo, pasando su mano por mi pectoral
izquierdo.
Me sentí observado. Extraña y raramente observado.
-¿Sabés una cosa? – continuó – Te envidio un poco, tenés
unos pectorales magníficos. Parecen tetas de mujer... para mejor no tenés muchos
pelitos...
-Por favor... dejame ir...
-¿Qué te pasa? ¿Por favor, decís? ¿Por favor, qué? No me
hagas enojar de nuevo, justo ahora que nos estábamos conociendo...
-Pero quiero irme a casa...
-¿Tan pronto? Mirá, hijo de puta, de acá te vas a ir cuando
yo quiera, ¿entendiste?
-Está bien, está bien – dije casi con las lágrimas a punto
de salir de mis ojos.
-No te pongas así. ¿No te parece que soy un buen tipo? No
te voy a matar, y eso ya es mucho.
Empecé a respirar profundo, y a creer, en medio de esa
tortura que no terminaba de entender, que él verdaderamente no me iba a hacer
daño. Por lo que me calmé un poco. Pero él, con una voz un poco más suave me
dijo:
-¿A ver? ¿Qué tapás tanto ahí?... ¿A ver, a ver?... – me
dijo, a tiempo que me tomaba una mano y a la fuerza la apartaba de mi sexo.
-Si te tapás tanto debe ser por algo, ¿no?... pero...
¡Epa!, te la tenías bien guardada, guachito... ¡Qué pija tenés! ¡Seguro que tu
linda esposita la pasa fenomenal con vos! ¿no es cierto?.
Al ver que no contestaba, me repitió más duramente:
-¿No es cierto?
-Sí.... sí.
-Claro. Debe ser una putita que grita como una gata en celo
mientras te la cogés, ¿no?. ¡Qué tamaño de carajo! ¡Si dormida tiene ese
tamaño, no quiero ni pensar cuando se te para, macho...! ¡Le debés partir la
concha por la mitad!
Mientras me iba diciendo eso, el hombre se me acercaba más
y más al oído... y a cada palabra, iba haciendo su voz cada vez más tenue, y...
¡por Dios!... su voz era tremendamente voluptuosa. A cada acento, sonaba con
más aire, como si soplara a través de ella. Yo escuchaba todas esas
obscenidades en medio de un estado que me es difícil explicar ahora. Pero si
bien seguía teniendo miedo por la bestialidad de aquel hombre, había algo que
me hacía poner toda mi atención en lo que me estaba diciendo casi al oído. No
sé porqué, pero mis manos volvieron a querer cubrir mi sexo.
-No te tapés la verga – me dijo de inmediato – dejá las
manos quietitas, ¿me oíste?, ¡no me digas que tenés vergüenza...! ¡Después de
todo, estamos entre hombres!
Con una mezcla de indignación y angustia tragué en seco fijando
la vista en el suelo, resignado a mi indignante suerte.
-¿A ver?, me parece que de atrás no estás nada mal
tampoco...
Apreté mis dientes y mis puños, sintiendo el inminente
peligro de ser violado al instante. El comentario no se hizo esperar:
-Pero... ¡qué hijo de puta!, tenés mejor culo que el de mi
novia.... ¡Qué buen culo!, además... bien lampiño, paradito...
firme...blanquito... – y diciendo esto, me dio una suave palmada en mis
glúteos. Pero lo peor vino cuando sentí que me decía:
-Ponete de rodillas.
-No, por favor... por favor... – imploré, temblando, a la
vez que expectante.
-¡Mirá, no te hagas el pendejo y obedeceme, hijo de puta!
¡De rodillas!
Caí de rodillas sobre el piso, él me puso la navaja en el
cuello y con su otra mano me agarró del cabello.
-Adiviná lo que vamos a hacer...?
Yo cerré los ojos, resistiéndome a creer que todo eso me
estaba pasando.
-Sí, sí, nos vamos a divertir un poco. Y vos te vas a
portar muy bien ¿no?.... ¡Contestame!¡Te hice una pregunta!, ¿te vas a portar
bien?
-Sí, sí... sí.
-Vas a hacer todo lo que quiera papá, ¿Está bien?, porque
vos y yo podríamos pasarla muy bien, ¿Me entendés?
-Sí, entiendo, entiendo.
-¿Entonces vas a hacer todo lo que diga papá?
