Infartantes prominencias

Sin lugar a dudas, no puede haber nada más interesante, nada más atrapante, atrayente, motivador e irresistible que aquello que se insinúa sin mostrarse totalmente. También es cierto que, en muchos casos, y llegado el momento de descorrer los velos, aquello que nuestra visión deseaba con desesperación, después de todo termina decepcionándonos. ¿Cuántas veces las preliminares fueron más excitantes que la acción misma? Así y todo, y por fortuna, nuestro poder de observación, siempre creciente, seguramente nos prevendrá entonces de cualquier fiasco si sabemos mirar muy bien. Pueden aparecer ante nuestros ojos envoltorios deslumbrantes, pero, no todos contendrán reliquias en su interior, eso es claro. Sin embargo, en cualquier caso, esos impactantes bultos, ilusorios o no, nos otorgan generosamente la posibilidad de aguzar nuestra imaginación y ejercitar nuestro poder de predicción. Tarea, por cierto, deliciosa, sensual y sumamente placentera.

Desde pequeño recuerdo lejanos bultos que hoy se albergan en la galería de paquetes célebres que conforma la historia de mi aprendizaje en la degustación de hombres. Era un pequeño con mucha -demasiada- imaginación. ¿Sería acaso porque ya en ese entonces mis ojitos se iban directamente a toda bragueta abultada que me llamara la atención? ¡Oh, delicioso y prematuro entrenamiento!.

Las primeras imágenes se retrotraen a los superhéroes de la televisión, Batman y su protegido Robin a la cabeza, enfundados en sus sesentescas mallas, tal vez lo más bizarro de aquella programación vespertina. El bulto de Batman, siempre quedaba a la altura del batifono. Hubiera bastado un descuido del Comisionado para manotear otro tubo por equivocación (o no).

También estaba el hermoso paquete de Jim West, que, además, regalaba frecuentemente a mi avidez de niñito curioso los primeros pelajes de pectorales (y vaya qué pectorales) de los que tenga memoria. No hay que olvidarse del eterno bulto que lucía Michael Landon en Bonanza debajo de ese pantaloncito gris, siempre el mismo, siempre tan ceñido a sus buenas formas.

Otros bultos -majestuosos ellos- eran los de los bailarines clásicos, aunque el puntaje ahí bajaba un poco porque la resultante total no respondía siempre a una apariencia totalmente masculina, salvo honrosas excepciones. Pero, como ejercicio visual, era incomparable. Detrás de esas mallas blancas muchas veces podía percibirse claramente longitud y grosor de pija, así como tamaño y forma de testículos y otras señas particulares. Todo eso al compás del Vals de las Flores de Tchaikovsky.

Con los años, mi pubertad, adolescencia y primera juventud se nutrieron de otras prominencias, como las que siempre me ingeniaba en atrapar por la calle. Las más buscadas por su excelente calidad gracias a sus justados y apretados uniformes, eran las de los policías y guardias de seguridad, ¿con botas? ¡mejor!.

Mención especial merecen los paquetes de los toreros. ¡Ole!, la perdición... pero de ellos me encargaré en un próximo post.

Ahora sí. Luego de este preámbulo no poco autobiográfico, y directamente de la Orden de los "Adoradores del Sagrado Bulto" (fundada en el primero de los Blogs de Vellohomo), nos llega este festival de bultos varios. Y digo varios porque los hay de todo tipo, de los producidos especialmente para el estudio fotográfico, como de los captados circunstancialmente por algún ágil voyeur que, como nosotros, nunca podrá dejar pasar la oportunidad de rendir homenaje constante a esas maravillosas entrepiernas mediante nuestra admiración más cachondeta.

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