De la belleza clásica
Contrariamente a los gustos actuales en donde el tamaño sí importa, en la antigüedad, Grecia lideró la tendencia a valorar y admirar a los penes pequeños, que ensalzaban las virtudes esenciales de la masculinidad. Por tanto el miembro pequeño era un aspecto codiciado en el macho alfa. Pues los hombres ideales eran dioses, héroes, atletas, etc., y todos ellos eran representados con genitales minúsculos y nunca erectos, mientras que las vergas gruesas, a menudo excitadas, peludas y descomunales correspondían a los sátiros o a todo tipo de hombres que de las más altas virtudes descendían a los más oscuros vicios, a la decadencia y al caos. En definitiva, el pene grande, para los antiguos griegos, describía al hombre vulgar, salvaje y bárbaro. Tantas veces nos hemos intrigado por lo excesivamente pequeños que a veces aparecen los penes de las estatuas clásicas, pero claro, lo bello, era otra cosa. La galería de hoy no olvida aquellos principios apolíneos. Veamos:
Ninguna prisa en subirlas. Merece la pena disfrutar de cada escalón.
ResponderEliminarQuè alegria de recibimiento, si lo hubiera sabido venía antes: solo verlo mi ropa cae al suelo, y así estamos en igualdad de condiciones.
ResponderEliminarYa podemos disfrutar del saludo manutino, rozándonos los cuerpos, donde las manos y las bocas se hacen protagonistas, asistidos por los roces a la subida de cada peldaño.
Podría parecer qué ha sido una escalinata, por lo de tantos besos y caricias.
Y si alguien nos ha visto, seguro que se habrá empalmado como nosotros...
Los he visto. O los habré imaginado…
ResponderEliminarNo lo sé. Pero gozo con la idea de un encuentro de tres.
Ya en el interior, los tres desnudos, sacándole los lentes a él, que nos ha leído cien poesías.
Y ahora ese encuentro carnal y tibio de pieles erizadas conectándose en cada centímetro cuadrado.
El dulce aliento acelerado y corazones aumentando sus latidos.
Manos ocupadas que van de un lado a otro. Dedos curiosos que inquietan, y penetran, pimpollos que se abren encarnados, mástiles que afloran de los mares velludos y revueltos.
Todo es ternura. Todo placer y movimiento. Confusión, sabores y desvelos. Arden nuestros cuerpos de deseo, quema el placer, un cuerpo se funde en otro cuerpo y otro más, y todo, todo es uno solo.
Hasta que casi sin querer y sin poder frenarlo, chorros de perlados sémenes emanan nuestras fuentes clandestinas.
Cuánta humedad. Cuánta dulzura. Cuánta garganta al rojo vivo.
Y por fin la sed saciada …