-Sí.
-Así me gusta. Muy bien, muy bien... ¿no te parece que
congeniamos perfectamente?
Tenía frente a mí toda su zona pélvica, y estaba tan cerca
de su entrepierna que podía percibir el olor que de allí salía, mezcla inmunda
de orín con el tufo de su pantalón jean sin lavar por semanas.
-¿Sabés qué voy a hacer?
-N... no....
-Te voy a mostrar algo. Algo que tengo aquí, justo aquí,
para vos – dijo, señalándose el bulto con la navaja – pero me vas a ayudar,
¿sabes?
-Está bien.
-Buen chico, muy bien. Vamos, desabrochame el cinturón. Vas
a ver el regalito que te tengo preparado.
Llevé mis manos al cinturón y empecé a desabrocharlo,
mientras él guiaba mis torpes movimientos con palabras cada vez más
acariciantes. En ese momento se escucharon voces que venían de la calle. El
hombre se detuvo, mirando como un lince hacia el exterior, alerta. Se quedó
inmóvil mientras yo aprovechaba para fijar los ojos en él. Tenía la mirada
encendida y la boca contraída, expectante. Al escuchar que las voces se
acercaban más, me susurró:
-Esperá, esperá. Quedate quieto... ¡Ni respires!
Yo tenía la secreta esperanza de que alguien pudiera darse
cuenta de mi situación y llamara a la policía... pero las voces se fueron
alejando poco a poco.
-Ya pasó. Podemos seguir ¿No te parece? – Me dijo
soltándome un poco el cabello y frotando mi sudada frente en un atisbo de
caricia. Yo, que había desabrochado el ancho cinturón, empecé a bajar la
cremallera. Cuando desabroché el botón superior, abrí el pantalón hacia los
costados, observando que llevaba puesto un calzoncillo debajo. Por encima del
elástico, flojo y descendido, asomaba el tupido comienzo de sus pelos púbicos,
negros y gruesos. Sigo sin poder explicar lo que en ese momento pasaba por mi
mente y por mis emociones, encontradas a más no poder. Porque una ansiedad
inaudita, hacía que no pudiera dejar de observar ávidamente todo lo que tenía
enfrente de mí.
-Bajame los pantalones, chiquito...
Obedecí, pero al bajarlos, como los tenía muy ajustados,
también deslicé el slip hacia abajo, que quedó a mitad de camino. Ante mí
apareció todo su peludo pubis, una mata enmarañada y oscurísima, y la base de
una verga que se anunciaba gorda y abultada. El olor de su sexo me invadió la
cara y tuve que hacerme hacia atrás.
-¿Qué te pasa? ¿No querés jugar con este amiguito? No seas
así, bajame bien el calzoncillo...
Tomé el calzoncillo por las perneras y lo deslicé hacia abajo.
Frente a mi cara estupefacta quedó expuesto su miembro grueso y babeante.
Colgaba pesado e hinchado hacia abajo, y daba pequeños corcoveos queriendo
ponerse de pie. Era de una longitud normal, pero de gran tamaño. El prepucio le
cubría completamente y a juzgar por su ensanchamiento en la punta, tenía un
glande de considerable porte, sus bordes se marcaban contra la fina piel y de
su extremo pendía un hilo de líquido transparente. Si la base era ancha, su
extremo excedía grandemente esa medida. Debajo de ese tronco intimidante, colgaban
unas arrugadas y velludas pelotas que se agitaban a cada movimiento. Todo el
conjunto estaba rodeado de hirsutos pelos muy negros que provenían de una línea
que descendía desde el ombligo y se abrían de manera desordenada,
ensortijándose también hacia los muslos y formando dibujos por lo inusual del
largo. Ahora el olor era más intenso, a tal punto que me provocaba arcadas.
-Aquí lo tenés. Para vos. Te presento a tu amiguito. ¿No lo
vas a saludar?
-¿Qué?
-Que mi pija tiene ganas de que la saludes. ¿Qué se te
ocurre?
Por un momento me quedé inmóvil. Pero pensé que era más
difícil contestar eso con palabras que acceder directamente a lo que ese hombre
me estaba insinuando. Pero como evidentemente yo no atinaba ni a una u otra cosa,
el hombre me punteó con su arma, recordándome que la navaja podría matarme en
cualquier momento. Entonces, asqueado y conteniendo la respiración, acerqué mi
cara a su sexo, que se había agrandado más, y posé tímidamente mis labios en la
mitad de su tronco.
-¿Qué clase de saludo es ese? ¡Dale un beso como la gente,
hijo de puta!
Entonces, volví a acercarme, intentando no respirar para no
sentir aquel olor que me desmayaba, y le di un breve beso. Sentí su pene
caliente y suave. Era blando, como esponjoso, y algo me hizo repetir ese beso.
Entonces sentí su mano posada en mi cabeza que me atraía firmemente a su
miembro. No podía retroceder, así que mis labios quedaron sobre su mugroso
mástil y yo comencé a sentir como éste latía y se frotaba contra mí, a medida
que seguía poniéndose duro. Mis labios rozaban su carne, y pronto, la verga se
hinchó tanto que ya me apuntaba a la garganta, debajo de mi barbilla. Me hice
un poco hacia atrás... y me di cuenta que la erección la dejaba sin ninguna
elasticidad, semi levantada y con la punta dirigida hacia mi boca.
-¡Tragátela! ¡Ahora!
-No, por favor...
-¿Qué? ¿Me vas a decir que nunca te comiste una pija?
-No, nunca lo hice.
-¿Y no te gustaría empezar con la mía? No te preocupes, no
pienso decírselo a tu mujercita...
Mi cabeza daba vueltas. Su voz, insoportable, insolente,
pero acariciante, me hacía sentir como un inicuo esclavo de sus decisiones, un
sometido cautivo obligado a obedecer, y que notaba también una extraña
complacencia en cumplir esos deseos. ¿Qué me estaba sucediendo?
-¿Qué te pasa, cabrón?
-Es que... no sé como hacerlo.
-Abrí bien la boca – me dijo, sin dejar de hacerme sentir
su navaja en el cuello.
Abrí la boca y él apoyó la punta de su pija entre mis
labios. Instintivamente lo rechacé con un movimiento brusco.
-Despacito, despacito – me dijo con una súbita paciencia –
sólo mojame la puntita... a ver, a ver, abrí la boquita de nuevo, chiquito.
Así.
¡Cielos!, sus palabras alternaban la violencia con acentos
tiernos como si de un padre viniera. La dicotomía de sentir la navaja en el
cuello al mismo tiempo que la dulzura de su voz, me provocaba una sensación
indescriptible.
Volví a abrir la boca y él, con un cuidado paciente, volvió
a brindarme su miembro. Se descorrió el prepucio y pude ver su enorme glande
rosado y palpitante frente a mis ojos. Yo saqué un poco la lengua y sentí esa
punta posarse en ella. Fue algo rarísimo. Mi mente repelía eso, pero mi sensibilidad
bucal estaba probando algo nuevo que me desconcertaba mucho. Su glande era duro
y muy caliente. El sabor del líquido pegajoso que lo cubría me repugnaba, pero
también me incitaba a seguir degustándolo. Dejó que su pija reposara en mi
lengua y fue moviéndose muy lentamente. Al cabo de unos segundos, no solo mi
lengua lo acogía, sino que mis labios, entreabiertos, empezaron a frotarse
levemente contra la punta de su verga.
-¿Ves que no es tan difícil? Abrí más, que quiero entrar en
tu boquita...
Obedecí... y él empujó suavemente su tronco, entrando hasta
la mitad. Su textura había cambiado. Ahora su verga estaba completamente erecta
y yo sentía toda su dureza. Ya no me repugnaba su olor, me había acostumbrado a
su hedor y había comenzado a percibir su sabor en mi boca. Y fue en ese momento
preciso que algo comenzó a sucederme. Poco antes de que yo mismo me diera
cuenta, la voz del hombre me lo dijo:
-¡Qué cabrón que sos! ¡Se te está poniendo dura, hijo de
puta!... ¡Mirá como se te está levantando! Ah, ¿así que te gusta chupar pijas?
¿Quién lo hubiera dicho? ¿Te gusta la pija, no? ¿Qué se siente? Bien. Muy bien.
Así… así… seguí, cabroncito…
Yo seguía chupando. Ahora tenía toda la verga bien adentro
de mi boca. Entraba y salía, y yo no podía creer que fuera mi boca la que
estaba mamando a un hombre. Me sumergía en las profundidades de sus pelos hasta
meter ahí mis narices, en un bombeo constante y frenético.
-Así, así... sos un mamón perfecto... qué bien que
aprendiste.... ¡y qué rápido!. Le podrías enseñar a mi novia... ella no me la
quiere chupar nunca... ah... ah... sí, sí.... es genial lo que hacés... seguí,
seguí... no parés...
Ahora sentía perfectamente que mi pene estaba erecto,
apuntando hacia arriba. Mi lengua recorrió toda la extensión de esa verga
durísima, y mi lucha interna estaba empezando a asimilar que encontraba –
increíblemente – un morboso placer en engullirme ese palo enhiesto.
-Mirá como te pusiste, guacho, sos un semental. Me ganás
por varios cuerpos, nunca vi una verga tan grande... ¿Te gusta entonces
chuparme la pija? ¿Te gusta, no?
Yo no contesté, pero asentí vivamente con la cabeza. Y por
un momento me pregunté si lo hacía por la presión de la navaja, o porque mi
respuesta era sincera.
-Sí, sí.... a mí también me gusta mucho como lo hacés.
Tenés una boca divina, unos labios de mina, sos increíble – y mientras me decía
eso, me pasaba su mano libre por la cabeza, había dejado de tirar de mi
cabello, para pasar a caricias y frotaciones muy intensas, cosa que me excitaba
de manera inconcebible.
-Desatame las zapatillas – me ordenó.
Cuando lo hice, se las quitó.
-Ahora quitame los pantalones - me dijo, a lo que yo
respondí terminando de quitar los pantalones de sus tobillos. Quedó libre de
movimientos y abrió aún más sus piernas, para que yo pudiera hacer mejor mi
trabajo.
-Ayudame con la camisa.
Me puse de pie rápidamente, preso de una súbita ansiedad.
Era la última prenda que le quedaba puesta. Empecé a desabrochar los botones,
uno por uno, nerviosamente y sintiendo la respiración agitada de ambos. Le abrí
la camisa deslizándola por entre sus brazos y desnudando su corpulento y amplio
torso. Estaba poblado de pelos y sus pectorales semejaban dos firmes colinas.
De sus velludos sobacos llegaba hasta mí un indescriptible hedor a macho.
Estaban mojados y goteaban sudor que chorreaba por los flancos de su tronco
agitado. Al terminar de despojarlo de su camisa nuestras miradas se encontraron
por un momento. Yo sostuve mi vista, esperando escuchar su orden de no mirarlo.
Pero no me dijo nada. Él también sostuvo su mirada en silencio y de pronto,
recordó que tenía que apuntarme al cuello con su navaja. Sentí con un cierto
placer el filo sobre mi cuello. Qué morbosidad, pensé. Y no dejábamos de
mirarnos. Desnudos, frente a frente, nuestras vergas se rozaban, compitiendo en
dureza. Y sin dejar su navaja, me dijo:
-Besame.
-¿Qué?
-¡Besame!
Me acerqué, con la boca entreabierta y lo besé. Él me
sostuvo la cabeza con su mano libre, y sentí su masculina presión para que
nuestras bocas se fundieran en una sola. Sentí su lengua entrar en mí y jugar
con la mía, mientras su navaja me rozaba tenuemente. Con ella empezó a hacer
dibujos en mi cuello, para descender, rodear mis pezones, jugar con ellos,
endurecerlos y volverlos locos. ¡Qué locura! Todo eso me parecía algo
extremadamente excitante, algo que nunca había sentido. Tenía mi pija dura como
nunca, latía y permanecía recta como si fuera a explotar, goteando y chorreando
líquido preseminal que se esparcía por el tronco, por mis bolas y mis muslos.
Entonces su boca se deslizó hacia mi mandíbula que
mordisqueó con placer, y se dirigió a mi cuelo, donde se detuvo por varios
minutos, chupándolo y lamiéndolo. Después bajó más y se dedicó a besar mis
tetas. Recorrió mis pectorales con una lengua abrasadora y babosa. Al cabo de
un rato, mi pecho estaba casi todo mojado por su saliva. Se dedicó entonces a
mis pezones, los que lamió y mordió repetidamente. Se me pusieron duros
enseguida, anhelantes de esa boca que los martirizaba con automáticas pero
cuidadas mordidas. Pensé que me los iba a destrozar, pero justo en ese extremo,
su lengua se apoderaba de ellos de una manera suave, reparadora y acariciante.
Cuando siguió bajando, mi sexo lo esperaba sin poder contenerse. Latente y a
punto del dolor por la erección, desapareció en su boca, inundándome de placer
enloquecedor al ver su bigote chocar con mis tupidos pelos. Todas mis
terminaciones nerviosas se irritaron con un placer que jamás había sentido. Mi
cuerpo era un constante erizarse de nuevas sensaciones y mi pecho palpitaba
descontroladamente. La boca del hombre me rodeaba el pene, inflamado y rígido.
Su voracidad era apasionada y su boca apenas podía contener toda la enormidad
de mi virilidad.
-¡Qué pija tenés, hijo de puta!, ¡nunca me había tragado
una tan grande...! ¿Te gusta como te la chupo?
-Sí, mucho...
-Te confieso que cuando te la vi, se me hizo agua la boca.
Pensé contestarle que así lo había sospechado, pero seguía
temeroso de su reacción.
El hombre se agachó un poco más y siguió lamiendo la punta
mientras excitaba mis pezones con sus dedos. Suavemente... recorriendo toda la
extensión del tronco, hasta la base y pasando a mis bolas. Allí me hizo ver la
gloria, porque me chupó las pelotas de una manera magistral. Se las metía una a
una en su boca y las iba masajeando con la mano.
De pronto, al ver sus dedos en mis tetas, me di cuenta de
que sus manos estaban libres, y que no había rastros de la navaja. En ese
momento, se escucharon pasos en la vereda. Nuevamente sentimos voces
aproximarse, alguien venía por la calle. ¿Era mi oportunidad de escapar, de
pedir ayuda? El hombre no tenía la navaja ahora. Miré su rostro preocupado. Él
me miró también, sabía que ahora era vulnerable. Instintivamente miró al suelo,
como buscando su arma. Pero yo lo detuve. Lo tomé por los hombros y él se puso
de pié. No lo dudé. Ni un momento. Le hice señas de que se quedara quieto,
poniendo mi índice primero sobre mis labios y luego sobre los suyos. Las voces
seguían escuchándose. Nos quedamos inmóviles y le indiqué que no se moviera.
Ahora los pasos se alejaban. Silencio nuevamente. Cuando nos volvimos a mirar,
tomé el gorro tejido que aún tenía en la cabeza y se lo quité. Le acaricié el
pelo negro, su desprolijo y sucio pelo negro, y lo tomé entre mis brazos. Él se
abandonó a mí... y nos fundimos en otro beso, mucho más apasionado que el
primero, tocándonos y explorándonos dentro de ese abrazo interminable.
-¡Qué lindo macho que sos! – me dijo mientras ambos nos
masturbábamos mutuamente.
Yo hice un gesto parecido a una sonrisa. Aún estaba tan
confundido que no podía explicarme nada. Pero todo eso me enloquecía.
Mi boca buscó entonces sus abultados pechos. Tenía tanto
pelo ahí, que mi lengua libraba duras batallas para seguir adelante, peinando y
dibujando cada mechón negro. Él respiraba entrecortadamente y me repetía:
-¡Comeme las tetas!
Humedas, y erectas, sus tetillas me horadaron la boca en
una violación dulce y olorosa. Las introduje más y más en mi boca, regodeándome
con su raro sabor y sintiendo el temblor de su pecho en mi rostro. Mientras, mis
manos descendían por detrás recorriendo toda su espalda y llegando a su culo.
Acariciando su espesa vellosidad, me aventuré por entre la raja caliente y
sudorosa, notando que mi ladrón se arqueaba involuntariamente ante ese
contacto. Al llegar a su agujero con uno de mis dedos, sentí que los roles de
dominador y dominado se habían invertido, pues prácticamente él se había
abandonado a mis manos. Me agarró la cara entre sus calientes manos e hizo que
lo mirara fijamente.
-¿Tuviste miedo de que te cogiera, no? – dijo pasándome la
mano por la mejilla – No, cabrón, yo te voy a demostrar lo que es ser un macho
con las bolas bien puestas. Un macho caliente, bien macho. Para que te cojan,
tenés que ser bien macho, ¿sabés? Para que te metan una como la tuya, tenés que
ser muy hombre.
Me besó penetrándome con su lengua acariciante y húmeda una
vez más. Entonces se dio vuelta y agachándose levemente, se tomó las nalgas
abriéndoselas con ambas manos.
-Quiero que me cojas. Quiero sentir ese pedazo de carne
dentro de mi culo. Tu verga, hijo de puta, meteme tu verga, quiero sentirla
bien adentro ¿me oíste?
Miré su enorme culo abierto frente a mí, y lo contemplé
extasiado por unos segundos. Me arrodillé ante él y comencé a lamerlo con mi
lengua todavía ávida de nuevos sabores. Él gimió de placer al sentir mi boca
caliente sobre su parte más vulnerable. Sus largos pelos, sucios y malolientes,
acariciaban mis mejillas, mi nariz y mis labios. Mis manos lo ayudaban a
abrirse más. Recorrí todo el sector, besando y engullendo también sus pesadas
bolas, hasta que con una mezcla de sudor y de mi propia saliva, el agujero
abierto y expuesto descaradamente, se había lubricado por completo.
-¡Cojeme, machito, cojeme, cojeme...! ¡Soy tu macho,
metémela hasta el fondo, haceme gozar con tu pija!
Me incorporé y dirigí mi dureza enorme hacia la puerta de
su ano. Cuando mi glande recorrió esos bordes peludos en movimientos
circulares, el hombre sucumbió de placer, sin dejar de masturbarse.
-Así, así, metémela, así, así... no te detengas...
empalame...
Entonces empujé levemente, y toda la punta de mi miembro
quedó dentro de su culo. Él se abrió más los glúteos, invitándome a entrar en
su cuerpo. Estiré mi mano y le agarré la verga, para comenzar una masturbación
lenta pero firme y constante, cosa que lo volvía loco. Estaba en cuatro patas,
abierto y entregado a mi duro palo que lo estaba penetrando. Pronto estuve
metido hasta la mitad. Él vociferaba y lanzaba roncos aullidos. Pero mi verga,
demasiado grande para su orificio, luchaba bastante por entrar. No era fácil
metérsela. Entonces, nos quedamos quietos y calmamos nuestros movimientos. Sin
sacar mi pija, empecé a sentir que toda la zona anal se le iba relajando y
firmemente, sin retroceder un ápice, mi tronco iba entrando allí sin demasiada
dificultad. Se estaba tragando mi gran verga finalmente y yo la veía
desaparecer en su culo.
-Ahora va mejor, machito. ¿Sentís como se me abre el culo?
Dale, dale, no te vayas a salir ahora. Seguí, seguí... metémela hasta que me
partas en dos. ¡Uy... sí, sí... así, así... te quiero adentro mío, macho,
rompeme el culo, rompémelo y haceme gozar, hijo de puta.... ¡qué pija que
tenés!... es increíble, me estás llenado de pija!
Finalmente, mi pubis se juntó con su culo y mis pelotas
golpearon las suyas. Entonces comencé a bombear lentamente sintiendo que mi
miembro podía entrar y salir con gran facilidad. El culo estaba abierto a más
no poder y excelentemente lubricado. Estaba follando un culo por primera vez en
mi vida y la sensación era maravillosa. Mis jadeos se mezclaban con los suyos y
los movimientos de nuestros cuerpos se aceleraron en uno solo.
Cuando estuve cerca del orgasmo, empecé a jadear de una
manera inconfundible, dándole a entender que estaba a punto de gozar, entonces
se apresuró a decirme:
-¡Esperá, esperá!, quiero que me llenes de leche... ¡pero
en la boca! – me dijo entrecortadamente, mientras cambiaba de posición y se
arrodillaba frente a mi verga bamboleante. Estaba extasiado con la imagen.
Empezó a lamerla y limpiarla de su propia humedad y tomándola con las manos, la
acarició bombeándola dulcemente.
-Ahora sí, ahora sí... dame toda tu leche, dámela toda,
macho.... esta verga debe tener litros de leche, la quiero toda... ¡Qué pedazo,
por Dios!, vamos, vení, vení, quiero que me ahogues con tu leche...
Yo lo miraba, agitadísimo, jadeante y sin poder controlar
más la oleada de placer que se agigantaba dentro de mí. Entonces, en un espasmo
de todo mi cuerpo, sentí uno de los más intensos orgasmos de mi vida. El hombre
abrió su boca y atrapó con ella la punta de mi verga, que comenzó a verter
grandes chorros de espeso semen. Él lamía y tragaba todo mi jugo caliente
mientras se pajeaba a un ritmo vertiginoso. Yo lo inundaba de semen
chorreándole la cara, la barba, los bigotes, las cejas y el fondo de su
garganta abierta. Empezó a gemir, aún con mi verga en su boca, y su respiración
se hizo inequívocamente pesada. Supe que iba a eyacular, entonces lo tomé por
debajo de los brazos levantándolo en peso. Él se giró y se recostó de espaldas
sobre mi pecho. Tomé su pija y continué la masturbación que él había comenzado,
aferrando fuertemente su mástil y sobando sus grandes tetas peludas con mi otra
mano. Estaba a punto de explotar y su boca buscaba la mía, mientras sus manos
me acariciaban la cabeza. Estaba a mi merced, rendido a mis enérgicas
sacudidas. Todo su cuerpo se arqueó en un espasmo de placer al salir los
primeros chorros de su enorme glande. Una, dos, tres, y hasta seis largas salvas
de semen saltaron como azotes, mientras mi lengua se encajaba en su gimiente
boca.
Me abrazó fuertemente, rudamente, solo como lo hace un
hombre muy masculino, frotándose contra mí y dejando que nuestros dos carajos
se acariciaran aún erectos y cubiertos de esperma. Abrió la boca y tragó la
mía. Su bigote mojado con mi propio semen me recorrió toda la cara, sorbiéndome
con un hambre voraz.
Poco a poco nos fuimos calmando. Instintivamente, volví a
la realidad y tomé consciencia de lo que había pasado y del sitio en que nos
encontrábamos. Entonces el ladrón se apartó de mí, retomó un poco de aire y
torpemente buscó algo en sus bolsillos.
-Tomá, todo esto es tuyo – me dijo, devolviéndome la
billetera, el reloj, el anillo y mis tarjetas – ahora vestite y volvé a tu
casa.
Quise decirle algo, y hasta me asombré internamente de que
tuviera deseos de decirle gracias, pero su expresión volvía a ser oscura y
apenas me miró mientras nos vestíamos. Rescató su navaja del piso y la guardó
entre sus ropas. Salimos de allí sigilosamente. La calle seguía desierta,
oscura y silenciosa. Sin decir palabra, el ladrón salió con paso apresurado en
dirección opuesta a la mía, esfumándose en la oscuridad. Tuve un extraño temor.
Me quedé unos minutos allí, junto al alambrado, inmóvil, y supe que jamás
volvería a ver a ese hombre.
Maquinalmente empecé a caminar hacia mi casa. Apresuré el
paso confundido, tambaleante, solo.
Franco
Junio 2005
Resultado de las Elecciones de ayer.
ResponderEliminarHum, sí... dudosas, dudosas, por lo que volví a hacer el recuento 2 veces más y decidí anular algunos votos que evidentemente venían del mismo votante.
La cosa quedó así:
Nº1 - Tim "Zodape" Kruger: 2 votos
Nº2 - Maritable en calzoncillos: ningún voto
Nº3 - Velludazo: ningún voto
Nº4 - ¿Me puede decir la hora?: 4 votos
Nº5 - Contemplativo: 2 votos
Nº6 - Caliente y prolijito: 1 voto
Nº7 - Un atardecer luminoso: ningún voto
Nº8 - Aroma a hombre: 10 votos
Nº9 - Jordan sobre fondo gris: 7 votos
Nº10 - Mesías: ningún voto
Nº11 - Victor Banda: 6 votos
Nº12 - Pelos bajo la ducha: ningún voto
Ganador: Nº8 "Aroma a hombre" es Mr.VH de Mayo.
Respondiendo a la sugerencia de Delfingdl: Se puede jugar a esto (porque después de todo es un juego) haciendo trampa o no, quedará entonces en la elección de cada votante, participar con honestidad. Creo que ahí está la gracia, y, en fin, cuando esta se pierda, la elección de Mr.VH no tendrá mucho sentido.
Buenas tardes tengan todos!!!100% Erotismo puro...realmente sublime.cuidense mucho señores!hasta pronto...
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